ARTES OSCURAS - Capítulo 1

 

Capítulo 1


JungKook POV:


Algo que odio de la biblioteca de este colegio es no su amplio repertorio de libros que no me interesan en absoluto sino que la mayoría de las personas se toman este lugar como un patio de colegio donde venir a charlar y comentar lo que ha sucedido en el día para tan solo no dejarme estudiar. Que tampoco es algo del todo cierto, no estoy estudiando sino divirtiéndome igual que el resto pero con mis cosas personales. Cosas que no debería exhibir frente a otros alumnos y menos arriesgarme a que algún profesor me encuentre, pero mi fanatismo se ha vuelto tal, que me importa bien poco lo que puedan hacerme.

Dado que es bien entrado el invierno fuera, aquí dentro se acumula la gente en pequeñas manadas o rebaños en los que se aglutinan poco a poco más personas o se dispersan para ser ocupados por otros. A mi alcance hay dos grupos sentados en la misma mesa repletos de gente de Gryffindor y Hufflepuff. Juntos y mezclados, sin importarles en absoluto que sean rivales. Sin importarle lo más mínimo que entre ellos surjan amistades o relaciones. ¿A qué la división si al fin y al cabo todos tenemos las mismas debilidades?

La separación. Desde el primer día en el que pisamos este colegio nos vemos subordinados a la elección de un sombrero para convivir eternamente en una de las cuatro casas tan solo por su propio criterio, y sin duda no me parece lo más acertado. Me pregunto cuáles de todas mis facultades tuvo en cuenta para asignarme a Gryffindor en vez de alguno de los otros tres. Estar en esta casa me ha permitido hacer amigos que probablemente de no convivir con ellos, ni siquiera les hubiera prestado atención, pero no es algo que me haga sentir orgulloso y no alcanzo a comprender el porqué de su decisión. Mis padres son muggles, y antes de recibir la invitación de la escuela Hogwarts, ellos ni siquiera eran conscientes de las limitaciones de lo real y lo fantástico. No sabían hasta qué punto yo podía sorprenderles, ni siquiera yo mismo lo sabía y tal vez hayan sido mis circunstancias las que me han obligado a ver este mundo con perspectiva.

El resto de mis compañeros, o al menos la gran mayoría, ha soñado desde joven con una de las cuatro casas, siempre ha deseado estar en la que residían sus hermanos o familiares, en donde ellos se sintieran más identificados, o simplemente, malogrados, no pudieron tomar la decisión. Al fin y al cabo nadie tiene la última palabra más que el sombrero seleccionador pero al fin y al cabo, todos tenemos preferencias y a mí me hubiera encantado tomar partido en la decisión. No pude, pues cuando me dieron el uniforme correspondiente a mi casa, apenas sabía aún qué otras opciones me quedaban.

Han pasado tres años desde que resido en la escuela y ha pasado el tiempo suficiente como para que le haya dejado de dar importancia a la casa a la que pertenezco pues he podido comprobar que somos de alguna manera los más privilegiados, siempre en primer lugar, siempre nos nombran los primeros. Lejos de sentirme orgulloso, me repugna. Tampoco me veo obligado a entablar conversaciones con otras personas de otras casas. Solo tengo un amigo y afortunadamente, de mi propio equipo.

–¡Kookie! –Mi compañero llega saltando, divertido y animado mientras se deja caer en el asiento delante de mí al otro lado de la mesa. Trae en su hombro una mochila que deja caer sobre el suelo. Mi amigo Taehyung, dos años mayor que yo, siempre está revoloteando a mi alrededor buscando divertirse y entretenerse. No es un chico muy sociable a pesar de su apariencia extrovertida. Simplemente un chico tímido.

–Hyung, ¿cómo estás? –Le pregunto sin apartar los ojos de mi libro en las manos. Las palabras de este son mucho más interesantes de las que TaeHyung pueda proporcionarme.

–Bien, Kookie, muerto por las clases… ¿Tú? ¿Ya se acercan tus exámenes? –Me pregunta y alzo el rostro a la nada siendo consciente por primera vez en mucho tiempo de que tal vez si se acercan a una velocidad descontrolada.

