THE FLESH CURTAINS (Rick x Morty) [One Shot]

 THE FLESH CURTAINS


Morty Smith POV:

 

La música hace temblar el suelo que piso. Es una extraña sensación que me corroe por dentro y asciende, poco a poco desde mis pies hasta mi pecho. Es en mi torso donde noto que acelera los latidos de mi corazón sin poder remediarlo. Mi sangre hierve, como cada vez que este sentimiento se manifiesta en mis venas. La noche fuera me ha helado la piel, pero el repentino calor del interior de este local abarrotado de personas me hace entrar en temperatura y a medida que me voy haciendo paso entre las personas, el calor en mis mejillas va en aumento. El solo de batería se desata haciendo que se enfurezcan las personas con una irascibilidad provocada por la pasión que la música crea en ellas. Es una ira placentera, es algo así como la más dulce esencia de la estridente música sonando alrededor. Ni siquiera yo lo comprendo. Esas ansias de gritar, esas muecas de furia y dolor saliendo a través de las facciones de los rostros a ambos lados de mi cuerpo. La primera vez que vine aquí me pareció incluso desagradable. Me sentí rodeado de animales sedientos de sangre. Y sin embargo yo mismo he acabado acostumbrándome a ello, e incluso, a apreciarlo. A veces me veo sumergido tan profundo en mis pensamientos que ni siquiera me doy cuenta cuando me sorprendo gritando como el resto de personas, obnubilado, enamorado de esta dulce voz que comienzo a oír al fondo del escenario. Aún no alcanzo a ver nada que no sean cabezas moviéndose y las luces que despegan desde el escenario bañando la escena.

Como atraído por la luz, como necesitado del dulce agua pues estoy sediento de su imagen, comienzo a hacerme espacio entre las personas en torno al escenario. Cada paso que doy más cerca de él es una victoria y cada vez que su voz sobresale por entre la música es una gloriosa recompensa por el necesario esfuerzo de mi presencia aquí. Un par de pasos y comienzo a ver, destacando en el escenario, las alas del cantante moviéndose vigorosas, fuertes, nerviosas y excitadas con el sentimiento de la coordinación de su cuerpo con el de su voz y la música. Algunas plumas se desprenden de su perfecto plumaje beige y caen cerca del público. Ya he visto repetidas veces esa escena. Los fans, locos por la mínima interacción con sus adorados ídolos se acercan hasta los pies del escenario y cogen con sumo cuidado cada una de las plumas que el cantante ha desprendido. Parecerían enloquecidos, yo mismo los vería atontados y drogados si no fuese yo uno de los que se arrastraría a través del suelo por un poco de la atención del hombre al que vengo a ver.


Mientras me deshago de la presencia de personas delante de mí sigo avanzando. Algunos me dan codazos, no mal intencionados, y otros al verme acercarme simplemente se interponen en medio para no dejarme avasallar los primeros lugares frente al escenario dentro de este local. No es muy grande y apenas habrá doscientas personas alrededor, pero se siente una multitud muy tupida y la música lo hace todo mucho más reducido. Ojalá pudiera acercarme lo suficiente como para que él me reconociera, pero sé que él no puede, pues yo aun no existo y él no puede siquiera pensar en mi existencia. Las luces rojas sobre el escenario, esas luces que intentan imitar llamaradas y fogonazos de intenso fuego me ciegan momentáneamente y me dejan en la más absoluta soledad acompañado solamente por el sonido de su voz cantando. La he oído demasiadas veces, me digo, y me guío por ella hasta que consigo acercarme. La he escuchado antes, cantando de esta manera. No es la primera vez que me escapo de casa para venir aquí. A esta dimensión en donde él aún es joven y en donde yo nunca he existido. La idea de infinitas dimensiones me sugirió mis curiosidades y al toparme con este escenario caí en un abismo de autodestrucción del que creí que podría salir. Me equivoqué. Vengo aquí cada sábado que ellos vienen a tocar sus canciones. Vengo con la única intención de vanagloriarme en su presencia, en su porte, en su voz, en su aspecto tan rejuvenecido y en la idea de que este Rick jamás me ha conocido. Su voz se me hace muy dolorosa, me digo de nuevo, pero es un dolor que me resulta demasiado familiar. Oírle cantar no es nada comparado con oírle insultarme o eructar, pero aunque sean realidades muy distantes, encuentro dolorosas semejanzas, hirientes comparaciones entre ambas voces y me duele oírle, pero más me duele no venir aquí siempre que puedo. Me duele no verle, me duele no estar aquí y me duele la idea de ser descubierto por mi Rick.


