EL PESO DE NUESTRA PERDICIÓN (YoonMin) - Capítulo 3

 CAPÍTULO 3


Yoongi POV:

 

El sol hoy se muestra un tanto más amable con la sociedad. Está de un color algo más encendido, apenas imperceptible, pero atravesando el pasillo con mi maletín de la mano y aun con la americana sobre mis hombros me siento algo más despejado que ayer y de mejor humor, acompañado del tiempo alrededor. El pasillo en toda su extensión está vacío y a pesar de que es primera hora de la mañana el poco ajetreo es de lo más inusual. Quiero pensar que es la pereza de las personas que ha podido sobre la moral de sus obligaciones pero cuando veo a uno de los médicos pasar a toda prisa por mi lado para conducirse a uno de los dormitorios en el pasillo, la idea de que algo ocurre me sobresalta. De esa habitación, y tan solo a medida que me acerco, comienzo a oír un murmullo preocupante. Yo no acelero mi paso porque no me identifico con lo que está sucediendo ni es mi responsabilidad pero sin duda alguien tiene un gran problema. Cae una bandeja dentro de la habitación y esta, metálica y algo pesada, hace un ruido que reverbera a través de todo el pasillo hasta llegarme junto con el sonido de un par de enfermeras bastante preocupadas.

-¡Tienes que tomarte la pastilla! –Grita una mujer en un evidente estado de nervios y otra, probablemente no la misma, sale de la habitación con las mejillas acaloradas y con la cinta del pelo que forma parte de su uniforme caída y con el pelo revuelto. Cuando cae en mi presencia acercándome poco a poco sus ojos me miran y su mirada se ilumina como si yo fuese la salvación a la situación que la tiene acongojada. Me señala con las manos, casi desesperada.

-¡Señor Min! Gracias a dios que ha llegado. –Me dice y corre hasta mi posición y me acompaña pasillo adelante, conduciéndome a la habitación-. Su paciente se resiste a tomar la medicación.

-¿Mi paciente? –Pregunto confuso pero cuando llego al umbral de la puerta y reconozco el rostro de Jimin en brazos de varios enfermeros sujetándole con violencia me veo rodeado de una vergüenza extrema por su comportamiento al pensar que no sería uno de mis pacientes el que estuviese montando tal alboroto.

Ante mi presencia y con gesto de mi mano hago que los dos enfermeros suelten al paciente y este, mirándome desafiante con la misma ropa que ayer y con las manos aún echas puños se dirige a mí con una mirada de rencor. No necesito nada más para reconocer en él ese sentimiento y las personas a su alrededor parece que dejen de existir. Solo somos él y yo en este cuarto. Miro alrededor descubriendo una bandeja con su desayuno todo por el suelo. Al lado de una manzana roja se encuentra una pastilla blanca que reconozco de tantas veces haberla tenido que introducir a la fuerza en la garganta de mis pacientes. Yo suspiro largamente y me adentro en el cuarto, encaminándome al pequeño escritorio que tiene como única salida a la mediocre rutina de un cuarto con nada más que una cama y dejo encima de este mi maletín.

-Déjenos, por favor. –Pido a los trabajadores que me miran como si yo fuese un temerario que se lanza desde un acantilado. Asiento con el rostro confirmando mi petición y las personas comienzan a salir dejando una mirada de asco hacia Jimin y una de pena hacia mi persona. Cuando cierran la puerta y nos quedamos a solas vuelvo a mirar al suelo. Una manzana y un cuenco con avena y leche roto en el suelo. Rescato la pastilla y la sujeto en la palma de mi mano extendiéndosela junto con una botella de agua sobre la mesilla. Él se cruza de brazos delante de mí y se sienta en la cama con un puchero en el los labios, más bien pareciera que tengo que tratar con un niño inmaduro que con un hombre de veinticuatro años.

-No pienso tomármela. –Dice mucho más seguro de lo que he oído nunca a un paciente. Yo suspiro largamente y vuelvo a extendérsela con insistencia.

-Tienes que hacerlo. El tratamiento tiene que comenzar desde el primer día. –Intento explicarle-. Cuando antes comencemos antes saldrás de aquí. ¿No quieres curarte?

-No necesito una cura. –Me mira-. Y no pienso tomarme esa pastilla.

-No te comportes como un niño. Pensé que eras más maduro que eso. –Le dejo la pastilla a su lado sobre la cama y yo apoyo mi trasero en la línea de la madera del escritorio cruzándome de brazos al igual que él. Él me mira por mis palabras, con una expresión ofendida que en un principio pretendían ofenderle.

-No soy inmaduro. Soy realista.

