AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 29
CAPÍTULO 29
Yoongi
POV.
Cuando nos apeamos del autobús caminamos en silencio hasta la puerta de mi casa. No está demasiado lejos, apenas a una manzana de distancia de la parada del bus. Es un pequeño piso en la calle principal. He tenido suerte con él, pero cada vez que estoy dentro, esa suerte parece volverse en mi contra tan solo por el ambiente que se crea dentro del piso.
La calle en este momento sigue con un barullo generalizado. Aun siendo miércoles, la gente está fuera de sus casas. A pesar del viento y del frío, la gente se aventura a salir al exterior. Caminan de un lado a otro. Algunos saliendo de bares, otros cerrando ya sus tiendas. La gente vuelve a casa y otros aprovechan para salir. Nadie se mantiene estático en el tiempo, pero para mí, el camino desde la parda del bus hasta el portal de mi casa me parece un momento eterno, algo que jamás termina. La sensación de que nos conducimos irremediablemente al pecado más suculento de todos. Nos conducimos al abismo que supone culminar esta extraña sensación, este sentimiento tan humano que a los dos nos consume.
Cuando llegamos justo a la puerta del portal él se queda mirando el espacio y frunce el ceño. Mira alrededor y sonríe en mi dirección mientras que yo meto la llave del portal en la cerradura y ambos entramos en el portal. Lo primero que nos encontramos son unas cuantas escalerillas de acceso a la parte interior del portal, y una rampa en la parte derecha. En esta también hay un gran espejo sobre la pared y las luces se encienden solas en cuanto el sensor nota nuestra presencia en el interior. Jungkook no puede evitar mirarse al espejo, como hago yo a veces, y se recoloca un poco el pelo, a causa de que se lo encuentra revuelto por el viento. Cuando recae en mi mirada escrutando sus gestos él me devuelve una sonrisa avergonzada y seguimos adelante hasta que nos colamos en el interior. El lugar en el que se encuentran las escaleras, el ascensor y en una de las paredes, la lista de buzones de todos los propietarios. Yo me asomo al mío y escruto en el interior. No encuentro más que un pequeño panfleto de propaganda, por lo poco que diviso, es un restaurante de comida tailandesa. Sin molestarme en recogerlo pulso el botón del ascensor y Jungkook aguarda a mi lado en silencio.
—¿Estás bien? –Le pregunto mientras él me mira dando un respingo por volver a oír mi voz. Repentinamente le veo como un pequeño joven cortado ante la idea de tener relaciones y me siento adulto de nuevo.
—Sí, solo un poco… ya sabes.
—¿Nervioso?
—Sí, supongo. –Dice mientras se mete las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta y juguetea con el paquete de tabaco en el interior de uno de los bolsillos. Lo hace girar de un lado a otro y se muerde el labio inferior. Cuando el ascensor viene hasta nosotros y se abre, yo entro el primero y él entra después poniéndose de nuevo a mi lado. Se mira en el espejo del interior del ascensor y a través de este me ve apretar el botón del sexto piso.
Cuando lo hago, casi a los segundos se cierra la puerta del ascensor y este comienza a subir tranquilo, en silencio. Solo suena a lo lejos un leve murmullo de las cadenas tirando de la cabina. Yo meto las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta pero el cuerpo de Jeon me sorprende acercándose a mí y me hace apoyarme en la pared contraria al espejo. Su cuerpo se cierne sobre mí con una sonrisa ladina y me sujeta el rostro para que mire en su dirección. Sus ojos entrecerrados, sus labios entreabiertos. Me besa con parsimonia, con dulzura, con una lentitud romántica que me deja sin aliento. El beso ha sido tan de repente y me siento tan violento al hacerlo en el ascensor que mis piernas tiemblan y me sujeto con fuerza a sus hombros en la chaqueta. Él lo interpreta como que quiero intensificar el contacto y me rodea la cintura con sus brazos, me aprieta contra él y el beso se intensifica aún más. Cuela su lengua en mi boca, yo me sujeto de su cabello y él separando sus labios de los míos, se agacha y me coge en sus brazos para levantarme, con lo que yo me quedo con los brazos colgando de su cuello y una mis manos en su espalda. Él me rodea las piernas con sus brazos y sus labios atacan mi cuello, el poco que puede traslucirse a través de su chaqueta. Con el rostro girado para darle más espacio puedo ver nuestro reflejo en el espejo del ascensor. Puedo ver su espalda apretada contra la chaqueta y flexionada, su nuca con el pelo recortado sobre ella, puedo ver sus largas y fuertes piernas, y las mías alrededor de su estrecha cintura. Tiembla en sus brazos y me siento terriblemente mareado. Delirando con la imagen tan pecaminosa. Lo peor de todo es que verla me excita y no sé si responde a un sentimiento narcisista de la propia situación en la que me encuentro o simplemente es que me estoy volviendo loco.