–Puede ser…

–¿Cómo que puede ser? –Ríe de mi despreocupación pero siendo él ya plenamente consciente de mi total indiferencia a su persona, mira mis manos en el libro sobre la mesa y me lo arrebata interrumpiendo mi lectura.

–¡Hyung! –Le grito pero él ya lo ha cogido y lee las frases de las páginas totalmente fuera de contexto y necesita leer el título en la portada para saber qué diablos me interesa tanto. Por desgracia es ya lo que se esperaba y su expresión entristece a la par que se decepciona.

–Enfrentarse a lo indefinible. –Lee el título en alto–. ¿Otra vez con estas cosas, Jeon? ¿No me escuchaste el otro día?

–Déjame en paz, hyung. ¿Tan malo es leer? –Le arrebato el libro y vuelvo a colocármelo de frente en la mesa pero ya no me interesa lo más mínimo y resoplo exasperado.

–¿No habrás entrado otra vez en la sección prohibida? –Le aparto la mirada–. No me jodas, Jeon…

–He sacado este. –De entre los papeles en la mesa extraigo un pequeño manual de conjuros de magia negra–. Conjuros y pociones.

–Oh, Jeon… ¿Por qué lees estas cosas? Ya estudiarás defensa contra las artes oscuras en clase, como todos…

–Pero no lo entiendes, hyung. Yo no quiero defenderme contra algo que no conozco. Primero tengo que conocer a qué me enfrento. –Como siempre me aparta la mirada exasperado y resopla cruzándose de brazos. Tanto él como yo sabemos que mis palabras son una mera excusa para esconder mi verdadera curiosidad por el tema. Hemos discutido el tiempo suficiente sobre ello como para habernos dado cuenta sin necesidad de decirlo.

–¿Qué clase de pociones hay en ese libro que no te vayan a enseñar en clase? –Pregunta altivo y yo, con una gran sonrisa abro una de las primeras páginas emocionado.

–Poción del sueño real. Puedes hacer que una persona sufra físicamente todo lo que en un sueño le ocurra. Si en un sueño se cura de una enfermedad, en la realidad le sucederá. Si en un sueño muere, él morirá. Esta poción puedes mezclarla con un hechizo, que por ejemplo te ayude a controlar el sueño o puedas interferir en él.

–Eso es horrible. –Me dice pero yo no veo la parte mala–. Puedes matar a una persona en su sueño y matarla en la realidad.

–Hyung, tienes tendencia a ver el lado negativo de todo. –Le digo pero me aparta la mirada.

–Si quieres aprender pociones solo tienes que esperar…

–No me mientas hyung, ya he leído los libros de pociones de tu curso y son mierdas insignificantes. Filtro de la Paz: Calma la ansiedad y el nerviosismo, Poción magnatus: Concede al que la bebe poder tener una fuerza física sobrenatural como para poder levantar objetos muy pesados. Poción de la Memoria: Ayuda a recordar.

–Son útiles. –Me dice ofendido porque esta es una de sus asignaturas favoritas.

–Mamadas. –Abre sus ojos y yo sonrío por su facilidad para ofenderse. Mientras se recompone, rebusco en los papeles de la mesa para obtener el periódico El Profeta y lo abro para cubrir con él la mayoría de las cosas en la mesa. Rebusco entre las páginas la que tengo ya marcada con antelación y en ella veo la imagen en movimiento del mago Park Jimin. Se la muestro.

–¿Qué es? –Nada más ver la imagen se escandaliza–. ¡No, Jeon! ¡Otra vez esto no!

–Mira hyung, léelo. Ha vuelto a hacerlo. –Para su desgracia, le hago leer el comentario.

El mago y antiguo estudiante de Hogwarts en la casa Slytherin, Park Jimin, ha vuelto a abrir su escuela personal de magia negra para todos los estudiantes malogrados que quieran especializarse en la materia. Tras dejar la escuela hace cuatro años, abrió su primera academia “Veneno de serpiente” de forma ilegal y atentando contra el ministro de educación tan solo con fines económicos y a costa de la educación del mundo de la magia. Tras que el ministerio de magia le cerrara la academia tras un juicio de varios meses, el joven mago ha vuelto a salirse con la suya apoyado por varios altos cargos del ministerio que tal vez hayan sido sobornados o bien convencidos a la fuerza.

