HEREDEROS (JiKook) [Parte I] - Capítulo 1
CAPÍTULO - 1
Jimin POV:
Me siento con un suspiro en el asiento
acolchado del interior de la cafetería y dejo que mis músculos se relajen a
medida que dejo la taza y el plato de café delante de mí en esta mesa para
cuatro que hoy me limito a llenar con mi sola presencia. Con una mirada
alrededor me cercioro de que el ambiente ha descendido radicalmente dadas las
horas a las que me presento pero no me importa en absoluto, al contrario, la
falta de ruido alrededor es simplemente una ventaja de escaparme tan
despreocupadamente de mis tareas obligatorias.
Me encojo un poco dentro de mi plumas marrón y
suspiro con una sonrisa infantil mientras veo como en la parte superficial de
la nata en el café alguien ha echado caramelo y canela espolvoreada, rodeándome
de un dulce aroma mucho mejor que el del propio café. Con mis manos rodeo la
taza y dejo que el calor que emana me llegue hasta el interior de mis huesos
produciéndome una agradable sensación de tranquilidad y sosiego. Respiro más
fuerte y me dejo acariciar por la luz del sol que entra desde la ventana, la
cual resulta dolorosa y cegadora, pero mis mejillas calentadas por un poco de
luz de un frío otoño me reconforta lo suficiente como para enfrentarme
nuevamente a mi teléfono móvil.
Lo primero que hago, como un ritual diario, es
sacarlo del bolsillo de mi cazadora y ponerlo a mi lado en la mesa aún sin
desbloquearlo, dejándolo con la pantalla a oscuras la cual sigue atormentándome
porque un pequeño piloto rojo se enciende de forma intermitente avisándome de
que varios mensajes me han llegado. Suspiro ante esa imagen y retiro la mirada
volviendo a centrarla sobre las finas y sinuosas líneas del caramelo sobre la
nata en el café. Sonrío ante ellas y meto la cuchara en todo el centro de la
circunferencia para comenzar a remover el café y que todos los sabores se
mezclen a la perfección. Lo hago despacio, disfrutando del sonido del metal
rozando con la porcelana de la taza. El sonido, dentro de un ambiente calmado
como es el día de hoy, se hace mucho más evidente y ameno. Es como soñar con más
claridad, cómo vivir más presente. Pero el presente es algo que no se me está
permitido y acabo cediendo a mis obligaciones desbloqueando el móvil,
introduciendo el código y revisando a primera vista todos los mensajes y
correos que he recibido tan solo en lo que llevo de descanso.
Mientras me meto en el correo y paso por todos
los mensajes de la secretaria de mi padre de trabajos que me ha endiñado porque
ella es demasiado vaga para hacer, descubro que tengo un par de llamadas
perdidas de mi padre, dos de su secretaria y una del hombre de recursos humanos
junto con un mensaje de mi madre, preguntándome a qué hora llegaré para hacerme
la comida. Yo suspiro largamente y casi como si me sumergiese dentro de mi
teléfono, el ambiente se vuelve tenso y agobiante. Como si cincuenta personas
hubiesen entrado de golpe en la cafetería y se chocasen contra mí para buscar
un pequeño rincón donde poder tomar su café y hablar a voces dado el nivel de
ruido que se ha formado alrededor
Lo leo todo y acabo por contestar con meros
mensajes de consolación y súplica ya que apenas llevo una hora fuera del
trabajo y siento que el mundo se desmorona a cada paso. Con cuidado escojo las
palabras para advertirle a la secretaria de mi padre que deje de atosigarme o
se verá en la calle, a mi padre que me he escapado unos segundos a tomar un
café y a mi madre que hoy no podré ir a comer, ya que me queda tarea que hacer
en la empresa. Cuando siento que he cumplido como persona humana al excusarme
por un descanso que me tengo merecido, suelto el móvil a mi lado, doy un sorbo
al café y me dejo caer sobre el asiento con una mueca cansada y algo aturdida.
Como si regresase de un sueño poco a poco el silencio vuelve a rodearme y tan
solo se escucha una conversación alejada, el propio ruido del camarero
recogiendo la cocina y mi respiración acelerada. Con mis dedos me paso la yema
de estos por mi cuero cabelludo retirándome el pelo de la frente y suspirando
largamente.
