AMOR ARTIFICIAL [Parte I] (YoonKook) - Capítulo 18

 CAPÍTULO 18


Yoongi POV:

 

La calle no está muy abarrotada, son las siete de la tarde y aun el sol está alumbrando las aceras. Ya tiene una clara intención descendiente y la luz es anaranjada. No tiene una luz tan intensa como cuando hemos llegado a la consulta. Apenas quedan un par de horas de luz y mientras esta sigue alumbrándonos nosotros caminamos a lo largo de la calle en un extraño silencio incómodo. De vez en cuando él suelta una risa entusiasmada mientras sujeta con ambas dos manos la chaqueta sobre su cintura. Me mira de reojo, tal vez para asegurarse de que sigo a su lado y luego vuelve a mirar al frente con una sonrisa bobalicona. Hace tiempo que no veo sus ojos, escondidos entre sus paspados sonrientes. Tan solo avisto el brillo de ellos como un dulce destello de vida detrás de esa expresión risueña. De vez en cuando, esta dulce expresión me hace sonreír a mí también e intento debatirme por no romper a carcajadas nerviosas o darme media vuelta y largarme por donde he regresado solo por el resentimiento de que este acto es del todo inmoral y cuestionable. 

—Sobra decir que me hace muy feliz que hayas aceptado tomar algo conmigo… —Dice tranquilo mientras camina a mi lado moviendo los brazos. 

—Ya lo veo. Creo que nunca te había visto así. –Digo pensativo y él aumenta el esplendor de su sonrisa mientras evita mirarme, levemente avergonzado—. ¿Y a dónde nos estamos dirigiendo? –Le pregunto mientras él mira hacia adelante y señala algo que no alcanzo a ver.

—Allí, a la derecha, en esa calle que sube hacia arriba, hay un pequeño bar. –Dice tranquilo—. Ahí estoy a veces con algunos amigos o a veces incluso solo. –Dice pensativo—. Es tranquilo y muy agradable para hablar. 

—Bien. –Le digo un tanto intimidado por él, por sus palabras y por sus gestos, pero ante todo intento mantener la calma y que no note que realmente me pone nervioso su mera presencia. Y aún más, en un ambiente discernido. 

—¿Te sientes incómodo? –Me pregunta y yo estoy a punto de negar pero suspiro sonriendo—. Yo también un poco. Pero seguro que es una sensación que se disipará cuando nos sentemos y hablemos. 

—¿Crees? –Le pregunto curioso y él asiente, muy seguro de ello. 

—Nuestra zona de confort es tu consulta, pero si hablamos tal como lo hacemos ahí tal vez el espacio físico no importe… —Se encoge de hombros y su seguridad me hace sentir bien a mí, por lo que sigo caminando a su lado mientras comenzamos a acercarnos al bar que él nos ha indicado. 

El camino es tranquilo, silencioso. Cuando nos paramos delante de la puerta del bar puedo ver el nombre de “Pub Dämon”. Él se queda mirando el cartel igual que yo he hecho y mientras yo frunzo el ceño curioso observo el decorado exterior. Madera de color claro alrededor de la puerta con una pequeña entrada y una puerta con una cristalera con un dibujo lacado de una cabra con una cerveza de la mano. Hilarante pero curioso y llamativo. Muy original. 

—Es alemán. –Dice, observando mi expresión curiosa. 

—¿Hum?

—El nombre. Dämon es Demonio en alemán. El chico que lleva este local es alemán, lo conozco. –Dice mientras sonríe y abre la puerta dejándome pasar a mí primero. Me hace un educado gesto con la mano y asiento mientras entro primero. Al contrario de lo que me esperaba a pesar de las expectativas, el interior del local es tremendamente agradable y hogareño. Tiene ese color de madera que lo hace un verdadero pub británico pero al mismo tiempo tiene el diseño de las estructuras modernas. Líneas rectas, espacios bien distribuidos. Es sin duda un lugar genial para pasar el rato. De fondo se oye música. No consigo distinguir cual es, pero crea un ambiente discernido que me hace sentir súbitamente transportado a una ilusión familiar—. ¿Te gusta este sitio? –Me pregunta Jeon cuando entra detrás de mí y se pone a mi lado mientras entramos al interior. 