Esta segunda academia se llama “Veneno de serpiente II” y se localiza en el nº 28 de El callejón de la epidemia. A pesar de que tan solo lleva abierto dos semanas, ya tienen numerosas demandas de alumnos de la casa Slytherin quien le ven como un gran referente. Una entrevista que le hizo este periódico hace tres días puede mostrarnos hasta qué punto este hombre está convencido de que la enseñanza que imparte es mucho mejor que la de escuelas como Hogwarts.

“Durante muchos años hice todo lo que se me exigía en la escuela. Estudiaba y me preparaba para algo que nunca nos explicaron. Nos decían que debíamos estudiar duro para terminar los estudios y poder llevar una buena vida pero en realidad mucha de las asignaturas eran tan solo meros trámites que debemos pasar, dada la corrupta burocracia que nos gobierna. Cuando estaba en mi cuarto año comenzamos a dar esa clase de asignaturas que nos “preparan” para una posible amenaza pero tras verme inmerso en la asignatura me di cuenta de que tan solo eran hechizos placebos que nos convencían de funcionar en el caso de un verdadero ataque. Todo era un juego de niños. Pociones de juguete, hechizos remediables. Nada de eso era real y mucho menos nos protegía o defendía de algo verdaderamente peligroso.

Comencé a estudiar por mi cuenta todas las cosas que no querían enseñarnos y yo mismo me formé en conjuros y pociones avanzadas. Cuando estuve en mi quinto curso perdí todo interés por las asignaturas y comencé a sentirme irritado y molesto constantemente. Odiaba a mis profesores y más aun a mis compañeros. No tanto como odiaba a las otras casas, mucho más defensoras del sistema que nosotros. Comencé  a hacer magia fuera de la escuela, frente a humanos corrientes, con lo que conseguí que me expulsaran y me decidí a fundar mi primera academia. Ha sido un largo proceso y mucho dinero invertido pero ha merecido la pena porque ahora todos los alumnos que quieran podrán optar a aprender magia de verdad, de la que mis padres aprendieron.”

–¿No es genial? Este tío me comprende.

–No es la primera vez que me enseñas algo así. Siempre que surgen noticias sobre este Park, siempre estás con el periódico…

–¿Qué hay de malo, hyung? –Taehyung me mira triste.

–No estarás…

–¿Qué puedo perder?

–Creo que no lo entiendes…

–¿Qué no entiendo, hyung? ¿No puedo simplemente…?

–No se te ocurra ir a verle. –Me advierte más como una amenaza que como un consejo. Su tono de voz es autoritario y firme. Me recuerda a mi padre.

–¿Por qué no? –Le exijo saber.

–Me preocupo por ti, Jungkookie… Puede hacerte daño y no quiero que eso pase.

–¿Por qué iba a hacerlo?

–¿No lo has leído? Solo se relaciona con gente de Slytherin, nunca aceptará a uno de Gryffindor y menos a… bueno… a ti. –Sus palabras me hacen serio daño.

–Porque soy sangre sucia, ¿verdad? –No quiere admitirlo pero tampoco lo desmiente así que se cruza de brazos y mira hacia la mesa enfadado. Recojo mis cosas metiéndolas en mi bandolera y él se queda ahí parado mirándome. Con un resoplido me levanto y le miro enfurecido.

–Gracias por ofrecerte a acompañarme tan educadamente, –le digo sarcásticamente–, tampoco haces falta, iré yo solo.

Al principio las personas confluían libremente por entre las calles cada una en su mundo y con una conversación diferente con la persona a su lado. Las tiendas, lejos de ser austeras, mostraban sus carteles en movimiento expectantes a nuevos clientes. A mi alrededor, todo tenía movimiento, animación y color. El sonido de alguna lechuza lejana, encerrada en una jaula dispuesta para que alguien la comprase, o tal vez incluso alguna ya con dueño que tan solo se pasea igual que el resto de las personas. Me detuve ante una de las tiendas de caramelos, una de esas en donde cientos de niños como yo se detienen también a mirar a través del escaparate todo el surtido de diferentes dulces expuestos tan deliciosamente. Me conformo con tan solo mirarlos e incluso me siento afortunado, es mucho más de lo que puedo permitirme.

