CHOFER (TaeGi) - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
TaeHyung
POV:
Comenzaré la presentación con una frase que solía decir mi padre de sus labios pero que en realidad solo parafraseaba de las ocurrencias de un tal Fiodor Dostoievski.
« Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama. »
Repitió esta frase durante todos los años que vivió en mi recuerdo. Lo decía siempre cuando una copa de whisky barato adornaba su mano y la meneaba haciéndose a la ilusión de que se veía rodeado de uno de esos bares de ambiente a altas horas de la mañana. Se creía uno de esos altos y distinguidos caballeros que por mucho alcohol que ingirieran jamás se les notaba la ebriedad. Estaba muy equivocado, absorto en sus fantasías de funcionario, ya que con tan solo una copa ya no sabía ni hablar.
Siempre me decía que la distancia me haría valorar las cosas porque cuando conoció a mi madre, exactamente ese mismo día, le obligaron a comenzar su servicio militar obligatorio.
—La conocí por la mañana en una heladería con sus amigas, y esa misma tarde tuve que marchar. –Me decía.
Durante años me he planteado que tal vez fuera la impotencia de no poder estar con ella lo que le llevó a caer en algo que él mismo llamó amor. Tal vez, si hubiera podido verla al día siguiente seguro que notó diferentes imperfecciones en ella que le hicieran bajar sus expectativas, ya demasiado altas a la vuelta del servicio como para no ser conscientes de ellas nunca. También se me antoja la posibilidad de que si no se hubieran conocido ese mismo día pero sí a la vuelta de su servicio, a lo mejor ni se habría fijado en ella.
—Le escribía cartas todas las semanas y en los días que me concedían un permiso quedaba con ella y la invitaba a un batido de chocolate, su favorito. –Argumentaba mi padre mientras daba un trago a la copa y la saboreaba como si realmente valiera la pena hacerlo. Mi madre se sonrojaba con sus recuerdos y ella seguía con el relato.
—Muchas chicas estaban coladas por tu padre, pero sólo yo supe enamorarle.
—Algún día, —me decía siempre—, encontrarás a una mujer casi tan preciosa como tu madre.
Por aquél entonces ellos no sabían que no me gustaban las mujeres. Ni siquiera yo mismo lo sabía porque mi padre murió cuando yo tenía trece años por un escape de gas en su oficina. Pasó duras horas en el quirófano pero no pudieron salvarle. Perdió mucha sangre en la explosión y mi madre se quedó viuda con un adolescente a su cargo.
Con dieciséis años me vi obligado a dejar la escuela y me puse a trabajar para ayudar a mi madre. Ella no trabajaba y cobraba seiscientos mil wones al mes por la manutención del seguro por la muerte de mi padre. Apenas nos daba para pagar los gastos que la casa suponía como para seguir perdiendo dinero con mis estudios. Mi primer trabajo fue descargando cajas en un almacén por las noches. Allí conocí a mi primer amor.
Hoy día apenas recuerdo ya los rasgos de su cara pero tras ser muy buenos amigos durante mucho tiempo ambos nos dimos cuenta que sentíamos algo más por el otro. Hicimos el amor varias veces, pensábamos en fugarnos lejos. El amor, nos cegó a los dos hasta tal punto que me vi dispuesto a cualquier cosa por él.
A los dos años de conocernos se mudó al sur de la península. No he vuelto a saber de él.
Cuando encontré un trabajo mejor dejé de descargar cajas y me admitieron como dependiente en una heladería. A mi madre le hacía mucha ilusión que mi trabajo fuera con un horario más normal y que tuviera relación con otras personas. Que me socializara porque cuando no trabajaba, no salía de casa.
Allí, en ese trabajo conocí al segundo chico del que me enamoré tras tirarle por accidente el batido de su comanda. No sé si la palabra amor le queda demasiado grande porque no es un sentimiento exactamente de amor. Volví a verme ciego igual que la otra vez pero era el placer lo que me impedía ver más allá. Las relaciones que tuvimos fueron mucho más intensas, más extremas, arriesgadas, diferentes. Ninguna era igual que otra. Y todas maravillosas.
Entendí que el sentimiento se debía a su experiencia cuando supe que no solo se acostaba conmigo sino que había otro hombre y otra mujer. Tras coger por los cuernos mi sentimiento de justicia me decidí por cuenta propia y haciéndome responsable de mis propios actos en comunicar a las otras dos personas que estaban siendo engañados como yo.