El sol en lo alto es lo suficientemente cegador
como para no dejarme ver más allá de mi propia mesa pero en un momento
determinado en que una nube se pone delante, la luz cegadora desaparece
dejándome ver con claridad la mesa más lejana desde donde yo estoy,
descubriendo un angelical rostro que pacíficamente se lleva una taza de té a
sus labios y queda un segundo atento a su propia reacción dentro del líquido en
el interior de la taza. Le veo saborear con tranquilidad el líquido ingerido,
después suspira con una dulce y aniñada sonrisa y deja la taza en su sitio
rescatando un pequeño libro en sus manos.
Su piel color crema contrasta perfectamente con
el negro carbón de su pelo abierto sutilmente
en el flequillo. La línea de las pestañas en sus ojos son también muy
oscuras delineándolos de una forma tan sutil y delicada que me deja deseando
que me mire para saber de qué forma y color son sus ojos en toda su apertura.
Su nariz, redonda y llamativa me hace querer besarla casi con sutileza y sus
labios rosas me dan un extraño vuelco al corazón. Todo su rostro es envidiable,
adorable y totalmente impactante. Parece una de las mejores obras jamás
pintadas, un hermoso retrato idealizado. Unas facciones tan perfectamente
diseñadas que juraría que no es real. La luz cayendo sobre sus mejillas las
enrojece y su desinteresada expresión leyendo sosegado un libro cualquiera me
hace querer ir ahí y llamar su atención de cualquier forma solo con conseguir
un poco de él.
Rápidamente vuelvo el rostro, avergonzado
conmigo mismo y regreso con mis manos a mi café para llevarme el borde de la
porcelana a los labios y catar el dulce café, volviendo rápidamente a la
realidad en la que me encuentro. Vuelvo a pensar casi de forma involuntaria en
mi padre y en la empresa pero acabo cediendo a la curiosidad y levanto de nuevo
la vista para encontrarme de cara con el rostro del chico mirándome. Me mira
con la misma expresión de curiosidad con la que yo me muestro y antes de poder
retirarle la mirada él me sonríe, amable y avergonzado, con unos grandes
dientes de conejo asomando por entre sus rosados labios. Yo le retiro la mirada
lo antes posible, sintiendo mi sangre hervir dentro de mis venas y sonrío
avergonzado casi para mí pero para él también mirando la cubierta de mi móvil
como si fuera lo más interesante del mundo. Cuando la curiosidad supera al ritmo
de mi pulso vuelvo a ascender la mirada pero él ya no me mira. Pasa una página
del libro como si nada, concentrado de nuevo en la lectura y eso me hace borrar
la sonrisa que estaba dedicada a él. Me quedo con una decepcionada expresión y
vuelvo a beber con un suspiro en mi garganta.
Miro fuera y dejo escapar el suspiro que estaba
aguantando con una expresión derrotada. Hacía demasiado tiempo que no recordaba
que hay otras personas en el mundo y que yo alguna vez he sentido atracción
sexual hacia alguien. A veces me pregunto cuánto tiempo hace de mi última
relación sentimental y cuanto hace que nadie me toca, o nadie me dice lo mucho
que valgo o que le importo sin que se refiera a mis capacidades laborales.
Frunzo el ceño sin recordar cuanto hace que nadie se fija en mí, cuanto hace
que yo no me fijo en alguien e intento mirarme en el reflejo del cristal fuera
para asegurarme de que no me estoy descuidando, de que no hay nada malo en mí
como para que nadie me proponga una cita, pero entonces recuerdo de súbito lo
malo que hay en mí. Mi tiempo. La falta de tiempo para mí y para una vida
normal.
Con esa idea en mi mente me muerdo el labio
inferior y regreso a mirar al frente y de nuevo recibo una adorable mirada del
chico unas mesas más adelante. Me quedo mirando sus orbes negros, casi embobado
y soltando al fin una sonrisa idiota que rápido me hace sentir avergonzado. Le
retiro la mirada pero no el tiempo suficiente como para que él la retire
también, solo como un mecanismo de defensa ante la idea de que mis mejillas se
conviertan en dos tomates. Agarro la taza de mi café, el chico me sonríe más
ampliamente mientras cierra su libro con las manos recordando la página en la
que estaba leyendo. Yo me muerdo el labio inferior, miro alrededor y
asegurándome de que no hay una barrera invisible que me impide acercarme,
señalo la silla delante de él con una interrogación escrita en mi rostro. Él
rápido entiende de lo que hablo y asiente, más sorprendido por mi iniciativa
que por la propia oferta.
