TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 13
Capítulo 13
“Pacto de Fuego”
York, Inglaterra, 1620.
28 de febrero de 1620
La cocina limpia, todo ordenado y lavado. Secado y brillante. Los pastelitos reposaban en la bandeja donde ella puso la vez anterior los pasteles que yo le traje y los cubrió con la vitrina de cristal. Después de ordenarlo todo había quedado la casa en silencio. Al parecer ir y venir con trastos y el batir y el remover, hacía el ruido suficiente como para llenar la casa entera. Pero ahora que estábamos lavándonos las manos después de todo el trajín la casa había enmudecido. El sol había comenzado a descender y al mirar a través de la ventana me di cuenta de que me había ido de mi pueblo solo por el placer de verla, y ese placer me había transportado a otra dimensión donde el tiempo corría de forma muy diferente, en silencio y comunión, mientras que en mi poblado todos debían de estar buscándome o incluso enfadados por haber desobedecido mis tareas laborales. De súbito lo pensé, no me importaba en absoluto si no podía volver. No deseaba hacerlo. Esa determinación me llenó momentáneamente de coraje.
Ella me había estado escrutando con la mirada y me había pillado mirando el horizonte, hacia donde el sol desaparecía poco a poco.
—¿Tenéis que iros?
—¿Deseáis que lo haga? —Le pregunté con toda la sinceridad que pude.
—Sois el capitán. —Dijo con verborrea—. De seguro que tenéis cientos de obligaciones que atender y yo no deseo ser un entretenimiento que os distraiga de ellas.
—No me distraéis. Al contrario, me reconforta estar aquí. Lo necesitaba. —Fueron las primeras palabras serias que le dirigí, y ella me respondió con la misma seriedad.
—Y vos aliviáis mi soledad, pero no deseo importunaros. Os he hecho que os manchéis las manos de harina.
—Me las limpiasteis de barro. —Nos quedamos mirando el uno al otro con la luz anaranjada del ocaso penetrando por toda la cocina. Era hora de empezar a encender las velas si no quería quedarse completamente a oscuras. Pensé en ello pero ella me miró con pena.
—¿Seguro que no debéis atender algo más importante?
—Seguro. Si vos queréis que me quede, me quedaré. Si deseas que me marche, me marcharé con la misma diligencia. Incluso me siento culpable de haberos estorbado tanto hoy. De seguro que me habéis visto como un entrometido.
—Nada más lejos de la realidad. —Medito—. ¿Os quedáis a cenar? Hice sopa de verduras con caldo de pollo al medio día y me sobró como para dos platos más. Solo tengo que ponerlo al fuego.
—Si queréis que me quede, estaría encantado. —Ella terminó por sonreírme y asintió dándolo por zanjado—. Dejadme que encienda unas cuantas velas. Oscurecerá enseguida.
Rescaté de una esquina de la cocina dos portavelas con los cirios a la mitad. Los encendí con el fuego de la chimenea y los puse sobre la mesa. Ella había desaparecido. Me quedé mirando hacia la oscuridad de la habitación contigua, con una puerta medio abierta pero por la que de seguro que no había pasado, pues estaba así desde que habíamos entrado. Las escaleras que llevaban a la parte superior de la casa estaban en completo silencio y la oscuridad también penetraba por ella o más bien descendía de ella. Unos pies comenzaron a descender y después el borde de su falda. Era ella, con dos portavelas más apareciendo de nuevo hacia la luz. Sentí un repentino impulso por mirar en cada una de sus habitaciones, en todos sus muebles y armarios. Mirar en todos los cofrecillos y en cada una de las cajitas. Oler todas las botellas, meter las manos en todos los bultos de ropa. Quería impregnarme de ella como pudiera, quería conocerla entera, saberlo todo sobre ella, y conocer al fin el potenciar de sus habilidades. Quería hostigarla como a un caballo para saber cuán rápido podía correr, y al mismo tiempo me aterraba la posibilidad de que me superase a mí en todos los aspectos posibles, dejándome en la nada. Incluso a mi Dios podría dejarlo atrás. Dios. ¿Conocería a ella a Dios? No me atrevía a preguntárselo.
La cocina se iluminó con el resplandor de las velas y el de la chimenea. Las dos velas que había traído ella las había dejado por los alrededores, no en la mesa. Iluminaban levemente la puerta de entrada, la de la habitación contigua y parte del mobiliario, pero las escaleras seguían manteniéndose a oscuras. Ella se fijó en que yo miraba demasiado alrededor y se sonrió.