—Es genial…

—¿Seguro que te gusta? Podemos ir a otro lado si quieres…

—¡No! –Digo, entusiasmado con el lugar—. Es genial, te lo prometo. –Le digo y mis palabras alegres le hacen sentir dichoso y continua andando a mi lado mientras nos acercamos a la barra. Tiene, en la parte baja, dado que está distribuida en dos pisos, una barra con unas cuantas mesas dispuestas para varios comensales. En esta aparte también están los servicios, por lo que entiendo que son ellos por las señalizaciones de la puerta, y otra segunda puerta cerrada al lado de la barra, lo que parece ser un almacén. En la parte de arriba, que comunica por unas escaleras, hay otras mesas, algo más pequeñas, con sillas vacías. En todo el local solo hay cuatro personas, sin contar con nosotros. Dos camareros y una pareja en una de las mesas de la parte inferior.

Hallo! Guten Abend. –Dice Jeon a mi lado sobresaltándome mientras se dirige a uno de los dos camareros en la barra. Uno de ellos tiene facciones asiáticas, y le oigo hablar en coreano con la pareja sentada en una de las mesas al lado de la barra. Al parecer, tomándoles el pedido. El otro tiene evidentes facciones europeas, por no arriesgarme a decir que es el propio dueño del bar. Alemán. Cabello corto pelirrojo, anaranjado incluso. Es levemente rizado. En su frente se ondulan los mechones que caen por ella. En su rostro, una divertida barba pelirroja perfectamente recortada. Ojos azules, mejillas sonrosadas. 

Guten Abend, Kook! –Conetsa el camarero en dirección a Jeon a mi lado. Ambos se saluda estrechándose las manos a través de la barra y el camarero, y entiendo que dueño del bar, comienza a limpiar con una bayeta la superficie de la barra en donde estamos de frente, tal vez pensado que vamos a sentarnos ahí pero Jeon sigue hablando con él en almena, lo que me desconcierta. 

Wie geht es Dir? –Le pregunta sonriendo y el camarero señala con la mirada alrededor, encogiéndose de hombros. 

—Gut. Ich arbeite gerade.

 Ich kann es sehen.–Jeon me mira a mí con una expresión divertida y me pregunta—: ¿Qué quieres tomar?

—Un café. –Le digo algo aturdido mientras me siento como un niño llevado a una tienda con su madre. Me siento intimidado por el lugar y rápido pierdo la sensación hogareña para ver este lugar como una magnífica representación de un mundo que no conocía. Jeon me sorprende a cada día y eso me aterra. 

—Zwei Kaffee, bitte. –Le dice Jeon mientras el camarero ya coge dos pequeñas tazas y se dirige a la máquina de café detrás de él. Jungkook se gira a mí con las mejillas levemente coloreadas por la situación y posa una mano sobre mi brazo mientras me hace alejarme con él de la barra y camina conmigo hasta acercarnos a las escaleras, por lo que entiendo que vamos a sentarnos en una de las mesas de la parte superior del local. Aun no salgo de mi asombro incluso cuando nos sentamos en la mesa y él deja su chaqueta en la silla de al lado y yo mi bandolera. Él posa las manos sobre la mesa entrelazando sus dedos y yo me quedo con las mías sobre mis piernas, aun un tanto aturdido. Cuando le miro él me devuelve una mirada sonriente. 

—¿Es necesario saber alemán para entrar aquí? –Le pregunto y él ríe con mis palabras. 

—Claro que no. –Dice aún riendo—. Él sabe coreano, casi tan bien como nosotros. Pero es agradable que de vez en cuando alguien te hable en tu propio idioma, ¿no? –Pregunta y yo me quedo levemente abstraído, pensativo, imaginándome en la situación, pero él me saca de mis cavilaciones con sus palabras—. Se llama Adam. –Dice señalando por las escaleras, entiendo que habla del camarero—. Lleva aquí muchos años y yo llevo viniendo a este sitio desde que tengo dieciocho años. Es un buen sitio, ¿verdad?

—Sí… —Digo, pensativo—. No me dijiste que sabes alemán…

—No sé alemán. –Dice, divertido—. Solo lo básico. Y además, todo lo que sé me lo ha enseñado él. –Vuelve a señalar en dirección a las escaleras, justo cuando Adam sube estas con una bandeja con dos cafés en ella. Los dos humeando y oscuros. Yo me mantengo en silencio por la vergüenza de la situación y Adam pone ambos cafés, uno a cada lado de la mesa, para cada respectivo cliente. Cuando termina Jeon le da las gracias en nuestro idioma y el dueño le contesta igual. Su acento no es perfecto, pero es muy bueno. Cuando desciende por las escaleras me quedo mirando alrededor y Jeon comienza a mover su café con una cuchara. 

