AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 3

 CAPÍTULO 3


Yoongi POV:

 

Antes de poner un pie dentro me quedo mirando alrededor. La estancia se encuentra en completo silencio y esto me hace sentir más tranquilo, pero al mismo tiempo no me acostumbro a la idea de tener un rostro conocido delante, y menos un rostro que he conocido hace apenas unos segundos. Esperaba encontrarme cualquier otra cosa, pero las casualidades siempre me han resultado un tanto confusas y no consigo hacerme bien a ellas. Con una sonrisa él acaba levantándose del sillón cuando cierro detrás de mí y pongo la bolsa con el libro que he comprado sobre el escritorio a mi izquierda y camino hasta llegar a él aun con su ficha de la mano. Él se inclina levemente hacia mí, como muestra de saludo y yo imito el gesto, con una sonrisa amable. Suelto un suspiro y me siento en mi butaca de cuero negro, igual que el sillón, a donde él regresa. 

Cundo me dejo caer, necesitado de ese descanso, pongo la carpeta con las hojas enganchadas sobre una de mis piernas cruzadas y comienzo a leer en silencio mientras de vez en cuando dirijo la mirada a un Jeon que me devuelve una sonrisa amable con las mejillas levemente coloreadas por la situación tan comprometida. Sin duda es la primera vez que va a un psicólogo y es la primera vez que tiene que tratar conmigo a parte de cómo un mero peatón. Se sienta con las piernas juntas una a cada lado de la otra, cayendo del borde del sofá y con la espalda sobre el respaldo. Una postura poco relajada pero al menos no se le ve demasiado tenso. Le señalo, mientras leo su ficha por encima. 

—Puedes sentarte como quieras. Como si estuvieras en tu casa… —Le digo y él se encoge de hombros. 

—Estoy bien así. –Dice mientras mira de reojo su mochila al pie del sofá colocada y yo resoplo mientras dejo para luego leerme toda su ficha. 

—Bueno. Creo que es hora de presentarnos formalmente… —Me corta con sus palabras. 

—Siento haber entrado aquí, en vez de esperar fuera. –Dice con lástima—. Pero es la primera vez que voy a un psicólogo y estoy algo nervioso. Además, que llegaba usted tarde…

—Sí. Tengo que disculparme por eso. He tenido que pasar a por un recado, pero si te soy sincero, de haber sabido que eras tú, te habría acompañado hasta aquí. –Le digo divertido y él asiente, avergonzado. 

—No tiene importancia. Lo siento de nuevo, por…

—No importa. –Le quito importancia con las manos y él se queda mirando el espacio a su alrededor como si fuese la primera vez que recae en ello. 

—Es un despacho precioso. Muy clásico. –Dice y yo asiento mientras me descruzo de piernas y vuelvo a cruzarme de ellas. 

—Intento que parezca acogedor. La intención es que los pacientes se relajen y se suelten un poco… —Chasqueo con la lengua, recordándome que tengo un cometido—. Bueno, como bien has dicho es la primera vez que asistes a consulta psicológica, así que hoy nos lo tomaremos como una toma de contacto para conocernos, ¿bien? –Le pregunto y él asiente mientras se pone las manos sobre el regazo y me mira de arriba abajo con disimulo—. ¿Quieres presentarte?

—Yo… —piensa—. Soy Jeon Jungkook, tengo veintidós años y… –Duda un poco—. Ya se lo dije antes, soy estudiante de medicina. 

—No pareces muy seguro de lo que estás diciendo. 

—No es eso. Es que estaba pensando en darle otra contestación, pero he preferido no hacerlo. –Dice, levemente cohibido. 

—¿Qué era? 

—Iba a decirle que todo dato que se entiende como un inicio de conversación convencional en que dos personas se conocen, lo tiene todo apuntado ahí en mi ficha. –Yo le miro y estoy a punto de esbozar una sonrisa, pero me contengo mientras él baja la mirada a sus manos. 

