TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 14
Capítulo 14
“Pacto de Fuego”
York, Inglaterra, 1620.
29 de febrero de 1620
—¡Victoria! —El grito probablemente se oyó por todo el pueblo. Yo mismo reconocí aquella voz, e incluso el nombre. Ninguna de las mujeres de nuestro pueblo se llamaba de tal manera, y solo una madre preocupada llamaría a su hija de aquella forma. También reconocí la voz de su madre. Pero era inusual escucharla en aquel entorno. Eran más de las tres de la tarde cuando aquella voz rompió el silencio que se había establecido en nuestra casa.
Después de comer mi tío había marchado al ayuntamiento y Lili se había echado una chaquetilla sobre los hombros y había salido al jardín para trabajar en el huerto. Dentro de un mes la estación sería mucho más cálida y tenía que empezar a trabajar arando la tierra y sembrando para poder tener una primavera y un verano lleno de cosechas. Mi hermana mayor la animaba a ello, yo la desanimaba, recordándole que nuestras tierras estaban infectas y lo único puro en ellas era el cuerpo de nuestra madre enterrado por ahí.
Cuando la cocina estuvo limpia y mi hermana parecía algo más desocupada le pregunté si podría enseñarme a remendar unos calcetines. Ella me miró de hito en hito con una sonrisa sarcástica y yo le aparté el rostro ofendido.
—Trae los calcetines. Te los remendaré en un santiamén. —Dijo divertida pero yo negué con el rostro y me crucé de brazos.
—No, quiero que me enseñes. Quiero aprender a coser.
—¿Por qué a estas alturas quieres aprender eso?
—Creo que es necesario saber coser. Es algo básico, ¿no? Tú y Lili sabéis.
—Los hombres no sois delicados para esas tareas. Tú tienes tus obligaciones, deja que yo me encargue de de remendar la ropa o coser. Trae aquí los calcetines, anda. Y no hagas el idiota.
—No, en realidad no tengo calcetines rotos. Tenía la esperanza de que tú o Lili sí. O el tío. Solo deseo aprender.
El pasmo aumentó cuando comprobó la seriedad de mi petición, y sumado a la conflictiva situación del día anterior estaba más que confundida. Con un resoplido y un encogimiento de hombros soltó un “Qué remedio” y se marchó al cuarto. Trajo la cajita de costura y unas medias suyas. Nos sentamos a la mesa y me mostró todos los objetos que contenía aquella cajita de costura. Varias agujas de diferentes tipos, para punto, para hilo fino y ganchillo. Algunos hilos, de colores blanco, gris y negro. Un dedal, varios ovillos y un huevo de cerámica, del mismo tamaño de un huevo de verdad.
—Metes el huevo hasta el fondo de la media. Así, hasta que aparezca por el agujerito. —El agujerito que había en la media estaba al lado del dedo gordo del pie y allí apareció el blanco del huevo—. Coge una aguja finita e hilo negro. Corta un trozo, tal vez haya varios trozos sueltos. Sí, uno de esos. Enhébralo. —Estuve al menos cinco minutos intentando enhebrar el hilo pero al final lo conseguí tras humedecer varias veces la punta del hilo. Ella, con el dedal en la mano me quitó la aguja e hizo un nudito al final del hilo. Después pasó la aguja por uno de los bordes del agujero y continuó hacia un lateral, cerrando poco a poco la superficie—. ¿Ves? Es como coser una herida. Poco a poco, cerrando el círculo.
Me lo pasó a mí, y aunque mis puntadas eran más gruesas, más desiguales y mucho más descuidadas, acabé por cerrar el agujero. Ahora la media tenía una cicatriz que comenzaba con una línea horizontal perfecta y luego terminaban en un gurruño, pero me sentí satisfecho.
—Estás realmente extraño últimamente. —Dijo en vez de felicitarme por mi trabajo pero yo me limité a suspirar. Era suficiente para que ella se preocupase pero no le dio tiempo a decir nada más. El grito antes mencionado partió el silencio de nuestra casa haciéndome dar un respingo y miré en dirección a la puerta. Estaba cerrada.