Rick me habló una vez de que aunque en la mayoría de realidades el espacio—tiempo era siempre el mismo, es decir, que si yo viajaba a otra dimensión encontraría a un Morty de mi misma edad, había dimensiones en las que se había producido una ruptura del espacio tiempo y la realidad avanzaba con la misma velocidad pero retrasada unos años. Al principio no entendí nada de lo que me había dicho y él obvió mi expresión desorientada. Con el paso de los días comencé a plantearme la posibilidad de que hubiese una dimensión en la que él fuese más joven y la curiosidad pudo conmigo y con mi sentido del raciocinio. Robarle la pistola de portales una vez supuso un gran riesgo y peligro, pero hacerlo semanalmente, durante al menos una hora, supone ya algo de caza inminente, y si no es hoy, será la próxima semana en que cuando regresa a casa él me espere de brazos cruzados con preguntas que no podré responder, no porque no pueda, sino porque la vergüenza de mis sentimientos me mataría. Si no lo hace él.

Al fin llego a la primera fila del escenario, y ahí está. Ahí está él. Me lleva al menos un minuto entero asimilar todo lo que mis sentidos están registrando. El olor es el de cenizas quemadas, por los cutres efectos especiales y el sudor. Huele al sudor que emanan todas las personas a mí alrededor. El sonido de la música aquí en primera fila es mucho más avasallador que atrás y aunque desee taparme los oídos por el estridente sonido de las voces y los amplificadores, no puedo. Estoy hipnotizado por su imagen delante de mí. Subido en la tarima se muestra ante mí como un dios, eso es lo que es para mí, ahí subido o tirado en el suelo con vómito alrededor, es un dios y es la imagen de la perfección se muestre como se muestre ante mis ojos. Desearía que la imagen siempre fuese la que hoy me sorprende, pero no siempre puedo disfrutar de él en este estado tan sublime y despampanante.

Lo primero en lo que me fijo es en su cuerpo. No puedo afrontar su rostro a la primera. Tengo que tomar aire para ello y concienciarme de que es él, aunque a mi no me lo parezca. Primero me quedo mirando sus piernas, largas, delgadas, esbeltas, enfundadas en apretados pantalones de cuero negro rotos a lo largo de sus talla. Está algo más fuerte que actualmente, sus muslos se pueden ver algo más musculados y tiene una figura mucho más imponente, pero no mucho más. Su torso, cubierto con una fina camiseta de color azul que apenas cumple su función. Tórax al descubierto y sin mangas apenas es una fina tela que adorna un poco su esbelta figura. Puedo ver sus pectorales brillando con la fina capa de sudor que se ha formado por el esfuerzo del concierto y como estos se ven mucho más jóvenes, firmes, compactos. Me siento tentado de advertirle que su cuerpo seguirá igual de hermoso con los años, pero que es esta forma de lucirlo lo que lo hace desgarbado y mucho más atractivo. Sus hombros están decorados con un chaleco de cuerpo plagado de púas metálicas, igual que los brazaletes de sus muñecas. Sus manos tocando la guitarra con actos bien calculados, como todos los que él posee. Su cuello decorado con un collar y un aro en él. Sabe perfectamente que es algo sexual, pero no creo que la mayoría de su público pueda comprender hasta qué nivel alcanza su depravado estilo de vida, incluso el actual. Y al fin, con una gran bocanada de aire, me atrevo a enfrentar sus facciones. Su sonrisa me quita el poco aliento que tenía dentro de mí y esa expresión de soberbia al cantar. Su ceño fruncido y su cabello despeinado. Sigue con ese color plateado que lo dota de la más absoluta imagen de perfección. Sus ojos claros recorren con su mirada al público y apenas se ha detenido en mí. Ni siquiera me ha visto. ¿Cómo habría de hacerlo? No soy más que uno más entre todo su público ferviente de admiración. Su frente, perlada de su sudor, brilla junto con las luces del escenario y su pálida piel contrasta con la oscuridad que le rodea. Siempre es la misma sensación, esta que en este instante me está haciendo: una confusa contradicción dimensional que no consigo dominar. Yo no debería estar aquí, me digo, triste. Él no debería conocerme y yo no debería haber estado acudiendo a esta sala de fiestas cada semana a la misma hora. Un sudor frío me recorre cuando sonríe con malicia al público y comienza a cantar con esa voz de ángeles. Me recorre un atroz pánico ante la idea de estar completamente obsesionado con esta persona delante de mí. Este no es mi abuelo, me digo, pero mi abuelo real tampoco es un buen candidato a ser nada para mí. La realidad es muy confusa, pero no tanto como lo son mis sentimientos y ante esta disyuntiva me quedo embelesado observando con adoración y diligencia cada uno de sus gestos ahí subido, en este humilde escenario mientras él se siente idolatrado. Hace bien en sentirlo, yo soy su más fiel vasallo.

