IDENTIDADES [PARTE I] - Capítulo 17

 CAPÍTULO 17



JungKook POV:

 

Poco a poco pasan los días y la noticia en los telediarios parece evaporarse, disolverse como si ya nada importara. A nadie le pica la curiosidad, a los familiares no les afecta como si hubieran asumido el riesgo de su profesión y a los presentadores solo les interesan las noticias de última hora y la torturada política del país. Como si sirviera de algo reproducirla por la tele.

Comienzo a entender poco a poco la visión de Jimin sobre nuestro sistema judicial porque tiene razón, nadie es encarcelado y nadie es juzgado correctamente porque los partidos a los que los acusados representan, son afiliados de los jueces que les condenan. Por decirlo de alguna manera porque no son condenados a más que a un poco de escándalo público. 

Y eso les encanta. Verse a sí mismos no como héroes, nadie quiere ser un héroe, sino como villanos que logran sus metras sin esfuerzo y a base del dolor del pueblo. Agachar la cabeza a pesar de que su ego no les cabe en sus cuerpos. Acudir a programas de televisión y hacer como que nada sucede y que todo está bien. Nada está bien. Y me temo que dentro de mi cabeza tampoco lo está porque subí a mi cuarto y quité las banderas sobre mi cabecero para tirarlas ahora sí por un sentimiento. La decepción.

Aquí, ahora, es fiesta. Tenemos una semana libre en que no tengo que ir a trabajar y doy gracias aunque mi presencia en la empresa estos días se ha limitado a mantenerme estrictamente en mi puesto de trabajo y no saltarme las normas. Jimin ha alabado mi comportamiento y otras se ha burlado de mí, estoy seguro para provocarme pero no lo ha conseguido. En mi mente se repetía la misma frase: En unos días sabré quien eres, maldito.

En la hora de comer cuando me dispongo a bajar de mi cuarto del que no he salido en toda la mañana, mi móvil suena en la habitación y me obligo a regresar pensando que es Tae con noticias pero me equivoco chocándome con un muro de hormigón llamado Park Jimin.

—¿Señor Park? –Es martes y hasta el lunes que viene no tengo nada que ver con él.

—¿Estás ocupado, Jeon?

—Sí, iba a comer. ¿Qué ocurre? –Su tono de voz se ve degradado a una humillación que no comprendo.

—Necesito que me hagas un favor. Es algo…

—¿Qué es?

—Necesito que me ayudes porque debo curarme una heridas en la espalda y yo solo no puedo. Si no lo hago ahora se me infectarán y son algo graves.

—¿Por qué no vas al hospital?

—No puedo, Jeon.

—Lo siento pero yo no debo intervenir en tu vida privada.

—Jeon, —suspira al otro lado de la línea y piensa con cuidado sus palabras—, eres el único que sabe esto. Ayúdame.

—Que bien, el señor Park suplicando por mi cariño.

—No seas así, Jeon.

—Ven a mi casa, anda.

—¡Gracias!

—¿Quieres que vaya a buscarte?

—No gracias. –Quiero colgar pero sigue hablando—. Guárdame algo de lo que vayas a comer, estoy hambriento.

Cuelgo enfurecido o más bien fingiendo un enfurecimiento producido por sus estúpidas palabras que a mis oídos han sonado terriblemente adorables. Suspiro y guardando mi móvil en los pantalones holgados de chándal bajo, ahora sí, a la cocina pensando en lo que acaba de suceder. Solo acepto su presencia de nuevo en mi casa confiando en que después de hacer todo lo que me pida intente justificar su comportamiento incomprensible. No lo hará, estoy seguro de ello.

Llego a la cocina y saco verduras y fideos con yema de huevo. Mientras corto las verduras y las sofrío en una sartén con soja y aceite hiervo los fideos confiando en que aún esté caliente para cuando Jimin llegue. Me pregunto qué clase de comida es la que le gusta, salada, dulce. Tal vez no tenga ese tipo de gustos o incluso jamás los sepa y si me contestase, ¿acaso sería verdad?

Tardo casi una hora en preparar la comida cuando el timbre suena y me hace detener de camino al salón donde estoy colocando todos los platos.

