IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 41

 CAPÍTULO 41


Jimin POV:

 

Cuando desperté lo hice acompañado de una leve resaca. Me sentía cansado, dolorido. Abrumado y tremendamente fatigado. No había conseguido conciliar bien el sueño en toda la noche. Me desvelaba asustado y sobresaltado o simplemente me mantenía mirando al techo con una inexpresividad que de poco en poco se deformaba en llanto. Tú estabas lo suficientemente fatigado como para dormir de un solo tirón. Yo tuve que convencerme de que dormir a tu lado sería lo mejor que podía hacer, porque sería la última vez.

Cuando al fin desperté la décima vez me vi en la obligación de salir entre las sábanas para comenzar a hacer las maletas. Cuando salí de la cama, aun desnudo y sintiéndome levemente entumecido, aun podía sentir tu cuerpo alrededor del mío. Tus manos acariciándome, tu rostro escondido en la línea de mi cuello. Tus besos, tu olor. El sonido de tu voz reverberando en mi mente. Con esos pensamientos me levanté, caminé hasta el baño, me arrodillé en el retrete y vomité varias veces. Mi estómago no había comido nada desde hacía muchísimas horas y pensar en la sola idea de que en un par de horas tenía que despedirte, me puso el estómago del revés. Mis hijos estarían bien contigo, a ellos no les faltaría de nada y no me habían conocido lo suficiente como para echarme de menos. Les añoraría tanto como a ti pero eras tú quien me preocupaba, más que ninguno de los tres.

Después de haber vomitado en el mayor silencio que pude, me duché, me asee, me vestí con algo cómodo y empecé a hacer las maletas de los niños. Ellos tenían el sueño profundo, no se despertarían y menos a altas horas de la mañana. Mi cuerpo me pedía alimento pero solo pensaba en que tenía que apresurarme a organizarlo todo antes de que tú despertases. Si me veías con este extraño comportamiento tal vez sospechases qué ocurría. Prefería mantenerte en la ignorancia todo el tiempo que pudiese. Si podía aprovecharme de la somnolencia, mucho mejor.

Las seis de la mañana, me dije. Siempre recordaría como la luz del teléfono digital de nuestro dormitorio brillaba. A cada acción que ejecutaba siempre me atormentaba la incertidumbre del momento. La ropa que yo portaba sería con la que me recordarías, el olor de mi gel, la forma de mi pelo alborotado. Todo me agobiaba y cuando estaba llenando de ropa la pequeña mochila de mi hija, se incorporó en la cama con una expresión asustada, pero al reconocer la sombra de mi rostro, me miró curiosa. Con mi dedo índice lo conduje a mis labios para indicarle que se mantuviese en silencio y volviese a dormir. Su hermano a su lado aun dormía, no quería que se despertara también.

Sabía que ella no volvería a conciliar el suelo y que la situación que se había encontrado le molestaría para sentirse tranquila, pero era una chica fuerte como yo y se mantuvo ajena a mí para dejarme seguir con mi trabajo. No pude coger todas sus pertenencias, no podíamos irnos con cincuenta maletas de la mano. Tal vez yo tampoco quería desprenderme de todas ellas. Dejé algunos de sus juguetes, alguna goma de pelo. Una de sus camisetas. Cosas insignificantes que no echaría de menos pero que a mí me mantendrían en vida por mucho más tiempo.

Después vino la ropa de mi hijo. Hice el mismo proceso que antes y poco a poco fui vaciando el cuarto de recuerdos personales. Cuando salí de allí tras quince minutos y habiendo dejado ropa fuera de las maletas para que se cambiasen cuanto antes, me vi en la extraña sensación de que debía continuar con tu ropa, pero en algún momento de la actuación había olvidado escribir en el guión que yo también tenía que recoger mi ropa. Me sacudí esa idea de la cabeza al instante de tenerla. No podía siquiera pensar en la posibilidad de irme con vosotros. No solo me ponía yo en riesgo, también a ellos. Cuando estuve a punto de entrar en mi cuarto me sobrecogió un miedo horrible. Salí al pasillo y caminé hasta el salón. Abrí una de las ventanas y respiré profundamente necesitado de aire. Con mi móvil en el bolsillo marqué el número de teléfono de Jin. Tardó en contestar dadas las horas pero no me importó demasiado. Cada segundo que perdía me sentaba como una punzada en el vientre, pero podía permitírmelo.

