AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 9

 CAPÍTULO 9


Yoongi POV:

Miércoles

10 – Octubre — 2017

 

La chica que hay sentada delante de mí es una chica de dieciséis años que lleva viniendo alrededor de un mes a mi consulta. Ella está hablándome de algo. De eso estoy seguro porque está moviendo sus labios. Lo último que recuerdo de lo que me haya podido decir es algo sobre sus compañeros de clase. Tiene problemas con ello, de eso estoy seguro, pero por mucho que intento enfocar mi mirada en ella y por mucho que entrecierro los ojos mi mente no es capaz de sumergirse en sus palabras. Es como si la escuchase desde lejos, en otra habitación y mi cerebro no quisiese atender a nada de lo que está diciendo. Ni siquiera estoy pensando en nada más importante, solo quiero que se calle y deje de hacer esas muecas tan extravagantes y arrogantes. Tengo que verlas todos los días, tengo que soportar a cada hora que alguien se siente delante de mí, alguien con la capacidad de comprensión mínima para solventar sus necesidades de supervivencia básica y alardeen sobre su estatus social o su aspecto que redefine su autoestima. 

—Y ella estaba hablando con ese chico de nuevo. –Dice mientras se retira el largo pelo caoba de sus hombros con un movimiento mecánico de su mano y mueve el cuello a la par para dejarle espacio. Con sus manos estira un poco de su falda y se acomoda mejor en el sofá con una mueca asqueada. Frunce el ceño y se muerde el labio inferior mientras niega con el rostro. Haberla escuchado me hace sentir reanimado de nuevo en la conversación y yo apunto algo en la libreta sobre mi regazo. Cuando termino de escribir me doy cuenta de que no he escrito más que su nombre—. ¿Qué cree que quiere? ¿Enfadarme, tal vez?

—Ya hemos hablado de esto. –Le digo mientras ella me mira con ojos entrecerrados. Si no fuera porque sabe que su madre la espera fuera en la sala de espera, más de una vez me habría golpeado en la cara—. Debes ignorar todo signo de provocación que ella o cualquiera de tus amigas te haga. Cuando dejes de darles importancia es cuando realmente vas a poder centrarte en tus estudios. ¿No te das cuenta de que quien peor parada va a salir es ella, y no tú?

—Pero él es el chico que me gusta. –Me dice apartándome la mirada mientras se cruza de brazos y yo resoplo mientras pongo los ojos en blanco, exasperado. 

—Si haces caso omiso a mis palabras no va a servir de nada que vengas a esta consulta. –Me inclino un poco sobre el asiento para estar más cerca de ella y mostrarme más cercano—. Estamos aquí porque tu madre piensa que son tus amigos las malas influencias que no te dejan expresar tu gran potencial y has bajado mucho este último año en las notas. La solución no es deshacerte de los amigos, sino aprender a vivir con ellos y centrarte en tus estudios. Si realmente son importantes para ti, puedes hacerlo. Si por lo contrario crees que no son realmente una buena influencia…

—Hablas como mi madre… —Se queja mirándome con recelo y yo acabo sentándome de nuevo contra el respaldo de la silla y miro la hora en mi reloj de muñeca. Suelto un largo suspiro como aliviado de una gran presión y acto seguido me palmeo las piernas mientras dejo mi libreta a un lado. 

—La sesión ha terminado. –Digo apabullado y ella se levanta sin más, de forma mecánica, casi más satisfecha que yo con que haya llegado la hora y sin decir nada pasa por mi lado, mete la mano de forma brusca dentro del bote de caramelos de Jeon sobre el escritorio y se mete la mano en uno de los bolsillos de la falda de su uniforme escolar. Deja ahí los caramelos y sale por la puerta que da a la sala de espera. 

Yo me asomo al exterior para mirar directamente a su madre que me despide con una sonrisa amable mientras posa la mano sobre el hombro de su hija y le extiende a esta la mochila. Después miro a mi secretaria que atiende entusiasmada una llamada mientras apunta algo en un trozo de papel y después, cuando recae en mi mirada, señala con un dedo de uñas pintadas en negro a Jungkook sentado en uno de los asientos, distraído leyendo un libro. No distingo a leer el título ni el autor, solo a observar el dibujo de una pipa de madera humeante en la portada. Ni siquiera estoy seguro de que sea eso porque un par de sus dedos se interponen en mi vista, pero me basta un mero instante mirándole para que él sienta, como si mirada sobre él tuviese peso, que estoy observándole y rápido levanta la vista hacia mí con una mueca sonriente a la par que avergonzada. Yo le sonrío de la misma manera y de un salto se pone en pie, guarda el libro en el interior de su mochila y camina en dirección a mi consulta, mientras yo me adentro el primero. 

