NO TAN ALTO ÍCARO ⇝ Capítulo 2 (Parte I)

Capítulo 2 – ¿Eres un bohemio o un alcohólico? Soy Allan Poe. 

 

Aquella noche estrellada, que ya había oscurecido Holanda en su mayor parte, los astros parecieron alinearse para que del nacimiento de mi primo, se crease la esencia que me traería a mí al universo. Es curioso si lo pienso así, pues si mi primo no hubiese nacido justo esa noche, mi padre no habría recibido la noticia y por tanto no se habría sentido tan turbado como para bajar al bar a esas horas de la noche y encontrar allí, sola y meditabunda, a quien próximamente sería mi madre. 

Mi padre siempre dice que en ese momento estaba sonando Nothing else matter de Metálica. Mi madre dice que ella no se acuerda, y yo que no le creo. Una muy buena canción en un momento muy preciso. No puede haber tanta casualidad. Pero en este mundo, cualquier cosa puede ser posible. Él se levantó de la mesa en la que estaba, con una decisión casi suicida, y se sentó justo enfrente de ella. Ella no pareció sorprendida, y al contrario de marcharse, se le quedo mirando como si observase un espécimen de animal extinto que intentaba buscar algo de contacto humano. Mi padre le dijo: 

–Esta noche acabo de hacerme tío. –Con un suspiro bebió whiskey–. Mi hermano acaba de ser padre. –Negó con el rostro, casi decepcionado–. Y tan solo tiene 22 años. 

–Esa es la peor frase para ligar que me han dicho. –Dijo ella en un perfecto y refinado inglés que a él le intimidó lo suficiente como para erguirse en el asiento. 

–Disculpa, es que me lo acaban de decir, y aun sigo algo aturdido. –Se disculpó mi padre mientras se replanteaba la idea de volver a su asiento, pero ella no parecía incómoda pero tampoco predispuesta a una conversación. Ciertamente miraba melancólicamente hacia la profundidad de la noche más allá de la ventana, pero su intromisión en su campo visual no la había hecho reaccionar y salir de ese estado meditabundo.

Mi padre se presentó con nombre completo, le dijo su procedencia francesa y su edad. A poco estuvo de leerle el curriculum y citarle versos de la Biblia o de Homero pero ella seguía ahí parada, sin decir una sola palabra de más. Miró el whiskey en la mano de mi padre, después le miró a él a los ojos y segundos después recitaría su famosa frase de la que nos reíamos en las sobremesas de las fiestas familiares.

–¿Eres un bohemio o un alcohólico? –Mi padre miró la copa del alcohol en su mano, después la miró a ella con la misma desgana que había hecho ella y con una sonrisa coqueta y voz muy suave, dijo: 

–Soy Allan Poe. 

Y por fin, le sacó una sonrisa a mi madre. La primera de muchas. 

Aquella noche charlaron hasta bien entradas las tres de la mañana. Se emborracharon a cerveza y whiskey. Ella le confesó que acababa de discutir con su ex pareja, y que a punto estuvo de golpearla y él le habló de su vida en el campo y de su hermano. Hablaron de sus trabajos. Mi padre le habló sobre las mejores secciones de la revista y ella sobre el puesto de activista que ocupaba en una organización feminista. También le hablaba de cursos que daba en colegios sobre educación sexual, ciudadanía y acoso escolar. Se había licenciado en medicina pero ella en realidad deseaba trabajar instruyendo a las personas para crear una sociedad mucho más igualitaria y sana. 

–Entonces… ¿Eres feminista?

–Sí. 

–¿Y comunista?

–Sí. 

–¿Y soltera?

–Sí. ¿Eso qué tiene que ver?

–Solo estoy encontrando puntos en común. 

–¿Eres feminista? –Preguntó ella. 

–Sí. 

–¿Y comunista?

–Sí. –Dijo él, con rotundidad. Esperó a que ella le preguntase por más, pero al no hacerlo, él se adelantó–. También estoy soltero. 

–Eso ya lo supuse. –Dijo ella a lo que él levantó una ceja y sonrió de lado. 

–¿Cómo?

