Mi pequeño diablo (JiKook) - Capítulo 1
CAPÍTULO 1
Jungkook
POV:
Mi boca comenzaba a estar reseca ya que tal vez llevase tres horas frente al ordenador sin ingerir ningún líquido. Lamí mis labios humedeciendo estos con mi saliva para aliviarme pero no solucioné nada, ya que mi cuerpo comenzaba a necesitar el agua. Me levanté de mi silla y salí de mi cuarto sintiendo por un momento que mis piernas ya tenían una utilidad más que para portar unas zapatillas.
Era sábado por la tarde—noche y estaba encerrado en mi casa navegando por internet sin un fin claro, simplemente por pasar el tiempo. Aunque lo normal en un chico de catorce años sería estar fuera de casa con sus amigos, bueno... la verdad es que yo no tengo amigos. Soy ese estereotipo de chico que nunca escogen para jugar al baloncesto, aquel que deambula somnoliento por los pasillos con la esperanza de que los cambios de clase transcurran de una manera más rápida. Ese al que las chicas no le hablan, ellas no se rebajan tanto, y yo no tengo le valor.
Estoy enamorado de una chica de mi clase. Paso las horas mirándola embobado pensando en futuros imposibles junto a ella ya que probablemente estoy enamorado de un ideal de ella misma. Ya que jamás he hablando con ella. Y sin embargo sé cosas con tan solo observarla. Siempre deja las verduras a un lado en la hora de la comida. Le gusta mucho el color verde porque sea cual sea el día, siempre porta algún complemento de ese color. Su pelo negro largo es tan hermoso... sus ojos grandes... todo aquello que me enloquece está en ella.
…
Llegué al refrigerador y alcancé la botella más cercana y bebí directamente. Mi madre me educó para que siempre cogiera un vaso y me sirviese allí el líquido. Pero ahora ella no estaba, y mi padre tampoco. Ambos estaban en una cena de trabajo ya que trabajaban en la misma empresa. Me advirtieron que llegaría a altas horas de la madrugada y que no les esperase despierto. Ya estaba acostumbrado a esa rutina desde los doce años. Siempre confiaron en mí de esta manera ya que obtuve una educación que yo considero estricta. Y me alegro.
Regresé a mi cuarto una vez estuve hidratado y según subía las escaleras no había ninguna luz que me guiase. Luz, supuestamente procedente de mi habitación, que juraría que había dejado encendida. Y cuando entré, efectivamente, estaba todo en tinieblas si no fuera por la pantalla del portátil abierta y dejando ver los contornos de mis muebles.
Una vez entré, cerré la puerta tras de mí y pulsé repetidas veces el interruptor esperando que en una de las cincuenta veces que golpeé aquel trozo de plástico la luz regresase pero eso no ocurrió. Suspiré pesadamente y me volví de nuevo a la puerta para ir a buscar una nueva bombilla y cambiar la de mi lámpara pero al girar el pomo de la puerta, este no cedió ante mí. Otras cincuenta veces repetí el acto desesperado de abrir mi puerta pero me fue imposible. Llegó tal punto que grité aferrándome a la madera y golpeándola pero como repito, mi escuálido cuerpo no intimidaba a nadie y menos a un objeto inanimado como aquel.
Mientras pensaba una manera de salir de allí eliminando la posibilidad de saltar por la ventana desde un tercer piso, apoye mi frente en la madera y suspiré exasperado. Pero me incorporé al instante al oír la silla de mi escritorio moverse tras de mí. Inconscientemente, mientras los escalofríos recorrían mi columna vertebral, me alejé a pasos de tortuga lo más que pude de la silla. Llegó un momento que choqué con la espalda en la pared y tan solo eso ya me puso los pelos de punta. La luz de la pantalla del ordenador me mostraba a medias todo el espacio delante de mí. Pero yo no veía más que la silla vacía.
Sudores fríos por todo mi cuerpo. Comencé a temer que se apoderaran de mí y me sugestionaran de tal manera que me hicieran ver o escuchar más de lo que realmente estaba sucediendo.
—¿Hay alguien ahí? —Pregunté como el niño pequeño pregunta a media noche al monstruo bajo su cama. Deseé que mi voz se perdiera en el cuarto y nadie lo escuchara. Pero al parecer, unos oídos captaron aquellas palabras y la fría voz que les correspondía habló para mí.
