HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 6
CAPÍTULO 6
Jimin POV:
Cuando el chofer aparca el coche en frente de
la casa de Jeon me quedo mirando un segundo por la ventanilla, contemplando la
magnanimidad de la estructura de la casa. Siempre me había considerado un
privilegiado, pero el lujo representado en esa casa, es desmesurado. Estructura
neoclásica, colores acaramelados dentro de una oscura noche. Dos impresionantes
pisos de altura y tan solo estoy viéndola desde lejos, en la carretera. Dado
que nuestro coche no puede entrar nos limitamos a bajar aquí y yo me encojo dentro
de mi abrigo sintiendo el cortante aire acuchillar mis mejillas. Mi padre
exhala aire formando una nube de vaho alrededor de su rostro y camina delante
de mí para cruzar la reja metálica que conforma la puerta de entrada. Sin ser
demasiado discreto miro alrededor de la puerta descubriendo a un guardia de
seguridad y dos cámaras en cada uno de los pilares que sujetan las puertas de
metal.
Pasamos dentro de un jardín pavimentado con una
espectacular fuente de mármol en el medio y el sonido del agua discurriendo por
ella es un sonido que contrasta con el albedrío dentro de la propia mansión.
Rodeamos la fuente y pasamos por delante de un par de coches aparcados justo en
la entrada. Entendemos que los coches deben ser de familiares o de los propios
dueños de la casa para estar aparcados justo ahí. Que sean de la marca de la
propia empresa del señor Jeon me hacen cerciorarme de mi idea. Cruzamos la
entrada entre dos altos cipreses y un mayordomo nos espera justo en la puerta
del hogar, mientras nos extiende su mano para los abrigos y nos pregunta los
nombres, al no reconocernos como familiares del señor Jeon.
—Soy el señor Park, y este es mi hijo. Estamos
invitados por el señor Jeon al cumpleaños de su esposa. Somos amigos de
negocios. –El mayordomo se da por satisfecho, ya que solo quería asegurarse de
que hemos sido invitados y no indaga más pues no es su cometido. Con una inclinación de medio cuerpo nos da
permiso para entrar y nada más desembocar en el gran recibidor ya nos sorprende
la cantidad de gente alrededor y el lujo desmesurado que hay en cada pequeño
metro cuadrado de la estancia. El olor a colonia cara es lo primero que me
golpea, después las luces brillantes rebotando en todo el decorado de color
beige y por último, el sonido de la gente hablando a gran volumen. El sonido de
las risas desmesuradas, el sonido de sus carcajadas desbocadas. Suspiro y miro
a mi padre que busca algo con la mirada. Uno de los camareros, en traje de
pingüino nos ofrece copas de champán puestas sobre una bandeja plateado y
mientras que mi padre coge una, de forma despreocupada y sin agradecer al
camarero, yo niego con el rostro y sonrío disculpándome.
Pasados unos minutos en que comenzamos a
fundirnos con el barullo mi padre acaba subordinándose a parar a uno de los camareros
y preguntarle de una forma avergonzada si sabe donde podría encontrar a la
anfitriona para felicitarla, a lo que el camarero responde que la encontraremos
en el salón, con su marido.
Nos encaminamos al salón sin más miramientos
mientras mi padre bebe de la copa y yo miro alrededor, buscando con la mirada
el rostro de Jeon entre todo el jaleo. Me ajusto más la pajarita al cuello
sintiendo como aprieta a medida que me siento aprisionado por las personas
alrededor. Me meto las manos en el bolsillo de los pantalones y acabamos
encontrando a lo lejos, cerca de un gramófono antiguo, al señor Jeon y a su
esposa conversando animadamente con otros invitados. La señora Jeon, de edad
cercana a su marido, se encuentra sentada en una butaca de color beige y dorado
con un despampanante vestido de color rojo con un ancho cinturón dorado. El
señor Jeon, apoyado en uno de los reposabrazos, está atento a todo lo que sus
acompañantes conversan pero él no parece colaborar demasiado. Mientras tanto,
el gramófono reproduce un hermoso dueto de violín que reverbera tan solo a un
par de metros de él. Después el sonido de la música se pierde entre las
personas hablando.
—¡Señor Park! –Exclama el señor Jeon mientras
se levanta del reposabrazos y viene hasta nosotros. Nos saluda educadamente y
con una sonrisa amable y nos acompaña hasta formar parte del círculo de
conversación en el que él se encontraba. Lo primero es saludar a su mujer y
felicitarla por su cumpleaños aunque nos importe una mierda y ni siquiera
sepamos cuantos años cumple. Preguntárselo sería descortés, pero no felicitarla
lo sería más, así que sucumbimos al convencionalismo y cuando ella nos saluda
se nos queda mirando con una sonrisa amable y maternal.
