RECUERDOS OLVIDADOS (Rick x Morty) [One Shot]

 RECUERDOS OLVIDADOS


Morty Smith POV:

 

El día se ha vuelto un poco grisáceo. Fuera murmura el viento golpeando levemente contra la ventana. Las hojas de color castaño se arremolinan a la entrada y sobre el césped del jardín en la parte delantera de nuestra casa. Sentado en el sofá como estoy no puedo quitar la mirada de la ventana que da al exterior. Es algo casi hipnótico. Solo me acompañan el sonido del latido de mi corazón y el murmullo del viento soplando al otro lado. Me siento pequeño, diminuto en comparación e incluso insignificante frente a la fuerza de la realidad que se vislumbra al otro lado del cristal. El sol hace presencia repentina durante unos segundos, pero otra nube gris vuelve a cubrirlo para dejarnos entre la melancolía y la añoranza del resplandor de una luz algo más llamativa que una leve neblina.

Apoyo mis manos sobre mi regazo y subo los pies al sofá, donde estoy sentado. Me acurruco un poco mejor en esta esquina del mobiliario y suelto un largo suspiro mientras frunzo el ceño, mirando directamente a una de las hojas que se mueve a lo largo de la calle mientras es impulsada por una fuerte ráfaga de viento, levantándola, haciéndola elevarse sobre el pavimento. Se siente como si realmente tuviese vida y como si yo pudiese en algún momento interferir en su movimiento, pero ni ella tiene vida ya, carcomida por el tiempo, ni yo puedo hacer nada por evitar que su cadáver baile alegremente sobre el suelo. Su cadáver. La palabra siempre me hace sentir meditabundo. Siempre me hace sentir ido, como si esta realidad me superase. Y me supera. Esta no es mi realidad.

—¡Morty! –Escucho la voz de mi hermana sentada al otro lado del sofá, ambos frente a la televisión. Cuando me giro a ella, sobresaltado por el sonido de mi nombre de sus labios ella me devuelve una mirada ofendida, signo de que me ha estado llamando antes y yo no he respondido a sus peticiones—. ¿Qué coño te pasa? –Me pregunta por mi expresión desorientada y ante la falta de cualquier respuesta para su pregunta me encojo de hombros, temblando por la repentina intromisión de su voz en el flujo de mis pensamientos.

—¿Qué… qué pasa, Summer? –Le pregunto mientras ella retorna su atención a la televisión y comienza a apuntar hacia ella con el mando a distancia, presionando repetidas veces un botón, sin obtener ningún resultado.

—No funciona. –Dice mientras sigue insistiendo como si probarlo un par de veces no fuese suficiente como para comprobar que no va a funcionar, de todas maneras.

—¿Cre-crees que se ha es-estropeado? –Le pregunto aun levemente aturdido mirando en dirección a la televisión. No sé en qué momento ella ha cambiado de canal para poner una comedia romántica, pero lo último que recuerdo estar viendo eran desorbitados anuncios publicitarios tremendamente hilarantes. Pero no lo suficiente como para no hacerme perder la atención sobre ellos.

—¿Tú qué crees, pedazo de mierda? –Me pregunta ella alzando levemente el tono de voz por la frustración de no poder hacer que el mando a distancia obedezca su comanda. Al oírla hablar de esa manera siempre me recuerda a Rick, y verle en ella es una sensación que no me agrada nada, pues me hace sentir vulnerable y perdido, mucho más aturdido de lo que ya me encontraba. Cuando alzo la vista hacia ella, esta me está fulminando con una mirada de culpabilidad, como si fuese causa mía que el mando no funcione correctamente.

—¿Qu-que puedo hacer? –Le pregunto mientras extiendo mis manos para pedir que me pase el mando y yo mismo pueda comprobar qué es lo que le sucede, pero ella no me lo entrega y señala la puerta del salón, en dirección al garaje.

—Ve a buscar a Rick, y que mire qué diablos le pasa a esta mierda.

