IDENTIDADES [PARTE I] - Capítulo 13

 CAPÍTULO 13


JungKook POV:


Como cada mañana me dirijo de camino a la oficina. He pasado mala noche preocupado por la situación de Jimin. No por los problemas en los que su ira nos ha metido sino sus expresiones cuando salen determinados temas en una conversación. Tengo la sensación de que finge constantemente. Cuando me sonríe, cuando me habla, cuando habla con otros. No es más que una nube de extraños y confusos inexistentes sentimientos que le ayudan a formar una personalidad. Pero su verdadera persona aparece junto con sus lágrimas, con esas deprimentes expresiones en su rostro.

Muchas veces me he preguntado hasta qué punto el amor es capaz de enloquecernos a los hombres. Creí que con la edad estos sentimientos desaparecían o simplemente no se les daba la importancia necesaria con la intención de que no influyan en nuestro día a día. Pero sin duda la mujer de la que está enamorado debe ser una diosa para que se comporte de esta manera. Me gustaría decir que la ve como yo le veo a él pero ¿cómo le veo a él? supongo que no es amor, no es más que una fuerte atracción sexual incentivada con su presencia diaria ya que es mi jefe.

También quisiera apoyarle con palabras como “ya la olvidarás” pero por primera vez en mi vida no estoy seguro de que unos sentimientos como estos puedan ser tan efímeros. Si le conociese mejor…

De repente mis pensamientos se ven turbados por el sonido de mi móvil en el bolsillo. Olvidando todas las normas de conducción que me prohíben mantenerme al volante mientras atiendo una llamada lo descuelgo y lo pongo en mi oreja.

—¿Jungkook? –Alguien tose al otro lado.

—¿Jimin?

—Hoy no podré ir al trabajo. No me encuentro bien.

—¿Qué te ocurre?

—No he dormido bien y tengo gripe. –Detengo el coche donde puedo y sigo hablando algo preocupado.

—Iré a tu casa. ¿Qué necesitas?

—¡No! No vengas.

—No me importa lo que me digas. Iré de todas maneras. –Cuelgo sabiendo que no accederá a mis palabras igual que no lo haré yo a las suyas y de nuevo me incorporo a la carretera para ir en la dirección contraria. Regreso a casa para buscar en los documentos que me entregó su dirección y coger alguna sopa caliente que le ayude a sobrellevar el mal rato.

Una vez estoy ahí apunto en mi GPS del móvil la dirección y a los segundos la ha rastreado y ya me lleva a un punto en concreto. Intento identificar a dónde me lleva pero no consigo reconocerlo, está algo a las afueras y sin duda a mi imagen vienen espacios abiertos con grandes casas y chalets carísimos. La boca se me hace agua.

Después bajo a la planta inferior y recojo de la cocina una botella de agua mineral, dos sopas calientes con fideos instantáneos y medicamentos. Seguro que tiene de todo esto en casa pero no quiero ir sin preparar. Regreso al coche cuando termino de meterlo todo en una mochila y conduzco poco a poco.

Primero me obliga a incorporarme a la autopista. Más tarde a salir del centro de la ciudad y recorrer varios quilómetros no viendo más que descampados y campos de cultivo agrícola por ambas partes de la carretera.  Como en el camino estoy yo solo, aprovecho para quitarme la corbata con una mano y mientras sujeto el volante con las piernas, la chaqueta del traje. En medio de la nada en verano esto es horrible.

Poco a poco veo una urbanización medio derruida, gris. Gris es el color que predomina y una vez estando bajo los edificios sigo pensando que el día se ha tornado gris. Golpeo varias veces mi móvil creyendo que se ha confundido de dirección pero no. nada de eso. Este trasto me sigue guiando entre las calles hasta un bloque de pisos en concreto. Miro a todas partes viendo sobre mi cabeza cuerdas que cruzan de bloque a bloque con pinzas y prendas de ropa corroídas por el paso del tiempo.