—¿Jimin? –Preguntó una voz somnolienta al otro lado. Yo suspiré aliviado pero un poco cohibido.

—Sí, soy yo. Buenos días. –Dije mientras veía la niebla en la calle ocultar cualquier rastro de luz visible. Sentía que mis huesos se helaban pero mis pulmones agradecían el frío aire renovador. Ese aire. Me quedaría con la sensación de ese viento por siempre.

—¿Ha ocurrido algo?

—Algo maravilloso, Jin. Algo genial. Jeon y los niños se van a Seúl, pero necesito tu colaboración. –Se mantuvo unos segundos en silencio. Durante largo rato me pregunté si lo que estaba cavilando era la verdadera posibilidad de que se fueran o en qué debía él ayudar. Tal vez fueran secuelas de la somnolencia y nada más.

—¿De qué estás hablando, Jimin? ¿A Seúl? –Suspiré y antes de contestar nada, afirmó su compromiso—. Te dije que te ayudaría, ¿no? Vamos necesito que me digas qué hacer. –Parecía incluso animado.

—Necesito que traigas tu furgoneta y los lleves al aeropuerto.

—Eso está hecho. Pero… ¿Y tú?

—Por mí no te preocupes. Los acompañaré a donde me digas y los despediré allí.

—¿Despedirles?

—Sí. Yo me quedo aquí.

—¿Jeon lo sabe?

—No, no se lo he dicho aún.

—¿Cuándo piensas hacerlo?

—No tengo intención de hacerlo. Es listo, se dará cuenta de ello cuando no me vea subir a la furgoneta con él.

—Tú sabrás lo que haces, confío en que todo salga. Bien.

—Gracias.

—Nos vemos a la vuelta del edificio donde vives a las siete y cuarto. ¿Bien?

—Perfecto. –Estaba a punto de colgar pero su voz me detuvo un instante más.

—Jimin, me alegro de que hayas tomado una decisión. Sabes que te apoyo con lo que sea.

—Lo sé, gracias hyung. –El silencio se intensificó hasta desaparecer y ser sustituido por unos pitidos que indicaban que la llamada había finalizado. Cuando cerré la ventana y me giré al interior, el cuerpo de mi hija en pijama me sorprendió con su presencia. Di un respingo y ella me miró, un poco nerviosa. No tenía ni rastro de somnolencia pero sí de confusión por la situación que estaba comenzando a rodearnos. Creía ver como sus ojos bailaban alrededor de mi cuerpo donde se iban acumulando como una densa niebla todos mis pensamientos.

—¿Seúl? –Preguntó, un poco confusa. Yo suspiré y con su palabra entendí que había escuchado la conversación. Caminé hasta ella y me arrodillé cogiéndole las manos.

—Sí, mi niña. Os vais a Seúl. –Ella asintió, pero hizo un mohín encantador. Sonreí triste.

—¿Tú no vienes?

—No puedo, amor. Tu padre está demasiado atado a este país.

—¿Más que a nosotros?

—El problema es que vosotros podéis iros, y yo no. Aprovechad la oportunidad. Sed felices.

—Pero papá, ¿por qué a Seúl?

—Jungkook y Yoogeun son de allí. Es casi como mi segunda casa. Allí es donde les conocía a ambos y pese a no ser nuestro país, sé que serás feliz allí.

—¿Más que aquí?