—¿Cómo es vuestra casa? ¿Tan diferente es de la mía? —Asentí, sintiendo que podía estar leyéndome la mente en todo momento—. ¿En qué aspecto?
—Es más… pobre. —No estaba seguro de que esa fuese la palabra. La mansión de Sr Williams era rica en comparación a mi casa, pero la de ella, era simplemente maravillosa. Hogareña.
—Hum. —Dijo pero yo ya tenía otra palabra en mente.
—Hogareña. La tuya es más hogareña.
—¿Sí? —Preguntó más al aire que a mí. Meditó profundamente unos instantes, sentada delante de mí en la mesa. Tenía los codos apoyados en la madera y el rostro sujeto en sus manos. Ahora, iluminada por la noche y el resplandor de las velas, era tal como la había conocido. Y así era perfecta. Mucho más de lo que lo había sido en todo el día. Me miraba directamente, con la expresión sosegada, cansada pero feliz. Pensativa y con los oscuros ojos iluminados como azabaches enfocados en mí. Sus mejillas se hundieron en sus manos, me hubiera gustado ser a mí a quien se las entregase, tal como se sostenía a sí misma en sus palmas—. ¿No deseáis volver a casa?
—Tal vez no. —Dije triste. Crucé mis manos sobre la mesa y ella me miró de arriba abajo pero sin mirarme a mí. La sopa burbujearía en pocos minutos.
—Si me ayudáis tanto como hoy, podéis pasaros siempre que queráis a verme. —Dijo con toda la sinceridad que pudo pero aún así yo negué con el rostro, sumido en profundas reflexiones.
—Sigue siendo mi casa. No puedo evadirme de ella como si no significase nada. Alguna vez tendré que enfrentarme a ella.
—Pensé que tus hermanas eran un encanto. —Ella sabía que no era por la propia casa. —¿Tenéis hambre? Ya está la sopa. —Yo me levanté y me señaló el puchero—. Cuidado, no os queméis.
Yo asentí mientras cogía unos cuencos que ya le había visto antes y primero serví un par de cazos para ella y después con otro cuenco en las manos me serví otros dos cazos a mí. Apenas si quedó algo en el puchero. Los coloqué en la mesa, le extendí una cuchara y después retiré el puchero del fuego para que no se siguiese calentando. Cuando me hube sentado me di de súbito cuenta de que era la primera vez en mi vida de que la mujer se había quedado sentada y yo me había levantado a servir una cena. Ella me miró con una sonrisa y eso fue suficiente regalo por mi esfuerzo. Me sentí repentinamente recompensado y supe que volvería a hacer aquello todas las veces que me lo pidiese solo por una sonrisa más. Al poco se levantó ella para traer unos vasos vacíos y se sumergió en un mueble a ras de suelo para sacar una botella de vino. Aquello fue toda una sorpresa porque era una botella de vino que parecía nueva. No tenía etiqueta pero el corcho tenía un sello y le faltaba al menos la mitad del contenido.
—No bebo vino. —Le dije mientras ella se acercaba a la mesa con la botella. Se sorprendió de mi reacción y con una sonrisa se encogió de hombros.
—¿Os importa si yo me sirvo un poco?
—En absoluto. —Ella se sirvió vino en el vaso y yo rescaté la jarra de agua, sirviéndome de esta. Cuando nos sentamos a comer no dijimos nada ninguno de los dos.
La sopa caliente me templó el cuerpo y el sabor era delicioso. Me pregunté si habría algo en su casa que no fuese bello, dulce o delicioso. Cuando terminamos la sopa nos quedamos mirando el uno al otro, a la luz de las velas.
—¿Cómo es que tenéis vino? —Pregunté con una sonrisa—. No sabía que teníais también viñedos.
—No los tengo.
—Hum. —Dije, pensativo—. No tenéis viñedos pero tenéis vino. No tenéis abejas pero tenéis miel. Sois sin duda muy interesante.
—¿No iréis a interrogarme? —Pregunto divertida, pero en el fondo, tal vez algo preocupada—. Aquí no tenéis jurisdicción como capitán.
—Y aunque la tuviera, no osaría interrogaros por tal tontería. Sin embargo me dejáis con la duda.
—Más os asaltarán cuanto más tiempo paséis aquí. —Dijo divertida.
—Entonces habré de acostumbrarme a esa incertidumbre.
