CHOFER (TaeGi) - Capítulo 7
CAPÍTULO 7
Taehyung
POV:
El día transcurre lento y pesado pero es a la par algo que no puedo llegar a alcanzar con las manos es un humo denso y oscuro que se aferra en huir de entre mis dedos desdibujando pequeñas espirales hermosas y temibles.
Cuando llegué a casa a las casi cuatro y media de la mañana mi madre me esperaba en el sofá medio dormida pero despertó al instante en cuanto entré. En mi mente el recuerdo de un Yoongi borracho atormentaba mi pensamiento lo suficiente como para no poder centrarme en las palabras de mi madre. Lo agradezco por otra parte porque de haberla escuchado seguro que habría acabado enfureciéndome y retornaría de nuevo a la calle para librarme de sus palabras. Por el contrario me encerré en mi cuarto y me senté en el escritorio a la espera de mi madre se cansara. Me temo que me cansé yo antes que ella y me quedé dormido entre mis brazos cruzados.
Al despertar me atenazó un terrible dolor en el cuello. Un latigazo eléctrico que recorrió todo mi cuerpo. Haciendo un gran esfuerzo de voluntad me quité el traje y lo eché en la lavadora y me cambié para vivir un día sin Min YoonGi en mis horas. Cuando salí de mi cuarto, mi madre había desaparecido, supuse que estaría con su amiga dando un paseo y no pensé mal. Una nota adornaba la mesa del salón.
“He salido con SungLee. Vuelvo en una hora. Hoy no saldrás de casa, estás castigado.”
Me tomé sus últimas palabras a broma aunque supe que hablaba en serio porque si no me lo tomo como algo gracioso y divertido tal vez cogiera la puerta y desaparecería.
A pesar de todo no salí de casa no porque ella lo dijera sino porque haber trasnochado mató mi cuerpo y sentía esa densa nube negra que intenté afanar con mis dedos dentro de mi pecho, incitándome a caer y desmoronarme. Pasé la mayor parte del día en mi cuarto haciendo cualquier cosa con tal de no cruzarme con mi madre y mantener una conversación absurda con ella.
Jungkook me llamó para salir a dar una vuelta pero tras repetirle cinco veces que anoche estuve fuera hasta tarde desistió y me dejó en paz.
A las doce de la noche, caí rendido en la cama pero mi ansiado sueño no duró todo lo que me hubiera gustado porque me desperté con el sonido de mi móvil en la mesilla al lado de mi cama y salté de golpe a contestar sin ni siquiera fijarme en el nombre de la llamada entrante.
—¿Sí? –Digo con voz grave y adormilada. Un extraño silencio envuelve la línea y si hago un esfuerzo puedo escuchar el sonido de una respiración—. ¿Quién llama a estas horas? –Pregunto enfadado.
—¿Tae? –Una voz quebrada se deja oír al otro lado. Apenas ha sido un susurro pero he conseguido entender mi nombre.
—¿Quién es?
—Taehyung, ven a buscarme.
—¿Señor Min? –Retiro mi teléfono de mi rostro para ver su nombre escrito en la pantalla. La luz me deslumbra pero consigo verlo claro.
—Tae, necesito que vengas. –Su voz se oye un poco lejos y cansada. Pareciera que le cuesta hablar.
—¿Está bien, señor Min? ¿Dónde está?
—En el Éxtasis. Séptima planta. –La línea se cuelga y me incorporo en la cama para mirar mi móvil con la llamada finalizada. Suspirando me levanto de inmediato y me pongo unos vaqueros ajustados rotos en las rodillas y una sudadera negra con el logotipo de la marca de café Starbucks* en color blanco. Antes de irme, me calzo unas botas beige.
Salgo por la puerta de casa sintiendo débiles mis piernas por la falta de costumbre al caminar a estas horas de la mañana y cuando mis mejillas chocan con el frío de la noche todo mi cuerpo sufre un involuntario escalofrío que me obliga a caminar a un paso ligero por miedo de sucumbir a la tentación de regresar a mi casa.
