IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 40
CAPÍTULO 40
Jimin
POV:
El tiempo sigue pasando. Es extraño pero ese periodo de tiempo me resultó confuso y jocoso. Era la perfecta representación de una burla a mi vida. Mi pasado y mi futuro unidos en una especie de comedia romana. Mientras os miraba a los tres compenetrados, como una simple familia feliz se me abrían las carnes de solo imaginar lo absurdo de la situación. Muchas veces pensaba en la seria decisión de desaparecer de esa escena. Me sentía que no casaba conmigo el verme rodeado de vosotros a la vez. Mi hijo era un niño cualquiera con unas costumbres cualesquiera, tú eras un liberal e irrespetuoso hombre de carente paciencia y educación. Mi hija, una norcoreana de ocho años que había crecido sin padres con la esperanza de volverme a ver otra vez. Ella se parecía a mí mucho más que vosotros dos pero eso no era ni mucho menos un aliciente a dejarla aquí conmigo. La idea de mi despedida ya rondaba mi mente, pero aun no se había formado una idea clara de lo que realmente acontecería, básicamente porque yo me negaba a creer que eso pudiera ser posible.
Un día cualquiera sonó el teléfono. Recuerdo ese sonido con estridente evidencia. No podía creerme que NamJoon me llamase a casa y no al teléfono móvil pero al descolgar, la voz de Jin me sorprendió al otro lado. Quedamos con él y quiero ahorrarte los detalles del momento en que tú estuviste presente, supongo que no hará falta. Quedamos con Jin y su hermana, fuimos a un restaurante modesto del centro, nos sirvieron tripas de cerdo a la plancha y el aroma nos envolvió con amor y cariño. Hablamos durante un rato, Youra se fue indignada por saber de nuestra relación y rato después, tú marchaste de nuevo a casa. Cuando el silencio de la soledad nos rodeó a Jin y a mí yo bajé mis rostro y me quedé mirando un trozo de carne en la punta de mis palillos. Deseaba llevármelo a la boca pero no quería gesticular demasiado, me daba miedo ser evidente y exteriorizar sin querer mis pensamientos. Jin fue el primero en hablar.
—Me disculpo de nuevo por el comportamiento de mi hermana. –Negué con el rostro.
—No hay problema.
—Ya sabes, son cosas de chicas. Ella lleva mucho tiempo colada por ti. Eres como su amor platónico.
—Lo sé, pero no lo reconozcas delante de Jeon, se podrá prepotente y luego tengo que aguantarlo yo. –Asintió sonriendo y se llevó la bebida a los labios. Con un suspiro miramos alrededor y me habló durante un rato de la última misión que había tenido.
—…Y entonces, cuando estaba a punto de dispararle… —Cortó su relato a la mitad mirándome con inquina—. ¿Me estás escuchando, Jimin?
—Lo… Lo siento, hyung. –Sacudí la cabeza, cerrando los ojos con fuerza—. Lo siento mucho, tengo muchas cosas en la cabeza y ahora mismo no sé muy bien ni donde estoy. Perdóname.
—¿Qué te ocurre? Pareces cansado. ¿Has dormido bien?
—No duermo bien últimamente.
—Eso es que hay algo que te ronda la conciencia. ¿Qué has hecho mal? –Me preguntó con una sonrisa pícara pero yo solo sonreí triste a su broma. Tras suspirar largamente me dejé caer en el asiento y le miré directo a los ojos.
—Desde que he vuelto al país no hemos tenido tiempo de hablar.
—Ahora tenemos tiempo. –Dijo como si nada, llevándose un poco de carne a la boca. Me miraba con fraternidad.
—No te he preguntado aún, ¿qué opinas de lo de Jeon?
—¿Qué pasa con Jeon?
—Me refiero a lo mío con él. –Jin pensó unos segundos como si tuviera que ver algo a través de mis palabras y al final, asintió.
—¿Te estás arrepintiendo de algo?