Ella se levantó y retiró los platos para verterlos en el barreño con agua. Después acercó la bandeja con la casi docena de pasteles que habíamos hecho y la puso en medio. También acercó un cestito con manzanas. Las mismas que había visto unos días antes. Ya era casi de noche.
—He sentido, casi de forma súbita, que estoy aprovechándome de tu amabilidad. —Ella no dijo nada. Se limitó a escucharme y coger un pastelito—. Entrando en tu casa así de esta manera, tocando tus cosas, sirviéndome de tu comida, y yo apenas te he traído un par de pasteles y un poco de pan. —Ella meditó—. Y al mismo tiempo siento pena porque tal vez solo lo hagas porque te sientes sola tanto tiempo en esta casa, sin contacto con más gente.
—Tal vez. —Dijo ella encogiéndose de hombros. No le habían afectado para nada mis palabras. Más me afectó a mí su indiferencia—. Es un trato justo, ¿no? Yo te invito a comer y tú me regalas tu compañía.
—Pero eso no podrá ser recíproco. Yo nunca podría llevarte a mi casa, o invitarte a comer…
—No es necesario. —Sentenció ella con rotundidad—. Ya me pagas con tu presencia.
—No valgo tanto como para ser un precio justo.
—Para mí lo vales. —Suspiró y se encogió de hombros, acercándome la bandeja para coger un pastel—. No me miréis como una pobrecita. Y tampoco penséis que estoy haciendo las cosas porque me siento intimidada u obligada. Si no quisiese que estuvieseis en mi casa bien os hubiese echado a palos. —Dijo riendo—. Podría recordaros que estáis en mis tierras y que ante cualquier juez estaríais invadiendo mi espacio. Y si pensáis que por ser un hombre no os golpearía o no me defendería, estáis muy equivocado. Si puedo lidiar con los cerdos y las gallinas también puedo con un hombre. —Alzó el mentón orgullosa y yo le sonreí.
—No tengo intención ninguna de haceros daño.
—Ya lo sé. Por eso os dejo entrar en mi casa.
…
Cuando fue noche cerrada y la ayudé a lavar y recoger todo al fin me marché. Hacerlo no fue tan doloroso como me hubiera imaginado pues más me dolía permanecer en su casa, aprovechándome de su caridad. Sin embargo a medida que me alejaba de su casa y me acercaba al poblado más me arrepentía de haberme marchado e incluso me pregunté si ella me hubiese permitido dormir en el suelo de la cocina con tal de no regresar nunca a mi casa. Pero ya era inevitable.
Cuando dejé el caballo en el establo todo estaba en silencio, no se oía nada por ninguna parte. Las campanas de la iglesia acababan de dar las nueve de la noche. De seguro que todos estaban ya dormidos en sus casas y el único que estaría despierto sería Dios, vigilando el sueño de todos. Atravesando la puerta de casa una bofetada me recibió, tal fue que me derribó el sombrero de la cabeza, y mi hermana mayor se atusaba la mano después del golpe. Yo mismo no entendí que estaba sucediendo, atónito como estaba, por tal recibida.
—¡¿Se puede saber dónde estabas?! —Me preguntó Amanda con la voz quebrada y angustiada. Después se dirigió a Lili—. Vea buscar al tío y a los demás. Diles que ha regresado ya a casa.
—¡Qué clase de recibimiento es este! Un día haréis que se me salga el corazón por la boca. —Dije y Lili salió por la puerta a todo correr.
—Nos has tenido a todos en un ay. A nosotros sí que se nos va a salir el corazón. ¿Dónde has estado? No has aparecido por el pueblo desde la hora de comer. En la casa de comidas nos dijeron que marcharse pasadas las doce y media, te vieron salir del pueblo y hasta ahora. ¿Se puede saber qué demonios te pasa?
—¿Ha ocurrido algo que requiriese mi ayuda? —Le pregunté pero ella pareció que no me lo estaba tomando enserio. Me atusé la cara en el lado en donde me había golpeado y recogí mi sombrero del suelo.
—Incluso han ido a preguntar a casa de Sr Williams y no ha sabido darnos tu ubicación.
—No hacía falta molestar a Sr Williams. Él no es mi cuidador.
—¡Willem! —Gritó ella exasperada y yo me pasé la mano por la frente, comenzando a sentir un sudor frío que me recorría el cuerpo. Ella suavizó la expresión y me abrazó con fuerza, al fin recobrando un poco la compostura después de haber soltado la rabia y el miedo.
—No tenéis que preocuparos tanto por mí. Soy ya un hombre, sé apañármelas solo.
