IDENTIDADES [PARTE II] - Capítulo 11
CAPÍTULO 11
JungKook
POV:
Todo el camino a nuestro apartamento me conduzco con un puchero en los labios mientras mis manos se ocupan de cargar las bolsas de comida. A mi lado, Jimin sonríe como un idiota mientras camina despreocupado, completamente consciente, por otra parte, de mi significativo puchero. Sé que a veces puedo resultar un poco infantil con los celos pero más me molesta que a Jimin le halague el hecho de que una amiga le haya tirado los tejos.
—Si no quitas esa expresión de tu cara voy a golpearte. –Me amenaza con unas duras palabras que pierden toda su credibilidad cuando sonríe como un niño inocente.
—Tengo la expresión que me da la gana.
—No seas infantil, Jeon.
—Me molesta que me provoques para ponerme celoso.
—¿Yo? –Finge inocencia—. Estamos casados, por el amor de Dios. Nunca te sería infiel. Parece que no me conozcas. –Levanto una ceja ante la cantidad de secretos que me ha ocupado desde que nos conocemos y sonríe avergonzado—. Lo siento. –Nos mantenemos en silencio hasta que regresamos a casa y nada más entrar habla de nuevo como si durante todo el camino hubiera estado cavilando las mismas palabras—. ¿Me veo como una persona mentirosa? ¿Alguien en quien no se pueda confiar?
—No es mentiroso la palabra que usaría para definirte. –Digo simple mientras saco los alimentos que deben ir indispensablemente en la nevera.
—¿Entonces? –Le miro intentando analizarle.
—Creo que no se puede definir a una persona en una sola palabra. –Me encojo de hombros—. Pero mentiroso no es como yo te veo. Las pocas mentiras que me hayas dicho eran obligadas. Me refiero a que no mientes, te limitas a no decir toda la verdad. –Pienso en mis palabras y me doy cuenta de que ambos, somos iguales porque si me obligaran a confesar, no mentiría. Mientras tanto, me limito a no decir nada.
—¿Acaso no es lo mismo? ¿Mentir y no decir la verdad?
—Yo creo que no. Si por ejemplo te digo “cómete esta manzana, no está envenenada” –le digo extendiéndole una de las manzanas que hemos comprado—, te estoy mintiendo mientras que si te digo, “toma, come”. No te miento.
—Pero me matarás igual.
—Sí pero ante un juez, no se demostrará que yo supiera que esto estaba mal ya que en ningún momento he reconocido de la existencia del veneno. –Piensa unos segundos en los que yo aprovecho para terminar de colocar la comida del frigorífico.
—Tal vez, judicialmente… pero en el sentido moral del dilema… esto está mal.
—La ética no es más que la forma en que debemos conducirnos de manera personal, privada. Cada uno tenemos nuestra moral y nuestra ética, Jimin. –Frunce los labios.
—Así que no soy un mentiroso, sino alguien frívolo que prefiere no decir la verdad. –Me encojo de hombros—. Qué bonita visión tiene mi marido de mí.
—Me has preguntado. –Me justifico.
—Es decir, que si te pusiera los cuernos sería de esos que en vez de decir “No amor, no te soy infiel, solo te quiero a ti”, me limitaría a cruzarme de brazos sin decir nada. –Pienso en sus palabras que representan fielmente mi imagen de él. Asiento mientras él frunce el ceño.
—¿Y cómo me ves a mí? ¿Me veo como alguien que te pondría los cuernos? –Se encoge de hombros.
—Me tienes demasiado miedo como para enfrentarte a las posibles consecuencias.
—Vaya… ¿Ah sí? ¿Y qué consecuencias son esas? –Me mira serio vislumbrando en su mirada una cierta realidad.