-Puf… la realidad. –Digo rodando los ojos-. El mundo entero vive engañado.

-No te las des de mesías ni de iluminado. Tú eres el que más confundido está. –Me dice con voz un poco grave, acentuando sus palabras y yo recurro a mi as en la manga.

-Si no te tomas la pastilla no podrás salir de la enfermedad y a los ojos de Dios no… no… -Señalo el cabecero de su cama pero solo encuentro un clavo en la pared. Un clavo en medio de la nada como un punto en medio de un folio en blanco. Destaca porque el resto de la pared está desnuda pero la ausencia de un crucifijo de madera ahí es muy evidente y me sorprendo al no haberme dado cuenta antes. Miro alrededor sin encontrarlo-. ¿Qué has hecho con el crucifijo? –Pregunto casi enfadado a lo que él señala con la mirada uno de los cajones del escritorio en el que yo estoy apoyado a lo que lo rescato de ahí con una mueca en el rostro y me encamino casi con prisa al cabecero de la cama para dejarlo en su lugar. Jimin no me contradice en mis actos, por lo que o bien va a volver a quitarlo cuando me vaya o no lo ha quitado por voluntad propia. Me decanto por la primera opción-. ¿Por qué no estaba en su sitio? –Pregunto y regreso a la mesa.

-Porque no soy creyente. –Dice como si fuese algo rotundamente lógico pero yo miro a la puerta con la esperanza de que nadie le haya oído.

-Esta es una institución religiosa. El catolicismo es la única salida a tu problema, muchacho. Dios no perdonará tus pecados si no haces algo para remediarlos… -Él me corta.

-No creo en Dios. –Repite con intensidad, para que no le mareé con mi palabrería. Yo suspiro largamente.

-No me importa. Empezarás a creer.

-No lo creo. –Dice convencido.

-Rezar te ayudará a abolir tus pecados y a sobrellevar mejor el tratamiento.

-No habrá tratamiento ninguno. –Dice, y yo, casi como un acto reflejo, río por nariz sorprendido por su inocencia. Él me mira temeroso por mi reacción y suspiro negando con el rostro.

-Tómate la pastilla, por favor. –Le pido.

-¿Qué es? –Pregunta señalando la pastilla a su lado.

-Es un tratamiento hormonal.

-¿Qué me hará? –Pregunta, como un alumno interesado en la materia. Rotundamente no va a tomársela pero quiere valorar las opciones con conocimiento de causa.

-Pues en un principio son solo efectos leves. Como agravarte la voz, crecimiento de vello facial y corporal, agudizará las características masculinas de tu organismo…

-No, gracias. –Dice, denegando la oferta como si realmente tuviese opción a lo que, con un gesto de la mano se deshace de la pastilla sobre la cama y la tira lejos en el suelo lo que me obliga a, con un quejido, rescatarla del suelo y me acerco a él con una mano sujetando su muñeca y con la otra sujetando la pastilla llevándola cerca de sus labios.

-¡Tómatela antes de que agotes mi paciencia! Mejor en pastillas y de forma voluntaria que no en inyecciones y obligado, muchacho… -Él retrocede cayendo en la cama y revolviéndose mientras yo con una pierna apoyada a su lado y la otra en el suelo me debato intentando sujetar la pastilla y al mismo tiempo esquivar sus movimientos infantiles y desesperados por liberarse de mi agarre-. ¡Park Jimin! ¡Tómate la pastilla!

-¡NO!

-Te aconsejo que lo hagas. Está la parte fácil de la terapia. –Él se queda levemente perplejo con mis palabras y me mira con ojos confusos mientras me recorre con ellos el rostro. Estamos a una distancia de unos veinte centímetros pero me siento tremendamente avergonzado por la cercanía y retrocedo, viéndome obligado por mi propio pudor que por mi obligación de hacerle tomar una pastilla.

-¿Qué hay después? –Pregunta incorporándose un poco en la cama a lo que acabamos sentados el uno delante del otro. Yo miro la pastilla en mi mano.

-Si el tratamiento hormonal no resulta efectivo, tendremos que administrarte una dosis más fuerte, un tratamiento de choque farmacológico. Para ver los resultados es un proceso largo. –Él me escucha atentamente-. Durante todo ese proceso también tenemos que tratarte de una forma psicológica. Probaremos con la terapia de aversión a la homosexualidad e intento de reducción de la aversión hacia la heterosexualidad. Podríamos combinar las sesiones de psicoanálisis con terapias en grupo, pero si nada de esto funciona, usaremos el tratamiento por electrochoque. –Mis palabras producen una extraña sensación en él en que lo veo temblar por dentro. Acabo de ver cómo sus esperanzas acaban de recibir un severo golpe de realidad y esta se va colando lentamente dejándose asimilar dentro de su cerebro. La idea de la confusión sobre todo el sistema de nuestra institución acaba de despejarse como un día de niebla con el primer rayo de sol. Su rostro refleja aún la confusión del instante y mis manos con la pasilla en ellas juguetean unos segundos, como método para distraer la mente de la forma en que sus ojos me han mirado, apenados.

