IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 6

 CAPÍTULO 6


Jimin POV:

 

Siempre los primeros pasos son los más difíciles, ¿no crees, mi amor? Tú que sabes pintar puedes comprender lo que estoy diciendo. Los meros detalles son insignificantes y nadie sabe de ellos más que el propio autor. El último elemento que es la firma no es más que una mera banalidad. No importa cómo se acaban cosas. Los finales siempre son decepcionantes. Lo único que importa es cómo se empieza y los primeros trazos son los que marcan el curso del resto de la pintura. Los primeros días de estudio son los que cuentan, los primero diseños, los primeros errores. Llegar el primer día de clase y tropezar nada más entrar, te define el resto de tu vida. Por suerte eso no me pasó a mí. Yo llegué media hora tarde al desayuno.

Desperté aturdido por el sonido de un pequeño despertador de mesilla al lado de mi cama y caí de la cama al intentar apagarlo. Me quedé mirando alrededor completamente desorientado y sin darme cuenta, ante la inmensa oscuridad que se fundía a mi alrededor hasta no distinguir mis manos delante de mí, comencé a llamar a Sehun. Al ver que nadie respondía mi llanto, me incorporé acariciando una de mis rodillas y me froté los ojos buscando a tientas mi cama. La encontré extraña al tacto y al tropezar con mi osito y reconocer en él mi olor me abracé con fuerza a él y a su vera terminé de llorar. Ya mis ojos amoldados a la oscuridad pude distinguir las formas y los contornos del mobiliario. Desperté de la nada siendo consciente de donde me encontraba e inmediatamente me sentí avergonzado por mi propio comportamiento y me acerqué a la ventana para levantar la persiana y dejar que la luz del amanecer me desvelara del todo. Recuerdo aquella luz saliendo por entre los árboles que se veían al fondo. No era una imagen tan hermosa como a la que estaba acostumbrado y verla entre barrotes, solo acrecentaba mi descontento.

Al saltar de la cama comencé inútilmente a hacerla dejando un estropicio mucho más grande del que en un principio había y desistí pensando que alguien vendría a hacerla mientras yo no estaba o que ya tendría tiempo para hacerlo en la tarde. Me olvidaba de que no estaba un en hotel o una pensión, al menos. Cuando desistí del intento me comencé a sentir la urgente necesidad de orinar y de ducharme. Me giré alrededor pero no encontré un cuarto de baño y me daba miedo salir al exterior. Se oía un leve murmullo de personas yendo de un lado a otro y seguramente habría baños compartidos en algún punto del pasillo que comprendía este piso. Preferí tragar profundo, apretarme levemente el pene con las manos intentando evitar el pis y comencé a desnudarme. Tenía que vestirme para ir a desayunar.

Quedándome completamente desudo en medio del cuarto puse el pijama sobre la cama y me cambié de ropa interior y la sucia la dejé a un lado en el suelo, preguntándome qué diablos tendría que hacer con ella. Todo me daba vueltas y la confusión era un estado permanente dentro de mi cabeza. Me puse el uniforme, unos calcetines blancos, los zapatos y tardé al menos cinco minutos en saber atarme la corbata, pero creo que el resultado no era nada parecido a lo que se supone que debe ser el nudo de una. Había dejado de oír el barullo en el exterior hacía un rato y cuando cogí el horario en las manos me di cuenta de que la hora del desayuno comenzaba a las seis y media. Eran casi las siete en punto.

Mi corazón dio un vuelco como el que nunca había sentido y salí corriendo del cuarto con una mano sujetando mi corbata que poco a poco se deshacía con la velocidad a la que caminaba y la otra sujetando los pantalones del uniforme, que me quedaban levemente grandes. No se me caían pero tenía esa sensación y prefería no arriesgarme. Ni siquiera me peiné, no oriné, no me había preocupado de la ropa sucia en mi cuarto ni tampoco de si debía llevar los libros o cualquier cosa. Mientras bajaba solo me preocupaba de no tropezar y darme de bruces contra el suelo en cualquier momento. Me veía bajando rodando las escaleras pero pedía que el suelo me tragara porque a pesar de que no hubiera nadie a mi alrededor, una horrible vergüenza me estaba invadiendo haciendo que mis mejillas se calentaran hasta doler.