—Se haría realidad la peor de tus pesadillas. –Ante sus palabras me limito a terminar la conversación con un bufido de decepción porque no se ha esforzado en una respuesta mejor. Cuando hemos terminado de colocar la comida miramos la hora que nos sorprende con que tenemos que ir a buscar a nuestro hijo a la guardería. Antes de salir de casa siento en mis dedos un cosquilleo. En mi paladar, una añoranza. Un extraño peso en mis pulmones. Como si me encontrase en mi propia casa, busco en los bolsillos de mis pantalones un paquete de tabaco sin llegar a encontrarlo. Mi realidad me golpea.
—Jimin… —Le digo como un niño que ha perdido su más valioso juguete. Como un bebé suplicando por leche materna—. Dime que conoces un sitio donde pueda comprar tabaco.
—¿Tabaco? –Frunce el ceño acordándose de mi vicio, uno de tantos, y asiente aun no muy convencido—. Sí. Hay una tienda aquí ceca donde venden, pero ¿seguro que quieres comprar tabaco? –Pregunta mientras coge un poco de dinero y salimos.
—Necesito fumar, Jimin. ¿Aquí no está permitido o algo así? –Bufo.
—Si lo está, bueno, en realidad en las mujeres no está bien visto, pero claro que se puede. Tal vez es un poco más caro que en el sur. –Asiente y le pido que me lleve antes de ir a buscar a Yoogeun a la guardería. Asiente a regañadientes y durante todo el camino se muerde los labios—. ¿Estás seguro? —Me pregunta de nuevo—. No deberíamos tirar el dinero de esta manera.
—No te preocupes, es solo un cartón y solo fumaré cuando realmente tenga muchas ganas. –Mis palabras parecieron convencerle y al entrar en una especie de ultramarinos la señora que atiende nos saluda y correspondemos el gesto. Me lleva al fondo del lugar y de toda la pared escojo un paquete de Lucky mentolado. Lo pagamos y salimos.
—No fumes en la calle. Espera a llegar a casa. ¿Hum? –Asiento.
(…)
De camino a la guardería tuvimos que callejear por unas cuantas calles de las que estoy seguro, no sabría regresar si no hacía el mismo recorrido unas cuantas veces más. Pero lo impresionante no era la capacidad para recordar sino para no perderse de Jimin. De vez en cuando decía cosas como:
—Ahí me golpearon una vez unos compañeros.
—En esa casa vivía el hermano de mi padre.
Cosas como esas que por muy tristes que fueran conseguían sacar una sincera sonrisa de sus labios. Caminaba entre edificios y casas como si hubiera hecho esto durante años y estoy seguro que así fue. Tardamos como veinte minutos en llegar a la guardería y ya de lejos resultaba un lugar extrañamente acogedor. No era más que un edificio de tres plantas pero sus paredes pintadas de azul cielo y las ventanas de donde colgaban dibujos y pegatinas era muy llamativo.
—Aquí estudié mis primeros años de vida. Cuando mis padres fueron recluidos me dejaron interno hasta que cumplí los seis años y me llevaron a las filas infantiles del ejército.
—Ya veo. ¿Te tratan bien aquí? Estoy preocupado por Yoogeun.
—Es genial. ¿Quieres que entremos? –Me pregunta y yo asiento—. Pues vamos.
Veo a algunos padres esperando fuera pero nosotros pasamos del largo y entramos dentro. Hay un gran recibidor donde una mujer está sentada en un escritorio tras una cristalera. Al llegar Jimin golpea levemente esta para llamar la atención de la señora y esta abre el cristal para saludar.
—Buscamos el aula del niño de cuatro años Jeon Yoogeun. –Me encanta como suena con mi apellido. Sé que a él le hubiera gustado que llevara el suyo pero no habría sido buena idea ya que está siendo investigado por la policía surcoreana.