—Vaya pregunta... —tras una risa maníaca que congeló mi sangre continuó—, ¿Qué debería contestar?
—¡¿Quién eres?! ¿Cómo has entrado? ¿Qué ... —me cortó una vez que mis nervios tomaron el control de mi lengua.
—Tranquilo muchacho, —Yo aun no veía nada frente a mí, y mi cuerpo, estático, estaba aferrado a la pared tras de mí—, Déjame contestar por orden. Sí.
—Sí ¿Qué...?
—Sí, hay alguien aquí. —Segundos después caminó hacia mí una figura negra. El cuerpo de un hombre pasando delante de la luz y quedándose allí para que yo me deleitara en aquella aberración de la naturaleza. Ojos pequeños. Oscuros. Labios gruesos. Pelo negro, no, espera, rojo. Tal vez no lo recuerdo bien porque de su frente nacían dos cuernos rojos, flamantes, que ocupaban toda mi atención. Me sonreía, me estaba sonriendo. Me tapé la boca horrorizado. Los cuentos de mi mamá eran verdad. Tomaban forma delante de mí en aquel momento. Cada domingo que íbamos a la iglesia. Aquellos hombres que describía el cura con voz grave y directa. Demonios del Averno que nos conducen por el pecado. Tentación y codicia. Impurezas y lujuria.
Tras él, una juguetona cola roja bailaba una música sorda. La cola del puto diablo se burlaba delante de mi mostrándome, como un dócil perro, que estaba divirtiéndose con migo.
Mi mente bloqueada no podía hacer que mis labios formulasen más preguntas, ni gritos, ni súplicas. Yo estaba aterrado delante de esa cosa que me miraba. Me observaba sin ningún pudor y no quería ni imaginarme los muchos pecados que estaba pensando. Instintivamente llevé mis manos al pequeño crucifijo de plata que colgaba mi cuello y parafraseé algo que recordaba haber oído al cura durante años. Ni yo mismo sabía que significaban aquellas palabras pero no importaban, porque el hombre frente a mí apenas se inmutó, es más, comenzó a reír como aquel a quien le hacen cosquillas.
Antes de que pudiera verlo, lo tuve aferrándose a mi cuello y levantándome para tenerme a su altura ya que me sacaba un palmo. Sus dos manos agarrando tan fuertemente el cuello de la camisa de mi pijama que incluso temí que no me dejasen respirar.
—¿Qué crees que haces? —me preguntó con su repugnante aliento golpeando mi cara. Yo no quise escuchar y seguí con mis oraciones desesperadas. Algo que comenzó a enfurecerle y acercó su cola a mi cara, rozando así mis mejillas— Primero vamos a deshacernos de esto... —Dijo y su cola se enrolló con extrema rapidez en la cadena de plata y de un tirón seco la arrancó de mi cuello dejándome sin algo físico a los que aferrarme. Algo que simbolizase mi fe y mi salvación. Me hizo sentir indefenso. Y ante la soledad y el miedo, encontré el valor.
—¡Suéltame maldito! —grité intentando golpearle.
—Vaya palabras tan feas niño. ¿Sabes con quién hablas?
—Con un demonio. —Dije simplista dando esto por hecho.— Por favor, no te lleves mi alma. He sido buen cristiano y voy siempre a misa...
—Oh por dios. Maldita sea, cállate niño imbécil. ¿Qué te hace pensar que quiero tu alma?
—Pero eres un demonio... Los demonios siempre recolectáis almas para...
—Puñado de sartas de mentiras —Dijo contando mi argumento. Sus sucias palabras manchaban mis oídos—. Yo busco otra cosa.
Ahora su rostro oscuro fue sustituido por una sonrisa sádica. Cada vez estaba más cerca haciendo que su olor fuera más fuerte en mí.
—¿Qué quieres? —lloré como un niño pequeño.
—Yo cojo lo más preciado de los niños como tú. Les robo la inocencia y el pudor. ¿Quieres ver cómo?
—¿Entonces no vas a matarme?
