VENDIMIA - Capítulo 29
Capítulo 29 — Estábamos discutiendo
La
Señora desayunó pacientemente y después de ducharse y vestirse se pasó el resto
de la mañana en su despacho. Le llevé la comida a la hora indicada y después de
que todos comiésemos yo me di un baño bastante largo entre las sábanas tendidas
del porche. Sabía que eran las sábanas de la señora, pero no quería siquiera
pensar en aquello. El rubor me subía hasta las orejas de solo recordarlo y
cuanto más las miraba más podía distinguir nuestras formas entrelazadas a través
de los pliegues de ellas. Cuando me hube aseado me puse ropa limpia y me tendí
sobre la cama. El día era un poco frío pero el sol salía sin problemas y aunque
ya habíamos entrado en otoño no me sentí en la necesidad de cubrirme con una
manta. Tenía el cuerpo pesado y después del baño me sentí algo más liviana. Con
los brazos extendidos a cada lado de mi cuerpo en la cama y la respiración
pausada sentí que el sueño me vencía poco a poco.
No
tenía ánimos para pintar, ni para leer, ni siquiera para pasearme de un lado a
otro por la casona o esperar a alguien sentada en la cocina para tener una
charla agradable. Sabía que Maurice andaría por ahí dando vueltas pero ni
siquiera tenía ánimos para entablar una conversación con él. Después de la
vergüenza que había sentido desde por la mañana no encontraba el valor de
enfrentarme a nadie en ese momento. Después de los nervios el cuerpo se me
había tensado y necesitaba varias horas a solas conmigo misma para conseguir
relajarme lo suficiente. Sabía mentir, pero me resultaba caro. Cuanto más
pensaba en las palabras que la Señora me había dicho, más razón encontraba en
ellas. Nadie de la casa podría reprocharme lo que había hecho, dado que la
Señora daba toda su aprobación. Pero era aquello una falacia. Claro que podrían
recriminarlo, solo tenían que abrir la boca, por mucho que no tuviesen el
derecho de hacerlo. ¡Eso era! Les faltaba el derecho. Pero bien podrían pasar
eso por alto. Incluso Agnes podría recriminarlo, a pesar de que la señora
después la reprendiese. ¿¡Y si me reprendía a mí delante de todo el mundo!?
Pensar en ello me ponía las entrañas del revés.
Me
incorporé en la cama al sonido de un alboroto que sucedía en el pasillo de las
habitaciones. Lo hice con el ceño fruncido y los labios apretados, y estaba
dispuesta a coger un palo y azotar a quien hubiese perturbado mi descanso, o al
menos mi martirio, con voceríos y golpes. Distinguí entre el alboroto el
trillado tono de voz de Cosette y al hacerlo supe que lo mejor era volverme a
tumbar sobre la cama, pero al oír pronunciar mi nombre dentro de la discusión
me volví a levantar de allí como un resorte. Salí al pasillo para sorprender a
Maurice a la puerta de su dormitorio con algo escondido detrás de él, y Ana y
Cosette luchando contra él por arrebatarle lo que tenía a la espalda y entrar
de nuevo en el dormitorio. Maurice era más corpulento que ellas, pero no les
haría daño a ninguna de las dos, aunque le costase un alunizaje en su
dormitorio.
—¡Tú,
pervertida! —Me llamó Ana, señalándome con un dedo, al oír el pomo de mi
habitación. Asomé la cabeza fuera para ver su dedo acusador.
—¿Yo?
—Pregunté con el rostro lívido. Cosette seguía luchado por alcanzar lo que
Maurice escondía detrás de su cuerpo, intentando no estropearlo. Eran unos
papeles. Eran mis pinturas. Yo solté un resoplido.
—Sí,
tú. —Me acusó Cosette—. Vas a explicarme qué es eso. —Señaló las pinturas que
Maurice tenía a su espalda. Este me defendió.
—Ella
no tiene que dar explicaciones de nada.
—¡Cómo!
Claro que sí.
—¿Qué
es eso? —Pregunté, inocente, saliendo por entero de la habitación y apoyándome
contra el marco de la puerta con los brazos cruzados.
—No
te hagas la boba. ¡Esas pinturas que has hecho! ¿Habéis cogido mi vestido?
—No.
—Negó Maurice en rotundo y yo aun fingí algo más de pasmo.
—¿Qué
vestido? ¡Ah! —Suspiré—. ¿El vestido rosa? —Me acerqué a Maurice y le extendí
la mano confiando en que sí dejaría que yo sostuviese las pinturas, pero estaba
atenta a que ninguna de ellas las alcanzase por casualidad y aprovechasen un
despiste para romperlas.
