AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 32

 CAPÍTULO 32


Yoongi POV:

30/03/2018

Sábado

04:25 am

 

Creo que, de todo el tiempo que llevo sufriendo las indecibles torturas de estas sábanas cada noche, esta es la peor de todas. De entre todas, de entre todas las veces que me he desvelado, de entre todas las veces que no he logrado conciliar el sueño, esta es sin duda la peor noche de todas. Al fin he logrado romper a llorar como forma de expresar aquello que tanto me ahoga, pero ni siquiera el llanto logra hacerme dormir. Pensé que tras horas de lágrimas en la almohada conseguiría calmarme o caer plácidamente dormido. Pero no. Nada funciona, y al contrario de lo que esperaba, llorar solo me ha servido para sacar fuera mi tristeza mientras que el enfado y la ira, junto con el propio sentimiento de intromisión en mi intimidad, aún están latentes y poco a poco me excitan hasta lograr que pierda toda esperanzas de dormir.

Miro el reloj de la mesilla. Pasan de las cuatro y media de la mañana, es la hora exacta en que si sigo durmiendo, ya no voy a dormir las horas necesarias y si me levanto, es demasiado pronto como para comenzar con la rutina matutina. Después recuerdo que he perdido todo sentido de rutina y me acabo incorporando a prisa en la cama. Una idea llega a mi mente como una bala. Me atraviesa y siento el espasmo que me hace saltar del colchón con los pies descalzos y sin la parte de arriba del pijama. Es casi una inyección de adrenalina eyaculando justo en mi sistema nervioso. Siento que por momentos puedo volar, y lo hago hasta dirigirme al armario, saco la maleta de Jungkook y comienzo a verter su ropa por el suelo. Lo hago sin cuidado, pero manteniendo un orden de vertido. Poco a poco y por todo el suelo permitido. Cuando toda la ropa yace a mis pies comienzo a revolverla, a buscar en cada bolsillo, en cada pequeño recoveco. Entre los botones, los dobladillos. Me aseguro de que cada botón no es más que un mero botón y cada etiqueta es solo un trozo de tela más.

La idea latente de que puede haber algún chip, alguna cámara, algún dispositivo de escucha, me vuelve loco. Es la única solución, la única idea que se me ocurre. Un par de botones parecen algo sospechosos, y los arranco sin más. Los miro con más detenimiento. Son pequeños, negros y brillantes. Casi como perlas. Sin pensarlo demasiado corro hacia el retrete y los tiro. Caen a plomo sobre el fondo y tiro de la cadena. Me cuesta un par de tiradas más hasta que la corriente los arrastra. Con que estén bajo el agua me hacen sentir más aliviado pero si desaparecen de mi vista mucho mejor. Sigo rebuscando en los bolsillos, en cada una de las camisas. Nada más parece sospechoso. Hago un montón con la ropa y lo siguiente son los zapatos. Con el mismo sistema comienzo a buscar algo dentro de ellos, pero no alcanzo a hallar más que tierra, pelusas y mierda. Lo siguiente son los libros.

Salgo corriendo al salón y allí me encuentro las dos cajas de libros que vertí la última vez que anduve con ellas en busca del librillo de Lucas. Recogí los libros de nuevo pero ya no tenía fuerza para devolver las cajas a mi cuarto. Con su ropa ya era suficiente presión concentrada en esa área de la casa. Enciendo las luces por el camino hasta encontrarme en medio del salón y vierto los libros encima de la pequeña mesa. Algunos se desbordan, pero otros no. Se arrugan, se estropean, las páginas se doblan. Algunos lomos sufren daños por el impacto. ¡Qué demonios me importa! Comienzo a rebuscar entre las páginas, entre los lomos. He perdido conciencia de qué es lo que estoy buscando. Las manos acaban molestándome, porque ya me he cortado un par de veces con las hojas. No me importa. Abro un libro, lo sujeto por la portada y la contraportada y lo sacudo boca abajo esperando que algo caiga del interior, pero no consigo nada. Repito el mismo gesto con la mayoría de libros hasta que pierdo las ganas y la fe de encontrar algo. Me dejo caer de rodillas sobre mis talones y vuelvo a meter los libros de dos en dos en las cajas. No lo hago con cuidado y de esta forma ya no entran todos, pero los que no entran los dejo sobre la mesa sin más.