El otro hombre ya debía suponerlo y aunque se enfadó no dejó a quien fue mi amante. La chica si le recriminó de todo e incluso lo ridiculizó delante de sus padre provocando en él una ira que pagó conmigo. Físicamente. Tras cerrar el local me dirigía a casa pero él me esperaba con paciencia y alevosía. Aquella noche me dieron él y varios amigos una paliza que me tuvo hospitalizado tres días.
Llegados ese punto me vi obligado a explicarle a mi madre lo sucedido pero me arrepentí de no inventar una fugaz excusa que me salvara de la soledad en la que ella me dejó esos tres días cuando supo que me acostaba con otro hombre. Yo ya era mayor de edad pero ella lo era todo para mí, su casa, porque yo no tenía donde caerme muerto.
Desde entonces tuve relaciones con otros hombres, tuve otros trabajos. Ahorrando de mi propio dinero me pude sacar el permiso de conducir y eso me ha permitido un nuevo abanico de posibilidades en temas laborales.
En la autoescuela coincidí con un chico dos años menor que yo que ya estudiaba para sacarse el permiso. Ambos nos sentíamos un poco perdidos allí en la clase porque la edad de las personas era muy diferente. Personas desde los cuarenta años hasta jóvenes como nosotros. Rápido nos hablamos con la excusa de no sentirnos solos y surgió la amistad.
—Taehyung, conozco un trabajo que tal vez te interese. –Me decía cuando habíamos aprobado ambos los carnets pero ninguno disponía de coche—. Pagan bien. Yo echaré mi currículum para probar suerte.
Todavía no he dicho mi nombre, soy Kim TaeHyung. Y hoy. Tengo veintiún años. En aquella conversación acababa de cumplir veinte.
—No sé, Jungkookie, ¿en qué consiste? –Entonces trabajaba de reponedor en un supermercado y aunque pagasen medianamente bien, estaba muy descontento con mis compañeros de trabajo. Todos, con más estudios que yo, se mofaban de mi edad y la ponían de excusa para achacarme todos sus errores. Todas las culpas para el joven.
—Es una empresa de chóferes, conduces el coche del señorito y lo llevas a donde te diga.
—¿Del señorito? –Pregunté confuso.
—Sí. Pagan muy bien porque eres el chofer de personas importantes: políticos, actores, cantantes… ya me entiendes.
—No sé si me cogerán en esas cosas.
—No pasa nada por intentarlo. Echa el currículum y probamos suerte. –Nuestros pies jugaban debajo de la mesa de la cafetería de manera inocente y divertida. Cuando sonreía sus dos dientes frontales aparecían para asustarme con su gran presencia. Y eso me hacía sonreír a mí también.
Y gracias a su ayuda, hoy ambos trabajamos en ese sitio.
No supo describir bien las magnitudes de este trabajo. No era un almacén sino un gran estacionamiento cubierto y muy bien iluminado. Casi pareciera un museo de coches porque los vehículos que allí se encontraban parecían de exposición. Algunos extremadamente antiguos y aun funcionales que te hacían sentir en otras épocas. Otros fascinantemente modernos que te hacían volar en el tiempo. Con todo, no había ninguno que no quisiera tener pero desgraciadamente para mí no podía permitirme ni una de las ruedas. Por eso me encontraba allí, para ganar dinero.
Nos reunieron a todos los seleccionados para los puestos y nos dieron los uniformes, —smokings—, nos asignaron un “señorito” como dice Kook, y los horarios de la persona con el número de plaza de coche.
Lo último que nos dieron, tras hacernos varias pruebas de conducción, comportamiento bajo presión y habilidades mecánicas en caso de avería, me dieron las llaves de un BMW 507 del año 1958. Me quedé por un segundo midiendo el peso de la llave de la cual colgaba el logotipo de la casa BMW en forma de llavero.
Rápidamente y enloquecido por la emoción le encasqueté a JungKook mis documentos y salí corriendo en dirección a la plaza de aparcamiento donde el coche de mi jefe me esperaba ansioso de comprobar su línea, su color, su forma. Quería grabar en mi mente todo, cada mínimo detalle para familiarizarme con él.
Al llegar lo descubrí. Un coche azul marino, descapotable, niquelado, brillante. Me enamoré del coche.
—Vaya, que suertudo. –Me dice JungKook a la espalda.
—Lo sé. Es un coche genial. Me muero por conducirlo y…
—No hablo del coche, idiota. –Me da con el codo en el brazo mostrándome los papeles que segundos antes le di—. Es el coche del famoso ídolo Min YoonGi.
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