—Me gusta tu segunda respuesta. Y tienes razón. Edad, estudios… —Él me mira, sonriendo—. Bien, en ese caso, me presentaré yo. Mi nombre es Min Yoongi, tengo treinta y soy doctorado en psicología de la educación. ¿Sabes lo que significa eso?

—¿Piscología de la educación?

—Sí.

—Sí. –Dice, asintiendo—. Es la rama de la psicología que se encarga del aprendizaje. Normalmente suelen ser a este tipo de psicólogos los que contratan en una escuela…

—Exacto. –Le digo, sorprendido—. Por eso estás aquí. 

—Pero yo no tengo ningún problema con el aprendizaje ni con la adquisición de conocimientos. 

—No, pero has tenido un incidente en la universidad, y estoy especializado en tratar con niños y adolescentes… 

—Yo no estoy aquí porque tenga ningún problema. –Repite, esta vez frunciendo el ceño—. Lo que ocurrió no fue culpa mía. Bueno, es decir. Sí. Pero fue un accidente en el laboratorio. 

—Eso lo hablaremos en la próxima consulta. Hoy solo quiero que nos conozcamos. –Le digo pero él sigue con lo de antes. 

—El motivo por el que estoy aquí es porque el orientador de la universidad no me traga, y se cree que todo se soluciona  yendo al loquero. –Me mira, disculpándose—. No te ofendas, pero es verdad. Ya ha mandado a otros dos alumnos en lo que yo llevo en esa universidad a esta consulta. A uno por estrés y a otro por incontinencia de un lenguaje demasiado obsceno. Seguro que sabes de quienes te hablo. 

—Trato con muchos chicos al día, no tengo cabeza para recordar… —Él me corta, con un largo resoplido. 

—Lo siento. Es que estoy nervioso. Y también dolido. No fue culpa mía lo que sucedió y no me gusta que haya gente que por estar en mi contra sea capaz de afirmar algo tan grande como que he querido quemar la universidad…

—No pasa nada. Lo entiendo. –Me inclino para posar una manos sobre su rodilla y él me retira la mirada con las mejillas ardiendo. Me gustaría pensar que ha sido culpa de mi contacto, pero volvería a repetirlo, porque sus facciones se han tornado mucho más dulces—. Yo también tuve profesores muy incompetentes cuando estuve en la carrera, y te puedo asegurar que sé de lo que estás hablando. Relájate, estamos entre amigos, ¿vale? –Él asiente, con una sonrisa infantil—. Bien, volvamos a ello. Háblame de tus padres. 

Él sonríe, señalando con la mirada a Freud en un cuadro en la pared. Yo sonrío y asiento, encogiéndome de hombros. 

—Bien, pues la verdad es que no hay mucho que contar. Mi relación con mis padres es del todo normal. Durante los años de instituto fue algo más complicado de llevar, pero supongo que como todos los adolescentes. Descubres lo que es la libertad, la independencia y rápido quieres salir del hogar…

—¿Sigues viviendo con ellos?

—Sí, al menos hasta que termine la carrera y encuentre algo en donde trabajar. La universidad me quita demasiado tiempo como para trabajar en este momento, así que no tengo ingresos. 

—¿Cómo es la relación entre tus padres?

—Normal. –Se encoge de hombros y yo frunzo el ceño. 

—¿Normal?

—Sí. –Suspira—. ¿Por qué?

—Normalmente la gente que se sienta ahí, nunca dice “normal”. 

—Pero es la verdad. Mi padre trabaja en un banco y mi madre en una librería. Los veo poco pero están para la hora de comer y de cenar. Mi madre me regala libros…

—Bien bien… —Miro de nuevo su rostro en la ficha sobre mis piernas. Tengo la extraña sensación de que no son la misma persona y sin embargo no puedo evitar que el chico delante de mí sea la versión realista de una idea descabellada—. ¿Cómo es tu relación con tus compañeros de clase?