La suerte está de mi parte cuando veo el autobús sobrepasarme y llegar a la parada y salgo corriendo para conseguir alcanzarlo. El conductor ya acostumbrado a mi rostro me saluda con un movimiento de cabeza y me cobra el trayecto. Me siento en uno de los asientos traseros y me acurruco con las manos en el bolsillo central de la sudadera para soportar el viaje de la mejor manera posible.
Vivo en el centro de Seúl pero a estas horas y en un viernes, no veo demasiadas personas circulando por las aceras, por no hablar de coches. Las cinco de la mañana en un otoño friolero no me parece la mejor hora para estar en las calles pero no puedo decir nada porque yo me he visto obligado a acompañar a la noche en su descenso al día.
Llego antes de lo que esperaba al almacén y cuando subo al coche un repentino sentimiento de crispación me corroe. Arranco esperando que desaparezca pero durante todo el trayecto que me marca el GPS no paro de revivir la débil voz de Yoongi en mi mente. Si pudiera hubiera grabado la conversación para que me acompañara todo el camino y pudiera encontrar en ella una razón para su estado. ¿Qué debe de haber sucedido tan malo para que me llame a tan altas horas de la mañana? Su dulce fragancia a mi lado envolviendo mi cuerpo me hace todo aún más difícil porque no solo no me ayuda con mis pensamientos sino que se empeña en no dejarme pensar con claridad.
Cuando estoy a doscientos metros la luz que el edificio desprende es fascinante y me siento como una pequeña polilla atraída por la luminosidad del precioso monumento. Las paredes en su mayoría son cristaleras que dejan traslucir todo el mundo interior que contiene. En las plantas se mezclan salas de juego tanto de apuestas como simples y pequeños inocentes pasatiempos hasta discotecas, salas de cine. Restaurantes. Bares. Salas privadas.
Aparco el coche en el primer sitio que encuentro y cuando salgo compruebo que es como un gran imán que atrae a las personas porque solo a su alrededor encuentro alguna que otra persona esparcida entre la nada. A ambos lados de la calle no se encuentra a nadie más que a mí corriendo para entrar en el edificio. Cuando al fin me veo dentro busco un ascensor que me conduzca a la planta siete. Rápido se me presenta uno y entro sintiendo como todo el tiempo que estoy dentro sin inmutarme se me hace eterno. Con el pie doy golpecitos en el suelo y mis manos sujetan el borde de la manga de la sudadera.
Las puertas se abren lentamente dejándome en un pasillo en tinieblas. A un lado las paredes son cristaleras que muestran la gran amplitud de Seúl. Otros edificios tan altos como este se hacen imponer y los pequeños se intimidan. Al otro lado, puertas de donde sale música y de algunas, el humo de varios cigarrillos. Son salas de karaoke. Camino un poco conduciéndome por la poca luz que sale del cuadrado de cristal que muestra de manera borrosa el interior de las salas y miro dentro de ellas con un poco de discreción buscando en ella a la persona que me ha conducido hasta aquí. Rezo para que siga dentro del edificio porque si no, no lo encontraré jamás.
Sigo caminando hasta doblar la esquina y seguir pasillo adelante pero un cuerpo, sentado en el suelo y apoyado en la pared de cristal me hace detenerme y le miro identificándolo claramente a pesar de su deplorable estado.
—¿Señor Min? –Pregunto y veo como hace un tremendo esfuerzo por alzar su rostro y mirarme. No me contesta dando por respuesta la imagen de su rostro. Vuelve a dejar caer su cabeza y me acerco a él para ponerme de cuclillas a su lado—. ¿Está usted bien? –Niega con la cabeza mientras se muerde los labios. Los tortura durante el minuto que está en silencio y acaba sacando fuerza para decir unas débiles palabras.
—Sácame de aquí.
