IDENTIDADES [PARTE II] - Capítulo 16

 CAPÍTULO 16


JungKook POV:

 

—Dale un beso a papá. –Le dice Jimin a Yoogeun antes de irse a llevarlo a clases. Yoogeun viene corriendo al sofá donde estoy tirado con una manta y me abraza enrollando sus brazos alrededor de mi cuello para besar mi frente.

—¿Appa? ¿Estás mejor? –Asiento sonriendo de una manera inevitablemente triste a su pregunta—. Cuando vuelva tienes que estar recuperado. –Me dice y mi sonrisa se vuelve infantil por sus palabras.

—No te muevas y si te ocurre cualquier cosa llámame. –Me dice Jimin y yo asiento—. Volveré lo antes posible, mi amor. –Como respuesta me acurruco más en el sofá y espero paciente hasta que han desaparecido por la puerta. Ante mis ojos en la mesa, una manzanilla de la que sale una columna de vapor me atufa todo el espacio. Nunca me ha gustado el extraño sabor de la manzanilla y solo tenerla cerca se me hace muy complicado no vomitar de nuevo a pesar de que estoy perfectamente. Me incorporo cuando me he asegurado de que se han ido y retiro la manta de mi cuerpo lo más rápido que puedo, agobiado por su peso y su calor.

Agradezco de corazón el esfuerzo que ha hecho Jimin cuidándome pero la alternativa de contarle que los vómitos son causados por la pesadilla, lo que me obligaría a contársela, prefiero sufrir una leve indigestión y que no le tome más importancia de la que es.

Llevo el vaso con la infusión y la tiro por el desagüe despidiéndome de ella con la mejor de mis sonrisas. Respiro profundo y regreso al sofá para conectar la televisión y ver algo que no sea la incesante tortura de mis pesadillas en mis recuerdos.

 

 

Jimin regresa a casa en media hora y nada más entrar viene a preguntarme qué tal estoy. Le doy una respuesta que le agrade y se deshace del abrigo de cuero para limpiar los trastos que hemos dejado del desayuno pero nada más ver el vaso con la bolsita de la infusión sonríe agradeciendo que la haya tomado y me mira escondiendo sus ojos tras dos líneas rectas. Me encojo de hombros y se gira de nuevo al fregadero.

—¿Qué crees que te ha sentado mal? –Su voz se ve amortiguada por el sonido del agua.

—Creo que no ha sido nada de comida porque Yoogeun cenó lo mismo que yo. Creo que el cambio de vivienda y todo eso ha altera mi estómago. Solo eso.

—Hmm… —asiente mientras piensa en mis palabras—. ¿Cenasteis algo crudo o…?

—No. una tortilla francesa con queso. Nada más. –Asiente de nuevo.

—Perdona por lo de anoche. De verdad que no quería preocuparos pero no pude llamaros.

—Ya pasó. –Ante la agobiante conversación que nos amenaza desde lo lejos me estiro en el sofá para alcanzar de la mesa el paquete de tabaco. Miro la cajetilla unos segundos y saco de esta un cigarro que parece amoldarse en mis dedos a la perfección. Pero se siente aún más cómodo entre mis labios. Saco del propio paquete un mechero y antes de pulsarlo una húmeda mano me arranca el cigarrillo de los labios.

—Ah, ah, ah. –Dice Jimin mientras niega con la cabeza—. Nada de tabaco por ahora. No quiero que te metas esta mierda estando así…

—¿Así como? –Frunzo el ceño porque una de las cosas que más odio en el mundo es que me quiten la posibilidad de fumar y más aun que me la arrebaten de los labios.

—¿Cómo? Vomitaste anoche, al menos no te dejaré fumar hasta pasadas veinticuatro horas y siempre y cuando no vomites de nuevo. –Guarda de nuevo el cigarro en el paquete y se lo lleva consigo al bolsillo de su pantalón.

