DENTRO DE LA ESQUIZOFRENIA (JiKook) - Capítulo 20
CAPÍTULO 20
Jimin POV:
–Me ha
dicho que a él también le gusta bailar. –Le digo a TaeHyung mientras remuevo la
masa de color chocolate sobre el bol trasparente. Una suave música de jazz
suena en un pequeño reproductor. El olor de la cocina de Taehyung es tan dulce
que se me hace la boca agua y ni siquiera hemos terminado. Al fin ambos hemos
encontrado un momento a solas para poder preparar magdalenas. Sus instrucciones
no son muy claras pero puedo seguir sus gestos.
–Eso es
bueno. Tenéis algo en común. Aparte del gusto por mis dulces. –Dice mientras
coloca moldes de papel en la bandeja de metal que más tarde introducirá en el
horno. Su sonrisa cuadrada hace que todo parezca efímero. Mi realidad se
distorsiona a algo más dulce y acaramelado.
–Cuando
hablamos siento que hablo con un hermano pequeño. –Le confieso en alto. Ya le
había dado vueltas a la cabeza sobre este tema pero nunca lo había expresado.
¿A quién hacerlo?
–¿Y eso?
–No lo sé.
Siento que hablo con alguien de mi infancia. –Me encojo de hombros–. Cuando me
mira, cuando camina. Veo en él a algo parecido a un hermano.
–Ya
entiendo. Pero si quieres un consejo de no deberías pensar de esa manera hacia
él. Es un paciente, debes ser objetivo.
–Lo sé.
–Compruebo la textura de la masa en el bol y cuando coincidimos en que es la
textura perfecta le ayudo a rellenar los moldes con ella. Una vez terminado las
introduciremos en el horno y nos ponemos a preparar el glaseado. Me deja
escoger uno de entre todos los colores de colorante para bañar el glaseado y
basándome en mis favoritos escojo el azul.
–¿Por qué
azul? –Me pregunta sonriendo a la par que interesado.
–No lo sé.
Parecen más apetitosas de color azul. –Me encojo de hombros y sonríe. Cuando
debemos esperar me sirve una copa de vino y nos sentamos en la mesa de su
cocina para mirarnos ambos y sonreír como idiotas.
–¿Qué
piensas hacer con él? No se toma la medicación y no parece con intención de
hacerlo. –No he podido evitar contarle todo sobre Jeon. Todo lo que sé. No
tengo más amigos.
–No lo sé
aún. Quiero motivarle y mostrarle lo que se pierde si no se recupera. Había
pensado en regalarle un MP3 o algo así para que pueda escuchar música pero aun
no he cobrado nada de dinero y no lo haré hasta final de mes. No quiero gastar
el dinero de esta manera. –Asiente comprendiendo mi problema.
–Creo que
tengo algo que tal vez te interese. –Se levanta emocionado y camina por la casa
hasta desaparecer en uno de los cuartos. Cuando regresa trae consigo una caja
del tamaño de una de zapatos y la abre mostrándome un pequeño caset de color
rosa no muy moderno pero con puerto de USB. Es de plástico y con forma
redondeada. Un asa decora la parte de arriba y en los laterales hay altavoces
rosas también. Varias pegatinas de Pororo y Kumamón decoran los espacios vacios
de conectores–. Funciona a pilas, es viejo y está repleto de polvo, pero tal
vez esto te ayude.
–¿Qué?
–Pregunto aún confuso.
–Descarga
unas cuantas canciones en un pendrive y dáselo con esto. Seguro que le
encanta.
–¿Me estás
regalando esto? ¿Por qué?
–No, no.
–Niega con la cabeza sonriendo–. Se lo regalo a Jeon JungKook. Tú solo debes
dárselo a él. Igual que las magdalenas. –Me guiña un ojo.
–Muchas
gracias.
…
El lunes
comienza animado, sin duda el sol sale después de varios días escondido tras
las nubes y el temporal de un invierno que amenazaba con cubrirnos de frio y
niebla. Poco a poco remite en el día lo que me hace pensar que en una semana
volveremos a tener una borrasca sobre nosotros. Mientras tanto, disfrutaremos
de este día.
Nada más
poner un pie fuera de la cama sonrío sin poder evitarlo y tras pasar por el
baño como cada mañana, me visto con una camisa blanca y una corbata negra.
Sobre todo ello un jersey de color negro y una chaqueta de traje negra. Unos
pantalones cómodos y unos zapatos de esos que tanto me gustan porque son
elegantes a la par de cómodos. De esos que destrozo porque no me deshago de
ellos.
