TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 18
Capítulo 18
“Pacto de Fuego”
York, Inglaterra, 1620.
3 de marzo de 1620
Envolvimos el regalo en un trapo para el camino. Cargué con él en el regazo, ocultándolo con parte de mi abrigo para que no se humedeciese. Había empezado a lloviznar y el cielo se había cubierto por completo. Había oscurecido antes de lo propuesto por aquellas nubes y ya parecía noche cerrada. El bosque sin embargo estaba tranquilo, no se oía más que la llovizna golpeando alrededor y los pasos de mi caballo al galopar. A las siete menos cuarto ya bajaba del caballo dentro del establo de Sr Williams y Mari me atendió como pudo quitándome el abrigo y el sombrero, empapados por culpa de todo el agua que había ido recogiendo por el trayecto.
—¿Ya me esperan dentro? —Pregunté mientras entraba con ella por la puerta principal—. He llegado un poco pronto.
—Sabéis que a los señores les gusta que se llegue antes de la hora prevista. —Me dijo con una sonrisa y se llevó mi abrigo y mi sombrero dentro de la cocina seguramente para secarlo mientras yo me quedaba allí con el regalo envuelto en mis manos intentando escuchar por todas partes a la espera de algún ruido que me indicase hacia dónde ir, al salón, o al comedor. Tal vez a las habitaciones, a las que no solía subir si no era acompañado. Antes de dar un paso en ninguna dirección Sr Williams apareció por el comedor, seguramente llamado por Mari y con un libro bajo el brazo acudió a mí, sonriente como siempre.
Algo que me fascinaba de él, a la vez que me inquietaba, era que siempre era poseedor de las emociones más extremas y no conocía los puntos medios. Cuando era pacífico, lo era como un cachorro, cuando era juguetón lo era como un niño, cuando se enfadaba podía ser como un ogro, y cuando era feliz lo era como un ignorante. Nunca lo había visto enfadado, pero estaba seguro de que se polarizaría igual que en todo el resto de emociones que surgían de él. Su esposa por el contrario albergaba toda aquella polaridad pero bien contenida. Cuando era feliz, solo esbozaba una sonrisa, y cuando estaba de mal humor, su sonrisa se volvía más cínica.
—¡Llueve! —Dijo como saludo al verme, pues parecía que acababa de darse cuenta de ese hecho al verme el cabello algo mojado en las puntas de los bucles—. ¿O es que estáis fatigado?
—Llueve. —Le dije y él posó su mano en mi hombro como último gesto de nuestro encuentro.
—Vayamos a secaros el pelo. —Llamó a la sirvienta—. Mari, tráigale una… —Mari ya tenía bajo su brazo una toalla que me ofrecía, pues había desaparecido antes para ir a buscármela—. Siempre eficiente. Es así como me gustan las personas.
Me sequé un poco el pelo y le devolví la toalla a Mari que se marchó no sin antes avisarnos de que en veinte minutos la cena estaría lista. Fue entonces cuando Sr Williams fijó su mirada en el objeto envuelto que sujetaba con una mano. Él sacó su libro de debajo de su brazo, lo pasó por sus manos y acabó recogiéndolo en su otro brazo.
—¿No serán más manzanas? —Me preguntó con sorna y una malvada sonrisa. Yo bajé la mirada avergonzado y recordé su advertencia en su carta de aquella mañana. Estaba atemorizado de su reprimenda pero al contrario que reprenderme él me estrechó con un brazo sobre su pecho y me palmeó la espalda con una risa infantil—. Olvidemos aquello, seguro que solo fue una inocente broma. Además, a mí me gusta ser partícipe de los engaños de los demás. Uno conoce mucho mejor a los demás a través de sus mentiras, mejor que a través de sus confesiones. —Se separó de mí, y al hacerlo, pude notar como su gesto se turbaba un instante, solo uno—. Pero la próxima vez avisadme, y dad gracias de que sepa improvisar, o vuestra hermana os habría cazado. ¡Decidme! ¿Qué nos traéis ahí? Pasad, pasad al salón.
—Solo es un regalo para vuestra hija. Me sentí muy mal por no poder proporcionare un regalo como era debido en su cumpleaños. Siento llegar tan tarde.
