AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 2
CAPÍTULO 2
Yoongi POV:
Rodeo la manzana y me interno en una calle
menos concurrida mientras detrás de mí se siguen agolpando el sonido de las
personas caminando y el de los coches circulando a gran velocidad. La ciudad
siempre es tan convulsa, tan confusa, tan extravagante y siempre con ese aroma
a neumático quemado y la sensación de que en cualquier momento puedes
asfixiarte. Pero solo es una sensación psicológica que desaparece en el momento
en que regresas al hogar. Mientras tanto sigo caminando con una bolsa de la
mano y busco con la mirada al final de la pequeña callejuela la pequeña
librería a la que debo acudir. Como un acto reflejo miro mi reloj en la muñeca,
algo preocupado.
Las seis menos cuarto.
Como liberación al estrés, o como sigo de
represión de este, me muerdo el labio inferior y suelto un gran suspiro,
sintiendo que el tiempo se me viene encima, pero no tengo otro momento para
hacerlo y le rezo a un dios en el que no creo o a una divinidad superior a mí
en la que tampoco soy creyente, para que me resguarde en su regazo del paso del
tiempo y me permita la facilidad para regresar pronto a mi consulta. Mientras
me acerco a la puerta de la librería puedo sentir un general barullo en el
interior y eso me hace sentir sobresaltado. Aun estoy a tiempo de darme media
vuelta y regresar la semana que viene pero ya lo he demorado lo suficiente y no
quiero aplazarlo por más tiempo. Temo que los dueños de la librería se ofendan,
pero más aún temo olvidarme de mi cometido en ella.
Cuando me acerco a la puerta y la abro,
haciendo sonar una pequeña campanita sobre mi cabeza, me sobresalta la
decepción por la cantidad de gente que hay en el interior. Alguno de los
clientes solo está mirando por las estanterías, pero frente al mostrador,
esperando, hay cinco personas y parece que no tienen prisa alguna. Me veo
burlado por la suerte de un ente en el que no creo y le adjudico a él toda la
responsabilidad de esta situación. Eso me hace sentir mejor en el caso de que
llegue tarde a la consulta, pero en realidad me siento terriblemente apenado y
aun con una mano en la puerta pienso en marcharme, pero no lo hago. Acabo
accediendo al interior y me acerco poco a poco a la fila de personas que
esperan pacientes como yo a ser atendidos.
Con la bolsa de la mano y el signo de mi
tardanza en mi muñeca izquierda espero pacientemente soltando de vez en cuando
algún suspiro resignado. Las seis menos cuarto.
Como curiosidad imperiosa miro delante de
mí al cliente que espera como yo a ser atendido. Es un hombre de mediana edad
con chaquetilla de lana gris y lentes colgando de su camisa. Tiene el pelo
canoso pero se le ve aún joven. En sus manos porta dos libros. El que está
debajo del primero no consigo reconocerlo pero el superficial sí: Ivanhoe,
de Walter Scott*. Delante de él hay una mujer agarrada de la mano de una niña
que porta unos cuantos libros infantiles. Delante, un chico de unos quince años
que porta varios cómics y delante de este, un hombre de mi edad, con varios
tomos de historia. El quinto, el que está siendo atendido parece tener una trifulca
con la dependienta que no sabe cómo remediar una situación insostenible.
—Me dijeron que este miércoles venían,
pero he venido ayer y hoy y no parece que hayan llegado aún. ¿Sabe cuánto más
tengo que esperar? –Pregunta el señor mientras yo miro a mí alrededor. Siempre
me ha gustado esta librería y desde que estoy en esta ciudad siempre me ha
gustado venir a ella. A pesar de la apariencia clásica de librería envuelta en
madera de nogal la calidad de los libros es muy buena y trabajan con
editoriales que no suelen presentarse en el resto de librerías.