—Me alegro de que hayáis venido. –Nos dice,
sonriendo.
—Y nosotros nos alegramos de que nos haya
invitado. Es todo un honor estar aquí y, caramba, —exclama mi padre—, tienen
ustedes una casa de ensueño. –La señora Jeon muestra una sonrisa humilde
mientras que su marido sonríe, cínico.
—Ya sabe, trabajo duro y un poco de suerte. –Mi
padre sonríe, obligado y yo me quedo escuchando más detenidamente la música en
el gramófono. Con una sonrisa infantil y un respingo llamo la atención de la
señora Jeon.
—¡No me diga que es Henryk Wieniawski*! –La
señora Jeon me mira, sonriente mientras mi padre me da un toque en el brazo por
mi mala educación. Por intervenir, y por hablar de algo que no viene a cuento.
—Ópera 18 para dos violines. Sí. –Sentencia la
señora Jeon con un deje de sorpresa y admiración mientras el señor Jeon se
vuelve a mí con una sonrisa paternofiliar y mi padre frunce el ceño y se ríe,
para quitarle importancia y disculparme. La señora Jeon parece no darse cuenta
de que es un gesto inapropiado y sigue hablando conmigo mientras mi padre
parece encolerizar por momentos—. Los compositores europeos del siglo
diecinueve son mi perdición. –Dice ella señalando el gramófono con una sonrisa
nostálgica—. No sabía que a los jóvenes de hoy en día les gustasen las piezas
clásicas. –Suspira y estoy a punto de intervenir cuando alguien aparece por mi
espalda y acaba sentado en el reposabrazos a la izquierda de la señora Jeon.
—Ya le dije, madre, que Jimin es todo un
entendido de música clásica. –Dice Jeon con una sonrisa infantil mientras es
recibido por el brazo de su madre y yo doy un paso atrás, casi avergonzado y
con una sonrisa tímida. Bajo la mirada y de repente soy consciente de que mi
padre me mira enfadado. Sonríe intentando ocultar su verdadero sentimiento pero
yo me limito a mirar mis zapatos con un suspiro en los labios.
—Ya veo. –Dice la madre de JungKook—. Tal vez
en otro momento podamos tener una charla más discernida sobre música. –Me
despide—. Pero ahora tengo que cuidar de mis invitados. –Se levanta, ambos nos
inclinamos y con su mano palmea uno de mis hombros, como lo habría hecho la
madre de un amigo de la infancia, o una profesora que acaba de recompensarme
con una alta nota. Cuando se va me quedo mirando a Jeon que se ha sentado
cómodamente en la butaca que antes ocupaba su madre y se cruza de piernas,
mirándome de arriba abajo con una sonrisa cómplice. Nuestros padres aún están
presentes y han comenzado a hablar aun con formalidades, por lo que poco a poco
se olvidan de nuestra presencia y acaban por desaparecer de la estancia
hablando como si fueran amigos de la infancia. Si conozco a mi padre intentará
ser breve con la charla, y si me bastó para conocer al señor Jeon, alargará
cuanto pueda la espera.
—¿Y bien? Parece que a mi madre le has
encantado. –Me dice JungKook mientras cruza sus manos sobre su regazo. Yo me
acerco y me quedo de pie frente a él.
—¿Eso es bueno? –Se encoge de hombros como
respuesta.
—Digamos que no es malo. Pero, ¡qué más da!
–Sonríe—. El problema está en tu padre y el mío.
—¿Se caen bien? –Pregunto sonriendo a lo que él
niega con una sonrisa aún más grande.
—Se caen como el culo. –Ambos reímos—. ¿Sabes
ya si tu padre va a aceptar la propuesta? –Yo me encojo de hombros a lo que él
frunce el ceño, confuso.
—Ni yo mismo lo sé. Le he preguntado por el
camino pero o bien no me ha escuchado o me ha ignorado. –Jeon levanta las
cejas, asiente, comprendiendo, y sonríe, despreocupado—. Pero si conozco a mi
padre, y por desgracia es así, creo que antes se dejaría castrar que vender su
empresa.
