CHOFER (TaeGi) - Capítulo 2
CAPÍTULO 2
TaeHyung POV:
Toda la tarde pasada estuve estudiando
con parsimonia el horario de ese tal Min YoonGi. Mi compañero JungKook dijo que
era muy famoso pero yo apenas veo la televisión así que cualquier nombre de
todos los que dejan su coche en la empresa me resultan desconocidos.
Este hombre de veintitrés años tiene
unos horarios difíciles y complejos. Su casa está muy lejos y no tiene
demasiados trabajos fijos por lo que dentro de los horarios estipulados hay
muchos espacios en duda.
Mas hoy lunes me veo obligado a
madrugar porque claramente en el horario tiene que estar a las ocho y media en
los almacenes de televisión donde al parecer es presentador matutino de un
programa de ídolos. Hago cálculos y toda mi alma cae a mis pies. Cuando abro
los ojos es de noche cerrada y cuando miro la hora, son las cinco y media de la
mañana. Suspirando y resignado, con la suculenta cifra que es mi sueldo, hago
acopio de todas mis fuerzas y me levanto para rehacer la cama, desayunar una
taza de café frío, vestirme y salir en busca de la primera parada de bus
nocturno que me lleve a la empresa.
Cuando llegue serán las seis y cuarto
y cuando pretenda llegar a la casa del señor Min serán las siete. Para llegar a
su trabajo tardaría una hora pero debo suponer que habrá tráfico por lo que se
alargará hasta las ocho y media. Creo que no había valorado la dificultad que
este trabajo me causaría y más aún cuando no tengo horarios fijos. Me deshago
en mi propio asco mientras me tambaleo en el asiento de un autobús vacío. El
conductor me ha mirado con extrañeza al entrar pero supongo que no le importará
llevarme. Yo también serviré a alguien así también.
Durante todo el trayecto siento la
soledad en las calles, el silencio que las inunda y la noche que las abraza. En
la penúltima parada antes de bajar sube un estudiante algo más joven que yo y
se sienta una fila detrás del conductor. Nada más hacerlo mira a su alrededor
como hice yo y posa la mirada en mí unos segundos. Apenas me fijo en él porque
antes de darme cuenta ya me veo frente al almacén.
Nada más entrar paso mi DNI por un
escáner de luz y tras confirmar que soy uno de los trabajadores se me abre la
puerta metálica que da al almacén. Unas cuantas luces se iluminan mostrándome
un camino que me guía hasta el coche del señor Min. El color azul de la
carrocería brilla como si quisiera llamarme a su interior. Accedo a él
fácilmente y cuando me siento sobre el asiento del conductor parece que el cuero
me abrazara, me sedujera a recostarme y así hago. Me dejo sumergir en la
calidad del coche. Instintivamente llevo mis manos al volante y lo sujeto
firmemente disfrutando de cómo se amolda a mis dedos. El olor es embriagador,
el tacto del salpicadero seductor, todo el coche me vuelve loco.
Inserto la llave en la toma de
contacto y al girarla las luces delanteras iluminan toda la estancia. El motor
ruge como un felino enfurecido, piso el acelerador y el rugido se vuelve mucho
más intenso y un escalofrío me recorre. Uno más fuerte le persigue cuando
pienso en la posibilidad de que le suceda algo por mi culpa y los gastos que
supondrían.
Me deshago de los malos pensamientos
agitando mi rostro y soltando el embrague conduzco fuera del almacén y me
encamino por la carretera a la casa del señor Min.
Mientras conduzco mantengo las
ventanas subidas y la capota cubriendo el techo. No solo no me parece que sea
una hora adecuada para disfrutar de la brisa ya que apenas ha salido el sol
sino que quiero conservar el olor que mantiene su interior. Es dulce y meloso.
Nada masculino pero tampoco es un perfume de mujer. Pienso en algo parecido a
un ambientador pero no encuentro nada parecido al alcance de mi vista como
suelen tener otros coches colgando del retrovisor o amarrado en el aire
acondicionado. Respiro más profundamente y me recuerda a una colonia infantil.
Algo que solía estar en mi recuerdo de infancia. Es dulce.