—Lo siento, caballero, pero tal vez se
retrasen una semana más. –Le dice la dependienta y cruzan un par de palabras
más hasta que la dependienta le hace notar al cliente que hay una serie de
personas más que desean ser atendidas y ante la vergüenza, el señor se marcha
pero no sin bufar alguna exasperación y cuando pasa por mi lado se choca con mi
brazo sin querer. No me pide disculpas pero tampoco se gira para mostrar su
indiferencia. Lo paso por alto mientras me muerdo el labio inferior y miro
hacia mi reloj. Las seis menos diez, pasadas. Me consume el tiempo, me apremia
a salir corriendo pero ya hay personas detrás de mí esperando por que nos
atiendan a todos y me da vergüenza marcharme.
Las seis menos cinco. Las seis.
Dan las seis y dos minutos cuando me
atienden a mí y la dependienta nada más verme me sonríe con una expresión
familiar y rápido me hace una seña para que me quede donde estoy y acude rápido
al almacén al lado del escritorio antiguo que usan como mostrador.
—¡Llego el lunes! –Me dice animada dentro
del almacén mientras que yo suspiro, algo más relajado—. Le mandamos un
mensaje.
—Sí, siento no haber acudido antes. –Le
digo y la dependienta sale del almacén con el libro en las manos. Me lo extiende
y yo asiento, confirmando mi decisión y ella lo pasa por la caja registradora y
me lo mete en una bolsa de cartón con el logotipo de la librería—. He tenido
una semana muy atareada…
—Ya me imagino. ¿Te tal le va en la
consulta, doctor Min?
—Muy bien, gracias. –Le digo con una
amplia sonrisa. Siempre que vengo suele ser ella quien me atiende a pesar de
estar ocupada con otras tareas. Es una mujer de diez años mayor con el pelo
siempre recogido en un moño de donde de vez en cuando aparecen brillantes
algunas de sus canas. Su pelo ondulado la hace ver, sin embargo, joven y
cordial.
—Tome. –Me extiende la bolsa mientras yo
le pago el libro y ella me devuelve la vuelta con el recibo, que meto en la
bolsa—. Que le vaya muy bien hoy. Y descanse, que ya viene el fin de semana.
–Me despide y yo me alejo de ella con una sonrisa que se desvanece al ver el
reloj. Las seis y siete minutos. Siento que el corazón se me para, dado que no
suelo llegar tarde a mis citas, y menos cuando tengo clientes nuevos. Me siento
terriblemente decepcionado conmigo mismo y con el horario de autobús y con el
de la burocracia, en general.
Cuando salgo de la librería me conduzco a
paso rápido hacia la calle en donde me ha dejado el bus y camino calle adelante
hasta que me detengo en un portal cualquiera en donde en uno de los pisos,
justamente el número 1ºC, aparece una plaquita metálica en donde pone “Consulta
psicológica. Doctor Min Yoongi”. Sin más preámbulos entro dentro del portal
y subo al primer piso, en donde en la puerta que está situada como 1º C hay una
nueva placa, es más grande aunque del mismo material con la inscripción. “Consulta
psicológica del Doctor Min Yoongi. Especialista en Psicología de la educación”.
Cuando entro paso a través del pasillo y me quedo en la sala de espera en donde
mi secretaria se levanta de su pequeño escritorio mientras yo me deshago de la
bolsa de la compra al lado de una de las sillas de la sala de espera. Miro
alrededor buscando a alguien, pero no encuentro a nadie, con lo que la mirada
de la secretaria me dice todo lo que tenía que saber.
—Llega tarde, señor Min. –Me dice mientras
mira el reloj de pared a su derecha. Las seis y cuarto.
—Sí, lo siento, he tenido que hacer unos
recados. –Le digo mientras ella me extiende como cada día la carpeta en donde
se encuentra sujeta la lista de pacientes a tratar, pero hoy solo hay un nombre
apuntado, apenas la he cogido vuelvo la vista hacia ella.
—Tienes la ficha técnica detrás. –Señala
el papel. Hay más debajo—. Foto, documentación, y todas esas cosas. –Asiento
mientras me paso el dorso de la mano por el frente—. También el perfil
psicológico que le han hecho en la escuela. Lo he leído, —me dice, arrugando la
nariz—, y déjeme decir que la narrativa del profesor “Morrison” no es muy
buena.