—No, no. solo quería saber… no sé. No me has dicho nada al respecto.
—¿Qué esperabas que te dijese? Me parece bien. –Fruncí el ceño.
—¿De veras? –Asintió, pensó unos segundos y habló mirando a la nada.
—Recuerdo lo enamorado que estabas de LeeSol. Cuando estábamos en vuestra casa, cuando ella cocinaba ese kimchi que tan bien le quedaba, la mirabas como si fueras tan afortunado por tener un premio tan valioso. La tenías en gran estima, sé que habrías hecho cualquier cosa por ella. Esa misma mirada la he vuelto a ver hoy mientras estábamos acercándonos a la fuente. Le miras como si pudieras perderle en cualquier momento, como si no te creyeses que este a tu lado.
–Tengo miedo de perderlo, de perderlos todos. –Reconocí en alto. Resultaba agradable.
–Sé que lo pasaste mal cuando perdiste a tu esposa, pero Jimin, esta vez no será igual. –Asentí, confiado por sus palabras—. ¿Sabes? Me siento envidioso de ti.
—¿De mi? –Pregunté asombrado. Asintió decidido.
–Has encontrado el amor dos veces, y yo no. A mi edad, con mi trabajo, al cargo de mi hermana y con unos padres tan mayores, no puedo… es algo que no puedo permitirme. Y aunque encontrase a una mujer adecuada… creo que no podría tenerla. ¿Entiendes? Tengo demasiadas responsabilidades a mi cargo. Pero tú, has encontrado a dos y no… no te veo… feliz… —Fruncí el ceño.
—Feliz…
—Has pasado muchas cosas, Jimin. Has pasado por muchos problemas. Lee Sol murió apenas nacer su hija, no has podido disfrutar de ella, supongo que por culpa de NamJoon, ¿no? –Asentí—. Ya me lo sospechaba. Estáis aquí ahora, los tres. No deberíais estar aquí, y lo siento. –Sus palabras comenzaban a complicarse. Cada vez se expresaba peor y sus manos estaban inquietas.
—¿A dónde quieres llegar con esto?
—Eres un buen hombre. Jimin. No te mereces todo eso. – Suspiré—. A donde quiero llegar es, para mi eres mi mejor amigo. Eres un hombre grande, eres magnifico. –Suspiró—. Si algún día tienes algún problema, algo que necesites de mí, solo tienes que pedírmelo. Quiero ayudarte a solucionar cualquier problema en que pueda colaborar.
—¿A qué viene esto?
—Si pudiera hacer cualquier cosa porque fuerais felices, solo dilo, estaré encantado de ayudar.
—No sabes lo que dices, hyung.
—Claro que sí. –Suspiré y dejé los palillos al lado del plato. Reconocí lo que llevaba días rondándome la mente.
—Quiero ayudarles a que se vayan. Al menos a Jeon y a yoogeun. En un par de días sale un avión a Seúl. Tengo dos billetes de avión.
—¿Y tu hija?
—Ella se ha criado aquí, como yo. Ambos sobreviviremos. Vamos, Jin, lo sabes. Jeon aquí no durará ni un año. No nos da el sueldo para los cuatro. Quiero que sean felices.
—¿Él lo sabe?
—Creo que sí, pero no quiere afrontarlo. Creo que es mejor no hablar del tema con él, no sabes lo obstinado que es…
—Ya veo. Repito lo anterior, si necesitas en algún momento mi ayuda, solo pídemelo. –Asentí, aliviado y apoyado por sus palabras y cuando una camarera se acercaba a retirarnos los platos vacíos, le hablé con una amable sonrisa.