Tras tomar
un café y asegurarme que todo está listo paso por el baño de nuevo y me miro
cinco veces seguidas en el espejo en busca de una manera de colocar el pelo en
mi cabeza. Lo revuelvo, lo aliso, lo peino y lo único que parece servir es
pasar mis dedos por mi cuero cabelludo hacia atrás y retirarlo de mi frente.
Sonrío a mi reflejo y me echo una difusión de perfume mientras en mi cabeza se
reproduce una canción que tarareo.
Anoche,
antes de irme a dormir me pasé horas buscando entre toda mi lista de música
aquellas canciones que pudieran gustarle a Jeon. No supe decidirme así que
llené el pendrive de todo aquello que creí apropiado. Algunas de mis favoritas,
otras que no me gustaban tanto pero aun así eran populares. Otras que de seguro
no conocía pero me entusiasmaba que él escuchara. Todas, sin falta, estaban ya
en el pendrive en uno de los bolsillos de mi chaqueta.
Cuando
salí de mi coche ya había pasado la hora de su desayuno y sin duda estaría
dando un paseo por los pasillos por lo que durante todo el trayecto lo estuve
buscando con la mirada sin resultado alguno. Solo tras entrar en su cuarto lo
vi allí tumbado en su cama, con todo abierto y bien ventilado. Él ya se había
levantado pero permanecía aún tumbado y con los ojos cerrados. Pero algo llamó
mi atención. Desde su brazo se conducía un tubo que conectaba con una bolsa de
suero colgada de unas agarraderas de mano con ruedas.
–¿Jeon?
–Le llamo mientras dejo los dos paquetes en bolsas sobre el suelo y me conduzco
a su lado en la cama para acariciar su mejilla pálida. Le miro atónito y sin
comprender. Sus ojos me miran ya que está despierto pero no me contesta. Yoongi
desde la puerta le ayuda. Ha debido verme llegar.
–Está con
suero. –Me dice como si no fuera evidente.
–¿Por qué?
¿Qué ha pasado?
–No ha
comido en todo el fin de semana y anoche se desmayó.
–¿Por qué
no has comido? –Le pregunto a Jeon que me retira la mirada.
–No quiere
comer si no pruebas tú la comida. –Yoongi se cruza de brazos y me mira serio–.
Genial, has conseguido crear en él una manía más que no tenía.
–No puedes
hacerme esto. –Le digo a JungKook con los ojos cerrados y su cabeza apoyada en
la almohada. Respira muy lentamente.
–Cuida de
él. –Me dice Yoongi mientras se descruza de brazos–. Y dale de comer. En un
rato le traerán el desayuno.
Mientras
le veo marcharse con el ceño fruncido suspiro pesadamente y regreso mi vista al
rostro pálido de Jeon. Sus ojos están acuosos y sus labios secos. Muerdo los
míos sintiéndome tremendamente culpable a pesar de no serlo. No ha sido mi
culpa.
–No puedo
creer que hayas estado sin comer desde el viernes. ¿Por qué lo has hecho? –La
única respuesta que recibo es un humilde encogimiento de hombros–. Bien. Ya
estoy aquí, ¿vas a comer ahora? –Asiente y se intenta incorporar pero yo le
detengo. –No hagas esfuerzos todavía.
Pasados
siete minutos llega una enfermera con un carro donde porta una bandeja blanca
con su desayuno. Tras dejarla en la mesilla al lado de la cama se marcha y yo
coloco un brazo de plástico donde colocar la bandeja sobre el cuerpo de Jeon
mientras este se incorpora y queda con las espalda en el cabecero. Me mira a la
espera de que regrese a mi silla sentándome a su lado y cate la comida para él.
Primero lo hago con la leche caliente y después con las galletas, las porciones
de manzana y las uvas. Después de hacerlo, comienza a comer muy lentamente, sin
fuerzas.
–¿Mejor?
–Le pregunto cuándo lleva cinco minutos comiendo y asiente aunque no estoy muy
seguro–. Me has hecho enfadar. Te había traído dos regalos pero no pienses que
voy a dártelos ya. –Tras mirarme detenidamente unos segundos masticando uno de
los trozos de manzana en cuarto de luna, frunce su ceño y rebusca sobre mi
cuerpo o alrededor de la habitación algo extraño que le llame la atención.
Acaba fijándose en las dos bolsas de plástico en el suelo al lado de la
puerta.