—Con ese apellido lo más lógico es que no
sea del país. –Le digo pero ella se encoge de hombros y regresa a su
escritorio. Yo miro a todos lados mientras busco en algunos de los asientos de
esta pequeña estancia a mi paciente, pero ella señala la puerta de la sala de
consulta—. ¿Dónde está? ¿Está dentro? –Le pregunto casi ofendido. Los pacientes
no deben pasar a la consulta si no estoy yo con ellos.
—Lo siento, señor min. Pero usted llegaba
tarde y el chico estaba empezando a ponerse nervioso.
—¿Cómo nervioso? –Le pregunto.
—Estaba como… triste…
—¿Triste?
—No soy psicóloga. Solo estudio filología.
–Se excusa mientras se encoge de hombros y yo ruedo los ojos mientras susurra
en mi dirección—. Es el chico que ha quemado su escuela. Llamó su madre la
semana pasada para pedir hora para su hijo. En la escuela le han recomendado
que acuda semanalmente al psicólogo. –Yo abro los ojos, con sorpresa.
—He visto la noticia en la prensa. Dijeron
que fue un accidente.
—Eso dijo su madre también, y seguro que
el muchacho le dirá lo mismo. Pero los profesores le han recomendado que acuda
a un psicólogo. Ahí tiene también una copia del informe de los bomberos. —Dice
mientras comienza a recoger sus cosas sobre el escritorio y yo resoplo con
fuerza.
—Eungi, —La llamo—. Puedes irte a casa ya,
si quieres. Pasa un buen fin de semana. –Le digo mientras comienzo a leer el
nombre del chico en la ficha para esta tarde—. Yo cierro cuando termine. –La
chica me mira entusiasmada y me sonríe mientras me hace una leve inclinación de
cabeza y recoge sus pertenencias con más entusiasmo.
—Entre ya, —me señala la puerta—, seguro
que se está impacientando.
Yo asiento mientras ella termina de
recoger sus cosas, se pone una rebeca de lana granate y sale por la puerta
despidiéndome con un gesto de su mano. Yo cojo aire y leo el nombre del chico
sobre el papel. “Jeon Jungkook” “23 años” “Estudiante de la facultad de
medicina”. Paso el papel y me encuentro con un informe de bomberos, sellado y firmado
por el jefe de bomberos y después una carta del propio orientador de la escuela
en la que el chico estudia, firmado por este y por el director de la escuela,
junto por el tutor de su curso. La última página es una ficha técnica con una
fotografía del chico, la cual al verla me detiene justo antes de cruzar la
puerta.
Sus facciones, sus ojos, su mirada. Todo
él ya lo he conocido antes. Justo ahora, unos minutos antes. Es el chico del
bus, sin duda. Mientras frunzo el ceño llevando la carpeta con los folios
debajo de mi brazo entro en la sala para encontrar su cuerpo sentado en el
sillón más amplio, de frente a mí, donde suelen sentarse los pacientes. Él alza
la mirada para dirigirse hacia la procedencia del sonido y yo doy un respingo
cuando caigo presa de su mirada. Él da otro al reconocerme y cuando lo hace
muestra una amplia sonrisa que me pone los pelos de punta, dado que es la
sonrisa más adorable e inocente que he podido ver en toda mi vida. Duda, entre
ponerse de pie mantenerse sentado, me mira con las mejillas levemente
coloreadas y se muerde el labio inferior, nervioso.
—Jeon Jungkook. –Le digo, casi en forma de
pregunta y él asiente, emocionado.
—¿Es el doctor Min? Es usted el señor del
autobús…—Me dice un poco dubitativo y yo asiento—. Qué casualidad…
———.———
*Walter Scott, primer Baronet (Edimburgo, 15 de agosto de 1771 – Abbotsford House, Melrose, Escocia, 21 de septiembre de 1832), fue un prolífico escritor del Romanticismo británico, especializado en novelas históricas, género que creó tal como lo conocemos hoy, además de poeta y editor escocés. Fue conocido en toda Europa en su época, y, en cierto sentido, Scott fue el primer autor que tuvo una verdadera carrera internacional en su tiempo, con muchos lectores contemporáneos en Europa, Australia y Norteamérica.
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