VENDIMIA - Capítulo 21
Capítulo 21 — Escupe
Lo llevamos de regreso al salón y desde la puerta de la cocina observamos en silencio como le daba el primer sorbo. No pudimos contener una risa ahogada.
Fue Maurice el
que me despertó al día siguiente. Me dijo que debía ponerme en pie, vestirme y
desmaquillarme y prepararle el desayuno a la señora. Yo me negué en redondo al
primer momento pero él me hizo entrar en razón y me aconsejó que si iba a despedirme
al menos tenía todo el día por delante para avisar a mi padre o buscarme la
manera de regresar a casa. Me pidió que me mentalizase en la peor de las
situaciones y me arreglase y alistase como si estuviésemos en el mejor de los
casos.
—No quiero que te
marches, pero si tienes que irte, que sea ella quien te pida que te vayas. —Me
dijo, con un tono de pena que yo no le conocía—. No quiero pensar que me dejas
porque no te gusta estar aquí.
Cuando me duché
y me vestí la cocina ya estaba llena de personas, expectantes de verme aparecer
y comentar conmigo el espectáculo del día anterior como si yo no lo hubiese
vivido. Yo hice oídos sordos a todos los comentarios y me sorprendió ver a
Cosette completamente concentrada en desayunar, sin fijarse siquiera en que
hubiese entrado por la cocina. Cuando había preparado la bandeja del desayuno
de la Señora me temblaron las manos al levantarla de la mesa y Ramona la sujetó
para que no se me cayese. Estaba dispuesta a dejarla caer y reventar la copa
con el zumo contra el suelo. Una vez recompuesta me conduje hacia el salón
donde la Señora ya me esperaba. Volví a sentir lo mismo que la primera vez que
la vi, allí sentada en la terraza de espaldas a mí. Temible. Es la única
palabra que se me pasaba por la cabeza. Cuando sus ojos volvieron a mi me sentí
desvanecer y a punto estuve de darme media vuelta, pero me contuve y dejé la
bandeja delante de ella como si nada hubiese sucedido. Ella fingió una infantil
sorpresa.
—¡Pero si aun
sigues aquí! —Yo bajé la mirada ante su comentario. Resoplé—. Pensé que te
habrías marchado.
—Quería darle el
placer a usted de despedirme.
—Vaya, sigues
igual de insolente. —Entonces fue su turno de resoplar. Yo tragué en seco y
ella alzó la mirada entrelazando las manos sobre la mesa. Ignoró la bandeja del
desayuno. Yo la miré con una ceja en alto, esperando a que dejase de lado aquel
incómodo silencio y me despidiese de una vez. Pero no lo hizo. Parecía incluso
divertida de que me hubiese acobardado y no me hubiese marchado—. Anoche
estabas borracha.
Ni siquiera lo
preguntó. Estaba segura de ello y yo asentí.
—¿Y bien?
—¿Y bien? ¿Qué?
—Pregunté.
—Si te disculpas
conmigo haré una excepción y no te despediré. —Aquel tono divertido me molestó
mucho más que su petición, la cual podría incluso llegar a entender a pesar de
que ni siquiera estaba segura ya de mi propio razonamiento. Ya no sabía por qué
había hecho nada y ni si ella era la que estaba en posesión de la justicia y la
razón. Creía recordar que era yo la que ganaba en ese terreno. Pero no quería
arriesgarme. Sin embargo, mi mandíbula se tensó. Ella sabía que no se podía
jugar con mi orgullo y creí atisbar en su intención que estaba incluso
dispuesta a hacerme limpiar sus zapatos con la lengua con tal de humillarme.
¿Debía ceder a la primera o eso no la dejaría satisfecha?
—Disculparme.
—Dije, paladeando la palabra—. ¿Y todo volverá a ser como antes?
—Ni lo pienses.
Solo te dejo quedarte aquí, y continuar con tu trabajo. Pero te impondré duras
restricciones.
Entonces no sé
si me compensa, pensé, pero no lo dije. Ella estaba decidida a hacérmelo pasar
mal y yo desconocía el motivo. Después de haber intimado, ahora me estaba
ahogando, y podía sentir nítidamente la presión de una correa estrujando mi
cuello cada vez con mayor intensidad. Para ser sinceros estaba deseando darle
la bandeja del desayuno y recibir el despido, para no tener que lidiar por más
tiempo con ella y su juego. Estaba incluso planteándome la idea de decirle que
no me disculparía y aceptar el despido con orgullo. Pero en vez de eso me mordí
el labio y dado que ella estaba dispuesta a negociar me aprovecharía de
aquello. Por lo bajo susurré un:
—Lo siento.