—Rick no está. –Le digo mientras ella me devuelve una mirada sorprendida y al mismo tiempo algo divertida.

—¿No está? ¿Y a dónde se ha ido?

—A una de sus mierdas de siempre. Yo que sé.

—¿Y no te ha llevado con él? –Me pregunta sonriendo de forma malvada. Le divierte el hecho de que por hoy no forme parte de sus aventuras, pero a mí más que a nadie le duele que me haya dejado aquí.

—No soy su perro faldero. –Le digo levantándome ofendido del sofá y le arrebato el mando de sus manos. Ella da un respingo por mi actitud pero cuando se sosiega, vuelve con esa mirada asquerosa.

—Hoy no necesitaba alguien a quien cargarle el muerto de sus errores. –Me dice y yo la ignoro mientras abro el pequeño compartimento de las pilas en la parte trasera del mando sacando de un golpe seco las pilas y quedándomelas en la mano. Las miro y le digo, pensativo.

—Seguro que son las pilas, que se han gastado. –Le digo pero ella prefiere seguir mirándome con esa prepotencia que me exaspera. Es la misma prepotencia y condescendencia que veo en los ojos de cada uno de los integrantes de esta repugnante familia y me limito a rodar mis ojos dejándole a ella el mando mientras que me llevo las pilas conmigo—. Miraré en el garaje. Se—seguro que Rick tiene pilas por alguna parte. –Le digo pero ella solo suelta una risa nasal que me hace sentir insultado. Lo ignoro de nuevo. Respiro profundamente y me alejo de ella intentando inundar mi mente de buenos pensamientos. Es mi hermana y no quiero faltarla al respeto, pero en realidad recuerdo que no es mi verdadera hermana y ese odio desparece casi por arte de magia.

Cuando entro en el garaje me quedo mirando alrededor unos segundos y cierro detrás de mí. No suelo tener permitido estar aquí si no es ante la presencia de Rick, y a mí tampoco me gusta estar rodeado de aparatos y cachivaches que no sé que son ni si pueden ser peligroso. La curiosidad más de una vez me ha hecho ponernos a ambos en peligro, pero me digo a mi mismo que por buscar unas pilas para un mando a distancia no va a pasar nada. Repetírmelo un par de veces es suficiente para mí como para recobrar el valor en soltar el pomo de la puerta a entrar en el interior y comenzar a rebuscar. El primer lugar en el que me aventuro a rebuscar en busca de las pilas es en la estantería justo a mi lado. Me limito a coger caja por caja y toquetear un poco en el interior en busca de algo que me ayude. No encuentro nada en la primera caja así que me aventuro con la segunda, sintiendo que a cada momento puede aparecer Rick con su pistola de portales y me sorprenda con las manos entre sus cosas. Sé que aunque sea algo inocente, aunque solo esté en busca de unas pilas, a él no le gustará que esté hurgando en sus cosas. En cierto modo puedo comprender que es peligroso y que no alcanzo a comprender qué son más de la mitad de artilugios que hay en el garaje, pero sé que solo le molestará el hecho de que invada su privacidad. Pero de algo estoy seguro y es de que no creo que nada de lo que yo pueda hacerle le dolerá tanto como me duele a mí que últimamente se vaya siempre por ahí sin mí. Hace días que ya no pasamos tiempo juntos, me arriesgaría a decir semanas. No recuerdo cuándo ha sido la última vez que al menos me ha dejado permanecer a su lado mientras él trasteaba con sus cosas aquí. Hace días que no vemos la televisión juntos, hace días que no me dirige la palabra más que para lo estrictamente convencional. Al principio pensé que mis padres habrían intervenido para que yo no descuidase mis clases y habrían puesto unos límites a Rick, pero ahora cada vez estoy más seguro de que no me quiere a su lado porque soy un desastre. Siempre soy el problema de sus aventuras, siempre soy yo el culpable de los errores que pueda cometer y no me considera más que un estorbo. Estoy seguro, y eso duele demasiado.

