VENDIMIA - Capítulo 24

Capítulo 24 — Tu niña

 

El lunes 26, después de recibir al panadero a eso de las diez y cuarto, llegó el cartero con dos cartas para mí. Las abrí allí delante de todos en la cocina pero tras leerlas por encima se me quitaron las ganas de indagar más en su contenido. Tampoco tenía tiempo de contestarlas en el momento así que me limité a meterlas dentro del bolsillo de mi mandil y seguir con las tareas que en ese momento me tenían ocupada. Sin embargo la presencia de aquellas cartas no pasó desapercibida, así que los comentarios cayeron sobre mí.

—¿Cartas de tus familiares? —Preguntó Ramona con una dulce expresión de añoranza.

—Sí. —Asentí, aunque no era del todo cierto. Una de las cartas era de Rudolf, nuevamente enviada a mi dirección en Dijon y reenviada por mis padres a la finca. Aunque él no fuese de mi familia bien podría haberlo considerado un padre y si nos poníamos sentimentales, podría haber cumplido las funciones de tal, mucho mejor que el mío propio.

—¿Tus amigos no te envían cartas? —Me preguntó María mientras cortaba un par de ciruelas, de las que se iba comiendo parte, y otra parte se la daba a Maurice.

—No tengo muchos amigos. —Reconocí pensativa—. Pero sí, una de las cartas es de un amigo.

—¡Oh! —Musitó Ramona con sorpresa infantil—. ¿Algún novio que hayas dejado allá en Dijon?

Yo negué con el rostro y una sonrisa algo avergonzada. No tenía ganas de tener que dar explicaciones, pero estaba atrapada en la cocina por culpa de las tareas y ellos no me soltarían tan fácilmente. Eran unos curiosos empedernidos, no me dejarían escapar hasta haberme vaciado de información.

—Nosotros también te escribiremos cuando te hayas marchado. —Dijo Maurice, y por su tono supe que sería verdad, pero en el resto de miradas no atisbé aquella misma emoción. Seguro que recibiría de ellos alguna pequeña postal muy de vez en cuando como para asegurarme de que ellos seguían pensando en mía de tanto en tanto. Me imaginé como mi nombre saldría en sus futuras conversaciones y como se reirían con las anécdotas que yo había protagonizado en mi corto periodo de estancia. También me imaginaba a Maurice de aquí a diez o quince años, reencontrándonos después de tanto tiempo por pura casualidad. Nos quedaríamos mirando y después de divagar nos sonreiríamos y sabríamos que éramos quienes pensábamos que éramos.

—Yo también os escribiré. —Mentí.

—Si un chico te escribe de seguro es que te echa en falta. —Musitó María, señalando con la pequeña navaja que tenía en la mano el bolsillo de mi mandil. Yo me encogí de hombros, intentando hacer vanos esfuerzos porque perdiesen interés en la carta.

—Vive en Holanda, así que no tiene más remedio que escribirme.

—Ya veo. —Murmuró María con una expresión decepcionada pero Ramona pareció ganar interés.

—¿Cómo has conocido a alguien de tan lejos?

—Lo conocí en Dijon. —Murmuré—. Lógicamente. Pero hubo de mudarse a su ciudad natal por… causas de trabajo. —No quería dar tantas explicaciones, porque entonces no me soltarían. Maurice pareció sobresaltado por aquellas palabras, de repente supo de quien estaba hablando yo, pero no dijo nada. Solo me sonrió ladino.

—Bueno, sois jóvenes. Seguro que la vida os sorprende dentro de unos años y volvéis a reencontrarnos. Siempre podéis viajar…

De alguna manera se las habían apañado para presuponer que estaba hablando de alguien de mi edad, pero sería mucho más fácil si no les aclaraba nada. Dejarles pensar así era una forma de zanjar la conversación, por mucho que me doliesen aquellas palabras. Me imaginaba que en cualquier momento podría recibir una carta donde Rudolf me contase que había tenido un accidente y estaba muy grave, o que una enfermedad muy peligrosa le había dejado la salud devastada, y entonces no volvería a escribirme nunca más. Aquello me sobresaltaba a veces y me hacía sentir frágil e impotente, como atada por mil cuerdas sin poder moverme ni respirar.

