SÍNDROME DE ESTOCOLMO (JiKook) - Capítulo 12
CAPÍTULO 12
Jungkook POV:
Estoy tumbado en la cama con la cabeza en los
almohadones y el cuerpo estirado en esta esperando por algo. En realidad por
nada, solo descansado de las emociones tan cercanas que aún tengo. Ya he
cambiado toda mi ropa, de nuevo por segunda vez hoy, y me he lavado la cara y
el pelo en las zonas sucias. La ropa que ya no necesito la he dejado en un
rincón tirada en el suelo porque no puedo salir de aquí. Espero que no comience
a apestar
Toda la ira en mi interior ha desaparecido con
los minutos. No soy una persona que conserve el rencor dentro, es más, este se
convierte en tristeza al pasar con los segundos y puedo sentirlo ahora mismo
como tengo unas ganas horribles de llorar. Siento ya de nuevo un nudo en mi
garganta pero la cerradura de la puerta suena y esta se abre apareciendo el
cuerpo de Dooly.
Yo me incorporo al instante y él apenas se fija
en mí, se limita a ver el montículo de ropa en el suelo y lo recoge volviéndose
a ir con él. Respiro aliviado por su marcha pero a la vez estoy decepcionado
porque una parte de mí esperaba que regresara a pedirme perdón.
Vuelvo a tumbarme y de nuevo a los minutos
regresa, esta vez sí, para quedarse porque canda tras su regreso. Va de aquí
para allá y yo me incorporo poniendo los pies en el suelo y mirándome las manos
sin querer fijarme en él.
Tras un rato viene a mí y su mano se dirige a
mi cara pero yo la golpeo y me aparto de él retrocediendo mi asiento sobre el
colchón. Mosqueado, insiste en su idea y su palma va a mi coronilla agarrando
todo el pelo de mi cabeza que está a su disposición. Tira de ellos, obligándome
a mostrarle mi rostro pero no es esto su interés, sino que una vez me tiene
quejándome en su mano, retira mi flequillo para dejar al descubierto parte de
mi frente.
—Será mejor que te quite ya los puntos. –Me
había olvidado ya de ellos porque apenas son dos pequeños trozos de hilo negro
a un lado de mi frente. Namjoon es muy bruto.
Me suelta, se va al baño y yo hago un pico
involuntario con mis labios mientras froto mi cabeza dolorida. Él regresa de él
con un pequeño botiquín de la mano y se arrodilla a los pies de la cama a mi
lado. Habla con dulzura pero al mismo tiempo infundiéndome respeto.
—Túmbate y pon la cabeza aquí. –Palmea la
almohada donde antes yo descansaba.
Yo obedezco sin rechistar y entrelazo mis manos
colocándolas sobre mi vientre. Él mientras, enciende una pequeña lámpara que
hay en la mesilla a nuestro lado. Una lámpara junto a un paquete de
cigarrillos, un peine, y un pequeño reloj de mesa. No entiendo para qué quiere
esto si tiene un teléfono móvil.
Retira mi flequillo con cuidado y se acerca
peligrosamente a mí pero que puedo esperar, ahora mismo soy su paciente. Le
oigo cacharrear dentro del botiquín escogiendo el mejor instrumento para
librarme de los puntos y siento todo mi cuerpo vibrar.
—¿Estás seguro de esto? Mira que como te
confundas y me saques un ojo…
—Que exagerado, sé lo que hago, no te preocupes
por nada. –Saca unas tijeras afiladísimas y unas pinzas. Se manejará con las
dos manos a la vez. Yo frunzo el ceño preocupado—. No hagas eso, —desfrunzo la
frente—, así mejor.
—¿Qué estudios médicos tienes? –No me quedo
tranquilo.
—Más que tú.
—Eso no cabe duda, yo estudio derecho, idiota.
—¿Te sirve si te digo que fui yo quien te cosió
los puntos?
—¿Quieres que conteste?
—No. Quiero que te quedes en silencio.
—Sabes que es imposible esto que me pides.
—Mejor de lo que te crees. Para algo estudias
abogacía.
—Exactamente. –Las tijeras cortan los nudos
lentamente. Haciéndome saborear cada segundo. Su sonido es extrañamente
agradable a la par que preocupante—. Háblame, por favor, no quiero ponerme
nervioso.
—¿Por qué eres tan mal paciente?
—No me gusta la sangre, ni las mutilaciones ni…
nada de eso. Ya sabes…
—Yo lo amo. –Le miro asqueado—. No lo entiendas
de esa manera, sino que no me desagradan. Es interesante. Solo eso. –Deja las
tijeras por ahí.
—¿Puedo preguntarte algo? –Asiente mientras se
prepara para quitar el primer punto—. ¿Por qué pareces el único un poco normal
aquí dentro?