Mientras pasa por mi lado para sentarse al sofá no puede evitar mirar el bote abierto de caramelos y me devuelve una mirada entre divertida y cómplice que me hace sonreírle ampliamente. Hoy viene con vaqueros negros con varios cortes a lo largo de sus piernas y una camiseta blanca metida por dentro de los pantalones. No acierto a ver si es de manga corta o larga, porque sobre todo el conjunto tiene una chaqueta de imitación universitaria americana. Sobre sus pies unas converse negras con los cordones perfectamente atados y remetidos por entre la lengua de la propia zapatilla. 

—Hola. –Me dice una vez se pone de cara a mí y se sienta en el sofá con un suspiro ahogado. Yo le sonrío en forma de respuesta a su saludo y rescato mi libreta de alguna parte dirigiéndome a una hoja en blanco mientras intento por todos los medios desconectar de la consulta anterior y me centro en que tengo otro paciente, en que este paciente es completamente diferente al anterior y a demás, es nuevo, lo que necesito de toda mi atención. Para ello me presiono los ojos con el índice y el pulgar de la mano con la que sujeto el bolígrafo y suelto un largo suspiro. Después de varios segundos tamborileo la libreta con mis dedos y le devuelvo la mirada, a lo que la suya ha cambiado a una curiosa pero triste—. ¿Estás bien? –Me pregunta mientras se inclina un poco y me mira más atentamente. Yo asiento quitándole importancia. 

—Sí, solo un poco cansado. Es solo eso. –Le digo disculpándome y Jungkook asiente mientras se deja caer sobre el respaldo del sofá y deja su mochila a los pies, como siempre, en el mismo lugar, siempre de cara al sofá. 

—¿Quieres tomarte unos minutos? –Me pregunta amable pero yo niego con el rostro, aunque realmente lo necesite. 

—No, no pasa nada. No te preocupes. –Me excuso—. He estado toda la mañana de consultas, y con la chica que acaba de salir ya son cinco. Tú eres el sexto y aun tengo luego otra consulta más…

—Tiene que ser difícil. –Dice tranquilo y yo me encojo de hombros. 

—Creo que es por culpa de la edad. –Digo y él alza una ceja—. Si fuesen adultos creo que no se me haría tan pesado. 

—Te comprendo. –Me dice pero no estoy seguro de que sea cierto, por lo que insisto. 

—Los jóvenes estáis llenos de energía, problemas y excitación. A veces pienso que los padres me traen a sus hijos para que se desahoguen conmigo y luego en casa estén más tranquilos y sumisos. –Rápido me doy cuenta de su sonrisa cómplice y de que él es un paciente igual que el resto y no debería estar hablando de esto con él, y menos en tono de queja, por lo que niego rápido con el rostro quitándole importancia y él posa sus manos sobre su regazo—. En fin, este es el trabajo que tengo y el que yo elegí. 

—Piensa que alguien tiene que hacer este trabajo. Conducir a los jóvenes por el buen camino. Si no lo hubieras hecho tú, lo habría podido hacer cualquier otro. Suerte tienen los que se topan contigo porque pareces ser inteligente y profesional. –Me dice con las mejillas sonrosadas y eso me hace sonrojarme a mí también. Sin querer alargar más la consulta le pido que se tumbe en el sofá y él me mira receloso. 

—¿Qué me tumbe? –Me pregunta. 

—Sí, como en una consulta psicológica de verdad. Si te tumbas tu cuerpo estará más relajado y puedes procesar mejor tus emociones, con lo que será más fácil para mí ayudarte. Hoy vamos a hablar de tu relación con tus compañeros, y tus profesores y con tus amigos… 

—No quiero tumbarme. –Me dice frunciendo el ceño—. Me encuentro cómodo así. 

—Está bien. –Digo, no queriendo insistir por el incipiente dolor de cabeza que comienza a atenazarme. Comienzo a escribir el nombre de Jungkook y la fecha del día en la hoja en blanco cuando sus palabras me interrumpen. 