—Los empresarios y sus obsesiones. –Dice condescendiente,
se acerca al mini—bar, saca una pequeña copa de coñac y se sirve un poco de
whiskey. Se torna a mirarme para ofrecerme pero yo niego con un gesto de mi
mano y él se encoge de hombros. Cuando termina cierra el mueble, se sienta de
nuevo en la butaca cruzándose de piernas y pone la copa en su palma dejando
caer la base por entre sus dedos, en una pose del todo esnob*. Me mira con una
expresión de soberbia y comienza a hablar—. Ya sabes cómo son los trabajadores,
siempre pensando en beneficios, perdidas, sueldos, bocas que alimentar… —Yo río
por la nariz.
—Pareces todo un burgués. Solo te falta la pipa
de fumar.
—Tengo marihuana arriba, en mi cuarto. ¿Si eso
sirve? —Pregunta, alzando una ceja.
—Creo que no. –Niego.
—El otro día bebiste una cerveza. ¿No me digas
que solo bebes eso? –Estoy a punto de hablar pero él pone los ojos en blanco y
exhala un sonoro “ah”—. Ya veo. Cosas de tu padre y sus estrictas normas de
etiqueta. –Asiento. Él bebe un poco del whiskey y yo miro alrededor. La gente parece ensimismada y no está pendiente
de lo que estamos hablando pero tampoco me siento del todo seguro. Como si Jeon
leyese mis pensamientos vuelve a hablar—. No te preocupes por la gente. Tiene
el cráneo lleno de serrín y sus lenguas son de goma. No dirían nada ni aunque
lo entendiesen.
—¿Seguro?
—Sí. ¿Qué ganarían con contarles nada a mis
padres? Ellos perderían los privilegios de ser “amigos” de mis padres y a mis
padres no les importaría lo más mínimo deshacerse de un lastre más.
—Vaya, sí que los tienes calados.
—Ya sabes, cuando eres joven te adentras entre
los grupos de personas. Nadie sospecha de ti, nadie te culpa de nada. Se creen
que por ser joven tienes cera en los oídos y la mente vacía. –Sonríe cínico y
bebe un poco más de su copa. Cuando termina me mira de arriba bajo desde su
posición ahí sentado y yo meto las manos en los bolsillos de mis pantalones.
—¿Qué miras? –Pregunto, sintiendo como mis
mejillas comienzan a enrojecer.
—¿Sabías que es de mala educación tener a los
invitados ahí de pie mientras que yo estoy aquí sentado? –Pregunta.
—¿Insinúas que es culpa mía?
—No, qué va. Es que me gusta tenerte ahí de
pie, para mí. –Me sonríe y me guiña un ojo mientras vuelve a beber y yo retiro
la mirada, levemente avergonzado. Simplemente no hacer nada es lo que busca y
quedarme ahí parado me pone incómodo y empiezo a mover los pies, nervioso. Él
nota mi cambio, se bebe la copa y se levanta del asiento, sonriéndome como si
acabase de conseguir su objetivo, ponerme nervioso. Pasando una mano por mis
hombros camina conmigo entre la gente, sorteando todo lo posible a nuestros
padres y a su madre por ahí perdida. Con una sonrisa endiablada comienza a
hablar cerca de mí—. ¿Quieres que te enseñe la casa? –Pregunta.
—Claro, como no. Es hermosa, y casi tres veces
más grande que la mía. Es impresionante. –Sonríe aún más, ocultando su sonrisa
en mi cuello pero lo que hace es ocultar la forma de sus labios al hablar
después.
—Espero que eso sea lo que me digas más tarde.
–El doble sentido me sobresalta y me hace darle un codazo en las costillas a lo
que él responde con un gemido lastimero y un puchero infantil, con lo que me
hace sentir arrepentido pero no lo suficiente como para pedirle disculpas.
—Idiota. –Susurro.
Con los segundos nos desplazamos entre las
personas y poco a poco va señalándome cosas alrededor mientras caminamos por el
salón. No se detiene, se limita a dar datos sin importancia de la superflua
decoración barroca alrededor.
—Este es una copia de El juicio de parís de Rubens*. Lo hizo un amigo de mi padre. Mi madre dice que es una imagen demasiado obscena pero, personalmente, a mi no me suscita ninguna atracción sexual. –Sonríe—. Esta lámpara de araña sí es original. Data de 1920. Pertenecía a un caserón de un burgués de Suiza. Mi padre la consiguió en una subasta. –Cuando llegamos a los ventanales que dan a la terraza señala unas esculturas fuera—. Esta es una colección de imitaciones en mármol varias esculturas de Bernini*: El rapto de Proserpina, Apolo y Dafne, Eneas, Anquises y Ascanio… blah blah…
Nos hace girar y nos conducimos escaleras
arriba, tomándonos con más cuadros colgados a lo largo del trayecto de ascenso.
