AMOR ARTIFICIAL [Parte II] (YoonKook) - Capítulo 26

 CAPÍTULO 26


Yoongi POV:

14/03/2018

Jueves

Sentando en una mesa cualquiera, en un bar cualquiera, se ha convertido en una mala costumbre. Este bar, sin embrago, a estas altas horas de la noche y con este pestilente olor a cerveza agria se me mete por los poros. Hay ajetreo, pero no demasiado para hacerme sentir incómodo. La mesa a la que me han sentado tiene nudos. Es una madera dura, gruesa, y tiene nudos que con el paso del tiempo tienden a escapar de las paredes de las apretadas fibras. Delineo con la yema de uno de mis dedos el perímetro de uno de los nudos. Es oscuro, y está algo pegajoso. Alguien se ha sentado aquí antes que nosotros y ha dejado varios cercos de cerveza sobre la mesa. Al recordarme este detalle levanto la yema de la superficie de la mesa y disimuladamente, casi de forma inconsciente, me restriego el dedo contra mi palma, para deshacerme de ese desagradable tacto pegajoso.

Huele ácido. Puede que de la madera húmeda de este lugar, húmeda por la propia humedad del exterior o por la poca limpieza que ha tenido en estos últimos años y la madera ha absorbido toda la cerveza que se ha derramado por aquí. Tiene el olor de un verdadero pub decadente. Una taberna vikinga, en toda regla, desde la higiene, hasta la oscuridad. Por suerte, justo cuando se ha terminado de ir la luz natural que entraba a través de las pequeñas ventanas al exterior, han encendido unas lamparillas sobre la barra, para al menos ver los billetes que los clientes dejan para los camareros. Sentado en una mesa cercana a la barra, consigo ver lo suficiente como para detenerme en un asiento vacío delante de mí. Me ajusto mejor el cuello del jersey de lana sobre mis hombros. Me queda un poco grande. Negro, de cuello alto y de lana mullida. No es mío.

—Aquí están. –Dice el joven nipón apareciendo de repente con dos botellines de cerveza Mahou y posa uno frente a mí. El botellín, al golpear la mesa, desprende parte de la condensación en su superficie, creando un nuevo circulo en la mesa. Hiroaki me mira con una sonrisa de oreja a oreja y se sienta delante de mí en el asiento que tachaba yo de vacío. Al sentarse suelta un largo suspiro y apenas se ha acomodado, ya lleva el botellín a sus labios para beber de él. Me siento mal por no hacer lo mismo y le imito, bebiendo un poco de la cerveza. Sin demasiado entusiasmo la dejo en su sitio y me relajo un poco en el asiento. Con el abrigo colgado en el respaldo y un paraguas caído a mi lado en el suelo mientras aún chorrea agua, miro alrededor. No ha sido mi elección y sin embargo estar aquí es mejor que estar en casa.

—¿Sueles venir mucho aquí? –Le pregunto y en mis palabras puede notar claramente que este lugar no es del todo de mi agrado.

—Más de lo que crees… —Dice sonriéndome y me mira inquiriendo que no estoy cómodo—. ¿Quieres que vayamos a otro lugar?

—No. –Le freno con torpeza—. Está bien. Cualquier lugar excepto la aburrida soledad de mi piso. –Digo a lo que él sonríe y levanta el botellín en señal de brindar.

—Skol*. –Dice y yo sonrío. Mientras bebe yo le miro con una media sonrisa y le imito.

—Pensé que solías merodear más por el Dämons.

—Así era. Pero estos últimos meses me gusta más venir aquí… Son diferentes ambientes. Soy de la opinión de que las personas no tenemos una única forma de ser, no somos siempre recatados, no somos siempre amables, o divertidos. A todos nos gusta experimentar emociones diferentes, de lo contrario, nos aburriríamos.

—Como por ejemplo, —digo—, a todos nos gusta la pizza pero también el chocolate.

—Exacto. –Dice, sonriendo porque he entendido su referencia—. Por ejemplo, el bar Dämons es tranquilo, divertido, agradable e incluso familiar. Pero a veces me gusta sacar el hombre del pleistoceno que llevo dentro. Me gusta refugiarme en esta oscuridad, oler el pestilente olor de la orina que desprende el cuarto de baño y beber cerveza hasta que este lugar es agradable. –Yo sonrío con sus palabras—. Este no es lugar al que venir si quieres impresionar a alguien en una cita…

—Pero Dämons sí. –Digo, pensativo y él asiente. Él no entiende lo que acabamos de decir pero no tiene importancia.