—¿Cómo?
—Preguntó, fingiendo que no me había escuchado.
—¿Vamos a jugar
a eso? ¿Me hará repetirlo? Me disculpo y ni siquiera sé por qué. Acepte la
disculpa, por favor. Se lo ruego. Y déjeme marchar. —Convencida de que no me
sacaría una palabra más se encogió de hombros y se puso a desayunar mientras me
enumeraba las múltiples restricciones que me impondría.
—A partir de ahora
no tendrás horas libres. Se acabaron los descansos después de la hora de la
comida. Desde que te levantes hasta que te acuestes trabajarás. Por no hablar
de los domingos. Para ti ya no habrá distinción entre un día de la semana y
otro. —Yo bajé la mirada haciéndome una idea de lo que significaba ahora este
trabajo—. Tampoco podrás salir de la casona. Como mucho unos cuantos metros
fuera de la edificación, para ir de un ala a otra de la casa. Nada más. Se
acabó ir a la poza a altas horas de noche y mucho menos escabullirte con los
trabajadores de la viña. —Yo enrojecí levemente pero intenté no dejarme llevar
por ello—. Como servirme la comida no parece suficiente trabajo para ocupar el
día ayudarás a María con la limpieza de las habitaciones.
—Está bien.
—Suspiré, aunque en realidad quería decirle que me retractaba de pedirle
perdón.
—Bien, eso es
todo. Ya se me irán ocurriendo más cosas. Siempre que no tengas tareas por
hacer puedes ofrecerte en la cocina para echar una mano, y si aun así tienes
las manos vacías y te veo, te las golpearé hasta que se te tuerzan los dedos.
—Un escalofrío me recorrió la espalda, obligándome a ponerme erguida.
—¿Es eso todo?
—Eso es todo.
—Repitió pero aun así mientras me estaba volviendo ella me detuvo con un deje
de su voz—. Por cierto, me debes una.
—¿Cómo? —Le
pregunté. Más sorprendida que ofendida—. ¿Le debo una?
—Sí. Ayer
contuve a Agnes para que no llamase a tus padres. Estaba decidida a llamar a tu
padre y contarle lo sucedido. —Rápidamente me alegré de que hubiese sido así,
porque un enfrentamiento con mi padre era lo que menos necesitaba, sin embargo
no me dejé llevar por ello—. De nada.
—No hubiera sido
necesaria su intervención. —Le dije con media sonrisa—. Yo no le debo cuentas a
nadie, y menos a mi padre.
—¿Acaso no te
recomendó él para este trabajo?
—Así es. Y estoy
segura que solo con el propósito de verme por primera vez trabajar en un empleo
propio de una mujer, fregando y cocinando para otros, limpiando la ropa de
alguien por encima de mí y bajando la cabeza con sumisa obediencia. Se quedará
mi sueldo, como ha hecho siempre. Es lo único que le incumbe a él de este
trabajo mío.
La Señora
frunció el ceño pero como no supe interpretar aquello me limité a bajar la
cabeza en modo de disculpa y marcharme por la puerta principal, advirtiéndole
que en veinte minutos regresaría para recoger la bandeja. Debería haber ido a
desayunar yo, pero no tenía apetito desde anoche y el estómago se me había
cerrado con un nudo que la tensión de aquella última charla había apretado aún
más. Cuando llegué afuera me senté en las escaleras y al poco apareció Maurice
para sentarse a mi lado. Me recordaba a un pequeño cachorro que busca el calor
de un humano donde poder restregarse.
—¿Te ha echado?
—No. Sigo
contratada. Es más, ahora trabajaré más que nunca. Ha aumentado mis deberes y
parece que va a divertirse torturándome un tiempo más. —Resumí, sin embargo él
parecía feliz de tenerme allí algún tiempo más.
—¿Viste? Al
final no es para tanto…
Me quedé
mirándole con absoluta fascinación. Realmente creía que quedarme era la mejor
de las opciones cuando en verdad me duraría durante días el anhelo de marcharme
de aquella casa. En cierto modo estaba agradecida de tenerle a él como un buen
soporte, pero a veces me recordaba que seguramente fuera tanto o más frágil que
yo, y no pudiera sostenerme.
—En un rato le
traerán el coche a la señora. —Me dijo, explicándome su motivo por el que
estaba allí en la entrada—. Ya se lo arreglaron. Le tiene mucho aprecio.
—¿Ah sí?