–Es un 20 de diciembre. Las calles están heladas. Supongo que ya estás en vacaciones y es una noche ideal para pasarlo en pareja, acurrucado en la cama con el radiador al lado. Si estás comprometido y tu pareja no está aquí, ella no te merece… 

A veces he soñado con esa noche del 20 de diciembre de 1989. Debió ser la noche más hermosa que nadie haya podido imaginar nunca. Me imagino los puntiagudos e imponentes edificios del centro de Ámsterdam reflejados en los pequeños charcos de agua helada que cubren el suelo de adoquines grises. Me imagino la luna saliendo tímida a través de uno de los tejados negros de pizarra cubierto de nieve. La luna escogería un charco para reflejarse, los pases de las personas romperían en estallidos los pequeños lodazales de lluvia y algún coche lejano, un pequeño Volkswagen buscando aparcamiento mientras las luces de sus faros dan una tonalidad más cálida, tan solo por un pequeño lapso de tiempo, a las calles heladas de la ciudad. Algún transeúnte despistado colilla en mano vagabundeando por entre las estrechas y largas calles. Alguna joven pareja aligerando el paso para llegar pronto a casa. Mi padre y mi madre, de la mano, entre risas juveniles y pequeños coqueteos adolescentes. 

Quiero vivir en aquella noche. Quiero sentir ese frío invernal golpeándome las mejillas hasta agrietarlas para sentirme parte del clima, quiero oír a mi primo en su primer llanto, en su primera bocanada del mismo aire que respiramos. Quiero sentirlo en mis brazos igual que mi padre sintió a su hermano en su momento. Quiero acariciar su cabeza, suavemente, y sentir que ese pelo que toco nadie más puede tocarlo más que yo. Quiero que dependa de mí, quiero ser su primera mirada y su primer roce humano después de su primer aliento. Quiero caminar por esas calles empapadas y sentir que mis pies se congelan, quiero formar parte de ese adosado, de ese embarrado. Quiero oír las risas de mis padres, aquella noche. Quiero oír sus gemidos y saber que formo parte de ese momento. Tal vez no de ese preciso, pero de uno muy parecido, años después. 

Ese 20 de diciembre la vida cambió drásticamente para todos. Para mi primo, pues saboreaba por primera vez los primeros manjares de la vida. Para mi padre, pues gracias a mi madre consiguió encontrar un puesto de profesor de historia que compaginar con su colaboración en la reacción de la revista. Y mi madre encontró en mi padre una revista donde transmitir un mensaje liberal feminista del que ella formaba parte. Se ayudaron mutuamente y rápido tuvieron muchos intereses en común que les hicieron buscar una estabilidad tradicional que ambos ya necesitaban dada su edad. Se compraron un piso a medias en pleno Ámsterdam. Pequeño, cuco, en un bloque tranquilo y apacible en una ciudad maravillosa y trabajadora. 

Mi padre empezó a impartir la asignatura de religión, historia e historia del arte en una escuela pública de secundaria. Siempre que pudo me contaba anécdotas sobre alumnos que intentaban hacer trampas en los exámenes, líos amorosos entre alumnos, chismes y habladurías sobre otros profesores. Le hacía gracia pensar qué es lo que los alumnos dirían de él, pero le preocupaba pensar que es lo que los otros profesores decían de él. Cuando llegaba a casa animado y de buen humor podía ser por dos motivos. El primero, porque un alumno había conseguido entender algo a la primera y eso le había hechos sentir realizado como profesor, o porque en la cafetería del colegio habían puesto bocadillos de tortilla de patata. Cuando nos sentábamos a comer siempre me relataba algún verso del poeta que estuviesen estudiando por entonces en clase y hablaba sobre la iconografía de un ángel diferente cada día. Le encantaba la iconografía de los ángeles, y aunque él en su momento quiso llamarme Miguel, como el arcángel, mi madre decidió que mi nombre no tendría relación con la religión católica. Mi padre lo entendió, pero le pidió por favor a mi madre que al menos, mi nombre tuviese alas. 

Mi madre consiguió muchos fondos para su asociación gracias a la revista de mi padre y esta, en sí mejoró mucho con la presencia activista de mi madre. Ambos se nutrieron y consiguieron resultados que jamás habrían pensado. La revista de mi padre ya no se ceñía solo a sátira política y a chistes de humor verde que comenzaban a aburrir a la población joven, a quienes iban destinados los artículos. Mi madre consiguió teñir sus páginas de violeta y darle ese tinte reivindicativo que le faltaba desde un principio. Escribió artículos muy buenos, y con sus ideas y la lírica de mi padre, conformaban una perfecta pluma que removió mentes y almas en aquellos convulsos finales de los ochenta, principios de los noventa. 

Un maravilloso 20 de diciembre, cuatro años después de que mis padres se conociesen, debieron rememorar aquellas frías calles de antaño, debieron recordar aquel café caliente en las manos de mi madre y aquel whiskey cargado en las de mis padres. Hicieron el amor durante horas, mi madre pensando en la libertad que pueden llegar a contener unas pocas palabras, y mi padre en ángeles con hermosas alas. 

Nueves meses después nací yo, de nombre Ícaro, para gusto de ambos.

  


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