—¿Cómo haces con los apuntes? –Me pregunta, señalando la libreta—. Te he visto escribir cuando estamos aquí en consulta y siempre lo haces en esa libreta. ¿Esa libreta es algo solo mío o ahí escribes sobre todos los pacientes? 

—¿Es necesario que te responda a eso? —Le pregunto mientras frunzo el ceño, sorprendido por su pregunta y él se encoge de hombros. 

—Entiendo que no lo hagas, pero ahora tengo curiosidad y si no la satisfago estaré toda la hora preguntándomelo… —Suspiro largamente. 

—Uso esta libreta para todo el mundo, pero luego las hojas que son de un paciente las agrupo dentro de la carpeta correspondiente de cada paciente. Así tengo todas las anotaciones reunidas y no tengo que comprarme una libreta para cada paciente. –Le digo señalando la estantería cerca del escritorio a mi espalda donde se encuentran las carpetas con los archivos de los pacientes que he tenido—. ¿Satisfecho? –Le pregunto con una sonrisa y él asiente dejándose caer sobre el sofá—. Bien. Como te he dicho vamos a hablar de tus relacione sociales en general. ¿Cómo las definirías? –Le pregunto mientras él me mira atento. No estoy acostumbrado a una mirada directa y menos a una que parece analizarme a mí. 

—¿Con una sola palabra?

—Con las que quiera. –Le digo pero él no me contesta. Sigue pensando con el ceño fruncido. 

—¿Todas en general o en concreto?

—Todas. Amigos, compañeros, profesores, familia… —Él sigue sin responderme, buscando dentro de esa maravillosa cabecita algo que le satisfaga pero tarda al menos medio minutos en darme una respuesta. 

—Son… vulgares. –Sentencia y yo le miro frunciendo el ceño. 

—¿Tanto te ha tomado llegar a esa conclusión?

—La palabra estaba ahí, en el aire, pero he tenido que cazarla al vuelo. –Dice divertido pero yo frunzo aún más el ceño. 

—Está bien. Vayamos por partes. Ya hablamos de que tu relación con tus padres era del todo normal. ¿Y con tus compañeros? 

—Ya te dije que también normal, aunque tenemos las discusiones propias de compañeros de clase. –Yo asiento mientras señalo la puerta a mi espalda. 

—La chica que estaba delante de ti me ha contado como una de sus amigas ha tonteado con el chico que le gusta a esta, y ella, en un arrebato de ira, la ha tirado del pelo escaleras abajo. –Le digo y él alza una ceja, curioso—. ¿Ese tipo de discusiones? –Le pregunto a lo que él se ríe y niega con el rostro. 

—No, no ese tipo de discusiones. –Me dice y yo asiento, encogiéndome de hombros. 

—¿Entonces?

—Pues tipo que alguien me pide los apuntes de clase día sí y día también porque prefieren dormir después de una larga resaca, o algunos que dicen cosas de mí a mi espalda. 

—¿Qué suelen decir?

—Tonterías sin importancia. –Dice mientras niega con el rostro, chasqueando la lengua—. Tú mejor que nadie sabes cómo es el comportamiento infantil de un estudiante celoso. 

—¿Celoso? –Le pregunto mientras él me mira, como si fuese una palabra que no estaba pensada decir. 

—Sí. –Acaba asintiendo—. Obviamente tengo compañeros que están celosos de mí. Esa no es ninguna novedad. –Me dice mientras se encoge de hombros, como si fuese lo más normal del mundo. 

—¿Por qué crees que se sienten celosos?

—Evidentemente porque tengo las mejores notas de mi curso, y hago que parezca fácil. Por eso y porque soy amable y encantador. –Me dice con media sonrisa ladina y yo sonrío, negando con el rostro—. Solo son cosas de chiquillos… —Se excusa pero yo frunzo el ceño. 

—Son chicos de tu misma edad. –Le recrimino y él niega con el rostro. 

—En realidad la mayoría son mayores. Yo soy de los más jóvenes de la clase. –Dice y se encoge de hombros—. Normalmente suelen ser los de edades más cercanas a mí los que se comportan así, pero ya sabes. Hay gente que no tiene remedio. Se piensan que siguen en la guardería y que haciendo berrinches y pataletas pueden conseguir cualquier cosa. Me molesta mucho cuando yo consigo una buena nota con esfuerzo y ellos con unos pucheros alcanzan a subir nota. ¿No te parece detestable? –No contesto—. Casi me molesta más cuando alguien saca buena nota por pena que cuando me insultan. 

