AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 9
CAPÍTULO 9
Yoongi POV:
Miércoles
10 – Octubre — 2017
La chica que hay sentada delante de mí es
una chica de dieciséis años que lleva viniendo alrededor de un mes a mi
consulta. Ella está hablándome de algo. De eso estoy seguro porque está
moviendo sus labios. Lo último que recuerdo de lo que me haya podido decir es
algo sobre sus compañeros de clase. Tiene problemas con ello, de eso estoy
seguro, pero por mucho que intento enfocar mi mirada en ella y por mucho que
entrecierro los ojos mi mente no es capaz de sumergirse en sus palabras. Es
como si la escuchase desde lejos, en otra habitación y mi cerebro no quisiese
atender a nada de lo que está diciendo. Ni siquiera estoy pensando en nada más
importante, solo quiero que se calle y deje de hacer esas muecas tan
extravagantes y arrogantes. Tengo que verlas todos los días, tengo que soportar
a cada hora que alguien se siente delante de mí, alguien con la capacidad de
comprensión mínima para solventar sus necesidades de supervivencia básica y
alardeen sobre su estatus social o su aspecto que redefine su autoestima.
—Y ella estaba hablando con ese chico de
nuevo. –Dice mientras se retira el largo pelo caoba de sus hombros con un
movimiento mecánico de su mano y mueve el cuello a la par para dejarle espacio.
Con sus manos estira un poco de su falda y se acomoda mejor en el sofá con una
mueca asqueada. Frunce el ceño y se muerde el labio inferior mientras niega con
el rostro. Haberla escuchado me hace sentir reanimado de nuevo en la
conversación y yo apunto algo en la libreta sobre mi regazo. Cuando termino de
escribir me doy cuenta de que no he escrito más que su nombre—. ¿Qué cree que
quiere? ¿Enfadarme, tal vez?
—Ya hemos hablado de esto. –Le digo
mientras ella me mira con ojos entrecerrados. Si no fuera porque sabe que su
madre la espera fuera en la sala de espera, más de una vez me habría golpeado
en la cara—. Debes ignorar todo signo de provocación que ella o cualquiera de
tus amigas te haga. Cuando dejes de darles importancia es cuando realmente vas
a poder centrarte en tus estudios. ¿No te das cuenta de que quien peor parada
va a salir es ella, y no tú?
—Pero él es el chico que me gusta. –Me
dice apartándome la mirada mientras se cruza de brazos y yo resoplo mientras
pongo los ojos en blanco, exasperado.
—Si haces caso omiso a mis palabras no va
a servir de nada que vengas a esta consulta. –Me inclino un poco sobre el
asiento para estar más cerca de ella y mostrarme más cercano—. Estamos aquí
porque tu madre piensa que son tus amigos las malas influencias que no te dejan
expresar tu gran potencial y has bajado mucho este último año en las notas. La
solución no es deshacerte de los amigos, sino aprender a vivir con ellos y
centrarte en tus estudios. Si realmente son importantes para ti, puedes
hacerlo. Si por lo contrario crees que no son realmente una buena influencia…
—Hablas como mi madre… —Se queja mirándome
con recelo y yo acabo sentándome de nuevo contra el respaldo de la silla y miro
la hora en mi reloj de muñeca. Suelto un largo suspiro como aliviado de una
gran presión y acto seguido me palmeo las piernas mientras dejo mi libreta a un
lado.
—La sesión ha terminado. –Digo apabullado
y ella se levanta sin más, de forma mecánica, casi más satisfecha que yo con
que haya llegado la hora y sin decir nada pasa por mi lado, mete la mano de
forma brusca dentro del bote de caramelos de Jeon sobre el escritorio y se mete
la mano en uno de los bolsillos de la falda de su uniforme escolar. Deja ahí
los caramelos y sale por la puerta que da a la sala de espera.
Yo me asomo al exterior para mirar
directamente a su madre que me despide con una sonrisa amable mientras posa la
mano sobre el hombro de su hija y le extiende a esta la mochila. Después miro a
mi secretaria que atiende entusiasmada una llamada mientras apunta algo en un
trozo de papel y después, cuando recae en mi mirada, señala con un dedo de uñas
pintadas en negro a Jungkook sentado en uno de los asientos, distraído leyendo
un libro. No distingo a leer el título ni el autor, solo a observar el dibujo
de una pipa de madera humeante en la portada. Ni siquiera estoy seguro de que
sea eso porque un par de sus dedos se interponen en mi vista, pero me basta un
mero instante mirándole para que él sienta, como si mirada sobre él tuviese
peso, que estoy observándole y rápido levanta la vista hacia mí con una mueca
sonriente a la par que avergonzada. Yo le sonrío de la misma manera y de un
salto se pone en pie, guarda el libro en el interior de su mochila y camina en
dirección a mi consulta, mientras yo me adentro el primero.