—¡Victoria! ¡Ven aquí! —La voz de Dafne me sorprendió nuevamente y al instante, antes siquiera de que el sonido de su voz terminase de desvanecerse del todo la puerta se abrió y una niña apareció descolgada del picaporte, escrutando dentro con una sonrisa curiosa. Mi hermana sonrió divertida a la par que sorprendida y yo me levanté asustado. Victoria, al reconocerme, terminó por entrar en la casa y se aproximó a mí corriendo.
—¡Que niñita tan dulce! —Exclamó mi hermana, que aunque no aprobase del todo mi relación con Sr Williams no se podía resistir a la ternura de aquella niña sonrosada, con un gran lazo en la cabeza y un pomposo vestidito rojo. Era igual que una muñeca.
—¡Incorregible! —Entraba en nuestra casa diciendo su madre con mal humor. La niña se lanzó a mí y yo la cogí en mi regazo, sentado aún como estaba a la mesa—. Permiso. —Dijo Dafne al acercarse a la puerta y mi hermana se puso en pie, dándole ese permiso. Yo me volví hacia ellas y la niña se refugiaba en mi abrazo para no enfrentar a su madre.
—Estáis sofocada. ¿Deseáis un vaso de agua? —Preguntó mi hermana a Dafne y ésta asintió con las manos en la cadera.
—Muchas gracias, sí que me vendría bien.
Sr Williams apareció detrás de su esposa y se asomó para buscar a la niña con la mirada, encontrándola en mis brazos.
—Un día de estos os vais a ganar un par de bastonazos, jovencita—. Le dijo a la niña con aire amenazador, enarbolando su bastón pero la niña soltó una carcajada.
—Es el mismo demonio. —Le dijo su esposa y este se encogió de hombros, deshaciéndose de la responsabilidad—. Le hemos dicho a la pobre, “Mira, esa es la casa de Willem, ahí vive él” y la condenada ha salido corriendo como si la persiguiesen los demonios. Cuando quise darme cuenta ya estaba en vuestra puerta.
—No es ninguna molestia. Ya sabéis que siente predilección por mí. —Dije orgulloso y su padre me sonrió ladino.
—Y bien que a vos os gusta la predilección que tiene mi hija por vos. Es un pacto diabólico, a vos no puedo reñiros por deferencia a ella y a ella la perdono por deferencia a vos.
Amanda le acercó a Dafne el vaso con el agua y esta se lo agradeció con una sonrisa y la pose de su mano en la de mi hermana. Bebió del vaso en silencio y la niña se meció en mi abrazo.
—No volváis a salir corriendo así. —Le dije a Victoria—. ¿Qué hubiera pasado si me encontráis trabajando y la casa estuviera vacía? ¡O peor aún! ¿Y si os encontráis con el ogro de mi tío? Os hubiese comido con patatas. —Dije haciéndole cosquillas en la barriga, pero ella no parecía tener miedo de mis palabras. Más bien parecía divertida.
—¿Esta es vuestra casa? —Preguntó mirando alrededor. Temí decepcionarla pero asentí.
—Es pequeña, lo sé. No es tan bonita como la tuya. —Mi hermana miró a la niña con ternura y ella le devolvió esa mirada.
—No. Me gusta. —Sentenció y aquello solo hizo que mi casa tomase una nueva valoración. Mi hermana se sonrojó—. ¿Vuestra hermana? —La señaló.
—No señales. —Le dijo su padre haciendo sonar su bastón contra el suelo—. Es de mala educación.
—Sí, así es. Es mi hermana. La mayor de las dos. Tengo otra que está trabajando en el huerto. Se llama Amanda.
Como meditando mis palabras miró a mi hermana, me miró a mí y después volvió a mirar el entorno, como buscando los hilos que nos uniesen a todo y a todos. Después me volvió a mirar a mí y me sonrió dulcemente. Se recostó sobre mi pecho y no quiso saber nada más sobre nadie.
—¿A qué vuestra visita al pueblo?
—Solo paseábamos. —Dijo Sr Williams mientras removía su bastón en el suelo. Era demasiado joven para necesitar bastón, pero era un noble, aquel bastón era a veces como una extensión de él mismo—. Y también a asegurarnos de que estabais bien. Ayer…
—Ya. —Dije, cortándole a mitad de la frase. Le lancé una mirada en que le supliqué que no hablase de ello y menos delante de mi hermana, que estaba expectante a todo y desde luego que caló aquella mirada mía—. Siento que fuesen ayer a perturbaros. Parece que si desaparezco un par de horas el pueblo entra en pánico. —Dije sonriendo pero mi hermana chasqueó la lengua.