—También, con cada lugar se establecen unas relaciones sociales. –Piensa—. A Dämons me gusta ir con mi novia, con los amigos de esta y con algunos antiguos amigos. Aquí me gusta venir con mis compañeros de universidad o con gente muy cercana a mí…

—¿Y por qué me has traído aquí, pues?

—Porque le debía una ronda al camarero. –Me dice, escondido en una sonrisa. Yo ruedo los ojos y él vuelve a beber. Lleva un polo blanco y unos vaqueros negros, rotos. Muy rotos. Un par de cadenas cuelgan de su cinturón y detrás de él, en el respaldo de la silla en la que se ha sentado, descansa un plumas negro con capucha.

—Me alegra que me hayas llamado. –Le confieso—. Necesitaba salir, aunque fuese para respirar aire…

—Me alegro de que te haya hecho ilusión. La verdad es que yo también estaba aburrido y pensé... ¿Por qué no? –Le sonrío—. ¿Habías venido aquí...? –Se queda en silencio y niega—. Qué tontería, seguro que no has venido aquí antes.

—Nunca. –Digo y él se ríe. A los segundos, acaba tomándose en serio nuestro encuentro—. ¿Y bien? ¿Qué tal todo con lo de…? —Duda en si decir su nombre o no—. Jungkook?

—Bien. Tu información me fue muy útil.

—¿Fuiste a hablar con aquél chico?

—Sí. Lo hice. Me presenté en el restaurante en donde trabajaba. Apenas estaban a punto de cerrar cuando irrumpí allí.

—¿Y bien?

—Todo salió a pedir de boca. El chico se sinceró conmigo y acabó confesándome que él mismo decidió cambiarse de centro escolar porque estaba seguro de que iría de cabeza a repetir curso si se hubiera mantenido cerca de Jungkook. Sin embargo, tuve que seguir indagando hasta que me confesó que siguieron viéndose…

—¿De veras?

—Sí. Al parecer hasta los dieciocho años, más o menos.

—Vaya… —Dice, pensativo—. Si te sirve, yo nunca llegué a conocerle. Jungkook alguna vez lo mencionó, pero… —niega con el rostro—. No tenía idea de que había sido para tanto.

—No te martirices. –Le digo—. Yo tampoco tenía idea de nada. La única vez que habló de él conmigo fue en un día que hablamos de sus relaciones sentimentales en la consulta.

—No sé si se me permitirá la curiosidad. –Dice, sonriéndome con picardía—. Pero podrías contarme cómo era Jungkook como paciente…

—¿Qué deseas saber? –Le pregunto, por la amplitud de su pregunta.

—¿Solía vestirse normal?

—¿Normal? –Pregunto—. ¿A qué te refieres?

—No lo sé. Me lo imagino siendo extravagante, con repentinos cambios de humor y soltando chistes de humor negro…

—No era así. –Le digo, turbado—. No es como en las películas cuando tratan a alguien con trastornos de personalidad. Era un chico normal. Más que normal. Era listo, atento, divertido y en algunos casos, sí, algo morboso. Pero nada fuera de lo común.

—¿Y qué es lo que te hizo…? –No termina a pregunta—. Ya sabes…

—¿Acostarme con él?

—No.

—¿Entonces?

—Enamorarte… —Duda en si seguir con esa palabra—. ¿Te enamoraste de él?

—Sí. –Digo, con las mejillas ardiendo. Siento algo de complacencia al decirle la verdad y al mismo tiempo pena, porque solo es un joven curioso. Yo mismo lo estoy de mis propios sentimientos. Pero conocedor de lo que encierran prefiero no desvelarlos.

—¿Entonces?

—No lo sé. –Suspiro—. Supongo que es el chico más inteligente que he conocido nunca, y a cualquier oportunidad me lo mostraba. Era tremendamente atento y cuidadoso con los detalles. Es muy culto, y le gustaba todo lo que a los chicos de su edad, o al menos a los chicos que yo trato, les horroriza. Teatro clásico, poesía, arte…

—¿Solo eso? Hay chicos así a patadas…

—No solo eso. Suena un poco pedante decir que me gustaba solo por su inteligencia. Pero la verdad es que hay muchos factores que intervinieron y que no suelo tener en cuenta. Cuando tiene una idea, es rematadamente obstinado con ella hasta el punto de hacerla realidad. Cuando se propone algo, es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir sus objetivos. No tiene esa flaqueza humana de rendición. No sabe lo que es rendirse…

—Lo sé. –Suspira él—. Así son los psicópatas. Obstinados hasta el final…

—Supongo. –Sigo y bebo un trago largo del botellín—. ¿Quieres saber cómo era en las consultas? Tal como se espera de un paciente. Respondía con facilidad a mis preguntas, era ingenioso a veces, otras se le notaba afectado por algún tema en concreto. Era muy puntual, y siempre solía estar de buen humor, incluso cuando tenía un mal día en la universidad. Vestía normal, con ropa normal. Manga corta en días de calor y larga en días de frío.