—Disculpa, ¿podría llamar a la cocinera? Soy un viejo amigo, me gustaría saludarla. –La camarera asintió llevándose consigo los platos y se internó en la cocina. Mientras esperaba sujeté el vaso de cristal con una mano y revolví el interior con un suspiro. Había suspirado mucho en los últimos minutos y solo pensar en que había exteriorizado mis angustias me hacía sentir un poco más ligero. De la nada y al lado de mi mesa apareció una mujer de cabellera negra recogida en un moño con dos mechones saliéndole al lado de sus sienes. Su flequillo estaba un tanto revuelto, su frente, un poco sudada por los vapores de la cocina. Ella me sonrió y yo le devolví el gesto.
—Quedáis invitados a la comida. –Me dijo—. Mi marido me dijo que habías vuelto, es todo un honor tenerte aquí en mi restaurante.
—¿Por qué soy un héroe? –Dije gracioso, aunque en mi mente sonase como el mayor de los insultos.
—Porque eres un buen hombre, y salvaste a mi marido. –Dijo ella, segura de sus palabras, y se inclinó a mí. Yo correspondí el gesto y se sentó en una silla en la mesa. Conversamos durante un largo rato. Me habló de su marido, de sus hijas, de cómo iba el negocio y de los escasos progresos del país. Me resultó muy agradable su conversación y cuando me preguntó por mí, yo me quedé en blanco sin saber muy bien qué decirle. Ella me dijo que su marido le habría hablado de ti y que al principio se había sentido extrañada y decepcionada, pero que no era algo tan importante y lo había dejado correr. Era al fin y al cabo un buen hombre, el hombre que había salvado a su marido. No podía tener malas palabras para mí. Al parecer, todos decían eso, como si la vida fuera algo tan importante a tener en cuenta.
Cuando regresé a casa me abordaste con la noticia de que habías pillado a mi hija rebuscando en mis cajones en busca de mi pasaporte. ¿Te molestaría si te dijese que no me sorprendió? Yo ya me esperaba que durante todos estos años le hubieran dicho horrores sobre mí para así, si en un futuro tuviera que matarme, no le temblase el pulso. Yo ya me esperaba que la usasen en contra de nosotros como la mejor arma camuflada. Mi hija era muy buena actriz pero no se me escapaba como nos miraba a veces, con rencor y odio. De seguro que le habían lavado el cerebro pero tras darse cuenta que eso no era más que una técnica de confusión volvió a ser la misma niña adorable que yo había perdido una vez. Verla llorando mientras nos decía que LuHan buscaba mi pasaporte me dio una idea. Fue una locura, lo sé. Fue una descabellada acción que bien me habría costado una paliza de tu parte. Por eso no te dije nada.
Situémonos el día anterior al que saliese el vuelo. Había desaparecido la noche anterior por una misión. Me encomendaron en el sur del país por una filtración de información a Filipinas. Nada que no pudiera solucionar otra persona pero yo estaba disponible en el país y no me venía mal salir de casa y despejar la mente. Era imposible, por otra parte, sacarme el dinero de la cabeza. Durante días me había pasado horas dándole vueltas a la cabeza calculando el dinero que teníamos y el suficiente que nos haría falta para comprar otro billete de avión. A un día de que saliese el vuelo y con el dinero que teníamos, era imposible. Antes de partir al sur NamJoon me había entregado el dinero propio por realizar la misión y ni si quiera me alcanzaba. Ya te lo dije una vez, nos daba el dinero necesario para vivir y nada más. Vivir para trabajar para seguir viviendo. Es una buena filosofía si no pretendes coger un vuelo para huir del país.
¿Recuerdas a la mañana siguiente cuando te dije que había conseguido el dinero suficiente para comprar otro pasaje de avión? Quédate con eso mi amor. Eso fue, en cierto sentido lo que sucedió. Quédate con lo importante, conseguí otro pasaje para mi hija.
No me juzgues por lo que voy a contarte a continuación. Sé que de habértelo consultado me habrías dicho que no lo hiciera, que preferías mantenerte en el país, pero ambos sabemos que no es verdad y si aun me quedaba un poco de cordura, creo que reaccioné bien. Lo siento, de todas formas, te mentí. No conseguí el dinero para el pasaje. Nunca me lo habrían dado.