–¿Me has
comprado algo? –Me dice con brillo en sus ojos y recuerdo la última vez que le
dije que le había traído algo y luego se lo negué, no obtuve interés
alguno.
–Sí, pero
ahora no te lo daré. –JungKook pone un puchero infantil.
–¿Por qué?
¿Qué es lo que me has traído?
–No te
importa. –Niego con la cabeza comenzando a hablar conmigo mismo–. Soy un idiota
por traerte cosas. Ni siquiera haces el mínimo esfuerzo.
–¿Qué es?
–Me pregunta de nuevo.
–Nada. –Me
levanto y le doy la espalda posándome en la ventana abierta y mirando fuera.
Suspiro completamente decepcionado con su comportamiento–. Desayuna y
cállate.
…
El día
transcurre muy lento y aburrido. Nos hemos pasado todo el día aquí metidos
porque él apenas puede moverse y yo no quiero perderle el ojo de encima. En la
hora de la comida ha comido todo y como es debido y ahora en la cena va por el
mismo camino. Hace un rato me pidió que apagase las luces y dejase solamente
encendida la de la mesilla. Una luz anaranjada y tenue alumbra toda la estancia
y solo le falta el débil titileo para que parezca una vela. Yo estoy sentado en
una silla al lado de la venta que he cerrado ya porque la temperatura ha
descendido. Los cristales, empañados, rezuman agua y algunas gotas caen hacia
abajo.
Fuera en
el pasillo puedo ver desde la ventana a enfermeras y pacientes caminar
tranquilamente de un lado a otro mientras se desplazan de las habitaciones
hacia el comedor y al revés. El ambiente es tranquilo. Sin embargo aquí dentro,
solo el sonido de la masticación de Jungkook junto con el de sus cubiertos al
moverse. Suspiro de nuevo por centésima vez en todo el día y tras limpiar mis
gafas las dejo en la repisa de la ventana ahora que mis ojos están cansados de
ver a través de ellas y mi nariz de sujetarlas.
–Ya he
terminado. –Oigo a Jeon y me giro para verle limpiarse los labios con la
servilleta y beber lo poco que le queda de agua en su botella. Me levanto
asintiendo con la cabeza y cojo su bandeja sacándola de la habitación y
dejándola en el carro de la enfermera que vino con él antes. Regresará a
cogerlo y mientras tanto me interno de nuevo en la habitación cerrando la
puerta detrás de mí. Mirando la hora y comprobando que aún me queda una hora y
media hasta que me pueda ir me siento en la silla de antes y sigo mirando el
frío condensado en la ventana–. ¿Cómo te ha ido el fin de semana?
–Bien.
–Contesto mientras le oigo acomodarse en la cama.
–¿Qué has
hecho?
–Nada
importante.
–¿Nada?
¿No haces nada cuando vas a casa?
–Nada
importante.
–Que
aburrido. –No le veo pero puedo intuir que hace un puchero.
–¿Te
encuentras bien? –Dice en un tono inferior y más subordinado–. ¿Te has enfadado
conmigo? No me has hablado en todo el día.
–Claro que
me he enfadado. Me siento como un idiota.
–¿Por qué?
–Me giro a él para mirarle con una ira irrevocable en mi rostro.
–Porque me
he pasado el fin de semana entero pensando en ti y en cómo sacarte una sonrisa
y al venir me encuentro que no solo no mejoras sino que has empeorado porque ya
ni comes. –Él me aparta la mirada intimado y avergonzado por mis palabras.
Avergonzado de su comportamiento. De nuevo retomo a mirar la ventana pero su
voz me interrumpe.
–Lo
siento. –Me giro a él y suspiro. Su rostro bajo y su expresión alicaída me
superan. Me levanto de mala gana decepcionado conmigo mismo y me dirijo a una
de las cajas para ponerla delante de él en el brazo sobresaliente de uno de los
laterales de la cama y lo mira con curiosidad.
–Espero
que no me estés manipulando con tus pucheros asesinos para darte esto. –Niega
con la cabeza y me siento frente a él al otro lado de la bandeja–.
Ábrelo.
Tras darle
vueltas unos segundos e impedir que agitara la caja preocupado por que las
magdalenas nos se estropearan lo abre y su rostro cambia radicalmente a una
sorpresa y alegría enormes. Puedo ver la gula y la codicia reflejadas en su
rostro, en el brillo de sus ojos.
–¿Para mí
todas? –Ve las doce bien colocadas, pintadas y decoradas.