—¿Nunca llegaste a… planteártelo…?

—¿Si era un psicópata? Sí. A veces. Pero la verdad es que prefería pensar que solo era un chico educado y culto al que le habían hecho cosas malas…

—Cosas malas… —Dice él, pensativo. Yo me quedo en mutis hasta que él decide hablar—. En el instituto sufría acoso. ¿Lo sabes?

—Algo comentó.

—Mi novia me lo ha dicho. –Suspira, mirando a otro lado, pensativo—. Ella no llegó a verlo, pero se lo han contado personas que sí. Solían hacerle cosas horribles.

—¿Cómo qué?

—Me contó que una vez le enceraron en uno de los cubículos del baño de caballeros en viernes a última hora y no le descubrieron hasta la madrugada del día siguiente cuando sus padres regresaron a casa y vieron que no había llegado el día anterior del centro.

—Eso es horrible. –Digo, y él se encoge de hombros.

—También me han contado que un día le amarraron entre unos cuantos a una silla y le pegaron chicles por todo el pelo. Otra, le tiraron la mochila abierta por la ventana un día de viento. Perdió la mitad de sus apuntes…

—Vaya…

—Otra que me impresionó mucho fue que en la clase de educación física, en los vestuarios, le quitaron la ropa de cambio, y cuando se desnudó, le quitaron también la otra y lo pasearon así por los pasillos hasta que una profesora se enteró...

—Cielos…

—Y otra… —Le corto cerrando los ojos y negando con las manos.

—No quiero saber más. No quiero más…

—¿Por qué no? –Me pregunta, con una sonrisa morbosa—. ¿No quieres humanizar al monstruo?

—No quiero sentir lástima de ello.

—Visto desde esta perspectiva, —me mira, con media sonrisa triste—, ¿crees que lo que hizo es justificable o aun así no debía haberlo hecho?

—¿Acaso estás a favor de que matase a sus padres?

—No he dicho eso. Solo he dicho que años de martirio no pueden crear a una buena persona. No es posible. Y visto desde esta situación, es casi plausible que se le cruzasen los cables de la cabeza…

—No se le ha cruzado nada. Él ya estaba mal de antes. Pero lo que me extraña es que aquellos que le martirizaron no acabasen como sus padres.

—Al parecer no. –Dice, pensativo—. Siguen vivitos y coleando. O al menos eso es lo que saqué de mis investigaciones.

—¿Por qué no les haría nada?

—¿Por qué Adán no mata a Dios? ¿Acaso no le expulsa de paraíso? Porque los creadores son sagrados. –Dice, pensativo—. Y ellos son creadores de un monstruo. –Yo suspiro, rodando los ojos—. ¿Sabes por qué estudió medicina?

—Me dijo que por que quería seguir el ejemplo de Conan Doyle.

—Ya, —suspira—, es la respuesta para pedantes y chicas guapas… no.

—¿Entonces?

—Porque solo un médico sabe como matar sin dejar rastro… —Le miro, sintiendo un escalofrío.

—Eso es espeluznante.

—¿Que los médicos sepan matar?

—Que yo podría haber muerto sin dejar rastro… —Pienso para mí, pero acabo diciéndolo en alto y él se estremece conmigo borrando de su rostro cualquier resquicio de sonrisa. Mira hacia su cerveza, bebe, y cuando regresa su mirada a mí, me observa desde otra expresión, algo más seria, más razonable.

—Cuando nos conocimos, no me mostré sorprendido cuando me dijiste que estaba en prisión. –Dice, serio, casi triste—. En cierto modo, cuando conoces a alguien como Jungkook es inevitable pensar “Acabará en la cárcel, o bien por altercado público, por robo, por agresión o simplemente porque un día se le crucen los cables”.

—¿Cómo es eso?

—No sé, es un joven como bien has dicho, obstinado e intransigente. Cuando quiere algo, no hay nada que le pare, ni la legalidad ni la moralidad. A veces le echo de menos, hace meses que no tenemos contacto, pero a veces extraño sus idas de olla.