—¿Por qué el nombre de este pub? No tiene temática gótica ni nada así. –Mirando detenidamente un servilletero a mi lado me doy cuenta de que tiene el mismo logotipo que el de la puerta. Seguro que lo encuentro en más lugares, pero eso no hace que entienda la simbología. 

—Es más por las bebidas y los combinados que tiene. Aunque el bar no tenga esa temática, los fines de semana prepara combinados con nombres así, extraños. Mi favorito es Lucifer, que es vodka rojo con zumo de arándanos, y Brujas, que tiene absenta y gaseosa. –Dice, con una sonrisa y se relame los labios mientras yo sonrío a sus palabras. También tiene juegos de chupitos por ejemplo si pides un Gorgonas son tres chupitos de licor de manzana, una Medusa es un chupito de absenta con una gominola de serpiente en el interior, un Cíclope, un chupito de whiskey con una gominola de un ojo. Esos son los que más tétricos parecen. –Dice, sonriendo—. Uno de mis favoritos es el Fénix. Es un chupito flameado. –Termina y yo asiento mientras que cojo la cuchara que está al lado del café y remuevo este pensativo—. Pero claro, esto es un pub. También tiene todo tipo de cervezas…

—Claro. –Digo, sonriendo y él sonríe conmigo—. Mira que conozco esta zona, pero nunca había recaído en este pub, y menos había entrado siquiera. 

—A veces es lo que ocurre. Hay algo que está ahí desde siempre pero como jamás ha llamado la atención pasa completamente desapercibido. 

—Pero la función de un pub es promocionarse…

—Este pub no lo necesita. Tiene una clientela fija y fiel. El ambiente es siempre muy agradable y jamás hay peleas. Aquí vienen los mismos clientes de siempre, se conocen entre ellos, hay buen rollo…

—¿Es una especie de club o secta? –Pregunto divertido y él ríe, negando con el rostro. 

—Claro que no. Aquí puede entrar cualquiera, de verdad. No es un club ni nada parecido, a lo que me refiero es a que el humano es un animal de costumbres y una vez te haces a un sitio y su ambiente, no quieres ir a otro lado. Es más, yo vine gracias a una recomendación de un amigo y desde el primer día me han tratado como si estuviese en mi casa. ¡Qué digo! Mejor que si estuviese en mi casa. El dueño, como has visto es muy simpático. Tiene treinta y cinco años. –Dice, pensativo—. Tiene la carrera de historiador y a los veintisiete se metió en hostelería y comenzó a hacer preparados y mezclas… acabó comprando un local aquí y bueno, hasta ahora. Otro de los camareros, un chico de Incheon, es cocinero y a veces viene aquí a preparar montaditos y cosas de esas. Son muy amables, siempre puedes venir solo y sentarte en la barra a hablar con ellos. Te cuentan cualquier cosa…

—¿Sueles venir solo?

—Más que acompañado, sí. –Dice asintiendo. 

—¿Cuándo?

—Los fines de semana, mayoritariamente. En vez de quedar con amigos, si no me apetece, o si ellos no pueden, me vengo aquí, me tomo un par de copas y me voy a casa. Es así de simple. No sé qué aversión le tiene la gente a las personas que beben en soledad, como si la compañía hiciese que el alcohol supiese mejor o que degradase su efecto… —Dice pensativo y yo me encojo de hombros. 

—Tus padres no lo saben, ¿verdad?

—¿El qué? –Pregunta y frunce el ceño. 

—Que vienes aquí, a beber. 

—No saben nada de mí. —Suspira—. Tú mismo pudiste comprobarlo. Salgo por la puerta diciendo, “en un par de horas vuelvo” y ya está. Tengo veintidós años. Mi madre no me huele el aliento cuando regreso ni me hace un test anti droga. Como comprenderás, tampoco me dejaría interrogar de esa manera. Jamás he cometido una tontería por beber demasiado y jamás me ha sentado mal el alcohol… no conduzco, mi casa no queda muy lejos de aquí, así que tampoco hay problema. Y si yo me siento mal, pido un taxi. Incluso alcoholizado, soy responsable… 

—Me alegra saber eso. –Digo asintiendo mientras él se encoje de hombros y yo cojo mi taza de café y soplo sobre su superficie. 

