HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 6

 CAPÍTULO 6


Jimin POV:

 

Cuando el chofer aparca el coche en frente de la casa de Jeon me quedo mirando un segundo por la ventanilla, contemplando la magnanimidad de la estructura de la casa. Siempre me había considerado un privilegiado, pero el lujo representado en esa casa, es desmesurado. Estructura neoclásica, colores acaramelados dentro de una oscura noche. Dos impresionantes pisos de altura y tan solo estoy viéndola desde lejos, en la carretera. Dado que nuestro coche no puede entrar nos limitamos a bajar aquí y yo me encojo dentro de mi abrigo sintiendo el cortante aire acuchillar mis mejillas. Mi padre exhala aire formando una nube de vaho alrededor de su rostro y camina delante de mí para cruzar la reja metálica que conforma la puerta de entrada. Sin ser demasiado discreto miro alrededor de la puerta descubriendo a un guardia de seguridad y dos cámaras en cada uno de los pilares que sujetan las puertas de metal.

Pasamos dentro de un jardín pavimentado con una espectacular fuente de mármol en el medio y el sonido del agua discurriendo por ella es un sonido que contrasta con el albedrío dentro de la propia mansión. Rodeamos la fuente y pasamos por delante de un par de coches aparcados justo en la entrada. Entendemos que los coches deben ser de familiares o de los propios dueños de la casa para estar aparcados justo ahí. Que sean de la marca de la propia empresa del señor Jeon me hacen cerciorarme de mi idea. Cruzamos la entrada entre dos altos cipreses y un mayordomo nos espera justo en la puerta del hogar, mientras nos extiende su mano para los abrigos y nos pregunta los nombres, al no reconocernos como familiares del señor Jeon.

—Soy el señor Park, y este es mi hijo. Estamos invitados por el señor Jeon al cumpleaños de su esposa. Somos amigos de negocios. –El mayordomo se da por satisfecho, ya que solo quería asegurarse de que hemos sido invitados y no indaga más pues no es su cometido.  Con una inclinación de medio cuerpo nos da permiso para entrar y nada más desembocar en el gran recibidor ya nos sorprende la cantidad de gente alrededor y el lujo desmesurado que hay en cada pequeño metro cuadrado de la estancia. El olor a colonia cara es lo primero que me golpea, después las luces brillantes rebotando en todo el decorado de color beige y por último, el sonido de la gente hablando a gran volumen. El sonido de las risas desmesuradas, el sonido de sus carcajadas desbocadas. Suspiro y miro a mi padre que busca algo con la mirada. Uno de los camareros, en traje de pingüino nos ofrece copas de champán puestas sobre una bandeja plateado y mientras que mi padre coge una, de forma despreocupada y sin agradecer al camarero, yo niego con el rostro y sonrío disculpándome.

Pasados unos minutos en que comenzamos a fundirnos con el barullo mi padre acaba subordinándose a parar a uno de los camareros y preguntarle de una forma avergonzada si sabe donde podría encontrar a la anfitriona para felicitarla, a lo que el camarero responde que la encontraremos en el salón, con su marido.

Nos encaminamos al salón sin más miramientos mientras mi padre bebe de la copa y yo miro alrededor, buscando con la mirada el rostro de Jeon entre todo el jaleo. Me ajusto más la pajarita al cuello sintiendo como aprieta a medida que me siento aprisionado por las personas alrededor. Me meto las manos en el bolsillo de los pantalones y acabamos encontrando a lo lejos, cerca de un gramófono antiguo, al señor Jeon y a su esposa conversando animadamente con otros invitados. La señora Jeon, de edad cercana a su marido, se encuentra sentada en una butaca de color beige y dorado con un despampanante vestido de color rojo con un ancho cinturón dorado. El señor Jeon, apoyado en uno de los reposabrazos, está atento a todo lo que sus acompañantes conversan pero él no parece colaborar demasiado. Mientras tanto, el gramófono reproduce un hermoso dueto de violín que reverbera tan solo a un par de metros de él. Después el sonido de la música se pierde entre las personas hablando.

—¡Señor Park! –Exclama el señor Jeon mientras se levanta del reposabrazos y viene hasta nosotros. Nos saluda educadamente y con una sonrisa amable y nos acompaña hasta formar parte del círculo de conversación en el que él se encontraba. Lo primero es saludar a su mujer y felicitarla por su cumpleaños aunque nos importe una mierda y ni siquiera sepamos cuantos años cumple. Preguntárselo sería descortés, pero no felicitarla lo sería más, así que sucumbimos al convencionalismo y cuando ella nos saluda se nos queda mirando con una sonrisa amable y maternal.