—¿Solía comportarse de forma inadecuada en el grupo?

—No de forma inadecuada, pero a veces sí se mal entonaba cuando alguien le llevaba la contraria en conversaciones. Por ejemplo con la política se ponía muy agresivo. Tenía una absurda idea de que se deberían quitar las cárceles porque son sistemas inútiles de reinserción social, y tendrían que sustituirse por trabajos forzados… ya ves… qué ironía ¿no? Tal vez él supiera en cierto modo que acabaría en una cárcel…

—Sí… qué ironía…

—¿Crees que es verdad lo de que se comió a sus padres?

—Sí. Lo es. Le hicieron pruebas de sangre y de excrementos. Había restos de carne humana…

—Ya veo. –Dice, pensativo—. Siempre le gustó el dramatismo.

—¿Crees que lo hizo por llamar la atención?

—No lo sé. Tal vez en el momento no, pero por lo que leí, lo confesó sin más cuando salió de la operación.

—Sí. –Asiento—. Que kafkiano. –Digo y me llevo las manos a la cabeza. Me apoyo en la mesa con los codos y respiro fuertemente. Me retiro el pelo del rostro y cuando vuelvo la vista a él está mirándome desde la lejanía de su asiento. Bebe tranquilo unos segundos y cuando me yergo de nuevo me señala con el culo del botellín que tiene en la mano.

—Jungkook tenía un jersey muy parecido a ese. –Dice y me miro con una fingida expresión de sorpresa.

—¿De verdad?

—Sí. –Su sonrisa sádica denota que me ha descubierto—. Recuerdo una vez que tuvimos sexo en la casa de mi novia. Tenía un jersey igual. Lo recuerdo porque estuve con la cabeza dentro de él durante un rato. Es suave, ¿cierto?

—Lo es. –Suspiro.

—¿Eres de esos? ¿De los que tienen fetiches raros?

—No. –Niego, en rotundo, con el rostro ardiendo—. Él me lo regalo. –Digo, casi ahogado.

—Está bien, está bien. –Interpone sus manos entre ambos, quitándole importancia—. No te pongas así. Es una broma. –Sonríe y yo le aparto la mirada, avergonzado. Bebo en silencio durante un rato y repentinamente, a pesar de ser ocho años mayor que él, me siento ínfimamente más joven e inexperto. Siento como si tanto tiempo en soledad me estuviese quebrando la capacidad de relacionarme con otras personas y me noto algo asfixiado cada vez que tengo que abrir la boca para mentir. Se ha convertido en un mal hábito. Muy malo. Él apura su cerveza de un trago y a mí me queda casi la mitad. Bebo un poco más disgustado con el sabor de esta marca y cuando me quedan dos dedos la dejo en su sitio, esperando porque él tome la decisión de pedirse otra o marcharnos.

—¿Quieres otra? –Me pregunta a lo que yo niego con el rostro. Él asiente en silencio y se queda pensativo—. ¿Mañana irás a ver a Jungkook?

—No.

—¿No? –Pregunta—. ¿No me dijiste que ibas a verle los viernes?

—Sí, pero este viernes no quiero ir.

—¿No quieres? ¿Eso es que no tienes otros planes pero decides que no te hará bien ir a verle?

—Significa que no voy a darle la satisfacción de estar siempre a su disposición.

—Ah… —dice, alzando el rostro—. Orgullo.

—Eso es. –Digo y él sonríe, divertido. Mira alrededor, se cruza de piernas, y me sonríe, coqueto.

—Perdona la pregunta, pero tengo curiosidad. ¿Desde cuándo supiste que te gustaban los hombres? –Antes de contestar, él me interrumpe—. Yo lo supe a los nueve años. Estaba viendo una peli absurda, ya ni recuero cual, y aparecía una escena de sexo. Cuando veía a la chica desnuda no sentía demasiado, pero cuando el hombre aparecía en pantalla me sentí tan cohibido como acalorado…

—Yo nunca… —Digo, y él rápido me mira con extrema curiosidad—. Hasta que conocí a Jungkook…

—¿De verdad? –Se queda atorado un momento—. ¿Hasta que no conociste a Jungkook jamás…?

—No. –Digo, pero él parece más sorprendido que yo—. Pero no es algo que nunca me hubiera planteado, es decir… yo no soy intolerante ni…

—Vaya… —Suspira—. ¿Siempre has estado con mujeres?

—Sí. Estuve prometido incluso.

