VENDIMIA - Capítulo 23
Capítulo 23 — Contrarrestar el veneno
Al día siguiente,
después de la hora del desayuno, la Señora me llamó a su despacho para que
hablásemos de las nuevas condiciones de mi trabajo. Se rió mientras lo dijo,
porque ella misma iba a retirar las restricciones que unos días antes me había
puesto. Volvía a poder salir en las dos horas siguientes a la hora de comer y
también tenía libres los domingos. Me pidió perdón por haber adoptado aquella
sentencia contra mí y yo me disculpé a la vez por haberme escabullido de la
casona a base de mentiras. Cuando les comuniqué al resto del personal aquel
cambio con respecto a mis horarios todos parecieron alegrarse aunque en la
mayoría de los rostros distinguí aquella confusión por el cambio de opinión de
la Señora Schwarz.
Ojalá se lo hubiera
podido explicar pero no estaba segura de que aún haciéndolo, ellos fuesen a
entenderlo. Queda por descontado que no les comenté nada acerca de las entradas
y mucho menos de las conversaciones que habíamos tenido la Señora y yo para que
nuestra relación fuese cercana en un principio. Me hubiera gustado decirles: En
los cuadros que adornan el despacho de la señora, hay pinceladas mías, de mi
propia mano, bajo aquellas capas de barniz. Podía señalarlas y decir: aquí está
uno de mis gestos, impregnando el lienzo, plasmado para la eternidad. Un gesto
inmóvil, inmortal. Pero eso tampoco lo habrían entendido. Ramona puede, Belmont
lo habría admirado. Maurice se habría reído.
Hablando de Maurice,
él fue el que más se alegró de este nuevo cambio en mi horario. Me abrazó nada
más conocer la noticia y me prometió que pasaría más tiempo conmigo para
compensar la distancia que se había formado entre nosotros los últimos días.
Agradecí que no le hubiese contado a nadie que nos habíamos acostado, y tampoco
me trató de manera diferente, tampoco en la intimidad. Parecía que aquello nos
quedaría como un buen recuerdo pero él no pareció albergar esperanzas de
profundizar. Yo lo agradecí. Tal vez la presencia del vestido de Cosette allí
en medio de la anécdota fuese un punto de presión para no airear aquel
recuerdo.
A pesar de que Maurice
me prometió pasar más tiempo conmigo, justo aquel viernes después de comer,
Belmont se lo llevó al tejado para arreglar unas cuantas tejas que se habían
estropeado en la última tormenta y como se aproximaba el otoño era mejor
arreglarlas cuanto antes. Aproveché aquellas dos horas de libertad después de
tantos días para acercarme al punto de reunión donde Alejandro y yo solíamos
encontrarnos. Me sorprendió encontrármelo allí sentado en uno de aquellos
pollos, con un cigarrillo entre los dedos. Cuando me oyó acercarme volvió el
rostro asustado y después sonrió en mi dirección como si hiciese mucho tiempo
que no me viese y no se esperase si quiera que yo aún permaneciese en la
provincia.
—¡Oh, là là! —Gritó de
pura emoción y yo reí a carcajadas.
—¿Cómo has estado sin
mí? No pensé encontrarte aquí. —Le dije sentándome delante de él, que no salía
aún de su sorpresa.
—¿Yo? ¿Y cómo has
estado tú? Pensé que te habían echado y no volverías.
—¡A mí nadie puede
echarme de la casona! —Dije orgullosa y él se desternilló.
—¿Te castigaron?
—Así es. —Me reí y él
asintió, comprendiendo lo que había pasado—. Sin salir y sin horas libres. Como
si tuviese 5 años.
—¿Aquel día te
escapaste?
—Así es. —Suspiré y él
frunció el ceño en mi dirección—. Pero ya quedó solucionado. Fue un
malentendido. —Al decirlo me sentí mucho más liberada. Como si acabase de ser
consciente de que el problema había desaparecido.
—Aun así, no debías
haber venido conmigo si no te dejaban salir.
—No te he metido en
ningún lío, por eso no te preocupes.
—No lo digo por mí,
boba. —Me dijo con cierto aire de reprimenda—. Lo digo por ti. No quiero ser yo
quien te obligue a hacer cosas que te puedan costar el trabajo. Habría bastado
con que me lo dijeses en ese momento. “Oye, mira, no puedo salir. Tengo algún
problema en la casona, o la Señora no ve con buenos ojos que vaya contigo…” El
mundo está lleno de normas y prejuicios, y no puedo hacer como que no los veo.
—Suspiró y yo le pedí que me extendiese un cigarrillo.
—No volverá a pasar.
—Le prometí y él asintió, más confiado.