—Me alegro de que hayáis venido. –Nos dice, sonriendo.

—Y nosotros nos alegramos de que nos haya invitado. Es todo un honor estar aquí y, caramba, —exclama mi padre—, tienen ustedes una casa de ensueño. –La señora Jeon muestra una sonrisa humilde mientras que su marido sonríe, cínico.

—Ya sabe, trabajo duro y un poco de suerte. –Mi padre sonríe, obligado y yo me quedo escuchando más detenidamente la música en el gramófono. Con una sonrisa infantil y un respingo llamo la atención de la señora Jeon.

—¡No me diga que es Henryk Wieniawski*! –La señora Jeon me mira, sonriente mientras mi padre me da un toque en el brazo por mi mala educación. Por intervenir, y por hablar de algo que no viene a cuento.

—Ópera 18 para dos violines. Sí. –Sentencia la señora Jeon con un deje de sorpresa y admiración mientras el señor Jeon se vuelve a mí con una sonrisa paternofiliar y mi padre frunce el ceño y se ríe, para quitarle importancia y disculparme. La señora Jeon parece no darse cuenta de que es un gesto inapropiado y sigue hablando conmigo mientras mi padre parece encolerizar por momentos—. Los compositores europeos del siglo diecinueve son mi perdición. –Dice ella señalando el gramófono con una sonrisa nostálgica—. No sabía que a los jóvenes de hoy en día les gustasen las piezas clásicas. –Suspira y estoy a punto de intervenir cuando alguien aparece por mi espalda y acaba sentado en el reposabrazos a la izquierda de la señora Jeon.

—Ya le dije, madre, que Jimin es todo un entendido de música clásica. –Dice Jeon con una sonrisa infantil mientras es recibido por el brazo de su madre y yo doy un paso atrás, casi avergonzado y con una sonrisa tímida. Bajo la mirada y de repente soy consciente de que mi padre me mira enfadado. Sonríe intentando ocultar su verdadero sentimiento pero yo me limito a mirar mis zapatos con un suspiro en los labios.

—Ya veo. –Dice la madre de JungKook—. Tal vez en otro momento podamos tener una charla más discernida sobre música. –Me despide—. Pero ahora tengo que cuidar de mis invitados. –Se levanta, ambos nos inclinamos y con su mano palmea uno de mis hombros, como lo habría hecho la madre de un amigo de la infancia, o una profesora que acaba de recompensarme con una alta nota. Cuando se va me quedo mirando a Jeon que se ha sentado cómodamente en la butaca que antes ocupaba su madre y se cruza de piernas, mirándome de arriba abajo con una sonrisa cómplice. Nuestros padres aún están presentes y han comenzado a hablar aun con formalidades, por lo que poco a poco se olvidan de nuestra presencia y acaban por desaparecer de la estancia hablando como si fueran amigos de la infancia. Si conozco a mi padre intentará ser breve con la charla, y si me bastó para conocer al señor Jeon, alargará cuanto pueda la espera.

—¿Y bien? Parece que a mi madre le has encantado. –Me dice JungKook mientras cruza sus manos sobre su regazo. Yo me acerco y me quedo de pie frente a él.

—¿Eso es bueno? –Se encoge de hombros como respuesta.

—Digamos que no es malo. Pero, ¡qué más da! –Sonríe—. El problema está en tu padre y el mío.

—¿Se caen bien? –Pregunto sonriendo a lo que él niega con una sonrisa aún más grande.

—Se caen como el culo. –Ambos reímos—. ¿Sabes ya si tu padre va a aceptar la propuesta? –Yo me encojo de hombros a lo que él frunce el ceño, confuso.

—Ni yo mismo lo sé. Le he preguntado por el camino pero o bien no me ha escuchado o me ha ignorado. –Jeon levanta las cejas, asiente, comprendiendo, y sonríe, despreocupado—. Pero si conozco a mi padre, y por desgracia es así, creo que antes se dejaría castrar que vender su empresa.