—¿Sabes porque cuando tenemos un líquido caliente siempre nos dicen eso de “Remuévelo con la cuchara”? –Me pregunta cuando estoy a punto de beber pero niego con el rostro esperando una explicación—. Creemos que lo que hacemos es remover para que se enfríe, pero en realidad lo que pretendemos es que, el metal al ser un buen absorbente de la temperatura, al pasar el calor del café en este caso, a la cuchara, y levantar esta, el calor sale desde el café a la cuchara y desde esta hacia fuera. Usamos la cuchara como conductor del calor para sacarlo fuera del líquido. –Sentencia y yo frunzo el ceño mientras le miro y rápido bebo el café cavilando sus palabras. El café es exquisito y doy otro trago mientras paladeo el sabor una vez lo he dejado de nuevo sobre el pequeño plato. 

—Eres muy inteligente. –Le digo mientras él sonríe, modesto—. ¿Sabes cuánto pagaría para pasar unos minutos dentro de esa cabeza tuya? –Le pregunto y el se sobresalta curioso y se inclina sobre la mesa en mi dirección. 

—¿Cuánto? 

—Era una frase hecha. –Me excuso divertido pero él parece decepcionado. 

—¿Cuánto? –Me vuelve a repetir—. ¿Cuánto pagarías por estar un minuto dentro de mi cabeza?

—No lo sé… —Le digo pensativo. 

—Te arriesgarías a estar frente a cosas maravillosas, pero también, ante cosas terribles…

—¿Qué cosas terribles?

—No sé. –Se hace el duro mientras rueda los ojos—. Cosas… 

—¿1.ooo wons? –Pregunto y él se sobresalta, con una mueca ofendía. 

—¿Tan poco? –Pregunta y sonrío mientras pienso una oferta mejor.

—¿Diez dólares?

—Y una mierda. Mis conocimientos valen más que eso. 

—No estoy pagando por tener tus conocimientos. –Digo—. Sino por presenciarlos. Todos. –Él se encoge de hombros—. ¿Cuánto te parece adecuado?

—Mucho más que un millón de dólares. –Dice y yo ruedo los ojos. 

—No tengo un millón de dólares. –Suspiro, desanimado.

—¿Seguro? –Pregunta, pensativo—. Acepto trueques que valgan el precio que te he propuesto. –Me dice pícaro y yo le aparto la mirada, pensativo. 

—No tengo tantas pertenencias como para ajustar un millón de dólares. 

—Las pertenencias materiales son tan banales y aburridas… 

—¿Y qué quieres?

—Antes de pedirte nada a cambio tengo que comprobar que sobrevivirías a estar dentro de mi mente. –Dice, pensativo—. Y aún no estás preparado, así que me temo que aún no hay trato posible. Ni yo puedo permitirme correr el riesgo de perderte ni tú puedes arriesgarte a perderte ahí dentro…

—Dame un pequeño adelanto. –Le pido con un puchero—. ¿Cuántos idiomas sabes?

—Coreano, inglés… —Piensa—. Y japonés…

—¿Solo? –Me sorprendo—. Acabo de verte hablar alemán ahí, hace un momento. 

—Ya te he dicho que eso no es suficiente. ¿Qué entiendes por saber hablar un idioma?

—Poder mantener una conversación. –Digo, encogiéndome de hombros. Él cambia el registro de sus palabras. 

—Puedo chapurrear el alemán, un poco de italiano, un poco de chino mandarín, algo de español, y algunas palabras sueltas del ruso. –Dice pensativo. 

—¿Palabras sueltas?

—Palabrotas, generalmente. –Dice divertido y yo sonrío, sospechando esa respuesta. 

—¿Por qué sabes esas cosas? Estás estudiando medicina. ¿Qué tiene que ver?

—Ese es el problema de la sociedad de hoy en día. –Se queja ofendido—. Queremos personitas que sepan sobre una cosa, y muchas personas que sepan tan solo de su especialidad. Si eres pintor solo puedes saber sobre pintura, si eres matemático, solo puedes saber de números, si eres biólogo, solo sobre biología. Si eres médico no puedes leer a Walter Scott*, ni apreciar la calidad de la música de Beethoven*, ni siquiera puedes saber idiomas más que el esencial que te ayude a sobrevivir en el país en que te encuentras y mucho menos cosas de historia y política. Tu única función en este mundo es saber cómo arreglar humanos que se han roto y punto. 

—Ahora entiendo cuando me dijiste que admirabas a da Vinci. ¿Quieres alcanzar a ser un polímata? 

