IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 26
CAPÍTULO 26
Jimin
POV:
Pasaron horas pero aun me acompañaba el tacto de tus brazos por todo mi cuerpo cuando me cargaste hasta tu cama. El dulce olor de las sábanas era la mejor sensación que había tenido en años. El calor de las mantas. Me acurruqué en ellas y el colchón me abrazó con unos brazos de algodón que me recogieron en un sueño reparador. Tus labios volvieron a besarme cuando creíste que aun estaba dormido. El chasquido que produjeron resonó por todo el cuarto y juro que se quedó grabado en mi mente pues se estuvo repitiendo entre mi sueño. Dentro de mi mente, entre las cálidas cortinas de color crema, una sombra con tu rostro, unos ojos mirándome, una sonrisa penetrándome. Me sentí humillado, profanado, insultado. En mis labios quedó el dulce aroma de los tuyos y cuando desapareciste por la puerta, me los limpié con el dorso de la mano.
Aquella noche dormí durante horas y antes de que el sol se colara por entre las rendijas de la persiana bajada del cuarto, desperté, me incorporé y miré alrededor levemente desorientado. Sabía donde estaba y recordaba qué había sucedido la noche anterior. Me estiré sobre el colchón y me revolví unos segundos no queriendo deshacerme de las mantas alrededor de mi cuerpo. Se sentían demasiado bien. Tu olor, a pesar de ser tuyo, era agradable y cálido. Me hubiera quedado allí si no hubiera sido suficientemente vergonzosa la situación al despertarte. Por lo que salí de tu cuarto y al toparme con la estantería que hay en medio del pasillo me quedé unos segundos mirándola, frunciendo el ceño mientras comprobaba que alguno de los archivadores que había allí expuesto tenían el logotipo de la empresa.
Bajé los primeros escalones de la escalera con el sigilo con el que me habían adiestrado y miré alrededor encontrándote dormido en el sofá, respirando regularmente y con uno de tus pies fuera de la manta. Subí de nuevo y me tomé alrededor de diez minutos para mirar varios archivadores. Me había dado cuenta casi al instante de abrirlos que allí se hallaba mucha de la información privada de la empresa que seguramente necesitase y, probablemente, no tendría más oportunidad que esta para rebuscar entre los documentos, pero tenía miedo de que me descubrieras. Tenía miedo de despertarte y de que te dieses cuenta de que había estado hurgando en ellos. Cuando pasó el tiempo suficiente como para tener una idea general de lo que se escondía entre los estantes regresé al dormitorio y busqué un papel en blanco donde pudiera dejarte una nota. Quería irme con disimulo, pero nunca con mala educación.
Gracias por dejarme dormir aquí anoche, pero
fue culpa tuya que me emborrachara tan rápido, yo no bebo. Siento marcharme así
pero tengo cosas que hacer. Gracias de nuevo, Jeon.
Pd: Tu consejo de hoy: “El mejor general es
aquel que se arriesga a convencer al adversario y consigue lo que desea sin
necesidad de combatir”.
Te escribí este consejo y si lo piensas, ahora tiene sentido, ¿verdad?. No voy a indagar más en el dolor dentro de la herida. Miré sobre la cama y fui consciente, gracias a la luz que comenzaba a entrar por la ventana, de que tenías dos horrorosas banderas sobre la cabecera. Fruncí el ceño y seguí escribiendo antes de actuar tal y como dije que hice en la nota:
Pd2: He tirado a la papelera las dos
banderas. No pretenderías que durmiera con el corrupto capitalismo sobre mi
cabeza.
…
Esa misma mañana caminé hasta la parada de bus más cercana y me subí al primero que pasó en dirección a mi urbanización. El camino lo sentí extraño, más corto de costumbre, o tal vez me sumí demasiado tiempo en mis pensamientos y en la forma en la que me alzaste en tus brazos con tanta facilidad. Rememoré esa escena unas veinte veces intentando encontrar todos y cada uno de los detalles. Como mis zapatillas se desprendieron una a una de mis pies, como respirabas con dificultad al final del tramo de escaleras. Tus manos acariciándome. Cuando quise darme cuenta estaba ya en mi parada y bajé encontrándome en medio, una vez más, de un estercolero. Respire y sonreí vagamente, convenciéndome de que el sueño había acabado y volvía a la sucia, asquerosa y ruin realidad.
Mi día libre comenzaba y yo solo pensaba en que había desperdiciado una preciosa oportunidad para traerme información que necesitase o para aguardar un poco más y desayunar a tu lado. Me hubiera encantado llenarme el estómago pero solo llegar a casa me preparé unos fideos instantáneos de kimchi y los devoré hambriento. Después de aquello, me tumbé en la cama y cerré los ojos con un punzante dolor atravesando mi cráneo. Comenzaría a tener jaquecas por la falta de alimento y el cambio de aires, a una ciudad mucho más contaminada y colapsada, acabaría conmigo poco a poco como un pequeño animalillo fuera de su hábitat.