No sé qué decir, sus besos sobre mi piel me han dejado completamente mudo. No sé qué hacer, pues su cuerpo presionando el mío con tanta rudeza me ha quitado toda voluntad de movimiento. Me dejo hacer como un pequeño y frágil muñeco en sus manos y la sensación de abandono me hace sentir tan poco responsable de la situación que solo acentúa la necesidad que tengo de llevarla a acabo y disfrutar de ella. Con mis dedos siento el tacto de su chaqueta de cuero por su espalda y me agarro a ella con fuerza. Me agarro con decisión mientras él sigue lamiendo mi cuello. Tan solo se detiene por el sonido de la campanita del ascenso al detenerse en la planta que nos corresponde. Cuando me baja al suelo y me devuelve una mirada tímida pero atrevida puedo ver sus labios levemente enrojecidos y sus ojos divertidos. Yo seguro que porto un rostro entre ruborizado y descompuesto por el repentino subidón de adrenalina que me ha devorado por dentro. Cuando las puertas abren agradezco que nadie haya al otro lado para impedir que alguien me vea en este estado y sin atreverme a mirar en el espejo del ascensor, salgo con la mirada siempre en el suelo y me encamino a mi puerta. Una en la que hay una letra “E” en mayúscula y Jeon me sigue con pasos lentos hasta que se detiene a mi lado cuando tengo que abrir la puerta.
Cuando entramos, en completo silencio, lo primero que nos recibe es el pequeño espacio que tengo ambientado como el recibido. Una pequeña consola de cristal y patas de metal en donde tengo un pequeño cuenco de porcelana sobre el que dejo las llaves una vez estamos dentro. Sobre este también un par de recibos de compra, un caramelo y unas cuantas monedas sueltas. Jungkook se queda mirando todo alrededor, observando con esos brillantes ojos cada pequeña parte de mi casa. Por un aparte me gustaría saber cómo circula la información por sus neuronas, pero por otra, no quisiera saber qué es lo que piensa sobre mi casa. Sobre la pequeña consola hay un espejo y al lado de este, un perchero donde cuelgo mi chaqueta. Él me mira con una sonrisa y sigue analizando el espacio alrededor. Con un gesto le señalo la desembocadura del recibidor que es el salón pero él me deja pasar primero y yo lo hago mientras que con una mano me paso la palma de esta por el lugar en que él me ha estado besando en el cuello y con la otro me deshago de la bandolera, dejándola sobre la mesa central del salón. Es un salón no muy grande, un mueble en donde acumular libros y polvo, junto con una pequeña televisión, una mesa de madera oscura en la parte central y un sofá justo tras ella. El salón desemboca en un pequeño rectángulo que hace de divisor de esta estancia con las tres puertas que conforman la cocina, el baño y la habitación matrimonial. El se queda en silencio, mirando todo, analizando todo. Llega un punto en que mi curiosidad me supera.
—¿En qué piensas? ¿Te lo imaginabas así? –Le pregunto y él asiente, en silencio.
—Huele a ti. –Dice divertido y yo ruedo los ojos mientras que él sonríe por la idiotez de sus palabras.
—¿Y a qué huelo yo? –Le pregunto a lo que él se ruboriza.
—A comienzos de otoño, a viento fresco y a libro antiguo…
—¿Qué? –Le pregunto sobresaltado mientras no contengo mi risa pero él se ofende.
—Es a eso a lo que hueles. –Dice divertido y yo me encojo de hombro tomándomelo como un halago mientras que le señalo en derredor nuestro.
—¿Quieres quitarte la chaqueta? –Le pregunto y él es repentinamente consciente de que una la tiene puesta y asiente con una sonrisa mientras se deshace de ella. Después de unos segundos suelto un largo suspiro y pongo mis manos sobre mi cadera mientras él deja su chaqueta de cuero sobre el sofá—. ¿Quieres tomar algo? ¿Comer algo?
—No. —Dice, sonriendo—. No quiero ser una molestia.
—¡Qué vas a ser! –Digo divertido mientras que le señalo la cocina con un gesto de mi mano—. Tengo una botella de vino ya abierta. ¿Quieres una copa?
—¿Vino? –Pregunta al aire pensativo y al final acaba asintiendo con una sonrisa cómplice.