No sé cuánto tiempo pueda estar así, con el rostro en su dirección y perdido en mis pensamientos. Cinco minutos, tal vez media hora. Una noche entera. No sería extraño. El momento del solo de Squanchy llega y cuando termina con un gran golpe de platillos todo el público exclama en vítores. Yo simplemente aplaudo como el resto y me quedo mirando como el pecho de Rick sube y baja, cansado, buscando aliento en el silencio que le regala el fin de una de sus canciones. Sonríe, ladino, consciente de que su público ansía que continúen pero yo solo puedo pensar en que esa mirada ladina no puede tener nada bueno en su mente, pues la he visto demasiadas veces como aprender a temer de ella. Hombre pájaro coge el micrófono a su lado y con el aliento entrecortado comienza a llamar de vuelta la atención de su público.

—Nos tomaremos un descanso de diez minutos. –Declara, tan acalorado como el resto de sus compañeros de grupo. El público se muestra levemente decepcionado pero comprensibles acaban aceptando con una nueva ronda de aplausos—. Continuaremos después. –Sentencia y la gente a mi alrededor comienza a extenderse a lo largo del local. Yo me quedo levemente aturdido mientras que veo como gran parte de las personas salen fuera a tomar aire, pues el clima dentro del local es muy pesado, y como el resto se distribuyen entre las mesas y la barra, para beber y recobrar ellos también algo de fuerza después de esta gran exteriorización de ira y rabia. Yo me acerco, como estoy acostumbrado a hacer, a la barra y me siento sobre uno de los taburetes más alejados del escenario. Donde la luz de este apenas llega y donde distingo mis facciones con apenas un par de líneas de la luz que cae a través de las estanterías de bebidas en las barras. Aquí no llamo la atención de nadie pues me conozco la poca tolerancia a la frustración de muchas de las personas en este lugar y aquí tampoco me veo obligado a mostrarme activo para una conversación. Cuando el camarero se ve algo desahogado viene hasta mí y me mira con una interrogación escrita en su rostro. Yo le sonrío con amabilidad y me acerco a él, para hablarle y que el sonido acaparador de las personas no interfiera.

—Quiero una cerveza. –Le digo, con una gran sonrisa y él camarero se aleja casi a la otra punta del bar en busca de la refrigeradora en donde guardan los botellines de cerveza. Yo me quedo mirando en silencio la estantería repleta de botellas frente a mí, al otro lado de la barra. No tengo edad para tomar alcohol de alta graduación pero creo que el camarero no me habría dicho nada de pedir algo más fuerte que una cerveza. Tampoco yo creo poder soportar nada que no sea una mísera cerveza, y aun así, temo de mí mismo como llegue a casa con el olor de este local impregnado en la ropa. Me ajusto mejor la sudadera sobre el cuerpo y araño con impaciencia la madera de la barra bajo mis manos con una uña de un dedo un tanto nervioso. La uña se hinca en una de las betas de la madera y comienzo a temblar ante la idea de regresar a casa y encontrarme de frente con Rick. Siempre que estoy aquí me atemoriza el mismo pensamiento, y no puedo manejarlo a menos que no sea la voz de este Rick cantando que se lleve mi preocupación. Por eso estoy aquí, me digo, para liberarme de mis demonios. Pero no me doy cuenta, hasta este mismo instante, de que mi único demonio es el que canta cada sábado noche en este bar, y yo acudo aquí como un abnegado satánico en busca de mi dosis semanal de heroína.

Cuando el camarero regresa con una botellita de cristal de color verde oscuro y la pone delante de mí, yo le pregunto el precio, aunque la yo sé.

—Dos dólares. –Me dice, algo excitado por la cantidad de clientes que tiene hoy y yo me apresuro a sacar mi cartera de los pantalones y mientras estoy buscando juntar dos billetes de un dólar entre los recovecos, una voz a mi lado me sobresalta. Una voz que reconozco. Su voz, pero con tintes juveniles y coquetos.

—Ponme otra a mí. –Le pide al camarero—. Y cóbrame a mí las dos. –Dice y yo doy un respingo mientras me quedo con la mano metida entre los bolsillos de la cartera buscando dinero.

