IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 24
CAPÍTULO 24
Jimin POV:
Las horas pasaban lentas, tediosas, amargas, frías. El despacho se me hacía muy grande, el silencio, demoledor. El ruido del exterior, irritante. La silla comenzó a parecerme demasiado atosigadora, la mesa, demasiado espaciosa. Quise ponerme a dibujar, a leer, a pintar, a cantar. Quería hacer algo más que estar ahí encerrado sin hacer nada. Necesitaba hacer algo y me preguntaba qué era lo que el jefe de una empresa debiera hacer. Me quedé en blanco y me pregunté qué diablos iba a hacer el resto de días aquí encerrado sin escapatoria posible.
—¿Señor Park? –Escuché de repente tu voz por el intercomunicador. Se sentía como aire fresco.
—¿Sí?
—¿Necesita algo? –Comencé a quejarme para mí mismo. Necesitaba volver a casa—. ¿Un café?
—Sí, estaría genial.
—¿Cómo lo quiere? ¿Macchiato? ¿Capuchino? –fruncí el ceño. ¿Qué diablos estabas diciéndome?
—Normal. Sin gilipolleces. –Cuando se hizo el silencio me quedé unos segundos mirando el mapa, esperándote. Mordí mis labios sintiendo que estaba haciéndolo todo mal. Necesitaba ganarme tu confianza por mucho que me costase y decidí levantarme y salir. Tal vez tan solo necesitaba mover mis piernas fuera de ese despacho, pero de igual forma no me vendría mal hablar contigo. Cuando salí en tu busca miré alrededor alguna máquina de café y la encontré a lo lejos, rodeada de tres hombres. Uno de ellos eras tú. Fue la primera vez que me alegré de verte. Tal vez debí decirte que estaba allí, que podía verte, que podía escucharte, pero me habían entrenado para ver y oír, no para hablar y me quedé atento a como tus compañero se reían de ti.
—¿Eres estúpido Jeon? –Te preguntaron—. Es horrible. –Negaste.
—Es su primer día, solo intenta hacerse respetar. –Me escusaste. Me sentí agradecido pero al tiempo, decepcionado. “¡Hazte respetar!” Pensé, pero eras solo un niño.
—Nos matará a todos. Lo sé.
—Exagerado.
—No exagero, deberías haberlo visto.
—Jeon. –Te dijo el otro con una expresión decepcionada—. ¿Otra vez?
—Otra vez ¿qué?
—Eres un secretario, no un perro faldero. –No soporté más sus palabras, y antes de que te hicieran sospechar de mí o recelar de mi comportamiento me acerqué y mi presencia fue suficiente para que uno de ellos me mirara fijo y se dejara caer su café, salpicándose sus propios pantalones. Yo solo le miré con mi mejor rostro de militar y el otro a su lado cayó en el mismo terror que el primero. Tú estabas dándome la espalda, ajeno a todo.
—Señor Park. –Dijo uno de ellos.
—Jeon. –Te dije—. Tardaba mucho el café y me he preocupado. –No se me ocurrió nada mejor.
—Aquí lo tiene. –Me ofreciste con tu mejor sonrisa pero yo no lo acepté y me quedé mirando la mancha de café en el suelo que tan despreocupadamente se esparcía por las baldosas, extendiéndose.
—Me sorprende la capacidad de esta empresa para malgastar dinero de esta manera. –Todos fruncieron el ceño—. Ha hecho que el servicio de limpieza trabaje más, por lo que me cuesta dinero. Está usted perdiendo tiempo, del cual, cada segundo me cuesta dinero. Y su estúpida conversación…
—¿También le hace perder tiempo? –Me preguntó uno de ellos enfadado. ¿Cómo osaban tratarme de aquella forma? No me importaba una mierda ser o no su verdadero jefe. No me importaban los insultos que te pudieron dirigir durante todo el tiempo que trabajaste allí. Nadie me hablaba de esa forma.
—No. Pero la encuentro innecesaria y algo fuera de lugar.
—¿Acaso escuchaba?
—Desde luego. Están ustedes dos despedidos. –Sus rostros de soberbia desaparecieron. Fue una sensación tan dulce como un orgasmo.