—¿Por qué tienes que ser tan jodidamente irritante? ¿No puedes hacer simplemente como los demás niños? ¿Llorar y suplicar que me vaya? Me parece que me voy a divertir contigo torturándote. Tenemos toda la noche por delante si no me equivoco.
Yo ya tenía miedo de decir nada más por lo que me mantuve en silencio. Sin mirarle. Mirando a un punto fijo en la oscuridad debajo de mí.
—Niño, abre tu boca.
No obedecí pero no le importó, se lanzó a mis labios para lamerlos y morderos. Me revolví en su agarre hasta que perdió fuerza en sus brazos y no tuvo otro remedio que soltarme. Una vez sus labios ya se habían separado de mí, aun sentía su cálido aliento en ellos.
Agarró de nuevo mi cuello pero esta vez con tan solo una mano y para redirigirme a la cama y tirarme allí haciendo que mi cabeza golpease con el cabecero, algo que me desorientó por unos minutos. Los suficientes como para, una vez estuve lejos del mareo, encontrarlo encima de mí. Se estaba desnudando ágilmente saboreando el hecho de que yo lo miraba. Se deleitaba en el pequeño estriptis que me regalaba y el pudor de mente me obligó a retirar la mirada de su cuerpo musculado.
Una vez que él tan solo portaba unos calzoncillos negros, arrancó mi camisa de un golpe y una vez que la vergüenza se apoderaba de mí, me intenté zafar de él, pero sus manos esposaron mis muñecas y terminó su trabajo con mis pantalones y mi ropa interior ayudándose de su maldita cola de diablo. Áspera y dura. Me ponía los pelos de punta.
No paré de gritar que me soltara pero llegué incluso a pensar que era sordo porque no quería escucharme.
—Dios te castigará como te mereces maldito hijo de... —Golpeó mi mejilla antes de que aquellas palabras sucias terminasen de salir por mi boca. Mi rostro se giró en dirección en que me había golpeado.
—Me parece que mantendremos tu boquita callada. —y acto seguido, antes de que yo protestara, metió su lengua entre mis dientes invadiendo todo el espacio de mi cavidad bucal. Jamás había sentido una lengua dentro de mí de esta manera, pero aun así supe que era una sensación extraña.
Las lágrimas salieron de mis ojos por primera vez aquella noche. Su lengua me estaba ahogando. Y una vez que se separó de mí vi el motivo. Su lengua. Negra como el puñetero carbón, larga y la punta bifurcada como una maldita serpiente. Y como tal, la silbó delante de mí cara provocándome nauseas. Se rió de mí y más tarde recorrió mi cuerpo con ella, comenzando por el cuello.
Mientras yo sollozaba en silencio el rozaba su polla en mi cuerpo. Sus gemidos de fondo estaban envenenando mis oídos. Un gemido suyo me provocaba mil sensaciones. Creí ver allí la forma más humanamente carnal y débil de aquel ser. Necesitado de un cuerpo ajeno para provocarse placer. Su polla estaba sobre mi pierna haciendo fricción por lo que me encogí para no sentir aquello tan asqueroso en mi piel. Pero el buscó otras maneras de rozarse en mí. Cuando por fin comprendió que no estaba yo por la labor de ayudar, por fin se rindió agarrando mis cabellos nacientes en la nuca y me obligo a mirarle aunque fuera con lágrimas en los ojos.
—Chúpame un poco Kookie... —Por primera vez pronunció mi nombre.
No me estaba pidiendo nada. No me estaba preguntando si quería hacerlo o no, simplemente me arrodilló delante de él con las manos atadas por su cola y sujetándome de los cabellos introdujo su polla, que había sacado por encima de la línea de sus calzoncillos, en mi boca. Era la sensación más asquerosa que había sentido en la vida. Pero los gemidos que salían incontrolablemente de su garganta compensaban todo aquello. Su boca entreabierta suplicante. Sí, tuve que mirarle mientras su polla se deleitaba tocando mi garganta porque no pude evitarlo. Nos miramos. Sus pupilas negras que no dejaban espacio para el blanco en sus ojos estaban ebrias de placer.
Una vez que ambos sabíamos que vendría en cualquier momento, me sacó aquello de la boca y me puso a cuatro patas a espaldas de él. Volvió a aferrar su mano a mis cabellos y tiró de ellos hacia atrás para acercar mi oído a sus labios.