—¡Nueve horas! Estuvo fuera de casa nueve horas.
Sr Williams y su esposa se cruzaron una mirada y después me miraron los dos con una expresión de pasmo y asombro, pero no vi en sus rostros nada del enfado o la preocupación que pudieron albergar mis paisanos. Al contrario, ni siquiera parecían querer reprenderme. Sin hablar más del tema Dafne le devolvió el vaso a mi hermana que lo dejó a un lado en la cocina y la niña en mis brazos jugueteó con mis cabellos. Alcancé su manita y amenacé con mordérsela. Pero no se asustó. No recuerdo haberla visto nunca asustada. Ella se reía, me extendía el puño cerrado sobre dos de mis dedos y se dejaba acariciar por mis dientes. Incluso gruñí, pero parecía más divertida que asustada. Al final le besé el dorso de la mano y pareció incluso decepcionada, pensando de verdad que le mordería la manita. Aquella manita, con un dulce y penetrante olor a vainilla. Intenso y empalagoso. Toda ella olía a eso.
—Seguiremos con nuestro paseo. —Musitó de repente Sr Williams volviendo a tronar su bastón contra el suelo—. ¿Deseáis acompañarnos? —Me preguntó y rápido cayó en mi hermana. Vos estáis también invitada si lo deseáis.
—¡Oh! Gracias, pero no, no. No puede ser. Tengo que ayudar a mi hermana con el huerto. Ella sola no puede con la azada.
—Bien, ¿Capitán? —Me preguntó a mí de nuevo y yo moví el rostro hacia mi hermana que con un ademán afirmativo me dejaba marchar con él sin reprimendas pero en una mueca de su expresión noté que no le hacía demasiada gracia el hecho de que volviese a escabullirme.
Dejé a la niña en el suelo que rápido acudió al abrigo de su madre, pero tan rápido como acudió a ella salió al exterior para corretear de nuevo. Yo me puse el abrigo y el sombrero y mi hermana me ajustó el cuello del abrigo escondiendo el de la camisa.
—No vuelvas tarde, como ayer. —Dijo, pero de seguro quiso decir “no vengas oliendo a limón y me digas que has estado persiguiendo lobos”.
—No, te lo prometo. Estaré aquí para ayudaros a la hora de la cena.
Tras salir al exterior la puerta se cerró detrás de nosotros y la niña regresó a nuestro lado. Me extendió la manita y yo se la estreché. Correteaba a mi lado pero si irse más lejos de lo que mi brazo le permitía. Saltaba, bailaba, se relajaba y vuelta a empezar. Señalaba de vez en cuando y otras me tiraba del brazo para decirme algo inconexo que tal vez con su propio flujo de pensamiento tuviese algo que ver. Yo asentía e intentaba hacer un esfuerzo por entenderla, pero era siempre en vano.
—Ayer nos preocupamos cuando el alcalde se acercó hasta nuestra casa para preguntar por vos. —Dijo Dafne, cortando el silencio y yendo directa al tema. A su esposo se le daba bien irse por las ramas y divagar. Ella no tenía paciencia para ello. ¿A quién se parecería su hija en un futuro?
—¿Qué estuvisteis haciendo? —Preguntó su marido.
—Solo estaba peinando la zona. Se han visto unos cuantos lobos y solo les estuve siguiendo. Me descuidé, perdí la noción del tiempo y cuando llegué a casa me recibió una bofetada de mi hermana. Creo que eso es castigo suficiente por mi descuido.
—Tened más cuidado la próxima vez. —Dijo Sr Williams—. Cuando es muy de noche uno puede confundirse en los bosques y perderse. Nos teníais preocupados. Nos dijimos, si no está en el pueblo y tampoco está aquí con nosotros, ¿dónde se habrá metido este hombre? De seguro se ha quedado por ahí, tirado por su caballo, inconsciente o algo peor.
—Mi caballo es cuidadoso conmigo. No creo que me hiciese algo así.