—Claro. –La señora mira en unos papeles sobre la mesa y nos responde—. Aula 2º—B. Pero espere fuera, no debería interrumpir la clase. Esta terminará enseguida. –Jimin asiente y nos conducimos por unas escaleras, las más cercanas ya que no son las únicas. Por las paredes, infantiles dibujos me sorprender con ternura, pero otros, murales que ocupan metros y metros de pared, son realmente impresionante. Campos de cultivo, paisajes del país en su época más resplandeciente. Sin duda han sido verdaderos artistas los que han creado esto—. Te gustan las pinturas, ¿cierto? –Asiento. Me hubiera gustado dedicarme a algo parecido—. Recuerdo el cuadro que me regalaste. Tienes mucho talento, Jeon. –Recuerda—. Siento que tuviera que dejarlo en Seúl.
—No hay problema.
—¿Cómo era tu colegio de pequeño? ¿Se parecía a este? –Niego con rotundidad.
—No. En absoluto. Las paredes eran blancas, y las puertas verdes. En las paredes no había más que algún que otro cuadro que no conocía nadie y que el pintor no se había esforzado en crear. En el ambiente flotaba la misma tensión y sensación que en un hospital. Olor a madera vieja y paredes con moho.
—Vaya…
—Creo que se centraban en educarnos más que en acomodar un ambiente agradable. –Jimin se encoje de hombros y se detiene en la segunda planta, frente a una puerta de color marrón. Esta es totalmente opaca pero las ventanas en la pared dejan ver su interior. A mí me da vergüenza siquiera pasar por delante porque la voz de una profesora parece intimidar pero Jimin se asoma al cristal sin reparo y me obliga a mí también a vislumbrar dentro.
—Mírale. Ahí está. –Señala con un poco de discreción a uno de los tantos niños sentados en corro en el suelo. Todos atienden interesados a una profesora con unas cartulinas en las manos. En ellas, varios objetos comunes se muestran para ampliar su aún reducido vocabulario.
—Es el más guapo. –Digo haciendo que Jimin se ría. Y de repente, todos los niños ríen a la vez junto con su profesora. Algo gracioso ha debido de ocurrir.
—Esta profesora la conozco. Cuando me impartió clases a mí, era mucho más joven. –Dice Jimin. La señora ahora deberá tener mínimo cincuenta años pero se conserva genial—. Era una profesora en prácticas por aquel entonces. –Asiento.
—¿Cuánto queda? –Pregunto cuando veo que la profesora se levanta con algo de esfuerzo del suelo y los demás niños la siguen.
—Dos minutos.
Esperando fuera veo como todos los niños van cada uno a un casillero al fondo de la clase y recoge cada uno una pequeña mochila con las cosas imprescindibles. Yoogeun va a uno en concreto y de él saca una mochila de color azul con pequeños detalles en blanco que soy incapaz de ver claramente. A su lado, otro chico algo más desordenado, mete sus cosas en la mochila. Una botellita de agua, algún juguete sin importancia, una mandarina...
En esta aula veo tanto chicos como chicas. Pensé que aquí serían más estrictos a la hora de separar por sexos a los alumnos pero me ha sorprendido.
Estos dos minutos son eternos. Me muero de ganas por abrazar de nuevo a mi hijo, de decirle lo mucho que le he extrañado pero parece nunca terminar. Mientras tanto, no le quito los ojos de encima para comprobar con un vuelco de mi estómago como tropieza con los cordones de sus propios zapatos y cae al suelo de bruces. Pienso en entrar, en acunarle en mis brazos y apagar su llanto pero antes de que los ojos de mi hijo derramen lágrimas, uno de los chicos que antes recogía las cosas junto a él se acerca a Yoogeun y le ayuda a incorporarse. Nadie se ríe de su torpeza, nadie le humilla o le obliga a mantenerse por más tiempo ahí tirado. Mi corazón se siente cálido al ver como otro niño y una niña se acercan a mi hijo para comprobar que se encuentra en perfectas condiciones. Él asiente convencido y el primero que le ayudó se inclina para atar su cordón desatado.
—¿Estás viendo eso? –Le pregunto a Jimin sin apartar los ojos de mi hijo.
—Claro que sí.