—¡Ya voy! –Abro y descubro a un Jimin con traje, con el pelo algo revuelto pero con una sonrisa perturbadora en la cara.

—¿Qué ropa es esa, Jeon? –Mira mi pantalón gris de chándal y mi camisa negra holgada. Frunce el ceño y realmente parezca decepcionado.

—¿Crees que visto de traje para estar en casa?

—Deberías. Así te ves horrible. 

—¿Ah sí? Pues te quedas fuera. –Cierro la puerta antes de que pueda pasar pero él la empuja con sus manos arrepentido.

—Lo siento, lo siento. –Repite hasta que cedo a su súplica y le hago pasar tirando de su brazo adentro—. ¿Qué me has cocinado hoy? –Pregunta animado. Me sorprende su capacidad para hacer como que nada ha pasado. Olvidar los problemas e incluso exagerar alguna que otra sonrisa. Tal vez esta sea su manera de rebajarse a mi nivel y pedirme ayuda. O tal vez agradecérmela.

—Ayúdame a poner la mesa, idiota.

—Jeon, olvidas que soy… —No termina.

—Hoy, no. Mi jefe no se mete en movidas. Es un buen hombre y alguien respetable. Hoy solo eres un amigo que me ha pedido ayuda. –Piensa unos segundos y se da cuenta de que esta es la única manera de clasificar la situación sin que sea algo violento, por lo que acaba asintiendo y accediendo a este extraño juego de mentiras y falsos rostros.

—¿Qué necesitas?

—Un jefe normal. ¿Sabes que es un idiota? –Sonrío haciéndole sentir confuso—. ¿Te creerás que no sabe que me encanta su culo?

—¡Jeon! –Me desternillo por unos segundos mientras él enrojece y paso mi brazo por sus hombros despreocupado.

—Llámame Kook, idiota. –Le doy dos platos apilados con palillos de metal encima—. Lleva esto, anda.

Me obedece y me quedo mirando su espalda que parece completamente normal con la chaqueta del traje puesta pero él, pensando que es su trasero lo que observo, se da media vuelta y me lanza una mirada que podría matarme. Yo sonrío y regreso a la cocina para llevar lo único que falta, la cazuela con los fideos y la verdura. Ya sobre la mesa están nuestros platos, un cuenco con pepino en rodajas, cebolla con vinagre, agua y soja; algo de arroz en un cuenco y agua, por supuesto.

—¡Esto es genial! –Me dice cuando estoy a su lado en el sofá. Sus ojos parecen querer salirse y devorar lo que ven—. Una comida por fin típicamente coreana.

—¿Cansado de pizza?

—Cansado de comida en bote. –Sonríe y coge rápido un par de palillos y su cuenco correspondiente—. Por fin comida casera.

—¿No deberíamos curarte primero lo de la espalda…?

—Me muero de hambre… —Hace un puchero y me veo obligado a dejarle hacer. Le veo verter unos fideos en su cuenco y tragarlos sin masticar. Come un poco de ahí, un poco del otro lado todo sin parar ni darse tiempo a respirar.

—¿Cuánto llevas sin comer? –Pregunto de manera graciosa pero su respuesta me hace caer a plomo en el suelo.

—Dos días.

—¿Estás de broma?

—No. –Con una enorme sonrisa en la cara sigue llenando sus carrillos mientras que yo me limito a verle y comer a mi ritmo.

Sinceramente me creí que había hecho demasiada comida, creí que sobraría pero a medida que pasa el tiempo me retracto en mi error comprobando que ni un grano de arroz ha sobrado. El rojo característico de sus mejillas regresa y no es por timidez o pudor. Se siente al fin satisfecho con su estado.

—¿Rico? –Pregunto curioso—. ¿Te ha gustado la comida? –Una vez ha terminado deja los palillos a un lado y se deja caer de espaldas al sofá palmeándose la tripa.

—La comida más rica del mundo.

—Estás invitado cuando quieras. –Yo me levanto con intención de recoger la mesa pero él imita mi gesto por cortesía.

—Yo te ayudo.