—¿Te insultan?

—Me han insultado toda la vida. –Dice como si no fuese obvio y yo frunzo el ceño. 

—Eso no me lo habías dicho. –Digo y él se encoge de hombros. 

—No es algo que me afecte demasiado. –Dice, tranquilo—. Y tampoco soy una especie de excepción. Todo el mundo alguna vez se ha metido con alguien y a todos nos han insultado…

—Pero no estás en la escuela, ni en el instituto. Estás en la universidad. –Recalco y él se encoge de hombros. 

—Entonces los que tendrían que venir a terapia no soy yo sino ellos. –Dice y yo no sé qué contestar. Me limito a encogerme de hombros. 

—¿Alguna vez te has peleado con algún compañero hasta llegar a las manos?

—No. –Dice, negando en rotundo. Yo apunto en la libreta mientras él se encoge de hombros—. Los golpes pueden desaparecer y los huesos sanar. Pero las palabras, con suerte, permanecen toda tu vida en la cabeza. Si las aplicas con la suficiente fuerza y son las adecuadas, pueden durar pasa siempre. –Dice con una sonrisa malvada y yo sonrío ante ella. 

—¿Eres cruel con tus compañeros?

—No más de lo estrictamente necesario. –Dice, sin más. 

—¿Cómo es eso?

—Pues cuando no me dejan atender a la clase o dicen tonterías…

—Casi siempre. –Me arriesgo y él niega con el rostro.

—Solo los días en que están más alborotados. 

—¿Qué sueles decirles que tanto les hiere?

—Nada fuera de lo común. 

—¿Insultos? –Pregunto. 

—No soy tan vulgar como eso. –Dice ofendido yo frunzo el ceño mientras sonrío. 

—Muéstramelo, pues. ¿Qué tan malvado puedes ser? –Le pregunto incitándole con emoción fingida y él se inclina hacia mí y yo hacia él, levemente temeroso de lo que vaya a decirme pero su respuesta es decepcionante. 

—No creo que deba decirlo aquí. Se pueden malinterpretar mis palabras sin el contexto adecuado. –Sentencia y vuelve a su postura en el sofá mientras yo me yergo de nuevo sobre la silla. Le miro enfadado. 

—Recuerda que no soy un policía, pero tampoco un amigo… —Le digo—. Soy tu psicólogo.

—Lo sé, y por eso mismo no voy a decirlo. –Se encoge de hombros y como estoy tratando con un adulto no voy a persuadirlo. Asiento sin más remedio y sigo con mis preguntas. 

—¿Con quién sueles estar en los descansos y esas cosas?

—Normalmente solo. A veces hablando con algunos de los profesores, fumando fuera o estudiando en las salas de clase…

—¿No tienes amigos entre tus compañeros de clase? –Niega en rotundo.

—Es un error hacer amigos entre tus compañeros. Es como hacer amigos entre tus compañeros de trabajo. Es inviable. Lo único que puedes conseguir son reyertas y problemas de convivencia. En el momento en que cruzas la línea ya no hay vuelta atrás. 

—Eso es muy frío. –Digo—. Yo en mi época de estudiante hice varios amigos en la universidad que al final se han convertido en grandes compañeros de profesión con los que aún mantengo el contacto. 

—Cada uno administra su vida como quiere. –Me dice, serio—. Yo personalmente y por experiencia sé que no es bueno mezclar ambas cosas. 

—¿Y quiénes son tus amigos? –Le pregunto pero él levanta una ceja. 

—¿En algún momento he dicho de tener amigos? –Pregunta como respuesta a mis palabras y yo levanto una ceja. 

—¿No tienes? –Frunzo el ceño—. Creí entender que tenías amigos con los que salías a beber y esas cosas… —Digo pensativo, no muy seguro de mis palabras—. Tendría que revisar tu expediente…

—Sí. Tengo gente con la que salgo a beber. –Dice tranquilo—. Pero esos no son amigos. 

—¿Qué entiendes tú por amigos?

