IDENTIDADES [PARTE I] - Capítulo 3

 CAPÍTULO 3


Jungkook POV:


Tras unos segundos en los que nada puede salir de mi boca al fin hablo.

—Lo siento, señor. –Dejo la caja con pasteles sobre su mesa—. Pasé a comprarle esto como regalo de bienvenida. –Mira la caja con recelo y ni siquiera la toca.

—¿Lo ha comprado con dinero de la empresa?

—No, no señor. –Niego con las manos—. Con mi propio dinero.

—Mal de todas formas. Llévate eso de aquí.

—Pero señor, son para usted. –No escucha mis palabras y saca de uno de los cajones un sobre marrón que me ofrece y lo cojo sumiso.

—Aquí está la documentación sobre mí. Serás tú quien la guarde. No la pase a ordenador y menos aun la fotocopie. Ahora vete a tu puesto de trabajo, y organízame la agenda para el resto de la semana. –Miro el sobre en mis manos.

—Sí señor. –Pretendo salir dejando la caja sobre su mesa pero la curiosidad me mata—. Tal vez le parezca atrevido pero, ¿no es usted muy joven para un puesto de trabajo como este?

—Lo es.

—¿El qué?

—Es muy atrevido. Es una grave falta de respeto sus palabras.

—Lo siento señor.

—Márchate ahora, y ah, —recuerda algo en su mente. Coge la caja de pasteles y la tira a la papelera a su lado—, si vuelve a llegar tarde tan solo un minuto podré prescindir de tu presencia en mi oficina.

Trago saliva y rápidamente salgo de su despacho con la sangre hirviendo en mis venas. ¿Qué diablos le pasa a este hombre? Suspiro y regreso a mi mesa confundido y llevándome la peor impresión de alguien que jamás me he llevado. Es estúpido. Pero tremendamente atractivo.

 

...

 

He guardado los documentos que me ha proporcionado en mi mesilla y pretendo llevármelos a casa pero mientras, paso el día organizando en el ordenador su agenda para hoy. Con las horas el miedo inducido por sus palabras desaparece y me apetece jugar con él.

—¿Señor Park? –Pregunto pulsando el botón del comunicador sobre mi mesa.

—¿Sí?

—¿Necesita algo? –Su voz murmura algo frustrada—. ¿Un café?

—Sí, estaría genial.

—¿Cómo lo quiere? ¿Macchiato? ¿Capuchino?

—Normal. Sin gilipolleces. –Asiento sonriendo y me levanto animado para encaminarme a la máquina de café. Cuando llego me sorprenden dos compañeros charlando en susurros. Al verme su conversación se detiene y ambos intentan entablar una nueva charla conmigo.

—¿Cómo lo llevas? –Sus palabras parecen de pena. Se compadecen de mi situación laboral.

—Bien. –Sonrío—. Es buena persona.

—¿Eres estúpido Jeon? –Susurran aún más—. Es horrible. –Niego con la cabeza desmintiéndolo.

—Es su primer día, solo intenta hacerse respetar.

—Nos matará a todos. Lo sé. –El hombre que habla mira a todas partes como si alguien le escuchara.

—Exagerado.

—No exagero, deberías haberlo visto.

—Jeon. –Me dice el otro—. ¿Otra vez?

—Otra vez ¿qué? –Pregunto confundido.

—Eres un secretario, no un perro faldero. –Ladeo mi cabeza sin asimilar sus palabras pero su rostro distraído, mirando algo detrás de mí, me sorprende y lo que en un principio era distracción ahora es terror. Su mano, con un café caliente pierde fuerza haciendo que esta suelte el pequeño vaso. Veo la mancha negra acercarse a mis zapatos pero más me preocupa qué es aquello que tanto horror provoca en mis compañeros.

Me giro para, una vez más en el día de hoy y segunda en toda mi vida ver su precioso pero inexpresivo rostro acuchillando a alguien con la mirada. Me gusta la sensación de no ser yo a quien destroce esta vez.

—Señor Park. –Dice mi compañero delante de mí.

—Jeon. –Me mira—. Tardaba mucho el café y me he preocupado.