—Gra-gracias… —Tartamudeo, e internamente me maldigo por dentro—. Pe-ero no hace falta. Puedo pagármela. –Le digo, intentando sonar cortante pero amable a la par, dado que interactuar con él me lo tengo prohibido. Pero él no parece dispuesto a ceder y posa un billete de cinco dólares en la barra a la espera de que el camarero regrese y le dé a él un botellín igual que el mío. El camarero, ante mi estupefacción, le devuelve un billete de un dólar y se aleja a la otra punta de la barra para seguir atendiendo a clientes. Mientras yo guardo la cartera en mis vaqueros, él recoge un taburete por ahí y se sienta a mi lado, mirándome de reojo mientras que yo enrojezco hasta la punta de las orejas y escondo mi rostro en la cerveza, llevándome la boca de esta a mis labios. El amargor me hace despertar y darme cuenta de que, sentado a mi lado, es mucho más imponente que su voz en el escenario.

—Te ves muy joven para estar aquí. –Me dice mientras me mira de arriba abajo. Yo me muerdo el labio inferior y él alza una ceja—. ¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis. –Le digo y él asiente, pensativo—. E-escuchar mú-música es gratis y para todos los públicos. –Le digo con una sonrisa ladina y él sonríe más ampliamente mientras asiente y se lleva la cerveza a los labios.

—Perdona si te he ofendido. –Dice. Su voz, aunque acaparada por las voces en el local, se oye limpia y suave.

—No, no. –Me aventuro a decir, preocupado—. No hay problema… —Él asiente con mis palabras y señala el escenario al fondo del local.

—¿Te ha gustado el concierto?

—Apenas acabo de llegar. –Digo—. Pero sí, ha estado genial. –Suspiro, y le hablo sin mirarle. Enfrentar su mirada me supone una fuerza de voluntad que no tengo.

—Pero vienes todos los sábados. –Me dice, y yo doy tal respingo que creo que ha sido demasiado evidente, él sonríe ladino por el efecto que han causado en mí sus palabras y yo enrojezco al máximo. Debo verme tan estúpido delante de él, pero no es un sentimiento al que no me haya acostumbrado ya.

—¿Co-como…?

—¿Crees que no te veo? –Me pregunta, casi divertido con mi reacción. Esta risa me hace sentir que solo juega conmigo. Vamos a ver quien acobarda más al muchacho indefenso—. Me he fijado en ti desde hace dos meses.

—¿De-de verdad…?

—Claro. –Dice, encogiéndose de hombros como si fuese algo normal. Él bebe de su cerveza y yo bebo de la mía para bajar el calor que ha surgido en mis mejillas, pero al contrario que sentirme refrescado, la cerveza no hace sino acalorarme aún más. Suelto un largo suspiro y comienzo a notarme ligeramente febril. Hasta el punto de plantearme la posibilidad de marcharme—. ¿Cómo te llamas? Tengo cu—curiosidad de saber tu nombre.

—¿Po—por qué quieres saberlo? –Le pregunto, preocupado. Mucho más temeroso que honrado o emocionado—. No tiene mayor importancia…

—Eres nuestro mejor fan. No faltas a un solo concierto. –Dice, coqueto y yo siento náuseas ante su atención. Jamás él me había prestado tanta atención en toda su vida como en este instante. Ni en la suya ni en la mía.

—Mi-mi nombre no tiene importancia. –Digo, intentando desviar el tema—. Aquí la única estrella eres tú y el grupo de The Flesh Curtain.

—De igual forma quiero presentarme formalmente. Me llamo Rick. –Dice, girando su cuerpo a mí en el taburete y extendiéndome su mano derecha. Su muñeca rodeada por cuero y pinchos me resulta tremendamente excitante a la vez que peliaguda, pero yo imito su gesto, mucho más modoso y tembloroso.

—Soy Morty. –Digo, temiendo una reacción de apocalipsis espacio temporal por desvelar mi nombre, pero lo único que recibo de él es una mueca pensativa y una sonrisa amable al final.

—Bonito nombre.

—Muchas gracias. –Le digo, aún más ruborizado que antes.

—Entonces, dime. –Me pide—. ¿Te gusta nuestra música? –Asiento, con un “Hum” que nace y muere en mi garganta y bebo un poco de la cerveza. Él solo quiere que le regale palabras bonitas y que endulce su oído con alabanzas a su música. No ha cambiado nada, me digo—. ¿Te gusta este género? ¿Qué otros grupos te gustan?

—La verdad… —Suspiro—. No me gusta mucho este género de música. –Le digo pero cómo explicarle que vengo exclusivamente a verle a él. No necesito vocalizarlo porque puede leerlo en mi expresión y lo traduce de mi mirada. Sonríe mucho más atrevido que antes y se vuelve a su cerveza, pensativo. Odio esa expresión en él, cuando piensa. Nada bueno puede salir de su mente. Lo he visto antes.