Era de noche cuando llegué al despacho de Namjoon. Era una noche de luna llena, esta entraba por cada rincón de la habitación pero de forma imperceptible porque la luz dentro del despacho, la luz eléctrica recorriendo los cables de la estancia, era la suficiente como para ni si quiera ser consciente de que la luna era testigo de todos nuestros actos. Me senté como siempre en la silla frente a él y le extendí un pendrive con toda la información filtrada. Él me agradeció la misión con un movimiento de cabeza pero yo no me levanté del asiento. Él me miró, sonriente, con una extraña felicidad en su rostro por mi extraño comportamiento. Estaba disfrutando de la forma en la que evitaba su mirada y eso solo engrandecía su ego. Me encogí en el asiento y suspiré. Me mordí los labios. Él habló primero.
—¿Y bien? ¿No quieres regresar a casa? –Me miró con suficiencia. Esa mirada siempre me desarmaba pero aquél día me dio el valor. La confianza.
¿Recuerdas cuando te hablé de mis padres, amor? Ellos no miraron por mí al revelarse, solo por sus ideas y pasiones. Eso no es lo que hay que hacer amor. No hay que retar al lobo. Yo, mi amor, por ti y por nuestros hijos caí a los pies del lobo implorando misericordia, mostrándome dócil, sumiso, débil.”
—Vengo a proponerte un trato. –Él dejó lo que estaba haciendo y me miró con curiosidad. Sabía qué quería, me haría decírselo en alto y aun no estaba seguro de que fuera a satisfacerme.
—No se deben hacer pactos con el diablo. –Rió de mi, infantil—. ¿Qué vas a darme? ¿Tu alma?
—Quiero un pasaje más de avión a Seúl. Uno más. –Rió más fuerte. Eso me asustó, realmente pensé que se tomaría en serio mi petición pero verle con tan poca seriedad me destrozó.
—¿A cambio de qué?
—Mi alma. –Namjoon se quedó quieto. Mirándome y tomándome completamente en serio. Mis palabras le hicieron sentir un poco más pequeño. Ahora manejaba yo el control—. Mi alma, mi cuerpo, todo yo. Yo soy el precio del pasaje.
—¿Crees que vales lo que un pasaje a Seúl? –De nuevo ese tono formal.
—Sí. Valgo mucho más y por eso te lo pido.
—Ya veo tus intenciones. –Se reclinó en el asiento hacia atrás—. Así que… ¿así es como se termina la bonita historia de amor? Supongo que él no lo sabrá aun. –Negué con el rostro.
—No lo sabrá hasta que no pueda hacer nada para evitarlo.
—Que inteligente por tu parte. –Suspiré mirando a otra parte. Pensar en ti era doloroso entonces. Sigue siéndolo.
—Gracias. –Dije sarcástico.
—Me enterneces. Eres capaz de dar tu vida por ellos.
—Tienes que prometerme que les dejaras irse. Tienes que prometérmelo. –Supliqué. Sabía de lo que era capaz.
—¿Te fías de mi palabra?
—Tienes que prometérmelo, por favor.
—¿Cuánto les quieres?
—Tanto que me da exactamente igual qué pase conmigo después de que ellos se vayan. –Pensó. Pensó largo rato de brazos cruzados mirándome de arriba abajo. Su mirada me hacia sentí intimidado pero la soporté todo lo que pude.
—Sabes que no podrás mantener el contacto con ellos después, ¿verdad? –Asentí—. Sabes que no van a poder hablar de lo que ha visto aquí ni de quien eres, ¿cierto?
—Sí, lo sé. No dirán nada. Han pasado suficiente como para aprender a no decir nada.
