IDENTIDADES [PARTE I] - Capítulo 31

 CAPÍTULO 31


JungKook POV:

Despierto poco a poco inducido por una agitación en mi muñeca. Débilmente intento moverla y ojalá pudiera pero algo la aprisiona y me despierto de golpe viendo el rostro de Jimin muy cerca del mío pero centrado en amarrar bien la tira de plástico dentro de sí misma apara que no pueda escapar de ahí. Me ha atado al cabecero de la cama por una de mis muñecas.

—Cálmate Jungkook.

—¿Me has secuestrado en mi propia casa? ¡Estás muy mal!

—No es un secuestro, es la única forma de que me dejes explicarte…

—¿Qué? ¿Vas a contarme cómo matas a gente? No gracias.

—Voy a contarte lo que me pidas, esta vez la verdad. Y después, te liberaré y serás tú quien decida si ir a la policía. —Dejo de gritar escuchando atentamente sus sinceras palabras y acabo sintiendo que solo intenta aclarar mis pensamientos.

—¿Vas a matarme? –Niega con la cabeza—. ¿Ni siquiera si voy a la policía? –De nuevo niega.

—Aunque me lleves por los pelos.

—No creo que sea capaz. –Río yo solo—. ¿Qué me has hecho? ¿Me has dormido? ¿Cómo?

—Son cosas que te enseñan en las artes… —Detiene sus palabras comprendiendo que estoy algo aturdido—. Pregúntame, y yo contesto.

—¿Me dirás la verdad? –Me siento en la cama aun con la muñeca en el cabecero y él se sienta en una silla cerca de mí. Asiente—. Bien. Empieza desde el principio. Quien eres. De dónde eres. Por qué esto…

—Vale, calma, calma… Yo soy Park Jimin. Mi edad ya la conoces. Y nací en Pyongyang. Corea del Norte. Allí, cuando un miembro de tu familia comete un crimen, condenan a muerte o a trabajos forzados a toda la familia, y cuando yo tenía tres años mi padre se unió a una manifestación en contra del régimen condenándonos a mi madre y a mí. Ellos dos fueron recluidos a trabajar para el estado de por vida, pero a mí me llevaron a una escuela militar para que desde pequeño me instruyeran como militar, y más tarde como espía.

—¿Qué? –Digo sin asimilar nada, pero él continúa.

—Crecí entrenado para odiar a todos los países extranjeros y para amar, vivir y morir por nuestro presidente. A los cinco años me enseñaron a manejar armas, a los quince a matar con las manos, a los veinte, me dejaron libre. –Entrecomilla esta última palabra—. Desde entonces me enviaban a misiones dentro del propio país para destruir a las personas que pretendieran atentar contra el régimen. Era fácil, al principio no era más que un juego en mi mente en comparación con las barbaridades que nos hacían vivir en el adiestramiento. Me hicieron matar a los compañeros con los que compartí mi infancia solo para sobrevivir, y que ellos no me mataran a mí.

—¿Mataste a tus amigos?

—No Kook. Yo no tuve amigos. –Continua—. El estado me proporcionó una casa. Yo encontré a una mujer que trabajaba en un supermercado cercano. –Sus ojos se iluminan de la manera más inocente que he visto y sus palabras se tornan dulces—. Pelo largo, ojos grandes y manos muy delicadas. Siempre vistiendo con vestidos y con una sonrisa preciosa.

—¿HyeGun? –Sonríe a la par que niega con la cabeza.

—Ella se llamaba LeeSol. Estaba enamorado de ella y le pedí matrimonio a los meses de conocernos. Ella sabía a lo que me dedicaba y aunque no estaba a favor entendía que era lo mejor para el país así que simplemente lo aceptó.

—¿Quién diablos es HyeGun? –Sonríe y saca su cartera del pantalón—. Dijiste que era una mujer. ¿Le ponías los cuernos a tu mujer?

—¿Quieres verla? –Susurra y se sienta a mi lado en la cama con una foto en las manos. Él la mira y sus ojos entristecen queriendo romper a llorar. Yo asiento a su pregunta y con mi mano libre sujeto la foto para descubrir a una niña pequeña, con el pelo corto y dos coletas. Sus mejillas, sus ojos, sus labios. Ella es Jimin.