—Sí, mi princesa. Tienes que entenderlo así: estoy haciendo lo mejor que puedo porque seáis felices. Si tuviera que morir por vosotros, lo haría, pero eso no serviría de nada. –Ella aún seguía confusa—. No he estado contigo mucho tiempo, pero nos une algo que no me une con ellos. –Miré a las habitaciones—. Eres parte de mí, y tienes lo mejor de mí, mi carácter e inteligencia. Tienes que ser la más fuerte, siempre.

—Recuerdo el día en que vinieron a buscarme. –Dijo de la nada, como si mis palabras la hubieran trasladado a ese momento en el recuerdo. Me habló sincera, como si hubiera estado esperando mucho tiempo a decírmelo pero ahora que se veía a las puertas de un nuevo abandono, no pudiera reprimirlo—. Me dijeron que el jefe de mi padre quería reunirse conmigo. Me llevaron a un despacho y un señor mayor me dijo que yo tenía que estar al cargo de otra persona porque mi padre tenía demasiado trabajo como para cuidarme. –Asentí, suspirando—. Unos años después me dijeron que mi padre me había abandonado. Que te habías ido del país y nos habías traicionado. Yo… siento haberles creído. Eres un buen padre.

Sin querer oír nada más de ella la cargué en mis brazos y la llevé a su cuarto. La tumbé en la cama, le di un beso y le hice prometerme que cuando viniese a despertarla ayudaría a su hermano a vestirse para irnos. Ella debía encargarse de que Yoogeun se portase, y yo de que Jeon no sospechase nada extraño. Entendía tan bien como yo que los secretos deben ser algo serio y profundo, dentro de nosotros. Que los compromisos son nuestros retos y que acatarlos son nuestras virtudes. Ella tenía la misma forma de pensar que yo y cada vez que pienso en ello me hace sentir tranquilo, porque sé que saldrá adelante y que te ayudará a ser firme y seguro ahora que te falto yo.

Cuando me adentré en mi cuarto para empacar las cosas me sentí un poco más relajado que antes. El concepto de fuga ya tenía forma y aunque era algo denso, por dentro era dulce y muy acaramelado. La sola idea había dejado de producirme nauseas y comenzaba a verlo como la mejor de las oportunidades. Aunque no lo fuera me convencí de ello, tenía que creérmelo, o no os hubiera dejado marchar. Pasado un rato, cuando estaba a punto de terminar por llenar la bolsa de viaje con la que habíamos venido, comenzaste a revolverte en la cama. Fue adorable verte buscándome con la mano a tientas entre las sábanas. Me preguntaba si siempre que no estaba hacías lo mismo, buscarme con las manos en la cama vacía. Solía estar presente cuando me encontrabas y me abrazabas contra tu pecho, pero era la primera vez que veía como me buscabas, y al no encontrarme, te levantabas asustado. Al verme te relajaste pero la situación no te resultaba demasiado normal y seguiste con la mirada todos mis movimientos.

Supongo que el resto es totalmente irrelevante. No hace falta que lo narre. ¿No? Despertaste aturdido preguntándome qué diablos estaba haciendo y dándote unas excusas explicaciones salí del cuarto a despertar a YooGeun. HyeGun se levantó primero y comenzó a vestirse mientras el pequeño aún se revolvía en la cama. Antes de salir del cuarto ella me detuvo con la mirada suplicante. Suspiré y ella habló en un susurro.

—Te echaré de menos, papá. –Salí del cuarto sin contestarla. No podría hacerlo porque me habría puesto a llorar y jamás hubiera permitido que mi hija me viese de esa forma. Caminé de nuevo a nuestro cuarto donde te veías aun aturdido y en la cama. Me exasperaba pensar que no llegásemos a tiempo, que por lo que fuera no te dejasen ir. Me imaginaba cientos de circunstancias pero tus palabras las borraban por completo haciéndome centrar en todas las excusas que podía darte para que no insistieras en seguir preguntando estupideces.