Maurice fue el único que vio en mi semblante aquella especie de melancolía y con una mirada más dulce de lo que debiera me regaló una sonrisa. Yo se la devolví y apartamos entonces nuestras miradas.

Cuando regresé a mi cuarto después de la hora de comer tuve el tiempo suficiente como para leer las cartas y al hacerlo preparé papel y bolígrafo para contestarlas.

La carta de mis padres versaba así:

 

Querida hija.

Tu madre ha decidido que vuelva a ser yo quien escriba la carta mientras ella me dicta. No hemos podido llamarte porque hemos estado muy ocupados en casa, pero te prometemos que un día de estos, más tarde que pronto, te llamaremos. Nos ha alegrado mucho recibir tu carta y saber que todo va muy bien. Que tus compañeros son buenos contigo y se portan bien. Esperábamos que nos contases más cosas de la casa, algo sobre tus compañeros, o si has visto a la Señora, pero supongo que tienes poco tiempo para escribir y cuando tienes un poco de tiempo libre, querrás descansar y no contestar a tus padres.

La abuela ya está del todo recuperada. También se puso muy contenta cuando le leímos la carta, le hace muy feliz que te hayan aceptado para trabar en aquella casona y está muy orgullosa de ti y de lo mucho que estás trabajando. Nosotros también lo estamos. 

Muchos besos, te queremos.

Tus padres.

 

Nada más terminar de leer la misiva la rompí en pedazos y me costó recomponerme unos cuantos minutos. No deseaba leer con enfado la siguiente carta. Desde luego no tenía pensado contestar a mis padres, no solo porque sus palabras me hubiesen sentado mal, sino porque no tenía nada que decirles, y su carta no serviría más que para ocupar espacio entre mis cosas.

La carta de Rudolf rezaba así:

 

Niña mía.

No se te ocurra volver a escribirme diciendo que lloraste leyendo mi carta. Esas palabras me han compungido de tal manera que he tenido que aplazar la lectura, prolongando así mi ansiedad. Me alegra ver que mi recuerdo no se pierde en tu memoria, y que no me sacas a la luz más que para contestar con obligación mis letras.

Tu última carta la has escrito en un tono más optimista y jovial, y eso me ha animado. Me dejaste terriblemente afligido cuando me contaste que debías marchar a Colmar para trabajar en esos viñedos, pero en tu última carta te he notado algo más animada, si no, conforme con la situación. Esa es la chica que yo conozco, una luchadora que se adapta a las peores condiciones. ¿Tal vez estoy exagerando? Pero eso es lo que yo he aprendido de verte trabajar. Me alegra saber que las relaciones con tus compañeros son por lo menos fructíferas, y que sale mi nombre entre algunas conversaciones, por muy avergonzado que eso me haga sentir.

¡Y después de todo el trabajo aún sacas tiempo para pintar! Que orgulloso estoy de ti. Me alegra ver que sales con valentía de tu zona de confort a pesar de que no sean las mejores condiciones. No puedo ni imaginar qué clase de pinturas estarás haciendo ahora que seguro ya te has hecho con las condiciones. Por lo que tengo entendido se avecina el mal tiempo, como es normal a estas alturas del año, así que tendrás que dejar la pintura al aire libre para ocasiones en las que no llueva. ¡Pero aprovecha los días nublados! La luz es maravillosa y como bien sabes las marinas que más me gustan son aquellas en las que el cielo es tormentoso y el mar feroz.

Espero que tu Señora se encuentre mejor a estas alturas. Y cuando te llegue mi carta infórmame sobre ello, me has dejado compungido. Supongo que el trabajo se ha redoblado para ti pero ella sabrá apreciar tu labor si la realizas con carácter y valentía, como sabes hacerlo todo.

