TRANSMUTACIÓN - Prólogo

 PRÓLOGO


Todo comienza en el horizonte. Tras la salida del sol, o la caída de este. Un ocaso, un amanecer. Todo sucede en el momento preciso en el que la luz toma consistencia, y por primera o última vez en el día consigue extenderse a lo largo de todo el panorama, rellenando cada pequeño rincón de esa calidez, de esa fragancia hogareña. No importa dónde, en qué lugar o en qué época, la luz del sol ha sido imperecedera en nuestro mundo. Hemos sido formados por él y permanecemos aquí gracias a su presencia. Nos desvelamos con él, le rezamos y le retratamos, pero siempre con esa idolatría de la que solo los humanos somos capaces de otorgar a seres solamente superiores.

La luz. Esa conexión, ese pequeño haz de electricidad que pasa por nuestro cuerpo con fugacidad. ¿Cómo describir esa conexión imperecedera con el sol? Ese instante de creación, y a la vez de subordinación. ¿Cómo hablar de la inconstante presencia del ser a través de los años, de los siglos, y siempre los mismos? La palabra conexión es la que nos trae al caso. Esa chispa transmitida, esa certeza de existencia, y por tanto de creencia sobre uno mismo, y el contrario. Hablo del espacio que separan los dedos de Dios y Adán en la capilla Sixtina. Ese espacio otorga de presencia al hombre y le transmite de Dios todo su ser. Hablo de las manos unidas de Julián y la Señora de Renal en la obra de Stendhal, rompiendo todo convencionalismo establecido.

Hablo del amor. Que, imperecedero como la luz del sol una vez se ha escondido, tras un corto periodo de tiempo, siempre regresa, más intenso que nunca. Ese amanecer ansiado siempre retorna extendiendo su luz a lo largo del mar, a lo largo del campo de oro como hubiera llamando Machado a los campos de trigo. Cuando dos personas se aman –dijo una vez alguien- se seguirán amando siempre el resto de sus siguientes vidas. Se reencontrarán y volverán a amarse, aunque tengan que pasar muchos años. Cupido siempre volverá a soplar sobre la antorcha de Himeneo. Ya sea en las cálidas aguas mediterráneas de las costas de Grecia o en los fríos bosques de Inglaterra. La pasión, la complicidad, la camaradería y el sexo son los sentimientos más universales, junto al odio y el terror.

 


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