—Pregunté sin el más mínimo interés.
—Sí. En realidad
podrían habérselo traído ayer. Me parece que llamó a primera hora para que se
lo trajeran, pero después lo canceló. —Yo le miré con el ceño fruncido pero
después me limité a mirar hacia ninguna parte, jugando con el bajo del vestido.
Llegué a la
conclusión de que después de enterarse de lo mío y a causa del enfado decidió
no tener que lidiar con ese problema y se deshizo del encargo.
—Seguro que se
arrepintió de molestar al taller un domingo. —Dijo Maurice, llegando a una
conclusión parecida.
...
Pasadas las diez
de la mañana una grúa llegó por el camino de tierra arrastrando el impecable
Citroën Traction Avant negro de la Señora. Antes que él llegó el repartidor de
carne con un costillar completo y varias partes de carcasa de cerdo, así como
algunos embutidos y queso. Para cuando el coche llegó ya estábamos de vuelta a
la entrada y nos aseguramos de recibir a los mecánicos. Fue a mí a quien dieron
las llaves y preguntaron si podría recibirles la Señora. Maurice y yo dudamos
en si deberíamos molestarla para este trámite pero Agnes intervino antes de que
pudiésemos cometer algún error excusando a la Señora e interponiéndose ella
como mediadora. Los mecánicos parecieron perder el interés entonces en
cualquier tipo de recibimiento y volvieron dentro de la grúa para marcharse.
Agnes me arrebató el manojo de llaves de tal manera que di un respingo y
desapareció dentro de la casona.
El resto del día
transcurrió en completa normalidad. El poco trato que tuve con la Señora era
superfluo y con el resto de trabajadores me limité a fingir que no había pasado
nada y si me preguntaban sobre la resolución de la Señora me limitaba a decir
que no me había despedido pero que ahora trabajaría el doble. No fue hasta
pasada la mitad de la mañana que no fui realmente consciente de lo que aquello
significaba. Ya no habría tiempo para pintar ni tampoco para leer. Ya no
volvería a ver a Alejandro y tampoco podría aprovecharme de la presencia de
Maurice más que de forma esporádica. Agradecí sobremanera que Cosette o el
resto de chicas no se mofasen de mi situación, al contrario, parecían
dispuestas a dejarme tranquila. En la hora de la comida, es más, Cosette se
sentó a mi lado y cuando ya estábamos con el último plato me preguntó por qué
la Señora no me había dejado salir el domingo, como si realmente no pudiese
entenderlo, dado que era mi día libre. Le dije que yo tampoco lo sabía y
entonces ella pareció concordar con mi confusión. La sentí levemente más
cercana y eso me asqueaba.
Cuando aquella
noche me acosté en la cama me sobrevino una angustia que no pude retener y
acabé llorando. Lloré hasta dormir. Por la impotencia, por la desesperación, la
rabia acumulada y la asquerosa sensación que me cubría la piel. Me arrepentí de
haberme quedado y me arrepentí de no haberme escapado cuando pude. No estaba
hecha para ese trabajo, no me cabía duda. Tener que bajar la cabeza delante de
alguien, esa no era yo. Antes de llegar a alguna resolución me embargó la
desesperanza y acabé haciéndome a la idea de que esta sería mi nueva realidad,
me gustase o no. En el fondo hubiera deseado que hubieran llamado a mi padre y
le advirtiesen de lo que había hecho, para que me viniese a recoger. Me planteé
la idea de escaparme hasta el pueblo y coger allí un bus o algo que me ayudase
a regresar a mi casa. Pero no sabía si tenía el dinero suficiente y como el
dinero que estaba cobrando lo ingresaban directamente en la cuenta bancaria de
mi padre, yo no veía un franco. Desistí de darle vueltas, era inútil.
El martes fue
una sucesión de lo mismo. Alguna que otra burla velada por parte de la Señora
en los momentos en que le servía las comidas, y el eterno silencio el resto del
día. Ayudé a María a hacer la cama de la Señora y a planchar. Después Cosette
me pidió ayuda para lavar y tender la ropa porque Ana no se encontraba bien, a
causa del periodo, y accedí de buen grado. Llegar a la poza para lavar la ropa
me pareció incluso temerario, pero no se me podía decir que estuviese
incumpliendo nada. Cuando tendíamos la ropa yo me quedé aseándome y Cosette
desapareció dentro de la casa. Ahora me arrepentía por lo que habíamos hecho
con su vestido, pero en el momento me pareció una buena idea. Aun me lo seguía
pareciendo.
