IDENTIDADES [PARTE III] - Capítulo 9
CAPÍTULO 9
Jimin
POV:
¿Recuerdas el regalo que Sehun me dio? Cuando cumplí doce años sentí una tremenda y repentina necesidad de leer el libro. Era el libro de Maquiavelo*, El príncipe. Sí, mi amor. Ese libro que tú tuviste en tus manos unos días después de que nos instalásemos aquí en el norte. Lo ojeaste como yo hice aquel día y lo miré por encima sin comprender muy bien qué tendría de especial aquel libro para alguien. Después lo comprendí. Nada. Por eso me lo había regalado. Porque no era más que un mero objeto que me recordase a él. Y cumplía de veras su función pero entonces me apeteció leerlo tan solo por curiosidad.
Al ojearlo vi que había algunas páginas marcadas en las esquinas dobladas pero el resto estaba impoluto. Las páginas que había seleccionado me parecieron escogidas al azar porque al mirarlas, no vi nada en ellas que llamaran mi atención. De todas formas me decidí a leerlo y al empezar, he de reconocer, que me vi obligado a leer la primera página como unas tres veces seguidas para poder alcanzar al menos a comprender que realmente estaba queriendo decirme algo el autor.
Seguí leyendo tremendamente confuso con mis propios sentimientos. No estaba acostumbrado a estar delante de un libro de literatura y no enterarme de nada en absoluto. La mitad de las palabras no las entendía y la otra mitad carecían de sentido sin el resto y poco a poco se me hacía una bola difícil de tragar como cuando comes arroz sin agua para bajar la comida. El almidón hace que se te pegue al paladar y ahí se estanque hasta consumirte en el ahogo. Cuando quise terminar el libro una semana después tras mucho esfuerzo no llegué a una conclusión clara. Ni si quiera recuerdo tener un vivo recuerdo de aquella experiencia. Fue como un reto personal que me marqué y que incluso terminándolo, al no haberlo comprendido, no sacaba provecho de ello y me pareció perder el tiempo.
Unos años después, con diecisiete años volví a leerlo y he de reconocer que no debí hacerlo. Tal vez me abriera los ojos a más posibilidades, tal vez solo estaba confuso en el fin de mi adolescencia. Pero aquél libro comenzó a formar parte de mi estantería y de mi pensamiento diario. No recuerdo si hablamos de ello pero en el libro hay una frase que me encargué de subrayar bien. Aquí mismo tengo el libro y voy a citarla textualmente. “Un príncipe tiene que tener al pueblo de su parte, o de lo contrario no tendrá salvación en los momentos de peligro”. Obviamente Maquiavelo tan solo intentaba dar clases de moral, ética y política a un rey que estaba de gobernante, pero esta frase, si lo piensas con claridad, puede tener amplios significados.
Un niño puede ver un cuento de hadas retratado en estas líneas, alguien que sepa de arte e historia pensará en las relaciones comerciales del arte en aquellos tiempos, yo pensaba en la forma tan extraña que Maquiavelo usaba para decirle a un señor que debía darle “pan y circo”* a su pueblo. Pero hoy soy un hombre enamorado y releyendo estas líneas te veo a ti, mi amor. No hablo de que un hombre enamorado deba tener a su cónyuge contento, no soy tan ácido. Me refiero a que intenté por mucho tiempo contentarte con mis gestos, con mis caricias, con mis miradas. Quería que estuvieras de mi parte, quería amarte. No. quería que te sintieras amado y confiaras en mí. Solo quería utilizarte. Pero aún no hemos llegado a esta parte. Te la recordaré más adelante.
Aquella vez que dejé el libro cerrado delante de mí e intenté rebanarme los sesos para sacar algo en claro de la primera lectura a aquel libro con tapa verdosa, lo miré con curiosidad y me dejé de esforzar por intentar comprender algo que aún no estaba a mi alcance. Una parte de mí alcanzaba a empatizar con la decepción pero otra no. Otra estaba furiosa y terriblemente triste. Habían mejorado mis calificaciones y mis resultados en los entrenamientos. Aprendí a manejarme con cuchillos y las pistolas seguían siendo mi punto fuerte. Pero que un mero libro me derrotara era francamente vergonzoso por lo que lo puse en la estantería con el resto de libros, al lado de mi osito de peluche que ya había perdido un poco el color blanco que le caracterizaba y abracé a este con fuerza. Lo hacía siempre que necesitaba el abrazo de un viejo amigo que me conociera. Me había visto crecer y llorar. Me había consolado en mis llantos nocturnos muchas veces y había sustituido a mis amigos cuando había necesitado simplemente una mirada de cariño. Las dos perlas negras que hacían la vez de ojos me miran inanimadas, pero llenos de recuerdos.