Cuando bajo del coche una rata me sorprende mirándome desde la distancia y burlándose de mí por la seguridad que esta le proporciona. Doy el primer paso y esta sale corriendo fuera de mi vista. El sol está alto en el cielo pero no puedo verlo porque la mugre de este lugar no deja que el día sea día. Es una noche constante, una luz en tinieblas que amenaza con fundir los edificios bajo su peso.

—Portal cuarenta y nueve. –Miro el pequeño cartel delante de mí, sobre mi cabeza y reconozco el número apuntado en mi móvil—. Piso quinto, A.

Me acerco a la puerta que está bajo un porche y busco el número que he dicho en alto para llamar pero todos los telefonillos tienen un papel en blanco sin números posibles. No hay nada que pueda ayudarme a identificar a cual debo llamar. Descubro que eso no es un problema cuando apoyo mi mano sobre la puerta de acero corroído y esa cede ante mi peso mostrándome un portal desierto y apestoso.

Tapo mi nariz con la manga de mi camisa y estoy empezando a dudar si dejar el coche ahí a la vista o subirlo conmigo por todas las escaleras temiendo que me lo desguacen cuando haya bajado. Respiro hondo y me adentro rezándole a un Dios en el que no creo. El primer tramo de escaleras es el más fácil pero a medida que avanzo los grafitis en las paredes se hacen más evidentes y la suciedad aumenta. Debo esquivar una media de dos latas de cerveza y cinco cristales rotos por cada escalón e incluso así esto no es lo peor porque en el segundo piso un hombre tirado en el suelo, con los ojos en blanco y una jeringuilla enganchada en su brazo me prohíbe el paso ya que está sufriendo los espasmos en medio de las escaleras.

De repente intentando apartar mi vista de él más por asco que por respeto me encuentro rodeado de esvásticas* pintarrajeadas en las paredes de una forma algo sádica. Una vez el yonqui parece haber perdido el conocimiento o algo similar sigo subiendo pisos hasta llegar al quinto y allí me detengo a mirar la gran letra “A” sobre el marco de una de las puertas. Antes de llamar me lo pienso dos veces y escruto toda la suciedad que esta alberga, por no decir que podría entrar sin necesidad de llamar porque estoy seguro cederá con mi peso igual que ha cedido la de abajo. Suspiro y pulso el timbre que no emite ningún sonido. Repito el acto dos veces más pero al comprobar que probablemente no haya luz golpeo con mi puño la madera que tiembla con el gesto.

—¿Jimin? –Nadie al otro lado—. Señor Park, soy Kook. –Ahora si oigo algo pero no son más que pasos nerviosos y acelerados. No se dirigen a la puerta sino que caminan de un lado a otro hasta que por fin oigo como gira una llave desde dentro y la puerta se abre mostrándome el rostro de un Jimin que yo no conocía.

Pálido, algo cohibido pero sobre todo temeroso de mí. Sus labios tiemblan, sus ojos enrojecidos titilan haciendo que las lágrimas se acumulen en las cuecas. Me mira escondido detrás de la puerta y lo poco que veo de su cuerpo está cubierto con una manta enorme. Está descalzo porque es más bajo que yo y su pelo despeinado no ayuda a parecer más adulto.

—¿Qué haces aquí? –Me mira frunciendo el ceño—. Te dije que no vinieras.

—Te he traído sopa. –Le muestro la mochila a mi espalda—. Déjame pasar y te aré algo de comer.

—No. –Niega con la cabeza tímido pero yo sigo insistiendo.

—Tienes que recuperarte cuanto antes. Déjame cuidarte.

—¿No puedo hacer que te vayas? –Niego con la cabeza sonriendo—. Solo preparas la sopa y te vas.

—¡Claro! –Una vez estoy dentro no puedo evitar sentir que he metido la pata al ofrecerme voluntario de ser su cuidador. El pasillo de la entrada desemboca en un salón oscuro. Estamos en tinieblas irremediables porque la persiana que debería estar subida está caída y rota. De ella salen dos o tres tímidos rayos de luz con los que me intento guiar a duras penas.