—Kookie... Como has sido bueno, haré que no te duela tanto como te mereces.
Y tras decir eso desapareció detrás de mí y antes de que pudiera girarme para mirar tras mi espalda sentí sus cálidas mejillas en mi culo mordiendo con sus dientes mi carne. Y en pocos segundos introdujo su lengua en mi entrada haciéndome gritar. No era el dolor. Era la sensación de tener aquella maldita lengua dentro de mí otra vez.
—Chupa esto también mi amor... —La punta de su cola apareció frente a mi boca obligándome a introducirla allí. Esta se movía dentro de mí, juguetona, haciéndome sentir loco. Una vez que estuvo mojada salió de allí sin avisar y se dirigió a mi entrada violándome brutalmente.
—¡¡¡AAAHHH!!! Duele, duele... —Él volvió a hacerse el sordo.
La cola se introducía dentro de mí hasta que llegó a un punto donde me hizo dejar de gritar. Me costó reconocer que realmente deseaba que tocase allí de nuevo. Aunque tampoco creo que hiciera falta porque él debió de darse cuenta que ese era un punto mágico volviendo a golpear ahí de nuevo. Los gritos se tornaron gemidos. Gemidos que intenté ocultar porque me avergonzaba de ellos.
Segundos después, su cola salió de allí acompañada por mi parte de una queja sorda y una risa bastante sonora de la suya. Su cola se enroscó en mi cuello tirando de él hacia atrás haciendo curvar mi espalda impidiéndome respirar como a mí me gustaría. Y en ese mismo instante sentí su glande tantear momentáneamente mi entrada y penetrando en ella de una vez.
El dolor estaba ahí de nuevo pero ahora intensificado ya que su polla era más gruesa.
—¡AH! AH, ah, ah... Para por favor. Duele mucho. —Dije gritando pero tan solo fueron gemidos de dolor porque mi garganta aprisionada no dejaba salir más.
Una vez que estuvo dentro de mí, comenzó con movimientos lentos que se tornaron frenéticos en cuestión de segundos. Nuestras voces se convirtieron en tan solo un sonido amortiguado por los golpes de su pelvis con mi cadera.
—Ah... Kookie... Delicioso. —Mientras dijo esto bajó su cabeza a mi espalda y rozó sus cuernos allí. Me arañó con estos mi pobre piel. Quemaba pero mi cuerpo estaba tan dolorido en tantos sitios diferentes que ya no importaba uno más.
—Ah... Ah... Hyung... —gemí una vez que volvió a tocar con su pene aquel punto tan dulce. Mis ojos empañados de lágrimas, mi mente, delirante.
Hacía que mi cuerpo se consumiera en espasmos. Y el suyo también provocando que su cola ejerciese menos fuerza sobre mi cuello, lo que aproveché para sacarle de mí y volví mi cuerpo en la cama para verle. Una vez que estuve bajo él, agarré su pene y lo introduje en mí nuevamente. Él cedió satisfecho, pero antes de comenzar con las estocadas, se detuvo.
—¿Se puede saber que haces? —Su voz irregular por la falta de aliento en un intento de asustarme tan solo consiguió confundirme.
—Así es mejor. —Dije simplista.
—Y... ¿Qué demonios me has llamado antes?
—Hyung.
—¿Hyung? ¿Por qué coño me llamas eso?
—Tú eres un hyung... ¿No?
—S... Sí pero... Tú no debes llamarme eso. ¿Qué confianzas son estas?
Fruncí el ceño y con él en mi entrada me moví haciéndole entrar y salir de nuevo. Llegó un momento en el que tan solo quería que esto terminara de una vez. Agarré mis manos a sus hombros ayudándome a mover mi cadera y con mis dedos hice un pequeño masaje que le dejó totalmente confundido, pero mi más inocente intención era distraerme.
—Estas siendo un maldito descarado. Pagaras un precio por hacer lo que te sale de los cojones. —Su voz no podía sonar más aterradora.
