IDENTIDADES [PARTE I] - Capítulo 2
CAPÍTULO 2
Jungkook
POV:
Llego a casa después de un duro día de trabajo y tiro las llaves en el cuenco de porcelana china que hay en la mesilla al lado de la puerta. Amo este sonido, me hace sentir que el día ha terminado y es hora de disfrutar de la vida. La verdad es que no puedo quejarme demasiado porque pasarse el día sentado en un escritorio no requiere mucho esfuerzo físico, sin embargo mi espalda sufre y mis ojos acaban siempre irritados por la pantalla del ordenador. Pero me encanta mi trabajo.
Lo segundo que hago siempre es quitarme de encima la corbata que tanto odio ponerme y la tiro en el sofá. Respiro y miro mi casa tan grande y blanca. Es un piso de dos plantas, con un gran salón abierto a una preciosa terraza que un día cerraré para que me quede una cristalera preciosa. La cocina también está en esta planta pero no el baño ni tampoco mi cuarto que se hallan en la superior. Es una distribución algo extraña pero la arquitectura moderna es lo que tiene.
Alcanzo mi móvil desde mi bolsillo y apuntando hacia una mesita de madera en el centro del gran salón una tele se desliza apareciendo ante mí. Las noticias de la noche ya comienzan a torturar mi inocente mente y me veo obligado a cambiar de canal a algo más divertido. Algún dorama salta entre la publicidad y me detengo a verlo mientras me siento en el sofá para terminar de desvestirme.
Los zapatos primero. No entiendo la costumbre de dejarlos al lado de la puerta incluso en casa de desconocidos. Estúpidas manías. Los tiros por ahí y estiro mis dedos al fin libres. Luego mi camisa blanca y al hacerlo rozo el piercing de mi pezón recordándome que está ahí. Juego con él uno segundos entre mis dedos y lo quito comprobando el agujero que ha dejado.
Toco mi vientre hambriento y lo palmeo aburrido y lleno de pereza. Sin tener otro remedio me levanto a medio cambiar y me hago algo de cena. Cualquier cosa sencilla y rápida que me permita matar el hambre antes de ir a dormir. Un sándwich pobre y chapucero. No me importa, nunca se me dio bien cocinar.
Apago la tele y me subo al cuarto donde tiro la ropa y termino por desvestirme. Hace buen tiempo y no es necesario que me ponga otra cosa más que la ropa interior. Me tiro sobre la cama dejando cargar el móvil y miro al techo nervioso a la par que intrigado. ¿Cómo será mi nuevo jefe? Será el director de toda la empresa, ¿sabrá llevarla o necesitará más de mi ayuda?
No he recibido ningún currículum que me diga cómo es. Ni siquiera sé por quién viene recomendado. No sé nada en absoluto y sin embargo algo me dice que haremos buenas migas. Tal vez mi manía de caerle bien a todo el mundo.
Me incorporo y alcanzo un piercing negro de una cajita negra que tengo en la mesilla y me lo introduzco en el pezón atravesándolo. No soy el típico funcionario. En mi cuerpo hay perforaciones como estas no solo en las orejas y los pezones. Mi ropa informal es muy peculiar dado que me gustan los grupos de heavy metal americanos y sobre la cabecera de mi cama hay dos banderas. Una estadounidense y otra británica.
Aunque mis modales estén algo refinados o parezcan estarlos en realidad no soy más que un joven alocado. Algo perdido aparentando tener algo de estabilidad.
Y con estos pensamientos, caigo rendido.
…
La alarma en mi móvil suena de manera estridente y me levanto de un salto animado y emocionado por la nueva experiencia que me espera hoy. Sigo, sin importarme nada más, la rutina de cada día. Paso primero por la ducha para deshacerme de la suciedad del día antes. Termino rápido después de hacer mi higiene de todas las mañanas y bajo a la cocina aun en calzoncillos para calentar leche y hacer un chocolate caliente con galletas. Donde otros buscan desesperados un café para soportar las mañanas yo me veo tentado por el dulce chocolate instantáneo que tomaba cuando era un niño. Sigo siéndolo a pesar de todo.
Todo esto acompañado de nuevo de las ridículas noticias de por la mañana. Estúpidas e inútiles. Hago caso omiso de ellas y subo cuando termino para vestirme. Hoy me siento atrevido y me hago con una corbata roja mostrando mi entusiasmo por este día. Me enfundo de nuevo un traje y los zapatos de anoche. Dispongo todo y salgo de casa sonriendo y proporcionándome fuerzas.