Suspiro largamente mientras miro alrededor, pensando en nuevas alternativas. Ninguna logra convencerme. ¿Y sí… yo no he traído el micro? ¿Por qué sino iba a insistir Jungkook en que tuviese sus cosas? ¿Solo por un deseo de tortura? Debe ser eso… Pero si alguien ha entrado aquí, más de una vez, ha podido dejar algo en esta visita. ¿Habrá sido tan infantil de dejar un dispositivo de escucha entre los cojines del sofá, como hice yo en mi consulta? Sin pararme a pensarlo una segunda vez me lanzo hacia el sofá esperando encontrar algo. Rebusco en todos los recovecos. Interno las manos entre el acolchado del sofá, y poco me falta para coger un cúter y rajar de arriba abajo el tapizado. Me contengo porque palpando no encuentro nada sospechoso y desisto nuevamente, apoyándome sobre este, con un brazo en el cojín y la cabeza sobre mi brazo. Comienzo a respirar con dificultad, algo jadeante, pero no ha sido el esfuerzo, sino la ansiedad de encontrar algo.

Miro a todas partes e intento calmarme. Si yo quisiera esconder un dispositivo de escucha, ¿Dónde lo haría? ¿Dónde podría esconderlo sin que fuese visto? Miro directo a la estantería en mi salón pero solo me embarga una sensación de desasosiego al imaginarme a Jungkook jugueteando con los lomos de los libros, y mirándome a mí de reojo, mientras curiosea entre los título. Puedo oírle. 

Que divertido. Poner el libro de El origen de las especies junto a la Biblia

¿Me permitirías llevarme este?

Una vez tuve la oportunidad de ojearlo, otras he visto párrafos. Una vez analicé uno en el instituto, pero jamás lo he leído completo.

Me siento terriblemente angustiado al poder oír su voz con tanta claridad como si estuviera aquí mismo, como si pudiera sentir que aun me aprecia. Recuerdo aquél instante con una mezcla de vergüenza y humillación que no me permiten mirarme con perspectiva. Podría haber evitado ese momento, pero no puedo jurar que no volvería a hacerlo. Me muerdo el labio, como reacción a la vergüenza que siento en este momento. El sonido de su voz, llegándome desde cada rincón de mi hogar. Él ha convertido mi hogar en mi peor prisión. Estoy seguro de que él se siente mucho más libre en su celda que yo en mi propia casa. Puedo verle mire a donde mire, puedo recordar cada parte de su cuerpo en mi cama y cada una de sus palabras dirigidas a mí en este salón. Puedo recordar como lloraba a mis pies, ahora en el mismo lugar en donde estoy yo, puedo recordar como lo encontré con esa expresión desvalida y dolida en la puerta de mi hogar. Me gustaría pensar que aquello no fue mentira, la única vez que él fue realmente él, un adicto, una víctima de sus propios demonios. Después, cuando la droga desaparece y su estado se estabiliza, se vuelve él mismo el demonio de mi existencia. Me gustaría decir que añoro ese instante en que pude verle llorar, a mis pies, en el que pude sentir que realmente él era vulnerable a mí, y en mi mano estaba si dejarle vivir o no. Pensar que era frágil. Que era humano. Me gustaría decir que extraño aquello, pero creo que ninguno de los dos podríamos pasar por eso una vez más. Yo no podría verlo de nuevo, y él sin mí no sobreviviría. ¿Fue real? Solo un producto de mi mente enamorada. Obsesionada.

Ya nada de lo que veo puedo juzgarlo como verdad, ya nada de lo que siento es coherente. Realidad y ficción se unifican, porque ya nada tiene sentido y todo lo que creo con fidelidad, desparece o me traiciona. Él me ha descubierto un mundo de realidad difusa y moralidad carente. Ahora me ha mostrado una terrible realidad, una horrible existencia de la que no  puedo escapar. Si esto es amor, Dios, róbame la capacidad y placer. Si esto es una malsana obsesión, que dulce sensación de dependencia y qué tortura inhumana creada de manos de un joven de dudosa moralidad. No sé qué duele más, si el amor o la imposibilidad de salir de él.