—Bien os dije que no era necesario que le compraseis nada. Conozco vuestras estrecheces económicas…
—No lo he comprado. Más bien lo he adquirido. No puedo decir más sobre eso. Deseo regalárselo a vuestra hija. Está hecho para ella.
—Entonces iré a avisarla. —Dijo cargando aún con el libro bajo el brazo y salió del salón, seguro que encontrándose con su esposa de camino a la habitación de la niña, al cual fue quien partió en su búsqueda. Sr Williams regresó al instante y poco después bajó su hija, toda entusiasmada, al parecer ya le habían comunicado que traía algo para ella.
—¡Willem! —Dijo ella nada más verme y alzó las manos en busca de hallar el objeto que había traído para ella, pero en realidad solo quería que la sostuviese en mis brazos. Le entregué el objeto pero aún antes de desenvolverlo me abrazó la cintura.
—Es un recipiente para olores o incienso. —Le dije a lo que ella le quitó el paño que me devolvió y le brillaron los ojos. Sentada en uno de los sofás jugueteó con la plumita de la tapadera, la abrió, y después se impregnó de todos aquellos olores. Vislumbraba las hojas desde la tapadera, después las descubría y por último las removía, elevando toda aquella fragancia. Su madre, sentada en el reposabrazos miraba atenta cómo su hija jugaba con aquello y la controlaba para no desparramar el contenido. Sr Williams me sonreía con ternura. A su hija le había gustado mi regalo y por eso él era doblemente feliz.
—Dadle al capitán un abrazo y las gracias por el regalo. —Dijo su madre a lo que la niña no dudó en obedecer.
—Ponedlo cerca de vuestra cama. Los olores de la lavanda, el almizcle y la canela son relajantes. Ayudarán en vuestro sueño. —Le dije a ella a lo que asintió entusiasmada.
—¿Quieres que lo coloquemos ahora? —Le preguntó Dafne a la niña que asintió amable, dada de la mano de su madre salieron del salón subiendo las escaleras que daban a los dormitorios. Me quedé allí a solas con Sr Williams mientras este cruzaba sus muñecas a la espalda, con una de las manos sujetando el libro. Era un libro de poesía. Pude traslucirlo de su portada. Poemas de Anacreonte. Yo no le conocía.
—La vainilla es también un aroma relajante. ¡Y también abre el apetito! ¿Lo sabíais?
—No. —Dije, pensativo—. El recipiente no contenía vainilla.
—El regalo no, pero vos sí. —Hizo como que husmeaba alrededor y me puso los pelos de punta—. Mi mujer suele decir: “El aroma delata al hombre y previene a la mujer”.
—¿Qué insinuáis? —Le pregunté frunciendo el ceño y él negó con el rostro, con media sonrisa inocente.
—¡Oh soberano, con quien Eros domador
y las Ninfas de ojos Zarcos
y la purpúrea Afrodita
juegas, tú que te mueves
por las altas cumbres de los Montes!
A ti de rodillas te imploro, y tú benévolo
ven a nosotros y mi plegaria
agraciada escucha.
—¿Qué es eso? —Le pregunté con una mueca de confusión. Él enarboló el librillo en sus manos y me lo lanzó. Lo recogí aún cerrado y leí la portada del librillo. “Poemas de Anacreonte”.
—Poeta griego. Él sí que entendía de amor carnal. ¡Nos hemos vuelto tan reprimidos!
—¿El poema habla de amor? —Le pregunté, mientras ojeaba las páginas del librillo, pues la mitad estaban en griego y la otra mitad eran traducciones, escritas a mano. La letra de estas traducciones estaba de mano de Sr Williams.
—Solo de Eros, no de Himeneo. No hay amor matrimonial, si es lo que buscáis. —Soltó con malicia—. Además, no es una Venus a quien canta en este poema sino a un Adonis. Devolvédmelo si no queréis escandalizaros. —Extendió la mano al pasar por mi lado y yo se lo devolví, pero él no terminó por arrebatármelo de las manos para volver a husmear, esta vez sobre mi hombro. Me sonrió con la misma mala intención que unos días antes cuando hubo de mentir por mí. Yo me estremecí pero le aguanté la mirada. Acabó por alejarse de mí y dejó el librillo sobre una mesilla cerca del sofá.