Mientras pasa por mi lado para sentarse al
sofá no puede evitar mirar el bote abierto de caramelos y me devuelve una
mirada entre divertida y cómplice que me hace sonreírle ampliamente. Hoy viene
con vaqueros negros con varios cortes a lo largo de sus piernas y una camiseta
blanca metida por dentro de los pantalones. No acierto a ver si es de manga
corta o larga, porque sobre todo el conjunto tiene una chaqueta de imitación
universitaria americana. Sobre sus pies unas converse negras con los cordones
perfectamente atados y remetidos por entre la lengua de la propia
zapatilla.
—Hola. –Me dice una vez se pone de cara a
mí y se sienta en el sofá con un suspiro ahogado. Yo le sonrío en forma de
respuesta a su saludo y rescato mi libreta de alguna parte dirigiéndome a una
hoja en blanco mientras intento por todos los medios desconectar de la consulta
anterior y me centro en que tengo otro paciente, en que este paciente es
completamente diferente al anterior y a demás, es nuevo, lo que necesito de
toda mi atención. Para ello me presiono los ojos con el índice y el pulgar de
la mano con la que sujeto el bolígrafo y suelto un largo suspiro. Después de
varios segundos tamborileo la libreta con mis dedos y le devuelvo la mirada, a
lo que la suya ha cambiado a una curiosa pero triste—. ¿Estás bien? –Me
pregunta mientras se inclina un poco y me mira más atentamente. Yo asiento
quitándole importancia.
—Sí, solo un poco cansado. Es solo eso.
–Le digo disculpándome y Jungkook asiente mientras se deja caer sobre el
respaldo del sofá y deja su mochila a los pies, como siempre, en el mismo
lugar, siempre de cara al sofá.
—¿Quieres tomarte unos minutos? –Me
pregunta amable pero yo niego con el rostro, aunque realmente lo
necesite.
—No, no pasa nada. No te preocupes. –Me
excuso—. He estado toda la mañana de consultas, y con la chica que acaba de
salir ya son cinco. Tú eres el sexto y aun tengo luego otra consulta más…
—Tiene que ser difícil. –Dice tranquilo y
yo me encojo de hombros.
—Creo que es por culpa de la edad. –Digo y
él alza una ceja—. Si fuesen adultos creo que no se me haría tan pesado.
—Te comprendo. –Me dice pero no estoy
seguro de que sea cierto, por lo que insisto.
—Los jóvenes estáis llenos de energía,
problemas y excitación. A veces pienso que los padres me traen a sus hijos para
que se desahoguen conmigo y luego en casa estén más tranquilos y sumisos.
–Rápido me doy cuenta de su sonrisa cómplice y de que él es un paciente igual
que el resto y no debería estar hablando de esto con él, y menos en tono de
queja, por lo que niego rápido con el rostro quitándole importancia y él posa
sus manos sobre su regazo—. En fin, este es el trabajo que tengo y el que yo
elegí.
—Piensa que alguien tiene que hacer este
trabajo. Conducir a los jóvenes por el buen camino. Si no lo hubieras hecho tú,
lo habría podido hacer cualquier otro. Suerte tienen los que se topan contigo
porque pareces ser inteligente y profesional. –Me dice con las mejillas
sonrosadas y eso me hace sonrojarme a mí también. Sin querer alargar más la
consulta le pido que se tumbe en el sofá y él me mira receloso.
—¿Qué me tumbe? –Me pregunta.
—Sí, como en una consulta psicológica de
verdad. Si te tumbas tu cuerpo estará más relajado y puedes procesar mejor tus
emociones, con lo que será más fácil para mí ayudarte. Hoy vamos a hablar de tu
relación con tus compañeros, y tus profesores y con tus amigos…
—No quiero tumbarme. –Me dice frunciendo
el ceño—. Me encuentro cómodo así.
—Está bien. –Digo, no queriendo insistir
por el incipiente dolor de cabeza que comienza a atenazarme. Comienzo a
escribir el nombre de Jungkook y la fecha del día en la hoja en blanco cuando
sus palabras me interrumpen.
