IDENTIDADES [PARTE II] - Capítulo 5
CAPÍTULO 5
JungKook
POV:
Creo que es indescriptible el sentimiento que a ambos nos devora con suma delicadeza cuando nos vemos obligados a esperar tres días a que el vuelo salga. Desde esta ciudad a Liaoning los vuelos no son abundantes por no decir que son escasos por ello se producen una vez cada dos semanas. Tres días para el lunes. Tres días de tremenda angustia por el desconocimiento del estado de nuestro hijo y es peor aún cuando no tenemos más alternativa que intentar asimilar que no hay salida más que acatar unas férreas normas impuestas ya de antemano. Y hay algo incluso peor. Que en estos tres días, Jimin y yo debemos comunicarnos.
Su estado anímico tardó en apaciguarse tras recibir la nota. Se pasó tres horas seguidas llorado y repitiendo como un dogma: “Otra vez no, otra vez no” “No lo soportaré otra vez más”. Cuando al fin aceptamos que deberíamos ir en su busca pareció tranquilizarse y su mente volvió a ese estado de extraña somnolencia en que solo su cuerpo parece dormido porque sé que en su cerebro pasa la información a toda velocidad. Yo lloré cuando al fin se asentó la información en mi cerebro y comprendí que tal vez no volvía a ver a mi hijo.
El sábado transcurrió algo más ligero porque nos empeñamos en hacer las maletas cuanto antes y sin duda fue un buen alivio poder ocupar nuestras mentes aunque fuera en algo tan estúpido como eso. Hemos guardado la mayoría de nuestra ropa, que no es mucha. Calzado y prendas interiores. Objetos de valor y tecnología similar y documentación. No sé si fue un extraño impulso kamikaze pero estoy seguro que no debí pensarlo bien cuando pregunté a Jimin:
—¿Llevo algo de ropa de Yoogeun? –No sé si fue el tono desenfadado como lo pregunté, como si no tuviera más importancia que si nos fuéramos de vacaciones o que su recuerdo aún en un estado prematuro le hizo enfriar la voz. Pero su respuesta no me gustó en absoluto.
—Cógela toda. No sé si volveremos, Jeon. –Afirmó con tan seguridad y rotundidad que todo mi cuerpo tembló, mi mundo entero se tambaleó. Este es ya un sentimiento conocido, pensé.
El día antes de que el avión despegara se instaló un extraño silencio en todo el hogar. Hogar, no es la palabra más exacta para definir el lugar donde ambos, los dos con un tremendo sentimiento de culpabilidad, cohabitamos no sin un esfuerzo sobrehumano para no arrebatarnos la vida en un último sentimiento de locura. El silencio ha tomado el control del piso, hoy, no nos hemos despegado del sofá ni para comer, ni para salir, y menos para dormir. Ya no podemos dormir.
Jimin por su parte no es que sea de ayuda para apaciguar mi sentimiento de culpa, por no decir que lo alimenta y lo excita en sobremanera con intención de que me consuma. Sus palabras la cual más cruel que la anterior remueven mi conciencia y la emponzoñan para pudrirla.
« Eres el peor padre del mundo. »
« Ojalá te hubieran llevado a ti. »
« Eres un inútil, nadie en su sano juicio se habría casado contigo. »
Una continua sucesión de palabras que hieren lo más profundo de mí con crueldad pero no puedo parar de pensar que tiene razón en todas y cada una de las expresiones que suelta en momentos aleatorios y sin que vengan a cuento. Yo, sumiso y culpabilizado, cierro mis labios para acatar con resignación cualquier tipo de insulto o incluso golpe. No me importa ya nada.
El avión saldrá del aeropuerto a las ocho de la mañana pero debemos llegar antes para facturar. Pero aún queda lo peor porque son las diez de la noche y me veo en la obligación de dormir aunque sean un par de horas, porque si me conozco bien, en el avión de camino no dormiré ni un segundo. Sin embargo, en mi estómago, la comida se ha empeñado en no circular y mi mente se ha saturado ya por horas. Mi cuerpo, sentado frente a la televisión permanece inmóvil y rezo para que de un momento a otro mis ojos se cierren por puro cansancio. Mas nada ocurre.
Jimin a mi lado mantiene el mismo sentimiento de angustia que yo y por lo tanto ambos pretendemos la misma misión imposible de caer rendidos.
—Ve a la cama Jeon. –Su voz es casi un susurro—. Debes dormir.
—Tú también. –A medida que hablamos me doy cuenta que el rencor ha salido ya de su mente para ser sustituido por un ego algo endeble.
—No es necesario. Ve. No me esperes.
—Jimin… —Le digo y la reacción al oír su nombre es mirarme con los ojos titilantes—. ¿Crees que podrás dormir en el avión? Son doce horas y media…
—No.
—Jimin… ven conmigo a la cama. –Le suplico. Me levanto del sofá y aferro su mano con fuerza para que se levante. Obedece y se incorpora para apagar el televisor y seguirme al cuarto. Una vez dentro, siguiendo una rutina ya arraigada en nuestro subconsciente, nos cambiamos de ropa y nos metemos bajo las sábanas. Nada ni nadie nos garantiza que vayamos a pegar ojo pero solo estar ambos tumbados el uno al lado del otro, reconforta—. Jimin… —Digo de nuevo—. Perdóname.
—¿Hum?
—Debí ser más prudente.
—Ya está hecho. De todas maneras ya he pasado por esto. –Justifica mi comportamiento.