…
El miércoles me
advirtieron de que la Señora recibiría una visita. Al parecer un par de
políticos, administradores de fincas, o concejales o sabe Dios que clase de
calaña eran. Hombres regordetes, con trajes holgados y anchas corbatas colgando
como sogas de sus cuellos. Se reunieron en el salón pasadas las cuatro de la
tarde. Agnes no mandó que les llevásemos bebidas y algunas pastas para comer.
Cosette y yo preparamos una bandeja con los platos con pastas y otra con los
refrigerios. Agnes estaba como loca porque parecía que aquellos hombres harían
una inversión en la finca, o tal vez eran distribuidores al por mayor. Yo no
tenía ni idea porque las noticias que entraban en la cocina se filtraban por
una criba muy confusa. Agnes solo nos dijo que eran gente muy importante, que
hacían tratos esenciales para el mantenimiento de la finca y que necesitaban un
refrigerio.
—Estos días ha
refrescado bastante, pero aun se sigue notando el calor a estas horas de la
tarde. —Decía uno de ellos cuando salíamos al salón. Por el ventanal que daba a
la calle entraba una gran cantidad de luz suficiente como para calentar toda la
estancia. Cuando llegamos allí la Señora estaba sentada en uno de los sofás con
la mesa de té delante, con las piernas cruzadas y las manos en su regazo, una
sobre la otra. Ni siquiera me miró cuando me vio aparecer. Al otro extremo de
ese sofá había un señor repanchingado sobre el reposabrazos, mirándoos a
Cosette y a mí sin reparo. Enfrente de ambos, en dos butacas, había otros dos
hombres. Todos con el mismo corte de pelo y el mismo olor a puros habanos. Tal
vez fuese solo uno de ellos que olía por los tres.
Cuando dejamos
la bandeja sobre la mesa uno de ellos se quejó por el té frío que le habíamos
servido y demandó con un mal tono de voz un whiskey con hielo.
—Eso solo te
dará más calor. —Le espetó otro de los hombres con una risa al final. El
primero no pareció retractarse así que yo le retiré el té y me llevé la bandeja
adentro. Cuando me reuní con Cosette en la cocina no pudo evitar reírse por las
arrugas que se formaba en mi nariz.
—Han venido
otras veces. —Me dijo—. Son comerciantes. Son los hombres a los que les
vendemos la recolecta de los viñedos. Vienen por estas fechas para cerrar
acuerdos y esas cosas. —Dijo ella. Yo asentí encogiéndome de hombros. No me
importaba en absoluto quienes fuesen.
—¿Dónde está el
whiskey?
—En el armario.
—Señaló uno de los armarios de la cocina y saqué de allí una botella a medio
beber de whiskey. Por la cantidad de polvo que se había acumulado en el tapón
deduje que hacía mucho tiempo que nadie bebía de ella. Serví un vaso con hielo
y vertí tres dedos de whiskey. A parte puse un vaso de agua y ambas cosas las
llevé al salón.
Cuando llegué el
rechoncho que me había pedido el whiskey pareció decepcionado el verme y musitó
algo por lo bajo.
—Esperaba que
fuese la otra chica la que me pusiese el whiskey. —Dijo, esta vez más alto,
para hacer reír a los demás. Las paliduchas no me gustan. —Yo ignoré el
comentario y puse el vaso de whiskey a su alcance. Y a su lado el vaso de agua.
Uno de los hombres allí sentado pareció defenderme.
—Mira, al menos
es considerada, te ha traído un vaso de agua.
El grandullón se
llevó el vaso a los labios mientras yo rescataba la bandeja y me la abrazaba al
cuerpo.
—¿Los señores
desean algo más? —Pregunté, en dirección a la Señora pero volvió a ignorarme y
me despachó con un gesto de su mano. Mientras yo me volvía el hombre al que le
había servido la bebida maldijo por lo bajo, separando su boca del vaso con una
expresión agria.
—¿Qué clase de
whiskey es este?
—DYC. —Contesté,
con media sonrisa—. Yo tampoco soy muy fan de esa marca. ¿Demasiado añejo? Lo
siento pero en la casa no hay otra marca de whiskey. Por eso le he traído el
vaso de agua. —Hice en su dirección una leve inclinación de cabeza—. Si me
disculpan…
—Que atrevida…
—Oí decir a uno de los hombres mientras me escondía en la cocina y cuando
llegué allí solté la bandeja con una sonrisa algo amarga.