—Está bien. Siéntate en el sofá, o no. Lo que quieras. Estás en tu casa. –Le digo encogiéndome de hombros y jamás esa frase me había sonado tan natural y certera. Él puede hacer con esta casa lo que le venga en gana, puede tocar lo que quiera. Repentinamente me descubro sin secretos para con él y no me importaría verle hurgar en mis libros o en mi intimidad. Él es ahora parte de esa intimidad. Él es ese secreto que todo el mundo tiene y no debe revelar a nadie, por lo que el resto de mi existencia está mucho por debajo de su importancia. Él puede hacer con ello lo que desee.
Cuando llego a la cocina abro la nevera sacando la botella de vino que hay dentro. Tampoco hay demasiadas cosas más. Unos cuantos yogures, un cartón de leche, otro de zumo, una botella de agua, algunas manzanas y unos pimientos en uno de los cajones de plástico. Un tarro de mermelada y una cerveza. Suelto un largo resoplido mientras busco entre los armarios un par de copas donde servir el vino y cuando encuentro dos de ellas me encuentro ante una realidad que no creía posible. Jeon está en mi salón. Es como una repentina situación de la que no era consciente hasta este preciso instante. Intento obviar esos sentimientos y vierto un poco de vino en ambas copas. No satisfecho con ello busco en los muebles algo con lo que llenarnos el estómago. Por su parte no sé, pero yo tengo hambre. Acabo encontrando una bolsita de galletas saladas y sin pensarlo por más tiempo las vierto en un pequeño cuenco y salgo primero con este y la botella y después regreso a por las copas. Él me recibe con una sonrisa amable y una expresión infantil mientras que coge una de las pequeñas galletitas y se la come en silencio, mirando cada uno de mis movimientos a través del salón. Dejo una de las copas a su alcance y la otra me la llevo conmigo mientras rodeo la mesa y acabo sentándome a su lado en el sofá. Él se vuelve a mí y rescata su copa. Cuando prueba el vino me mira con una sonrisa y yo sonrío con él.
—¿Te gusta el vino?
—No soy muy entendido de vinos, pero no está nada mal. –Dice entusiasmado mientras que me señala la librería delante de nosotros, con una mirada cómplice—. Tienes muchos libros. –Dice mientras sonríe.
—Seguro que tú tienes más que yo. Eres más leído.
—Puede, pero no tengo tantos libros. Muchos de los libros que he leído han sido prestados de la biblioteca y esas cosas. Es cierto que tengo bastantes, pero no tantos como quisiera… —Dice triste y no aparta la mirada de la estantería.
—Puedes coger el que quieras. –Le digo señalando la estantería con la copa de vino—. Los que quieras. Puedes leer los que te plazca.
—¿De verdad? –Dice mirándome como si dentro de él una mecha se hubiera encendido. Una sonrisa tan entusiasmada que me hace sentir tremendamente culpable de su reacción tan desmesurada. Tan dulce, tan infantil. Ha sido como regalarle el caramelo más dulce a un infante.
—Claro. –Digo, encogiéndome de hombros—. Puedes llevarte los que quieras a casa y cuando los leas, me los devuelves. –Digo, sin importancia—. Te advierto que muchos son de autores japoneses, Haruki Murakami*, Natsume Soseki, Banana Yosimoto, Yasunari Kawabata*…
—¿Cosas de tus padres?
—Sí. –Digo, divertido—. ¿Te he contado que ahora mi padre está estudiando japonología*? Está estudiando historia de Japón en Tokio.
—¿Está en la universidad?
—No. En una especie de academia, para gente mayor. Dijo que era más barato que la universidad y que el horario era más asequible. –Suelto un suspiro—. Como es la gente, no se cansa de hacer nada…
—Pareces más mayor que tu padre. –Dice, divertido y vuelve a prestar atención a la librería—. ¿Tienes libros de psicología? –Me pregunta, yo asiento.
—Por su puesto. –Digo señalando una parte a la derecha de la estantería—. El estante ese, es todo de libros de psicología. La mitad me los compré cuando estaba en una universidad y los demás cuando me especialicé. Hay de todo un poco.
—¿Puedo mirarlo? –Me dice y yo asiento, completamente de acuerdo con ello. Él se levanta dejando la copa en la mesa y se acerca a pasos entusiasmados hasta el estante que le he indicado. Comienza a leer los lomos de los libros mientras que yo me quedo absorto escrutando su fisionomía—. ¡Los clásicos! –Exclama—. ¿Qué menos?
—¿Hum?
—La interpretación de los sueños y Psicología de la vida cotidiana de Freud. –Dice divertido mientras que señala un par de libros en la parte superior del estante—. También tenemos aquí a Erich Fromm*, Goleman*…
—¿Los conoces?
—Sí, los he estudiado en clase. ¡El pensamiento lateral! –Exclama señalando otro y yo río con su emoción infantil.