— Baco, de Caravaggio*, Un autorretrato de
Tiziano*. Todo obviamente en copias…
—¿Estamos en un museo? –Pregunto cuando
llegamos a la planta superior y él deja de mostrarme, como guía de
exposiciones, toda la decoración de su casa.
—Lo siento, es lo mejor que tiene esta casa, al
fin y al cabo.
—Son imitaciones…
—Son hermosas. ¿No lo crees? Es un valor
cultural más que monetario. A parte de que estéticamente son obras hermosas.
—No estoy diciendo que no me gusten, sino que
no son más que cuadros. Cuando te dicen que van a enseñarte una casa lo que
esperas es que te digan algo como: Esta habitación la dispusimos como estudio u
oficina porque no da al norte, y por lo tanto la humedad no penetrará con más
facilidad en la habitación…
—¿Eso es lo que quieres oír? –Me pregunta—.
Contrata a un arquitecto, yo solo soy vendedor. –Me dice con un mohín en los
labios mientras caminamos por la segunda planta pasando por varias habitaciones
que deben no tener demasiada importancia, porque pasamos delante de ellas sin
ni siquiera ser consciente de su presencia. Jeon parece decidido a llevarme a
algún lugar determinado y cuando al fin llegamos nos encontramos delante de la
puerta de una habitación. Una puerta blanca.
—¿Qué hay aquí? –Antes de que diga nada
suspiro, sonriendo—. No me digas... ¿Es tu cuarto?
—Que listo… —Suspira asombrado y abre la puerta
para adentrarnos en el interior. Lo que me sorprende al dar la luz es una
especie de salón recibidor. Un apartado de unos veinte metros cuadrados con un
sofá, una televisión un par de estanterías con libros. Las paredes son blancas
pero los sofás, de un dulce color crema que en vez de parecer suciedad, tienen
un color caramelo agradable. Las ventanas, reflejando la oscuridad del
exterior. Están enmarcadas en cortinas de un color un tono más oscuro que el
mobiliario y sobre una de las paredes, un puzzle enmarcado de un cuadro de
Caravaggio.
—Jugadores de cartas. –digo reconociéndolo y él
asiente.
—Caravaggio no es de mis favoritos pero este
cuadro tiene más luminosidad en comparación con el resto de su colección.
Además el puzzle lo hice yo sin ayuda a los doce, así que tiene mérito. –Dice y
yo pongo los ojos en blanco. Debajo de la televisión tiene un mueble
acristalado que juraría está repleto de bebidas alcohólicas y no me equivoco al
asomarme y descubrir en él varias botellas de whiskey, una de vodka, otra de
vino y una pequeña colección de copas y
vasos de chupito. Al lado de todo esto hay un pequeño recipiente de cristal
opaco donde juraría que se encuentra la marihuana de la que hablaba antes. El
mini—bar está cerrado con llave, por lo que deduzco de la cerradura.
Mirando alrededor descubro dos puertas. Una
supongo que va a un cuarto de baño. Al asomarme me sorprendo de su pulcritud
teniendo en cuenta que está habitado por un joven de veinticinco años. El otro
es un dormitorio que, en comparación con el mío, es delicado, elegante y
refinado. Hay varias ventanas que dan al exterior, a una noche iluminada por
unas cuantas farolas del jardín y aun se puede escuchar la voz de las personas
alrededor. Con los dos dentro, Jeon cierra la puerta detrás de nosotros y
mientras yo miro alrededor, él se acerca a una de las ventanas, mirando hacia
el jardín.
—Tienes una televisión y una chimenea
electrónica. –Le miro—. Vaya lujo, muchacho. –Le miro y se encoge de hombros
mientras sujeta con sus manos una de las cortinas en la ventana. Con una
expresión hierática comienza a hablar señalando algo en el exterior.
—¿Ves esos cipreses de ahí? –Asiento,
habiéndolos visto al entrar—. En la cultura mediterránea se suelen colocar en
los cementerios. –Yo levanto las cejas—. Porque son de hoja perenne, porque al
ser altos crean una barrera natural y porque sus raíces descienden de forma
perpendicular al suelo y no erosionan la tierra alrededor, evitando problemas
con las tumbas alrededor. –Me mira sonriendo—. ¿Es ese el dato que esperabas?