—Los empresarios y sus obsesiones. –Dice condescendiente, se acerca al mini—bar, saca una pequeña copa de coñac y se sirve un poco de whiskey. Se torna a mirarme para ofrecerme pero yo niego con un gesto de mi mano y él se encoge de hombros. Cuando termina cierra el mueble, se sienta de nuevo en la butaca cruzándose de piernas y pone la copa en su palma dejando caer la base por entre sus dedos, en una pose del todo esnob*. Me mira con una expresión de soberbia y comienza a hablar—. Ya sabes cómo son los trabajadores, siempre pensando en beneficios, perdidas, sueldos, bocas que alimentar… —Yo río por la nariz.

—Pareces todo un burgués. Solo te falta la pipa de fumar.

—Tengo marihuana arriba, en mi cuarto. ¿Si eso sirve? —Pregunta, alzando una ceja.

—Creo que no. –Niego.

—El otro día bebiste una cerveza. ¿No me digas que solo bebes eso? –Estoy a punto de hablar pero él pone los ojos en blanco y exhala un sonoro “ah”—. Ya veo. Cosas de tu padre y sus estrictas normas de etiqueta. –Asiento. Él bebe un poco del whiskey y yo miro alrededor. La  gente parece ensimismada y no está pendiente de lo que estamos hablando pero tampoco me siento del todo seguro. Como si Jeon leyese mis pensamientos vuelve a hablar—. No te preocupes por la gente. Tiene el cráneo lleno de serrín y sus lenguas son de goma. No dirían nada ni aunque lo entendiesen.

—¿Seguro?

—Sí. ¿Qué ganarían con contarles nada a mis padres? Ellos perderían los privilegios de ser “amigos” de mis padres y a mis padres no les importaría lo más mínimo deshacerse de un lastre más.

—Vaya, sí que los tienes calados.

—Ya sabes, cuando eres joven te adentras entre los grupos de personas. Nadie sospecha de ti, nadie te culpa de nada. Se creen que por ser joven tienes cera en los oídos y la mente vacía. –Sonríe cínico y bebe un poco más de su copa. Cuando termina me mira de arriba bajo desde su posición ahí sentado y yo meto las manos en los bolsillos de mis pantalones.

—¿Qué miras? –Pregunto, sintiendo como mis mejillas comienzan a enrojecer.

—¿Sabías que es de mala educación tener a los invitados ahí de pie mientras que yo estoy aquí sentado? –Pregunta.

—¿Insinúas que es culpa mía?

—No, qué va. Es que me gusta tenerte ahí de pie, para mí. –Me sonríe y me guiña un ojo mientras vuelve a beber y yo retiro la mirada, levemente avergonzado. Simplemente no hacer nada es lo que busca y quedarme ahí parado me pone incómodo y empiezo a mover los pies, nervioso. Él nota mi cambio, se bebe la copa y se levanta del asiento, sonriéndome como si acabase de conseguir su objetivo, ponerme nervioso. Pasando una mano por mis hombros camina conmigo entre la gente, sorteando todo lo posible a nuestros padres y a su madre por ahí perdida. Con una sonrisa endiablada comienza a hablar cerca de mí—. ¿Quieres que te enseñe la casa? –Pregunta.

—Claro, como no. Es hermosa, y casi tres veces más grande que la mía. Es impresionante. –Sonríe aún más, ocultando su sonrisa en mi cuello pero lo que hace es ocultar la forma de sus labios al hablar después.

—Espero que eso sea lo que me digas más tarde. –El doble sentido me sobresalta y me hace darle un codazo en las costillas a lo que él responde con un gemido lastimero y un puchero infantil, con lo que me hace sentir arrepentido pero no lo suficiente como para pedirle disculpas.

—Idiota. –Susurro.

Con los segundos nos desplazamos entre las personas y poco a poco va señalándome cosas alrededor mientras caminamos por el salón. No se detiene, se limita a dar datos sin importancia de la superflua decoración barroca alrededor.

—Este es una copia de El juicio de parís de Rubens*. Lo hizo un amigo de mi padre. Mi madre dice que es una imagen demasiado obscena pero, personalmente, a mi no me suscita ninguna atracción sexual. –Sonríe—. Esta lámpara de araña sí es original. Data de 1920. Pertenecía a un caserón de un burgués de Suiza. Mi padre la consiguió en una subasta. –Cuando llegamos a los ventanales que dan a la terraza señala unas esculturas fuera—. Esta es una colección de imitaciones en mármol varias esculturas de Bernini*: El rapto de Proserpina, Apolo y Dafne, Eneas, Anquises y Ascanio… blah blah…

Nos hace girar y nos conducimos escaleras arriba, tomándonos con más cuadros colgados a lo largo del trayecto de ascenso.