—Como si me fuera a morir. –Farfullo.

—No murmures, es de mala educación. –Me reprende.

—No beber alcohol lo entiendo, pero fumar… —Sigo frunciendo el ceño.

—Estoy intentando cuidarte, ya que tú no haces ningún esfuerzo por ello.

—No lo hagas. ¿Quién te cuidará a ti entonces? Cada uno debemos aprender a valernos por nosotros mismos. Ya somos mayores, Jimin.

—Exacto, sabemos cuidarnos por nosotros solos. –Me mira sonriendo habiendo conseguido que mis palabras estén a favor de su teoría.

—Joder… —farfullo de nuevo mirando a todas partes sin saber qué hacer—. Me aburro, Jimin. No hay nada que hacer… —Hago un puchero y me quito por segunda vez hoy la manta de encima. Creo que tiene algo que me hace sentir pequeños ataques de ansiedad.

—Descansa… amor… No tienes que hacer nada. –Canturrea.

—Pero es que no quiero estar aquí tirado cuando me encuentro bien…

—Pues ven a ayudarme. –Rápido me agarro el vientre.

—No tan bien como para eso. –Él suspira y se encoge de hombros.

—Lee un poco. –Suspiro. Sabe que no me entusiasma leer—. Ve al dormitorio y coge algún libro.

Me levanto resignado a ello y nada más entrar me fijo en el más pequeño y minúsculo que encuentro, dentro de lo que cabe, y salgo con él en las manos. Leo el título y rápidamente me arrepiento de mi elección. “Maquiavelo, El príncipe”.

—¿Cómo puedes leer estos tostones? Esto es una mierda. –Digo simple y llanamente cuando salgo al salón.

—¿Qué has cogido? –Le enseño la portada que reconoce al instante y sonríe—. ¿Qué hay de malo?

—¿Este es el que dijo eso de “El fin justifica los medios”? –Hace una extraña expresión con su rostro.

—Mmm… en realidad no. Se le atribuye esa frase porque casa bien con sus teorías políticas y éticas pero en realidad nunca la dijo. –Frunzo el ceño.

—¿Cómo sabes esas cosas? Sabelotodo.

—Solo soy un sé—lo—que—me—interesa. –Se encoge de hombros y regresa a sus platos sucios.

—¿De qué trata? –Pregunto cuando he regresado al sofá y paso rápidamente las páginas para ojearlo rápidamente. Solo con ese gesto ya he podido ver apuntes en los bordes de las páginas y frases subrayadas en pintura verde.

—Léelo…

—Ambos sabemos que no voy a hacerlo. –Suspira resignado.

—Es un libro… mmm… ¿cómo decirlo? Epistolar. –Frunzo el ceño—. Es decir, es como una carta que escribió a un gobernante francés de la época con una serie de indicaciones de cómo un buen gobernante debiera actuar. Trata de temas militares, religiosos…

—¿Por qué lees estas cosas, Jimin? –Digo apenado.

—¿Aparte de porque es uno de los mejores libros escritos en la historia? Porque me gusta la temática.

Durante unos segundos me mantengo en silencio leyendo unas cuantas páginas en las que no solo no me entero de nada sino que no encuentro un hilo narrativo, propiamente dicho. No cuenta una historia, no narra aventuras ni sucesos. Una extraña sensación de ardor estomacal me amenaza por lo que me voy a lo sencillo y busco algunas frases que estén subrayadas y las leo para mí pero gesticulando los labios.

<El que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como tímidos defensores a todos los que se beneficiarían del nuevo. Dicha timidez nace, en parte, del miedo a los adversarios, que tienen las leyes a su favor, y en parte de la incredulidad de los hombres, que no creen realmente en las cosas nuevas hasta que no están firmemente respaldadas por la experiencia>.

Es una frase muy bien destacada y sin duda estoy seguro de que con mucha razón porque puede representar fielmente la política actual en la mayor parte de los países capitalistas que se vean gobernados por dos partidos, uno conservador y otro progresista.