Después de aquel
reencuentro hablamos durante largos minutos sobre lo último que habíamos hecho
aquellos días y nuestras ideas preconcebidas del futuro que nos esperaba si no
volvíamos a vernos. Asegurándonos de que no volvería a sucedernos aquello y que
no quedaríamos del todo incomunicados intercambiamos direcciones de correo y
números de teléfono. Más tarde me estuvo hablando de la vendimia, pero no de su
labor en ella, sino de una forma mucho más extensa y a la vez concreta. Yo no
sabía mucho al respecto porque lo que sabía de las uvas y su labor de
recolección era lo poco que había leído en algún libro o lo que había viso en
un documental. Le dejé hablar, me encantaba escucharle hablar con tanta pasión
de algo que a mí ni siquiera me había llamado la atención.
Por lo que me contó,
algo que yo ya sabía, era que estábamos en la región vinícola de Alsace, una
tierra de cultivo al este de Francia en la frontera con Francia y Suiza. Pero
después profundizó un poco más hablándome del tipo de uva en concreto que se
cultivaba allí.
—¿Te has dado cuenta
de que la uva que recogemos tiene el hollejo de color rojo? —Me preguntó con
una sonrisa diabólica. Se escondía una trampa detrás de aquella pregunta
—Así es. En la casona
siempre tenemos uvas en un cuenco. Provenientes de los campos de cultivo. Son
deliciosas.
—Así es. —Dijo con una
sonrisa—. ¿Pero a que no sabes que en vez de vino tinto, lo que se obtiene de
ellas vino blanco? Son uvas de la casta Gewürztraminer, que tiende a tener el
hollejo rojo pero que se considera variedad blanca, es común de aquí, de
Alsacia. Es una variedad muy peculiar de uva, por eso es muy cotizada. Sale un
vino blanco muy rico.
Después de aquellas
explicaciones le prometí que me fijaría más detenidamente la próxima vez que
las degustase y cuando regresé a la casona Maurice aun seguía en el tejado con
Belmont, arreglando las tejas. Me saludó desde allí arriba con una mano y yo le
devolví el saludo. Ya pasaban de las seis y media cuando bajaron y nos
comunicaron al resto que habían tenido que espantar un pequeño nido de avispas,
y las tejas que habían retirado estaban completamente rotas, como si la lluvia
se hubiese cebado con el tejado en la última tormenta. Maurice traía varias
picaduras en los brazos pero no parecía más preocupado que si fuesen picaduras
de mosquitos. Belmont tuvo suerte, y solo le picó una en la mano.
—Todos los años anidan
avispas en el tejado. —Me dijo Maurice mientras le sacaba los aguijones que le
quedaban en el brazo. Tenía la piel algo coloreada por las horas de sol a las
que se había expuesto pero las picaduras también colorearon un poco su piel con
un tono rosado que aumentaba con la hinchazón provocada.
—Ponte hielo. —Dijo
María mientras señalaba la picadura de Belmont, pero yo negué en rotundo.
—El hielo solo bajará
la hinchazón, es mejor el bicarbonato, para eliminar las molestias que causa la
picadura y también la hinchazón. Contrarresta el veneno de la picadura.
—Mientras dije esto alcancé un botecito con polvos de bicarbonato que había
debajo del fregadero y en un pequeño bol los mezclé con agua hasta que quedó
una pasta espesa. Esta la puse sobre las picaduras de Maurice que suspiró casi
al instante—. Déjatelo puesto. Verás que en un rato ya no te escuecen las
heridas.
—Vaya con la chica de
ciudad. Sí que sabe cosas de campo. —Soltó Ramona divertida y Belmont pidió que
le extendiesen el mismo mejunje en la mano.
Después ellos se
quedaron allí tomando algo de zumo frío y yo subí al cuarto de la señora, que
me había hecho llamar. Mientras subía las escaleras me pregunté si tal vez
debería haber subido conmigo algún refresco o algún refrigerio. No hacía mucho
calor pero tal vez ella agradecía el gesto. Para cuando me hubiera decidido ya
estaba arriba llamando a la puerta de su despacho. Ella me dejó entrar y me
pidió que me sentase en una silla delante de su escritorio. Parecía ocupada,
pero no estaba segura de si solo sería una pose, porque cuando me senté dejó de
inmediato lo que estaba haciendo para poner las manos cruzadas sobre todo el
papeleo que tenía allí y mirarme con ojos inquisitivos.
—¿Y bien? ¿Por qué me
ha hecho llamar?
—¿Sabías que Bella se
jubila este año? —Me preguntó como si yo lo hubiese podido oír entre los
trabajadores de la casona. En verdad lo había escuchad antes, o al menos eso me
sonó, así que asentí.
—Creo que me lo
dijeron uno de los primeros días que estuve aquí.
—La cosa es que se va
a finales del mes de octubre, cuando haya terminado la vendimia. Es una señora
ya muy mayor y ya en más de una ocasión hemos tenido algún accidente con ella.
A demás, debe extrañar a sus familiares.
—¿Qué tiene eso que
ver conmigo?
—Tú también te marchas,
a mediados de Octubre. El día 13, si no me equivoco. —Consultó en uno de los
papeles que tenía bajo las manos.