—Habías desaparecido. ¿Dónde has estado tantas horas?
—Ayer me dijeron que habían visto unos cuantos lobos a unas leguas del pueblo y he estado recorriendo los terrenos en busca de ellos.
—Pero si no te has llevado la escopeta. —Dijo ella, indagando, como hurgando en una herida mal curada. Odiaba dar explicaciones, y más que me interrogasen. Alcé el mentón en señal amenazante pero ella no pareció notarlo.
—He dicho que he ido a mirar, no a cazar.
—¿Nueve horas has estado mirando? Sr Williams dijo que no te has pasado por su casa en todo el día.
—Nueve horas. Diez. Veinte. ¿Qué importa? Mi trabajo es cuidar a este pueblo, ¿acaso no puedo hacer mi trabajo sin tener que dar explicaciones a todo el mundo?
—No has pasado a cenar, ni siquiera a avisar. ¿Has cenado? Claro que no. ¿Dónde habrías de hacerlo? No tenemos comida. Ni siquiera queda una miga de pan que llevarse a la boca.
—¡Cálmate! —Grité, exasperado y ella pareció sosegarse unos segundos. Tomó aire poniendo las manos en las caderas y aproveché para dejar el sombrero en el perchero y quitarme el abrigo. Cuando me volví a ella se me quedó mirando con extrañeza y casi podía sentir como se me clavaba su pensamiento en el cogote. Rápida y veloz como una gacela me sujetó de la pechera del chaleco y sacudió unas cuantas briznas de harina que ella misma reconoció, frotándola contra sus dedos. Habría sido absurdo decirle que era nieve.
—¿Qué es esto? —Preguntó mientras se restregaba los dedos notando el espesor del polvo y su color. Después se los acercó a la nariz y olfateó. Acto seguido me tocó el cuello de la camisa, el cuello, y terminó por acercar su nariz a mí como un sabueso buscando pruebas del delito. Me tensé al instante y sentí un segundo escalofrío recorrerme. Sus palabras fueron más certeras de lo que hubiese imaginado—. ¿A qué hueles? ¿Por qué hueles a limón y lavanda?
La aparté de mí de un manotazo y se quedó estupefacta con mi gesto. Sentirme así de diseccionado era una crueldad, viviseccionarme de aquella manera me estaba matando y más viniendo de mi hermana mayor. Me lanzó tal mirada de sorpresa y miedo que yo mismo enmudecí. No tenía palabras para explicarle, tampoco deseaba tener que excusarme con nada, y mucho menos mentirla.
—¿Dónde has estado? —Preguntó, esta vez mucho más seria y temerosa. Más consciente de que no había pasado peligro alguno pero conocedora de que albergaba yo un secreto que no era capaz de revelarle. En ese instante entraron por la puerta mi tío y el alcalde. El rostro de preocupación que parecieron portar al principio desapareció nada más verme pero pronto comenzó la ira y el enfado, igual que con mis hermanas.
—¡Muchacho! Eres un inconsciente. Nos has tenido preocupado. ¿Se puede saber dónde te has metido todo el día? —Preguntó mi tío con rabia pero con un deje de cariño, fingido por la presencia del alcalde.
—Estuvo peinando la zona. Le ha estado siguiendo la pista a varios lobos. —Dijo mi hermana. Yo la miré con sorpresa y ella me devolvió una sonrisa triste. Lili entró por la puerta. Lo había oído.
—¡Lobos! —Dijo ella con espanto.
—¿De verdad? —Dijo el alcalde preocupado—. ¿Has visto lobos por la zona?
—Al suroeste. —Mentí. Ellos dudaron.
—No te llevaste la escopeta. —Dijo mi tío pero yo me encogí de hombros.
—No pensaba encontrarme con ninguno pero los hallé y los estuve siguiendo. Se me hizo tarde y al final de noche. Siento haberos tenido a todos en vilo. No volverá a suceder. Avisaré antes y en caso de que se den las tantas, por favor, no temáis por mí. Sabéis que no va a sucederme nada malo.
El alcalde optó por volverse a su casa y cuando nos hubimos quedado la familia a solas mi tío me lanzó una mirada en la que pude asegurar que no se había creído nada de lo que le había dicho pero tampoco le importaba en absoluto donde hubiera estado o con quien. Mi hermana mediana rebuscaba algo en la cocina para darme de comer pero yo me negué. No tenía apetito y solo quería irme a la cama. Así terminó aquel día: en un lanzamiento de mentiras y miradas cómplices.
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