Cambiando de tema, sobre mis encargos: Pues verás, ya finiquité dos de ellos. Pequeños retratos de aparato que me encargaron en base a unas fotografías. Ya sabes, coser y cantar. Una de esas manías de los que se creen grandes señores y necesitan tener una gran pintura de sí mismos en medio el salón, como si de esa manera se engrandeciesen. He cobrado bien por ellos pero ya sabes cómo son estas cosas. Un día cobras un buen trabajo y al día siguiente ya tienes que mendigar por otro para poder comer. Ahora mismo estoy trabajando una copia que me encargaron hace unas semanas, “La Venus de Urbino” de Tiziano, pero me pidieron que el rostro de la mujer fuese la esposa del comprador. He ido dejando este encargo pero ya no puedo aplazarlo más tiempo. Sabes que odio hacer esa clase de modificaciones en las obras, pero a la gente parece que le gusta y le hace gracia. Cobraré un poco más por ello, pero aun así no me entusiasma. Tengo varias fotos del rostro de la esposa, es una belleza, pero aun así… Esta clase de trabajo se la habría encargado a Daniel se le daban mucho mejor estos cambios. Pero no tengo remedio.

¿Sabes? se está poniendo de moda aquí la pintura italiana, ¿puedes creerlo? ¿Dónde han quedado los paisajes de antes? En fin.

Investigué un poco sobre Oei Hokusai, la pintora japonesa que me recomendase. He de reconocer que me he quedado enamorado, no solo de su pintura sino de su vida. Leí alguna biografía suya que había por ahí perdida en la biblioteca municipal y me ha gustado mucho su papel en la vida de su padre, no solo como su ayudante, sino como su mano derecha, y a veces como ambas. Me pregunté, al leerlo, si tal vez me la recomendase porque de alguna manera te sentías identificada con esa frustración de una hija incapaz de sacar su propio trabajado adelante por culpa de la presión causada por la sombra de su padre. De cualquier manera me ha encantado su trabajo, y su vida, pero no voy a pintar ninguna de sus obras. No me siento valiente como para intentarlo y estropear una de sus pinturas con una interpretación personal.

Para cuando me informé lo suficiente como para apreciar la obra de Oei me encontré con algunas obras de Utagawa Kuniyoshi que me sorprendieron bastante. Conocía su estilo pero no había nunca profundizado lo suficiente como para que me envolviese. Creo recordar que fuiste tú quien me lo mostró la primera vez, pero no había podido sumergirme en su arte hasta ahora. Entre algunas biografías de la biblioteca encontré un catálogo de pinturas japonesas. He comenzado a esbozar el tríptico Takiyasha la bruja y el espectro del esqueleto. No sé si lo conocerás, pero iré enviándote fotos del proceso. He tenido que dejarlo parado algún tiempo hasta que termine el encargo en el que ando metido. Sí, lo sé, es un grabado, pero haré mi mejor esfuerzo para aunar las técnicas. Te lo prometo. Es una pintura muy sórdida y oscura, de seguro te lo regalaré cuando lo termine.

¿Madame X? No puedo creer que tu Señora sea como esa dama. Yo la habría cortejado desde el primer día. ¡Tú no hagas lo mismo! Debes respetar las distancias. Tal vez alguna vez puedas enseñarme alguno de los retratos que de seguro le has hecho. En mi próxima misiva te enviaré alguna fotografía, de estas últimas que me he hecho, en mi taller improvisado. No es más que el salón del pequeño apartamento en el que estoy residiendo. En realidad pareciera que duermo en el propio taller, porque mientras que en el salón tengo las obras en proceso de pintar, la cocina se ha convertido en el laboratorio para moler pigmentos y hacer pinturas y en la habitación guardo los materiales, los caballetes y los lienzos en blanco. Es acogedor, en verdad. Si tuviese más presupuesto y no tuviera que mendigar encargos y deberle el dinero del pan al panadero, te invitaría a venir conmigo. No me importaría dormir en el suelo arropado con tela para lienzos.

Te extraño mucho, querida. Muchos besos

Visser

Después de leer su carta rescaté el papel que tenía al lado y comencé a escribir, subrayando en la carta suya aquellas cosas que me parecieron importantes mencionar para no olvidarme de nada. Aparte de ellas, yo añadiría unas cuantas cosas más.

 

Querido Rudy.