Por el suelo hay madera astillada, trozos de los muebles rotos que son pocos. No hay sofá, no hay mesa. No hay nada más que un par de sillas, una cocina de gas, un grifo y un cuarto de baño por ahí escondido. Estoy seguro de que la escena sería mucho más deprimente si encendiese la luz y al intentarlo me doy cuenta de que no hay electricidad. Por eso el timbre no sonaba.

—Jimin… —Me mira sabiendo qué voy a preguntarle—. ¿Vives aquí?

—Sí.

—Pero con tu puesto de trabajo puedes permitirte algo mucho mejor.

—Si has venido a criticar… —No le dejo terminar porque esta no es mi intención.

—No, solo he venido a cuidarte. –Me mira mientras se ajusta más la manta sobre su cuerpo—. Ve a tu cuarto y túmbate en la cama mientras yo…

—No voy a dejarte solo. Traeré una mesa y… —Continúa hablando mientras se dirige a su cuarto y saca de ahí una mesa de plástico pequeña como las que vienen en los maleteros de los coches para las acampadas—. Comeré aquí.

—Está bien, pero no hagas esfuerzos, yo te ayudaré. –Voy con él y cuando estoy a su lado para sujetar la mesa veo como la mana en su cuerpo cae un poco y se obliga a soltar la mesa para cubrirse de nuevo impidiéndome ver su cuerpo.

Yo cargo con todo el peso de la mesa, que no es demasiado, y la coloco como a mí me parece bien con las dos sillas una en frente de otra.

—Siéntate. –Me obedece con un extraño gesto en su rostro que se torna horror cuando consigue doblar todo su tronco y acaba por dejarse caer ahí mientras sus dientes torturan sus labios. Sus brazos rodean su cintura y sus ojos desaparecen en una mueca de tremendo sufrimiento—. ¿Te duele la tripa? –Asiente sin poder mirarme—. ¿Dónde está la vitrocerámica?

—¿La qué?

—Necesito poner agua a cocer.

—No hay de eso. Hay cocina de gas. ¿No lo ves?

—¿No tienes otra manera de…? –No me deja terminar.

—No. Saca una cazuela y echa agua de la nevera.

—Mejor del grifo.

—De ahí no sale nada. –Sin escuchar sus palabras muevo la palanca de metal con la cazuela debajo esperando por algo inexistente. Sin otro remedio lleno esta con agua de una jarra del frigorífico y la pongo sobre uno de los fuegos—. Mueve el botón hacia la derecha y coge una de las cerillas de esa caja. –Me señala una caja a mi derecha y hago todo lo que me dice—. Enciende una y acércala a la base. Ten cuidado no te quemes.

Poco a poco le obedezco y a los segundos el agua ya se calienta lentamente. Mientras espero saco el agua mineral y uno de los recipientes con fideos instantáneos para que vea que bien preparado vengo.

—Tienes mala cara, Jimin. ¿Qué es lo que tienes? ¿Gripe? –Asiente—. Viviendo aquí es normal.

—¿Y qué quieres…? Me gusta este lugar.

—Venga allá.

—Es mi casa. Punto.

—Jimin, si quieres, puedes vivir conmigo en mi casa…

—Basta. –Me hace callar con un fuerte tono de su voz lo que le provoca un ataque de tos que a los segundos le obliga a agarrarse el vientre de nuevo y juraría que se le saltan las lágrimas del dolor.

—¿Tanto te duele? ¿Te has tomado una pastilla?

—Sí. Pero necesito otra. Ve a mi cuarto y coge el paquete de pastillas que hay sobre la mesilla. –Me dice todo esto sin mirarme un solo segundo. Se dedica a mirarse las manos blancas por apretar la manta alrededor de su cuerpo.

Hago lo que me ha pedido y cuando entro ahí me sorprende que es la única estancia de la casa donde se puede ver un poco de luz. Allí está el paquete y lo cojo en mis manos regresando con él a su lado. Abro la botella de agua y se la acerco a los labios pero niega con la cabeza.

—Dame la maldita pastilla. –Me muestra la palma de su mano y yo dejo ahí la pastilla de color rojo que rápido la lleva al interior de su boca y la traga sin pensárselo.