—Sí. –Asiente, sonriendo de forma ilusionada, como si hubiera golpeado algo dentro de él que en su pulsión le hiciese sonreír como por un resorte—. Exacto. Son personas que no se conforman con despertar cada mañana, apañar sus obligaciones y alimentarse para sobrevivir. A mí me gusta exprimir la vida a cada segundo. –Suspira, sonriendo—. Está claro que si quiero ser médico tengo que esforzarme en ello, y hoy en día la medicina, por ejemplo, es más amplia y extensa que en el s. XV, pero aun así, invierto mi tiempo restante en seguir trabajando mi cerebro. No me gusta sentarme frente a la televisión y dejar la mente en blanco. Me parece una total pérdida de tiempo. Tampoco soy como esos genios que hay por ahí que con leerse una vez el temario ya pueden recitarlo de memoria. Por eso tengo que hacer trabajar a mi cerebro, tengo que sobre explotarlo para que rinda a su máximo potencial durante todo el día. Solo así se consigue el nivel que he alcanzado yo. –Cuando termina bebe un poco de café. 

—Es fascinante. –Digo inclinándome más en la mesa, apoyando mi barbilla en mi mano. Mirándole a él como si observase una obra de arte—. No solo tienes talento. También tienes disciplina y constancia. ¿Puedo confesarte algo?  A veces me das miedo. –Él me mira, sonriendo con orgullo—. Pero otras me pareces tan frágil…

—Yo no soy frágil. –Se ofende y se queda en silencio mirando el café delante de él. Cuando pasan al menos dos minutos cambia de tema—. ¿Sabes? No sé dónde oí una vez una anécdota de da Vinci. Me contaron que en un experimento inyectó veneno en la corteza de un árbol. Creo que era un melocotonero, no estoy muy seguro. Quería comprobar si, inyectando el veneno en el tronco, podría llegar a los frutos. Supongo que solo intentaba demostrar que dentro del árbol había conductos que llevaban alimento desde las raíces a los frutos…

—¿Y qué ocurrió?

—Que antes de poder demostrar el experimento, alguien cogió uno de los frutos, se lo comió, y murió… —Jeon se encoge de hombros y yo le miro frunciendo el ceño mientras él ríe, divertido—. Lo gracioso es que antes de leer aquello, yo de pequeño, había hecho algo parecido con una pequeña planta que tenía mi madre. No sé ni qué era. Era una planta con flores en una maceta. Vertí limpiacristales en la tierra junto con agua. Esperaba ver qué efecto producía en la planta, pero al despertar al día siguiente el efecto fue devastador. Las flores podridas y caídas y el árbol medio ennegrecido. Mi madre, en cuanto vio aquello, fue directa a buscarme y culparme de lo sucedido, no sin razón. 

—Eso es cruel. –Le digo sonriendo. 

—No más que lo que hizo da Vinci. –Dice, ofendido—. Lo de da Vinci fue cruel porque inyectó veneno directo en el tronco del árbol, yo solo vertí limpia cristales en la arena. 

—¿Qué diferencia hay? –Le pregunto. 

—El árbol de da Vinci estaba condenado, pero el mío eligió beber de la tierra el limpia cristales. Podría haberlo evitado. Así que es algo así como un suicido… —Dice, encogiéndose de hombros. 

—¡Serás cínico! –Le digo riendo y él ríe conmigo mientras bebe un poco de su café que ya está por la mitad. 

—Eso me dijo mi madre cuando le expliqué lo que había hecho. –Se encoje de nuevo de hombros—. Pero no es mi culpa, es mi curiosidad, que me enloquece…

—Ya lo sé. –Digo, sonriendo. 

—Por ejemplo, cuando estamos en clase, los primeros años trabajábamos con corazones de cerdo, miembros de animales, cosas así, para que nos fuésemos haciendo a la idea de que teníamos que trabajar algún día con humanos. De los… ochenta, creo, que éramos en clase, veinte saliendo a vomitar, treinta no se atrevieron a ponerse a ello y de los treinta restantes solo dos o tres diseccionábamos con ilusión y ganas. El resto ponía caras de asco y repulsión. En cierto modo lo entiendo, es una imagen que, socialmente, es algo repugnante, pero joder, si te metes a médico no es para limpiarle los mocos a un niño con catarro ni para darle pomada a una vieja con varices. Si quieres estudiar medicina, sabes a lo que te arriesgas…

—Entiendo. –Digo, impresionado—. ¿Te gusta diseccionar?