—¿Vienes por algo en concreto? –Me pregunta, y yo trago en seco.

—Solo vengo a divertirme un rato. –Le digo, algo cortante y me vuelvo, como él a mi cerveza.

—¿Buscas diversión? –Me pregunta, coqueto y yo aprieto con más fuerza el cristal en mis manos. No contesto a sus palabras, pues ninguna de las respuestas que pueda proporcionarle me ayudarán en nada. Decido mantenerme en silencio mientras él aún espera porque le siga el juego. Es justo lo que no quiero hacer, y sé que si me voy de repente, ya no podré volver a venir a verle con el mismo anonimato que siempre. Ya ni siquiera sé si debería seguir viniendo. La idea de no volver a verle me desespera—. Mi amigo Squanchy ha deducido de tu conducta que estás enamorado de nuestras canciones, pero Hombre pájaro piensa que no es la música lo que te gusta de nuestro grupo. –Yo trago en seco y no le miro—. Realmente no pegas en este sitio. –Me dice y yo me miro de arriba abajo, cohibido.

—¿Por qué no?

—Mírate. –Me dice, algo despectivo—. Sudadera de instituto, vaqueros, converse… —Yo le retiro la mirada ofendido y tras mirar al resto de personas en este bar caigo en que él tiene razón, y frente a estos clientes, me debo ver demasiado infantil. No hay persona que no lleve algo de cuero, algo con picos, o cabezas rapadas o piercings por todas partes. Rick también tiene varios pendientes en sus orejas, y cuando ha sacado la lengua he visto que en esta tiene un piercing  plateado. Jamás me había contado que tenía uno ahí.

—¿Acaso importa mi aspecto? –Le pregunto ofendido y él niega con las manos.

—No, no he querido decir eso. Digo que no… —Mira alrededor—. No eres como los demás.

—No, no lo soy. –Suspiro y me vuelvo a mi cerveza. Ya está por la mitad y no quiero seguir bebiendo—. ¿No tienes que volver? –Le pregunto, mirando el escenario—. Seguro que tu público está impaciente.

—Mi público puede esperar un poco. Además, si no estás tú entre ellos, no tiene sentido seguir tocando. –Sus palabras, aunque coquetas, enternecen una parte de mí que desconocía. Me siento alagado y aunque ruborizado, sonrío como un idiota porque jamás pensé oír palabras tan dulces de su voz. De él. Me deja descompuesto y perturbado.

—No… no sé qué decir. –Le digo, temeroso de decir alguna tontería.

—No tienes que decir nada. –Dice, sonriendo—. Solo haz como si estuvieses aun escuchando música. Déjate llevar. –Dice y posa su mano sobre la mía sobre la madera de la barra. Mi primer impulso es retirarme, pero esa mano es la de mi abuelo, es una mano conocida y aunque para él este sea su primer contacto conmigo, yo ya he tenido mucho más contacto físico con su otro yo. Con mi verdadero Rick. Frente a este me he sentido humillado, traicionado, dolido, quebrado y abandonado. Nada de lo que él pueda hacerme va a dolerme tanto como ya me ha hecho sentir su otro Rick.

—¿Qué es lo que te-te ha impulsado a hablar conmigo? –Le pregunto levemente cohibido mientras el tacto de su mano con la mía se siente suave y cálido.

—Me has llamado la atención. Solo eso. –Me dice y yo le miro directo a los ojos. Él da un respingo por tal acto de valentía de mi parte y me sonríe, amable, para que no tenga miedo de mostrarme directo.

—¿Qué es lo que te ha llamado la atención de mí? –Le pregunto y soy consciente de que su atención para conmigo me está haciendo sentir adicto a su cercanía.

—Tu mirada. –Dice, conciso.

—¿Mi mirada?

—Sí. Cuando me miras, brillas más que todo el escenario. –Suspira y yo le retiro el rostro, avergonzado. El sonríe de mi gesto y yo enrojezco. Con recelo le aparto la mano y él se queda levemente turbado—. Acabaremos el concierto a las tres. –Dice, pensativo mientras mira hacia sus compañeros, bebiendo agua en el escenario mientras dan los últimos retoques a sus instrumentos antes de comenzar a tocar de nuevo—. ¿Te quedarás hasta entonces?

—No lo creo. –Le digo, algo temeroso de que busque excusas que no puedo darle—. Tengo que regresar a casa antes.

—Te llevaremos nosotros, si quieres. –Me dice y yo entrecierro los ojos, pensativo, buscando en mi mente una excusa aceptable.

—No, de verdad. No puedo aceptarlo. Has sido muy amable al invitarme a la cerveza, y me siento muy halagado de que hables conmigo, pero no quiero abusar de tu confianza. –Digo, deshaciéndome de él pero él no parece dispuesto a dejarlo.

