DENTRO DE LA ESQUIZOFRENIA (JiKook) - Capítulo 29
CAPÍTULO 29
Jimin POV:
(Flashback)
Miro una vez más los golpes en mis costillas
mientras me miro desnudo frente al espejo. Giro sobre mí mismo un par de veces
para verme mejor y suspiro ante la tan deprimente imagen. Frunzo el ceño a mi
reflejo y suspiro porque ponerle mala cara no ayuda en absoluto. Tras unos
minutos decido que es hora de partir a clase y pongo sobre mi cuerpo la camisa
y la corbata de mi escuela. La chaqueta y sobre todo ello me pongo el abrigo de
plumas por el frío invierno que me espera fuera.
Salgo del baño oyendo los fuertes ronquidos de
mi padre en la habitación donde duerme tranquilo y no me extraña, anoche ya se
cobró su ira conmigo y ahora puede dormir en paz. Tras suspirar de manera
silenciosa me conduzco fuera de casa y me acurruco más en el abrigo porque el
frío cortante en mis mejillas duele.
Tras caminar durante media hora llego a mi
escuela y cada mañana desde hace unos meses mis ojos han cambiado para ella,
este será mi último año aquí dentro como prisionero. Apenas entro en clase y la
ansiedad y la asfixia vuelven a consumirme como cada día. Me siento en mi
pupitre y me evado de la clase hasta que llegue la hora del descanso. Rezo para
ello durante horas seguidas porque no puedo soportar estar entre mis
compañeros, ilusionados con las materias, con cada una de las asignaturas.
Algunas son más queridas que otras pero por mí, todas son igual de odiosas.
En los momentos en los que me siento atrás del
todo en el aula y cuando puedo aprovechar, pongo uno de mis cascos de música
escondido entre la ropa y mi pelo y reproduzco una de las canciones en mi MP3.
Me veo a mí mismo cumpliendo un sueño, cumpliendo una fantasía que es bailar.
Bailar allí donde mi baile se pueda apreciar. Nada vale más para mí, lo que hoy
no es nada más que una fantasía derretida por las imposiciones de mi padre.
Doctor, tengo que ser doctor. Eso y no otra cosa.
La campana suena y me levanto de inmediato
seguido del resto de mis compañeros. Uno se apoya en mi hombro y le miro con
una falsa sonrisa que más bien simboliza el desagrado que le tengo a él y al
resto de estudiantes. Él me habla, me propone el mismo juego de cada día y yo
accedo solo por matar el tiempo. Solo por evadirme y buscar una salida a mis
pensamientos, una salida a mis más furiosas iras.
Todos, cinco o seis personas, nos conducimos
por los pasillos desiertos en el descanso en busca de una de nuestras tantas
presas que se han convertido en nada más que un pasatiempo de nuestros más
internos demonios. Caminamos hasta que uno de ellos se cruza en nuestro camino
a diez metros por delante. Tras que se dirigía hacia nosotros se para en seco
tras comprobar que obstaculizamos su camino. Nos mira de reojo, que no necesita
más, y se gira para caminar en la dirección opuesta e internarse por uno de los
pasillos perpendicular al que estamos. Desaparece por unos segundos pero tras
adentrarnos nosotros en el mismo pasillo vemos como la puerta del baño se
cierra a medida que alguien ha entrado dentro. No lo dudamos, ni siquiera lo
pensamos. Entramos dentro para ver de igual manera como uno de los cubículos se
cierra dejando dentro de él una sombra nerviosa y temblorosa que se refleja en
el suelo bajo la puerta.
–¿Dónde se habrá metido la ratita defectuosa,
chicos? –Pregunto a voces a mis compañeros, sabiendo que él me oye tan bien
como el resto. Provocarle es lo que más me gusta. Saber que tiene miedo, saber
que puedo controlarle solo con hablar.
–¿Tendremos que mirar aquí dentro? –Dice uno
de mis compañeros y patea fuertemente la primera puerta de uno de los cubículos
a nuestra disposición. La puerta se abre de golpe y se produce un estruendo que
incluso a mi me pone los pelos de punta.
De la siguiente puerta me encargo yo y soy
mucho más violento haciéndolo. La siguiente otro de mis compañeros pero en la
cuarta está nuestra presa. Me acerco despacio para ver como su sombra se aleja
a medida que me siente avanzar. Mis pasos son suaves pero evidentes. Los suyos
casi imperceptibles. Mis zapatillas rojas se detienen al borde de la puerta y
mi mano abre muy lentamente esta descubriendo su rostro mirándome lleno de
miedo al otro lado.