…
Hay una cosa que nunca le he contado a nadie. Tengo un secreto con testigos, lo cual no se puede decir que sea un secreto pero sí para ti, y para mi entorno construido en la madurez. Mi mujer nunca lo supo, y mi hija tampoco. Es una cosa que con los años debería haber perdido importancia y haber pasado a un segundo plano. Después de todas las barbaridades que cometí debía haber sino nada más que una gota de agua en medio de un mar embravecido. Pero no. El recuerdo aún hay noches en las que me atormenta. Su voz, sus ojos. La forma en la que me miraba, sin mirarme.
Era un día de otoño. Las hojas ya comenzaban a desprenderse de las ramas y se quedaban amontonadas en pequeños rincones en el suelo del campo de tiro. Una parcela contigua a la escuela la habían adecuado para que fuera una especie de campo de tiro. Los alumnos se situaban en fila con unos fusiles y al otro lado se disponían las dianas. A veces eran solo una pintura en un papel, otras, muñecos rellenos de paja. Siempre era más doloroso dispara a muñecos aunque no tuvieran nombre ni rostro. La simple forma humana ya dotaba a esos sacos de personalidad y aunque los disparases un día tras otro, ellos estaba allí al día siguiente. Esa era nuestra realidad.
Yo tendría alrededor de los trece años cuando en una clase de esas me tocaba a mí. No había espacio para que treinta alumnos disparásemos a la vez. No había ni presupuesto para material ni atención por parte de NamJoon para estar con la vista sobre todos así que íbamos de cinco en cinco sobre una mesa que había, con el fusil sobre ella, y lo cogíamos, disparábamos tres tiros y si los tres impactaban sobre el objetivo nos llevábamos la máxima puntuación. Si solo lográbamos dos, una puntuación media. Solo uno era una baja puntuación. No acertar era una reprimenda asegurada, por lo que poníamos todos nuestros esfuerzos en que nuestro pulso no temblara y mantener la vista fija en el objetivo.
Cuando fue mi turno me dispuse frente a la mesa y cogí el fusil en mis manos. Aún recuerdo su peso y su textura. Nunca ninguno pesó tanto ni era tan rugoso. El simple tacto era desagradable, y ya lo había sentido antes, pero el recuerdo que tengo de ese momento es lo que cuenta. Era pesado como una barra de hierro y tan áspero al tacto como pelota de tenis. Mis manos no temblaron cuando disparé y acerté en el pecho de aquel muñeco. El reprís me hizo sentir levemente dolorido unos segundos y pensando que eso no reverberaría, disparé otra vez pero esta no acerté y yo mismo fruncí el ceño. Me habían hecho daño y estaba a punto de soltar el fusil de mala gana sobre la mesa pero respiré hondo y disparé la última vez. En el borde del brazo derecho. Vi como la bala atravesaba la tela y hacía saltar de su brazos pequeñas briznas de paja por el aire. El endeble viento se las llevó de mi vista pero yo fruncí los labios y comencé a susurrar para mí mismo.
—No es mortal. Ese disparo no cuenta. –Dije, sintiéndome con la autoridad de poner yo mismo mis propias normas y estaba a punto de disparar otra vez cuando unas manos se interpusieron en mi disparo y me hicieron mover el fusil justo antes de apretar el gatillo. Xiumin estaba ahí, mirándome más asustado que enfadado porque era su turno, y si no disparaba, le reñirían.
—Vamos, Jimin, déjamelo ya y vuelve a la fila. –Me dijo mucho más sensato que yo y le empujé aun con mi dedo en el gatillo y la otra mano sujetando el largo del fusil con el ceño fruncido. Le miré desafiante y él volvió a caer con las manos sobre el arma para, esta vez sí, intentar arrebatármela por la fuerza. Ambos estuvimos tirando de ella y NamJoon observaba nervioso lo que sucedía. Los chicos de nuestro alrededor estaban confusos y un poco preocupados pero recuerdo bien como ambos comenzamos a gritarnos, como dos estúpidos niños sin control ni disciplina.