Si notas que mis misivas tienen un cariz más amable y esperanzado es porque yo misma me siento más conforme con esta situación. He de reconocer que si tu carta me hubiese llegado hace una semana el tono con el que te contestase hubiera sido completamente contrario, por lo que me alegro de que esta respuesta te llegue en este mismo momento. Si hube tenido algún problema con las compañeras de trabajo—con una de ellas en concreto—, parece que hemos limado asperezas y todo marcha mucho más suave que antes. Hubo días en los que el miedo me atenazaba por las noches y las horas me las pasaba confabulando ideas de venganza. Pero una vez vengada la afrenta, todo ha quedado más o menos solucionado. Aún espero alguna que otra revancha, pero me la tomaré con mucha más elegancia.

Si quieres saber las buenas nuevas sobre mi señora, Madame X, he de decir que se encuentra mucho mejor. Volvió del hospital con un par de magulladuras pero ya se ha recompuesto por entero. Hubo algunos días en que tuve que hacer de asistente personal y ayudarle a vestirse y desvestirse. Hubieras dado tu brazo izquierdo por estar en mi lugar, pero he decir que no pude si quería aprovecharme de ello, llena de vergüenza y preocupación como estaba. Su ánimo se ha recompuesto y su estado es inmejorable. En verdad he de reconocer que ella cambia tanto como el tiempo. Es voluble como el agua. Hay días en que parece la dulzura personalidad y otros que puede ser más gélida que el propio hielo. Y quema como tal. Pero creo que le estoy cogiendo el truco a su carácter, se parece al mío, impulsivo y retorcido. Tal vez nos hayamos ya entendido.

No pensaba decírtelo, porque me parece que ni yo misma aun me lo creo, pero en su despacho me ha descubierto varios cuadros que realizamos en el taller. Todos tienen la firma de Visser y su taller, e incluso uno de ellos tiene tu firma, únicamente. El camino en Middelharnis que debiste realizar antes de que yo entrase al taller. Le hablé de ti a mi Señora y ella misma me mostró los cuadros con la esperanza de que yo los reconociese. ¡Tiene incluso la Anunciación de da Vinci! Aquella que pinté poco tiempo antes de que cerrásemos el taller. Su marido era quien le dio a conocer nuestro taller y ella siguió demandando encargos en nombre de la finca. Como yo nunca llevé el papeleo en el taller nunca lo supe. ¡Tú debiste haber tratado con ella! Es la Señora Christiane Schwarz, y su marido se llamaba Edwar Schwarz. Lloré amargamente al ver aquellas obras. También tiene en posesión la obra del entierro de Felipe el hermoso, con Juana I de Castilla y Las tres Gracias de Rubens. ¡Cuántos recuerdos al verlos! Pareciera cosa del destino, pero no parece que me tenga ahora en mejor estima por saberme autora de parte de esos cuadros. De cualquier modo reencontrarme con mi pasado me ha hecho darme cuenta de cuál es mi camino en la vida, y no es este.

Otro punto que quería comentarte es el hecho de que la Señora me ha pedido que me quede a trabajar durante el resto del año. Ya sé yo lo que significa eso, no solo que me ha cogido cariño y valora mi esfuerzo, sino que me encadenaré de por vida a un empleo en el que no soy feliz. Esto se suponía que sería algo temporal, una experiencia para enriquecerme, no una oportunidad para desperdiciar todas las demás. Cuando me lo ofreció lo vi claro, ¿sabes? Todas las demás puertas se cerraban para mí y ya no podría salir de aquí. Al principio se me desdibujaría como un año sabático, una especie de instrucción militar donde después de un año podría retomar mi vida como antes. Pero no es verdad. No sería verdad. Nadie me buscaría una sustituta y yo me anclaría lo suficiente a este lugar como para no poder ya empezar desde cero en otro sitio. Bastante me costará abandonar las amistades que me he granjeado aquí, durante estos tres meses. Si continúo por más tiempo, ya no podré despegarme de ellos sin arrepentimiento. Mis padres nos saben de esta oferta, y no voy a decírselo. A ellos no les conviene saberlo.

Los retratos parecen una costumbre pretenciosa, pero son ágiles de realizar y pagan bien, no desperdicies así una oportunidad como esa por ser orgulloso. ¡Aunque no soy nadie para hablar de orgullo! Si te contase todos los problemas que me ha traído mi orgullo estos días… Bueno, me alegro que al menos te hayan pedido un Tiziano a pesar de que tengas que cambian sutilmente a la modelo. ¡Aprovecha esta oportunidad y mejora la pintura de este titán! Seguro que la mujer a la que pintes se ve mucho mejor que la original. Mándame una foto también del proceso de esa obra, me gustaría imaginármela con otro rostro, pero no soy capaz.