—Claro, señor. –Sujeto uno de sus brazos y lo levanto no con mucho esfuerzo pero sí con cuidado y delicadeza y lo paso por mis hombros para que se sostenga en mí. Ayudándole a caminar rodeo su pequeña cintura con mi brazo y ambos nos encaminamos al ascensor. Sus pasos no son lentos pero sí torpes. Al buscar la causa es que apenas abre sus ojos, su ceño fruncido se lo prohíbe y sus manos forman dos puños reteniendo nada en su interior.
Su olor dulce ha desaparecido. Su cuerpo, débil y frágil ya no es el mismo que vi la noche en que las cámaras le violaban. No es el mismo que se presentó ante mí el primer día con una dorada alfiler en su corbata. Se asemeja al YoonGi que abandoné en su casa, mellado por el alcohol, pero ojalá fuera ese en todo su esplendor porque lo que hoy está a mi lado no es más que la degradación de un Yoongi alterado por la graduación de un par de copas. Está irreconocible.
—Señor Min. –Le digo cuando estamos en silencio dentro del ascensor—. Sé que no debo inmiscuirme pero me gustaría saber qué ha ocurrido para poder ayudarle en lo que esté en mi mano.
—Tienes razón, no te inmiscuyas. –Dice con los dientes apretados mientras todo el peso de su cuerpo se apoya en mi hombro. Soy consciente de que depende de mí, de que si le soltara, no podría regresar a casa, no al menos por su propio pie. No me costaría nada regresar sin él más de lo que me ha costado venir. Yo lo sé y él lo sabe. Y ambos sabemos que está en mi deber laboral y moral, llevarle de vuelta a su casa.
—Sí, señor.
Aquí encerrados puedo notar más claramente su olor. Tabaco y alcohol, básicamente. Un olor fuerte y cansado. Pesado y acaparador de mis sentidos. Que ha bebido está claro. Que ha fumado, eso también.
Salimos a la calle y cuando el silencio del mundo exterior nos golpea sus pasos se hacen más lentos y pesados. Camina casi arrastrándose y llega un momento en que se suelta de mi agarre y camina sujetándose a la pared del edificio para quebrar su cuerpo y vomitar un líquido con color amarillento y pastoso. Su olor es desagradable pero no me importa acercarme a él y sujetar su espalda por miedo de que su cuerpo le venza por el cansancio. La mano que está sobre el muro de piedra gris se ve muy blanca en comparación. Blanca y brillante. Casi como el azúcar. Su piel, parece compuesta de pequeños cristalitos blancos de azúcar pero por hoy, no es dulce.
A los cinco minutos, aproximadamente, su cuerpo deja de producir vómito y se incorpora de nuevo mientras cubre sus labios con el brazo y se limpia con la tela de la chaqueta de su traje. Apoya por unos momentos la espalda en la pared para mirarme directamente a los ojos. Ahora parece mucho más lúcido que antes y juraría que sonríe.
—Siento que hayas tenido que ver eso. –Me dice con ojos entrecerrados y quitándose la chaqueta sucia de encima. Por su sien recorre una gota de sudor en busca de una salida.
—No importa. –Le digo sincero. Me encojo de hombros y me gustaría insistir en ir al coche pero temo que le de otro arrebato y vomite de nuevo—. ¿Se encuentra mejor? –Asiente suspirando.
—No ha sido una noche muy agradable.
—Lo siento. –Interno de nuevo las manos en el bolsillo de la sudadera. Su respiración es fuerte y cansada y puedo ver como la camisa blanca se mueve al compás de su pecho. Sigue sin pasar gente por la calle.
—¿Sabes que es lo peor? Que sabía cómo iba a acabar esto. –Me dice simplista—. Pero no he podido evitarlo.
—Vaya… —Miro a todos lados un poco nervioso.