— Baco, de Caravaggio*, Un autorretrato de Tiziano*. Todo obviamente en copias…

—¿Estamos en un museo? –Pregunto cuando llegamos a la planta superior y él deja de mostrarme, como guía de exposiciones, toda la decoración de su casa.

—Lo siento, es lo mejor que tiene esta casa, al fin y al cabo.

—Son imitaciones…

—Son hermosas. ¿No lo crees? Es un valor cultural más que monetario. A parte de que estéticamente son obras hermosas.

—No estoy diciendo que no me gusten, sino que no son más que cuadros. Cuando te dicen que van a enseñarte una casa lo que esperas es que te digan algo como: Esta habitación la dispusimos como estudio u oficina porque no da al norte, y por lo tanto la humedad no penetrará con más facilidad en la habitación…

—¿Eso es lo que quieres oír? –Me pregunta—. Contrata a un arquitecto, yo solo soy vendedor. –Me dice con un mohín en los labios mientras caminamos por la segunda planta pasando por varias habitaciones que deben no tener demasiada importancia, porque pasamos delante de ellas sin ni siquiera ser consciente de su presencia. Jeon parece decidido a llevarme a algún lugar determinado y cuando al fin llegamos nos encontramos delante de la puerta de una habitación. Una puerta blanca.

—¿Qué hay aquí? –Antes de que diga nada suspiro, sonriendo—. No me digas... ¿Es tu cuarto?

—Que listo… —Suspira asombrado y abre la puerta para adentrarnos en el interior. Lo que me sorprende al dar la luz es una especie de salón recibidor. Un apartado de unos veinte metros cuadrados con un sofá, una televisión un par de estanterías con libros. Las paredes son blancas pero los sofás, de un dulce color crema que en vez de parecer suciedad, tienen un color caramelo agradable. Las ventanas, reflejando la oscuridad del exterior. Están enmarcadas en cortinas de un color un tono más oscuro que el mobiliario y sobre una de las paredes, un puzzle enmarcado de un cuadro de Caravaggio.

—Jugadores de cartas. –digo reconociéndolo y él asiente.

—Caravaggio no es de mis favoritos pero este cuadro tiene más luminosidad en comparación con el resto de su colección. Además el puzzle lo hice yo sin ayuda a los doce, así que tiene mérito. –Dice y yo pongo los ojos en blanco. Debajo de la televisión tiene un mueble acristalado que juraría está repleto de bebidas alcohólicas y no me equivoco al asomarme y descubrir en él varias botellas de whiskey, una de vodka, otra de vino  y una pequeña colección de copas y vasos de chupito. Al lado de todo esto hay un pequeño recipiente de cristal opaco donde juraría que se encuentra la marihuana de la que hablaba antes. El mini—bar está cerrado con llave, por lo que deduzco de la cerradura.

Mirando alrededor descubro dos puertas. Una supongo que va a un cuarto de baño. Al asomarme me sorprendo de su pulcritud teniendo en cuenta que está habitado por un joven de veinticinco años. El otro es un dormitorio que, en comparación con el mío, es delicado, elegante y refinado. Hay varias ventanas que dan al exterior, a una noche iluminada por unas cuantas farolas del jardín y aun se puede escuchar la voz de las personas alrededor. Con los dos dentro, Jeon cierra la puerta detrás de nosotros y mientras yo miro alrededor, él se acerca a una de las ventanas, mirando hacia el jardín.

—Tienes una televisión y una chimenea electrónica. –Le miro—. Vaya lujo, muchacho. –Le miro y se encoge de hombros mientras sujeta con sus manos una de las cortinas en la ventana. Con una expresión hierática comienza a hablar señalando algo en el exterior.

—¿Ves esos cipreses de ahí? –Asiento, habiéndolos visto al entrar—. En la cultura mediterránea se suelen colocar en los cementerios. –Yo levanto las cejas—. Porque son de hoja perenne, porque al ser altos crean una barrera natural y porque sus raíces descienden de forma perpendicular al suelo y no erosionan la tierra alrededor, evitando problemas con las tumbas alrededor. –Me mira sonriendo—. ¿Es ese el dato que esperabas?