–Las he
hecho para ti. –Digo.
–¿Tú?
–Pregunta sorprendido, sin creerme.
–Claro.
¿No me ves capaz? –Alza una de sus cejas–. Bueno, he tenido ayuda, pero yo he
hecho casi todo. –Reconozco con un puchero y acaba asintiendo escogiendo una
entre todas y me la acerca a los labios para darle un mordisco pero me niego–.
¿No has aprendido nada de hoy? Come solo. –Duda un poco ya que he probado desde
su desayuno hasta su cena. Al principio niega con su cabeza y al rato acaba
accediendo dándole un muerdo y saboreándola gustoso. A los primeros segundos su
ceño está fruncido pero acaba acostumbrándose y comprueba que nada malo le
pasa. Antes de darle el segundo bocado me la ofrece de nuevo–. De veras que no
tienen nada malo, Jeon.
–Solo
intentaba ser amable. –Dice aun con el brazo extendido. Suspiro sonriendo y
accedo a morder degustando en su dulce sabor.
–Nunca me
habían hecho un regalo tan dulce. –Dice sonriendo por la patética broma que
acaba de hacer. Yo no puedo por más que mirarle serio.
–¿Así que
estamos graciosos? –Se encoge de hombros y coge la segunda para llevársela a la
boca y cubrir sus labios de cobertura de chocolate. Se ven mucho más esponjosos
y suculentos que antes y debo permanecer demasiado tiempo mirándolos porque se
hace evidente y lleva su mano a ellos para acabar limpiándose con un pañuelo en
la mesilla.
Tras
comernos la mitad de las magdalenas las guardo cerca de donde él alcance a cogerlas
y me mira expectante, tenso y nervioso.
–¿Hum? –Me
pregunta.
–¿Qué?
–El otro
regalo.
–Ah, es
que no se si te lo mereces. –Hace otro de sus malditos pucheros.
–He comido
las magdalenas yo solo. –Dice poniendo una voz infantil que acaba por derretirme
y me levanto para darle el segundo paquete. Tras abrirlo se queda un poco
decepcionado con el regalo y me mira esperando una explicación.
–La semana
pasada me dijiste que te gustaba la música.
–Sí.
–Pues esto
es para ti. –Corro hacia mi chaqueta en el perchero y saco el pendrive para
prepararlo todo, encenderlo y enchufar el pendrive en busca de una canción que
le guste–. No me dijiste que clase de música te gusta así que te he puesto un
poco de todo. Jazz, metal, electro, pop, heavy…
–Me gusta
cualquier cosa.
JungKook
POV:
El casete
viejo y muy manoseado delante de mí es tremendamente deprimente pero es
encantador el gesto que ha tenido y demuestra que al menos me escucha mientras
hablo. Es muy buen doctor, le diré si vuelve a preguntarme. Sabe cómo tratarme.
–¿Te gusta
la música de aquí?
–Claro…
pero hace mucho que no escucho nada. Así que si quieres que reconozca las
canciones tienen que ser ya viejas.
Tras
encenderlo y seleccionar una de las canciones el sonido es estridente y llevo
mis manos a mis oídos como desearía hacer él pero se preocupa de apagarlo o al
menos de bajar el volumen a uno más agradable. Le veo mover la cabeza y los
hombros al ritmo de una canción que me resulta vagamente familiar y que incluso
podría cantar pero no recuerdo ni su nombre ni la persona que la canta. Tampoco
me importa y no me molesto en preguntárselo. Prefiero fijarme en cómo él se
mueve y se contonea aun sentado delante de mí solo por la música.
Al parecer
no es suficiente su volumen como para sentirse recreado en ello y lo sube un
poco más, aumentando su movimiento y sus ganas de liberarse. Una sonrisa
permanece en su rostro probablemente igual que en el mío.
–Dijiste
que querías ser bailarín.
–Sí.
–¿Bailarías
para mí? –Le pregunto y sus mejillas arden unos segundos. Niega con la cabeza
pero tras insistirle con unos cuantos pucheros más acaba por resignarse a
ellos. Le veo levantarse poco a poco de la cama, tímido y aun receloso conmigo
y comienza con unos infantiles movimientos de cadera pero poco a poco se adecua
a la canción con toques electrónicos que le obligan a moverse de manera más
brusca y sensual. Esto apenas dura unos segundos porque cuando su expresión
facial se torna acorde con la música se da cuenta que es suficiente y se detiene
sentándose en la cama mientras cubre su rostro con ambas manos, avergonzado–.