—¿Cómo haces con los apuntes? –Me
pregunta, señalando la libreta—. Te he visto escribir cuando estamos aquí en
consulta y siempre lo haces en esa libreta. ¿Esa libreta es algo solo mío o ahí
escribes sobre todos los pacientes?
—¿Es necesario que te responda a eso? —Le
pregunto mientras frunzo el ceño, sorprendido por su pregunta y él se encoge de
hombros.
—Entiendo que no lo hagas, pero ahora
tengo curiosidad y si no la satisfago estaré toda la hora preguntándomelo… —Suspiro
largamente.
—Uso esta libreta para todo el mundo, pero
luego las hojas que son de un paciente las agrupo dentro de la carpeta correspondiente
de cada paciente. Así tengo todas las anotaciones reunidas y no tengo que
comprarme una libreta para cada paciente. –Le digo señalando la estantería
cerca del escritorio a mi espalda donde se encuentran las carpetas con los
archivos de los pacientes que he tenido—. ¿Satisfecho? –Le pregunto con una
sonrisa y él asiente dejándose caer sobre el sofá—. Bien. Como te he dicho
vamos a hablar de tus relacione sociales en general. ¿Cómo las definirías? –Le
pregunto mientras él me mira atento. No estoy acostumbrado a una mirada directa
y menos a una que parece analizarme a mí.
—¿Con una sola palabra?
—Con las que quiera. –Le digo pero él no
me contesta. Sigue pensando con el ceño fruncido.
—¿Todas en general o en concreto?
—Todas. Amigos, compañeros, profesores,
familia… —Él sigue sin responderme, buscando dentro de esa maravillosa cabecita
algo que le satisfaga pero tarda al menos medio minutos en darme una
respuesta.
—Son… vulgares. –Sentencia y yo le miro
frunciendo el ceño.
—¿Tanto te ha tomado llegar a esa
conclusión?
—La palabra estaba ahí, en el aire, pero
he tenido que cazarla al vuelo. –Dice divertido pero yo frunzo aún más el
ceño.
—Está bien. Vayamos por partes. Ya
hablamos de que tu relación con tus padres era del todo normal. ¿Y con tus compañeros?
—Ya te dije que también normal, aunque
tenemos las discusiones propias de compañeros de clase. –Yo asiento mientras
señalo la puerta a mi espalda.
—La chica que estaba delante de ti me ha
contado como una de sus amigas ha tonteado con el chico que le gusta a esta, y
ella, en un arrebato de ira, la ha tirado del pelo escaleras abajo. –Le digo y
él alza una ceja, curioso—. ¿Ese tipo de discusiones? –Le pregunto a lo que él
se ríe y niega con el rostro.
—No, no ese tipo de discusiones. –Me dice
y yo asiento, encogiéndome de hombros.
—¿Entonces?
—Pues tipo que alguien me pide los apuntes
de clase día sí y día también porque prefieren dormir después de una larga
resaca, o algunos que dicen cosas de mí a mi espalda.
—¿Qué suelen decir?
—Tonterías sin importancia. –Dice mientras
niega con el rostro, chasqueando la lengua—. Tú mejor que nadie sabes cómo es
el comportamiento infantil de un estudiante celoso.
—¿Celoso? –Le pregunto mientras él me
mira, como si fuese una palabra que no estaba pensada decir.
—Sí. –Acaba asintiendo—. Obviamente tengo
compañeros que están celosos de mí. Esa no es ninguna novedad. –Me dice
mientras se encoge de hombros, como si fuese lo más normal del mundo.
—¿Por qué crees que se sienten celosos?
—Evidentemente porque tengo las mejores
notas de mi curso, y hago que parezca fácil. Por eso y porque soy amable y
encantador. –Me dice con media sonrisa ladina y yo sonrío, negando con el
rostro—. Solo son cosas de chiquillos… —Se excusa pero yo frunzo el ceño.
—Son chicos de tu misma edad. –Le
recrimino y él niega con el rostro.
—En realidad la mayoría son mayores. Yo
soy de los más jóvenes de la clase. –Dice y se encoge de hombros—. Normalmente
suelen ser los de edades más cercanas a mí los que se comportan así, pero ya
sabes. Hay gente que no tiene remedio. Se piensan que siguen en la guardería y
que haciendo berrinches y pataletas pueden conseguir cualquier cosa. Me molesta
mucho cuando yo consigo una buena nota con esfuerzo y ellos con unos pucheros
alcanzan a subir nota. ¿No te parece detestable? –No contesto—. Casi me molesta
más cuando alguien saca buena nota por pena que cuando me insultan.