Pero ahora, ya apenas quedan personas en medio de la calle, solo yo, entre la noche y la neblina. Los edificios, lejos de ser llamativos, pasan desapercibidos entre las sombras que ellos mismos proporcionan y el frío se ha instaurado en mi cuerpo. No hay tiendas de juguetes ni lechuzas. Solo alguna taberna morroñosa y algunos locales abandonados y mal dispuestos en las aceras. Las lechuzas no pasan por estas calles pero sí lo hacen algunos gatos callejeros, valientes y dueños de estas calles. En un gran letrero leo “Callejón de la Epidemia”. Suspiro con una sonrisa naciente en mis labios y mirando el reloj de mi muñeca me aseguro de que no es demasiado tarde para poder regresar a la hora de acostarnos. Muerdo mis labios y continúo calle abajo buscando entre los portales el número veintiocho, mi destino.

El sonido de una rata, poco agradable, se cruza por delante de mis pies y me detengo retrocediendo un par de pasos. Suspiro amargado y sorteando un par de charcos y algún que otro resquicio de nieve amontonada, diviso a lo lejos el portal que deseo. Llego y empujo la puerta que cede a mi peso. En la entrada no hay ningún cartel que verdaderamente me indique que aquí en alguna de estas puertas hay una academia y tampoco estoy seguro de que sea el portal indicado ni tampoco que vaya a salir con vida de este sitio pero la adrenalina en mi cuerpo en este momento es tremendamente placentera y sin pensarlo por más tiempo comienzo a subir las escaleras hasta encontrar algo que me asegure mi búsqueda.

No es hasta que no llego al tercer piso que no siento un sonido desde un par más elevados. Una puerta abrirse y el sonido de varias voces de chicos de mi edad. No puedo verlos pero miro hacia arriba y ya veo sus sombras. Pienso rápido, lo suficiente como para desprenderme de mi bufanda, coloreada con los colores de mi casa y la guardo en mi bandolera. También abro el cuello de mi capa para tapar con él, el logotipo de Gryffindor, lo que me puede traer problemas. Sigo ascendiendo por las escaleras como si nada y cuando me choco de frente con los chicos, siento un vuelco en mi estómago viendo dibujados en ellos todos los símbolos pertenecientes a la casa de Slytherin. La serpiente en todos y cada uno de sus uniformes, en sus bufandas quien la lleva. Incluso no necesito nada de eso para ver en su comportamiento altivo el característico ego de la casa verde.

Intento no mirarles, pasar desapercibido y hacer como si nada, pero ellos se percatan de mi presencia lo cual me pone los pelos de punta. Sin embargo, y al contrario de lo que pensaba, ellos no me miran con repulsión o desprecio, sino divertidos y animados tal vez confiados de que vaya al mismo lugar de donde ellos proceden. Entre ellos, no distingo a ninguno de vista ya que aprecio que son bastante más mayores que yo, por lo menos tres años más, y dudo mucho que ellos se hayan fijado en mí como yo haya podido hacer con ellos.

–Que joven, y ya quiere aprender… –Oigo decir a uno que pasa por mi lado y su compañero que baja las escaleras tras él, acaricia mi cabeza no como burla o fastidio. Simplemente con cariño y me enternece su gesto. Tanto que enrojezco y obtengo la valentía suficiente como para detener al último de ellos, de todos los que he podido ver tal vez unos diez, y me mira algo curioso pero educado a responder mis peticiones.

–¿Sabrías decirme dónde puedo encontrar a Park Jimin? –Pregunto y una sonrisa parece en los labios del chico que me señala escaleras arriba.