El sonido de mi teléfono móvil me hizo dar un respingo de inmediato. Salté de la cama por el extraño eco de una música que no había escuchado hasta entonces. Me revolví por todos lados hasta dar con el teléfono y antes de descolgar comprobé que el número era privado y me lo acerqué a la oreja, respiré profundamente y susurré un conciso:
—¿Sí?
—Jiminie. ¿Y esa voz? –Una sonrisa al otro lado. La voz de NamJoon me hizo sentir tremendamente agradecido. Fue como una taza de leche caliente, un baño de agua tibia, un abrazo de un viejo amigo. Regresé al cuarto y me senté sobre la cama sonriendo mientras pasaba mi mano por mi pelo, retirándomelo de la frente—. ¿No me digas que…?
—Namjoon. —Susurré y comencé a reír. Él lo hizo igual al otro lado—. Estoy bien, solo un poco cansado.
—El trabajo de oficina es tan cansado… —Me dijo y yo reí pero susurré enfadado:
—No tiene gracia. –Me mordí el labio inferior. Él rió al otro lado por mis palabras—. Supongo que esta no es una llamada de cortesía…
—Supones bien. –Dijo con un cansado suspiro. Yo sonreí—. Hemos estado siguiéndole la pista a uno de los investigadores a sueldo de Seúl. Me temo que ha metido las narices donde no debía. Ya sabes cómo son estas cosas. Hay una línea invisible que cuando la cruzas, Bom, estás muerto.
—¿Podrías abreviar?
—¿Qué pasa Jiminie? Ya veo que no me echabas de menos.
—He pasado unos días muy pesados, todo el cambio es muy… —Suspiré, dejando las palabras en el aire.
—¿Creías que iba a ser como ir de vacaciones?
—Lo sé, lo siento.
—Allí es hoy día libre, ¿no?
—Sí.
—Pues descansa. Vendrán días más complicados. La información que necesites de ese hombre te la pasaré dentro de poco. Le hemos estado siguiendo la pista. Te diremos el momento de saltar sobre su yugular.
—Está bien. –Provoqué un silencio bastante doloroso—. Nam, ¿cómo está mi hija?
—Bien, Jiminie. Si sigues así muy pronto la verás, pero ten cuidado. La línea para ti es mucho más endeble que para el resto. –Y con eso, finalizó la llamada. Me sentí tan débil, tan frágil de repente. Me desmoroné sobre la cama y mirando alrededor me sentí desorientado. Volver a la realidad después de que la voz de NamJoon fuera como un fino velo sobre mis ojos, es muy duro. En cierto modo desearía no haber cogido la llamada, no haber hecho un viaje al pasado tan fugaz. Me vino el olor de mi casa, el de mi comida, el olor de mi hija. Me desmoroné una vez más.
…
De nuevo un día más yendo al trabajo. El trayecto en bus fue eterno, el tramo a pie, incómodo. Llegar al barullo de la oficina me hizo sentir nuevamente ese punzante dolor en la cabeza. Ese dolor se desplazaba por entre mis sesos hasta estancarse en ambas cuencas oculares. Se mantuvo allí unos segundos y después, poco a poco, se disipó como el azúcar en el café. Aquél día noté una notable diferencia en el trabajo. La gente me reconocía la pasar y me saludaban con una inclinación de cabeza que me hacía ver importante. Yo les correspondía con una sonrisa que a veces, era demasiado exagerada hasta el punto de hacer desaparecer mis ojos en dos finas líneas, pero me habían educado para ser amable y no podía evitarlo. Cuando llegué a mi planta se respiraba un aire de tranquilidad junto con una escena laboral encomiable. Me sentí satisfecho y lo primero que hice fue servirme un café y caminar directo hacia mi despacho.
Solo cuando dirigí mis pasos hasta allí me di cuenta de que tendría que afrontar tu rostro y me daba un pánico terrible que hicieras algún comentario inadecuado. Pero no me sorprendió cuando no te vi sentado en tu escritorio. Con curiosidad miré dentro de mi despacho y estaba vacío y recién limpiado. Miré alrededor y a una de las secretarias de la recepción que pasaba por allí la llamé y señalé tu escritorio.
—¿Y el señor Jeon? –Ella me miró desconcertada y se limitó a encogerse de hombros.
—Llega tarde, señor Park. –Me lo dijo en un tono que solo le faltó decirme “como siempre”. Pero se contuvo y a cambio de ello me regaló una sonrisa e inclinó su cabeza para marcharse tranquila. Yo rodeé varias veces tu escritorio y murmuré unos cuantos insultos que bien te merecías. Yo solo rogaba que, si llegabas tarde, al menos me trajeras pasteles.
—Maldito estúpido. ¿Qué se supone que tengo que hacer hoy? –Me senté en tu escritorio y revisé los cajones encontrando una pequeña agenda de cuero. En ella aparecía una nota en aquél día. “Reunión. Sala de reuniones. Tema: Logotipo. 9:30”
No me daba muchas explicaciones al respecto pero me dejé guiar por sus escuetas palabras y cuando fue la hora caminé a la sala de reuniones donde ya estaban todos los jefes del departamento de márquetin y algunos de los dibujantes con las propuestas para el logotipo. Rodeé toda la mesa y me senté en el espacio libre que debía presidir. Sentirme observado me estaba torturando lentamente. Cuando me dejé caer en el asiento, mi cuerpo se relajó y dejé salir el aire un poco cansado. Todos inclinaron la cabeza en ademán de saludo y yo correspondí el gesto. Los que estaban de pie, dos chicos de mi edad cercana, estaban exponiendo su logotipo. Mientras hablaban me sentía cada vez más pesado, más aburrido. Podía ver en la mirada de cada uno de ellos como esperaban mi aprobación, mi asentimiento, mi humilde misericordia, pero yo no podía ver más que eso, miedo y sumisión.