—Ella… se parece a ti. –Digo como un idiota aun sin entender nada.

—No digas eso, es igual a mi esposa. –Le miro devolviéndole la foto—. Es mi hija. Preciosa, ¿cierto? –Asiento aun paralizado—. Mi mujer murió cuando ella tenía un año. Enfermó y no teníamos dinero para curarla. Pero me dejó el mejor regalo del mundo, una niña igual a ella, una parte de su ser aun conmigo. Cuidé de ella hasta que cumplió cinco años. Creí que necesitaría de mí ella más que el estado y pedí que me sacaran del ejército. Cometí un error al creer que me dejarían marchar tan fácilmente.

—¿Dónde está ella?

—¿Ella? Se supone que está siendo adiestrada como lo fui yo por mi estúpido egoísmo. La secuestraron y me amenazaron con que la matarían si no cumplía esta misión.

—¿Qué misión?

—Infiltrarme en una empresa de electrónica, la mejor del país para no solo obtener información de esta sino para destruirla junto con algunos investigadores que pretenden atentar contra mi país.

—¿Has conseguido información?

—Sí, la suficiente, gracias a ti, Jeon. Gracias. –Sonríe amable y yo me empiezo a marear.

—Destruiréis la empresa.

—Sí. Espero que entiendas que no ha sido porque yo haya querido. Mi hija, Kook. La echo tanto de menos… La matarán si no lo hacía.

—Has matado a personas a sangre fría, te has infiltrado en una empresa, te has acostado conmigo, me has mentido y me han involucrado en un juicio, por tu hija. –Resumo.

—Sí.

—¿Qué más eres capaz de hacer por ella?

—Morir. –Dice tan fácil como si nunca se hubiera tenido que plantear la pregunta jamás.

—Eso explica porque no tienes dinero, ni coche, ni nada…

—Sí. Encontré el otro día una moto en mi barrio pero está estropeada, intento arreglara pero no es fácil. –Hace una parada en la que ambos nos mantenemos en silencio—. Esto explica también porque no quiero estar delante de policías ni tampoco me hace gracia que sepan en el norte que he sido citado para un juicio. Si me investigan, estaré muerto. –Asiento—. Todo lo que tengo que conocer de tu empresa y la información de las personas a las que tengo que matar, me la mandan al móvil. Algún día me mandarán un mensaje que me dirá, “misión cumplida” y al fin podré regresar con mi hija.

—Hum…

—O tal vez me manden otro en el que ponga: “misión fallida” entonces la solución a todo será reventarme los sesos con una pistola. –Sonríe. Maldita sea, sonríe como si no le costara decir las cosas.

—¿Cómo es matar a alguien?

—Raro. Te sientes bien porque consigues no ser tú a quien han asesinado pero cuando el cuerpo ya está sin vida en el suelo, te cuestionas si ha merecido la pena, si no hay otra salida. –Asiento—. Tengo que darte las gracias.

—¿A mí? –Me río.

—Sí. Gracias a ti todo esto se ha hecho más ameno. Una vez me dijiste que nos une el odio. No es odio lo que yo siento. Mi abuelo murió en la guerra de corea, sí, pero en el bando contrario al tuyo. Antes me dijiste que sería capaz de matar a mis padres. En esto tengo que darte la razón. Lo hice.

—Jimin…

—Con veinte años, antes de nombrarme soldado querían comprobar si tendría el valor de matar incluso a las personas que más me importaban. Ambos murieron a mis manos.

—¿Cómo pudiste hacer eso?

—Ellos ya estaban condenados a muerte, y yo, si no lo hacía, caería con ellos. Mis padres lo sabían y con total diligencia aceptaron la muerte. –No sé qué decir—. Pero ahora me veo arriesgando la vida por mi hija, para que un día sea ella quien me mate.

—¿Qué se supone que debo hacer ahora?

—Preguntar más si quieres… ya no sé que más decir.

—¿Me has usado?

—Sí.

—¿No me quieres?

—¿No te parece un poco estúpido decir eso después de lo que te he contado?