—Aquí lo tiene. –Se lo ofrezco en mis manos pero no lo coge. No le quita el ojo de encima a la mancha de café en el suelo y al hombre que la ha causado.

—Me sorprende la capacidad de esta empresa para malgastar dinero de esta manera. –Nadie entiende sus palabras—. Ha hecho que el servicio de limpieza trabaje más, por lo que me cuesta dinero. Está usted perdiendo tiempo, del cual, cada segundo me cuesta dinero. Y su estúpida conversación…

—¿También le hace perder tiempo? –Pregunta enfadado la persona a la que Jimin se dirige.

—No. Pero la encuentro innecesaria y algo fuera de lugar.

—¿Acaso escuchaba?

—Desde luego. –Le veo sonreír sádico y todo mi estómago se revuelve en el más dulce orgasmo—. Están ustedes dos despedidos.

—Señor Park… —Recrimino pero sus ojos fríos y calculadores me hacen silenciar.

—Esto es injusto. –Miro a nuestro alrededor y toda la oficina nos presta atención.

—No hay nada más justo que esto, señor. Recojan sus cosas y pidan un finiquito*. Antes de que me arrepienta y le haga limpiar este estropicio con su propia carta del paro.

Todo el mundo ha quedado en silencio y yo me veo en la obligación de, una vez Jimin ha desaparecido, seguirle hasta su despacho. Le veo entrar y dejar la puerta abierta a mí con el café aun en mis manos. Entro y cierro dejándonos a ambos a solas. Pongo el café en la mesa indignado y le miro como se sienta en su silla de cuero negro. Se acerca al ordenador y comienza a trastear con él. Su rostro inexpresivo sigue ahí, torturándome.

—Eso no era necesario.

—¿El qué? –Me pregunta distraído.

—Despedirlos. No hicieron nada.

—No quiero incompetentes en mi empresa.

—No son incompetentes.

—Agradecerás lo que he hecho.

—¿Yo? –Pregunto alzando la voz. Detiene todos sus movimientos para mirarme de la misma manera fría que a los otros dos hombre. Pero yo no tengo miedo y no me tiembla el pulso.

—Señor Jeon, diríjase a mí con un poco más de respeto.

—¿Es eso lo que quiere conseguir de nosotros? ¿Respeto?

—El respeto hay que ganárselo.

—Con paciencia y buenos actos.

—Vuelva ya a su puesto de trabajo si no quiere compartir la suerte de sus compañeros. –Suspiro exasperado—. Maldito trasto. –Pulsa repetidas veces el ratón en su mano y centra su vista en la pantalla con el ceño fruncido.

—¿Ocurre algo? –Pregunto curioso.

—Este programa de cuentas. No consigo hacer que funcione correctamente. –Rodeo la mesa traspasando todas las fronteras del espacio personal y me inclino a su lado para ver mejor la pantalla ante nosotros.

—Eso es porque no has seleccionado los archivos que quiere incluir en las gráficas. Mira. –Con mi mano desplazo la suya del ratón y frunce el ceño cuando nuestros dedos se rozan. ¿Por qué tan tímido?

—Entiendo…

—Es sencillo.

—Gracias. –Me mira desde la poca distancia que nos separa y enrojece al igual que yo lo hago. Maldita sea—. Puede irse, señor Jeon.

—Aún no he expresado todas mis quejas sobre lo que ha sucedido. –Le miro ya de nuevo desde el otro lado de la mesa.

—No debe tener quejas. No me de problemas, Jeon. Deme soluciones.

—Me temo que el problema lo ha causado usted.

—¿Yo? –Sonríe—. Márchate, Jeon. Y deja que las decisiones importantes las tomen los mayores. –Sonríe de nuevo mostrándome sus blancos dientes y sus gruesos labios, ya de por sí jugosos en líneas finas que decoran su sonrisa. Yo hago un pico adorable y me marcho susurrando.

—No eres tan mayor, estoy seguro.

 

 

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Finiquito: Cantidad de dinero que debe percibir el trabajador tras finiquitar su relación con la empresa.

 

 


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