—¿Puedo hacer algo más? —Me acuclillo a su lado en la silla—. ¿Necesitas que vaya a comprar algo? ¿Qué te ayude en…?

—Nada. Haz los fideos y vete.

—¿Por qué eres tan desagradable? Solo quiero cuidarte y además yo te he invitado a mi casa. ¿No puedes ser un buen anfitrión y dejarme estar aquí?

—No quiero que estés aquí. Es muy simple, Jeon.

—No voy a irme hasta que no te… —El agua empieza a cocer y me levanto dejando mi frase a medias para abrir el bol y verter dentro el agua hirviendo esperando que esta no tarde mucho en cocer los fideos—. Pongo unos palillos que encuentro por ahí sobre la tapadera y me siento con todo esto en las manos sobre la silla libre. Le extiendo el bol pero no reacciona. Está con los ojos cerrados, respirando profundamente y tal vez pensando y arrepintiéndose de haberme dicho eso.

—Ya puedes irte. –Ya veo que no.

—Algo me dice que no vas a comerlos si me voy.

—Algo te dice bien.

—Venga, no seas crio. ¿Tendré que dártelos yo? –Suspira e intenta incorporarse para alcanzar las cosas pero yo las contraigo atrayéndolas hace mí mostrándole mi más sádica sonrisa—. Un gracias no estaría de más.

—No te daré las gracias por algo que no quiero hacer.

—Pues mi consejo de hoy. –Piensa unos segundos con los labios fruncidos.

—Lo que parce confusión es, en realidad, orden; lo que parece cobardía es valentía; la debilidad, fuerza.

—Muy bien. –Le extiendo su comida y lentamente se hace paso con los brazos entre la manta para hacerse con el bol y remover los fideos con los palillos esperando para comerlos. Le veo cansado y algo débil. No me iré de aquí hasta asegurarme que está bien.

—Tengo la impresión de que mis consejos no te ayudan en absoluto.

—No, pero son entretenidos y divertidos de escuchar.

—Los del señor Kim, ¿cómo eran?

—Cosas como: “Disfruta de la vida que solo hay una” –Pongo una voz graciosa intentando imitar la del señor Kim y me alegro de haberlo hecho porque he conseguido que la comisura de su labio ascienda en un intento de sonreír.

—¿Sabiduría popular?

—Sabiduría de viejos. –Vuelve  a hacer ese mismo gesto.

—¿Y esas cosas te ayudaban? En mi opinión no van a ningún lado.

—Sí, son efectivas. No como las tuyas que ni siquiera la entiendo.

—Yo algunas tampoco. –Se encoge de hombros y me quedo algo paralizado.

—Estúpido. –Rio y le veo dar el primer bocado a los fideos y frunce el ceño una vez los tiene en la boca—. ¿Ricos? –Asiente volviendo a llenarse los carrillos.

—Las pastillas son muy fuertes, y me he tomado dos. –Me advierte—. En unos minutos caeré dormido. ¿Vale?

—Está bien, termina de comer y después te llevaré a la cama.

—Pero para dormir, eh… —Sonríe él solo y yo enrojezco como un idiota. Me quedo sin palabras y no digo nada hasta que él vuelve a hablar—. Si digo tenerías, olvídalas. Se me va la cabeza. –Asiento algo cohibido.

—¿Necesitas algo más? ¿Quieres que recoja algo? ¿O…?

—Solo, dame conversación.

—Muy bien, ¿puedo preguntarte algo que me lleva algún tiempo comiéndome la cabeza?

—Claro…

—¿Cómo es HyeGun?

—¿Personalidad o físico?

—Ambos.

—Muy bien. –De nuevo sonríe mirando a la nada. Sus ojos ya no tienen un punto fijo de mira—. Tiene el pelo negro y corto. A veces se pone una coleta o un moño pero siempre hay cuatro pelos que se escapan y le hace parecer una muñeca. Sus labios y sus ojos son como los míos. Pero su nariz es como la tuya. Enorme.

—Idiota.