—No, nada de eso. –Pongo mi mano en su hombro y hago presión para que se siente de nuevo pero provocado por esa presión contrae su rostro en dolor y se sienta sin querer, sujetándose él brazo. Yo me quedo inerte sin saber qué he hecho pero a los segundos se me muestra. En su camisa blanca, exactamente donde yo he tocado, aparece primero un punto rojo. Pequeño y casi invisible que con los segundos y de manera muy rápida y preocupante se va haciendo más grande y se extiende por la prenda hasta ser algo tan grande como mi palma.

Si tuviese platos en mi mano se habrían caído, si mi corazón pudiera hablar gritaría pero se limita a latir hasta salir del pecho. Jimin simplemente me mira avergonzado y nada preocupado. Se levanta y de nuevo me mira pero esta vez observando mi preocupación. Sabe que me he quedado sin palabras.

—¿Puedo ir al baño? –Asiento y señalo la planta de arriba—. Gracias. —Y sube así, como si nada. Sujetándose el brazo mientras se desangra de esa manera tan alarmante.

—¿Necesitas que te ayude?

—Cuando termines de recoger la mesa. Perdona que no te ayude. –Tengo varios platos en mi mano cuando el corazón comienza a latir más fuerte por sus gemidos en la planta de arriba. Los dejo donde estaban y subo las escaleras guiado por la luz que entra del baño. Una vez llego me golpea un cuerpo perfectamente esculpido, musculado y bien tierno reflejándose en el mismo espejo donde yo me cepillo los dientes cada mañana.

Me acerco a él para ver su camisa descansando en mi retrete y su rostro mirándome en el reflejo del espejo.

—Ayúdame. –Apoya sus manos en el lavabo y me deja ver su espalda completamente cortada y magullada. Como bien me ha dicho hay cortes en los que tan solo ha podido cubrirlos con una venda pero no coserlos ni curarlos. El corte sobre el hombro está cosido con hilo negro pero un par de puntos han reventado haciendo que la herida se abriera. Ahora hay un fino rio de sangre que se desliza espalda abajo.

—No sé qué debo hacer. –Susurro paralizado.

—Es fácil. Quita las vendas. Lávame la espalda con agua oxigenada, alcohol, vino, lo que sea. Cose las heridas y tápalas de nuevo.

—¿Co—coser? –Tartamudeo.

—Sí. Antes de que se me infecten más. –Suspiro.

—En el botiquín tengo aguja y sedal. Pero va a doler. ¡Para eso era la aguja con anestesia!

—¿Me queda otro remedio?

—¿No tienes más de esas?

—No. Hazlo ya, Jeon. –Obedezco y saco el botiquín de uno de los cajones del baño. Sigo todos sus pasos.

Primero quito las vendas que estaban sujetas con esparadrapo y dejo al aire cortes supurantes de sangre y pus.

—Dame conversación, Jimin. –Me mira por el espejo.

—¿Qué quieres que diga? –Me encojo de hombros y sigo con otro trozo de venda. Esta es incluso peor.

—Podrías empezar explicándome como te has hecho esto.

—Los espejos de pared son muy traicioneros.

—¿Te empujaron contra uno?

—No. El espejo se ha despegado de la pared y se ha tirado sobre mi espalda. –Me mira alzando una ceja sarcástico—. Claro que sí.

—¿Quién fue?

—Un hombre.

—¿Y por qué lo hizo?

—Tenía algo que era mío y solo estaba defendiéndolo.

—¿Y qué es eso tan preciado por lo que te juegas tu integridad?

—No te interesa. –Suspiro y de nuevo asumo una vez más una respuesta sin consistencia.

—¿Qué se siente al sacarle un ojo a alguien? –Me encanta estar haciendo esto tras de él porque puedo ver todos sus músculos en la espalda tensarse.

—¿Qué tontería es esa?

—Habría sido mejor hacerlo de vivo. Así aunque lo mutilases no habrías tenido que matarlo. –Me mira serio por el espejo.

—No sé qué diablos dices, pero para, me estas asustando. –Me encojo de hombros y retiro la última de las vendas.

—¿Qué hago ahora?

—Alcohol. Échalo como puedas.