Con una sonrisa avergonzada y las manos
temblorosas recojo mi café y mi teléfono y me desplazo varias mesas hacia
delante hasta quedar parado en la suya. Me quedo de pie unos segundos mientras
él cierra por completo el libro que estuviera leyendo y me señala una de las
sillas justo delante de él. Yo dejo ahí mi taza, frente a la suya, y me siento
en la silla dejando mi chaqueta en el respaldo y mi móvil guardado en uno de
los bolsillos de esta. Con una sonrisa amable e infantil me saluda con una
inclinación de cabeza y yo hago lo propio mientras suspiro amargamente,
comenzando a arrepentirme de haberme sentado frente a él porque a esta
distancia es incluso más adorable.
—Soy JungKook. –Dice con un puchero de sus
labios y su voz flotando unos segundos por el aire hace todo mucho más difícil
y complicado. Me gustaría hablar a mi también pero me entra un pánico terrible
por no saber responder o incluso porque se me haya olvidado mi nombre. Respiro
largamente y contesto intentando no parecer mucho más nervioso de lo que estoy.
—Jimin. –Asiente—. Park Jimin. –Y de repente me
llega ese cítrico olor picante de una colonia de chico que me enloquece. El
café ha perdido toda su gracia y el caramelo sobre él puede fundirse, todo lo
que necesito es dejarme abrumar por ese olor el resto del día para que no se me
haga tan difícil seguir adelante. Él hace un gesto con su mano en forma de
estrechármela y yo lo hago con educación occidental recibiendo de él una
sonrisa de dientes blancos y protuberantes. Yo me muerdo el labio inferior—.
¿Qué estabas leyendo? –Pregunto solo por comenzar una conversación. Él me
enseña la portada del libro.
—Baudelaire*, Las flores del mal*. –Dice y yo
me quedo mirando la portada negra de un libro de tamaño pequeño que en su mano
parece un pequeño cuaderno.
—¿Qué es? –Pregunto, con una mueca de
desagrado.
—Poesía. –Dice como si nada y abre el libro por
una página marcada con una fina tira de raso dejándome ver la estructura de uno
de los poemas. Yo asiento, comprendiendo pero al mismo tiempo un tanto
desinteresado—. ¿No te gusta la poesía?
—No especialmente, y tampoco el teatro. –Digo y
él parece comprender asintiendo, convencido. Vuelve a cerrar el libro y me
sonríe, pícaro.
—A mí leer poesía me abre la imaginación.
–Asiente, convencido—. Cada uno encuentra las musas en un lugar diferente.
–Señala la portada—. Baudelaire las encontraba en la absenta y yo las encuentro
en sus propios poemas.
—Solo los artistas necesitan de la ayuda de las
musas. –Digo sonriendo y doy un trago al café en que compañía sabe mucho mejor.
Jungkook asiente y cierra de nuevo el libro dejándolo a un lado pero sin
descuidar su presencia—. ¿Eso significa que eres artista? –Niega con el rostro
pero no parece del todo convencido por lo que acaba suspirando.
—Trabajo como vendedor. Ya sabes, doy una
charla sobre el producto y si gusta…
—¿Vendedor? –Asiente.
—Y también trabajo en marketing.
—¿Y qué es exactamente lo que vendes…?
–Pregunto pero dejo la cuestión en el aire, negando con el rostro—. Ni siquiera
sé tu edad y ya me estoy metiendo en tu trabajo.
—Veinticinco. –Me dice sonriendo pero también
me contesta a la pregunta que dejé sin terminar—. Vendo lo que me digan que
tengo que vender. Sé que no es para tanto, no soy arquitecto ni doctor pero…
—¡Qué va! Eso es genial, yo no tengo capacidad
ni paciencia para convencer a alguien de que compre nada. –Niego con el rostro
disgustado—. No sería capaz de venderle a un hambriento algo de comer. –Él ríe
de mis palabras y su risa queda almacenada en un pequeño rincón de mi cerebro,
dentro de una pequeña cápsula de donde poder extraerla siempre que me haga
falta. Un sonido tan dulce no puede quedarse en el aire.