—No, la verdad. –Digo perplejo, negando con el rostro—. Eso es incluso desagradable. –Mientras él se encoge de hombros, desinteresado, cierra las cortinas del cuarto una a una hasta cubrir todas las ventanas. Después, se acerca al dispositivo de la luz y baja la intensidad, hasta que nos deja en una oscura neblina en la que solo distingo su perfil y su sombra. Aun veo su sonrisa, enmarcando su rostro—. ¿Qué haces, Kookie? –Pregunto con sorna pero cuando siento sus manos en mi cuerpo y sus labios en mis mejillas comienzo a exaltarme y llevo mis manos a su pecho, preocupado—. ¿Qué estás haciendo? –Susurro.

—Shhh… —Me chista mientras besa mis mejillas, mi mandíbula, mi cuello. Me vuelve ese olor cítrico y dulce—. Estás tan hermoso hoy, Jiminie…

—¿Se te ha subido el licor a la cabeza? –Pregunto mientras intento apartarlo de mí pero solo consigo enfurecerlo un poco más y se agacha. Pienso que sus intenciones son otras, pero acaba abrazándome la cintura y levantándome en el aire mientras me sostiene en uno de sus hombros. La postura en sí es vergonzosa, pero que me azote en el gesto es el todo humillante, con lo que empiezo a revolverme pero nada le sirve hasta que no me tira en medio de la cama y me deja ahí tumbado con su cuerpo encima del mío.

—¿No me digas que no te da morbo? –Me susurra mientras comienza a desabrochar con impaciencia mis pantalones.

—Nuestros padres están abajo. —Susurro, casi avergonzado. Intentaría detenerle pero sus manos sobándome me resultan demasiado tentadoras.

—Por eso, idiota. –Me quita los pantalones y los zapatos de una, con un poco de mi colaboración, y me levanta con una desmesurada impaciencia la camisa junto con la americana en la parte del vientre para hundir su rostro en la línea de mis calzoncillos. Sentir la calidez y la humedad de sus labios golpeándome, besándome, mordiéndome, torturándome es demasiado para mí y con mis manos en su cabello comienzo a acariciarle de forma tranquila, concentrándome en lo sedosos que son sus mechones y en lo bien que huele su colonia al desprenderse de ellos.

No llega en ningún momento a tener contacto con mi pene. Se limita a endurecerme con la posibilidad de ello. Cuando cree que estoy suficientemente sometido a él se incorpora con mis piernas a cada lado de su cuerpo y se quita la americana mientras yo me deshago de la mía y de mi propia camisa. Estoy a punto de deshacerme también de la pajarita pero él me detiene y me la deja tal como estaba. Con ella como única prenda en mi cuerpo me hace sentir como un pequeño juguete que él disfruta de observar. Con la mirada fija en mi rostro se remanga la camisa, se acomoda en mis piernas y se baja muy lentamente la cremallera de sus pantalones.

—¿Tienes lubricante? –Pregunto en un jadeo y él niega, con una sádica sonrisa.

—Si quieres lubricación tendrás que buscarla por tu cuenta. –Me dice mientras se baja un poco los pantalones junto con la ropa interior sacándose el pene y masturbándose delante de mí. Yo me limito a meterme dos de mis dedos en mi boca, a humedecerlos bien pero con rapidez y me los introduzco dentro ante su atenta mirada. Comienzo a gemir casi sin darme cuenta y él me sigue el juego aunque solo se esté masturbando.

Cuando cree que es suficiente me saca los dedos del interior y se acomoda entre mis piernas. Colocándose cada una en uno de sus hombros me penetra recibiendo de mí un quejido lastimero. Me revuelvo un segundo y comienzo a lloriquear dolorido.

—Vamos, bebé… —Suspira mientras besa mis labios—. Aguanta que tú puedes, mi príncipe.

La primera embestida es suave, dulce, acaramelada. Poco a poco ese dulzor se va perdiendo. Se funde dentro del fuego que nos rodea y ni yo mismo soy capaz de saber en qué momento me he vuelto un amasijo de gemidos y lloriqueos. Me embiste con fuerza y yo me agarro a su espalda con desesperación. Evitamos marcarnos con besos, dejarnos huellas sospechosas. Me contengo a besarle demasiado, él a hacerme demasiado daño como para no poder andar con normalidad.

Pasados varios minutos, acercándonos al éxtasis oímos un par de golpes en la puerta del cuarto y ambos damos un respingo nerviosos, pero no nos separamos. El momento es demasiado placentero como para terminarlo de esta forma. Una de las manos de Jeon va a cubrir mis labios y eso aunque no me deja gemir me dificulta la respiración. Él se detiene en mi interior y yo me quedo quieto como una estatua, agarrándome con fuerza a la tela en su camisa.