—Ya veo. –Niega con el rostro—. Entonces perdona por la pregunta. Pensé que me dirías algo así como… una vez en la universidad con un chico… yo que sé…

—Ya sé porqué congeniabas con Jungkook. –Le digo, a lo que él me mira con un interrogante en el rostro—. Soy tremendamente curioso hasta el punto en que sobrepasa la convencionalidad y la educación.

—Siento si te he ofendido. –Dice, rápido.

—No, estoy curado de espanto. Pero ten cuidado porque puede haber gente no tan acostumbrada…

—Entiendo. –Dice. Yo apuro la cerveza y él me mira con una expresión curiosa. Yo paladeo con una sonrisa dando por terminada la conversación y él es el primero que se levanta del asiento. Lo hace en silencio y yo le sigo. Me pongo el abrigo y después me subo el cuello de este, para que me proteja bien. Afuera no se oye mucho la lluvia, pero el jaleo del interior puede estar opacando el sonido. Él se pone el abrigo y me imita, subiéndose un poco el cuello. Después se asegura de tenerlo todo, se coloca el gorro sobre la cabeza y ambos salimos hasta quedarnos resguardados en el soportal. Yo abro el paraguas y él me mira con media sonrisa. Se cuela debajo con aire infantil—. ¿Vives lejos de aquí? –Me pregunta.

—No, unas manzanas más abajo. –Señalo una calle paralela—. ¿Tú?

—Tampoco. Cinco manzanas en la dirección contraria.

—Vaya… —Digo, viendo como el vaho sale de mis labios y desaparece como una frágil neblina entre ambos. Los dos hemos empezado a tiritar de frío y si sigo aquí mucho tiempo, esta noche no conseguiré entrar en calor.

—¿Quieres que te acompañe? –Me pregunta mientras me arrebata el paraguas de las manos y yo me quedo mirándole dubitativo. Mis manos se quedan en el aire por la sorpresa y me mira con una sonrisa.

—No… no es necesario. –Le digo y él no insiste pero tampoco me devuelve el paraguas.

—¿Sabes? Se me acaba de ocurrir una forma de pago por toda la información que te proporcioné…— Insinúa.

Yo, molesto, hago un amago de intentar agárralo de nuevo pero él me coge el brazo en el intento y tira de él hasta empujarme contra la pared colindante a la fachada del bar. Solo siento el suave impacto de la pared contra mis hombros hasta que siento sus labios besándome. Es una mezcla tan extraña entre sorpresa, ofensa y desagrado que no consigo hallarme entre esta mezcla de emociones. Él tiene los ojos cerrados, con la respiración entrecortada mientras con una mano sujeta el paraguas y con la otra me aprieta el antebrazo para que no me mueva. El beso, sin embargo, es suave, hasta que nota mi resistencia, que se vuelve más agresivo y posesivo. Cierro los ojos con fuerza para hacer acopio de mi vigor y coger impulso contra la pared para deshacerme de él que tiene un agarre fuerte, más de lo que me parecía, y la sensación de ahogo me hace sentir asfixiado. Cuando consigo empujarle un metro de mí el beso se rompe con un chasquido y mi única reacción es limpiarme con la manga de mi abrigo. Lo hago, sintiendo como las gotas de la lluvia comienzan a mojarme el cabello.

—¿Se puede saber qué haces? –Le pregunto, intentando controlar mi tono de voz. Me ajusto mejor el abrigo sobre el cuerpo y cuando me acerco a él, retrocede, casi asustado. Le arrebato el paraguas de la mano y él se queda ahí parado, atónito.

—Pensé que me compensarías por…

—¿Con sexo? –Le pregunto, casi repugnado. No puedo controlar mis facciones, pero él puede ver que me ha molestado hasta la médula.

—Sí. –Confiesa.

—¿Te crees que soy un puto o algo así? –Suelto un largo resoplido—. Gracias por tu trabajo, pero no vuelvas a llamarme.

Me giro calle abajo y lo último que me quedo de él es con su expresión confusa y casi ofendida. Aun no puedo creer lo que acaba de suceder y sigo restregándome el dorso de la mano sobre mis labios. A lo lejos, oigo su voz.

—¿Es porque tengo novia? No te importó ser moralmente incorrecto cuando te acostarse con Jungkook. –Le ignoro—. ¡Eh! ¡Ya todo el mundo sabe que te gustan los jovencitos, pervertido!

 

———.———


Skol: Es una palabra nórdica para expresar positivismo, tanto para dar aliento o fuerzas para dar más o rendir mejor, como para sellar un brindis grupal o individual por aquello que deseamos que ocurra.

 


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