—¿Tan poco tiempo aquí y ya eres capaz de
juzgar a las personas sin conocerlas? ¿No tienes miedo de que salga corriendo a
decirles lo que acabas de insinuar?
—Dime que no estoy loco. –Suspira quitando el
segundo.
—No lo estás. –Sonrío aumentado mi ego—. Pero
todos tenemos nuestras cosas JungKook, la diferencia entre nosotros, —refiriéndose
a ellos—, no son los problemas que hemos podido tener, sino la capacidad que
hemos tenido para asimilarlos.
—¿Dices que este estilo de vida es una
alternativa a vuestros problemas?
—Digo que la asimilación de los problemas nos
ha traído aquí.
—¿Cuál es tu problema, hyung? –Sonríe haciéndome
saber que no va a contármelo—. Entonces… ¿Cuáles son los problemas de los
otros?
Termina conmigo y guarda todo de nuevo en el
botiquín pero aún se mantiene ahí arrodillado a mi lado mientras que yo sigo
tumbado, ahora mirándole.
—¿No te cuento mis cosas y te voy a contar las
de otros?
—Saca la maruja de tu interior.
—No soy de esos, lo siento.
—Entonces, míralo como una manera de ayudarme a
sobrevivir aquí dentro, solo hasta que regrese a casa. –Ahora susurro—. No diré
nada, lo prometo.
Suspira de nuevo y tal vez mis palabras le
hayan conmovido porque asiente y comienza susurrando igual que he hecho yo.
—¿Recuerdas los apodos que se han autoimpuesto?
—Sí.
—Bien. Los llamaré de esta manera para que
puedas entenderme. –Asiento—. El mayor de ellos es el chico que nos cocina cada
día. Tiene veintinueve años y llegó aquí porque su familia le echó de casa al
descubrir que se había apuntado a una academia de repostería por las tardes.
Sus padres son muy tradicionales y ellos esperaban que su hijo fuera un gran
arquitecto, sin embargo, él amaba la cocina.
—¿Así de simple?
—¿Qué problema tienes? ¿Te parece poco?
–Asiento.
—Esperaba algo más…
—Déjame terminar. –Golpea mi nariz con su dedo
haciéndome retroceder un poco—. El chico de la navaja, Hope, tiene veintiséis
años. En el colegio le hicieron bullying y un día se intentó ahorcar en su
propia casa. Tras su recuperación huyó de su hogar y se refugió con nosotros.
Parece muy frío siempre jugando de esa manera tan temeraria con la navaja pero
no intenta asustar a nadie. Es el único objeto que le queda de su padre.
—Oh… —Asiento mientras escucho atentamente.
—Suga, con veintisiete años, está aquí porque
hace diez perdió a su hermano pequeño en un accidente de coche. Él cruzaba un
paso de cebra con su donsaeng y este se soltó de él consiguiendo que un coche
se lo llevara por delante. –Mis manos van a mi boca involuntariamente—. Desde
sus diecisiete años ha sufrido trastornos alimenticios y por eso está tan
delgado. –Asiento habiéndome dado cuenta de este detalle antes.
—¿Cuántos años tenía su hermanito? –Pregunto
curioso y compadeciéndome de su desgracia.
—Nueve. –Le dejo continuar—. Desde ese día sus
padres le culparon de lo sucedido y le golpeaban cada día. La muerte de su
hermano y el abuso de sus padres le superaron y, otro más, se fugó a los veinte
años para vivir en las calles una buena temporada.
—Que desgracia…
—Namjoon… —se autocorrige—. Rap Monster tiene
ya veintiocho años. Todo este lugar era de sus padres. Ellos siempre se
dedicaron a los trapicheos, la venta de automóviles ilegales, piezas de
electrodomésticos… básicamente lo que hacemos ahora pero hemos sumado un par de
cosas más como los robos a gran escala… —Le interrumpo.
—…Los secuestros… —Ambos sonreímos.
—Pero esto para él es normal. Sin embargo
cuando estaba en su adolescencia con quince años, su padre comenzó a beber,
cada día más y con el tiempo todas las frustraciones que ese hombre guardaba
las desfogaba con su esposa maltratándola, violándola, golpeándola delante de
sus hijos. Rap Monster, siendo el mayor se vio sumido en la responsabilidad de
los actos de su padre. Pero este sentimiento le sobrepasó el día que este,
cegado por el alcohol mató a su mujer a golpes. Rap Monster no vio mejor
alternativa que seguir los pasos de su padre y cobrarse su vida de manera
justa. Se deshizo del problema, según dice él, antes de que fuera el siguiente.
—¿Mató a su propio padre? –Pregunto algo
confundido. Él asiente.
—Él y su hermano pequeño se quedaron aquí
cuidando del negocio como pudieron y todos nosotros vinimos después.
—¿Su hermano pequeño?
—El chico que te ha pateado antes. –Frunzo el
ceño asqueado—. Le llamamos V. No se ha presentado a ti porque no es muy extrovertido
y menos cuando va colocado como estaba ahora.