Niego con el rostro deshaciéndome de esos pensamientos que me sacan de mi tarea por buscar un par de pilas útiles. Acabo por revisar todo lo que se encuentra en la estantería, pero ni en la caja ni en los propios estantes encuentro lo que busco. Miedo me da comenzar a desmontar sus cacharros en busca de un par de pilas pues temo no saber montarlos de nuevo o incluso hacerme daño con ellos, o hacer daño a una segunda persona. Ante esa negativa me dirijo al escritorio y miro por encima. Aparto algunos papeles, planos de algo que está construyendo, y algunas anotaciones. A lo largo de la mesa lo único que veo son algunas gotas que han quedado impregnadas dejando un pequeño cerco en algunas partes. Ya hace tiempo que esas manchas están ahí, y daría mi mano derecha por jurar que son marcas de alcohol que ha derramado. El agua no deja esas manchas pegajosas. Es culpa de la glucosa de alguna bebida alcohólica que se ha dejado caer. Tampoco consigo divisar unas pilas por la mesa por lo que me limito a rebuscar en las cajas que hay debajo de la mesa y alrededor de esta. Fuera, en el salón, se oye la voz de Summer impacientándose.

—¿Encuentras ya esas pilas? –Me grita y mis manos comienzan a temblar mientras desplazo cajas del suelo para comenzar a rebuscar dentro de estas.

—¡Aún no! –Le grito y me sumerjo dentro de una de las cajas pero no encuentro nada y la necesidad se vuelve más acuciante a medida que la desesperación crece y la esperanza se desvanece. Comienzo a pensar en que tal vez no ha sido buena idea meterme aquí sin esperar a que Rick volviese, pero tampoco habría sido buena idea enfrentarle. No tengo el ánimo suficiente como para mirarle directo al rostro después de que haga días que él se niega a dirigirme la palabra. Pareceré idiota, o peor, desesperado por su atención. Ojalá supiese cuánto necesito su atención.

—¡Date prisa! –Dice mi hermana desde el salón y yo suelto un gran resoplido mientras aparto de un manotazo una de las cajas en el suelo para hacerme paso a través de ella, pero lo que descubro debajo de esta detiene todos mis movimientos. Una trampilla metálica que da a alguna parte completamente desconocida de mi conocimiento. Me quedo mirando esa trampilla que tiene un ojo de buey de cristal en el centro. Laterales de metal y en uno de los laterales, el más cercano a mí, una hendidura con forma de semicírculo por donde agarrar para abrir la trampilla. No encuentro ninguna base de cerradura ni candado que pueda prohibirme la entrada. La sensación tan conocida de la adrenalina vagando por mi cuerpo en súplica porque sucumba a mi curiosidad está alentándome a arrodillarme al borde de esa trampilla, y lo hago antes de darme cuenta. Me digo a mi mismo que esta es la clase de comportamiento por el cual Rick ha dejado de ir conmigo a todas partes y por el que siempre estamos metidos en problemas, pero me repito a mi mismo que no debo pensar en ello, pues el dolor que me causa me paraliza momentáneamente. Cuando recupero el control de mi mismo me asomo por el ojo de buey pero solo consigo ver una tenue luz azulada que viene de alguna parte de ese interior y que ilumina los últimos peldaños de unos escalones verticales que llegan hasta arriba. Miro la puerta del garaje con la sensación de que alguien va a descubrirme infraganti entrando por la trampilla, pero nadie aparece y me lo tomo como excusa para aventurarme. Antes siquiera de abrir la puerta me arrodillo delante de ella y me inclino de forma que pegue mi oreja al ojo de buey de cristal, esperando oír algo al otro lado, pero no escucho nada, en absoluto. Un penetrante silencio llega desde dentro y me quedo pensativo ante la posibilidad de no hacer nada y esperar a que Rick regrese para preguntarle, pero eso supondría enfrenarme a él, y no puedo prometerme que realmente lo haré, por lo que acabo llegando a la conclusión de que si quiero respuestas he de hallarlas por mí mismo.