Miro desde lejos con ojos entrecerrados la Biblia. La miro con ojos furiosos y algo recelosos. Siempre me había parecido innecesario conocer los designios de Dios, pero hoy un demonio me ha robado el sueño, me ha robado la capacidad de raciocinio. Lo siguiente que me robará será la vida, porque ya me ha robado las ganas de seguir adelante. ¿O es acaso un ángel, que me muestra el abismo hacia el infierno por mis pecados? Me levanto de golpe y arranco la Biblia de la estantería. La muevo, la abro, la zarandeo, pero nada caen más que un par de apuntes que yo mismo había insertado ahí. La dejo caer al suelo y extraigo El origen de las especies. Pero nada. Cae al suelo a mi lado como ha hecho la Biblia. El siguiente es el Anticristo. Pero tampoco hallo nada extraño entre sus páginas. Nada que yo no conociese. Busco entre los lomos de los libros, rezándole a Dios porque haya algo entre ellos. Una pequeña cámara, un pequeño micro. Cualquier cosa que me haga sentir mejor. Cualquier indicio de que las alucinaciones son reales. De que no miento y de que no me siento observado sin motivo. Como un esquizofrénico, ante ninguna evidencia, comienzo a tirar de los lomos de los libros para sacarlos de su sitio. Primero las baldas delante de mis ojos. Caen al suelo con estrépito. Mis vecinos vendrán a quejarse, pero no tengo inconveniente en dejarles pasar y que colaboren conmigo en mi delirio. Cuando he sacado la mitad de los libros de las baldas frente a mis ojos revuelvo los que aún quedan y caen sobre la madera, acumulándose como pequeños deshechos.

Alcanzo una silla de la cocina y prosigo con las baldas más altas. Tiro los libros, directamente. El polvo cae con ellos. La estancia se llena de polvo y libros. Polvo, libros y mis alucinaciones. Comienzo a oír su voz por encima del estrépito de los libros cayendo por doquier.

¿Me permitirías llevarme este?

¿Me permitirías llevarme este?

¿Y este? ¿Me permitirías llevarme este?

¿Quieres este?

Me gusta este.

Quiero llevarme este. ¿Y este?

¿No quieres este? ¿Y este? Quiero llevármelos todos…

Cuando no logro hallar nada en las últimas baldas salto de la silla y la aparto de un empujón. Comienzo a revolver en los estantes inferiores. No logro sentirme satisfecho a pesar de la envidia de que no hay nada, de que nadie me ha estado vigilando día y noche, pero esto no explica nada y por lo tanto no me reconforta. Los libros en el suelo comienzan a formar montañas que me impiden el paso a través de la estantería. Me arrodillo al lado de ella y rebusco en el fondo, pero nada, no hay nada. Palpo el fondo de madera, la golpeo, pero nada, no sucede nada. Los miles de libros por el suelo parecen cadáveres de una horrenda y destructiva batalla que se ha celebrado aquí, justo en mi salón. Yo, el dios que suponían protector, he causado esta terrible masacre. Me siento, más bien, caigo al suelo y apoyo mi espalda en la madera de la estantería. Van a dar las cinco de la mañana y no me siento más cansado, no me siento más relajado. Al contrario, siento que el corazón puede salírseme del pecho por momentos. Me siento mareado y ansioso. Siento que puedo morir en este momento. Pero puede que esta no sea más que otra alucinación. A mi lado, yace Jungkook llorando. Le miro y él me devuelve una mirada asustada y terriblemente angustiada. Yo no me muevo, no hago nada más que observarle con diligencia.

Ambos, el alcohol y la codeína son de—depresores del sistema nervioso ce—central. La sedación será más intensa hasta el pu—punto de poder ocasionar un paro respiratorio o un infarto, ya que tanto el alcohol como la co—codeína actúan para disminuir el sistema nervioso.

Me dice, nervioso, con los ojos inyectados en sangre y agarrándose la camiseta sobre su corazón. Esta sudando y con el pelo empapado. Es su imagen aquella noche teletransportada al aquí y al ahora. Yo le devuelvo una mirada seria, inserte.

Esta será tu mi—misión.

—¿Mi misión? –Le pregunto al delirio y él asiente, y frunce el ceño como si le costase respirar.

Evitar que esta noche se me pare el corazón.

Vuelvo la mirada a la habitación y cuando la regreso a él, le pregunto con frialdad:

—¿Y quién se encargará del mío?

 


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