—¿Sí? –Pregunta Jeon con una voz normalizada.

—¿Está ahí, señorito Jeon?

—Sí. –Dice, un tanto más calmado al reconocer la voz. Yo no lo hago. Como si esto fuera suficiente comienza a embestirme de nuevo aun cubriendo mis labios con su mano con lo que mis gemidos quedan ahogados pero mis mejillas muestran en un color rojizo la vergüenza que me da el acto—. ¿Qué ocurre?

—Su madre me ha dicho que le avise. En unos minutos sacarán la tarta y se producirá el brindis. –Jeon golpea de nuevo en mi punto dulce y me retuerzo debajo de él abriendo mis piernas y rodeándole con ellas. Él me mira y sonríe mientras habla con el hombre afuera.

—Muy bien, saldré enseguida.

Los pasos se alejan paulatinamente y Jeon continúa embistiéndome destapando poco a poco mi boca, a medida que se me hace más necesario respirar. Ambos acabamos enseguida y culminamos, él dentro de mí y yo manchando mi abdomen. Él se encarga, a grandes lametones, de limpiarme tanto el torso como mis glúteos y cuando ambos terminamos entre grandes bocanadas de aire y con el pulso acelerado, nos vestimos de nuevo.

 

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*El gramófono (del griego: gramma, escritura; fono, sonido) fue el primer sistema de grabación y reproducción de sonido que utilizó un disco plano, a diferencia del fonógrafo que grababa sobre un cilindro. Asimismo fue el dispositivo más común para reproducir sonido grabado desde la década de 1890 hasta mediados de la década de 1950, cuando apareció el disco de vinilo a 33 RPM. El gramófono fue patentado por Emile Berliner en 1887.

*Henryk Wieniawski (Lublin, 10 de julio de 1835 — Moscú, 31 de marzo de 1880) fue un compositor y violinista polaco.

*Esnob​, un vocablo de origen inglés, es, según el Diccionario de la RAE, una "persona que imita con afectación las maneras, opiniones, etc. de aquellos a quienes considera distinguidos". Desconociéndose el origen de este término, se imaginó la siguiente etimología, de la que, por ejemplo, se hizo eco Ortega y Gasset: «snob» sería la contracción de la expresión latina «sine nobilitate», porque «en Inglaterra las listas de vecinos indicaban junto a cada nombre el oficio y rango de la persona. Por eso, junto al nombre de los simples burgueses aparecía la abreviatura “s. nob.”, es decir, “sin nobleza”. Este es el origen de la palabra “snob”.» ​ Sin embargo, investigaciones modernas desestiman esta teoría.

*Peter Paul Rubens (Siegen, Sacro Imperio Romano Germánico, actual Alemania, 28 de junio de 1577—Amberes, Flandes(Países Bajos Españoles), actual Bélgica, 30 de mayo de 1640), también conocido como Pieter Paul, Pieter Pauwel, Petrus Paulus, y, en español, Pedro Pablo Rubens, fue un pintor barroco de la escuela flamenca. Su estilo exuberante enfatiza el dinamismo, el color y la sensualidad. Sus principales influencias procedieron del arte de la Antigua Grecia, de la Antigua Roma y de la pintura renacentista, en especial de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, del que admiraba su representación de la anatomía, ​ y sobre todo de Tiziano, al que siempre consideró su maestro y del que afirmó «con él, la pintura ha encontrado su esencia».

*Gian Lorenzo Bernini (Nápoles, 7 de diciembre de 1598—Roma, 28 de noviembre de 1680) fue un escultor, arquitecto y pintor italiano. Trabajó principalmente en Roma y es considerado el más destacado escultor de su generación, creador del estilo escultórico barroco.

*Michelangelo Merisi da Caravaggio (Milán, 29 de septiembre de 1571—Porto Ércole, 18 de julio de 1610) fue un pintor italiano activo en Roma, Nápoles, Malta y Sicilia entre los años de 1593 y 1610. Es considerado como el primer gran exponente de la pintura del Barroco.

*Tiziano Vecellio o Vecelli, conocido tradicionalmente en español como Tiziano o Ticiano (Pieve di Cadore, Belluno, Véneto, hacia 1477/1490—Venecia, 27 de agosto de 1576), ​ fue un pintor italiano del Renacimiento, uno de los mayores exponentes de la Escuela veneciana.

 


 

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