Cojo del botiquín un pedacito de algodón y echo cinco gotas contadas hasta que se empapa. Lentamente y suspirando lo llevo a la herida más cerca de su cuello y al posarla sobre ella todo su cuerpo se contrae por el escozor. Se aleja inconscientemente de mí y me veo obligado a acercarle a mí con una mano pero me aparta de él y coge la botella de alcohol y yo, creyéndole en su sano juico le dejo hacer.

Sin duda, una vez más, estoy equivocado pensando que va a hacer algo coherente. Tuerce el brazo con él bote en la mano y desde su cuello deja caer todo el líquido que en cuestión de segundos hace que su piel arda y le nuble los sentidos. Antes de que se manche los pantalones coloco en su cintura una toalla blanca que se torna roja por la sangre que el alcohol ha arrastrado.

Sus manos se aferran a la porcelana y juraría que va a ceder ante ellas porque se tornan blancas y sus labios apretados impiden que los gritos salgan. Yo no hago más, no digo nada. Espero a que el dolor en su mente pase y vuelva aquí conmigo lo que conlleva un par de minutos.

—Cose. –Dice con los dientes apretados.

—Deberíamos ir al hospital, esto no está bien. No sé si tienes algún órgano dañado…

—¿Quieres que te cosa la boca? –Trago saliva.

—No he hecho esto en la vida. No soy doctor.

—Y yo no soy cirujano pero puedo sacarte el corazón con un bisturí. –La imagen de mi sueño aparece de nuevo en mi mente para torturarme.

—Si lo hago mal, no me mates. Si duele, aguanta. –Saco una aguja curva y sedal trasparente. Lo enebro y escojo uno de tantos cortes para empezar.

—Comienza dando dos puntos aquí. –Me señala su hombro ensangrentado. Y se incorpora un poco para dejarme mejor posición. Se mira a sí mismo en el espejo y tras suspirar asiente dándome señal para empezar.

Y antes de darme cuenta estoy haciendo realidad mi sueño. La sensación de atravesar su carne, es extrañamente familiar y eso me da mucho miedo. Pensar que no es tan terrible como pensé a pesar de ver su rostro convulso y enrojecido, intentando mantener una expresión calmada. Poco a poco hago dos puntos arreglando unos chapuceros y la herida se cierra dejando de brotar sangre de ella. Aún queda a su alrededor pero la limpio con una pequeña toalla a mi alcance.

—¿Cómo estás?

—Termina ya. –Como no me muevo después de sus palabras me mira con el rabillo del ojo que le obligo a abrir. Están vidriosos y temblorosos.

—Y pensar que tú golpeaste a seis hombres por mí…

—Si esto es un intento de…

—No. –Le corto—. Mírate, te ves tan débil. –Sonríe amargamente.— Sé fuerte por HyeGun.

No sé quién es, no sé cómo es pero al parecer salta en su mente en los momentos de debilidad y tal vez le ayude. Asiente convencido de mis palabras y me dispongo a seguir con la siguiente de menor tamaño viéndome incapaz de hacerlo con las más grandes.

Poco a poco empiezo con una e intento olvidar sus gemidos y sus gritos reprimidos. Su respiración acelerada y sus manos resbalando en el mármol del lavabo es lo único que se oye hasta que de repente algo empieza a sonar. Primero despacio, casi inaudible, pero con los segundos me obligo a detenerme porque quiero escuchar.

—Mírame. Y después cierra tus ojos. –Es Jimin susurrando algo. Cantando. Está cantando algo que no entiendo pero no me importa. Sigo con mi trabajo disfrutando de su hermosa voz—. Prometo estar aquí cuando despiertes. Y también si sueñas pesadillas. Mírame, y cierra tus ojos porque ahora ya puedes confiar en mí. Solo llámame y cuidaré de ti, abrázame y no me iré jamás porque no eres la única que necesita de amor.

Por el reflejo del cristal puedo ver que llora y evita el nudo de su garganta para seguir cantando. Sus mejillas arden y sus ojos apretados no dejan espacio para verse a sí mismo. No parece estar aquí desde hace rato y me alegro de ello porque aún me quedan la mitad de los cortes. Sigue con su canción.