—¿Colocado?
—Porros, cocaína, marihuana, hachís, éxtasis…
—¿De veras?
—Sí.
—¿Su hermano lo sabe?
—Desde luego. Han tenido muchos problemas sobre
esto pero V ya tiene veinticuatro años, él considera que es lo suficientemente
responsable como para cuidar de sí mismo.
—¿Son peligrosos? –Susurro tímido por la
pregunta estúpida.
—No si no los provocas. Todos tienen
debilidades y mientras no las toques no pasa nada.
—Vaya ayuda, hyung…
—Con V tienes un problema doble, —sonríe aunque
a mí no me hace gracia sus palabras—, su debilidad son las drogas y él mismo es
la debilidad de Namjoon. Ten cuidado.
—¿La debilidad de Hope es su navaja? –Pregunto
astuto. Asiente. –La de Princesa y Suga es la misma. La comida ¿Verdad?
—La de Princesa sí, pero la de Suga son sus
propios recuerdos. –Asiento asimilando toda la nueva información.
—Me falta tu historia hyung… —Sonrío esperando
que no me deje con la intriga.
—Mi historia es la más triste de todas, una
infancia de ensueño, una nueva verdad abierta ante mis ojos y toda mi vida se
va consumiendo poco a poco por una decepción de un modelo a seguir tirado de su
pedestal. Me veo en la disyuntiva de elegir entre un futuro que no he escogido
o algo que por muy miserable que sea, es algo opcional. Decida lo que decida no
importa porque jamás volveré a ver a la persona que alegra mis días. Me decanto
por vivir en la calle rezando tan solo por la felicidad de esa persona y porque
me perdone algún día por marcharme sin previo aviso.
—Para, para, —le detengo—, no me estás diciendo
nada en absoluto.
—Te lo estoy diciendo todo. Pero tú no lo
entiendes.
—¿Siempre haces esto? Dices cosas sin sentido
que no tienen que ver.
—Dentro de mi mente tienen sentido. –Suspiro
exasperado.
—¿Y tu debilidad? –Le pregunto esperando que al
menos a esto me conteste con sinceridad.
—Estoy viviendo mi debilidad.
—¿Me tomas el pelo? ¿Tu debilidad no es una
persona, ni un objeto, sino que es una circunstancia?
—Exactamente.
—¿Y qué de toda esta situación es exactamente
lo que te daña?
—No poder estar completamente seguro de si esto
es real o tan solo una de mis locas fantasías.
—¿Tú también tomas drogas?
—No, esto es lo más lejos que llego. –Señala el
paquete en la mesilla. Asiento orgulloso de su comportamiento.
—Aun sigues sin contestarme a la pregunta a la
que ha venido esta conversación. –Me mira sin comprender—. ¿Por qué eres
diferente del resto?
—Te lo expliqué.
—No, me diste las razones por la que todos hoy
día estáis aquí pero a pesar de tener ahora todos un presente similar, tú
hablas de otra manera, te comportas de otra manera…
—Ellos son de un lugar, y yo provengo de otro.
—¿Qué lugares son esos?
—No espero que lo entiendas pero mientras ellos
jamás conocieron los morales de esta nuestra sociedad, yo viví a diario con
ellos para una futura formación.
—Tienes razón, no lo entiendo. –Suspira tal vez
cansado de hablar, y yo de escucharle. Se gira a su mesilla y abre el primer
cajón sacando de allí un caramelo con el que mi boca se llena de agua.
—Has sido un buen paciente. –Me ofrece el dulce
de color rosa—. Te mereces esto.
Yo lo cojo gustoso y lo abro rápidamente
sintiendo mi estómago rugir alegre. Lo introduzco en mi boca y aunque he comido
caramelos mil veces más ricos, mil veces más caros, creo que jamás he comido un
caramelo tan agradecido como en este momento, saboreando no su azúcar sino su
gran coste personal.
Sonrío con los ojos cerrados pero los abro al
sentir la mano de hyung en mi barbilla. Mueve mi rostro dejándole ver mi
mejilla, probablemente algo enrojecida.
—Te he dado una buena ostia, ¿eh…? –Sonríe
sádico pero yo le aparto la mirada volviendo a sentí el rencor creciendo en mí.
Pero olvido todo cuando se acerca a mí y besa allí donde sus dedos se han
quedado marcados en mi carne. Me aparto de él en cuanto me doy cuenta.
—¿Qué haces?
—¿Cuál es tu debilidad? –Me cambia de tema el
muy hijo de puta aun mirándome intensamente.
—Ya no tengo de eso.
—¿Ya? –Repite mis palabras—. ¿Debo entender que
alguna vez tuviste?
—Sí, era un amigo que tuve hace años, para mí
era como un modelo a seguir. Se llamaba Park Jimin.
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