TRANSMUTACIÓN [Parte II] - Capítulo 10

 

Capítulo 10

 “Pacto de Fuego”

York, Inglaterra, 1620.

27 de febrero de 1620

 

Las manzanas adornaban un pequeño cestillo de mimbre en medio de la mesa del salón. Mis hermanas las admiraban con sonrisas y miradas radiantes, con expresiones de felicidad que bien podrían haberme hecho volar de alegría. Estaban casi tan brillantes como las propias manzanas. Mi tío sin embargo las despreciaba, apenas si les había lanzado una despectiva mirada y después me interrogó sobre ellas.

—Me las han regalado los Williams. —Dije mientras mis hermanas se dedicaban a poner los platos en la mesa para la hora de la cena. Toda la casa apestaba a carne chamuscada.

—¿Los pasteles de la casa de comidas que la señora Leo ha apuntado en mi cuenta también eran para los señores pecadores?

—Para ellos también. —Solté, recostándome en el asiento con desgana—. Fue el cumpleaños de su hija.

—¿No tienen ellos dinero para comprarse todos los pasteles que quieran? —Inquirió mi tío y Lili me lanzó una mirada entre preocupada e incriminatoria. No le alegraba saber que nos habíamos gastado algo del dinero en unos desconocidos faltándonos a nosotros comida que llevarnos a la boca, pero en cierto modo le entusiasmaba que hubiera sido mi tío quien los hubiese pagado de su propio bolsillo. No me arriesgaría a volver a repetir aquella maniobra, pero por una vez no había estado mal improvisado.

—Claro que tienen. También lo tienen para invitarme a mí a cenar y a comer de vez en cuando.

—Pues que se ahorren sus invitaciones. —Soltó, casi escupió, mirándome con desprecio. Yo le devolví la mirada y él se extraño de aquel encontronazo.

—Si tuviésemos nosotros dinero tal vez pudiera invitarlos a esta casa. —Dije, casi al aire. Mis hermanas se volvieron en silencio hacia nosotros, desde la cocina como estaban—. Pero como parece que no nos sobra, pues me limito a ser invitado y abusar de su confianza, agradeciéndoles de vez en cuando con algún detalle.

—De su caridad, querrás decir.

—¿Y sabéis qué, tío? Me resulta extraño que en la despensa apenas tengamos cuatro patatas y una cebolla podrida cuando entran dos sueldos en nuestro hogar. ¿Entran, acaso? ¿O se van por el desagüe de la casa de comidas?

—¿Estás intentando decirme algo, mocoso? —Dijo, irguiéndose en su asiento pero al ver que yo no me movía, él no se lanzó sobre mí.

—Sabes bien que estamos pasando penurias, nuestro tejado necesita una buena reforma porque este invierno se han abierto varios agujeros. Necesitamos comida y recuperar animales que hemos malvendido para llevarnos algo de pan a la boca.

—Esos animales los han vendido tus hermanas.

—Para que tengáis un poco de pan negro y duro que llevaros al buche mientras que después os allegáis a la casa de comidas a beber y despotricar con vuestros amigos que bien harían en atender sus hogares más que habitar día y noche la taberna.

—¿Se puede saber qué quieres de mí? Te he conseguido un trabajo en el ayuntamiento, te he mantenido desde que eras un crío porque tus padres murieron, trágicamente los dos. Os he cuidado como a mis hijos. ¿Y ahora me echas en cara que gasto como bien quiero el poco dinero que me gano tan honradamente?

—Tal cual lo has dicho. —Asentí, tranquilo, confiado en que mi tono le pondría nervioso en vez de enfadarle. Estaba consiguiendo lo contrario—. Yo también trabajo en el ayuntamiento y bien podría hablar con el alcalde para que fuese conocedor de las penurias que pasamos. ¿Qué pensaría el pueblo si uno de los secretarios desatiende los cuidados de su casa y de su familia en favor de gastarse el dinero en vino y comida en la taberna?

—No juegues conmigo, muchacho. Porque de la misma manera que conseguiste el trabajo, también puedes perderlo.

—Al menos yo soy joven, y fuerte, y podría dedicarme a cualquier otra tarea para ganarme la vida. Sois vos quien si perdiese su posición en el ayuntamiento lo pierde todo.