Cuando llegué al último piso me dirigí a una de esas dos puertas que había visto el día anterior al llegar y por fortuna supe distinguir las letras que me identificaban que aquello era el salón. Al entrar atropelladamente por la puerta, esta hizo un ruido que se oyó de forma que el resto de personas se callaron de repente y todos sus ojos se dirigieron a mí. Mis mejillas estaban a punto de arder y mis ojos se llenaron de lágrimas por la vergüenza. Recuerdo como con la mano intentando ocultar mi corbata me adentré a lo largo del pasillo que dividía en dos la estancia llena de mesas alargadas donde en ambos lados se disponían los estudiantes. Todos. Desde chicos de mi edad hasta adultos de dieciocho años. Me mordí los labios mientras caminaba mirando a todas partes para ver dos rostros conocidos que saciaran mi ansiedad. Mientras, escuchaba los comentarios de los chicos allí sentados.

—¿Qué le pasa a ese?

—¡Qué adorable!

—¿Lo habías visto antes?

—Creo que es el nuevo.

—¿El de los padres… ya sabes…?

—¡Mira a ese bebé! Como se entere el director…

Al fin reconocí dos rostros que me miraban sonrientes entre la multitud y corrí a sentarme a su lado. A uno lo tuve a mi derecha, a otro enfrente. Todos y cada uno de los de la mesa estaban con una bandeja blanca con comida sobre ella. Comida deliciosa.

—Llegas muy tarde. –Me dijo Xiumin en un susurro. Yo resoplé durante varios segundos y miré alrededor. Anoche no tuve que venir aquí a cenar porque al ser nuevo me llevaron la cena a mi dormitorio, mientras colocaba toda la ropa. Pero hoy el día empezaba, y me sentía tremendamente perdido fuera de mi zona de confort. Estaba a punto de preguntar dónde coger una bandeja cuando una alarma sonó. Una campana de metal haciéndose eco entre la sala. Todo el mundo dejó de comer lo poco que quedara en sus bandejas y se levantaron al unísono uno tras otro abandonando las mesas. Solo yo me quedé ahí parado como si nada mirando alrededor, desorientado, cansado y hambriento. Fruncí el ceño.

 

...

 

—Debes tener cuidado, la puntualidad no se recompensa pero llegar tarde sí se castiga. –Fruncí el ceño mientras subía las escaleras en dirección de nuestros cuartos mientras Xiumin y Chanyeol me acompañaban uno a cada lado, yendo a buscar nuestro material para las clases.

—¿Se castiga? –Pregunté mirándole con curiosidad.

—Sí. A nosotros nos quitan nuestros juguetes, a los mayores… —mira a todos lados y se asegura de que nadie de importancia le oiga y me susurra—. Les golpean. –Le miré asustado. No me creí sus palabras porque cuando terminó de contarlas se sintió como el que termina de contar la odisea, de Homero. Nada más que una fantasía, un cuento de hadas. Más tarde descubriría que era cierto.

—Si hubieras estado los primeros días te habrías enterado mejor. –Dijo Chanyeol a mi otro lado encogiéndose de hombros—. Hicimos una ruta por todo el edificio y por los alrededores. Nos dijeron las normas básicas y nos enseñaron a hacernos la corbata. —Dijo como si nada zarandeando su corbata divertido. Me miró a mí y sonrió. Una sonrisa no de soberbia, sino más bien, condescendiente. Eso me mataba y le miré orgulloso.

—Da gracias que encontré la cocina antes de que fuera la hora. –Dije y ellos rieron de mí. Yo les aparté la mirada a los dos y cuando llegamos a nuestros respectivos cuartos saqué la mochila ya preparada para las clases de hoy. Salí el primero y les pedí que me acompañaran al baño ya que no había podido ir antes. Me miraron de forma extraña pero accedieron casi por pena. Allí dentro hice mis necesidades mientras escuchaba tronar mi estómago vacío y Xiumin me ayudó con la corbata. Después salimos corriendo a clase de historia. Nuestra primera asignatura.