Tras incorporarse, mi hijo sonríe y le abraza como agradecimiento. El otro chico se deja hacer y corresponde el gesto. Creo que es la primera vez en mi vida que veo a mi hijo abraza a otro chico de su edad. En Barcelona no podía ni ver a sus compañeros de clase y menos aún mantener una relación de amistad. Cuando ambos se deshacen del abrazo recogen sus cosas y tras el sonido de la campana, la profesora abre la puerta para encontrarnos a Jimin y a mí esperando fuera.
—¿Sí? –Pregunta la profesora. Mientras, los niños no salen aun del aula.
—Somos Park Jimin y Jeon JungKook. Venimos a buscar a Yoogeun. –Jimin le explica con una sonrisa. Ella asiente satisfecha.
—El señor Luhan me avisó de que vendríais. –Mira dentro, a sus alumnos y llama a nuestro hijo para ser el primero en salir. Este, nada más vernos, se lanza a los brazos de Jimin y le abraza con el llanto aflorando en su garganta. Mientras Jimin se deleita en el abrazo los demás niños salen y se despiden educadamente de su profesora.
—Muchas gracias. –Le digo a la mujer que sonríe haciendo que en sus ojos se formen unas arrugas encantadoras.
Tras unos segundos Yoogeun acaba en mis brazos y Jimin me pide unos segundos para hablar con la profesora y explicar, a grandes rasgos, nuestra situación y recordarle que un dia él fue su alumno. Asiento encantado de poder quedarme con Yoogeun a solas.
—¿Me has echado de menos? –Le pregunto cuando Jimin ha desaparecido dentro del aula.
—Sí, appa. –Me abraza aún con mochila y abrigo incluido. No me importa. Se ve mucho más adorable.
—Yo a ti también mi amor. Pensé que te había pasado algo horrible.
—¿Por qué? –Pregunta incrédulo—. El tío Luhan me ha cuidado bien.
—¿Sí?
—Sí. –Dice sonriendo—. Papá y tú habéis terminado el trabajo.
—¿Trabajo?
—El tío Luhan dijo que estabais trabajando. Por eso me ha traído aquí.
—Sí hijo. –Miento—. Ya ha pasado todo. –Le abrazo de nuevo mucho más fuerte—. No volveré a separarme de ti nunca más. –El corresponde mi gesto—. ¿Has comido bien? ¿Has dormido bien?
—Sí appa. He comido mucho y muy bien. –Se palmea la tripa. Me está diciendo la verdad—. ¿Este es el país del tío Luhan? –Pregunta cómo un inocente niño curioso.
—No hijo. El país de Luhan está aquí al lado, pero no es este.
—Eso pensaba yo. –Dice con aire intelectual—. Este es donde yo nací. –Afirma—. Porque hablan nuestro idioma.
—No amor. Este es el país donde Jimin appa nació. Pero tú y yo no—. Asiente pensativo—. Pero no pienses más en eso. En cuanto podamos regresaremos a nuestra casa en Barcelona y podremos…
—¿Por qué? –Me pregunta serio—. ¿Tenemos que volver? –Sus palabras duelen en mis oídos.
—¿No quieres volver a casa? ¿Junto tus cosas y tus juguetes? ¿A tu verdadero colegio? –Tras esta última pregunta niega rotundamente con la cabeza—. ¿Por qué, amor? –Me rompe el corazón.
—Aquí no me tratan mal. Tengo un amigo. Kim JungHan. –Dice sonriendo y sus ojos ya no me miran, rememorando el rostro de su amigo.
—¿El que te ha atado el zapato? –Pregunto y él asiente enrojeciendo. En sus ojos puedo ver una felicidad que jamás había visto en él. Su sonrisa es de satisfacción y completa armonía con este lugar. Es mucho más enriquecedora la forma en la que mira ahora en comparación con su expresión cada día a la salida de su colegio en Barcelona. Sus palabras, son hirientes aunque solo pretenden ser sinceras—. Solo llevas aquí dos días.
—Aquí no soy un extraño. –No me permito hablar más. Él tiene razón.
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