Estar expuesto de esta manera me estaban consumiendo. Fingir ser quien no soy por un largo tiempo, era agradable. Por unos segundos me olvidaba de quien era, de porqué estaba en la situación y de por qué mentía. Mentir era divertido, era como un juego. Pero la mentira comenzaba a consumirme poco a poco. Y cuanto más tiempo fingía ser quien no era, más me costaba volver a la realidad, y más doloroso era afrontar quien era. Comencé, tan solo en soledad, a cuestionarme todo lo que estaba haciendo y por un instante, solo por un instante, me arrepentí de seguir con el plan. Es complicado de explicar. Yo amaba a mi hija pero todas las muertes causadas y que aún quedaban por consumar, eran, demasiadas. Pero ya era demasiado tarde.
—¿Y qué opina, señor Park? –Oí cuando la presentación acabó y al despertar de mi ensoñación el dolor regresaba. La punzante sensación de agobio y malestar. Me revolví en mi silla regresando a la diluida realidad que se me presentaba y miré alrededor. Las personas, todos y cada uno de los ojos presentes, me miraban expectantes, como los actores en medio del escenario esperando por mi frase siguiente que les diese permiso para continuar.
—¿Qué opino? –Pregunté, dándome tiempo a regresar.
—Sí, señor. Tiene que darnos su aprobación para que podamos empezar con los trámites del cambio.
Miré esta vez sí con objetividad el logotipo por el que querían sustituir el original y me resultó uno demasiado simple, demasiado vulgar. No era nada que se pudiera recordar con facilidad. Un logotipo debía ser algo que nos hiciera reconocer perfectamente el producto con tan solo mirarlo de pasada y aquello que se me demostraba, no valía para nada.
—No me gusta. –Dije, simple y conciso. Todos se quedaron con cara de pasmo y aguantaron la respiración unos segundos, aturdidos. Se miraron entre ellos mientras yo empezaba a levantarme de la silla con la intención de refugiarme en mi despacho, pero sus palabras me detuvieron.
—¿Cómo que no le gusta? –Preguntó uno. Yo les miré, atontado.
—Pues eso, no me gusta. No me dice nada. –De nuevo hice otro intento de levantarme pero solo conseguí retirar un poco la silla hacia atrás. Uno de los dibujantes que había hecho el diseño me habló con desvergüenza.
—Pero señor Park, este es el modelo que el antiguo jefe nos encargó hacer. –Yo le miré desafiante.
—¿Y? Él ya no está y a mí no me gusta.
—¿Sabe el dinero que hemos invertido para hacer el prototipo? –Fruncí el ceño por sus palabras y me levanté ahora sí con violencia desplazando la silla hacia atrás. El hombre a mi lado se levantó de igual forma, nervioso.
—¿Qué formas son esas de hablarme, muchacho? ¿Acaso no me has entendido? ¡He dicho que no me gusta! ¿No sabéis hacer nada mejor? ¡Sois unos incompetentes! –Grité, intentando, no acallar las voces de los allí reunidos, sino el pitido en mi cabeza—. ¡Incompetentes! –Golpeé la mesa con mi puño cerrado pero el señor a mi lado posó su mano sobre mi hombro y me hizo sentar de nuevo con un gesto que me dejó desconcertado unos segundos. Le miré desde el asiento como retiró su mano del hombro con una mezcla de ira y miedo que le hicieron sentir confuso pero yo me levanté de nuevo en el instante en que tú entrabas por la puerta vociferando mi nombre.
Yo pierdo el control en el momento en que cojo del cuello al hombre que me puso la mano encima. Su rostro se descompuso unos segundos pero te interpusiste en mi camino y fuiste tú quien recibió el golpe que debía ser para mí. Caíste al suelo con un golpe sordo y estrepitoso que me hizo dar un vuelco al corazón. No podía permitir que te pasara nada, y no busques sentimientos o romanticismo en mis palabras, no me podía permitir perder a mi única fuente ciega de información. Tal vez me excedí. Tal vez con recogerte del suelo hubiera sido suficiente, pero aún recordaba el tacto de aquella arrugada y decrépita mano sobre mi hombro y no pude contenerme. Les golpeé y lo siento. No debí hacerlo porque me metí en problemas instantáneamente.
Pero he de reconocer, que sentó muy bien. Hacía mucho que no golpeaba a nadie y me liberó de mucho de los dolores que había dentro de mí. Dolores que tú, horas más tarde reabrirías como heridas ya cicatrizadas que tú expondrías de nuevo al filo del cuchillo más afilado.
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