Y acto seguido mis ojos se abrieron inducidos por el dolor en mi entrada. Junto con su polla había metido el maldito rabo. No sé como narices lo hizo pero de un momento a otro tuve ambas cosas rompiéndome en dos. Mis gritos ya eran desesperados. Mis lágrimas resbalando por mi cara muriendo entre las sábanas.
Me abracé a su cuello y entrelacé mis piernas en su cintura.
—Te... llamé Hyung... ah... —Intenté decir entre gemidos—, porque no sé... nnhh... cómo te llamas.
—Jimin. —Dijo seco—, Park Jimin.
No pudo decir más porque su cuerpo se deshizo en escalofríos y espasmos involuntarios y poco después su líquido caliente comenzó a gotear por mi entrada. Dio un par de estocadas más y salió de mí tan rápido como había entrado.
Se dio a si mismo unos segundos para recuperar el aliento mientras yo cubría mi cuerpo magullado bajo la manta más cercana avergonzado. Pensé que me sonreiría de una manera sádica como antes de todo este lio. Pero no estaba sonriendo. No era feliz. Parecía que no le había gustado o al menos que no había sido lo que esperaba.
Nos miramos por un momento mientras ambos jadeábamos y frunció el ceño pensativo e instintivamente su mirada fue a la manta que cubría mis partes. Rápidamente la agarró y la zafó de mis manos dejando al descubierto mi pene erecto y dolorido. Me morí de vergüenza en un segundo porque debo estar completamente perturbado como para haberme excitado porque me estaban violando.
—Vete ya. Yo sé encargarme de esto.
Pero antes de que me dejara cubrirme de nuevo con la manta besó mi abdomen, e hizo un camino de besos hasta llegar a mi polla. Allí besó el glande y poco a poco la tragó sin pensarlo, sin mirarme. Tan solo haciéndolo de manera que llegase rápido y placentero.
—Ah, ah, ah... Jimin sigue. Por favor. Más, más. ¡JIMIN! ¡JIMIN! —Ya no pude controlar mis palabras y su nombre escapaba de mis labios sin poder evitarlo. Aferré mis manos a sus cuernos y pude dirigirle a un ritmo que me gustaba más. Sus astas estaban calientes en mis manos.
Sus brazos enrollados en mis muslos abriendo mis piernas como si no fuera a ceder a su sabrosa boca. Su extraña lengua enrollándose a lo largo de mi miembro me hacía delirar de una manera tan sobrenatural que me asustaba. Bendito demonio que me hizo caer en la maldita lujuria. Pecaminosos labios alrededor de mi polla. Solo de verle allí, absorbiendo mi miembro tan dulcemente se me hacía la boca agua.
Vine en su garganta y él lo tragó todo haciendo una mueca de disgusto. Acto seguido entrelacé mis dedos en los cabellos de su nuca y junté nuestros labios probando mi propio semen aun en ellos.
Tras aquello me tumbé en la cama e intenté regularizar mi respiración. Cerré mis ojos y pude sentirlo levantarse de la cama, y recoger su ropa que estaba por el suelo.
—Jimin... ¿Te ha... —alcé la vista para preguntarle algo que me moría de curiosidad por saber, pero cuando mis ojos se abrieron, no vieron más que oscuridad, una habitación vacía. Nada. Aquello a lo que se había dirigido mi pregunta, a una habitación vacía.—...gustado?
Aquella noche caí rendido al instante, mi cuerpo dolorido y mi mente manchada me obligaron a ello de la manera más cruel.
…
Al día siguiente me desperté con los golpes de mi madre en la puerta como cada domingo de madrugada. Abrí mis ojos pesadamente y me levanté de la cama obligando a mi cuerpo en contra de su voluntad. Salí de mi cuarto y entré en el baño que era solo para mí. Di la luz azul—blanquecina del espejo frente a mí y tuve que detenerme antes de hacer cualquier otra cosa. Ojos hinchados, moratones que ascendían desde la clavícula al cuello. Arañazos con sangre seca por toda mi espalda. Las huellas de sus dedos en mi cara, su aroma a putrefacción aun en mi piel. Lamí mis labios imaginándome su lengua allí en lugar de la mía. Saboreé mi propio gusto obligándome a recordar. Respiré profundo su sudor aun en mi epidermis.
Aquel, fue el último día que fui a la iglesia.
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