—¿Te insultan?
—Me han insultado toda la vida. –Dice como
si no fuese obvio y yo frunzo el ceño.
—Eso no me lo habías dicho. –Digo y él se
encoge de hombros.
—No es algo que me afecte demasiado.
–Dice, tranquilo—. Y tampoco soy una especie de excepción. Todo el mundo alguna
vez se ha metido con alguien y a todos nos han insultado…
—Pero no estás en la escuela, ni en el
instituto. Estás en la universidad. –Recalco y él se encoge de hombros.
—Entonces los que tendrían que venir a
terapia no soy yo sino ellos. –Dice y yo no sé qué contestar. Me limito a
encogerme de hombros.
—¿Alguna vez te has peleado con algún
compañero hasta llegar a las manos?
—No. –Dice, negando en rotundo. Yo apunto
en la libreta mientras él se encoge de hombros—. Los golpes pueden desaparecer
y los huesos sanar. Pero las palabras, con suerte, permanecen toda tu vida en
la cabeza. Si las aplicas con la suficiente fuerza y son las adecuadas, pueden
durar pasa siempre. –Dice con una sonrisa malvada y yo sonrío ante ella.
—¿Eres cruel con tus compañeros?
—No más de lo estrictamente necesario.
–Dice, sin más.
—¿Cómo es eso?
—Pues cuando no me dejan atender a la
clase o dicen tonterías…
—Casi siempre. –Me arriesgo y él niega con
el rostro.
—Solo los días en que están más
alborotados.
—¿Qué sueles decirles que tanto les hiere?
—Nada fuera de lo común.
—¿Insultos? –Pregunto.
—No soy tan vulgar como eso. –Dice
ofendido yo frunzo el ceño mientras sonrío.
—Muéstramelo, pues. ¿Qué tan malvado
puedes ser? –Le pregunto incitándole con emoción fingida y él se inclina hacia
mí y yo hacia él, levemente temeroso de lo que vaya a decirme pero su respuesta
es decepcionante.
—No creo que deba decirlo aquí. Se pueden
malinterpretar mis palabras sin el contexto adecuado. –Sentencia y vuelve a su
postura en el sofá mientras yo me yergo de nuevo sobre la silla. Le miro
enfadado.
—Recuerda que no soy un policía, pero
tampoco un amigo… —Le digo—. Soy tu psicólogo.
—Lo sé, y por eso mismo no voy a decirlo.
–Se encoge de hombros y como estoy tratando con un adulto no voy a persuadirlo.
Asiento sin más remedio y sigo con mis preguntas.
—¿Con quién sueles estar en los descansos
y esas cosas?
—Normalmente solo. A veces hablando con
algunos de los profesores, fumando fuera o estudiando en las salas de clase…
—¿No tienes amigos entre tus compañeros de
clase? –Niega en rotundo.
—Es un error hacer amigos entre tus
compañeros. Es como hacer amigos entre tus compañeros de trabajo. Es inviable.
Lo único que puedes conseguir son reyertas y problemas de convivencia. En el
momento en que cruzas la línea ya no hay vuelta atrás.
—Eso es muy frío. –Digo—. Yo en mi época
de estudiante hice varios amigos en la universidad que al final se han
convertido en grandes compañeros de profesión con los que aún mantengo el
contacto.
—Cada uno administra su vida como quiere.
–Me dice, serio—. Yo personalmente y por experiencia sé que no es bueno mezclar
ambas cosas.
—¿Y quiénes son tus amigos? –Le pregunto
pero él levanta una ceja.
—¿En algún momento he dicho de tener
amigos? –Pregunta como respuesta a mis palabras y yo levanto una ceja.
—¿No tienes? –Frunzo el ceño—. Creí
entender que tenías amigos con los que salías a beber y esas cosas… —Digo
pensativo, no muy seguro de mis palabras—. Tendría que revisar tu expediente…
—Sí. Tengo gente con la que salgo a beber.
–Dice tranquilo—. Pero esos no son amigos.
—¿Qué entiendes tú por amigos?