Ante mis palabras dio un manotazo al aire tirando con ello la cesta de manzanas que bien podrían haber estado poniéndole más nervioso que yo. El cesto cayó y las manzanas se desparramaron por el suelo todas. Rodaron, se alejaron y chocando con las paredes. Aquello hizo que me subiese a través del pecho un ardor y una impotencia cegadoras. Me puse en pié y él me imitó, amenazante.

—Os doy ahora mismo dos opciones. —Dije, sentenciando la conversación—. U os administráis mejor vuestros ingresos y dejáis parte de ellos para la casa, no menos del veinte por ciento, o bien os largáis de mi casa.

—¡Tú casa! —Dijo con una gran risotada—. ¡Qué chiste tan bueno!

—¡MI CASA! Si no vais a aportar dinero para el hogar no gozaréis del privilegio de vivir aquí. Con vuestro dinero bien podéis iros a vivir a otra parte, haceros construir una casa o una pocilga, que para el tiempo que vais a estar en ella lo mismo os vale. Así con mi sueldo podré mantener a mis hermanas en condiciones, pues nos habremos librado de un gran lastre.

—Se te llena la boca con injurias. —Dijo, más calmado y sentándose de nuevo. Amanda recogía las manzanas de suelo en silencio y Lili traía el puchero a la mesa. Ninguna de las dos nos miraba directamente pero no se habían perdido una sola palabra—.  Bien os haría un buen escarmiento.

—Comamos. —Dije mientras mi hermana mayor me servía del puchero al plato. Patatas guisadas con un poco de carne. Casi inexistente—. Quedáis advertido tío. Si vos no tomáis las riendas de esta familia habré de hacerlo yo. Vuestra presencia no es sino de autoridad. Que quede claro.

 

 

La casa de Sr Williams estaba iluminada por una vela que titilaba en el interior de la sala principal. No había avisado de mi visita pero tampoco esperaba estorbar. Varios de los trabajadores que había contratado estos últimos meses para sembrar y allanar algunos de sus terrenos se marchaban ya a sus casas por el camino que bordeaba la finca. Reían, contaban algo divertido y se desternillaban con un hacha y una hoz sobre los hombros. Parecía que recién habían cobrado su semana de trabajo y cada uno se trasladaba ya a cenar a sus casas. El propio Sr Williams me dijo que había contratado a varios del pueblo cuando llegó pero que eran muy problemáticos. Así que viajó a provincias cercanas preguntando por trabajadores que quisiesen instalarse en un terreno apartado de sus fincas en humildes casas pero con buenos sueldos y un prospero futuro en sus tierras. Algunos llegaron, incluso con sus familias, para instalarse. Trabajadores honrados, decía él, con nada más que sueños y ganas de trabajar. No como mis paisanos, llenos de veneno y avaricia.

Yo mismo llevé el caballo al establo y allí lo dejé conduciéndome después a la puerta principal, sujetando un pequeño paño con varias manzanas en el interior. Me divertí pensando que en menos de un día aquellas manzanas habían recorrido la provincia entera y más. Golpeé repetidas veces la puerta y el propio Sr Williams me recibió, con sorpresa pero con algo de preocupación reflejada en su semblante.

—¿Capitán? ¿Cómo es que decide usted visitarnos a estas horas?

—¿Soy una molestia? —Pregunté con una mueca angustiada pero él sonrió como un chiquillo que recibe a un amigo en su casa a las seis de la tarde tras tirarle piedras a la ventana desde la calle. Pasó un brazo por el mío y me invitó a entrar con una efusiva bienvenido.

—Usted es siempre bienvenido en nuestra casa. ¡Excepto si trae malas noticias! Entonces debe quedarse fuera.

—En vez de malas noticias, os traigo manzanas. —Dije mostrándole cinco manzanas escondidas en un paño. Él las miró radiante y al observarlas mejor alzó una ceja perplejo. No dijo nada sin embargo y las cogió con sus manos para llevarlas consigo al salón, donde su esposa le leía un cuento a la niña que se había sentado en el regazo de su madre.