—¿Le leéis esa clase de poemas a vuestra hija? Acabará confundida. —Le dije pero él se sonrió.
—¿Acaso el amor no nos confunde a todos? —Preguntó pero yo negué con el rostro. Sabía muy bien de qué estaba hablándole—. Os confunde incluso a vos, dueño de la razón y la moral. ¿Qué no haría con una niñita inocente? Por eso se lo leo, para que esté prevenida y sepa cuáles son las debilidades humanas y los placeres del hombre. Para que no se descubra un día sola e ignorante, para que sepa maniobrar cuando el lobo la ataque y el diablo la tiente.
—¿La enseñáis pues a alejarse del diablo?
—La enseño a saber negociar mejor que él. Como nadie puede huir de él, mejor saber domarlo.
…
Después de la cena la niña se marchó a su dormitorio y quedamos Sr Williams, su esposa y yo sentados aún a la mesa, yo con un té caliente y ellos con dos copas de vino aún a la mitad. La mesa estaba recogida, fuera había empezado a llover con más fuerza, la niña ya estaba dormida y las velas alumbrándonos con un aire hogareño.
—¿Algún accidente en el pueblo? —Preguntó Dafne señalándome la mano vendada. Habían estado viéndola durante toda la cena pero se podían presuponer con facilidad que dado mi trabajo me habría accidentado.
—Ha ocurrido en casa. Me quemé con una cazuela… —Me encogí de hombros y ellos asintieron. No necesitaron saber nada más. Yo estaba frente a ellos, ellos el uno al lado del otro.
—Yo también te he mentido. —Dijo Sr Williams como si hubiese dado por hecho que yo le había mentido en alguna ocasión. Aquel supuesto me inquietó más que lastimarme—. Cuando fuimos al pueblo el otro día no fue solo a pasear. Me pasé por el ayuntamiento para consultar las escrituras de vuestra casa.
—¿Qué habéis averiguado?
—Nada que no supusiésemos ya. —Antes de que dijese nada, le miré y después miré a Dafne que estaba pendiente de toda la conversación—. Tal vez prefiriéseis que esto fuera algo que quedase entre nosotros dos, pero se lo he contado. —Se encogió de hombros, cayendo en mi mirada—. Lo siento, pero ella también puede sernos de ayuda. Y sabéis que podéis confiar en su discreción.
—No sé si estos temas sean adecuados para mujeres…
—Para haberos criado con dos hermanas mayores sois muy intransigente con las mujeres. —Dijo ella, sin tomárselo a malas y acabó removiendo la copa de vino mientras la miraba.
—No, no. Está bien. —Dije sin darle demasiada importancia. Era plenamente consciente de que de algún modo u otro se acabaría enterando de mis intenciones. Entre Sr Williams y ella no haba secretos—. Solo insinuaba que tal vez fuese un tema demasiado aburrido.
—Al contrario. —Dijo ella—. Es estimulante.
—Además… —Suspiró Sr Williams—. Necesitamos una mente femenina para estos enredos. Una mujer puede ser diez veces más inteligente que un hombre y veinte veces más malvada.
—Bien. Contadme pues, ¿Qué averiguasteis?
—Tras renegar bastante con un trabajador que haba allí encargado del mantenimiento y el cuidado de los archivos al fin pude acceder a las escrituras de vuestra casa. Lo tuve vigilándome por todo momento pero pude leer toda la escritura. Efectivamente, —sentenció—, está a nombre de vuestro tío. Al parecer se produjo un cambio unos meses antes del fallecimiento de vuestra madre. Ella al parecer, acompañada de vuestro tío cambió el nombre del propietario para inscribir allí a vuestro tío. Antes de aquello era vuestra. ¡Vuestra! La habríais heredado vos tras el fallecimiento de vuestro padre por ser el único hijo varón, pero como aún erais muy joven nuestra madre os hacía de regente, y entre esas funciones estaba la poder cambiar de nombre al propietario. Así lo hizo, al aparecer. Unos meses antes de que falleciese.