—¿Al menos me darás tu número de teléfono? –Pregunta, directo y yo abro mis labios para darle una nueva excusa pero los cierro, soltando un largo suspiro. Me vuelvo hacia la cerveza y siento un gran nudo en mi garganta, por la presión del momento. Puedo ver de reojo como él se muestra alicaído y decepcionado, que no ofendido. Casi preocupado. Jamás he visto tal expresión en su rostro y accedería a cualquier cosa con tal de que no se mostrase así ante mí, tan humano. Tan herido. A cualquier cosa, excepto volvernos a ver—. Ya veo… —Suspira, decepcionado y yo bajo el rostro—. De cualquier forma, me alegra haber hablado contigo. –Apura su cerveza y hace un amago de levantarse del taburete pero yo, obligado por un impulso suicida, agarro su muñeca, rozando sus dedos con los míos, desesperado por un instante más de su atención.

—Yo… lo siento… —Suspiro y le suelto cuando he recobrado su mirada. Sus ojos de hielo. Esos fríos ojos se muestran repentinamente humanos ante mí y me siento al borde de un alto abismo. Ojalá pudiera explicarle el huracán de emociones que me embargan. Ojalá pudiera hacerle ver que esto es mucho más para mí que para él y al borde de las lágrimas comienzo a temblar, deseoso de que ignore mi súplica. Él no lo hace, y se sienta de nuevo de cara a mí, en el taburete.

—No tienes que disculparte. Debería ser yo quien te pida disculpas, por haberte avasallado así…

—No… —Niego con las manos—. No tienes que… —Suspiro y miro el botellín de mi cerveza. Me muerdo el labio inferior y oigo a lo lejos a HombrePájaro llamando a Rick con intención de retomar el concierto. Yo me encojo en mí mismo y Rick se vuelve pidiéndole un minuto más. Este asiente y se vuelve de nuevo a hablar con Squanchy. Cuando Rick se gira de nuevo a mi yo le señalo el escenario—. Tus fans aguardan…

—¿Crees en los universos infinitos? –Me pregunta y yo doy un respingo mientras abro mis ojos de par en par. Él mira su botellín, con aire soñador—. Existe una teoría científica que sostiene que existen infinitos universos con infinitas posibilidades. –Yo trago en seco—. Me consuela pensar en la idea de que en alguno de esos infinitos universos, tú me has dado tu número de teléfono—. Dice y yo me muerdo el labio inferior. Cuando su mirada regresa a mí, es mucho más divertida—. ¿Crees en los universos infinitos?

—Sí. –Suspiro y sonrío, levente cohibido—. Supongo que sí…

—¿Sabes? –Pregunta, mirándome mientras entrecierra los ojos analizando cada una de mis facciones—. Me recuerdas a alguien… —Yo doy un respingo y le retiro la mirada, temeroso de que haya podido ver en mis facciones parte de su genética, o incluso la de su esposa. Me muerdo el labio inferior y me bajo del taburete, observando cómo las personas comienzan a aglomerarse frente al escenario, necesitados de otra nueva dosis de música. Rick frente a mí se me queda mirando, impactado, temeroso de haberme ofendido pero yo sonrío, excusándome.

—Yo… yo debería irme ya. –Le digo y él se baja de su taburete también, levente alarmado por mi conducta.

—¿He dicho algo…?

—¡No! –Le digo y comienzo a retroceder, en dirección a la puerta—. Ya… ya nos veremos. –Le miento. Él se queda ahí, levemente pasmado mientras que yo retrocedo y me vuelvo hacia la puerta, nervioso, decepcionado, temeroso y deseoso de incumplir cualquiera de mis instintos que me obligan a quedarme con él. Desearía poder abrazarle, pedirle consuelo, confesarme a él y revelarle mis sentimientos. Atusarle el cabello y olerlo, besar su mano y apretar mis labios contra sus mejillas. Pero antes de poder pensar en nada más salgo al exterior del bar y camino por las calles, alejándome poco a poco del barullo que se comienza a formar dentro. Aún reverbera en mi mente la imagen de su rostro confuso y descompuesto por mi marcha y enrojezco de solo pensar en la patética actitud que he tenido con él en este instante. Sus palabras me han ahuyentado pero más lo ha hecho la posibilidad de que sea este el universo en donde yo le de mi teléfono.