—Un día podríamos haber hablado de los sueños, y haber interpretado los tuyos. –Digo entusiasmado y él se detiene en sus gestos y me mira por encima del hombro, serio.
—Eso no sería una buena idea.
—¿No? –Pregunto, curioso—. ¿Por qué no?
—No suelo tener sueño. –Dice, encogiéndose de hombros—. Soy de esas personas que no suelen tener sueños ni pesadillas. Solo muy de vez en cuando, sobre todo cuando bebo. Pero son sueños inconexos y sin sentidos más bien delirios del alcohol.
—Ah… ya veo… —Digo pensativo y él vuelve a su tarea de cotillear entre los mismos de los libros. Después de revisar la estantería de los libros de piscología se desplaza al resto de estantes y comienza a curiosear en libros de historia, en libros de anatomía, algunos clásicos, otros de pedagogía, alguno de arte, otro de música, unos cuantos de religión y rápido suelta una risa divertido—. ¿Qué?
—Que divertido. –Dice—. ¿Lo has hecho adrede?
—¿El qué?
—Poner el libro de El origen de las especies junto a la Biblia. –Dice mientras señala ambos libros en la estantería y yo caigo en ello, riéndome.
—No, no ha sido intencionado. –Ante mis palabras coge un libro y me lo enseña, con un puchero en los labios.
—¿Me permitirías llevarme este? –Me pregunta enseñándome el libro y acercándose a mí para extendérmelo. Yo lo reconozco sin necesidad de tenerlo en mis manos y rápido asiento.
—Llévate lo que desees, cielo. –Le digo y él suelta una sonrisa entusiasmada.
—Tenía muchas ganas de leer el Anticristo, de Nietzsche.
—¿Nunca lo has leído?
—Una vez tuve la oportunidad de ojearlo, otras he visto párrafos. Una vez analicé uno en el instituto, pero jamás lo he leído completo.
—Está bien, puedes llevártelo. Devuélvemelo cuando te venga bien. No hay prisa. –Él asiente sentándose de nuevo a mi lado en el sofá y deja el libro al lado de su copa de vino. Cuando su mano regresa de nuevo a la copa y bebe de ella yo le miro con la vergüenza de que la convencionalidad debe dar paso a otra situación, pero ni yo soy valiente ni él parece creer que es el momento. El vino en su copa se mueve hasta sus labios y bebe un gran trago. Después se come una galleta y su mirada tímida recae en mí. Sus mejillas están sonrosadas, sus labios ahora levemente pintados por el vino. Que espécimen tan atractivo tengo a mi vera y su belleza es tan exuberante que me ha robado toda voluntad de acercarme. Me siento tan perdido incluso estando en mi propia casa que me apeno de él, pues debe estar doblemente desconcertado. Y mientras tanto, yo solo miro el dulzor que deben poseer sus labios.
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*Haruki Murakami (村上 春樹 Murakami Haruki?) (Kioto, 12 de enero de 1949) es un escritor y traductor japonés, autor de novelas y relatos. Sus obras han generado críticas positivas y numerosos premios, incluyendo los premios Franz Kafka y el Jerusalem, entre otros.
*Yasunari Kawabata (川端 康成 Kawabata Yasunari, Osaka, 14 de junio de 1899—Zushi, 16 de abril de 1972) fue un escritor japonés. Considerado uno de los autores más importantes de su país en el siglo XX (junto con Ryūnosuke Akutagawa, Jun'ichirō Tanizaki, Osamu Dazai o Yukio Mishima, de quien fue amigo y mentor), fue el primer nipón en obtener el premio Nobel de Literatura, en 1968, y el segundo asiático en obtenerlo tras el escritor indio (bengalí) Rabindranath Tagore.
*Japonología, niponología, más raramente nipología, es el estudio de la cultura de Japón. Japonología y Niponología, en menor medida estudios japoneses, son términos generalmente usados en Europa para describir el estudio histórico y cultural de Japón; en Estados Unidos, el campo académico es normalmente llamado Japanese Studies, que incluye tanto ciencias socio—contemporáneas, como campos humanísticos clásicos. Niponología es el correspondiente de Sinología y Coreanología.
*Erich Seligmann Fromm (23 de marzo de 1900 en Fráncfort del Meno, Hesse, Alemania—18 de marzo de 1980 en Muralto, Cantón del Tesino, Suiza) fue un destacado psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista de origen judío alemán. Durante una parte de su trayectoria se posicionó políticamente defendiendo la variante marxista del socialismo democrático.
*Daniel Goleman (Stockton, 7 de marzo de 1946) es un psicólogo, periodista y escritor estadounidense. Adquirió fama mundial a partir de la publicación de su libro Emotional Intelligence (en español Inteligencia emocional) en 1995.
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