—Así es. Me quedan dos
semanas y media.
—Exacto. —Suspiró—. Es
cierto que cuando no es época de vendimia Cosette, María y Ana se marchan a sus
respectivas ciudades y del resto de la casa podemos encargarnos nosotros. No
hay tanta labor como en estos meses. Pero Bella es interna, y se notará su
ausencia. —Entonces me sonrió con suspicacia. Esperaba que yo misma intuyese
por donde iba aquella conversación pero me hice la inocente. No deseaba
aventurar acontecimientos y mucho menos inflar mi ego creyendo que me estaba
proponiendo un puesto fijo allí.
—Sí, lo entiendo.
—Asentí mientras jugaba con mis manos sobre el mandil. Me di cuenta de que
estaba algo sucio.
—¿Entiendes que te
estoy proponiendo que la sustituyas en su puesto? —Fue directa y yo alcé la
mirada con un respingo.
—¿Quiere darme un
puesto fijo aquí?
—Sí. Te quedarás todo
el año. —Asintió. Al principio me había parecido una gran idea, pero al oírlo
en voz alta sentí que una opresión me comprimía el pecho. Incluso creí que se
me cortaba el aliento y se me saltarían las lágrimas si no conseguía
contenerlas. “Es solo una propuesta” Me dije a mi misma las veces suficientes
como para rebajar los nervios. Aunque creo que permanecí tanto tiempo en
silencio, mirando al vacío, que la Señora se alarmó—. ¿Anabella?
—Hum. —Dije,
levantando la mirada, temiendo que me hubiese preguntado algo en mi momento de
abstracción.
—¿Qué opinas de lo que
te acabo de hablar? —Preguntó—. No tienes que darme una respuesta, y solo es
una propuesta. Tendría que hablarlo con tus padres, para alargar el contrato, y
también con el resto de tus compañeros. Si consideran en que eres una buena
trabajadora y se comprometen a…
—Espere. —La detuve yo
unos segundos. El agobio volvía a subir a la garganta. Me aclaré la voz—.
Primero que todo, no tiene nada que consultar con mis padres. Todo lo referente
a mi trabajo consúltelo conmigo. Aunque me temo que ellos estarían más que encantados
de tenerme aquí por más tiempo si eso significa que llega dinero a casa.
Segundo, no sé si usted lo sabrá pero yo no tenía intención de estar aquí por
más tiempo que los tres meses que mi padre parlamentó con usted, o con Agnes.
Ni siquiera deseaba venir aquí.
—Pero una vez que
estas aquí, ¿no crees que es un lugar muy agradable?
—Yo no he dicho lo
contrario, pero este no es mi plan de vida. No quiero menospreciar el trabajo
que llevo a cabo, ni mucho menos. Pero no es lo que quiero hacer. —Mi determinación
la dejó pálida. Parecía mucho más sorprendida de lo que yo hubiera esperado.
—¿No quieres
permanecer con nosotros unos meses más? —Preguntó casi lastimosa. Lo que en
verdad quería preguntarme se traslucía por su expresión. “¿No quieres quedarte
conmigo?”
—Tendré que pensarlo.
—Dije con la mirada temblorosa. Claro que deseaba quedarme con ella, pero jamás
como su limpiadora o sirvienta—. Tengo veintitrés años, maldita sea. —Dije con
las palabras saliéndome del corazón—. Y sé que si me quedó aquí aunque sea un
año, ya usted no buscará a nadie más que me sustituya. ¿Cree que no me hago a
la idea? Un trabajo de por vida, aquí, limpiando sus sábanas. Con el tiempo la
comodidad de la estabilidad laboral matará lo bueno que quede en mí después de
años.
—¿Eso es un no?
—Preguntó, más seria—. Dímelo, así no haré más papeleo.
—Déjeme pensarlo. —Le
pedí, aunque en el fondo ambas sabíamos que la decisión ya estaba tomada.
—Tomate el tiempo que
necesites. —Musitó mientras recogía los papeles que había en la mesa. Era una
excusa para no mirarme. Se había decepcionado con mi respuesta y estoy segura
de que hubiera esperado toda una fiesta por mi parte, pero creo que hasta ese
momento ella no había entendido del todo que mi estancia en aquella casa era
más obligada que voluntaria.
Cuando salí de su
despacho y bajé a la cocina de nuevo intenté que en mi rostro no se tradujese
la conversación que había tenido con la Señora y aunque hice todo lo que pude
por distraerme cuando la cocina se quedó vacía me quedé allí plantada, sentada
con las manos sobre mi barbilla y pensativa, con la mirada fija en los nudos de
la madera. Me daban arcadas de solo pensar que tendría que estar allí todo un
año más, cómo mínimo. Era como si una nube de tormenta se cerniese sobre las esperanzas
de mi futuro y todo se volviese oscuro y neblinoso.
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