—No, la verdad. –Digo perplejo, negando con el
rostro—. Eso es incluso desagradable. –Mientras él se encoge de hombros,
desinteresado, cierra las cortinas del cuarto una a una hasta cubrir todas las
ventanas. Después, se acerca al dispositivo de la luz y baja la intensidad,
hasta que nos deja en una oscura neblina en la que solo distingo su perfil y su
sombra. Aun veo su sonrisa, enmarcando su rostro—. ¿Qué haces, Kookie?
–Pregunto con sorna pero cuando siento sus manos en mi cuerpo y sus labios en
mis mejillas comienzo a exaltarme y llevo mis manos a su pecho, preocupado—.
¿Qué estás haciendo? –Susurro.
—Shhh… —Me chista mientras besa mis mejillas,
mi mandíbula, mi cuello. Me vuelve ese olor cítrico y dulce—. Estás tan hermoso
hoy, Jiminie…
—¿Se te ha subido el licor a la cabeza?
–Pregunto mientras intento apartarlo de mí pero solo consigo enfurecerlo un
poco más y se agacha. Pienso que sus intenciones son otras, pero acaba
abrazándome la cintura y levantándome en el aire mientras me sostiene en uno de
sus hombros. La postura en sí es vergonzosa, pero que me azote en el gesto es
el todo humillante, con lo que empiezo a revolverme pero nada le sirve hasta
que no me tira en medio de la cama y me deja ahí tumbado con su cuerpo encima
del mío.
—¿No me digas que no te da morbo? –Me susurra
mientras comienza a desabrochar con impaciencia mis pantalones.
—Nuestros padres están abajo. —Susurro, casi
avergonzado. Intentaría detenerle pero sus manos sobándome me resultan
demasiado tentadoras.
—Por eso, idiota. –Me quita los pantalones y
los zapatos de una, con un poco de mi colaboración, y me levanta con una desmesurada
impaciencia la camisa junto con la americana en la parte del vientre para
hundir su rostro en la línea de mis calzoncillos. Sentir la calidez y la
humedad de sus labios golpeándome, besándome, mordiéndome, torturándome es
demasiado para mí y con mis manos en su cabello comienzo a acariciarle de forma
tranquila, concentrándome en lo sedosos que son sus mechones y en lo bien que
huele su colonia al desprenderse de ellos.
No llega en ningún momento a tener contacto con
mi pene. Se limita a endurecerme con la posibilidad de ello. Cuando cree que
estoy suficientemente sometido a él se incorpora con mis piernas a cada lado de
su cuerpo y se quita la americana mientras yo me deshago de la mía y de mi
propia camisa. Estoy a punto de deshacerme también de la pajarita pero él me
detiene y me la deja tal como estaba. Con ella como única prenda en mi cuerpo
me hace sentir como un pequeño juguete que él disfruta de observar. Con la
mirada fija en mi rostro se remanga la camisa, se acomoda en mis piernas y se baja
muy lentamente la cremallera de sus pantalones.
—¿Tienes lubricante? –Pregunto en un jadeo y él
niega, con una sádica sonrisa.
—Si quieres lubricación tendrás que buscarla
por tu cuenta. –Me dice mientras se baja un poco los pantalones junto con la ropa
interior sacándose el pene y masturbándose delante de mí. Yo me limito a
meterme dos de mis dedos en mi boca, a humedecerlos bien pero con rapidez y me
los introduzco dentro ante su atenta mirada. Comienzo a gemir casi sin darme
cuenta y él me sigue el juego aunque solo se esté masturbando.
Cuando cree que es suficiente me saca los dedos
del interior y se acomoda entre mis piernas. Colocándose cada una en uno de sus
hombros me penetra recibiendo de mí un quejido lastimero. Me revuelvo un
segundo y comienzo a lloriquear dolorido.
—Vamos, bebé… —Suspira mientras besa mis labios—.
Aguanta que tú puedes, mi príncipe.
La primera embestida es suave, dulce,
acaramelada. Poco a poco ese dulzor se va perdiendo. Se funde dentro del fuego
que nos rodea y ni yo mismo soy capaz de saber en qué momento me he vuelto un
amasijo de gemidos y lloriqueos. Me embiste con fuerza y yo me agarro a su
espalda con desesperación. Evitamos marcarnos con besos, dejarnos huellas
sospechosas. Me contengo a besarle demasiado, él a hacerme demasiado daño como
para no poder andar con normalidad.