—Señor Park… —Recriminaste con el poco orgullo que tenías defendiendo a quienes se hacían llamar tus compañeros.
—Esto es injusto. –Dijo uno de los recientes despedidos y la oficina entera se giró a mirar la escena que había provocado. Me recordaron a aquel hombre asesinado por ser una fuente de información a un gobierno extranjero. Ellos aprenderían y servirían de perfecto ejemplo para que el resto obedeciera mis órdenes. Al parecer, la educación que me habían implantado era, aunque cruel, eficaz.
—No hay nada más justo que esto, señor. Recojan sus cosas y pidan un finiquito*. Antes de que me arrepienta y les haga limpiar este estropicio con su propia carta del paro.
Todo el mundo se quedó en silencio y yo aproveché para escabullirme pero a lo lejos oía tus pasos seguirme, indignado. Cuando nos quedamos a solas en el despacho dejaste el vasito de café sobre la mesa con un golpe que me hizo sentir de nuevo ofendido pero me lo tomé como un berrinche infantil y me senté en el escritorio volviéndome al ordenado.
—Eso no era necesario.
—¿El qué? –Pregunté distraído con el programa de cuentas del ordenador. Era un programa demasiado moderno. En mi país aun no nos habían instalado este modelo cuando yo estudié informática.
—Despedirlos. No hicieron nada.
—No quiero incompetentes en mi empresa.
—No son incompetentes.
—Agradecerás lo que he hecho.
—¿Yo? –Preguntaste con coraje. Quise arrancarte esa fría expresión del rostro pero mi expresión de seriedad en ti no surgía efecto. Eso me puso más nervioso.
—Señor Jeon, diríjase a mí con un poco más de respeto. –Pedí. En mi mente sonó como un ruego de desesperación.
—¿Es eso lo que quiere conseguir de nosotros? ¿Respeto?
—El respeto hay que ganárselo.
—Con paciencia y buenos actos.
—Vuelva ya a su puesto de trabajo si no quiere compartir la suerte de sus compañeros. –Suspiraste y pensé que te marcharías, pero no te ibas—. Maldito trasto. –Pulsé varias veces el ratón en mis manos pero varias de las claves que se necesitan para la ordenación de dígitos en las casillas no eran las mismas que me habían enseñado. Me vi frustrado ante una tecnología más avanzada.
—¿Ocurre algo?
—Este programa de cuentas. No consigo hacer que funcione correctamente. –Antes de darme cuenta ya estabas a mi lado, inclinándote sobre la pantalla con la mano sobre la mía en el ratón. Tu contacto era tan suave, tan caliente. Tu olías tan bien, tan dulce. Mis mejillas ardieron por la repentina cercanía. Maldita sea, ¿por qué te acercaste tanto?
—Eso es porque no has seleccionado los archivos que quiere incluir en las gráficas. Mira.
—Entiendo…
—Es sencillo.
—Gracias. –No parecías querer alejarte, por lo que me atreví a mirarte a los ojos para que fueras consciente de la poca distancia que nos separaba—. Puede irse, señor Jeon. –Ahora si te alejaste.
—Aún no he expresado todas mis quejas sobre lo que ha sucedido.
—No debe tener quejas. No me de problemas, Jeon. Deme soluciones.
—Me temo que el problema lo ha causado usted. –De nuevo esa valentía. ¿Serías un teatro como el mío o de veras eras así de kamikaze? Claro que lo eras.
—¿Yo? Márchate, Jeon. Y deja que las decisiones importantes las tomen los mayores. –Sonreí acentuando tu inferioridad y te marchaste con un dulce puchero en los labios. Si no hubieras sido tan entrometido Kookie, mi amor. Nada de esto habría pasado.
…
¿Recuerdas lo que pasó al final del primer día de trabajo? ¿Recuerdas cuando salí de mi despacho y allí estabas, solo en toda la oficina, esperando por mí? Saliste corriendo detrás de mí cuando viste que me marchaba y te metiste dentro del ascensor conmigo. Me pusiste tan nervioso. Te tomabas demasiadas confianzas, ¿no lo entiendes? Un empleado no debe bajar al tiempo que su jefe, es irrespetuoso y demuestra una actitud demasiado cercana. Debiste esperar a que yo bajara primero o haberte ido por las escaleras, pero tu conversación allí me ayudó más de lo que crees.