Pasadas las seis
Ramona se metió en la cocina y se puso a preparar el costillar. A las ocho
cenarían la Señora y sus invitados y para eso había encargado el día anterior
aquel estupendo costillar. Me sentí algo culpable por haber pensado que podría
ser para nosotros y al mismo tiempo me enfadé por no tener la oportunidad de
degustarlo. Pensé que tal vez pudiesen quedar sobras. Aquella necesidad aumentó
cuando el olor del romero y la pimienta se mezclaban en el ambiente con la
carne asada. A todos se nos hizo la boca agua. También hizo patatas al horno y
unos cuantos pimientos asados como guarnición. Una ensalada mixta y una
abundante macedonia de postre.
De nuevo Cosette
y yo atendimos la mesa de aquellos y mientras poníamos mantel y platos ellos se
levantaron para sentarse, puede que impacientes por cenar o ansiosos por estar
a nuestra vera. Parecían más atentos a nosotras que a la conversación que
pudiesen tener con la señora o entre ellos. A Cosette le apreció del todo
natural pero a mí me incomodó bastante sentir como se paseaban a mi alrededor
para elegir donde sentarse a la mesa. Había seis asientos y eran cuatro. No
había que tener una ingeniería para tardar menos de unos segundos en decidir.
Pero eran como un banco de tiburones rodándonos. Babosos, mirones y por suerte
no demasiado tocones.
Para cuando
pusimos las copas y servimos el agua y el vino ellos ya estaban sentados a la
mesa y aprovecharon que no podía retroceder para preguntarme:
—¿Y tú, cual
whiskey prefieres? Pareces una experta…
—La verdad es
que no soy muy fanática del Whiskey. Prefiero bebidas blancas como la ginebra.
—Pensé—. Pero está claro que DYC no es una buena marca. Un conocido es muy
apasionado del Whiskey y sin duda si no tienen Jack Daniels en un local,
prefiere no beber nada.
Los hombres que
había allí delante parecieron coincidir con mis argumentos y se sonrieron entre
ellos, asintiendo. La Señora sin embargo me fulminó con una mirada cargada de
rencor. Yo desvié la mirada y me aparté.
—Pero no es una
buena conversación que tener con una sirvienta. —Con una mirada hacia la Señora
me disculpé—. No es muy apropiado que yo hable en este tono con ustedes.
—¡Oh! —exclamó
uno de ellos, el que más cerca se había sentado de donde yo estaba—. No me cabe
la menor duda de que en algunas ocasiones, una conversación con una sirvienta
es mucho más interesante que con cualquier hombre de negocios. —La Señora
sonrió incómoda y yo retrocedí otro paso.
—Conmigo seguro
que no. —Me disculpé, pero cuando me di media vuelta el hombre sujetó el cordel
de mi delantal y lo desató. Se desternilló como un niño pequeño que ha hecho
una travesura pero yo me volví tan sorprendida como ofendida y a punto estuve
de arrearle un mandoble con la botella de agua que tenía en la mano. Se habría
roto en su cabezota canosa.
—¡Uh!
—Exclamaron todos al ser partícipe de mi mirada cargada de llamaradas
incendiarias—. Que genio tiene la muchacha.
—Anabella —Me
llamó la señora—. Retírate y tare la comida.
—Sí, señora.
—Dije, esperanza de que fuera a defenderme pero no lo hizo.
Tuve que esperar
a llegar a la cocina para abrocharme de nuevo el delantal y contuve un grito de
horror mientras Cosette disponía la costilla en una gran bandeja.
—¿Vas a llevarlo
tú? —Le pregunté, pero ella negó con el rostro.
—Ayúdame a poner
la guarnición en otro plato y lo llevamos entre las dos.
Cuando
regresamos al salón y dejamos la cena lo hice temblando, pensando que las manos
del hombre que había a mi lado se aprovecharía de que tuviera las manos
ocupadas para manosearme. Lo hizo sin embargo con Cosette que sirviendo parte
de la costilla desde su otro flanco, aprovechó la cercanía para tocar su muslo
por debajo del bajo del vestido. Ella dio un respingo pero no dijo nada. Yo no
pude evitar quedarme mirando aquello con la más indecente expresión de horror
Los hombres
cenaron en el salón mientras nosotras cenamos en la cocina, después del resto
de personal de la casa. Ella no comentó nada de lo que le había pasado supongo
que porque en el fondo estaría acostumbrada o acobardaba. Cuando los hombres
terminaron de cenar y de nuevo me demandaron otro whiskey cogí el vaso lleno de
alcohol y escupí dentro delante de Cosette. Después le extendí el vaso a ella.
—Escupe.
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