—No hablo mucho con ellos, la verdad. Pero nos llevamos bien en clase. Son amables, y en clase nos hacemos compañía, aunque no los veo fuera de ella. 

—¿Y con tus profesores?

—Con algunos muy bien, me lo paso muy bien en sus clases y aprendo un montón, pero con otros no tan bien. Como tú has dicho, hay mucho incompetente con un título de profesor bajo el brazo. –Yo sonrío y él sonríe conmigo—. ¿Puedo hacerte yo ahora una pregunta? –Me dice y yo asiento—. ¿Cuál se supone que va a ser la finalidad de que venga aquí? Mi madre me ha dicho que entre ella y él orientador han parlamentado que venir durante cuatro semanas, con tres visitas semanales me hará “recapacitar”. Pero, ¿Cuál es la finalidad?

—No es exactamente eso. –Suspiro—. Es simplemente que descubramos si hay algo que te está perturbando en tu ambiente de universidad, o si tienes estrés acumulado, o si tienes alguna relación tóxica con alguno de tus profesores o alumnos y podamos solucionarlo de la mejor manera…

—Piensas que fui yo… —Suspira negando con el rostro. 

—No creo que te hayan mandado aquí solo por eso. Aun no me he leído tu informe pero a lo mejor han visto cosas en tu carácter o… —Suspiro—. No lo sé. Vamos a intentar hacerlo lo mejor posible, ¿vale? Puedes contar conmigo para lo que sea, si necesitas desahogarte sobre algo que te haya ocurrido, o hay alguien que te esté molestando en la universidad…

—Creo que esa clase de problemas sé solucionarlos por mi mismo en el caso de tenerlos. No tengo quince años. –Suspira y yo chasqueo la lengua mientras me enfrento a su cerrazón para sentirse cómodo y desvío el tema mientras miro a mi espalda y encuentro la bolsa con el libro que he comprado en ella. 

—Me has dicho que tu madre trabaja en una librería, ¿no? Y quién te regala libros… ¿Te gusta leer?

—Sí. –Sonríe, más cómodo—. Me encanta. 

—Hoy me he comprado este libro. –Digo levantándome de mi asiento y dirigiéndome a coger el libro en mis manos y se lo extiendo a Jeon que se queda mirando la portada, lee el título y después me lo devuelve, asintiendo—. Sanshiro. De Natsume Soseki*. –Le digo y él vuelve a asentir, sonriendo.

—¿Te gusta ese autor? –Me pregunta y yo me encojo de hombros. 

—Nunca he leído nada sobre él, y la verdad es que no tenía intención. Pero mis padres se han mudado a Japón hace un año y están todo el día dándome referencias de comida o lectura nipona para que las disfrute. No sé si es en reflejo de que quieren que esté allí con ellos o es que se aburren demasiado. –Le digo sonriendo y Jeon se encoge de hombros, señalando el libro. 

—La verdad es que este es un escritor muy importante de la cultura nipona. Es de obligado estudio en las escuelas japonesas y es, aunque a mí no me guste demasiado, un clásico. 

—¿Lo has leído?

—Sí. Hace dos años. –Dice señalando de nuevo el libro con la mirada—. Pero personalmente prefiero la literatura occidental. 

—Yo también. –Digo ilusionado mientras él sonríe con mi respuesta—. Pero ahora mis padres han sido absorbidos por el monte Fuji* y no paran de hacerme spam de estas cosas. Incluso el otro día me mandaron un libro por correo de Banana Yoshimoto* con un billete en el interior de un Yen en donde aparece la cara de Natsume Soseki. –Digo y ambos dos sonreímos. 

—Murió de una úlcera. –Dice de repente y yo me sobresalto, cortando la risa.

—¿Quién?

