CHOFER (TaeGi) - Capítulo 6
CAPÍTULO 6
Taehyung
POV:
Mi teléfono suena con una canción infantil y vergonzosa que me indica que estoy recibiendo una llamada. Saco mi móvil del bolsillo y me lo llevo a la oreja.
—¿Voy? –Le pregunto mientras bajo el volumen de la música en la radio del coche.
—Sí. Te espero fuera. No tardes—. Arranco el coche y me conduzco con él de nuevo por las calles de Seúl hasta la puerta de aquel edificio donde horas atrás le dejé. Mis ojos ya están cansados pero me he mantenido despierto a base de cafés de un bar cerca. Cuando se ha visto obligado a cerrar me ha echado fuera como a un perro ebrio a sabiendas de que no he tomado ni gota de alcohol.
Tras pasar hora y media dentro del coche han dado las dos de la mañana y me ha llamado Yoongi para que vaya en su busca. A estas altas horas aun hay personas circulando por las calles, coches conduciendo, algunos un poco descuidados porque a su volante irá un borracho que acabará provocando un accidente. Resignado y sin más opción regreso al edificio y ya en la entrada veo a Yoongi firmando autógrafos a un grupo de tres chicas que al parecer pasaban por delante ya que van con ropas informales. Las niñas no tendrás más de dieciséis años.
Yoongi, nada más reconoce su coche se despide de las chicas y se encamina dentro cerrando y subiendo ventanas y cerrando la capota. Por lo que veo no tiene mucho ánimo de fumar ahora.
—¿Le llevo a casa? –Le pregunto aunque entiendo que no es necesario.
—No. –Contesta suspirando y arrancando una sonrisa en su rostro.
—¿No? Es tarde… —Le digo.
—No me importa. Quiero beber. Llévame a un bar que esté abierto.
—¿No lo ha pasado bien en la fiesta?
—En esas fiestas uno nunca se lo pasa en grande. Siempre hay que moderarse y guardarse las apariencias. No es divertido.
—Bien. Puedo llevarle al Éxtasis. –Este es un gran edificio en el centro de Seúl dedicado a la diversión, no sexual, sino ludópata, alcohólica, incluso hay salas de karaoke y cosas similares. Sus tarifas son de todo menos baratas así que dada su posición supongo que podrá permitírselo.
—No, no. Nada de eso. –Niega en rotundo haciendo movimientos bruscos con la cabeza y las manos. Algo me dice que ya ha bebido algo en la fiesta—. Quiero ir a un bar sencillo. De esos donde hay una camarera coja y una barra grasienta.
—No conozco ninguno en esas condiciones pero puedo llevarle a uno más sencillo aun.
Hace algunas semanas, antes de empezar con este trabajo Jungkook insistió en que le acompañara a un bar pasadas las once. No me gustó la idea y aunque no disfruté de la experiencia él parecía muy feliz de haberme hecho salir de mi mundo para explorar otros lugares fuera de mi zona de confort.
Durante todo el trayecto recé para que estuviese aún abierto y así era. Las luces de neón brillan describiendo las palabras “Bar el Recuerdo” en colores azul y rosa llamativos. Aparco justo en la puerta donde hay un espacio vacío y espero a que Yoongi baje pero como al abrir la puerta se detiene y me mira frunzo el ceño.
—¿Qué haces? –Me pregunta y yo miro a todas partes pensando que tal vez haya hecho algo mal.
—¿Hum?
—Baja. Vamos dentro.
—¿Yo también? –Pregunto nervioso no por exceso de excitación sino por miedo. No me gustan estos sitios.
—Claro. No me gusta beber solo, es muy patético. –Suspiro y salgo del coche cerrándolo detrás de mí. El cuerpo esbelto y delgado de Yoongi me espera para entrar juntos y bajamos las escaleras del bar que se sitúa en un sótano con poca iluminación. El sonido dentro es agradable porque un pianista toca una melodía de Jazz pacífica y amigable que no sé si pega con el ambiente un poco lúgubre que se respira. La iluminación es deprimente y el olor no desagradable pero tal vez se deba a que lo camufla Yoongi a mi lado.
Muy decidido se acerca a la barra y llama la atención de un camarero que deja un vaso a medio secar para atendernos.
—Un vodka rojo con hielo y para mi amigo… —Me señala pero yo niego con manos y rostro al mismo tiempo.
—Nada, no quiero nada.
—¿Cómo que no? –Mientras Yoongi me convence, o al menos lo intenta, el camarero atiende primero su comanda vertiendo en un vaso alto un líquido rojo que me recuerda al jarabe que mi madre me daba cuando tenía fiebre.
—No bebo alcohol. Es más, aunque no lo beba, tampoco debería, estoy conduciendo. –Me mira de hito en hito.
—¿Ni siquiera una cerveza? Me gusta que me acompañen cuando bebo. –Suspiro
—No sé, señor Min.
—Yo invito, idiota. Vamos. –Se anima él solo y al camarero le pide una cerveza Heineken de mi parte. Suspiro resignado convencido de que no pasará nada.
Cuando tenemos nuestras bebidas me conduce a la parte más alejada del pianista por lo que entiendo que no debe gustarle el tipo de música que interpreta. Cuando nos sentamos produce de sus labios un gemido y se acomoda en la silla recordándome a un anciano al dejarse caer en un asiento. Yo sujeto la cerveza en mis manos.
—Me gusta este sitio. –Dice asintiendo y mirando a nuestro alrededor. Hay una pareja sentada en una mesa como la nuestra unos cuantos metros más alejados. Un hombre solo escuchando el piano y dos hombres sentados en la barra.
—A mí no mucho, señor.