—No. –Niega—. La pregunta es, ¿Qué entiendes tú por amigos? Tal vez si me dices un ejemplo de amigo pues yo tal vez tenga alguno y no me haya enterado…

—Pues… —Pienso—. Es un confidente, alguien con quien te diviertes y con quien pasas momentos juntos.  Hablas con esa persona, le cuentas tus secretos, él te cuenta los suyos, tenéis intereses o gustos en común… —Digo no muy seguro y él levanta la mirada, prepotente. 

—Pues no, no tengo amigos. Repito, tengo gente con la que salgo a beber. Pero no amigos. –Dice tranquilo y yo me muerdo el labio inferior—. No tengo a nadie con quien crear una relación de reciprocidad en cuanto a compartir secretos o sentimientos. La diversión que yo creo es adecuada, al resto le parece aburrida o repugnante y la diversión que el resto toma como modelo a mi me parece aburrida e insulsa. Lo de los intereses en común es incluso más difícil de encontrar… —Suspira—. Me limito a salir, charlar un rato sobre temas tribales, beber hasta sentirme mareado y regresar a casa para dormir una noche de seguido. Punto. –Sentencia y yo le miro entristecido. 

—¿Tienes alguna clase de problema para entablas relaciones sociales?

—No. –Dice, seguro—. Soy un encanto. –Sentencia de nuevo con un asentimiento de rostro y yo no puedo evitar esbozar una sonrisa amable. 

—Está bien. Está bien. –Repito—. Háblame de cómo es la relación que tienes con tus profesores. 

—Pues con la mayoría suele ser normal. Mejor. Suele ser muy buena. Me llevo bien con la mayoría. Son personas inteligentes, con pasión por enseñar y con capacidad de proporcionar una conversación más allá de un discurso dentro del aula. 

—¿Tienes mejor relación con los profesores que con los alumnos? –Le pregunto extrañado y él asiente, como si fuese del todo normal. 

—Sí, la verdad es que con un par de ellos me suelo ir a tomar un café en los descansos a menudo. O fumamos a la salida. Alguno incluso me ha llevado a casa…

—¿Te ha llevado a casa?

—Sí. Él año pasado mi profesora de genética humana me llevó varias veces a casa. Teníamos con ella clase los jueves a última hora y siempre me quedaba ayudándola a recoger la clase y hablando. A veces yo perdía el bus y ella me llevaba a casa. 

—¡Vaya! –Me sorprendo, pero haciendo memoria también recuerdo que tuve algunos profesores con los que me llevaba muy bien, pero no sé si hasta ese punto—. Me alegro de ello. ¿Cuál ha sido tu calificación en esa asignatura?

—9’8. –Dice pensativo—. No fue la más alta de todas mis asignaturas pero la asignatura realmente era emocionante. –Dice divertido, con aire soñador. 

—¿Y cómo son las relaciones que tienes con los profesores que no te caen tan bien?

—Pues intento por todos los medios evitar una trifulca y asisto a sus clases con total diligencia sin llamar mucho la atención. –Dice y yo asiento. 

—Eso es muy maduro por tu parte. ¿Qué características tiene que reunir alguien para que te caiga bien? Es decir… ¿Esos profesores te caen bien o mal dependiendo de algo que te hayan hecho de forma personal o los juzgas de forma premeditada?

—Los juzgo de forma premeditada, pero siempre acierto. Obviamente hasta que no tienen trato conmigo no alcanzo a tomar una decisión en respeto a mi comportamiento para con ellos. Mientras no se acerquen a mí yo paso desapercibido pero luego, dependiendo de cómo se comporten conmigo yo me comporto de una u otra manera. 

—¿Cómo los prejuzgas?

—Pues muy sencillo. Por la forma en que hablan, por la forma en la que visten, por la cantidad de conocimientos que son capaces de retener, que son capaces de impartir, por su madurez emocional, por sus gustos y por su actitud para con los alumnos. 

—¿Todo eso en un año?

—En un día. –Dice y yo doy un respingo—. Normalmente me sobra la primera semana para conocer a todos los profesores y hacerme una idea preconcebida de ellos. A lo que son más o menos dos o tres horas con cada profesor semanalmente. 

—¿Lo haces con todos los profesores? –A mi pregunta se ofende. 

—Lo hago con todo el mundo. –Dice, frunciendo el ceño—. ¿Acaso tú no lo haces?

—Evito no hacerlo. –Digo y él se encoge de hombros.

—Conocer el ambiente en el que estamos es primordial para nuestra supervivencia, y ello implica conocer a quienes tienes al lado. 