¡Ha estado genial! –Digo aplaudiendo como un escandaloso porque verdaderamente
ha sido muy valiente y me ha emocionado verle tan desenvuelto. Sin duda tiene
práctica, nada que no supiera.
–Voy a
poner ahora una que seguro que conoces.
Tras unos
segundos pone una canción coreana que se llama Haru–Haru de un grupo, BigBang,
del cual me ha tenido que ayudar a recordar el nombre. A pesar de ello recuerdo
la letra y salen casi como un dogma de mis labios. No puedo evitarlo y ambos
cantamos casi a voces en el cuarto. Es inevitable. Es un sentimiento extraño.
Es volver a una infancia perdida.
–Basta,
basta. –Dice mientras detiene la canción porque varias personas se han quedado
mirando dentro por la ventana en el cuarto. Yo la verdad es que me alegro de
que lo detenga porque por un segundo pensé que mi corazón se saldría de mi
pecho–. Voy a poner algo más calmado. Norah Jones, Carry On.
–¿Es pop?
–No,
jazz…
Comienza
la canción con unas teclas de piano y a los segundos, la voz de una mujer canta
haciéndome sentir en los años veinte en Estados Unidos. A ambos nos envuelve
una misma atmósfera de paz y tranquilidad en contraste con la que hemos vivido
minutos atrás. Ahora todo parece en silencio y solo se escucha la canción. Solo
eso. Antes de darme cuenta ya me estoy deshaciendo de la manta cubriendo mis
piernas y me dispongo a bajar.
–¿A dónde
vas? ¿Tienes que ir al baño? –Me pregunta porque solo me he levantado a
ello.
–No. Yo
también quiero bailar. No es justo.
–No, estás
débil aún. Y tienes el gotero y…
–Vamos.
–Apoyo los pies en el suelo y me yergo sujetándome con una mano en la
estructura de metal de donde cuelga el suero–. ¿Cómo se baila el jazz?
Jimin me
mira de arriba abajo frunciendo el ceño, no muy convencido de que deba ayudarme
a nada y sin embargo se pone de pie de nuevo y estrecha una de sus manos a las
mías. Me acerca muy despacio a él. Doy un paso por segundo y cuando me tiene
literalmente rozando su pecho con el mío, coloca la mano que me ha sostenido en
su hombro y esta suya se dirige a mi cintura. Las otras dos libres se unen y se
colocan a la altura de nuestra cabeza. No nos movemos del sitio por miedo de
tirar el gotero ya que nadie lo sostiene pero movemos muy débilmente nuestros
pies para creernos que realmente bailamos. Estamos frente a frente y nos
miramos a los ojos. Estamos muy cerca pero su expresión seria no cambia. Nada
lo hace y permanecemos así bastante tiempo hasta que su mano en mi cintura se
reafirma en su posición y me acerca más a él. Mi otra mano va a su cuello
también y acabamos con él abrazándome la cintura y yo su cuello. El espacio es
tan pequeño entre nosotros que inclino mi rostro y lo escondo en la curva en su
cuello.
El piano
suena lento y tranquilo. Él no tiene prisa ni yo tampoco. La voz de la mujer es
clara, reconfortante. Es maravillosa y me hace sentir flaquear. Los brazos de
Jimin me sostienen firmemente así que dudo que de desmayarme me caiga. Esto me
da valor. El olor en su cuello es tan agradable como la música en mis oídos. No
recuerdo haber olido esto en él antes. Es un olor dulce y ácido. Es perfecto.
Me hace no querer apartarme.
–Si te
cansas, podemos parar.
–No me
canso. –Le digo susurrando de la misma manera que ha hecho él y asiente. Mi
mejilla está contra su cuello y con mi barbilla me apoyo en su hombro–.
Perdóname. –Susurro de nuevo.
–¿Por qué?
–Porque
soy difícil de tratar. Lo siento de veras. No quería decepcionarte. Eres muy
bueno conmigo ahora y no quiero perder esto. –Le abrazo más fuerte–. Eres un
muy buen médico. –Él tiembla con mis palabras–. Casi tanto como buen bailarín.
–Ambos reímos y me acomodo más en su cuerpo. Siento el pálpito de su corazón a
través de su ropa. Es rápido y fuerte–. Gracias por todo. No me dejes nunca, te
necesito.
–Jeon…
–Susurra mi apellido y me pone los pelos de punta. Mi voz se quiebra.
–Te
quiero, y me odio por ello.
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