-¿Y si nada de eso funciona? –Pregunta aún con una insistencia esperanzadora, a lo que yo le contesto con la sinceridad que se merece su inteligencia.

-Castración*, vasectomía*, cirugía del nervio pudendo*, y en un caso extremo, lobotomía*. –La palabra sale de mis labios con una mueca un tanto preocupada y él puede leer esa expresión en mi rostro. Me mira directo a los ojos y me deja desarmado ante su pregunta.

-¿Lobotomía? ¿Has hecho alguna vez? –Yo asiento a lo que él abre sus ojos con una expresión horrorizada y aprieta sus manos en puños-. ¿Y cómo se sentían los pacientes después?

-Solo lo hice una vez. –Reconozco-. Fue un caso extremo.

-¿Cómo se sintió? –Insiste con intensidad a lo que yo le retiro la mirada con una mueca perpleja y un tanto abochornada.

-No sobrevivió. Hemorragia interna. –Digo y él me mira a sabiendas de que yo no le correspondo el gesto. Da un largo suspiro y mira la pastilla en mi mano con una expresión de sumisión que le han evocado mis palabras. Aún no la coge aunque yo se la muestro apetitosa en la palma de mi mano.

-Yo no he hecho nada malo a nadie. –Dice con tristeza.

-Claro que no. –Digo serio-. No eres un criminal. Solo estás muy enfermo. -Digo a lo que él me mira con pena en los ojos. No sé si pena por mí, o por sí mismo-. Pero yo te prometo que vamos a cuidarte bien y a darte el tratamiento que necesites. ¿Hum? –Digo a lo que él me mira con suspicacia.

-¿Y si nunca me curo?

-No seas tan pesimista.

-¿Y si siempre sigo queriendo estar con hombres? –Pregunta-. ¿Me dejaréis salir de aquí? ¿Os rendiréis?

-¿Acaso crees que puedes salir de aquí sin haberte curado? –Le pregunto a lo que él me mira casi horrorizado-. ¿Acaso crees que tu familia va a acogerte en casa? ¿Puedes volver a la universidad a terminar tu último año sabiendo que todos tus compañeros saben de tu enfermedad? Fuera de aquí sin curarte serás solo un despojo social. Serás peor que una alimaña. Estás traicionando a Dios con tus actos y tus pensamientos impuros. –Él se queda en un silencio demoledor que me hace a mí también silenciar. Mira de nuevo la pastilla en mis manos y con dos dedos temblorosos se acerca a cogerla lo cual recibo con una sonrisa amable que le muestra todos mis dientes. Él me muestra como una de las comisuras de su labio se alza tristemente y se lleva la pequeña pastilla a la boca y sin necesidad de agua se la traga. Lo hace y después me muestra la boca vacía, aseguradme de que se la ha tragado. Yo llevo mi mano casi como un acto reflejo a la suya sobre una de sus rodillas y presiono como forma de agradecimiento-. Has hecho lo correcto. Una diaria será suficiente para el tratamiento. Deberías comer, aunque puede que al principio te siente mal y vomites. –Me dice-. Pero eso depende del paciente. –Me levanto y me atuso la americana ajustándola mejor a mi cuerpo-. En unas horas nos vemos en la sala de terapia. ¿Hum? –Él asiente y me mira con grandes ojos oscuros hasta que salgo por la puerta y cuando me encuentro fuera el silencio de una soleada mañana me responde. Es un silencio demoledor que me deja la reseña de su mirada como un pequeño picor del que no me puedo deshacer.

 

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*Castración: Extirpación o inutilización de los órganos genitales

*Vasectomía: Operación quirúrgica en la que se extirpa el conducto deferente de los órganos sexuales masculinos para conseguir la esterilización.

*Nervio Pudendo: El nervio pudendo es un nervio que se encuentra en la región pélvica y que inerva los genitales externos de ambos sexos, así como también los esfínteres de la vejiga urinaria y del recto.

*Lobotomía: Incisión practicada dentro de un lóbulo cerebral o en uno o más haces nerviosos del mismo."Antiguamente para intentar curar las enfermedades mentales graves se practicaban lobotomías".

 

 


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