Sigo leyendo otra frase en verde.

<Los estados que nacen rápidamente, al igual que todas las demás cosas que en la naturaleza nacen y crecen deprisa, no pueden tener las raíces y las ramificaciones necesarias, por lo que mueren con la primera helada>.

Tanto me inquieta esta última frase que la leo en alto para que Jimin me escuche y me dé su opinión al respecto. No qué piensa sobre ella sino el porqué de su interés al escogerla para subrayarla.

—A veces, en este tipo de libros, como en “El arte de la guerra” se pueden dar muchas interpretaciones a sus enseñanzas. Pero en esta frase en concreto pensé en las relaciones humanas. Una relación sentimental que nace de la nada y en donde rápidamente se crea una confianza antinatural en cuestión de días, no me parece de lo más sólido. –Frunzo el ceño—. Me refiero a ese tipo de relaciones que se tienen una noche de fiesta en un bar. Conoces a otra persona, la invitas a dos o tres copas y de repente te está diciendo que le ha puesto los cuernos a su esposa y que se quiere divorciar.

—¿Cuándo te ha pasado eso? –Le interrogo.

—En la primera misión que tuve en Seúl. –Fue cuando tenía veintitrés años y la última noche que estuve allí decidí ir a un bar. Allí conocí a un hombre y me contó eso apenas dos horas de conocernos. –Coloca los utensilios de cocina ya secos cada uno en su lugar—. Hay muchas variantes que le habrían hecho pensárselo dos veces antes de contarme nada. Saber que soy un espía norcoreano, darse cuenta que estaba ebrio, comprobar que su acto era deleznable y vergonzoso…

—¿Qué tiene esto que ver?

—Pues a que él se excedió en un exceso de confianza que me hizo darme cuenta al instante de la persona con la que estaba tratando. Tal vez, si fueran otras las circunstancias y hubiera tenido años para conocerle, habría conocido de él otras muchas cosas buenas que justificaran su desagradable acto. Sin embargo, que fuera una de las primeras cosas que me contó, mucho antes de saber siquiera el nombre de su esposa, me hizo pensar que probablemente, este hombre no tuviera la suficiente cantidad de cosas buenas como para compensar las horribles.

—Una amistad que empieza rápido y termina rápido. –Asiente corroborando mis palabras.

—Eso es.

Sigue ahora limpiando la mesa y yo cierro el libro junto con los ojos y me concentro en este estúpido quemazón en mi estómago. Me hago a la idea de que es de todo el esfuerzo por vomitar que hice anoche, que aun, mi estómago está dañando, pero algo sobre mis hombros pesa. Hay palabras, en mi mente, que se unen entre ellas sin ningún permiso para formar frases y estas se alargan hasta discursos incluso con sentido pero mis labios permanecen sellados hasta que una de todas las oraciones se rebela contra mí golpeándome con total brutalidad.

—Te he mentido. –Suelto sin más y de reojo puedo ver como Jimin detiene todo su cuerpo y con un trapo blanco en las manos me mira serio.

—¿Eh?

—No ha sido la comida ni tampoco los nervios del viaje. –Asumo mientras miro mis manos en el regazo. Él no se mueve de su sitio y yo uso las palabras en mi cabeza para expresarme con propiedad—. Hace tiempo, antes de que nos casásemos, antes de mudarnos a Barcelona, tuve una pesadilla. Estábamos en mi cama y me ataste…

—Jeon… —Me dice con una sonrisa pícara pero yo no le miro. Continúo a pesar de que su mente se piensa otra cosa.

—Sacaste un cuchillo y me abriste el vientre y el tórax. Después sacaste mi corazón y dijiste “esto es mío”. Después, llevaste mi mano a tu pecho y dijiste, “y esto, es tuyo”. Acto seguido me hiciste atravesarte el pecho con el mismo cuchillo.