Cuando meto la mano en la hendidura y levanto la trampilla dejo pasar al menos cinco segundos, para repetir la prueba del sonido. Nada, no se escucha nada desde aquí arriba y cuando ya he puesto el primer pie sobre el escalón me sorprende la idea de la posibilidad de que puede que Rick se encuentre aquí abajo y es la idea más terrorífica que he tenido en mi vida. Mis pies se detienen en los primeros escalones y me quedo dubitativo, pensativo ante la idea de regresar. Pero apelo al silencio que se escucha para seguir bajando y cuando he metido en la trampilla todo mi cuerpo vuelvo a cerrar sobre mi cabeza apara evitar que alguien pueda entrar y caer dentro. No evito que alguien suponga que estoy aquí abajo porque es evidente que he dejado la puerta de la trampilla al descubierto, pero al menos puedo evitar que alguien caiga dentro por accidente, y eso será suficiente.

Me digo a mi mismo: solo un visitado. Una rápida mirada alrededor y regreso rápido. Pero por mucho que me lo repito no consigo hacerme a la idea de que realmente cumpliré mis palabras, pues ni sé que puedo encontrarme ni me siento preparado para nada. Conozco a mi abuelo, y sé perfectamente que es capaz de cualquier cosa. Sé que sus secretos pueden ser terroríficos y no me sorprendería encontrar personas vivas aquí abajo, esposadas como esclavos a punto de ser vendidos por sus órganos o incluso experimentos completamente inmorales con alguna raza alienígena. No me sorprendería ni si quiera ver que tiene una segunda versión de mí como un robot o incluso que usa esta parte recién descubierta de mi casa para follar con alguna alienígena. Solo pensarlo siento fuertes escalofríos y cuando llego bajo de las escaleras me quedo mirando a todas partes, sin saber muy bien donde me encuentro. Pensar que mis padres pueden percatarse de que el abuelo ha construido una especie de búnker subterráneo debajo de su casa, tal vez sea motivo suficiente como para echarle de casa, cosa que no me entusiasma.

Cuando me desembarazo de las escaleras me encuentro en un pasillo no muy angosto y oscuro, tan solo iluminado por la tenue luz azulada que viene de una puerta entreabierta al final de este pasillo. Me siento muy tentado a abalanzarme contra ella, pero de nuevo me quedo parado en el sitio, escrutando el silencio, y efectivamente no parece que haya nadie alrededor. Miro hacia arriba para descubrir la luz que cae a través del ojo de buey, iluminándome. Sin más preámbulos comienzo a caminar paso por paso hasta la puerta. No consigo divisar ninguna de las características de esa puerta, pues la luz que sale desde su interior es lo suficientemente cegadora como para dejar todo su entorno a oscuras, pero estoy seguro de que la puerta es metálica, igual que todo el recubrimiento del entorno en el que me encuentro. Cuando estoy a un paso de la puerta me acobardo hasta el punto de no atreverme a cruzarla. ¿Por qué habría dejado la puerta abierta? ¿Por qué demonios habría construido esto sin decírmelo? ¿Qué hay al otro lado? Su nombre sale de mis labios sin permiso alguno.

—¡¿Ri-Rick?! –Le llamo con la esperanza de que él se encuentre al otro lado pero como no recibo ninguna contestación me atrevo a sujetar la puerta con mi mano izquierda mientras que la empujo para abrirla del todo. Lo que me encuentro en el interior es una imagen demasiado confusa como para asimilarla al instante. Es algo simple, pero que no consigo comprender. Una especie de recinto cerrado con forma cupular, un asiento en pleno centro, y el resto son todo estantes repletos de pequeño botecitos, pequeñas cápsulas del tamaño de mi mano de colores azul, rojo, violeta y algunos amarillos. No alcanzo a comprender nada y entro dando un paso al  interior para quedarme levemente perplejo ante tal imagen. Toda la estancia no tiene más de cuatro metros de radio y está toda ella iluminada con luces de neón, tanto desde el interior de los estantes como de un gran foco sobre el asiento central que corona toda la estancia. Miro alrededor buscando una posible salida o alguna puerta que de a otra estancia, pero este parece ser el final del pequeño hueco subterráneo y el fin de la propia construcción. Tantos colores y tanta luz me hacen sentir levemente aturdido. Y el propio lugar me hace pensar que de pillarme Rick aquí, no saldré vivo. Todo me dice que debo huir de inmediato, pero no consigo hacerme a la idea de que todo esto lleve tiempo escondido en el sótano y no me haya dado cuenta.