—¿No? –Pregunta sorprendido e incluso diría que decepcionado y enfadado—. ¿Entonces por qué me has traído aquí?
—Me pidió un bar normal y sencillo. Esto es lo único que conozco. –Me mira durante unos segundos y da un trago a su copa. Primero hace que sus ya de por sí pequeños ojos desaparezcan en una mueca de dolor pero luego suspira sonriendo.
—Ya veo. No eres mucho de salir. –Mira mi cerveza señalándola con la mirada. Yo doy un sorbo terriblemente desagradable—. Seguro que eres de esos que prefieren quedarse en casa leyendo o pintando o…
—No señor. –Niego con la cabeza—. No leo. Y tampoco se me da bien pintar.
—No fumas, no lees, no bebes, no pintas, no escuchas música… ¿Qué hay de ti que merezca la pena? –Abro la boca dispuesto a contestar algo. Sé que algo hay pero cuando estoy dispuesto a decirlo parece desaparecer, convertirse en humo y retrotraerse en mi mente hasta el olvido. Acabo cerrando de nuevo los labios y los ocupo bebiendo de nuevo—. Ya veo… —contesta simple—. Si no eres aficionado a leer deberías comenzar ya. –Me mira sonriendo mientras yo frunzo el ceño—. Con este trabajo que tienes tendrás mucho tiempo libre que puedes aprovechar.
—Tal vez. –Digo sin más y la música se detiene durante un minuto para comenzar de nuevo una canción diferente, aun más lenta.
—¿Sabes lo que es Ítaca? –Me pregunta de nuevo como si no recordase que me lo preguntó el primer día que nos conocimos.
—Una isla de Grecia. –Digo simple—. Donde Ulises quería regresar. –Niega con la cabeza.
—Kavafis hablaba de Ítaca como el lugar a donde nos conduce la vida. Y él desea que el camino sea largo, intenso, que aprendamos de él porque no debemos obcecarnos en llegar cuanto antes sino en llegar felices y habiendo vivido muchos años.
—Entiendo. –Digo aunque mienta.
—No lo entiendes. Aún eres joven. –Niega con la cabeza y da otro trago a la bebida.
—Solo soy dos años menor que usted, señor. –Se encoge de hombros.
—Yo siento que ya llegué a mi Ítaca.
—¿Ha sido un buen camino?
—No. Apenas me he dado cuenta ya no hay camino. Lo he recorrido y apenas tengo veinticinco años.
—Aún tiene una larga vida por delante. Como usted dice, es muy joven.
—Soy joven y ese es el problema. A veces me siento como que de un momento a otro la tierra se abrirá bajo mis pies y me consumiré porque he vivido demasiado intensamente durante pocos años y debo pagar mi deuda con años reales.
—Lo dice como si vivir intensamente fuese algo malo.
—Es un círculo vicioso muy tentador. Cuanto más pasa el tiempo más sientes el deseo de exprimirlo al máximo pero cuanto más lo haces más rápido parece que pasa el tiempo y más quieres aferrarlo con fuerza.
—Son palabras muy sinceras. –Reconozco.
—Lo son. A veces echo en falta salir con amigos, ir a una escuela normal, que me inviten a fiestas normales de gente de mi edad.
—Le entiendo.
—No, yo jamás fui a una escuela normal porque estudié baile, música y arte desde pequeño. Debuté a los doce y hasta hoy, no conozco más que las cámaras.
—Yo dejé la escuela a los dieciséis y desde entonces no he hecho otra cosa que no sea trabajar.
—Vaya, así que sí puedes entenderme. –Su sonrisa es picaresca pero sincera. El alcohol acaba por hacer mella en su mente y pierde toda expresión para sumirse en el vaso con líquido rojo frente a él. Se mantiene así hasta que ya no queda una sola gota de vodka y se ve obligado a levantarse—. Llévame a casa.
—Sí, señor. –Le acompaño hasta que cierra la puerta por miedo a que se desplome o algo parecido pero físicamente no le noto carencias. Es en su expresión, donde la falta de sensibilidad le ha golpeado.
Entro con él en el coche y le pido que se ponga el cinturón pero al parecer no me escuchar y me veo obligado a abrochárselo yo teniendo que estirar mi cuerpo hasta poder alcanzar la cinta negra. Presiono sin querer su cuerpo con el mío unos segundos en los que soy capaz de oler su perfume dulce aún presente en él. Le miro a los ojos mientras me mantengo aun alcanzando el cinturón y me mira inmóvil, latente a cualquier acto por mi parte que le parezca incorrecto. Nada parece molestarle más que mi simple presencia que persigue con los ojos hasta que consigo abrocharle y arrancar el coche.
Llegamos a su casa tras veinte minutos de viaje en unas carreteras un poco más desiertas. Él no parece ser consciente de ello hasta que no acaricio suavemente su brazo haciéndole dar un respingo. Me mira primero a mí y luego a su entorno. Sonríe nervioso por su leve ausencia y sale del coche. Aun sin estar seguro salgo yo también y le detengo a medio camino de su jardín.
—Señor Min. –Se gira para mirarme—. ¿Estará bien?
—Sí. No te preocupes. –Hace el amago de girarse pero parece recordar algo y me mira de nuevo—. Se me olvidaba. Mañana no tengo que ir a trabajar. Me han dado el día libre por lo de la presentación de mi nuevo álbum y me sustituirán. –Sonríe nervioso—. Mañana descansa y lee un poco. Te hará bien.
Tras decir
eso le veo entrar poco a poco en la casa y cierra detrás de él dejándome en
medio de una inquieta oscuridad a las cuatro de la mañana.
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