DENTRO DE LA ESQUIZOFRENIA (JiKook) - Capítulo 16

 CAPÍTULO 16


Jimin POV:

 

Cuando tras veinte minutos termina su ducha sale aun con el pelo húmedo y se sienta frente a mí en la cama mientras que con una pequeña toalla blanca seca su pelo cuidadosamente. En sus mejillas aun se nota el rubor del agua caliente sobre ellas y las yemas de sus dedos están arrugadas viéndose mucho más adorable.

–¿Y bien? –Me pregunta esperando pero en vez de ser directo prefiero tantear bien el terreno antes.

–¿Tienes zapatillas o botas para salir? –Frunce el ceño y tiene que hacer un gran esfuerzo para entenderme.

–¿Aparte de estas? –Dice señalando las zapatillas de hospital que tiene y yo asiento. Frunce el ceño de nuevo y asiente–. Sí. Tengo unas para cuando me hacen pruebas físicas. ¿Por qué? –Sonrío casi sin evitarlo y eso le pone mucho más nervioso.

–¿Qué te parecería si te dijera que nos vamos a ir a tomar un café? O a comer algo, lo que más te apetezca. –Detiene el movimiento de la toalla sobre su pelo y me mira fijamente. Mis palabras no han sido demasiado altas por miedo de que alguien más nos oiga y él imita el mismo tono de voz.

–Eso estaría mal. ¿Esa es mi sorpresa?

–¿No te hace ilusión? –Pregunto decepcionado aunque ya supuse que tendría que convencerle.

–No mucha la verdad. No me parece buena idea. Te meterás en un lío y a mí me encerrarán en la sala de aislamiento. –Solo esas palabras salidas de su propia voz le asustan–. No, no pienso moverme de aquí.

–No pasará nada. Mira, salimos en un rato, damos una vuelta, comemos algo rápido y estaremos aquí antes de la hora de la comida.

–Pero, ¿no te oyes? ¿No ves que es una locura?

–No lo veo tan grave. –Miento. De repente algo cambia en su mente y suelta la toalla para dejarla sobre los pies de la cama. Mirándome atentamente se cruza de brazos y frunce el ceño intentando leer algo en mi mente.

–¿Y se puede saber para qué diablos ibas a querer sacarme de aquí?

–¿Qué insinúas? –Pregunto confuso.

–Que vas a hacerme algo malo. Vas a matarme y arrojarme a un descampado o vas a abandonarme en medio de la nada y…

–No digas eso. –Me enfado–. Encima que intento pensar en formas para hacer que te mejores…

–¿Salir a la calle va a mejorar mi estado? ¿Qué clase de médico le recomienda a un esquizofrénico salir a la calle? Por si no lo sabes el barullo de gente me da ansiedad y…

–Lo sé pero será a las diez, en plena mañana de lunes. Estaremos tranquilos en una cafetería. ¿Qué puede salir mal?

–Todo. –Dice pero ya no muy convencido.

–He visto como te sientes cuando estas fuera, cuando te da el aire y el sol. No vas a negarme que no sientes la necesidad de salir.

–De salir sí, no de relacionarme con el mundo. Eso es muy diferente.

–No tendrás que hacerlo. Yo lo haré por ti. Solo hablarás conmigo y estaremos juntos. No me separaré de ti. Te lo prometo. –Mira a todas partes quedándose sin argumentos. Compruebo por segunda vez en el día que no le gusta discutir y antes prefiere rendirse que continuar con la conversación. Antes de que diga nada más le doy la bolsa de viaje y la abre despacio mientras se pone en pie y saca sobre la cama las tres prendas de ropa.

–¿Qué es esto?

–Para que te lo pongas ahora. ¿No creerás que iba a dejarte salir así?

–¿Me valdrá?

–No estoy seguro. No sé qué talla usas pero eres algo más alto que yo. –Se encoge de hombros–. Cuando sea la hora qué te parece si te la pruebas. Si te vale, salimos, si no, nos quedamos. –Asiente subordinado a mis insistencias.

 

 

Cuando me canso de verle pasar las páginas del libro buscando nada en concreto me levanto de un salto y junto mis palmas animado haciendo que dé un infantil respingo sobre la cama. Me mira al principio asustado pero luego se torna nervioso porque conoce de mis intenciones. Son las diez y cuarto, es la hora perfecta.

–¿Te pruebas la ropa ya? –Asiente y se baja de la cama para acercarse a la silla en donde ha colocado la ropa y comienza a desnudarse delante de mí sin pudor alguno, casi como si no le importase que esté yo delante. Como si ya lo hubiera hecho miles de veces. Me ha dado la espalda pero puedo ver como lentamente sus pantalones blancos holgados se deslizan por sus muslos y caen al suelo sin ruido aparente. Sus calzoncillos negros hacen que su piel se vea mucho más pálida en comparación y todo mi cuerpo tiembla mientras mi mente recuerda aquellas imágenes en las que su piel estaba tan dañada, cubierta de hematomas. Han desaparecido por completo y ahora luce una lisa y pálida apariencia que me hace pensar en la pureza de su persona.