A los treinta minutos pasados del
trayecto me conduzco por un puente por donde veo salir el sol. Este puente me
conduce a las afueras de Seúl donde hay varias urbanizaciones construidas hace
poco. Cuando llego a ellas me deslizo entre las casas y me deleito en su
imponencia para hacerme ver a mi mismo como un muerto de hambre ya que mi casa
entera no supera los metros cuadrados que tienen estos jardines. La hierba
parece recién cortada y puedo oler su fragancia a humedad al bajar un poco la
ventanilla. Los árboles tienen unas proporciones perfectas y me hace pensar o
bien en la posibilidad de que los cortan cada día con paciencia y dedicación
sin saltarse una sola hoja de más o compran cada día árboles nuevos para evitar
el trabajo de podarlos tan perfectamente. Es un placer sensorial maravilloso.
En cuanto a la arquitectura de las
casas he de decir que me hace sentir extraño, modelando en un edificio de tres
plantas un estilo americano de chalets independientes, vallados y cercados,
junto con una estética asiática y una distribución muy oriental. Son perfectas.
Tejados de color arcilla con pareces beige algunas, otras rosas salmón, azules
cielo. Colores vivos y alegres. El ladrido de un perro se oye en la lejanía en
respuesta al sonido del motor de mi coche.
Busco con los ojos la casa con el
número 54 como viene en los papeles que rápido guardo en la guantera y tras
seguir desde el cincuenta me detengo en una un poco diferente del resto. A
simple vista no pasa desapercibida pero si te pasas unos minutos mirándola como
yo hago te das cuentas de pequeños detalles como que la verja es de metal y no
de madera como el resto a pesar de que el color es blanco, como todas. Las
ventanas cerradas y las cortinas corridas. Hay claros indicios de que hay una
persona viviendo porque se nota que la casa está cuidada pero no parece que la
persona que aquí resida sea alguien muy sociable.
Bajo del coche y me acerco a la valla
de metal donde hay un portero automático. Antes de pulsarlo me aseguro de que
la valla realmente está cerrada y dada su altura no me veo capaz de saltarla
por lo que sin miedo llamo y se oye desde dentro un pitido agudo y chirriante.
Espero, creo, un minuto entero cuando comienzo a plantearme la posibilidad de
volver a llamar, pero alguien contesta al otro lado.
—¿Sí?
—Ho—hola. –Tartamudeo. La voz ha
sonado grave y malhumorada. Cansada y algo carrasposa. Creo que lo he
despertado—. Soy Kim TaeHyung, su nuevo chofer.
—Hum. –Gruñe al otro lado y siento
como se separa del auricular. Vuelve a los segundos—. ¿Qué hora es?
—Las siete y diez, señor.
—Maldita sea, ¿por qué tan pronto?
–Enmudezco y al otro lado se oye un suspiro—. Espera en el coche. Dame unos
minutos.
—Sí señor. –Salgo de los límites de la
casa y me meto de nuevo en el coche del señor Min a esperarle. Mientras mato el
tiempo miro a todas partes dentro de este y lo primero que hago es bajar del
todo la ventanilla para respirar este delicioso aire puro, tan ausente en el
centro de Seúl. En la guantera no he encontrado más que un par de discos de
música que ahora estudio con atención. Varios son de ídolos muy conocidos pero
otros son de música extranjera que no conozco, americana probablemente.
Miro tras mi asiento siendo consciente
de que no es más que de dos plazas el coche por lo que se verá obligado a
sentarse a mi lado siempre. Miro el techo de tela, el cristal impoluto frente a
mí, la ventana, el salpicadero. Recorro con mis ojos hasta el más mínimo
recoveco del coche y este extraño juego dura casi veinte minutos que termina
con el sonido de una puerta cerrándose. El sonido me indica que es una puerta
pesada y resistente y así es.
El señor Min aparece por la puerta y
la cierra con un golpe seco. Tras candar con su llave se ajusta la chaqueta de
su traje al cuerpo y baja los cuatro peldaños que desembocan en un camino de
cemento asfaltado, el cual divide el césped en dos, y termina en la misma
puerta de metal donde estaba yo antes.
Miro su rostro cansado y sus gestos
pesados. Pero creo que no es más que una sensación mía porque todo él es
imponente y respetable. Su delgado cuerpo lleva un traje marrón que a medida
que se acerca puedo distinguir en su tela unas líneas muy finas dibujando
cuadros por toda la superficie. Tras él vislumbro una camisa blanca y en su
cuello se cierra una corbata a listas negras y blancas. Sus zapatos negros
caminan con precisión y sin dar un paso en falso.