—¿Pu—puedo abrazarte? –Tartamudeo ante una negativa pero su rostro, mirando al techo asiente y me cuelo en sus brazos para llorar allí intentando desahogar el nudo en mi garganta.
—Todo saldrá bien y volveremos a estar juntos. –Me dice y eso no hace sino provocarme un llanto más fuerte—. Todo estará bien. –Acaricia mi pelo, mi cuello, mi espalda. Y antes de darme cuenta, él llora conmigo sumiéndonos ambos en una tristeza que nos conduce, gracias a Dios a un leve sueño que tanto necesitábamos.
…
El despertador en nuestros móviles suenan a las cuatro de la mañana y ambos nos incorporamos perezosamente para afrontar el duro día que se nos presenta. El sol aún se mantienen oculto, temeroso de nuestra reacción ante su presencia, el frío se instala en mis huesos tentándome a seguir durmiendo pero sé a ciencia cierta que una vez despierto, no volveré a dormir en horas. Jimin es el primero en levantarse para ir a ducharse y yo me voy directo a la cocina para preparar un humilde desayuno, algo que llevarnos a la boca.
Cuando él sale yo me ducho y hago mi higiene pero al salir compruebo que no ha probado bocado de nada de lo que le he dejado.
—¿No comes? Necesitas meter algo en el estómago. Será un viaje muy largo.
—No me entra nada. –Dice sujetando su barbilla con la palma de su mano.
—Mi amor. –Me siento delante de él—. Haz un pequeño esfuerzo. –Suspira asintiendo y yo pretendo marcharme a vestir pero sus palabras me detienen.
—¿Podemos hablar? –Asiento con preocupación—. Pensaba hablar de esto contigo en el avión pero no creo que sea el mejor lugar.
—¿Qué ocurre?
—Yo conocí a Luhan. –Dice frío y sin sentimiento alguno.
—¿Hum?
—Fue hace mucho tiempo y él jamás supo de mí, estoy seguro pero yo si le conocía. Cuando yo tenía doce años, llegó al ejército de mi país una remesa, por llamarlo así, de jóvenes chinos que se habían alistado a las tropas. Él era unos años mayor que yo, por eso no nos habíamos conocido en persona. Sin embargo todos los conocían, eran una novedad muy popular.
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No me acordaba Jeon. Tenía doce años, maldita sea. –Suspira—. Mientras trabajaba el otro día me acordé. Cuando vi que Yoogeun escribía el nombre de mi país por culpa de ese hijo de puta, pensé durante muchos días en una posible solución pero no fue hasta que mi mente se despejó que no me acordé de él. Era uno de los mayores, y más expertos en espionaje.
—¿Nos estaban espiando? –Hago que la pregunta parezca más una afirmación. Él asiente con la cabeza.
—Sí.
—¿Pero por qué?
—¿Por qué? Porque soy un desertor.
—No… tú no…
—Sí, Jeon. Cuando me mandaron el mensaje aquel día mi misión no terminaba hasta que no me volara los sesos con la pistola, pero decidí vivir y por lo tanto pongo en serio peligro la estabilidad del régimen. Sé demasiadas cosas, he hecho demasiadas cosas…
—Jimin. –Digo firme—. Entonces lo que tenemos que hacer es convencerles de que no vas a contar nada.
—Primero hay que ir, y después esa es mi intención, pero con estos tipos, nunca se sabe…
Unos minutos de silencio se instala entre nosotros y me gustaría romperlo porque con los segundos se hace más incómodo pero él se me adelanta.
—¿Tienes algún traje de cuando trabajabas en la empresa de… bueno… mi empresa…? –Ríe por no llorar. Yo le sigo con el mismo frío sentimiento.
—Un par. ¿Por qué?
—Ponte uno hoy. Y lleva el otro en la maleta. Si queremos intentar pasar desapercibidos lo mejor es que no lleves ropa como…. Como… —Piensa—. Como la que llevas siempre.
—¿No puedo?
—Puedes pero no es lo mejor.
—Hum… —Suspiro una vez más y continúa hablando.
—Esto no es un juego. No te comportes de manera extravagante ni llames la atención. Cuida los gestos y las palabras. Déjame a mí hablar en todo momento y no les des información tuya que pueda comprometerte.
—¿Tendré que quitarme también los piercings o…?
—Mmm… solo los de las orejas.
—Jimin, me estás asustando. –Le reconozco—. Ya tenía miedo pero ahora me da la sensación de que…
—No sabes a dónde vamos, Jeon. –Afirma pero con los segundos acaba tranquilizándose y asiente tranquilo—. Ve a cambiarte, amor.
…
Nada más dan las cinco llamamos a un taxi para que nos lleve al aeropuerto El Prat y coger el avión que nos lleva a China. La maleta en mi mano pesa más de lo que quisiera no por cuestiones físicas sino porque la conciencia de que llevo la ropa de mi hijo dentro se me hace muy difícil de superar. Durante todo el trayecto en taxi Jimin no me ha dirigido la palabra, tampoco me ha parecido mal ya que yo tampoco hacía mucho esfuerzo por mantener una conversación. En el aeropuerto la gente se acumulaba y caminaba de un lado a otro y tal vez fuera el miedo que de repente se instaló en nuestro cuerpo o solo en el de Jimin por ser consciente que volvería a su país pero sintió un fuerte impulso por aferrar mi mano con la suya y sin mirarme, continuar hacia nuestra puerta de embarque.
Le miré pero no fui testigo de su mirada. Tampoco me importó.
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