—Venga, vámonos a casa. –Suspira y se acerca a mí para apoyar su brazo sobre mis hombros no muy seguro de que sus piernas le aguanten. Yo tampoco me confío así que le rodeo de nuevo la cintura con mi brazo mientras en su mano porta la chaqueta manchada. Camina mejor, más ágil y rápido pero en su rostro se puede ver claramente que puede desfallecer en cualquier momento.
Cuando ambos estamos ya dentro, pongo el coche en marcha y nos llevo de nuevo a la casa de Yoongi. El camino es largo y lento. La noche nos rodea sin remedio y me dejo llevar por ella hasta que la voz de Yoongi me saca de mis pensamientos.
—Perdona por haberte hecho salir de la cama tan tarde.
—No hay problema. Es mi trabajo. –Asiente.
—No debería ser el trabajo de nadie recoger a un borracho y verle vomitar. –Miro su rostro que se avergüenza de sus propias palabras.
—Me pagan bien. –Digo divertido y acaba sonriendo. El sonido de su risa perdura en mi mente como la mejor canción que ha escrito.
—No vienes en traje. –Dice observador.
—Lo siento. Lo he echado a lavar y como no tenía que trabajar, pues…
—No me importa. –Me escruta de arriba abajo—. Te ves muy bien así. –Mis mejillas arden—. ¿Te gusta el café?
—Sí, señor. –Me paro en un semáforo casi a las afueras. Miro a todos lados y siento una gran tentación de pisar el acelerador y saltarme todos los semáforos porque soy el único coche a la redonda en circulación. Me hacen perder el tiempo de una manera muy estúpida.
—Starbucks. –Lee—. A mí no me gusta. –Se encoge de hombros. Yo no contesto por más tiempo porque no me siento en el ánimo como para mantener una conversación después de lo que ha sucedido pero parece que él sí—. ¿Qué es Ítaca? –Otra vez no, por favor—. He pensado toda la vida que es la felicidad. Que hay que llegar a la felicidad. Pero no. Estaba equivocado. Es la muerte. Hay que llegar. No, hay que asumir que llegaremos algún día. Hay que tener fe. Pero mientras tanto, hay que disfrutar de la vida.
—Puede ser.
—Pero, ¿qué pasa si buscas la Ítaca con tanta fuerza que te olvidas de vivir pensando que allí encontrarás la felicidad? ¿Qué pasa cuando te chocas de cara con la playa de Ítaca y te das cuenta que te has saltado la historia completa? Ulises vive mil aventuras pero mi historia comienza cuando piso de nuevo las arenas de Ítaca. –Mientras habla no me mira. Mira el cristal donde se ve reflejado.
—¿Por qué pregunta eso, señor?
—No lo sé. –Dice pero evidentemente me está mintiendo —. Solo lo pienso y lo digo. Punto. –Se deja caer en el asiento—. Llévame a Ítaca.
—¿Ahora? –Pregunto mirando su rostro.
—Sí. Ahora.
—No puedo señor. Vamos a su casa.
—Prométeme que me llevarás un día. –Me mira con ojos suplicantes. Asiento sabiendo con certeza de que mañana no se acordará de nada—. ¿Crees que allí me conocerán como ídolo? ¿Seré famoso allí?
—No lo sé, señor.
—Posiblemente no. –Hace un puchero mientras piensa.
—Estamos llegando. ¿Necesita que le ayude a algo más? –Le pregunto cuando veo su urbanización a lo lejos—. Niega con la cabeza mientras recoge su chaqueta y se asegura de que su móvil y sus pertenencias están todas en su sitio.
Cuando llegamos a la puerta de su casa sale y le veo rodear el coche apoyándose en la carrocería. Frunzo el ceño porque su rostro, a la luz de la luna, se ve mucho más deteriorado de lo que veía dentro del coche. No me muevo ni un ápice y cuando está cruzando la verja de metal no llega a traspasarla porque se agarra de ella y se dobla sintiendo un repentino ataque de tos.