—Sus manos son pequeñas y blancas. –No me ha escuchado insultarle. No está conmigo—. Cuando se pone un vestido parece una princesa y cuando se maquilla me recuerda a mi madre cuando era joven. Me gusta como huele y cuando la abrazo creo que no podría soltarla jamás. Cuando llora, lloro con ella. Cuando le grito, llora aún más y eso me hace sentir tan pequeño…

—Jimin…

—A veces, cuando duerme, me gusta abrazarla y dormir con ella para que las pesadillas no le hagan despertar otra vez. Tal vez sea yo quien no quiere despertar y descubrir que ya no está conmigo.

—Basta.

—¿Su personalidad? Es encantadora. Educada y amable. No te cansas de hablar con ella aunque no sepa ni lo que dice. Es graciosa y siempre atenta a todo lo que pasa a su alrededor. Es valiente pero siempre me ha necesitado para que la proteja y siempre he estado ahí. Pero ahora… —No me escucha cuando le pido que se detenga, solo sus lágrimas que llevan rato rodando por su rostro le obligan a parar—. Ya no puedo protegerla más.

—Jimin. Suficiente. Mírame. –Sin esperarlo me obedece y se limpia el rostro con la manta cansado de comer, cansado de hablar—. Vamos a dormir.

Me levanto y al ver que él intenta imitar mi gesto le detengo pasando un brazo por su espalda y otro por debajo de sus piernas para alzarlo en el aire y llevarlo conmigo hasta su cuarto.

—No es necesario que…

—Cállate ya. –Sorprendentemente me obedece si rechistar y se deja llevar por mí hasta su cama. Lo tumbo en ella y al intentar deshacerle de la manta se aferra a ella como si le fuera la vida en ello—. Déjame arroparte con otra cosa.

—Hazlo pero déjame esto aquí. –Asiento resignado por su cabezonería y voy al armario para sacar de él una manta gruesa encontrándome con cinco trajes bien colocados sobre sus perchas, bien planchados e impolutos que me hace cuestionarme qué clase de broma es esta. Miro las marcas sin que Jimin se percate de lo que hago y descubro que son mucho más caros que los míos.

Antes de que se ponga impaciente voy hacia él con una manta y se la tiro encima sin tocarle porque siento que puede romperse.

—¿Quieres que baje la persiana? Podrás dormir mejor. –Niega con la cabeza y me resigno a sentarme en el borde del colchón esperando que se duerma.

—Gracias por todo. –Dice en un susurro tímido.

—Ahora sí que estás enfermo. –Ríe con algo de esfuerzo.

—Puedes irte ya. No me moveré de aquí.

—¿Puedo quedarme hasta que te duermas? No me quedo tranquilo.

—Claro… —Suspira y gira su rostro descansando la vista. Comienza de nuevo a hablar con los ojos cerrados—. En ese cajón hay un libro. Sácalo.

Hago lo que me pide y nada más tenerlo en mis manos lo reconozco.

—Sun Tzu. El arte de la guerra. –Digo en alto—. ¿Te gusta?

—Sí. Lee. –Le miro algo confundido pero sin otro remedio lo abro por una página que está marcada y algo en ella destaca por estar subrayado. Leo algo sorprendido.

—Lo que parce confusión es, en realidad, orden; lo que parece cobardía es valentía; la debilidad, fuerza. –Termino de leer y le miro sonriendo. Él me mira por el rabillo del ojo sonriendo también. Sigo pasando las páginas y más frases conocidas me asaltan reconociéndolas como sus consejos de estos días—. ¿De aquí has sacado todo…? –No me deja terminar.

—Sí. No sabía que decirte el primer día que me pediste un consejo y pensé que esta sería una buena manera de pasar los días.

—Con razón no entendía nada. Es un libro de estrategia militar.

—Es más que eso. Como el propio autor defiende, estas técnicas se pueden llevar a cualquier ámbito de la vida. –Asiento—. Por tu culpa me has obligado a subrayarlo y a aprenderme una frase diaria.

—¿Yo? –Sonrío avergonzado.