—Sí,
mi vestido.
—Han
entrado en mi dormitorio a hurgar, como suelen hacer. —Me avisó Maurice, en un
tono lastimero y arrepentido. Yo negué con la mirada, indicándole que no pasaba
nada en absoluto porque los hubiesen descubierto. No al menos por mi parte.
—¡Y
vosotros habéis entrado a buscar mi vestido!
—Eso
no es verdad. —Dijimos Maurice y yo a la vez.
—¡Rómpelos!
—Gritó Ana, intentando zafarme de ellos, pero yo los alejé, con una expresión
rabiosa.
—¿Qué
tienen de malo?
—Maricón,
pervertido. —Murmuró Cosette en dirección a Maurice. Yo la fulminé con la
mirada.
—¿Qué
tienen de malo? —Repetí—. ¡Al contrario! Deberías sentirte alagada, tu vestido
me sorprendió tanto que quise pintarlo. Él hizo de modelo, no se me da tan bien
la anatomía como para imaginarla…
—No
tenías derecho a entrar en mi habitación y coger el vestido.
—No
lo hice. —Solté, algo más hastiada de repetirlo—. Él posó como modelo pero el
vestido lo pinté, sin necesidad de ir a buscarlo. Nos lo enseñaste un buen
rato, y tengo buena memoria para los colores y las formas. Los pliegues son
iguales en todos los vestidos y aun así creo que no me quedó perfecto. —Dije,
mirando los dibujos con una mueca crítica. Ana volvió a adelantar la mano y
tuve que retroceder otro paso.
—De
cualquier modo son una perversión. —Aseguró Cosette a lo que yo me encogí de
hombros.
—Aun
así, no te da derecho a entrar en su habitación y cogerlos, como si nada. No
son tuyos, ni tampoco míos. —Se los devolví a Maurice y este se ocultó en su
cuarto para esconderlos pero Cosette quiso seguirle, a lo que yo me interpuse y
la sujeté por el brazo—. Ya basta. Si tienes algún problema con él,
solucionarlo de otra manera. No busques excusas para dejarle en ridículo.
—Tú
te bastas para eso, pintándole como una puta.
—¡Ah!
—Sonreí divertida—. Yo no diría que tu vestido es de puta… pero si así lo
crees… —Incluso Ana se rió, pero a Cosette se le desorbitaron los ojos. Maurice
tembló a mi espalda. Ya había escondido los dibujos, y al salir, cerró la puerta
detrás de él. Me sujetó por los hombros y yo le solté el brazo a Cosette. Me di
cuenta de que no estaban dispuestas a considerar un enfrentamiento físico. A
solas conmigo yo no tenía oportunidades, pero con Maurice eran ellas las que
peor paradas saldrían. Y a pesar de ello, si nos golpeaban y dejaban marcas,
seguro que su victimismo no valdría frente a Ramona o Agnes. Solo nos
amedrentarían.
—Lárgate.
—Me pidió, con el ceño fruncido—. Además, nadie te ha dado vela en este
entierro…
—Habéis
gritado mi nombre. —Dije, aunque sabía que había sido tan solo una mención
dentro de la discusión—. Y el problema son unos dibujos que he hecho yo. ¿Tan
mal te sienta? Te ofrecí que posases de modelo para mí, pero me llamaste
pervertida… —Ella pareció acordarse de aquello y dio un respingo.
—Porque
eso es una perversidad. Querías que posase desnuda. ¡Eres una…!
—No
me ofenderá nada de lo que me llames. —Negué con el rostro—. Porque todo es
verdad, y no me importa. Así que no te quejes si alguien accede a mis perversiones.
La oferta siempre seguirá en pie. —Me encogí de hombros y me volví hacia mi
dormitorio—. Y si hacéis el favor, id a gritar a otra parte, me duele la
cabeza.
Cuando
le di la espalda me sujetó del brazo para retenerme y después me tiró del
cabello recogido. Maurice fue más rápido que yo y le sujetó la muñeca para que
me soltase pero eso no fue suficiente. Sin embargo, nada más sentir el tirón me
volví con el rostro rabioso y golpeé con el puño cerrado su mejilla. Nada más
hacerlo me soltó pero yo abrir los ojos de par en par, arrepentida por lo que
aquello podría costarme. Ella se alejó nerviosa y asustada. El golpe había sido
certero y fuerte. Mi estatura era inferior a la suya, pero si esperaba que nos
tirásemos del pelo estaba equivocada. Yo no iba a arañarle la cara. Tal como me
imaginé montó un drama de aquello. No le salía sangre de ningún lado pero de un
momento a otro se le formaría un moratón en el pómulo. Maurice se puso ansioso
intentando hacer que no gritase, pero yo me quedé allí quieta, con la mirada
desafiante. En el fondo deseaba que volviese a intentar sujetarme para soltarle
otro golpe.