Utagawa Kuniyoshi*, sí que fui yo quien te lo enseñó pero no soy una experta en su pintura. No es broma, así que tendrás que enviarme también una foto de esta obra cuando estés pintándola. Con una foto me conformo, no tendrás que mandarme la obra entera. ¡Ya me la imagino, con ese enorme esqueleto y con esos tonos negros y azules! Seguro que es una obra preciosa y me encantaría estar allí para reprenderte día y noche de que no debes copiar a oleo un gravado, pero aun así, te ayudaría a moler los pigmentos, como haría Oei con su padre. No te equivocaste al sugerir que vivo bajo el yugo de mi padre, pero es bajo tu sombra donde me cobijo. Si tuviese que ser bajo tu talento donde viviese, viviría una vida feliz, sirviéndote como ayudante o como hija. ¡Solo tienes que pedírmelo, y me plantaré frente a la puerta de su casa-taller para servirte! Pero eres demasiado orgulloso como para pedírmelo, ¿no es cierto? No me importaría pasar hambre, y tampoco me asusta el frío o la pobreza. ¿Qué acaso no puedes entender que otra persona sea capaz de sacrificar lo mismo que tú por el mismo placer que es la pintura? Me gustaría compartir tu mismo mundo de miseria, porque también es el mío. Aunque me tengas en más alta estima. Al menos la soledad no sería tan desgarradora.

Te quiero mucho, no dejes de escribirme.

Tu niña.

 

Pd: te envío algunas acuarelas que he realizado. Puedes quedártelas. Siento decir que el retrato que hice de Madame X se lo quedó la propia modelo y tanto así que no creo que pueda volver a hacer ningún otro. Te envío dos paisajes de los viñedos, un par de retratos de uno de mis compañeros, Maurice, en vestido. Quise imitar a las mujeres que pintaban Ramón Casas*, Raimundo Madrazo* pero creo que me han quedado un poco pobres. Quise haceros rápido. No son más que bocetos. Tal vez algún día me atreva a hacer un óleo de esto. El propio modelo se quedó también con unos cuantos, a regañadientes. Yo y mi manía de regalar mis pinturas. No me las devuelvas. ¡No se te ocurra! Ahora son tuyas.

 

Cuando terminé de escribir la carta me hice con un sobre, un sello, y metí dentro junto con el papel de la carta las acuarelas que le había prometido. Aún me quedaban algunas de Maurice y algún que otro paisaje, pero aquellos me los quedaría yo. Envié la carta al correo, la misiva de Visser me la guardé y tiré la de mis padres hecha pedazos en la basura.

 

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Utagawa Kuniyoshi (Edo, 1 de enero de 1798 - Ibidem, 14 de abril de 1861) fue uno de los últimos maestros japoneses de la técnica del ukiyo-e en la impresión xilográfica y pertenecía a la escuela Utagawa.

Ramón Casas y Carbó (Barcelona, 4 de enero de 1866 - 29 de febrero de 1932) fue un pintor español célebre por sus retratos de la élite social, intelectual, económica y política de Barcelona, Madrid y París. Fue diseñador gráfico y sus carteles y postales contribuyeron a perfilar el concepto de modernismo catalán. Algunas de sus obras más relevantes fueron Plein air (ca. 1890-1891), Flores deshojadas (1894), El garrote vil (1894) o La flora (1906).

Raimundo de Madrazo y Garreta (Roma, 24 de julio de 1841 - Versalles, 15 de septiembre de 1920) fue un pintor español realista del siglo XIX. Era hijo y discípulo del famoso retratista Federico Madrazo, cuñado del no menos famoso Mariano Fortuny, hermano de Ricardo Madrazo y nieto del notable pintor José Madrazo. Hoy, algunas de sus obras se encuentran expuestas en los mejores museos de Europa, como en el Museo del Prado  Algunas de sus obras más conocidas son Salida del baile de máscaras  (1885), Después del baño (1895) o The Reluctant Mistress.



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