—Sí. Ese es el punto de mi curiosidad. Y no me da asco, es decir, tampoco lo hago con las manos al descubierto, pero no pongo caras de repulsión ni nada así…

—Entiendo. –Digo, pensativo—. ¿Ese es un motivo por el que no te llevas bien con tus compañeros? ¿No se toman en serio las clases?

—Es uno de los mayores motivos. –Suspira—. También está la evidente incapacidad para que sean médicos, su evidente falta de disciplina, su completa falta de conocimientos para ser simplemente llamados universitarios y su descarada conducta con los profesores, a parte de su falta de respeto hacia ellos. 

—Vaya. –Suspiro y él da un respingo delante de mí que me hace mirarle, emocionado. 

—¡Tengo buenas nuevas! –Dice, divertido—. He conseguido convencer a la mayoría de la clase para que firmemos todos un decreto en contra del conserje. –Dice entusiasmado y yo sonrío con ello. Lo hemos firmado esta misma mañana. 

—¿Cómo lo has conseguido? –Pregunto. 

—Ya te lo dije, convencí al veinticinco por ciento de la clase y solo fue cuestión de tiempo que esa sensación de odio e indignación se extendiese a través del resto de la clase como la peste. –Sonríe orgulloso.

—¿Y qué les dijiste a ese veinticinco por ciento?

—Algo así como: Os agradezco que estéis aquí, pero quienes deberían estar aquí son precisamente los que no quieren colaborar. Los profesores y directores de este centro. Ellos alardean de sus alumnos, se sienten orgullosos de nosotros y nos exponen ante el resto de personas, pero son ellos mismos los que pecan de vanidad al tratarnos de esta forma tan despectiva como nos llevan años tratando a los alumnos. Aquellos gracias a los cuales obtienen subvenciones, becas y prestigio entre la sociedad tanto nacional como internacional. Estaba en sus manos que nuestra estancia en la universidad fuese cómoda y enriquecedora, pero nos hemos descubierto siendo también los portadores de paciencia y transigencia ante sus imperdonables errores. Lo único que consiguen ignorándonos es evitar una lucha de la que ahora ellos son los protagonistas, y con nuestra conjunta colaboración también los perdedores. Nuestros movimientos han sido oprimidos por ellos demasiado tiempo. Es hora de decir basta, y que se nos garanticen los derechos fundamentales que nos merecemos por nuestra presencia, nuestro esfuerzo y nuestra reputación… —Deja las palabras en el aire—. Algo así. Puedes hacerte una idea…

—¡Vaya! –Sigo tremendamente sorprendido—. Eres un auténtico genio. –Le digo sonriendo y él sonríe de lado, algo avergonzado pero tremendamente orgulloso de mis palabras. 

—No es mío. –Dice—. Me inspiré en un discurso de Adolf Hitler. Obviamente lo extrapolé a nuestra situación y contexto, pero son expresiones suyas, no mías. –Yo me yergo en mi asiento, intimidado por sus palabras. 

—¿Enserio?

—Sí. –Asiente—. Más concretamente en el Discurso pronunciado el 23 de marzo de 1933 en un debate parlamentario como contestación al representante socialdemócrata y diputado Otto Wells. –Yo me quedo atónito, en silencio, mirándole con el ceño fruncido mientras él se encoge de hombros—. Pensé, si a él le funcionó, ¿por qué a mí no? –Se pregunta y vuelve a beber café hasta que se lo termina y yo vuelvo a inclinarme sobre la mesa, apoyando mi mano en mi barbilla. 

—Estás completamente loco. –Digo y ambos reímos a mis palabras. 



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*Sir Walter Scott, 1er Baronet FRSE (15 de agosto de 1771 — 21 de septiembre de 1832) fue un novelista histórico, poeta, dramaturgo e historiador escocés. Muchas de sus obras siguen siendo obras clásicas de la literatura en lengua inglesa y de la literatura escocesa . Los títulos famosos incluyen Ivanhoe , Rob Roy , Mortalidad antigua , La dama del lago , Waverley , El corazón de Midlothian y La novia de Lammermoor .

*Ludwig van Beethoven (Bonn, Alemania, 16 de diciembre de 1770​—Viena, 26 de marzo de 1827) fue un compositor, director de orquesta y pianista alemán. Su legado musical abarca, cronológicamente, desde el Clasicismo hasta los inicios del Romanticismo. Es considerado generalmente como uno de los compositores más preclaros e importantes de la historia de la música y su legado ha influido de forma decisiva en la evolución posterior de este arte.



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Comentarios

  1. La emoción que siento al leer no es normal, me encantan sus conversaciones 🤧💖

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