...
Después
de que sus gritos alarmasen a Ramona en la cocina y Belmont en el huerto nos
reunieron a los cuatro en la mesa de la cocina y ellos dos se presentaron como
dioses impartiendo justicia. Yo intenté aparentar estar tranquila y serena, a
pesar de que las manos me temblaban de rabia. Aun podía sentir como su mano me
jalaba del pelo y la adrenalina se me agolpaba en la garganta. Como parecía una
situación habitual no me quedó más remedio que participar de aquella reunión
que tenía por objetivo solucionar el conflicto que se había formado. Esperaba
que no saliese a colación los dibujos de Maurice, más que nada por su propia
vergüenza, pero en lo que respecta a mi no me importaba en absoluto tener que
enfrentarme a aquello. Aún tenía la cabeza embotada y deseaba acabar cuanto
antes y volverme a mi dormitorio. Cuando me di cuenta de que tal vez después de
aquella charla se hubiera acabado mi tiempo para descansar se me arremolinaron
los demonios de dentro.
—No
podéis estar dando esos gritos en la casona. —Comenzó Belmont, en un tono que
jamás le había oído. Estaba ejerciendo de padre, o de jefe, pero de cualquier
manera era intimidante. Yo bajé la mirada a mis manos sobre la mesa. Jugueteé
con mis dedos—. Si la señora llega a escucharos podéis estar en la calle en
menos de una hora. ¡Además, la imagen que dais de la casona a los trabajadores
e invitados, es lamentable! ¿Sois niños de párvulos? ¡¿O acaso esto es una
taberna?!
—Siempre
estáis metidos en algún lío. —Señalo Ramona con la mirada a Cosette y Maurice—.
Y tú bien sabes que pase lo que pase vas a tener las de perder. —Se refirió a
Cosette—. Maurice vive aquí, conmigo y con Belmont. Tú eres la externa. Si
alguien va a irse, eres tú. No entiendo cómo puedes pasar eso por alto.
—¡Eso
no es justo! —Dijo ella, con suficiencia—. Somos trabajadores igual, merecemos
el mismo trato.
—¿El
mismo respeto? —Pregunté yo en su dirección, a lo que ella me fulminó con la
mirada. Quise sumarme a la reprimenda que estaba cayéndole encima pero por una
vez supe el lugar que me correspondía y bajé la mirada de nuevo.
—Que
uno de vosotros me explique qué ha pasado. —Pidió Belmont pero yo negué con el
rostro mientras las voces de Ana, Cosette y Maurice se agolpaban en un
instante.
—Cada
uno de nosotros va a darte una versión diferente, porque algunos no dirán la
verdad.
—¿Me
estás llamando mentirosa? —Preguntó Cosette. Yo fruncí el ceño.
—No
me he referido a nadie en concreto.
—Entonces
que cada uno me cuente su versión. —Pidió Belmont.
—Eso
tampoco es solución, porque depende quien empiece así modificarán sus versiones
los demás en detrimento de los demás.
—¿Y
qué sugieres tú? —Me preguntó Ramona, enfadada conmigo por entorpecer aquella
disputa. Me limité a encogerme de hombros.
—La
justicia siempre es muy abstracta. —Suspire y rápido volví a bajar la mirada.
Me limité a intentar no resoplar.
—Bien,
Cosette, ¿qué ha pasado? —Preguntó Belmont.
—Ella
me ha golpeado, en la cara. —Dijo, enseñando la mejilla de la que no había
despegado la mano en un buen rato. Se quejaba de dolor cada dos por tres.
—¿Te
ha dado una torta? —Preguntó Ramona sorprendida de que yo hubiera podido hacer
eso.
—¡Una
torta! —Exclamé yo—. Yo doy puñetazos, no tortas.
—¡Un
puñetazo! —Exclamó Belmont. Cosette asintió—. ¿Y se puede saber qué has hecho
para que te haya golpeado?
—Dios,
parecemos niños de guardería. —Murmuré yo por lo bajo a Maurice, pero no estaba
de ánimo para bromas. Yo rodé los ojos.
—¡Nada!
—Dijo ella, encogiéndose de hombros. Maurice salió en mi defensa.
—¡Le
ha agarrado del pelo y le ha tirado! —Belmont y Ramona miraron en mi dirección
buscando una afirmación de mi parte, yo me limité a encogerme de hombros. Es lo
que hay, quise decirles, nadie me tira del pelo.