Me deshago en lágrimas cuando el frío del exterior golpea mis mejillas y me cubro el rostro con una mano, deseando llegar a mi cuarto y caer derrotado sobre el colchón. La idea de no poder volver me hiere y más aún la sensación que he dejado parte de mí en él, en este instante. Seguro que espera volver a verme la semana que viene, pero aunque me aguarde, no volveré a aparecer en su vida y deseo que no quede en su mente el recuerdo de mi persona, de mi rostro, ni siquiera el de mi nombre. Tiemblo ante tal posibilidad, pero más aún me duele más que yo jamás podré regresar, y lo que había sido hasta ahora un juego, una escapada nocturna, esta noche ha sido algo que ha sobrepasado mis propios límites de control.

Me interno en un callejón cualquiera y saco del bolsillo de mi sudadera el lanzaportales. Señalo con él hacia una de las paredes de ladrillo y disparo, creando sobre ella un portal de color verde brillante que ilumina mi descompuesto rostro. Acabo entrando en él y la imagen del garaje de Rick se me muestra en un silencio que me resulta perturbador. Las luces encendidas, pero su cuerpo desaparecido. Apenas es la una de la mañana y seguro que se encuentra en la cocina, buscando algo de alcohol que envenene un poco más su cuerpo. Ante esa idea, el portal detrás de mí se cierra dejándome en el completo silencio de esta habitación y yo me encamino hasta la mesa en donde aún tiene varios papeles con algunas ecuaciones que no comprendo y meto en uno de los cajones el lanzaportales. Robárselo es muy evidente, pero más aún sería dejárselo de nuevo en un lugar donde él haya podido verlo antes. Las últimas semanas lleva achacando al alcohol su pérdida de memoria y sus descuidos, pero ya no ha de preocuparse más por eso, no volveré a cogérselo.

—¡Con que ahí estabas! –Dice su voz, detrás de mí. Yo me quedo estático, paralizado, ya que su misma voz aun bailaba dentro de mi mente, pues hacía apenas unos segundos que nos habíamos despedido. Yo me limpio con una mano, aun de espaldas a él, las lágrimas que ruedan por mis mejillas y evito hacer ruido al tirar de mi nariz, por los mocos saliendo de ella. He abierto un portal justo a su lado y ni me he dado cuenta. Él estaba ahí, me ha visto regresar. Mi cuerpo tiembla—. ¿Dónde coño has estado, pedazo de mierda? –Me pregunta su voz, levemente ebria, pero no en su mayor apogeo.

Yo no digo una sola palabra, no me muevo un solo ápice, no al menos hasta haberme asegurado de que puedo enfrentarle. Él es menos paciente y rodea mi cuerpo estático para posarse frente a mí mientras yo bajo mi rostro, incapaz de mirarle de frente. Expectante a que yo diga algo pone sus manos en sus caderas, una de ellas empuñando una botella medio llena.

—¿No vas a decir nada, hijo de puta? –Me grita y yo trago en seco, mientras veo como su mano se dirige al lanzaportales y lo saca del cajón, pensativo—. Ya llevo semanas perdiéndolo y he pensado que estoy empezando a chochear. –Dice, ofendido con sus propias ideas—. Pero he empezado a notar un patrón regular en las veces que lo pierdo. ¿Sábados por la noche, Morty? –Suelto un gran suspiro—. Hoy, cuando he notado que faltaba, he subido a tu cuarto a preguntarte si sabías dó… —eructa— dónde podía estar. ¡Y qué sor—sorpresa, Morty! Tú tampoco estabas…

—Yo… —suspiro—. Lo siento. Te prometo que no volveré a cogerlo. –Le digo nervioso, mucho más de tener que dar explicaciones que de una reprimenda o un castigo.

—¿Qué haces por ahí de madrugada un sábado? –Me pregunta, y a cada palabra su recelo crece mientras sujeta con ira su lanzaportales.

—Nada. –Le digo—. Te lo juro. –Suspiro y él me mira, receloso. Alzo la mirada pero rápido la bajo, al verme incapacitado para sostener esos ojos azules. Son muy azules, son muy fríos. Igual que su expresión y su mirada. Hacía apenas unos minutos parecía tan cálido.

—¿Cuánto tiempo llevas co—cogiendo mi lanzaportales, pedazo de mierda? –Me pregunta y yo pienso.

—Solo unas semanas… —Le digo.

—¿Cuántas semanas?

—Dos o tres… —Le miento. Son al menos ocho.

—¿Dos o tres? –Me pregunta pero algo le llama más la atención que mi evidente mentira. Se acerca a mí y olfatea cerca de mi cuello. Yo doy un paso atrás, nervioso y él me devuelve una mirada inquisitiva. Entrecierra sus ojos, sospechoso y se forma un nudo en mi garganta que inflama mis ojos llorosos para romper en llanto de nuevo—. Hueles a tabaco, Morty. –Dice, más receloso el lugar al que yo haya podido ir que el hecho de que yo haya fumado—. Y a cerveza…

—Yo… no he fumado. –Le digo, serio.