—¡No toques el fusil, aun no he terminado!
—¡Son tres tiros por persona, Jimin! ¡Suéltalo, nos haremos daño!
Él debió soltar el fusil. No debió interponerse entre ese muñeco de paja y yo. Y yo, no debí ser tan cabezón. Solo era un mero saco de paja. Zarandeando el arma esta se disparó sin querer pero era mi dedo el que estaba en el gatillo. Recuerdo como el sonido del disparo nos ensordeció a ambos por igual y a la vez lo soltamos haciendo que cayera al suelo con un sonido sordo. Otro sonido igual nos sorprendió a todos cuando vimos, de entre todos nosotros, a un chico en el suelo tirado, igual de inerte que el fusil a nuestros pies. El silencio se hizo por todo el espacio y no recuerdo un silencio tan ensordecedor como aquel. Tan doloroso. Tan frío y a la vez, tan caluroso. Un sudor frío recorrió mi columna y mis axilas. Mi nuca. Mis mejillas. Todo a mi alrededor se distorsionó y se volvió borroso.
El grito de Xiumin quebró el mutismo.
—¡CHANYEOL! –Poco a poco comenzó a formarse una masa de personas alrededor del cadáver en el suelo. Yo lo miraba de lejos pero era suficiente para mí. Los llantos comenzaron a aumentar en sonido. Namjoon salió corriendo en busca de alguien mayor que él, alguien con más responsabilidad. Alguien que supiera tratar con el cadáver de un chico de trece años. Yo podía ver cómo su rostro estaba girado a mí con un gran boquete en medio de su frente despejada por el flequillo. Sangraba, y la sangre caía hasta el césped debajo de su cabeza y regaba la tierra seca. Sus ojos me miraban ya sin vida y poco a poco ese extraño gesto de su rostro me calaba más y más profundo. Se colaba por entre mis neuronas para alojarse en un pequeño rincón de mi mente que se dignaría a aparecer las siguientes veces que me atreviese a encañonar a alguien. Sé que será su rostro el que vea mientras el frío metal de la boca del cañón de la pistola acaricie mi sien, pero intentaré alcanzar con fuerza tu recuerdo para darme la fortaleza de continuar con mi final.
Aquel mismo día nos apartaron a Xiumin y a mí a parte en las horas de descanso después de comer. Nosotros no comimos aquel día, no porque no tuviéramos hambre, que tampoco, sino porque nos encerraron en un aula a solas durante tres horas seguidas. En silencio. Ninguno nos atrevimos a decir una sola palabra. Yo podía ver en sus ojos que me culpaba por lo sucedido, pero a la vez, estaba seguro de que había sido su propia culpa. Si no hubiera intervenido entre yo mi ira, él seguiría vivo.
Yo estaba absorto en el recuerdo. Estaba paralizado por el miedo, pero a la vez, sin emoción. Sin pánico. Sin tristeza. Me había consumido el shock de la muerte. Mi primera muerte presenciada, mi primer asesinato cometido. Sería el primero pero no el último, al parecer. Había mirado a la muerte a los ojos por primera vez y esta me dijo: me verás más a menudo, a partir de ahora. No te angusties, era mejor que sucediera cuanto antes.
Una breve pero intensa conversación en donde de repente todo se volvió oscuro y sombrío. Las emociones eran banales. Los recuerdos, una tortura indispensable. Todo giraría a partir de ahora sobre una realidad inventada. Una atmósfera de sumisión y subordinación en donde yo, debía librarme de mi único signo de humanidad, la decisión. En otra ocasión, con otra voz, en otro lugar, te habría dicho algo como “me prometí no llorar”. Pero la verdad era mucho más triste. Yo no podía ya llorar. Había llorado con el recuerdo de mis padres. Había llorado en los brazos de Sehun. Había llorado frente a NamJoon y aun con el dulce de fresa en los labios, las lágrimas habían seguido cayendo sin sentido. Él ya no me daría más caramelos. Sehun no me daría más abrazos. Estaba solo ante la realidad y su cruel y afilado aliento me desgarraba la piel a jirones. Por eso no debía mostrarme débil, no podía permitírmelo. Si no, me condenaría.