—Ojalá pudieras saber todas las cosas que sé yo. –Sus ojos ya no se abren y su respiración se hace pausada. Se está quedando dormido por momentos pero aun sigue diciendo cosas que con los segundos se vuelven inconexas, tal vez con sentido dentro de su mente—. Pero este libro no sirve de nada. Cuando te dan un fusil, se te olvida todo. Incluso el motivo porque matas. Solo quieres vivir.

—¿Qué?

—HyeGun. Ella lo sabe todo pero no vivo por ella. Muero por ella. Mírala. –Su voz se va apagando hasta desaparecer—. Ella lo sabe todo. Y aun así me quiere. Ella lo sabe. Sabe dónde estoy. Sabe lo que hago por ella.

El silencio vuelve a llenar el espacio entre nosotros y no puedo evitar sentir un cosquilleo por todo el cuerpo al haberle oído delirar de esta manera. Hay tantas cosas que se acumulan en mi mente que lo único que hago es dejar el libro de nuevo en su lugar y salir de cuarto para recoger la comida que ha dejado sin terminar. Una vez estoy listo para irme entro de nuevo en el cuarto de Jimin y le dejo la botella de agua con las pastillas en la mesilla y me siento en el borde de nuevo para observarle una vez más.

Sus ojos ojerosos, sus labios agrietados y sus pómulos enrojecidos. Es tan débil, tan frágil que me compadezco de su estado. Quiero besarle pero no me detiene que me pillase la otra vez, sino que pueda pegarme la gripe que le reconcome por dentro. No quiero estar como él por lo que me limito a pasar mi pulgar por sus labios y disfrutar de la sensación pero el delicado sentimiento se desvanece cuando al hacerlo descubro un corte en él que antes no estaba. Me miro el dedo extrañado y en la yema encuentro una mancha de color carne.

—¿Maquillaje? –Pregunto a la nada porque Jimin sigue durmiendo inducido por la medicación. Paso mi dedo de nuevo en esa zona haciendo más evidente un buen tajo en su labio. Lo que creí que era agrietado por la enfermedad resulta ser un feo corte en la carne. Hago el mismo gesto en otras partes de su cara descubriendo moratones y más cortes muy bien disimulados.

Me levanto de inmediato sintiéndome enfurecido y entro al cuarto de baño para lavarme la mano del maquillaje pero al encender la luz me veo como antes, con un interruptor que no responde. Me creo autosuficiente como para manejarme sin necesidad de luz pero cuando algo de cristal cede bajo el peso de mi pie me descubro paralizado y completamente aturdido. ¿Qué pasa aquí?

Saco el móvil de mi bolsillo para utilizar la linterna de este y apuntando al suelo descubro bajo mi pie una jeringuilla algo parecida a la del hombre en las escaleras pero más pequeña y con una cruz roja que me indica que está sacada de un hospital. Entre toda la mugre del suelo es algo que llama la atención y me cuesta buscar una explicación a lo que veo por lo que quiero salir de aquí cuanto antes. Asciendo el móvil hasta el lavabo y el espejo sobre él pero retrocedo al ver mi imagen en el espejo. No es mi reflejo lo que me ha asustado, sino la sangre que me impide verlo.

Sangre, sangre por todas partes. Salpicones en el espejo, gotas que de él chorrean ya secas. La cerámica que debiera ser blanca ya no lo es. Está teñida del rojo más horrible que he visto nunca. Mi mano que no sujeta el móvil está tapando mi boca que se abre horrorizada por todos los instrumentos quirúrgicos a mí alrededor. Pinzas, bisturís. Todo ensangrentado y algunas agujas con hilo negro.

Salgo de ahí todo lo rápido que me permiten mis temblorosas piernas y me dirijo de nuevo al cuarto de Jimin para encontrarlo plácidamente dormido como si nada de lo que hubiese visto fuera real, pero lo es. Procurando no despertarlo le quito la manta de encima y luego la otra a la que tanto se aferraba. Veo su brazo enrojecido, marcado y cosido con un hilo negro de la forma más chapucera que he visto. Me atrevo a continuar y levanto su camiseta siendo testigo de la imagen más horrible que se me ha presentado jamás.