—No podrás irte con ellos metido en la bolsa de mano en el avión. ¿Hum? –Asentí—. No puedes volver a verlos. ¿Entendido? –Asentí de nuevo—. Muy bien. –Dijo e inclinándose un poco a uno de los cajones de su escritorio sacó un pasaje igual que los anteriores. Ya sabía que iba a pedírselo, ya había contado con ello. Eso me hizo sentí como una marioneta que cumplía tal y como se le ordena, todos los movimientos que está destinado a ejercer por la fuerza de los hilos en sus brazos. Me sentí sin control, sin autoridad. Pero cuando tuve el billete en las manos me sentí, como de la nada, liberado de una pesada carga. De un dolor punzante en el vientre. Me sentí, en cierto sentido, libre de todo. Sabía que no era cierto y que lo peor aún estaba por venir, pero pensar que tú podrías ser feliz, era suficiente alivio.
—¿Qué vas a decirle? –Su voz era tranquila. Había perdido el tono autoritario y cínico. Más se parecía a mi propia conciencia hablándome con sosiego. Su pregunta quedó suspendida en el aire mientras pensaba qué responderle.
—Que lo he conseguido por mis propios méritos.
—¿Temes que no lo acepte viniendo de mí?
—Temo que me vea como un cobarde.
—No lo eres. –Le miré, sentí miedo de sus palabras—. Tienes valor para venir aquí y pedirme un billete más. Para dejarles marchar sin ti. Eso es muy honrado por tu parte. –Asentí, dispuesto a marcharme. Me puse en pie y antes de salir por la puerta me giré. Él había vuelto a sus tareas y cuando me vio girado a él, regresó su atención a mí. Suspiró. Habló casi para sí mientras seguía fingiendo que tenía algo que hacer a esas horas—. Yo no tendría el valor de dejarles marchar. Mi familia es lo mejor que tengo y sin ellos, yo no soy nada. Me volvería loco si cuando llegase a casa, mi única motivación para vivir no estuviera. –Tragué saliva. Me marché de allí con una extraña sensación de agobio y vértigo.
Cuando llegué a casa te hice el amor. Lloré en tus brazos y supiste que algo estaba a punto de suceder. Podías intuirlo porque nunca me habías visto suplicarte para complacerte, nunca antes me habías visto tan sensible, tan débil. Te miré mientras me abrazabas. Quería recordar cada una de tus pequeñas facciones. Quería que tu olor se quedase por siempre adherido a mi piel, para recordarte cuando la soledad me golpeara con dureza. Quería sentir como tus caricias me embargaban, como tus gestos me enloquecían. Recordé la primera vez que entraste en mi despacho con esa maldita caja de pasteles. La forma en la que me besaste cuando me creíste dormido en tu hombro. El sonido de tu risa aparecía de la nada, igual que tus lágrimas, tu llanto, tu sangre al golpearte, tus palabras de ánimo, tus gritos, la forma en que me amabas, en que me abrazabas, en que me mirabas. Esa mirada que me hacia preguntar en qué pensabas cuando me mirabas.
Siempre me pregunté qué pensaste de mí la primera vez que me viste al entrar en mi despacho. La vez en que supiste que era norcoreano. Cuando me hiciste el amor. Cuando nos fugamos. Me había gustado preguntarte qué diablos te había impulsado a quererme. Eso ya da igual, el problema estaba en que yo te amaba y no deseaba por nada del mundo dejarte marchar. Las palabras de NamJoon me acosaron cuando aquella noche follamos y cuando terminamos me pregunté seriamente qué diablos hacer. Ni siquiera estaba seguro de que fuera a salir bien. Todo me daba vueltas. Sentía nauseas. Sentía vértigo.
—Mañana tenemos que ir a comprar de nuevo. –Me dijiste en el silencio del cuarto, aun con la respiración entrecortada. Aquellas palabras, en cierto sentido me ayudaron a decidir. Me impulsaron a tomar un camino. Supongo que ya sabes cuál es.
—Mañana no iremos a comprar, mi vida.
Comentarios
Publicar un comentario