–En la quinta planta. En la puerta de la derecha. Verás una placa de oro. – Asiento y dándole las gracias desaparece junto con el resto de sus compañeros. Suspiro y no es hasta que he oído que todos ellos han desaparecido del portal que no soy capaz de seguir ascendiendo siguiendo las indicaciones que me han proporcionado. Cuando llego y una pequeña placa de oro llama mi atención me siento aliviado y me acerco a la puerta para leer en ella una inscripción.

“Academia de magia negra, conjuros y pócimas. Park Jimin”

Cogiendo aire cierro mi puño y golpeo con los nudillos la puerta. Espero varios segundos hasta que oigo unos pasos acercarse y cuando la sombra debajo de la puerta me hace ver que alguien hay al otro lado, mi estómago da un vuelco enorme. Retrocedo un paso y la puerta se abre mostrándome tras ella el mismo rostro que llevo siguiendo en periódicos mucho tiempo. Un pelo blanco como el algodón brilla por la luz que hay en el interior, su rostro, pálido y algo enrojecido en las mejillas es tremendamente atractivo y en sus labios, dos acolchados caramelos de fresa sonríen al principio ilusionados pero luego, tras verme de arriba abajo y no reconocerme, frunce su ceño.

–¿Sí? –Pregunta y yo le miro de arriba abajo como ha hecho él conmigo sin pretender ofenderme. Sobre su cuerpo. Unos pantalones de uniforme negros y sobre su pecho, un jersey gris. En su cuello, una serpiente verde como collar, pequeña, casi imperceptible pero bien llamativa. En sus orejas un par de pendientes de plata y en sus manos, su varita. Mi cuerpo tiembla y me encantaría saber qué diablos decir, pero me he quedado en blanco y no hago sino incomodarle–. ¿Quién eres?

–Yo–yo soy Jeon JungKook. –Digo con un gran esfuerzo y él asiente aun esperando a que le cuente de mis intenciones pero como ni yo mismo estoy seguro de a qué vengo, le expreso mis más ocultos deseos–. Me preguntaba si podría participar en sus clases. Estoy interesado en la magia negra y… –no me deja terminar.

–¡Oh! Eso es genial. Pasa muchacho. –Se aleja de la puerta dejándome pasar y yo entro cerrando detrás de mí. Cuando llega a un escritorio comienzan a bolar los papeles de un lado a otro y mientras se organiza en su propio desorden miro la estancia en la que me encuentro descubriéndome en un salón con un par de sofás, una ventana de frente, grande y de hierro un poco oxidado, con las paredes de madera. Sobre el escritorio, al lado de la ventana, una jaula con un pequeño periquito dentro que de vez en cuando llama mi atención con sus píos. A mi espalda, una pequeña cocina con una mesa individual redonda y dos sillas del mismo color que la mesa, blancas. En el otro extremo una puerta cerrada. A no ser que esa puerta de a una sala más grande que este salón, es imposible que pueda recibir aquí a diez alumnos–. ¿Nombre? –Me pregunta mientras una pluma escribe en el aire sobre una carpeta con lo que puedo apreciar, es una lista de alumnos.

–Jeon JungKook. –Digo y él se gira a mirarme después de haber hecho orden en su escritorio. Sobre una pared a mi espalda puedo ver su uniforme escolar de Slytherin colgado. Casi enmarcado, como un recuerdo. Todo mi cuerpo tiembla.

–¿Edad?

–Trece años. –Me mira asintiendo y comienza a hablar despreocupado.

–Tengo una clase con alumnos de entre doce y catorce años de lunes a viernes a las seis de la tarde. De todas maneras, te evaluaré personalmente para comprobar tu nivel de… de… –Pierde fuerza en la voz mientras mira algo a mi costado y frunzo el ceño mientras su expresión cambia completamente–. ¡Oh! No, no, no. Nada de eso. –La pluma tacha mi nombre en la lista y rápido camina hasta donde estoy y señala un extremo de la bufanda saliendo de un lado de la bandolera.