—Gracias por hacer que mi trabajo parezca más
interesante, pero es una mierda. –Dice desanimado—. ¿Tú en qué trabajas?
–Pregunta.
—Trabajo en una empresa automovilística con mi
padre. –Digo quitándole importancia—. Pero no hablemos de eso, estoy aquí para
olvidarme un poco del trabajo.
—Está bien. Tú eres el que se ha sentado aquí,
¿qué es lo que buscas? –Me mira, pícaro—. ¿No pretenderás que te invite al café
porque me hayas sonreído un par de veces?
—¡No! –Digo negando con las manos—. En realidad
yo iba a invitarte a ti. –Digo ofendido—. Es simplemente que bueno… tú…
—Estabas tardando en sentarte a mi lado. –Dice,
suspicaz—. Vienes aquí todos los días, y todos los días yo me siento en esta
misma mesa mirándote, pero parece que hoy me han sonreído las musas porque te
has fijado en mí. –Dice de seguido mirando el té en sus manos y yo me quedo un
tanto parado, asimilando sus palabras. Miro la mesa en la que yo estaba y
analizo todo lo que ha dicho al detalle. Después sonrío muy avergonzado y me
muerdo el labio inferior, con nerviosismo.
—Deberías haberte acercado… —Digo.
—Ya bueno… no sé. –Se hace el remolón y después
baja la mirada—. ¿Te importaría darme tu número de teléfono? Si no es molestia,
claro…
—Oh. –digo casi como una respuesta válida, pero
él acaba mirándome desazonado—. Bueno es que yo…
—Olvídalo… —Niega con el rostro.
—No, no es que no quiera. Es decir, quiero
dártelo, pero… No sé. Yo no tengo mucho tiempo para mantener relaciones
personales… —Él asiente, triste, mirando sus manos en su regazo y yo siento
como estoy perdiendo una gran oportunidad de tener una una relación y acabo por
buscar en mis bolsillos en la chaqueta algún boli o algo parecido pero él se me
adelanta y saca un lápiz de lo que parece una mochila colgada del respaldo de
la silla. Me extiende su libro y en una página en planco de las primeras del
conjunto escribo mi número de teléfono junto con mi nombre completo ante su
divertida y atenta mirada.
—Enhorabuena. –Dice—. Acaba de adquirir nuestro
mejor producto. –Dice con una voz mecánica como si estuviese acostumbrado a
decirlo y yo sonrío divertido. El sonido de nuestras risas se queda alrededor
por mucho tiempo, haciendo que me olvide no solo de mi nombre, también de mis
responsabilidades y mis habilidades.
———.———
*Charles Pierre Baudelaire: (9 de abril de 1821—31 de agosto de 1867) fue
un poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés. Paul Verlaine lo
incluyó entre los poetas malditos de Francia del siglo XIX, debido a su vida
bohemia y de excesos, y a la visión del mal que impregna su obra. Barbey
d'Aurevilly, periodista y escritor francés, dijo de él que fue el Dante de una
época decadente. Fue el poeta de mayor impacto en el simbolismo francés. Las
influencias más importantes sobre él fueron Théophile Gautier, Joseph de
Maistre (de quien dijo que le había enseñado a pensar) y, en particular, Edgar
Allan Poe, a quien tradujo extensamente. A menudo se le acredita de haber
acuñado el término «modernidad» (modernité) para designar la experiencia
fluctuante y efímera de la vida en la metrópolis urbana y la responsabilidad
que tiene el arte de capturar esa experiencia.
*Las flores del mal
(título original en francés: Les Fleurs du mal) es una colección de poemas de
Charles Baudelaire. Considerada la obra máxima de su autor, abarca casi la
totalidad de su producción poética desde 1840 hasta la fecha de su primera
publicación. Las Flores del mal es considerada una de las obras más importantes
de la poesía moderna, que imprime una estética nueva, donde la belleza y lo
sublime surgen, a través del lenguaje poético, de la realidad más trivial,
aspecto que ejerció una influencia considerable en poetas como Paul Verlaine,
Stéphane Mallarmé o Arthur Rimbaud.
Comentarios
Publicar un comentario