–Vaya, vaya… ¿a quién tenemos aquí…? –Me río
junto con mis compañeros–. Mocoso demente, ¿estás huyendo de nosotros? –Niega
con la cabeza lo que es evidente. Ni siquiera habla. Sus ojos negros me miran
con profundidad pero cuando yo le miro a él, baja la mirada subordinado a mi
posición. Ser dos años mayor ayuda, sin duda. Sus labios, temblorosos se
esconde en sus dientes mientras son torturados por ellos. Sus manos aferran su
mochila con fuerza.
–Llevamos días sin verte, rata. ¿Otra vez en
el médico? –Le pregunta uno de mis compañeros y él se limita a apartar la
mirada de nosotros.
–¡Contesta! –Le grito mientras mi mano va
ciega a su mochila y se la arrebato tras forcejear unos segundos. La tiro fuera
del cubículo y me adelanto hasta estar dentro. Mis compañeros nos observan
desde fuera mientras ríen mis actos y sus ridículas expresiones de cobardía. Mi
mano va a su cuello y le ahogo levemente–. Rata asquerosa. No me ignores, hijo
de puta. –Sus ojos me miran llorosos. Entreabre sus labios y de entre ellos
salen susurros que entiendo no sin esfuerzo mientras intenta deshacerse de mi
agarre.
–No me golpees, por fa–favor, Ji–Jimin… –Mi
nombre de entre sus labios siempre me ha producido extraños escalofríos y esto
me enfurece. La incomprensión de mis sentimientos.
–Ningún loco me dice qué tengo que hacer,
perturbado. –Con mi mano en su cuello le dirijo donde quiero y tras abrir la
tapa del retrete le siento sobre él obligándole a alzar el mentón para mirarme.
Yo permanezco de pie delante de él–. Dilo.
–¿Qué? –Me pregunta nervioso.
–Di mi nombre. –Él frunce el ceño pero tras
unos segundos contesta.
–Ji–Jimin… –Solo hacerlo le abofeteo haciendo
que su rostro gire en la dirección en que le he golpeado. Todo mi cuerpo
tiembla y vibra con una música interna maravillosa. Esa música me enfurece aún
más.
–¡Ah! –Gimo–. Que placer. Dilo otra vez.
–Niega con la cabeza lo que recibe otra bofetada–. ¡Dilo! –Otra más.
–¡Park Jimin! –Grita con el labio
ensangrentado. Es una visión más que suculenta y cuando estoy a punto de
golpearle de nuevo una de las voces de mis compañeros me detienen.
–Aquí las tiene. –Me pasan un bote naranja que
sostengo en la mano y lo miro unos segundos agitándolo. Las pastillas suenan
dentro de él. Jungkook intenta arrebatármelas pero las dejo fuera de su alcance
y pongo una de mis manos sobre su hombro para procurar que no se mueva.
–Así que pastillas nuevas, ¿eh? ¿A quién se ha
follado la guarra de tu madre para conseguirlas?
–Dámelas, son mías. –Me exige.
–Claro… –Una gota de sangre cae por su
barbilla mientras yo abro el bote extrayendo de él una pastilla. Cojo su
mandíbula y le ordeno que abra la boca. Él no accede las primeras veces pero
tras apretar con mi mano en su rostro acaba resignado y yo introduzco allí la
pastilla viendo como uno de mis dedos que se ha introducido en su boca sale
rodeado por sus labios. Sus ojos me miran y ahora debo ser yo quien le aparte
la mirada. La sangre que ha quedado en mi dedo me la limpio en su uniforme y,
enfadado por el extraño pálpito de mi corazón, le extiendo el bote de pastillas
en una pronunciada inclinación. Las pastillas se precipitan entre sus piernas
abiertas por el retrete abierto mientras él las ve caer y desperdiciarse en el
agua del retrete donde tantas veces estuvo su cabeza metida–. Ups, que torpe.
–Las pastillas… –Susurra mirándolas con la
vista desorbitada.
–No te quejes que te he dado una, mocoso. Soy
buen médico ¿verdad? –Todos reímos. Él me mira y me gustaría ver ira en él. Me
gustaría que tuviéramos un enfrentamiento físico porque realmente lo necesito
pero tras que sus ojos se dirigen a mí, solo veo tristeza y decepción. Escupo
en su cara y me marcho junto con mis compañeros. Soy el último en salir. El
único que oye sus sollozos.
Comentarios
Publicar un comentario