–Oh, bueno yo…

–Nada de eso. –Se cruza de brazos–. No acepto en mis clases a personas que no sean de Slytherin, sangres limpia y que no tengan parientes en el Ministerio. Lo siento. –Con una de sus manos sujeta mi brazo y camina conmigo a la puerta que con un toque de su batita sobre el aire, abre sin problema. Yo me veo obligado por su fuerza a caminar fuera–. ¿Qué te crees? ¿Que soy tonto? Seguro que eres un pequeñajo espía del ministerio, ¿verdad? Vete con los muggles, escoria. –Cierra la puerta de golpe y yo me quedo ahí parado, petrificado mientras siento todo mi cuerpo temblar en un miedo que con el paso de los segundos se torna poco a poco enfado y humillación. Golpeo la puerta nuevamente.

–¡Señor Park! No soy ningún espía. –Golpeo pero no me contesta–. ¡Ábrame! Solo quiero asistir a sus clases, le prometo que nadie sabrá que soy de Gryffindor. ¡Vamos! –Como nadie parece haber al otro lado, saco de mi bandolera el periódico del día anterior y saco la página en donde aparece él y la paso por debajo de la puerta–. Mire, le he seguido desde hace tiempo, soy un ferviente admirador, solo eso. Se lo prometo. –A los segundos, la sombra aparece de nuevo y se para al otro lado de la puerta. Yo me apoyo, escuchando a través de la madera y la persona al otro lado coge la hoja de periódico dejándome sin ella. Hablo ahora que sé que está escuchando–. Señor Park, no tengo contacto alguno con el Ministerio y tampoco tengo ilusión por ello. Es cierto que soy de Gryffindor y que mis padres, ambos, son muggles, pero le aseguro que no estoy orgulloso de nada de ello. ¿No es acaso algo que no puedo elegir? No me cierre la puerta a aprender la verdadera magia.

Tan solo son necesarios cinco segundos para oír el manillar ceder a la magia de su barita y poco a poco veo el rostro de Jimin con el periódico en sus manos leyendo atentamente su propio artículo. Sus ojos se desvían a los míos y su mirada es tan intensa que me veo obligado a retirarla lejos de él. Sonríe y suspira. Yo escondo más la bufanda dentro de mi mochila y meto las manos en mis bolsillos.

–Pasa, anda. ¿Quieres té? –Suspiro soltando el aire que estaba reteniendo y me adentro para verle devolverme el periódico y camina hacia la cocina con aire subordinado.

–Claro, señor. Me encantaría.

–Vamos, siéntate. –Me señala la mesa en la cocina y camino un poco tímido y acongojado hasta ella. Soltando la mochila a un lado en el suelo y desprendiéndome de mi capa para colocarla sobre el respaldo, me siento y le veo por unos minutos trastear con los utensilios hasta que consigue que la tetera hierva y servir en dos tazas blancas un poco de té negro. Cuando ya tengo mi taza delante de mí, entre mis manos, él se sienta y me mira suspirando fuertemente.

–Señor Park, gracias por el té, y disculpe las molestias. No era mi intención robarle su tiempo. –sonríe, lo que me hace sonreír a mi también.

–¿Se puede saber qué pretendías viniendo aquí? ¿Creías que no iba a darme cuenta de que eras de Gryffindor?

–Yo…

–Y en caso de que me pasara desapercibido, ¿pretendías venir a mis clases hasta que se supiera?

–Supongo…

–¿Alguien sabe que has venido aquí? –Asiento.

–Mi amigo. Pero solo él, y no dirá nada.

–Sería muy mala propaganda que se enterasen de que renuncio a mis propios principios para ganar dinero. Perdería estudiantes de Slytherin. –Asiento comprendiendo sus palabras–. Pero por otro lado, esto sería un duro golpe moral para Hogwarts y para el Ministerio. –Frunzo el ceño–. ¿Cómo explicar que un chico de Gryffindor se ve tentado por la magia negra? –Piensa serio–. ¿Qué te ha hecho venir aquí, muchacho? Al parecer Gryffindor está perdiendo sus facultades si tiene a chicos como tú en él. –Suspiro.

–No lo sé. He leído las entrevistas que le han hecho, señor.

–Jimin, dime solo Jimin. –Asiento.