—Yoongi… —Salgo del coche llamándole y acudo a su lado para darle pequeños golpecitos en la espalda ayudándole con la tos. A los minutos se detiene y no ha sido una tos normal. Pareciera que le faltaba el aire. Se incorpora de nuevo y me mira unos segundos pero sus ojos están tan cerrados que dudo que pueda enfocarme en su vista. Su cuerpo ha perdido las fuerzas y se deja caer sobre mi pecho. Su cabeza se amolda con fascinante facilidad sobre mi hombro y sus manos se aferran a mi sudadera para no perderse en el suelo—. Yoongi, ¿estás bien? –Niega, con su rostro en una mueca de dolor, y le conduzco dentro de su casa.
Abrimos la puerta entre los dos y cuando paso dentro la oscuridad me sobrecoge. Las cortinas están corridas, las ventanas cerradas y se respira un aire muy pesado como si no se hubiera abierto la casa por semanas. No soy nadie para juzgarlo por lo que me limito a subir las plantas necesarias hasta su cuarto que ocupa toda la azotea. Aquí la oscuridad es incluso más evidente porque ni siquiera puedo guiarme por una ventana. La única luz que entra es por una pequeña abertura cristalizada sobre el colchón. No es de mucha ayuda porque es de noche pero al menos es mejor que nada.
Por el camino a la cama me tropiezo con pequeñas cosas que se interponen en el andar de mis pies. Alguna prenda de ropa tirada, algún libro, cosas que incluso no sé que son. No tardamos mucho y cuando llego se dejar caer en el colchón.
—¿Puede cambiarse de ropa? –Ríe de mis palabras—. ¿He dicho algo gracioso?
—Ahora me has vuelto a tratar de usted. –Ríe más fuerte—. Antes me llamaste por mi nombre. –Suspiro cansado.
—Iré a preparar una taza de manzanilla. Por favor, cuando regrese espero que se haya cambiado.
—Hum. –Asiente y se incorpora a duras penas sobre el colchón pero yo bajo a la cocina para preparar lo que le he dicho. Cuando estoy en medio de ella busco por los armarios una taza y la primera que encuentro es una blanca con el dibujo de kumamon* en la cerámica pintado. Sonrío yo solo y por no buscar una más adecuada la lleno de agua y la meto en el microondas buscando infusiones.
Cuando tengo la manzanilla lista la cojo junto con un poco de papel de cocina y subo las escaleras encontrándome a un YoonGi con pijama negro sobre el colchón y su espalda en el cabecero. Le dejo la taza en la mesilla y le miro de arriba abajo como hace él conmigo. Meto mis manos nerviosas dentro de la sudadera.
—Bueno… —Digo suspirando—. Si no necesita nada más me voy. –Me giro pero sus palabras me detienen antes de que llegue a las escaleras.
—Gracias Taehyung. –Mi nombre en su voz es muy meloso. Sus ojos me miran penetrantes.
—De nada. Cuídese.
Salgo a la calle cerrando detrás de mí y cuando me meto en el coche el sonido del motor ya no es tan reconfortante como antes. Son casi las siete de la mañana. Por hoy, no dormiré más.
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Starbucks: Es una cadena internacional de café fundada en Seattle, Washington. Es la compañía de café más grande del mundo, con aproximadamente17 800 locales en 50 países. Starbucks vende café elaborado, bebidas calientes, y otras bebidas, además de bocadillos y algunos otros productos tales como tazas, termos y café en grano. También ofrece libros, CD de música, y películas.
Kumamon (くまモン): Es la mascota oficial de la prefectura de Kumamoto (Japón). El personaje fue creado el 5 de marzo de 2010 por el diseñador Manabu Mizuno para una campaña turística del gobierno de Kumamoto, con la que pretendían atraer visitantes gracias al nuevo tren de alta velocidad Kyūshū Shinkansen. Kumamon es un oso negro y su nombre es un juego de palabras entre la región y el término «oso» en japonés (クマ, kuma). No obstante, el oso no es característico de la prefectura.
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