—Natsume soseki. –Dice, como si fuese obvio—. Recuerdo estudiarlo hace tiempo en la escuela y de toda la bibliografía solo recuerdo ese detalle. Una úlcera de estómago. –Sentencia. 

—Ah. –Digo sorprendido mientras miro el libro en mis manos y lo devuelvo al interior de la bolsa mientras él no me quita la mirada de encima—. ¿Qué libro me recomendarías si pudieses? –Ante mi pregunta se queda un rato en silencio y acaba encogiéndose de hombros. 

—Eso depende de lo que a ti te guste. ¿Romanticismo? ¿Guerra? ¿Prefieres la poesía o la literatura?

—Recomiéndame lo que a tu gusto sea lo mejor. –Aclaro pero él niega con el rostro. 

—Mi gusto nunca ha sido un modelo de conducta. –Dice mientras yo frunzo el ceño. 

—¿Qué quieres decir con eso?

—Que desde que tengo memoria jamás he tenido el mismo gusto que nadie a mi alrededor, y recomendarte algo que a mí me guste sería una pérdida de tiempo. Cuando me preguntan algo me baso en las características del sujeto y de lo socialmente aceptable. –Yo alzo la mirada para encontrarme unos ojos oscuros que me miran con dolor. Un dolor que ni él mismo percibe—. Por ejemplo, si me dices que te gusta el romance clásico te diría que leyeses a Stendhal*, pero si te gusta algo más ágil actual, pues Stephen King*. ¿Prefieres el terror? Allan Poe* o Mary Shelley*. ¿Política? Maquiavelo*…

—¿Qué es lo que tú me recomendarías? –Le pregunto esperando que me dé una respuesta sincera, y la respuesta me sorprende. 

El retrato de Dorian Gray. –Dice mientras yo doy un respingo. 

—Ese es mi libro favorito desde siempre. –Él asiente—. ¿El tuyo también?

—No. –Niega—. Pero suponía que el tuyo lo sería. Es el mejor reflejo del psicoanálisis de un joven desquiciado, narcisista, ególatra y autoritario. ¿Tú no te dedicas a eso?

Yo me le quedo mirando con una mueca de confusión mientras intento por todos los medios hacerme con el control de la situación, pero hace tiempo que he perdido los mandos de la conversación y cuando estoy a punto de levantarme para dar por finalizada la hora de consulta, él vuelve a hablar. 

—Lo siento. Estoy siendo muy maleducado. Tú solo intentas ayudarme, es tu trabajo, y yo estoy siendo un poco frío. Perdona. –Dice y yo asiento—. He tenido un día duro en clase, y apenas acabamos de empezar el curso. Ya tengo dos exámenes a la vista y este año las asignaturas son muy fuertes. –Se pasa las manos por la cabeza—. Además, es viernes, por la tarde, y tras toda una semana de clase me siento agotado. 

—Estás en el tercer año, ¿verdad? ¿Qué asignaturas son las que más difíciles ves?

—Farmacología general y microbiología clínica. –Resopla y cuando me devuelve la mirada le encuentro dulcemente apenado. 

—No tienes de qué preocuparte. Creo que eres un chico muy inteligente y puedes con esto de sobra. ¿Cuál ha sido tu media el año pasado?

—Un ocho con siete. –Yo le miro sorprendido y él alza una ceja, curioso de mi reacción. 

—Lo siento… es que la gente que suele venir a verme no suele tener esa… nota…

—Ya te he dicho que yo no tengo ningún problema. –Sentencia y ahora sí doy por finalizada la conversación y me pongo en pie mientras él imita mi gesto y se pone en pie conmigo mientras se inclina, recoge su mochila y se la cuelga sobre uno de los hombros. Antes de que se marche yo le sujeto por el brazo y él da un respingo. 

—Tu madre y el orientador han pactado tres horas semanales. Una el lunes, otra el miércoles y otra el viernes. De seis a siete. Lo han hecho para que no interfieran con tus estudios. 