Comienzo a caminar en torno a la silla, observando las pequeñas cápsulas colocadas en pequeños soportes sobre las propias estanterías. La mayoría de ellos tienen un pequeño papel con algo escrito sobre este. No alcanzo a leerlos sin tocarlos, pero en uno de los pasos que doy retrocediendo me topo con un pequeño carrito metálico y apoyándome en él para no caerme empujo unas cuantas de las cápsulas haciendo que caigan al suelo con estrépito. Caen tres de ellas mientras que yo me quedo paralizado, esperando por alguna reacción química de estas, pero no ocurre más que la rotura del vidrio de estas cápsulas y el derrame de un espeso líquido purpúreo de ambos botes. Los tres tenían el mismo color púrpura y me quedo expectante a ellos, pero no ocurre nada. Sin demasiadas expectativas aparto el carro de mi lado y me acuclillo al lado de los trozos de vidrio rotos y alcanzo uno de ellos. En uno de estos, el papel aún permanece pegado a él. Leo: Conspiraluna. Con la irregular letra de Rick sobre un papel algo sucio y levemente despegado. No parece muy reciente y cuando miro el líquido vertido no consigo comprender qué es. No tiene un olor peculiar, nada de este lugar lo tiene y cuando me incorporo miro el carrito con el que he tropezado. Es un carro metálico sobre el que hay otras clavijas como las de las estanterías para más recipientes. Aún quedan en él unos cuantos ahí colocados. A parte, hay una especie de casco metálico, con acolchado negro en el interior y justo en la parte frontal, una clavija como cada una sobre la que se sustentan las cápsulas. Miro a mi espalda, en dirección a la puerta, comprobando que no hay nadie fisgoneando y me quedo levemente dubitativo ante lo que hacer.

Tomándome unos segundos para cavilar me acerco a la estantería más cercana y puedo observar como algunas de las cápsulas tiene una fina capa de polvo a través de su superficie y las etiquetas están algo despegadas del vidrio, pero hay otras que parecen recientes, muy nuevas, otras, sin embargo, me llevan a confusión, pues no tienen una sola mota de polvo y sin embrago puedo ver que la pegatina tiene mucho más tiempo que la mayoría. Eso es que alguien la ha tocado hace poco. La idea de que Rick me descubra aquí me hace sentir vertiginoso y endeble. Mis piernas tiemblan cuando cojo unas de las cápsulas azules, la primera a mi alcance y leo la etiqueta con la adrenalina removiendo mi estómago. “Papá Noel”. Las palabras son alentadoras pero me siento terriblemente acobardado ante mis actos. Estoy obrando sin conocimiento de mis acciones, pero le temo más a Rick que a nada de lo que estas cápsulas puedan contener y mi curiosidad no hace sino alentarme, por lo que antes de arrepentirme de nada de lo que hago estoy sentado en el asiento central de la sala con el casco sobre mi cabeza.