—No. –Niega—. La pregunta es, ¿Qué
entiendes tú por amigos? Tal vez si me dices un ejemplo de amigo pues yo tal
vez tenga alguno y no me haya enterado…
—Pues… —Pienso—. Es un confidente, alguien
con quien te diviertes y con quien pasas momentos juntos. Hablas con esa
persona, le cuentas tus secretos, él te cuenta los suyos, tenéis intereses o
gustos en común… —Digo no muy seguro y él levanta la mirada, prepotente.
—Pues no, no tengo amigos. Repito, tengo
gente con la que salgo a beber. Pero no amigos. –Dice tranquilo y yo me muerdo
el labio inferior—. No tengo a nadie con quien crear una relación de
reciprocidad en cuanto a compartir secretos o sentimientos. La diversión que yo
creo es adecuada, al resto le parece aburrida o repugnante y la diversión que
el resto toma como modelo a mi me parece aburrida e insulsa. Lo de los
intereses en común es incluso más difícil de encontrar… —Suspira—. Me limito a
salir, charlar un rato sobre temas tribales, beber hasta sentirme mareado y
regresar a casa para dormir una noche de seguido. Punto. –Sentencia y yo le
miro entristecido.
—¿Tienes alguna clase de problema para
entablas relaciones sociales?
—No. –Dice, seguro—. Soy un encanto.
–Sentencia de nuevo con un asentimiento de rostro y yo no puedo evitar esbozar
una sonrisa amable.
—Está bien. Está bien. –Repito—. Háblame
de cómo es la relación que tienes con tus profesores.
—Pues con la mayoría suele ser normal.
Mejor. Suele ser muy buena. Me llevo bien con la mayoría. Son personas
inteligentes, con pasión por enseñar y con capacidad de proporcionar una
conversación más allá de un discurso dentro del aula.
—¿Tienes mejor relación con los profesores
que con los alumnos? –Le pregunto extrañado y él asiente, como si fuese del
todo normal.
—Sí, la verdad es que con un par de ellos
me suelo ir a tomar un café en los descansos a menudo. O fumamos a la salida.
Alguno incluso me ha llevado a casa…
—¿Te ha llevado a casa?
—Sí. Él año pasado mi profesora de
genética humana me llevó varias veces a casa. Teníamos con ella clase los
jueves a última hora y siempre me quedaba ayudándola a recoger la clase y
hablando. A veces yo perdía el bus y ella me llevaba a casa.
—¡Vaya! –Me sorprendo, pero haciendo
memoria también recuerdo que tuve algunos profesores con los que me llevaba muy
bien, pero no sé si hasta ese punto—. Me alegro de ello. ¿Cuál ha sido tu
calificación en esa asignatura?
—9’8. –Dice pensativo—. No fue la más alta
de todas mis asignaturas pero la asignatura realmente era emocionante. –Dice
divertido, con aire soñador.
—¿Y cómo son las relaciones que tienes con
los profesores que no te caen tan bien?
—Pues intento por todos los medios evitar
una trifulca y asisto a sus clases con total diligencia sin llamar mucho la
atención. –Dice y yo asiento.
—Eso es muy maduro por tu parte. ¿Qué
características tiene que reunir alguien para que te caiga bien? Es decir…
¿Esos profesores te caen bien o mal dependiendo de algo que te hayan hecho de
forma personal o los juzgas de forma premeditada?
—Los juzgo de forma premeditada, pero
siempre acierto. Obviamente hasta que no tienen trato conmigo no alcanzo a
tomar una decisión en respeto a mi comportamiento para con ellos. Mientras no
se acerquen a mí yo paso desapercibido pero luego, dependiendo de cómo se
comporten conmigo yo me comporto de una u otra manera.
—¿Cómo los prejuzgas?
—Pues muy sencillo. Por la forma en que
hablan, por la forma en la que visten, por la cantidad de conocimientos que son
capaces de retener, que son capaces de impartir, por su madurez emocional, por
sus gustos y por su actitud para con los alumnos.
—¿Todo eso en un año?
—En un día. –Dice y yo doy un respingo—.
Normalmente me sobra la primera semana para conocer a todos los profesores y
hacerme una idea preconcebida de ellos. A lo que son más o menos dos o tres
horas con cada profesor semanalmente.
—¿Lo haces con todos los profesores? –A mi
pregunta se ofende.
—Lo hago con todo el mundo. –Dice,
frunciendo el ceño—. ¿Acaso tú no lo haces?