—¿Usas mi lanzaportales para ir a un bar? –Dice y esa idea es incluso mejor que la propia realidad.

—Em… —Pienso, tembloroso—. Sí. –Le digo—. He estado en un bar. –Le doy la razón, esperanzado de que esta sea la mejor salida pero él se sorprende de mi repentina confesión y vuelve a entrecerrar sus ojos. A veces se me olvida que trato con el hombre más inteligente del universo, y otras, que trato con la persona más cruel de todos cuantos he conocido. Pero la verdad no me salvaría de un buen castigo. Aunque el castigo, siempre sería mejor que la humillación de la propia situación.

No creyendo en mis palabras se acerca el lanzaportales y comienza a pulsar botones de este, mirando directo, con ojos inquietos y mirada pensativa a la pantalla sobre su superficie.

—¿Qué… qué haces? –Le pregunto, receloso pero fingiendo curiosidad, a lo que él me contesta con frialdad.

—Busco en el historial la dimensión y las coordenadas a las que acabas de ir. –Me dice y siento un repentino vuelco en el estómago. No solo descubrirá mis mentiras, sino que me avasallará a preguntas. Repentinamente, excitado por un temerario impulso de supervivencia me lanzo a sus manos para quitarle el lanzaportales, necesitado de esa liberación que supondría su desconocimiento. Pero él es alto, es fuerte, y mientras yo sujeto sus muñecas para impedirle ver, él me aparta de un empujón, haciéndome chocar de espaldas contra la mesa de su escritorio. Me golpeo con rudeza la cadera y me quedo ahí, encogido, agarrado del borde de la mesa con las manos, los nudillos blancos por la presión, sollozando con el más desgarrador dolor que puede producirme su conducta. Puedo ver entre las lágrimas como acaba por leer la dirección a la que he accedido y se queda levemente paralizado. Sin embargo, tras esa expresión de hieratismo e indiferencia, puedo ver que reconoce la dirección, la dimensión, el lugar, el bar, y se ve a sí mismo en un pasado lejano. No lo suficiente como para haberlo olvidado.

—Yo… —Lloro—. Puedo… exexplicártelo… —Sollozo en busca de palabras que puedan justificarme. Cualquier cosa sería válida menos confesarme y suplicar una disculpa por mis sentimientos. Él no parece dispuesto a escuchar ninguna aclaración, ninguna excusa. Todo serían mentiras.

—No quiero más excusas. –Dice, negando en rotundidad con su rostro. Su voz nunca había sido tan grave, tan autoritaria. Tiemblo de miedo ante cualquier reprimenda y voy a recibir el peor de los castigos: su indiferencia—. No quiero saber nada más de esto. No vas a volver allí, ni a ningún lado. –Sentencia. Y se vuelve a mí con una fría y gélida mirada de ojos azules, como el hielo. Tan calmado, tan sosegado, que tiembla de ira contenida.

—Rick, yo…

—¡Nada! –Grita—. ¡Eres un pedazo de mierda inútil! –Sentencia—. Olvídate de más aventuras. No vuelvas a dirigirme la palabra. –Se acerca a la mesa a recoger un par de cosas, un par de papeles que se mete en la bata con gesto serio y desinteresado y yo agarro con fuerza uno de sus brazos, una de mis manos cae en su muñeca, igual que hace unos minutos, pero en vez de una cálida mirada de compasión, solo recibo un tirón que me deja estupefacto—. ¡Suéltame, bastardo!

—Rick… —Suplico con su nombre entre mis labios, esperanzado de que su parte comprensiva me persone, me preste atención, al menos, me mire con algo de sentimiento. Nada. Abre un portal frente a mí y camina hacia él decidido—. Rick. ¡Rick, lo siento! –Le grito pero desaparece dentro del portal y este se cierra, dejándome nuevamente en este silencio desgarrador. Más lo es su falta y más aún el sonido de mi llanto, producto de su indiferencia. Caigo al suelo, al pie de la mesa y siento como cada uno de mis espasmos producidos por mi llanto me doblegan un poco más. Él sigue siendo un dios, sigue siendo todo por lo que vivo, por lo que lloro, por lo que lamento el día de mi nacimiento. Aun en la más absoluta soledad, le venero como a un ente superior y aunque mi falta sea mortal, solo puedo aguardarle en este perpetuo llanto, a la espera de que regrese y ose enfrentarme. A mí y a mis sentimientos.

 

FIN

 

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