—El señor Kim, mi antiguo jefe me daba un consejo cada día. Era nuestro juego. –Te miré sin comprender. Me hablabas con tanta soltura, con tanta confianza, como si me conocieras de siempre y eso me hacía sentir tan mal. Nadie me conocía en ese mísero país. Nadie. Pero tú parecías dispuesto a tenderme la mano en todo lo que necesitara. Jamás debí aceptarla—. ¿Podría usted hacer lo mismo?
—¿Por qué iba a hacerlo?
—Por favor. Así ganaremos confianza el uno con el otro. –Tus palabras me dieron la clave. Eso era lo que buscaba, confianza.
—Está bien. –Asentí—. Pero deberá ser algo recíproco. –Me miraste pícaro.
—¿A qué se refiere?
—Yo le daré un consejo diario a cambio de que usted no juzgue mis palabras ni mis actos de nuevo. –Era el plan perfecto.
—¿Cómo esta mañana cuando le expresé mi opinión cuando despidió a esos hombres?
—Exacto.
—¿Esto ocurrirá más a menudo?
—Tal vez. –Suspiraste resignado.
—Está bien. ¿Mi consejo?
—Hoy me ha recriminado.
—No lo sabía aún… —Suspiré y asentí cansado. Había sido un día muy largo y solo deseaba regresar a casa.
—¿Un consejo? No vuelva a ir conmigo en el mismo ascensor. –Las puertas cedieron a su mecanismo y ambos salimos pero mientras que tú te dirigiste al garaje, yo caminé hacia las puertas delanteras para caminar a la parada del bus. Tú me miraste confuso.
—¿Quiere que le lleve a casa? –Te miré serio.
—No es necesario. Hasta mañana. –Me despedí de ti con un gesto de mi cabeza y salí al exterior donde soplaba un viento dulce y con olor a comida rápida de un restaurante cercano. Me apreté el vientre con una mano y caminé calle abajo en busca de la parada del bus donde me senté a la espera del último bus del día. Mordí mis labios con fuerza mientras me quedé embobado mirando la cantidad de rascacielos y la luz parpadeante de ellos en los carteles publicitarios. Un coche pasó por delante de la carretera frente a mí y se detuvo a mi altura. Me quedé mirándolo con disimulo pero un rostro conocido me llamó desde el interior y era el tuyo. Mis mejillas ardiendo aunque no pudiste notarlo. Me sentía avergonzado de verme en la parada del bus mientras tú conducías un todoterreno plateado, impresionante. Deseaba conducir uno de esos desde hacía mucho tiempo.
—¿Seguro que no quiere que le lleve, señor Park? –Negué cabizbajo. No podía mostrarte donde vivía o tal vez creyeras que estaba siendo un farsante. Un farsante es mejor que la realidad, ¿no crees? Pero eso habría desencadenado en muchas explicaciones sin respuestas y no quise involucrarte más. Comencé a pensar en excusas mientras tu coche desaparecía por la carretera, en el caso de que al día siguiente me preguntases al respecto. Podría decir que tenía el coche en el taller, un Mercedes negro, muy brillante. O que como acababa de mudarme aun no me había comprado un coche, porque en Busán no lo necesitaba. Tal vez podría alegar que no sabía conducir. Lo pensaría en el momento adecuado, mi bus esperaba por mí.
Cuando llegué a lo que los próximos meses llamaría mi casa, me deshice del traje y me puse la ropa con la que iba a dormir. Me quedé en el salón mirando alrededor y aunque noté mi estómago vacío y necesitado me dije a mi mismo que los pasteles que me regalaste habían sido suficiente alimento por hoy y tras beberme un vaso de agua me fui directo a dormir a la espera de que el sueño calmara el hambre, el dolor, el miedo, el frío y el remordimiento. Tu rostro en mi recuerdo me acompañó hasta que me dormí.
———.———
Finiquito: Cantidad de dinero que debe percibir el trabajador tras finiquitar su relación con la empresa.
Comentarios
Publicar un comentario