Cortes cubiertos con vendas, carne cosida, moratones, hematomas internos. Todo mi mundo se desploma y quiero explicaciones. Las exijo pero es mi cerebro quien controla mis actos y lo que este manda es cubrirle de nuevo y salir de ahí cuanto antes. Camino recogiendo mi mochila del salón pero antes de salir una de las maderas suena de diferente manera haciendo que mi pie ceda bajo su peso.

No tengo otra oportunidad. Quiero saberlo todo. Ahora.

Bajo al suelo, tanteo con mis dedos la madera que es de dos metros por uno y la levanto la cual se deja de una manera extrañamente fácil y descubro que está sujeta por dos bisagras. Muerdo mis labios cuando esta acaba por abrirse con un ruido fuerte y profundo que retumba en toda la casa pero la imagen ante mí, me preocupa mucho más.

Un complemento secreto donde me aterrorizan dos pistolas, un kalashnikov*, varias granadas de mano, y muchas clases de cuchillos y navajas diferentes. No quiero tocarlas y mucho menos llevármelas conmigo a ningún lado. Solo quiero salir cuanto antes y hacer como que no ha pasado nada a pesar de estar sintiendo mi corazón salírseme por la boca.

—¿Kook? –Mis ojos se alzan y me siento como si ya no hubiese vuelta atrás. Ya está, estoy muerto pero su rostro me dice otra cosa. Sus ojos adormilados siguen siendo esclavos de los analgésicos, su cuerpo se ve obligado a sujetarse en la pared y sus labios tiemblan, queriendo decir muchas cosas sin saber qué.

Yo no digo nada, me mantengo inamovible aun con una mano apoyada en el suelo y otra en el aire, sin hacer nada. He sido cazado y ahora siento que voy a pagar un duro castigo pero no es así. Veo poco a poco el cuerpo de Jimin desplomarse al suelo y hacer un fuerte sonido al caer. Sin poder evitarlo me levanto y me acerco a él comprobando que los medicamentos son más fuertes que su cordura y por eso, al fin, cae dormido.

Ahora es cuando realmente me cuestiono cuanto es lo que sé de este hombre en mis brazos y cuanto de todo lo que sé es cierto. A mi mente acuden muchas de sus palabras que se tornan, no con sentido, sino aún más misteriosas. Le dijo a Yoongi que no poseía armas. Me dijo a mí que estaba enfermo y me temo que esto no es gripe. Esto es algo mucho peor y se me ocurren mil causas por las que se encuentre en este estado pero no tantas para entender por qué no ha acudido a un hospital.

Este hombre no es el mismo que se presentó a mí en su primer día de trabajo. Aquel era fuerte, decidido, cabezón y maniático. Era ordenado y estricto a la par que atento y calculador. La persona inconsciente en mis brazos es un niño. Es la debilidad y la desesperación encarnados y envueltos en locura para intentar mantener esta insostenible situación. Es temeroso y vergonzoso. Inseguro y desconfiado tal vez porque su personalidad no le permita tener a nadie o porque guarda un secreto inconfesable.

Creo que me he lanzado con una venda en los ojos a esta aventura que me proporcionas, Jimin. Permíteme quitarme la venda pero prométeme que no moriré ante lo que me muestras.

 

 

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Esvástica: Una esvástica es una imagen con forma de cruz con los brazos doblados. La esvástica se ha utilizado a lo largo de la Historia, en diferentes lugares, apareciendo en varios contextos y con significados muy distintos. En heráldica también se llama cruz gamada, cruz cramponada y tetraskel. Característica de la bandera nazi.

 

Kalashnikov: El AK—47 conocido como Kaláshnikov en los países de habla hispana e inglesa es un fusil de asalto de gran envergadura (aprox. 4.3 kg de peso descargado), 7.62 mm de calibre y nombrado en plena segunda guerra mundial como el fusil oficial de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). La historia del AK—47 (Avtomat Kaláshnikova modelo 1947) comienza con la necesidad de un arma rápida, fácil de usar y de pocas probabilidades de encasquillamiento, pues en tiempos de guerra esto era un problema más común de lo que se cree.

 


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