—No sé si es romántico o preocupantemente perturbador. –Quiere sonreír pero se ha instalado en su cuerpo la misma presión que permanecía antes en el mío. A cada palabra que sale de mis labios, esa presión disminuye.

—Recuerdo aún muy bien la pesadilla porque conozco la causa de su aparición. Ocurrió la noche siguiente a que me presentara en tu casa y viera la deplorable escena que me dejaste. El baño ensangrentado, tu cuerpo, magullado…

—Lo siento. –Dice casi obligado—. Pero aun no entiendo…

—A eso voy. Ayer lo pasé tan mal pensando que te habría pasado algo que volví a tener una pesadilla parecida. –Jimin se sienta a mi lado en el sofá y me mira expectante—. Este sueño no lo recuerdo con tanta claridad pero si la mayoría de las cosas principales. Tengo una manzana en mis manos. –Junto y ahueco mis manos como si sostuviera una manzana—.  La muerdo pero lo que llego a morder es un corazón vivo, palpitante. Lo escupo rápidamente y nada más hacerlo oigo como me llamas desde muy lejos. Te busco por todas partes y cuando te encuentro tienes un aspecto horrible. Estas ahí de pie, mirándome pero pareces muerto. Farfullas cosas como “Por tu culpa” “¿Por qué me has hecho esto?” “Has tirado mi corazón” “Me muero”.

—Vaya, Jeon…

—Pero cuando me desperté no me molestaba haberte visto de esa manera, que también, sino que sentía aun en mi boca ese pedazo de carne que le arranqué de un mordisco al corazón. Lo sentía como si no pudiera escupirlo, como si se agazapara entre la lengua para no ser visto pero su desagradable sabor permanecía. He pensado en ello toda la noche y llegó un punto en que mi propia lengua me molestaba dentro de mi boca. El sabor a vómito ayudaba a no pensar en la sangre pero cuando regresaba a recordar como ese pequeño trozo de carne palpitaba dentro de mi boca las arcadas regresaban.

—Realmente lo siento, JungKookie. –Rodea mis hombros con su brazo y besa mi mejilla algo cohibido con mi reacción—. Perdóname por preocuparte.

—Hum…

—¿Te molestará mi lengua en tu boca? –Sonríe y me hace sonreír a mí también. Niego con la cabeza y besa mis labios delicadamente. Solo un pequeño roce con el que pedir permiso a algo más efusivo y necesitado. Yo abrazo su cintura mientras él acaricia mis cabellos. Gimo un par de veces en el beso con lo que termina perdiendo la paciencia y me tumba sobre el sofá pero yo ya he conseguido lo que necesito.

Me incorporo de nuevo y beso un par de veces más sus labios para que no sea un corte tan brusco, excusándome de no querer continuar y me levanto encaminándome a la ventana frontal dejándole ahí junto al libro. Jimin se reclina en el sofá y lo coge en sus manos y comienza a ojearlo mientras me saco de la manga de la camisa el paquete de tabaco y enciendo uno de los cigarros aspirando profundamente el humo hasta que recubre toda la superficie de mis pulmones.

Jimin me mira de inmediato al oír el chasquido del mechero y sus ojos bailan en todo mi cuerpo. Después, sus manos van aún desconfiadas al bolsillo trasero de su pantalón y tras comprobar que no está ahí suspira y se encoge de hombros ya sin vuelta atrás.

—Pierdes facultades, Park Jimin. –Sonrío mientras suelto el humo fuera mirando al exterior. Su voz, recitando una de las frases del libro, entra en mis oídos como la miel. Despacio, firme y de forma permanente.

—<Esto da pie a una discusión: si es mejor ser amado que ser temido, o a la inversa. La respuesta es que ambas cosas son deseables, pero puesto que son difíciles de conciliar, en el caso que haya que pedir una de las dos, es más seguro ser temido que ser amado>.

 


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