Cuando está rodeando el coche para
entrar en el asiento del copiloto pasa por delante de la luna y puedo ver el
sol en el horizonte reflejando sus rubios cabellos perfectamente peinados y
colocados mostrando su rostro. Sus ojos al parecer pequeños se cierran apenas
dejando una fina línea por la presencia de luz. Sus labios, pequeños pero
jugosos. Poca espalda, piernas esbeltas. Sin pensar en más ya abre la puerta y
cierra tras sentarse a mi lado. Un choque brutal me golpea haciendo rememorar
de nuevo mi infancia. Dulce. Huele jodidamente dulce nada más se ha cerrado la
puerta y puedo entender que ha sido por él. Él es el problema de este olor.
—Bu—buenos, dí—días. –Tartamudeo de nuevo
con una voz más grave de la que quisiera. Me mira por el rabillo del ojo
poniendo sobre su regazo un maletín de cuero marrón oscuro y lo abre sacando
unos papeles que parecen guiones de una película.
—Hum… —Dice simple pero yo no me muevo
esperando por algo más. Mi corbata aprieta por lo que aflojo un poco el nudo y
carraspeo pero debe tomarlo como una llamada de atención y me mira más de
frente y seguido para alzar una ceja mientras que la otra la frunce—. ¿Ocurre
algo?
—N—no. Nada.
—Entonces, ¿por qué no conduces?
—Oh, claro. –Arranco con sutileza y
nos saco fuera de la urbanización. Pasados cinco minutos su voz me distrae.
—Cierra la ventana, por favor. –Sin
mirarme habla y sujeta más fuerte sus papeles en la mano porque le molesta el
viento revolviéndolos.
—Ups, lo siento. –Hago lo propio y
después de eso ya no sigue leyendo los papeles y los guarda de nuevo. Me
preguntó a qué vino subir la ventana.
—¿Cuánto hace que te sacaste el
permiso?
—Un mes. –Asiente.
—Conduces bien. –Mis mejillas arden unos
segundos y sonrío sin poder evitarlo.
—Muchas gracias. ¿Usted no tiene
permiso?
—¡Claro que tengo! ¿A qué viene esa
pregunta? –Se ofende.
—Lo siento, es que, como contrata un
chofer, pues…
—Prefiero no perder el tiempo en
conducir cuando puedo aprovecharlo para estudiar mis guiones. –Asiento—. Ten
cuidado con lo que preguntas, muchacho.
—Lo siento. –Me disculpo de nuevo y se
instala en nosotros otro silencio que dura esta vez aproximadamente diez
minutos. Él se distrae con cualquier cosa y saca de su maletín unas gafas de
sol que se pone porque la luz debe molestarle. He podido ver esta vez más claro
el contenido de este, una cartera de color negro, un paquete de Winston, algo
parecido a una funda de gafas y una caja de aspirinas para el dolor de cabeza.
—Como has podido ver mis horarios no
son tan rectos como los de otros. –Dice colocándose las gafas sobre el tabique
nasal—. Mi único trabajo seguro es este todas las mañanas de lunes a viernes.
—Ya he visto, señor. –Su voz seria me
pone los pelos de punta pero el olor dulce me hace sentir ligero.
—Tengo algunos trabajos por horas como
anuncios, ser estrella invitada en algunos programas, cosas que surgen…
—Hum. –Freno por un semáforo y le miro
a los ojos tras el negro de las gafas.
—Así que lo mejor será que coja tu
número de teléfono de tu expediente y te avise cada vez que requiera de tus
servicios. –Por sus palabras me siento como una prostituta. Me encojo de
hombros y asiento dándole el permiso para que proceda de esa manera. Será lo
más cómodo para los dos.
En la carretera ya se ve más ajetreo
de coches y camiones de reparto para entregar los pedidos a primera hora de la
mañana. Estoy seguro de que si bajara la ventanilla podría deleitarme en el
olor del rocío del alba, pero me veo en la obligación moral de conservar el
dulce aroma que se ha instalado dentro del coche.
Cuando llegamos a los platós de
televisión me indica en cual debo detenerme y sale del coche pero antes de
alejarse vuelve a abrir la puerta y me mira bajando sus gafas para mirarme a
los ojos.
—Eres muy puntual y madrugador. No
vuelvas a hacerlo.
—Pero, señor Min… —Sus palabras me
desconciertan pero más lo hace su débil y traviesa sonrisa en sus labios.
—Recógeme a las once aquí mismo.
–Asiento y lo veo cerrar la puerta y marcharse entrando en el almacén tras que
el guardia de la puerta le dé el permiso.
Se ha llevado su olor con él.
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