—Está bien. –Digo—. ¿Cómo sería tu profesor ideal? –Pregunto y él piensa. 

—Serio, profesional, con la memoria de un elefante y la paciencia de un monje. Que imparta las lecciones rápido, sin esperar a rezagados. Que no se tome las cosas a broma, que ejemplifique sus teorías y que use métodos visuales y auditivos para impartir sus clases. Que deje los temas personales aparcados a la hora de impartir clase. Estoy cansado de conocer la vida de mis profesores en vez de dar las clases. Es terriblemente abrumador. Pero también deben tener buen tema de conversación fuera del aula. 

—Es increíble. –Digo a lo que él se sobresalta. 

—¿Qué es increíble?

—No has aludido a nada más que su profesionalidad y rigor a la hora de dar clase…

—Claro. –Dice como si fuera algo lógico—. Es lo que me has pedido. El profesor ideal. 

—Pero podrías haber imaginado otras muchas cosas. Desde aspectos físicos hasta ideales políticos o creencias. Normalmente cuando a alguien le algo esa pregunta suele decirme que prefieren a una mujer, joven, guapa, lista y que de las clases de forma divertida. Que sea animada y alegre… 

—No me importa si un profesor es hombre o mujer. O si está feliz o en depresión. No me importa su edad siempre que sepa dar la clase. Me has preguntado el profesor ideal. Para fantasías pajilleras ya tengo mis ideales. –Dice con una sonrisa pervertida y yo le retiro la mirada levemente avergonzado. 

—Está bien. Lo entiendo. –Digo y él asiente mientras saca el teléfono móvil y da un respingo. 

—Es más de la hora. –Dice y yo miro mi reloj. Nos hemos excedido casi cinco minutos y el siguiente debe estar ya afuera esperando. 

—Vaya. –Digo, sorprendido—. Está bien. Pues la sesión ha terminado por hoy. –Digo y él se levanta en silencio. Coge la mochila y está dispuesto a salir pero yo le detengo con mis palabras. 

—Ya que he satisfecho tu curiosidad, ¿podrías satisfacer ahora tú la mía? –Le pregunto y él se vuelve a mí con una sonrisa traviesa. 

—Claro. Dime. –Me pide. 

—¿Qué estabas leyendo antes en la sala de espera? –Señalo la puerta por la que está a punto de salir pero aun nos manteneros en la intimidad de esta sala. 

—¡Ah! –Dice agradado por mi pregunta y rápido saca el libro y me lo extiende—. Es el primer libro de Sherlock Holmes de Conan Doyle*. –Dice entusiasmado. 

—¿Lo estás leyendo?

—Releyendo. –Me aclara y yo asiento—. Es de mis favoritos. ¿Sabes que me metí a medicina por él? –Pregunta entusiasmado y yo alzo la mirada. 

—¿Por Sherlock?

—Por Doyle. –Dice y yo sonrío, asintiendo—. Fue médico a parte de escritor. 

—¿Qué harás cuando termines la carrera? ¿Trabajar en un hospital?

—Supongo. –Me responde mientras le devuelvo el libro—. La verdad es que no lo sé muy bien aun. Pensaba en algo de forense o trabajar en una morgue… —Se encoge de hombros—. El trato con humanos vivos no es lo mío. –Dice divertido y yo me lo tomo a broma mientras niego con el rostro y él regresa el libro a su mochila, mirándome con una sonrisa—. Infarto de miocardio. –Dice pensativo—. Doyle. –Sentencia y yo asiento. 

—Nos vemos el viernes. –Le digo como despedida y él asiente. 

—Descansa. Tienes cara de no haber dormido bien. –Me dice y tras una leve inclinación de su cabeza desaparece y me deja en la soledad de mi despacho. Suspiro largamente y cojo ánimos para el siguiente paciente. Uno más. El último por hoy. 


———.———


*Arthur Ignatius Conan Doyle (Edimburgo; 22 de mayo de 1859 — Crowborough; 7 de julio de 1930) ​ fue un escritor y médico británico, creador del célebre detective de ficción Sherlock Holmes. Fue un autor prolífico cuya obra incluye relatos de ciencia ficción, novela histórica, teatro y poesía.


 


Capítulo 8                     Capítulo 10

Índice de capítulos

 


Comentarios

Entradas populares