—Contéstame.

—Soy norcoreano, no tengo sentimientos ni puedo amar. Soy un monstruo, ¿lo recuerdas? –Me hace ver mis errores con sus palabras.

—Sigo pensando que hay que estar muy loco para secuestrar a una niña y obligar a su padre a cometer estos crímenes. –Se encoge de hombros.

—Llámame loco porque amo mi país.

—¿Qué? –Pregunto asqueado por sus palabras.

—Me gustaba pasear de la mano con mi esposa por las calles de la plaza. Verla en su trabajo y sentirme tan orgulloso de ella. No había gente ebria por las calles, ni tampoco tráfico constante. La comida es simple y deliciosa. No es abundante pero es suficiente. Me gustaba ir con mi hija al parque cerca de casa y verla ahí, jugar con niñas de su edad. No hay prejuicios entre nosotros, no debemos aparentar ni ser quienes no somos porque todos somos iguales y formamos una única unidad. Las mujeres son recatadas, educadas y pudorosas. Aquí deberían avergonzarse sus padres de cómo se visten mostrando sus pechos de una manera tan provocativa.

—¿Te estás oyendo?

—Claro que sí.

—Sigues sin contestarme.

—Te he contestado.

—Mentira, te has limitado a repetir mis palabras.

—¿Qué quieres que te diga? Oh JungKook, —cambia el tono de su voz—, al principio solo quería sacarte información pero luego me enamoré de ti. –Agarra su pecho fingiendo sentir dolor y aunque sus palabras solo intentan darme una sincera explicación a mí me duele y entrecierro los ojos enfadado.

—Que maduro.

—¿Eso es lo que querías oír? –Me encojo de hombros—. Mira, nunca me habría acostado contigo si no sintiera nada, pero no voy a decirte que te amo.

—No me amas.

—No he dicho eso.

—¿Entonces?

—Todas las personas a las que he amado de alguna manera u otra han acabado muertas. ¿Y si te digo “te amo”? Acabarás igual, te lo aseguro. –Algo dentro de mí duele porque se está confesando.

—Yo… yo no sé que siento por ti.

—¿En serio quieres hablar de esto ahora? –Ríe haciendo desaparecer sus ojos. Hermoso. Yo me encojo de hombros impotente—. Anda, ven. –Viene hasta mí y con una pequeña navaja que saca de su bolsillo me apunta Yo intento retroceder asustado. Me mira comprendiendo mi miedo pero poco a poco va a mi muñeca y corta el plástico liberándome—. Ve a la policía o lo que quieras.

—¿Me dejas a mí la decisión de que muera tu hija? –Pregunto mientras masajeo mi muñeca dolorida.

—Eres buena persona, sé que harás lo correcto.

—¿Lo correcto? ¿Y qué es eso? ¿Colaborar con la justicia o ayudar a un padre a recuperar a su hija? –Se encoge de hombros y se queda de pie mirándome.

—¿Puedo coger algo de comer? Tengo hambre… —Miro por la ventana y veo que es de noche. Deberíamos haber cenado hace tiempo.

—¿No has comido nada mientras estaba fuera? –Niega con la cabeza.

—Estaba esperándote. –Suspiro.

—¿Qué te hace pensar que no te entregaré? –Se sienta delante de mí y me da la mano, acaricia mis dedos.

—Confío en que me hayas cogido cariño. –Miro a nuestras manos unidas pero él sigue hablando—. ¿Y puedo apelar a ese cariño para pedirte un último beso? –Le miro poco a poco y me sonríe tímido a la par que inseguro. Niego con mi cabeza y él suelta mi mano poniéndose de nuevo en pie alicaído.

—Vamos a cenar. –Me levanto de la cama y ambos salimos del cuarto, él mirando al suelo y yo al frente seguro de mis pasos y al fin satisfecho con una de sus tantas explicaciones. ¿Y porque no estoy corriendo a la policía? Maldita niña, HyeGun, ¿por qué me torturas con los mismos ojos con los que tu padre me ha manipulado por tanto tiempo?

 


Capítulo 30                    Capítulo 32

⇽ Índice de capítulos


Comentarios

Entradas populares