—Tenemos visita, amor. —Dijo Sr Williams mientras me conducía con él al salón. Su mujer levantó la vista con la misma preocupación con la que su marido me había recibido al llegar pero después al reconocerme me sonrió cándida. La niña estaba medio dormida, así que apenas reparó en mí. Su madre me indicó con un gesto que no hablase demasiado alto y con un ademán de su cabeza me saludó—. Nos ha traído manzanas. —Dijo su marido con una sonrisa malévola que me extrañó, pero su mujer no dijo nada. Murmuró un “Gracias” y después de dejar el libro en el sofá levantó a la niña en brazos y se la llevó arriba para acostarla.

—Siento de veras si he llegado en mal momento. —Volví a disculparme.

—Sin avisar, sin ser invitado, y a estas horas de la noche. ¿No me creeréis tan tonto como para pensar que venís solo de visita?

—La verdad es que no podía estar más tiempo en casa. —Hice un ademán de sentarme pero él me lo negó con un gesto de la mano.

—Dejad que os convide a algo. Sé que no tomáis alcohol. ¿Os apetece un vaso de leche o algo de zumo? Esta mañana hicimos zumo de uvas. Nos salió un mosto delicioso.

—Me encantaría. —Dije, asintiendo con media sonrisa. Después de todo lo ocurrido en casa aquellas muestras de amabilidad eran como salir de un lago en donde me estaba ahogando y respirar algo de aire.

—Entonces habréis de acompañarme hasta la cocina. —Dijo sonriéndome y se sirvió él primero una copa de brandy y después le seguí hasta las cocinas. Allí dejó su copa en una mesa que hacía las veces de isla central y rebuscó hasta dar con una copa. Después de una tinaja que había en el frío suelo vertió de ella un mosto dorado que olía delicioso. Me lo extendió y lo probé. Su esposa apareció por la puerta con una sonrisa pero la mirada agotada.

—¿Ya me estáis atracando la cocina?

—Lo siento, amor mío. —Dijo él con una expresión radiante—. No he podido dejar de ofrecerle algo de beber.

—Yo me voy a la cama ya. Supongo que tendréis cosas de las que hablar. —Me miró con esa expresión que tanto miedo me daba en ella que me hacía creer que podía oler mi miedo y mis intenciones—. No habléis muy alto.

—Descuida. —Dijo él y regresamos al salón. Allí la chimenea chisporroteaba levemente y Sr Williams se encargó de avivar un poco el fuego. Era la única luz en toda la estancia, y era más que suficiente. Nos sentamos cada uno en una de las butacas al lado del fuego y él dio varias vueltas al contenido de su copa. Después se la quedó mirando unos instantes.

—Gracias por recibirme.

—Sabéis que sois bienvenido siempre. Además, yo soy un animal nocturno, así que no me desvelaré más de lo normal. —Asentí, conforme—. Venga, soltadlo ya. Despotricad y quejaos.

—¿Parece que vaya a explotar?

—Más bien parecéis hundido.

—Así me siento. No os quepa la menor duda. Me siento abatido. Ha sido un día muy largo.

—Y sin embargo no parece que queráis que termine aun. —Meditó divertido.

—He venido no solo a desahogarme, sino también a haceros una consulta.

—Temas legales, ¿eh? Eso es que es importante el asunto.

—Más o menos. Solo es una consulta.

—Adelante. —Dijo, dando un largo trago a la copa.

—Cuando mi madre murió la casa en la que vivimos mis hermanas y yo pasó a ser propiedad de mi tío, donde él también vivía. No sé si mi madre se la dejó a él en herencia o si mi tío apañó algo en el ayuntamiento para que así fuese, pero por lo que sé, nuestros terrenos están a su nombre.

—Hum. —Meditó Sr Williams agarrado a su copa.

—¿Sabéis cómo podría yo cambiar en los papeles de la casa al propietario? —Ante mi pregunta se cernió un profundo silencio entre ambos. Después, él exclamó:

—¡La burocracia! Que aburrida es, ¿verdad? Y qué compleja. Y yo que estudié administración de fincas por placer. Qué locura. Mi padre me lo advertía. ¡Tienes dinero, no te hacen falta estudios!