Su camiseta va tras los pantalones y tras quedarse en ropa interior se prueba el jersey de lana y se palpa a si mismo unos segundo sobre la tela. Me mira de repente girándose y sonriendo y asiente indicándome que le sirve. Los pantalones van después y tras dar pequeños saltitos para ajustar los vaqueros a su cadera, los abrocha y realiza el mismo gesto para después ponerse la chaqueta y dar un par de vueltas delante de mí.

–¿Y bien?

–Perfecto. –Le digo–. ¿Te encuentras bien?

–Un poco incómodo. –Reconoce–. Hace mucho tiempo que no me pongo nada que no sea el traje de hospital.

–Te ves muy bien. –Me acerco a él y se deja hacer mientras le coloco el cuello de la chaqueta y aplano el gorro de esta en su espalda. Ambos sonreímos y por último tras ponerle las zapatillas, saco del bolsillo de mi pantalón algo que cogí esta mañana en el último momento, una mascarilla de papel en color negro. Al ponérsela le encuentro irreconocible por lo que animado y esperanzado recojo mi abrigo, mi maletín, y me planto frente a él–. ¿Quieres coger algo? ¿Necesitarás llevarte algo? Piensa si quieres llevar cualquier cosa que te haga sentir seguro. –Piensa unos segundos y convencido coge el libro y ambos salimos por la puerta.

El primer tramo hasta el ascensor es fácil. Es casi como un juego inocente en el que ambos nos divertimos al comprobar que los médicos a nuestro alrededor no se extrañan o se asustan. No le reconocen y eso le hace sentirse mucho más libre. Ninguno de los dos es quien realmente es, solo es un juego en que truncamos nuestras personalidades pero cuando llegamos al ascensor y nos obligamos a esperar porque llegue, ese extraño sentimiento de autoridad se desvanece y se hacen mucho más evidentes nuestras propias personalidades en nuestro cuerpo. Se llama responsabilidad y consecuencias. Ambas nos golpean duramente y sentimos que aún estamos a tiempo de retroceder. JungKook habla.

–Podrían despedirte por esto, lo sabes, ¿verdad?

–Sí.

–¿Por qué lo haces?

–Porque sé que es lo mejor para ti. –Ahí finaliza la última conversación que tenemos.

Una vez dentro del ascensor la presión sobre nuestros cuerpos es tan fuerte que no somos valientes para decir nada en absoluto y cuando las puertas se abren mostrándonos un nuevo camino que recorrer, la adrenalina en mi cuerpo estalla y acelero el paso sintiendo como poco a poco me ahogo en mi propia respiración. La puerta está muy cerca, ya la vemos y con ello, intentamos normalizar nuestra apariencia, creyéndonos realmente que somos dos desconocidos que han venido a visitar a alguien aquí hospitalizado. Mentira. Todo es una mentira enorme que gracias a dios no nos ha explotado en la cara. Ya estamos fuera y una vez nos hemos alejado de la puerta respiramos fuertemente y solo cuando hemos perdido el edificio de vista, podemos detenernos y sonreír satisfechos. JungKook se quita la mascarilla.

–¡Qué subidón! –Reconoce y yo asiento dándole la razón.

–Creo que me muero. –Digo haciendo que sonría y me apoyo en su hombro casi como un acto reflejo. Él no hace nada–. ¿Y bien? –Le digo una vez hemos dado por sentado que nada malo va a pasar–. ¿A dónde quieres ir? ¿Cogemos el coche o damos un paseo?

–Mejor un paseo. –Asiento y comenzamos a caminar hacia el centro de la ciudad y doy gracias que como predije, no hay demasiadas personas en la calle aunque suficientes como para incomodar un poco a Jeon ya que no se separa de mi lado.

–Guíame tú, yo no conozco demasiado bien la ciudad.

–¿Yo? –Pregunta confuso–. Yo nunca he estado en esta ciudad.

–¿Cómo que no?

–Yo nací en Busán. –Dice como si estuviera recordándome algo–. Todo el tiempo que he estado en Seúl ha sido dentro del hospital.

–¡Pero eso es horrible!

–¿¿Qué te pensabas?? ¿Qué he estado de turista, joder?

–No, no… –Digo porque la tensión del ambiente le hace enfadar con facilidad–. Tienes razón. No sabía que eras de Busán, perdóname.

–¿No lo sabías? ¡Me tomas el pelo! –Ríe de nuevo de aquella manera cínica y decepcionada y acaba la conversación tan extraña que tenemos.

Pasados diez minutos caminando a ninguna parte ambos comenzamos a mirar las tiendas a nuestro alrededor pero no puedo evitar por más tiempo hablarle.

–¿Cómo te encuentras? ¿Bien?

–Bien. No hay tantas personas como creí.

–¿Estás nervioso o cansado?

–No, estoy bien.

–Genial. –Miro una de las tiendas a nuestra derecha y exactamente en el momento en que me detengo él lo hace igual que yo–. ¿Qué te parece si entramos ahí? –Pregunto mientras ambos miramos el logotipo de una cafetería–pastelería que parece poder satisfacernos a ambos.

–Entremos. –Su estado de ánimo parece mejorar por momentos.

 

 

 

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