No sabes cuánto dolía verte marchar y tú seguías insistiendo en saber que diablos estaba sucediendo. Puse una amarga sonrisa en mis labios e hice que confiases en mí para seguir andando. Era muy complicado mostrarme tan tranquilo, tan relajado aunque nervioso a la par. Necesitaba hacer que confiases en mí de alguna u otra forma y fingir no era mi fuerte pero sí ser autoritario y decidido. Como nuestros hijos no contribuyeron al desconcierto me libré de tener que cargar con los tres. Mientras que HyeGun caminaba de la mano con nuestro hijo, tú caminabas a mi lado. La niebla de ese día nos envolvió y nos hizo desaparecer como fantasmas en la noche. Había amanecido pero el sol no hacía demasiado acto de presencia. La luz se colaba tímida entre las gotas de agua flotando en el aire. Me hacía sentir tranquilo y sosegado, me hacia querer salir volando muy lejos agarrado de tu mano, pero aquel día no podía permitírmelo.

Mientras llorabas en mi hombro me acordaba de aquel viaje al río. Me acordé de la situación que suman todas las veces que nos habíamos encontrado tú y yo en un coche. El concepto del viaje estaba en mi mente grabado como un tranquilo silencio con el sonido del motor arrullándonos. Me miraste de vez en cuando y yo sonreía a ese gesto. El sonido de tu risa era demasiado doloroso pero calmó el verdadero llanto que estabas produciendo. Escuché de fondo el sonido amortiguado del barullo generalizado de las calles de Seúl. El de las de Barcelona. Tu mano en la mía caminando como si nada. El llanto de YooGeun, el de mi hija al nacer. La adrenalina me trajo todos esos recuerdos que poco a poco irían pareciéndome reliquias con el tiempo. Apenas tuve tiempo de asimilar mis propias emociones. No podía comprender del todo la situación y veros entrar en aquel coche supuso un shock demasiado grande. Miedo. Dolor. Pánico. Estaba dispuesto a interponerme frente al coche para que no saliera de camino al aeropuerto con vosotros. Me tiraría bajo las ruedas, me colaría en el equipaje. Estaba dispuesto a hacer arder todo el país si con eso conseguía no separarme de vosotros, pero lo único que pude hacer era girarme mientras el coche avanzaba y caminar lentamente por el pavimento. Cuando me hube cerciorado de que no me veríais me mordí los labios y suspiré largamente. Aún me sentía atado a vosotros de alguna forma y el dolor aun no era tan intenso. Era consciente de que mi cerebro me estaba engañando. Pero ¿qué más daba? Casi prefería estar ciego ante la realidad que afrontarla con valor.

Deambulé por la calle. Caminaba sin rumbo, sin un destino fijo. Solo deseaba caminar y encontrar de alguna forma mi juicio, mi criterio. Mi razón de ser pero ya no estaba allí por ninguna parte. Ya no lograría encontrarla. En medio de la nada solo tenía un único lugar a donde ir y me encamine con paso tranquilo hasta el despacho de NamJoon. Subiendo el ascensor me miré en el espejo. Era la primera vez que lo hacía en el día y me sorprendí al verme con grandes ojeras alrededor de los ojos, con el pelo un tanto revuelto y con una expresión derrotada. Pálido, con ojos enrojecidos y labios un tanto secos. Me sentí desnaturalizado, vencido, acabado.

El ascensor me llevó hasta las puertas del despacho y cuando estuve allí no llamé. Había olvidado cómo hacerlo, como presentarme ante alguien y como tener respeto. Ante la atenta mirada de un NamJoon con un auricular de teléfono en su oreja me sentí como un entorno familiar. Como en una pequeña jaula, como el preso que vuelve a su celda. No me sentí mal, si es lo que crees, me sentí como en un dolor familiar.

Plantado de pie frente al escritorio de NamJoon, este me hizo una señal indicándome de que estaba atendiendo momentáneamente el teléfono y siguió hablando mientras me miraba de reojo con una expresión curiosa. Sus palabras me desmoralizaron.