—¡No puedo creerlo! —Dije, repentinamente angustiado ante la idea de que había tenido aquella casa sin saberlo y al mismo tiempo me embargaban la alegría de poseerla y la desgracia de perderla sin haberla tocado.
—No sé si eso es del todo legal. No sé, en otras partes de este enorme mundo, si entre las funciones de regencia se permite tal traslado de propiedad. Todo depende de los contratos, de los procedimientos… ya me entendéis. Pero si se hizo, puede que fuese legal. Aunque yo lo consultaría…
—¿Queréis decir que pudo haberse cometido un delito?
—El delito lo cometió vuestro tío al matar a vuestra madre. —Dijo feroz Dafne con el rostro compungido—. Si pudo hacer eso sin que le cayese ninguna pena, también pudo hacer malabares con las leyes del ayuntamiento.
—¿Creéis que hay vuelta atrás? —Le pregunté a Sr Williams y su mujer fue la que me contestó.
—Si la hay, no os quepa la menor duda de que vuestro tío os habrá puesto todas las trabas pertinentes. Y más si vos habéis sacado el tema en casa. —Yo me maldije—. Pero, ¿qué más da? Hagáis lo que hagáis él lo deshará. Para eso tiene poder en el ayuntamiento.
—¿Entonces qué sugerís? —Pregunté, más alicaído que antes. Sr Williams parecía aún optimista.
—Si él hace trampas, nosotros también podemos hacerlas. Pensé en la forma de sobornar a un notario del pueblo que cambie el nombre sin consentimiento del propietario, pero aparte de muy cantoso es demasiado complicado. Todos en de ese pueblo están corrompidos por la podredumbre del ayuntamiento.
—Así pues…
—Así pues, haremos caer a vuestro tío en una trampa. Es un plan que aún vengo diseñando, pero ya os advierto de que será divertido y muy lucroso si sale correctamente. aún tengo que hacer unas cuantas visitas a vuestro ayuntamiento para consultar unas cuantas leyes sobre los terrenos y demás. Tenéis un lugar muy peculiar y no quiero meter la pata con ninguna normativa que os hayáis sacado de la manga. —Él se desternillo y yo suspire.
—No me gusta la idea de engañar a nadie, y menos de jugarme el cuello…
—Pensad que es una forma de vengar a vuestra madre. —Dijo Dafne con media sonrisa—. De una forma u otra, así es como se ha establecido la legalidad de vuestro pueblo, bajo unas leyes que protejan a los gobernantes y una moral cristiana que amedrente al pueblo.
—Así está construido el mundo entero. —Añadió para su mujer Sr Williams—. Por desgracia.
—¿Y bien? ¿Cuál es vuestra idea?
—Os la contaremos. Pero tenéis que prometerme que cuando me ponga a ello, vos participareis de ella hasta el final, sin echaros atrás, o de lo contrarios me veré muy damnificado. —Asentí energéticamente—. Bien.
—La idea es esta. —Dijo Dafne, por lo cual me dio a entender que había sido ella quien se había puesto manos a la masa para idear aquella estratagema—. Aún, como dice mi marido, nos queda conocer un poco más a fondo vuestras leyes, pero si todo sale como hemos dispuesto nuestro plan es comprar vuestro terreno.
—¿Qué? —Pregunté aturdido.
—El terreno, y la casa, por supuesto, están a nombre de vuestro tío. No la heredaréis a menos que escriba su testamento legándola. Lo cual dudo, y mucho más de que muera prematuramente. —Continuó Sr Williams—. Por lo que lo único que nos queda es comprársela, con todas las de la ley.
—No os venderá a vos ni una gallina. Solo por el hecho de ser vos. —Dije, alicaído.
—Por eso no seré yo quien vaya a comprársela. Tenemos unos conocidos en una provincia cercana que ya ha conocido vuestro pueblo y han ido a hacer algunos tratos de comercio con el alcalde. Puedo contactar con alguno de ellos para que se pase por el pueblo, se interese por unos cuantos terrenos y acabe ofreciéndole a vuestro tío una oferta por los suyos.