—¿Y
por qué le agarraste del pelo?
—Estábamos
discutiendo. —Contesté yo—. Se calentó y me tiró del pelo, por pura rabia. —Me
encogí de hombros nuevamente, quitándole hierro al asunto.
—¡Eso
no se merecía un puñetazo! —Salió Ana a defenderla—. Solo te ha sujetado del
pelo, no deberías haberla golpeado así, como una bestia.
—¿Pero
tú en qué mundo vives? —Le pregunté, alzando una ceja—. No tiene derecho a
tomarme del pelo, ¿y esperas que no le dé un buen golpe?
—Eres
mayor que nosotras. —Se defendió—. No deberías habernos golpeado.
—¡Ah!
Pero si sois una cabeza más altas que yo. Además, solo sacáis la edad a
colación cuando os viene en gana y os conviene. Si fuerais mis hermanas o mis
trabajadoras os hubiera dado una buena azotaina, como a dos niñas de biberón.
—Las amenacé zarandeando la mano. Ramona pareció divertida pero no se rió.
—¿Por
qué la cogiste del pelo? —Volvió a preguntar Belmont en dirección a Cosette y
Ana, sentadas al otro extremo de la mesa.
—Estábamos
discutiendo, y ella nos insultó.
—¡Ah!
—Exclamó Maurice—. Eso no es cierto. Son ellas, quienes nos han llamado
pervertidos y…
—¡Nos
habéis insultado!
De
repente se estableció una guerra de voces que llenó toda la cocina. Ramona hizo
un esfuerzo por acallarlos, pero parecía que cada uno quería defender su propia
verdad. Yo me recline sobre la silla y solté un resoplido hacia el techo.
—¿Te
han insultado, Ana? —Preguntó Ramona a lo que Ana asintió.
—¿Te
han insultado Cosette? —Preguntó Belmont, a lo que esta asintió.
—¿Y
a ti, Maurice? —Preguntó Ramona de nuevo. Él asintió con la cabeza baja—. ¿Y a
ti, Mendoza?
—Sí,
dos veces me han dicho pervertida, y boba una vez. Y a Maurice le han dicho
Maricón y Puta. Luego después que la golpease se ha levantado un griterío en el
que no he distinguido nada. Pero yo no he insultado a nadie. ¡Es más! He
reconocido que tienen razón, y soy una pervertida. Pero no ha sido suficiente
para hacerlas acallar.
—¡Eso
no es verdad! —Gritó Ana.
—No
seas tan chula. —Espetó Cosette—. ¿Te crees mejor que nosotros?
—Buah.
—Resoplé, rodando los ojos—. ¿Ves? —Miré a Ramona y Belmont—. Solo quiere
pelea. Yo estaba durmiendo la siesta y me despertó el alboroto.
—Entraron
en mi habitación. —Se adelanto a dar explicaciones Maurice—. Y me robó barios
dibujos que ella me hizo. —Me señaló con la mirada—. Entraron buscando
cualquier cosa con la que molestarme y eso les sirvió. Como hacen siempre.
También lo han hecho con Mendoza.
—¿Es
eso verdad?
—No
es verdad. Hemos encontrado los dibujos por ahí tirados.
—Estaban
escondidos entre mi ropa. —Reconoció él—. Son dibujos privados.
—¡Estaba
Maurice con un vestido puesto! ¡Mi vestido rosa!
—Es
solo en el papel. —Suspiré—. Lo imaginé y punto. Además, puede ser cualquier
vestido. ¿Qué te importa a ti?
—¿Todo
este alboroto por unos dibujos? —Preguntó Ramona.
—Son
una excusa para montar jaleo. —Dije—. A mí me hizo lo mismo hace unas semanas.
No estaría de más instalar unas cerraduras en los dormitorios.
—Puedes
sugerírselo a la señora, ahora que te llevas tan bien con ella. —Me espetó Ana con la nariz arrugada.
—Se
lo sugeriré. —Solté, con una pérfida sonrisa—. Y ya de paso puedo pedirle que
el año que viene no os contrate a vosotras dos. Tengo amigas en Dijon que
estarían encantadas de venir todos los veranos a trabajar. Más responsables y
menos entrometidas. —Amabas palidecieron.
Justo
cuando Belmont iba a decir algo Agnes entró en la cocina buscándome.
—La
Señora te reclama.
—Salvada
por la campana. —Murmuré, pero antes de irme de la cocina ya habían tomado allí
una resolución.
—Que
no se vuelva a repetir. —Sentenció Ramona—. O Agnes va a enterarse de todo lo
que está pasando aquí y ella no será tan amable como nosotros…
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