—Sí, sí muchas gracias. No, no se preocupe. Genial. –Colgó la llamada y me miró, con una sonrisa triste en los labios—. El vuelo a Seúl acaba de salir. Todos los tripulantes ocupaban sus asientos. Lo has conseguido, están de camino a Seúl.

Un silencio detuvo mi mundo. Un doloroso e incómodo silencio. Con la mirad perdida en el escritorio suspiré largo y tendido solo para llenar ese espacio de nada que había quedado y que me estaba abrasando la piel. Mis manos temblaron cuando sujeté el respaldo de la silla frente a mí y en cierto modo, me sentí en una parte liberado. Otra parte de mí acababa de descubrir que lo único que me ataba a este país se estaba marchando en un avión con destino al sur. Era muy doloroso afrontar la soledad. Antes había estado solo pero jamás lo suficiente como para comprender que no había nada por lo que luchar. Ya estaba, consumido a cenizas y apenas me había desprendido del olor de tu piel de mis manos. Este era el final pero se me presentaba tan irreal que ni siquiera alcanzaba exteriorizarlo.

Me senté en la silla frente a NamJoon y aun con la mirada perdida en el escritorio, puse  las manos sobre mi regazo y cerré los ojos, intentando comprender que realmente todo estaba sucediendo de verdad.

—A Jin le han disparado. –Dijo de la nada. Alcé la mirada para mirar su rostro. Me miraba con ojos un poco temblorosos por mi expresión—. Se le acusa de cómplice de fuga de unos…

—¿Ha muerto? –Pregunté.

—Daños colaterales. –Abrí mi boca para decir algo más pero no me salieron las palabras. Lo único que pude hacer fue llevarme las manos a la cabeza, hundir mis yemas en el cuerpo cabelludo retirándome el pelo hacia atrás y suspirar largamente mientras apoyaba los codos sobre la mesa. Negué con el rostro—. Me alegro por ellos, Jimin. Allí serán más felices que aquí. Has hecho bien, Jimin. Jiminie… —Susurró y yo comencé a sentir un gran nudo en la garganta. Apreté mis dientes, me mordí los labios. Apreté con fuerza los párpados y al respirar se me cortó el aliento obligándome a convulsionar mis hombros. Comencé a llorar casi como si lo necesitase para calmar el dolor que estaba quemando mi cuerpo. A pesar de lo que pensaba, no ayudó pero una vez hube empezado ya no pude detenerlo y comencé a gimotear sollozando.

—Se han ido, NamJoon. Se han ido, para siempre…

—Jiminie… —Susurró tremendamente asombrado. Se levantó de su silla con un ruido que hizo temblar levemente la madera de la mesa. Comencé a sentir las lágrimas rodando por mis mejillas. Tres, cuatro lágrimas cayendo y desapareciendo por el borde de mi mandíbula. Mis manos temblorosas se afanaban de cubrirme pero no me sentía más protegido ni más ajeno a la realidad. Grité. Lloré, pero nada calmaba el dolor de mi interior que iba aumentando progresivamente tu avión iba alejándose más de mí y eso estaba destrozándome por dentro—. Ven aquí, Jimin. –Una mano sujetó mi brazo y me hizo levantar de la silla. Los brazos de NamJoon me recogieron en un cálido abrazo reconfortante. Temblé en su cuerpo y él me apretó más sintiendo como poco a poco yo me consumía más en mi mismo con el paso de los segundos.

—Se han ido… —Lloré en su hombro—. Se han ido… —Repetí. Quería creérmelo yo más que él pero no podía. Era demasiado abrasador.

—Lo sé. Lo siento. Lo siento mucho Jimin. –Su mano acarició mi cabello, el latido de su corazón estaba acelerado. El silencio se llenó de mi llanto con un doloroso sonido. El de tu nombre susurrado.  

 

 

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