—Si se encuentra con una manada de lobos ya os digo yo que bien os arrojaría al barro para deshacerse de vuestro peso y saldría escopetado, dejándoos a vos como aperitivo para los lobos. Y bien dijisteis que habíais ido en busca de lobos. Sed más cauto la próxima vez. aún sois un pillastre.
—No soy mucho más joven que vos. —Dije pero él me sonrió ladino.
—Pero yo no voy en busca de lobos por aburrimiento. —Yo rodé los ojos
…
Pasadas las cinco y media cuando todo empezaba a oscurecerse y las chimeneas ya expulsaban los humos que se mezclaban con las nubes del atardecer los William dieron por terminado su paseo en el pueblo y se empeñaron en acompañarme a casa de vuelta. Nos habíamos sentado en la plaza, habíamos dado varias vueltas a la iglesia, incluso habíamos salido de las murallas, pero cuando nos acercábamos a mi casa la niña ya estaba cansada de andar y la llevaba yo en mis brazos, medio desmayada.
—¡Cenará una sopita de cebolla deliciosa y se meterá en la cama en un plis! —Decía su madre, contenta de tenerla ya fatigada—. Dormirá como un angelito esta noche.
Cuando llegamos a mi puerta yo le pasé la niña a su madre y esta me sonrió con ternura como gesto de despedida. Solo Sr Williams se quedó a mi lado en la puerta hasta que hube abierto. Mi tío aún no había regresado pero mis hermanas ponían la mesa. Apenas habían comenzado a hacerlo. Lili se sorprendió de ver a Sr Williams a mi lado, con su esposa unos pasos más atrás cargando a la niña a quien acunaba. Los saludó a ambos con una mirada y se acercó a nosotros con una expresión risueña. Se secó las manos en el mandil y me puso una mano en el hombro.
—¡Podéis creer los disgustos que nos da este descerebrado! —Dijo mi hermana Lili mientras se dirigía al Sr Williams que asentía dándole toda la razón—. Espero que le hayáis reprendido.
—¡Claro que sí! —Le dijo con una sonrisa—. La próxima vez que se le ocurra preocupar aunque sea un ápice a sus dos preciosas hermanas le he prometido unos cuantos azotes con mi bastón. —Meneó el bastón en su mano y mi hermana se desternilló. Amanda, dentro de casa, habiéndolo oído también, se reía igual.
—¡Ah! Sr Williams, Quería daros a usted y a su esposa las gracias por las manzanas de hace una semana. Estaban deliciosas.
—¿Manzanas? —Preguntó Sr Williams y yo sentí un escalofrío recorrerme, tal como el día anterior con la visión de los dedos de mi hermana mayor enharinados por los restos de harina de mi traje. Rápido miré a Sr Williams con una sonrisa y un asentimiento, como si esperase de él también aquella respuesta. Él se volvió a mí y rápido se sobresaltó, golpeándose la frente con una fingida sorpresa—. ¡Claro! Es cierto. ¿Las que os trajo vuestro hermano? —Lili asintió—. Espero que las hayáis disfrutado. No se ven muchas manzanas por el pueblo y pensé que no os haría mal probarlas.
—Estaban realmente buenas. Muchas gracias. —Terminó mi hermana, se despidió y se ocultó de nuevo en el interior de la casa. Yo me quedé frente a Sr Williams con una mueca que quería ser de una sonrisa de agradecimiento por su mentira bien improvisada pero al mismo tiempo de disculpa por haberle hecho partícipe de mis mentiras. Pero lo único que pude transmitirle fue una media sonrisa atemorizada por verle sonreírme maquiavélicamente.
—Con que lobos, ¿eh? —Sonrió perverso y sentí como su mirada se asomaba al abismo que había construido entre sus mentiras y las mentiras de mi familia. Como se asomaba perversamente a la realidad y se sonreía malvadamente. Sin más se retiró, se acercó a su mujer y se marcharon con él poniéndole la mano sobre sus hombros. Él le decía—: ¿Sabes qué? A partir de ahora tenemos manzanos. Son invisibles pero las manzanas que dan son rojas y bien hermosas.
—No me digas… —Se sonreía ella con picardía—. Pues a ver como los podamos si no podemos verlos…
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