—¿Y bien? —Pregunté, para volver a encauzarle de nuevo hacia mi pregunta.

—Para empezar quiero advertirte de que sea lo que sea que estéis tramando, yo no quiero verme demasiado inmiscuido en ello. Esta conversación queda en confianza.

—Por su puesto.

—Quisiera preguntaros los motivos por los que me habéis preguntado tal cosa, y me vaticino qué es lo que estáis tramando, pero os aconsejo que seáis cauto. Vuestro tío tiene demasiados tentáculos metidos en el ayuntamiento y aunque vos seáis el capitán de loquilandia, eso no os asegura una victoria. ¿Entendéis lo que quiero decir?

—Perfectamente.

—Bien. Teniendo eso en cuenta, os hablaré de las modificaciones en las escrituras de una casa o de un terreno. Lo primero es tener bien claro qué nombre figura en las escrituras como el propietario. ¿Lo conocéis bien? ¿Habéis leído las escrituras?

—No.

—Eso es lo primero. —Dijo, con cierto tono de reproche—. ¿Están en vuestra casa?

—Lo dudo. Ya nos las habríamos comido. De seguro que están en el ayuntamiento.

—Bien. Pues ve allí y pide que te enseñen las escrituras. Léelas al completo. Lo siguiente, si damos por hecho que es tu tío quien figura en las escrituras, en el mundo civilizado cambiar el nombre del propietario es un trabajo algo arduo. En tu poblado no sé cómo se harán las cosas, tal vez con un soborno a algún notario podrías cambiarlo sin que nadie se diese cuenta.

—¿En el mundo civilizado las cosas no son así también? —Le pregunté con sorna y él me sacó la lengua como un crío.

—Lo siguiente es el paso más complicado. Para que haya un cambio del titular, en este caso un traslado de la propiedad, ¿no es cierto? Habréis de estar vuestro tío y vos de acuerdo en dicho traslado. Es decir, él tiene que cederos a vos la propiedad. Esto habría que hacerse delante del notario pertinente y el resto queda en manos de la administración y el pago de algunas tasas y esas cosas de la burocracia.

—Madre mía. —Dije aún más abatido. El fuego chisporroteaba con ganas.

—¿Estáis pensando en ser vos el propietario?

—Sí. —Suspiré—. Pensé que no deseabais saber mis planes.

—Suenan interesantes y yo no puedo resistirme a un plan diabólico.

—No es tal. —Dije apesadumbrado—. Solo quiero tener la propiedad de la casa para tener el poder de echarle cuando me venga en gana.

—¡Ah! Pero eso no es tan fácil. La moral en este caso está por encima de la ley. ¿Verían bien vuestras gentes que echaseis de casa a vuestro tío?

—Es un tirano. —Dije meditabundo—. No aporta nada de dinero a la economía familiar. Subsistiremos con el poco dinero que gano yo como capitán. Y aún así en el ayuntamiento, por tener trabajadores de este mismo viviendo en la casa, nos eximen de la mayor parte de los impuestos, dado que estamos trabajando para la administración de la comunidad.

—¡Que locura de ecosistema tenéis montado, señor Capitán! —Yo suspiré—. Si el problema es el dinero primero debéis hablar con él y obligarle a que ayude en la economía de vuestra casa. Si aún así no cede, bien podríais denunciarlo al ayuntamiento, por deshacerse de vuestro cuidado.

—Somos ya adultos todos. —Dije—. No somos críos que necesiten el cuidado constante de un adulto.

—Cierto. —Dijo él pensativo—. Siempre podéis deshaceros de él igual que él se deshizo de vuestra madre.

—¡Eso es una locura! —Exclamé ofendido, pero él no pareció arrepentido en absoluto de sus palabras—. El asesinato es uno de los más grandes pecados que existen en el mundo.

—Los hay peores. —Dijo él con una mirada penetrante—. Pero si en algún momento deseáis libraros así del problema, solo tenéis que decírmelo. —Me guiñó un ojo y quise creer que estaba de broma—. Me encantaría participar de esas aventuras.

—La ley os juzgaría.

—La vuestra no. Yo solo obedezco frente a la realeza y la monarquía. Ante el rey y Dios. Pero no el vuestro.



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