Pasadas tres horas entró NamJoon con una expresión de dureza que me heló la piel. Nos miró a ambos sentados en pupitres y nos hizo y ponernos de pie frente a él. Nos miró decepcionado, pero a la vez, enfadado. Frunció los labios y suspiró largamente. Me miró a mí cuando habló, no sé porqué.
—Hemos avisado ya a la familia de Sehun. Les hemos dicho que ha sido un accidente, y que nadie tiene la culpa de lo sucedido. –Suspiré aliviado pero con la mención del nombre de Sehun, Xiumin rompió a llorar como un bebé aturdido. Namjoon siguió hablando—. Pero no saldréis impunes. Recibiréis un castigo al nivel de vuestro comportamiento. –Fruncí el ceño. Sabía que me merecía un castigo pero no estaba dispuesto a sucumbir ante él. Miré directo a los ojos de NamJoon que me sonrieron con el recuerdo—. Vuestros juguetes han sido incinerados, y estaréis un mes a base de arroz con verduras. –Xiumin asentía, llorando—. Como castigo físico, diez azotes. –Le miré nervioso—. Quitaos las camisetas.
Ambos dos obedecimos y junto con sus palabras entró un chico tan alto como NamJoon, con el rostro levemente entristecido y quise pensar que era porque estaba a punto de golpearnos, pero no puedo jurarlo. Yo solo tenía ojos para la fusta que estaba en sus manos y esta se movía con el movimiento de sus brazos. El primero en recibir los golpes fue Xiumin. El primero seguro que fue el más doloroso porque el golpe cayó con todas su fuerzas sobre su hombro derecho. Uno tras otro el cuerpo de Xiumin iba perdiendo las fuerzas y acabó gritando de dolor en el suelo encogido sobre sí mismo como un bebé. Suplicaba porque se detuviera pero parecía que cuanto más pedía, más le golpeaba, así que desistió y siguió llorando incluso cuando los golpes cesaron. Quedaron marcas en su piel que poco a poco hacían más evidente su acto de presencia.
Cuando el hombre se dirigió a mí, alcé el rostro, necesitado de saber quien me golpearía, necesitaba conocer el rostro de mi agresor, y me descubrí al reconocerle como aquel chico que años atrás estaba siendo golpeado por NamJoon. Jin. Yo aun no conocía su nombre, ni él el mío. Yo no era más que un niño malo al que tenía que castigar. Y así seguiría siendo por años hasta que un día nos presentaríamos formalmente de camino a Rusia.
Cuando alcé la mirada en sus ojos pude ver que había cometido un error, porque dejé de ser un niño más a ser el niño que le miró con valentía. Sin miedo. Eso le llenó a él de incertidumbre y más aún cuando me arrodillé en el suelo dándole mi espalda desnuda y puse mis manos en mis rodillas. Me mordí el labio inferior, cerré los ojos y esperé el primer golpe. Este vino con un sonido mucho más doloroso que el propio golpe. Mi carne marcada comenzaba a picar poco a poco pero cuando me acostumbraba al picor, otro golpe me sobrevenía. Mordí con fuerza mis labios hasta hacerme sangrar. Gemí con cada golpe pero no estaba dispuesto a dejarme derrumbar. No lloré una sola lágrima y cuando los golpes cesaron tras una larga agonía, me incorporé con las piernas temblorosas y los dedos blanquecinos, por la fuerza del agarre en el pantalón del uniforme en mis piernas. Miré a NamJoon, con ojos húmedos y temblorosos y con labios ensangrentados. Xiumin seguía en el suelo lloriqueando y me habría gustado abrazarle, pero habría supuesto mostrarme débil. No podía ser. Yo ya no era débil.
———.———
Nicolás Maquiavelo (en italiano Niccolò di Bernardo dei Machiavelli Florencia, 3 de mayo de 1469—ib., 21 de junio de 1527) fue un diplomático, funcionario, filósofo político y escritor italiano, considerado padre de la Ciencia Política moderna.[] Fue asimismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado El príncipe, póstumamente publicado en Roma en 1531.
Pan y circo: Panem et circenses (literalmente «pan y circo») es una locución latina peyorativa de uso actual que describe la práctica de un gobierno que, para mantener tranquila a la población u ocultar hechos controvertidos, provee a las masas de alimento y entretenimiento de baja calidad y con criterios asistencialistas.
Comentarios
Publicar un comentario