Pasados varios minutos, acercándonos al éxtasis
oímos un par de golpes en la puerta del cuarto y ambos damos un respingo
nerviosos, pero no nos separamos. El momento es demasiado placentero como para
terminarlo de esta forma. Una de las manos de Jeon va a cubrir mis labios y eso
aunque no me deja gemir me dificulta la respiración. Él se detiene en mi
interior y yo me quedo quieto como una estatua, agarrándome con fuerza a la
tela en su camisa.
—¿Sí? –Pregunta Jeon con una voz normalizada.
—¿Está ahí, señorito Jeon?
—Sí. –Dice, un tanto más calmado al reconocer
la voz. Yo no lo hago. Como si esto fuera suficiente comienza a embestirme de
nuevo aun cubriendo mis labios con su mano con lo que mis gemidos quedan
ahogados pero mis mejillas muestran en un color rojizo la vergüenza que me da
el acto—. ¿Qué ocurre?
—Su madre me ha dicho que le avise. En unos
minutos sacarán la tarta y se producirá el brindis. –Jeon golpea de nuevo en mi
punto dulce y me retuerzo debajo de él abriendo mis piernas y rodeándole con
ellas. Él me mira y sonríe mientras habla con el hombre afuera.
—Muy bien, saldré enseguida.
Los pasos se alejan paulatinamente y Jeon
continúa embistiéndome destapando poco a poco mi boca, a medida que se me hace
más necesario respirar. Ambos acabamos enseguida y culminamos, él dentro de mí
y yo manchando mi abdomen. Él se encarga, a grandes lametones, de limpiarme
tanto el torso como mis glúteos y cuando ambos terminamos entre grandes bocanadas
de aire y con el pulso acelerado, nos vestimos de nuevo.
———.———
*El gramófono (del griego: gramma, escritura; fono, sonido)
fue el primer sistema de grabación y reproducción de sonido que utilizó un
disco plano, a diferencia del fonógrafo que grababa sobre un cilindro. Asimismo
fue el dispositivo más común para reproducir sonido grabado desde la década de
1890 hasta mediados de la década de 1950, cuando apareció el disco de vinilo a
33 RPM. El gramófono fue patentado por Emile Berliner en 1887.
*Henryk Wieniawski (Lublin, 10 de julio de 1835 — Moscú, 31 de
marzo de 1880) fue un compositor y violinista polaco.
*Esnob, un vocablo de
origen inglés, es, según el Diccionario de la RAE, una "persona que imita
con afectación las maneras, opiniones, etc. de aquellos a quienes considera
distinguidos". Desconociéndose el origen de este término, se imaginó la
siguiente etimología, de la que, por ejemplo, se hizo eco Ortega y Gasset:
«snob» sería la contracción de la expresión latina «sine nobilitate», porque
«en Inglaterra las listas de vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y
rango de la persona. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses aparecía
la abreviatura “s. nob.”, es decir, “sin nobleza”. Este es el origen de la
palabra “snob”.» Sin embargo, investigaciones modernas desestiman esta
teoría.
*Peter Paul Rubens (Siegen, Sacro Imperio Romano Germánico, actual
Alemania, 28 de junio de 1577—Amberes, Flandes(Países Bajos Españoles), actual
Bélgica, 30 de mayo de 1640), también conocido como Pieter Paul, Pieter Pauwel,
Petrus Paulus, y, en español, Pedro Pablo Rubens, fue un pintor barroco de la
escuela flamenca. Su estilo exuberante enfatiza el dinamismo, el color y la
sensualidad. Sus principales influencias procedieron del arte de la Antigua Grecia,
de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da
Vinci, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, y
sobre todo de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó
«con él, la pintura ha encontrado su esencia».
*Gian Lorenzo Bernini (Nápoles, 7 de diciembre de 1598—Roma, 28 de
noviembre de 1680) fue un escultor, arquitecto y pintor italiano. Trabajó
principalmente en Roma y es considerado el más destacado escultor de su
generación, creador del estilo escultórico barroco.
*Michelangelo Merisi da
Caravaggio (Milán, 29 de
septiembre de 1571—Porto Ércole, 18 de julio de 1610) fue un pintor italiano
activo en Roma, Nápoles, Malta y Sicilia entre los años de 1593 y 1610. Es
considerado como el primer gran exponente de la pintura del Barroco.
*Tiziano Vecellio o Vecelli, conocido tradicionalmente en
español como Tiziano o Ticiano (Pieve di Cadore, Belluno, Véneto, hacia
1477/1490—Venecia, 27 de agosto de 1576), fue un pintor italiano del Renacimiento,
uno de los mayores exponentes de la Escuela veneciana.
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