—Evito no hacerlo. –Digo y él se encoge de
hombros.
—Conocer el ambiente en el que estamos es
primordial para nuestra supervivencia, y ello implica conocer a quienes tienes
al lado.
—Está bien. –Digo—. ¿Cómo sería tu profesor
ideal? –Pregunto y él piensa.
—Serio, profesional, con la memoria de un
elefante y la paciencia de un monje. Que imparta las lecciones rápido, sin
esperar a rezagados. Que no se tome las cosas a broma, que ejemplifique sus
teorías y que use métodos visuales y auditivos para impartir sus clases. Que
deje los temas personales aparcados a la hora de impartir clase. Estoy cansado
de conocer la vida de mis profesores en vez de dar las clases. Es terriblemente
abrumador. Pero también deben tener buen tema de conversación fuera del
aula.
—Es increíble. –Digo a lo que él se
sobresalta.
—¿Qué es increíble?
—No has aludido a nada más que su
profesionalidad y rigor a la hora de dar clase…
—Claro. –Dice como si fuera algo lógico—.
Es lo que me has pedido. El profesor ideal.
—Pero podrías haber imaginado otras muchas
cosas. Desde aspectos físicos hasta ideales políticos o creencias. Normalmente
cuando a alguien le algo esa pregunta suele decirme que prefieren a una mujer,
joven, guapa, lista y que de las clases de forma divertida. Que sea animada y
alegre…
—No me importa si un profesor es hombre o
mujer. O si está feliz o en depresión. No me importa su edad siempre que sepa
dar la clase. Me has preguntado el profesor ideal. Para fantasías pajilleras ya
tengo mis ideales. –Dice con una sonrisa pervertida y yo le retiro la mirada
levemente avergonzado.
—Está bien. Lo entiendo. –Digo y él
asiente mientras saca el teléfono móvil y da un respingo.
—Es más de la hora. –Dice y yo miro mi
reloj. Nos hemos excedido casi cinco minutos y el siguiente debe estar ya
afuera esperando.
—Vaya. –Digo, sorprendido—. Está bien.
Pues la sesión ha terminado por hoy. –Digo y él se levanta en silencio. Coge la
mochila y está dispuesto a salir pero yo le detengo con mis palabras.
—Ya que he satisfecho tu curiosidad,
¿podrías satisfacer ahora tú la mía? –Le pregunto y él se vuelve a mí con una
sonrisa traviesa.
—Claro. Dime. –Me pide.
—¿Qué estabas leyendo antes en la sala de
espera? –Señalo la puerta por la que está a punto de salir pero aun nos
manteneros en la intimidad de esta sala.
—¡Ah! –Dice agradado por mi pregunta y
rápido saca el libro y me lo extiende—. Es el primer libro de Sherlock
Holmes de Conan Doyle*. –Dice entusiasmado.
—¿Lo estás leyendo?
—Releyendo. –Me aclara y yo asiento—. Es
de mis favoritos. ¿Sabes que me metí a medicina por él? –Pregunta entusiasmado
y yo alzo la mirada.
—¿Por Sherlock?
—Por Doyle. –Dice y yo sonrío, asintiendo—.
Fue médico a parte de escritor.
—¿Qué harás cuando termines la carrera?
¿Trabajar en un hospital?
—Supongo. –Me responde mientras le
devuelvo el libro—. La verdad es que no lo sé muy bien aun. Pensaba en algo de
forense o trabajar en una morgue… —Se encoge de hombros—. El trato con humanos
vivos no es lo mío. –Dice divertido y yo me lo tomo a broma mientras niego con
el rostro y él regresa el libro a su mochila, mirándome con una sonrisa—.
Infarto de miocardio. –Dice pensativo—. Doyle. –Sentencia y yo asiento.
—Nos vemos el viernes. –Le digo como
despedida y él asiente.
—Descansa. Tienes cara de no haber dormido
bien. –Me dice y tras una leve inclinación de su cabeza desaparece y me deja en
la soledad de mi despacho. Suspiro largamente y cojo ánimos para el siguiente
paciente. Uno más. El último por hoy.
———.———
*Arthur Ignatius Conan Doyle (Edimburgo; 22 de mayo de 1859 — Crowborough; 7 de julio de 1930) fue un escritor y médico británico, creador del célebre detective de ficción Sherlock Holmes. Fue un autor prolífico cuya obra incluye relatos de ciencia ficción, novela histórica, teatro y poesía.
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