–Jimin, he leído tus entrevistas. –Saco de mi mochila los recortes de periódico que he ido coleccionando y los pongo sobre la mesa entre nuestras tazas para que pueda verlos con claridad–. Estoy completamente de acuerdo con lo que dices y no pienses que me has adoctrinado ni nada de eso, yo ya venía con las ideas bien formadas. Pero tú me has hecho ver que tal vez exista otra posibilidad a esta burocracia que endulza nuestra existencia.

–Vaya… los tienes todos… –Dice mirando los recortes.

–Mi amigo no comprende por qué quiero aprender magia negra, pero creo que no puede ver que lo que nos enseñan en la escuela no es más que una degradada magia para niños. Yo quiero explotar mis facultades al límite. Quiero saber defenderme.

–Me gusta como piensas, muchacho. Pero creo que no entiendes lo que pretendo decirte. El estereotipo de chico que viene a mis clases es bastante estricto.

–Ya… –Asiento decepcionado.

–Para empezar solo acepto a chicos de Slytherin, siempre y cuando sean de sangre limpia. Tampoco me interesan los que tengan relaciones con el Ministerio y puedan infiltrarse en mis clases y sacarme trapos sucios. También comprenderás que no hago esto solo por caridad. Mis tarifas no son baratas por lo que los alumnos que pueden permitírselo vienen de familias adineradas. –Asiento escondiendo mi rostro en la taza de té mientras bebo–. No cumples las expectativas, ¿me equivoco?

–No. –Digo triste–. Pero le prometo que nadie sabrá…

–¿Cómo piensas pagarme? –Frunzo el ceño–. En el caso de que pudieras ocultar tu identidad, ¿cómo me pagarías? –Pienso en mil alternativas. Ninguna me resulta suficiente. Niego con la cabeza mientras termino mi té y él se levanta con su taza aún a medias–. Será mejor que te vayas a casa, chico… Vamos. –Me obligo a levantarme mientras él regresa al salón pero yo le detengo en la puerta.

–No puedo irme, Jimin. De veras quiero a alguien que me enseñe magia negra. Estoy aprendiendo por mi cuenta pero es muy arriesgado aprender sin poder experimentar y si me pillan con los libros…

–Lo siento, pero no puedo permitirme darte clase. No podemos ninguno de los dos. –Se encoge de hombros y con ese simple gesto se marcha dejándome a solas en la cocina. Me siento completamente decepcionado con su conducta pues mi situación fue un día la suya y que no acceda a ayudarme me desarma. Me desgarra el pecho.

Salgo al salón para verle conducirse a su escritorio mientras habla. El pájaro pía acompañándole.

–Además, no quiero tener que cargar con un chiquillo que solo siente curiosidad por la magia negra. Una instrucción desde principios básicos, es demasiado trabajo. No, nada de eso. No quiero perder el tiempo.

Más que hablarme parece que se regodea de su propia situación para humillarme mientras habla para sí mismo. Frunzo el ceño sintiéndome insultado mil veces en menos de diez minutos. Mis padres, mi casa, mi poco conocimiento de magia. El pájaro sigue piando de esa forma tan desagradable, tan aguda, tan burda y animal. Me desespera y con la mano aferrada al mango de la varita y el calor ascendiendo por mi cuello hasta mis mejillas, saco la varita de mi cinturón para arremeter contra el pájaro al lado de la cabeza de Jimin.

–¡Avada Kedavra!

De mi varita, un rayo verde sale disparado hacia el pequeño cuerpecillo del pájaro dentro de la jaula. Mi voz retumba por toda la sala ya estando el cuerpo del animal muerto en el suelo de la jaula. Boca arriba, con las alas extendidas y quebradas en una postura de agonía enmudecida. Muerto.

El silencio se instala repentinamente y yo no suelto la varita observando que el cuerpo de Jimin apenas se ha retirado de su lugar y mira ojiplático y completamente impactado el pequeño cuerpo del animal muerto en su jaula. No me mira, yo no me quiero enfrentar a su mirada y con el pecho acelerado guardo de nuevo mi varita. Él habla en susurros.

–Ven el lunes, a las diez de la noche. Hablaremos de tus clases, tengo que pensar sobre ello.



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