—Sí, lo sé. 

—No soy tu enemigo. –Le recuerdo pero él se sorprende y niego con el rostro. 

—No, lo sé. No tiene que decírmelo. Además, usted me ha caído muy bien. Desde que le he visto en el bus, me ha caído bien. –Dice y me sonríe mientras yo le aparto la mirada, riendo. 

—Te acompaño fuera, ya me voy a casa también. –Le digo señalándole la puerta mientras yo recojo todo y apago las luces. 

 

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Natsume Sōseki (9 de febrero de 1867–9 de diciembre de 1916) es el seudónimo literario de Natsume Kinnosuke (en japonés, Natsume Kin'nosuke 夏目 金之助), fue un novelista japonés, profesor de literatura inglesa, escritor de haikus y de poesía china. Sus obras más conocidas son Kokoro (corazón), Soy un gato, Botchan, El caminante, Las hierbas del camino y Sanshiro.


El monte Fuji (富士山 Fuji—san), con 3776 metros de altitud, es el pico más alto de la isla de Honshu y de todo Japón. Se encuentra entre las prefecturas de Shizuoka y Yamanashi en el Japón central y justo al oeste de Tokio, desde donde se puede observar en un día despejado. El Fuji es un volcán compuesto y es el símbolo de Japón.


Banana Yoshimoto (よしもと ばなな Yoshimoto Banana, 24 de julio de 1964, Tokio) es el pseudónimo de Mahoko Yoshimoto(吉本 真秀子 Yoshimoto Mahoko?), una novelista japonesa contemporánea. 


Henri Beyle (Grenoble, 23 de enero de 1783—París, 23 de marzo de 1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, fue un escritor francés.


Stephen Edwin King (Portland, Maine, 21 de septiembre de 1947) es un escritor estadounidense de novelas de terror, ficción sobrenatural, misterio, ciencia ficción y fantasía. Sus libros han vendido más de 350 millones de copias,1​muchos de los cuales han sido adaptados al cine y la televisión. Publicó 61 novelas, siete de ellas bajo el seudónimo Richard Bachman, y siete libros de no—ficción. Ha escrito dos centenares de relatos, la mayoría recogidos en colecciones.


Edgar Allan Poe (Boston, Estados Unidos, 19 de enero de 1809—Baltimore, Estados Unidos, 7 de octubre de 1849) fue un escritor, poeta, crítico y periodista romántico estadounidense, generalmente reconocido como uno de los maestros universales del relato corto, del cual fue uno de los primeros practicantes en su país. Fue renovador de la novela gótica, recordado especialmente por sus cuentos de terror. Considerado el inventor del relato detectivesco, contribuyó asimismo con varias obras al género emergente de la ciencia ficción. Por otra parte, fue el primer escritor estadounidense de renombre que intentó hacer de la escritura su modus vivendi, lo que tuvo para él lamentables consecuencias.


Mary Wollstonecraft Shelley (de soltera Godwin; Londres, 30 de agosto de 1797—ibíd, 1 de febrero de 1851) fue una narradora,​ dramaturga, ensayista, filósofa y biógrafa británica, reconocida sobre todo por ser la autora de la novela gótica Frankenstein o el moderno Prometeo (1818).​También editó y promocionó las obras de su esposo, el poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley.​ Su padre fue el filósofo político William Godwin y su madre la filósofa feminista Mary Wollstonecraft.


Nicolás Maquiavelo (en italiano Niccolò di Bernardo dei Machiavelli Florencia, 3 de mayo de 1469—21 de junio de 1527) fue un diplomático, funcionario, filósofo político y escritor italiano, considerado padre de la Ciencia Políticamoderna.​Fue así mismo una figura relevante del Renacimiento italiano. En 1513 escribió su tratado de doctrina política titulado El príncipe, póstumamente publicado en Roma en 1531.


 



 

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