—Los cuervos se convertirán en mariposas y los rayos en luces de fiesta. Mírame ahora que nadie nos escucha y duérmete porque no permitiré que en tus pesadillas la realidad se instale. Déjame crear un mundo nuevo. Un mundo alegre sin llanto. No hay más llanto. Solo tu risa. Solo tu… ah… aggg… —Deja de cantar porque he empezado con una herida algo más profunda pero tras unos segundos continúa en un tono extraño. Llora mientras canta—. Nadie te querrá más que yo. Solo estoy yo. Solo yo…

Su voz se apaga con el llanto y se deja hacer por mí hasta que corto el último trozo de sedal y me deleito en mi trabajo bien hecho. Ya no sangran, ya no hay nada abierto y solo queda taparlas. Quiero informarle pero no me gustaría sacarle de sus pensamientos por lo que me tomo unos segundos y deslizo mi dedo índice por su columna que está bien marcada.

—¿Sientes esto? –Pregunto al ver que no reacciona.

—Ya no siento nada. –Sonríe amargamente mientras se incorpora y seca sus lágrimas. Se gira para mirarse en el espejo y asiente celebrando mi trabajo—. Ahora cúbrelas.

—Espera. –Rescato del botiquín una crema—. Esto te ayudará a cerrar las heridas.

Asiente y pretende girarse pero le detengo dejándole frente a mí y apoyado en el lavabo para quitar poco a poco las vendas que también recorren su torso. Son vendajes ya ensangrentados y lo mejor será cambiarlos pero antes prefiero embadurnarlos de crema.

—¿Y estos? –Le pregunto—. ¿También con un espejo? –Niega con la cabeza.

—Un cuchillo de cocina. –Asiento.

—Genial. –Digo sarcásticamente y destapo el tubo exprimiéndolo para poner un poco de esa crema trasparente en mis dedos. Cubro con ella una de las heridas pero su piel tiembla y coge aire con los dientes apretados. Se muerde el labio muy cerca de mí y no puedo evitar que mi estómago dé un vuelco.

—Frio… —Se queja tirando de su nariz por haber estado llorando.

—Ya estamos terminando, si te portas bien te daré un helado de fresa.

—No me trates como a un niño.

—Entonces te daré lo que quieras.

—Quiero más fideos de esos que has hecho…

—Te guardaré la próxima vez que los cocine. –Termino de untar por la parte de delante y le giro para que quede de nuevo de espaldas a mí. Seguimos hablando.

—¡No! Yo quiero más ahora. 

—No seas caprichoso. –Niego con la cabeza sonriendo—. Prométeme que comerás mejor estos días.

—Ojalá pudiera. No tengo ni para arroz.

—¿Necesitas dinero? –Frunzo el ceño enfadado—. No sé como en tu cargo lo necesitas pero si es así solo pídemelo.

—No puedo aceptarlo. Así de simple.

—Pero…

—Jeon. –Me detengo para mirarle desde el espejo—. No quiero tu dinero. Quiero que te limites a ser generoso a la hora de comer. Nada más.

—¿Vas a vivir de mi caridad culinaria? –Se encoge de hombros con dificultad.

—Esto es más complicado de lo que parece, Jeon.

—Explícamelo. –Termino y se gira para mirarme.

—Las vendas, rápido. –Y así sin más olvida la conversación.

—Eres horrible. –Niego con la cabeza mientras corto trozos de venda sonriendo—. Has manchado la camisa. Será mejor que la lavemos. Pero claro, no puedes salir así a la calle. Tendrás que quedarte hasta que se seque.

—¿Estas insinuándome que quieres que me quede? –Asiento sonriendo—. Que sutil…

—Ya…

—¿Acabas de decir que soy horrible? –Se indigna.

—Sí, pero eres tan caliente que lo compensas. –Enrojece al instante y deja de mirarme cohibido por mis palabras. Sin duda esta es mi parte favorita, cuando se intimida ante mis descaradas ocurrencias.



Capítulo 16                    Capítulo 18

⇽ Índice de capítulos


Comentarios

Entradas populares