En vez de ir directo a por el coche primero me paso por una pastelería cercana donde pueda encontrar algo apropiado.
—Buenos días, señor. –Me saluda una chica con el pelo recogido—. ¿Qué desea?
—Me gustaría una selección de veinte pastelitos. Son para mi nuevo jefe.
—Ya veo… —Sonríe preparando una bandeja de cartón—. ¿Dos de cada cuáles, cree usted que estaría bien? –Me pregunta señalando unas baldas iluminadas donde los pasteles llaman la atención. Los hay de todo tipo. Con fruta encima, de chocolate rellenos de más chocolate, de nata, vainilla. Otros de hojaldre, otros con mermelada de muchos colores. Sin duda todos parecen suculentos.
—Por supuesto.
La veo poco a poco completar la bandeja y me relamo tan solo verlos. Miro mi reloj, las ocho y cuarto. Mi jornada se supone empieza a las ocho pero el señor Kim me dejaba entrar más tarde alegando que no me necesita las veinticuatro horas. No es profesional, desde luego pero sin duda es lo mejor. ¿Me equivoco?
—¿Así, señor? –Me pregunta mostrándomelos y yo asiento dando mi consentimiento para que los introduzca en una caja rosa con el logo de la empresa de repostería. Un lazo adorna el presente y me lo da después de haber pagado. De buen gusto salgo y me dirijo a mi coche para conducir hasta la empresa. Le encantarán, estoy seguro.
…
Miro mi reflejo en el ascensor retocando los últimos detalles de mi traje con una mano mientras que con la otra me aferro a la caja con pasteles todo lo firme que puedo para que no se muevan o se estropeen.
Las puertas se abren y esperando el barullo y el parloteo de cada mañana me asombro al comprobar que no es así. Un silencio sepulcral me rodea cuando entro en la planta y veo a todos y cada uno de los trabajadores con la mirada en sus ordenadores y trabajando como nunca lo habían hecho. Llevo mucho aquí y juro que es la primera vez que no hay sonrisas y animadas conversaciones entre los empleados. ¿Se ha muerto alguien?
Camino en dirección a mi mesa, frente al despacho del director y escruto los rostros de mis compañeros. Todos cabizbajos y con una expresión de inquietud en ellos. Uno me mira y se sorprende al verme ahí.
—¿Jungkook? –Me pregunta atónito.
—¿Qué ocurre?
—El señor Park, —aclara—, el nuevo director. Nos ha gritado y nos ha amenazado con despedirnos si no cesábamos nuestras conversaciones.
—¡Qué! –Grito haciendo que mi voz produzca eco en la sala—. ¿Ya ha llegado? –Salgo corriendo creyendo que llegaría a media mañana y una vez estoy frente a su puerta llamo esperando que una voz al otro lado me conteste. Y así es.
—Adelante. –Abro y tímidamente me introduzco conociendo ya de sobra el despacho. Grande, con una de las paredes repleta de ventanas y un escritorio de madera oscura. A mi derecha un sofá de cuero blanco para las visitas.
—¿Señor? –Lo veo de espaldas a mí observando un mapa mundi que hay como decoración en la pared detrás de su escritorio.
Se gira cuando mis pasos se detienen a mitad de camino y todo mi cuerpo da un vuelvo cuando sus ojos me miran. Siento mis piernas débiles a la par que frágiles, en cualquier momento caeré de bruces al suelo esperando que sus fuerte brazos me recojan. Me desmayaré confiando en que él sepa reanimarme de la mejor manera posible pero me temo que volvería a morir porque es tal el éxtasis que su presencia me provoca que jamás saldría del coma inducido por su belleza.
Tu rostro se hace público a mi presencia allí y me miras de arriba abajo. Con ello no consigues otra cosa que hacerme arder en llamas porque me quemas mientras analizas mi cuerpo. Un Dios es lo que veo delante de mí pero una duda me asalta. ¿Quién diablos es esta persona que parece tan joven?
—¿Es usted el nuevo director?
—Sí. –Asiente con el ceño fruncido y los labios apretados. Mis labios tiemblan—. ¿Y tu mi secretario, cierto?
—Sí. –Sonrío emocionado. Extiendo mi mano para estrecharla con él en vez de la tradicional reverencia—. Soy Jeon Jungkook.
No hace nada. No dice nada. Se limita a mirar mi mano con una expresión de repulsión y a los segundos alza la mirada para ser yo objeto de ella.
—Legas más de una hora tarde.
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