—Eso sería demasiado ridículo. ¡Quién querría comprar nuestra casa!
—Nadie. Pero los terrenos son buenos. Podría inventarse cualquier cosa con tal de que se la venda. Que va a construir allí una herrería, una posada… ¡Qué más da! El caso es que le ofrezca una oferta que no pueda rechazar.
—Y lo pondréis de vuestro dinero. —Dije, continuando la trama.
—Así es. Yo le haré un poder para que interceda por mí en la compra. Le daré mi sello y el notario deberá aceptarlo. Para cuando tu tío se entere de que he sido yo quien le ha comprado la casa, ya será tarde. ¡O bien pude comprarla mi amigo y yo comprársela a él después! El punto es quitarla de las manos a tu tío.
—Le daremos el dinero suficiente como para que no pueda rechazarlo y pueda construirse otra chabola por ahí. —Dijo Dafne.
—Hasta aquí todo está bien. —Dije yo mientras meditaba en silencio—. Pero hay algo que me preocupa. ¿Cómo recupero la casa? Yo no tengo dinero para pagaros nada en absoluto.
—Os la venderé a vos a un precio ínfimo. Casi el precio de una gallina. —Dijo Sr Williams riéndose.
—¡Esto es una locura! —Negué en rotundo—. Es una tontería. Es como regalarle dinero a mi tío para que se vaya a otra parte. Casi le estáis haciendo un favor.
—Os estamos poniendo a vos como propietario de vuestra casa, estoy sacando a vuestro tío de ella y estoy limitando su manutención a su propio sueldo. Pensad a largo plazo—. ¿Cuánto durará él sin vosotros? Él pensará que os mudaréis con él porque no tenéis otro remedio, pero después os venderé a vos la casa, para que os podáis instalar en ella con vuestras hermanas. Entonces él ya no tendría ninguna posesión sobre vos o vuestras hermanas.
—Aun sigue escamándome algo. ¿Cómo os devuelvo el dinero invertido en mi terreno? El paripé de la gallina me parece bien como forma de recuperar la propiedad de la casa. Pero no pienso permitir que invirtáis tanto dinero en mí de forma tan altruista. Una cosa es invitarme a cenar, y otra muy diferente gastaros tal suma de dinero para sacar a mi tío de casa.
—Hemos consultado los precios de los terrenos de vuestra finca. —Apuntó Dafne—. Legalmente no valen demasiado. Puede que por cabezonería de vuestro tío haya que invertir un poco más, pero me temo que el precio de vuestros terrenos bien podría pagarse con uno de nuestros cuadros, de esos que tenemos por ahí colgados acumulando polvo.
—Aun así no me siento bien. Sería demasiado incómodo tener esa deuda con vosotros.
—Si no aceptáis mi dinero por las buenas bien podéis devolvérmelo poco a poco. Como una especie de alquiler o algo así. Si os vais a sentir más cómodo con ello. —Sentenció Sr Williams con una idea en la que ellos ya habían pensado—. Tal vez unas cuantas libras al mes hasta subsanar la deuda. Pero solo si a vos os parece bien.
—Eso me parece mejor. —Dije mientras terminaba mi té.
—¡Sonreíd! Estamos sacándoos de este problema que tenéis. Tenemos un plan. Solo hay que ponerse manos a la obra. —Asentí—. ¿Me dais vuestro consentimiento para llevarlo todo acabo?
—Sí. —Dije, firme, y eso bastó para convencerlo—. ¿Por qué tanto aprecio por mi? —Les pregunté—. Sé que solo soy un divertimento para vuestro aburrimiento. No tragáis mis ideas y mucho menos mis gustos.
—Os adoramos. —Dijo Dafne casi con un destello de sentirse ofendida—. Mucho más de lo que nuestra hija os idolatra. Aunque no coincidamos en nuestras ideas o no tengamos el mismo esquema moral, eso no os hace peor persona, y menos a nuestros ojos. Sois un hombre gentil y bueno, y eso es suficiente para nosotros.
—Solo me ayudáis porque os gustan las tramas macabras.
—Eso también. —Dijo ella sonriendo.
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