El profesor era de esos mayores, con entradas sobre la frente y el pelo clareando en los alrededores. Xiumin y Chanyeol se sentaron a mi lado y atendimos toda la hora con un silencio sepulcral. Alrededor había otros veinte chicos de mi edad. Éramos la única clase de esta edad, al contrario de los colegios públicos en donde hay al menos cuatro aulas igual. Tampoco fue extraño acostumbrarme, yo no conocía otra cosa.

Las clases fueron sorprendentemente aburridas y cuando el profesor se daba la vuelta, Xiumin me pasaba una nota diciéndome cualquier estupidez que yo le devolvía en blanco por miedo a que el profesor me pillase y me castigara quitándome mi peluche, o algo peor. El hombre estuvo hablándonos de la prehistoria y cosas así durante las primeras semanas de clase. La asignatura, dentro de lo que cabe, no era nada del otro mundo porque la información estaba reducida para la compresión de niños de cinco años, pero la neutralidad con la que el profesor se expresaba lo hacía todo tan monótono que todas las clases nos parecían iguales. Intenté hacer mi mejor esfuerzo por atender, pero las tonterías de Chanyeol eran muy adictivas.

La asignatura de historia no era la misma que estudiaste tú en tus tiempos de estudiantes. No te estoy diciendo que la tuya fuera la buena ni tampoco lo era la mía. Nos dieron una cruel y sanguinaria versión de cómo los europeos, a rebosar de egolatría, invadieron país por país hasta implantar su cultura y su religión incluso en los países más remotos. Seguro que en tus libros ponía lo mismo pero de una forma más dulce y sedada. La mía la habían plasmado con violencia y rencor. ¿Qué es la historia? Una visión subjetiva de una realidad objetiva.

La siguiente asignatura era la lengua coreana. Nos sentamos de igual forma y dejamos que la clase pasara haciendo todo el caso que podíamos. Después idiomas extranjeros. Dada la cierta aversión de mi país a ciertos países ingleses no estudiamos demasiado ingles pero sí japonés, algo de chino y algo de ruso. Lo suficiente como para desenvolvernos. Otras asignaturas que di ese año y los años próximos fueron matemáticas, biología, literatura universal y filosofía, informática, geografía, algo de psicología, un poco de arte… lo básico que estudiaba cualquier estudiante hasta la mayoría de edad. He de reconocer que amaba la literatura, el arte y la filosofía. Algunos profesores me dieron la enhorabuena por ello pero me advirtieron de que estas solo eran asignaturas de apoyo. Que debía estudiar bien los idiomas y las materias importantes como las matemáticas y la informática. No me atreví a preguntar porqué pero hoy lo entiendo. ¿De qué me iba a servir la literatura para seducir a un secretario y que me diese la información secreta de una empresa? Para eso mejor mi cuerpo. ¿No crees?

Lo siento, mi amor. Volvamos al tema que nos atañe. Había exámenes mensuales y cada tres meses nos evaluaban. Algo que probablemente te sorprenda es que no teníamos tres meses enteros en las vacaciones de verano. No estaba así estructurado el curso.

Comenzábamos en otoño, teníamos una semana de vacaciones en navidad, otra semana en primavera, otra en verano y otra antes de que comenzara el otoño y de vuelta a otro curso. Había días festivos que celebrábamos fiestas y preparaban comidas especiales para todos como el día del cumpleaños del presidente, en el día de la fundación del país, el día de la muerte de nuestro fundador, cosas así. En nuestros cumpleaños nos cantaban el cumpleaños en la primera hora de clase al pasar lista y las cocineras te daban un poco de helado.

En mi cumpleaños el trece de octubre, casi a principio de curso, recuerdo como el profesor me hizo levantar en medio de la case y todos me cantaron el cumpleaños feliz después de unos cuantos aplausos. En la hora de la comida la cocinera me dio un cuenco de helado de chocolate que compartí con mis dos amigos y por la tarde estuvimos jugando en los jardines cuando el viento soplaba sus hojas castañas y las levantaba del suelo produciendo un remolino imponente. Esto es la parte buena, Jeon. Esto tan solo es la mitad de nuestras clases. Los entrenamientos era donde verdaderamente demostrábamos nuestra validez, y dependiendo de esto, algunos seguían adelante, y otros se quedaban atrás, o simplemente, se quedaban en el sitio.

 

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