Con mi mano izquierda palpo el lugar en que se encuentra la ranura para introducir la cápsula y cuando conduzco esta al agujero y presiono, lo primero que siento es una inyección de adrenalina, como un tremendo subidón de endorfinas que me hace dar un respingo y me teletransporta a un lugar que no recuerdo, a un sentimiento que no reconozco. Vuelvo en mí pero no soy yo mismo. Me invade una sensación parecida a un deja vú, una ilusión en donde un recuerdo perdido se hace paso a través de mi mente para recobrar su lugar dentro de mi memoria. Veo a través de unos ojos que no son míos una escena que no puedo controlar. Mis manos alrededor del mango de una pala mientras cubro de arena el cadáver de un papá Noel en medio de un desierto. No consigo ser consciente de lo que sucede, me inunda el mismo aura de un sueño, parece que estoy soñando y que esto que se reproduce como una secuencia de imágenes en mi retina no es real, no es posible, pero cuando mi cuerpo toma el control de la situación y desprendo la cápsula del casco me vierto sobre la realidad como un despertar del que en realidad, nunca me he dormido. Ahora, con mis ojos del presente puedo analizar lo que ha sucedido. Me tomo unos segundos para palpar mi corazón que va a un ritmo desenfrenado y puedo sentir como todo mi cuerpo tiembla ante la posibilidad de una idea que nade poco a poco dentro de mi mente. Esto ha estado alguna vez en mis recuerdos, mis lágrimas cayendo de mis ojos, mis llantos ante la situación que se me estaba presentado. Yo he enterrado a ese papá Noel, y es cierto, ahora que tengo el recuerdo de nuevo puedo juzgar que pasó de verdad, pero, ¿cómo es posible que no recordase aquello? ¿Por qué estaba este recuerdo aquí, en una cápsula? La curiosidad me mata, me desespera, necesito más, más datos, más ideas, necesito verificar una tenebrosa  tesis que comienza a florecer dentro de mí.

Salto de la silla en donde me encuentro y me abalanzo frente a otra cápsula, esta de un color violáceo. Leo la etiqueta: Mano cortada.

Sin pensarlo un segundo más inyecto esta cápsula en el casco y la sensación de adrenalina vuelve a sacudirme. Es una sensación a la que no consigo habituarme y cuando intento hacerme con el control del temblor de mi cuerpo me veo sentado en una mesa de un bar. Parece un bar, pero no puedo juzgar nada alrededor porque el instante se produce, el dolor es abrumador, es terriblemente abrumador. Un cuchillo cae sobre mi muñeca y corta mi mano. El sonido de mis gritos me abruma lo suficiente como para quitarme rápido la cápsula y devolverme a la realidad. Palpo mi mano, mi muñeca. No consigo hacerme con la idea de que estos son recuerdos. Son mis recuerdos. Cojo el siguiente. Una nueva escena se reproduce, un nuevo recuerdo, un recuerdo mío. Una partida de damas en donde me proclamo vencedor frente al rostro furioso de un Rick que se siente humillado. Cuando me quito esta cápsula puedo ver que es de un color rojizo, intenso. Me muerdo el labio inferior y busco a mi alrededor más cápsulas. Las necesito, las necesito todas. Es abominable la idea de que son recuerdos arrebatados, todos son experiencia que me ha robado, este vejestorio hijo de la gran puta. No consigo creer que él me haya podido robar tantos recuerdos, tantas experiencias. Miro todo a mi alrededor. Puede haber unas trescientas cápsulas, tal vez quinientas. Con mis dientes apretando mi labio inferior me sumerjo en más recuerdos. Uno más, uno más hasta sentirme mareado y aturdido. Cuando me he inundado de unos veinte comprendo una importante relación entre el color de la cápsula y el contenido. Los azules son errores que yo he cometido, los violáceos, errores que no nos confieren a nadie, meras experiencias banales, y los rojos… no consigo comprender hasta qué punto los rojos han podido hacerme daño como para que me los arrebate. Comienzo a buscar entre los rojos una explicación a ello hasta que doy con una cápsula que me revela la realidad. Me veo a mí burlándome de una palabra que Rick ha pronunciado mal y su cínica expresión al apuntarme con una pistola que me borra el recuerdo y se guarda en esta cápsula. Es en este recuerdo en donde hallo la solución a mis pregunta, en donde encuentro al culpable de la falta de mis recuerdos y al causante de todo este horrible sistema de almacenaje. Miro todas las cápsulas a mi alrededor. Tantos recuerdos cogiendo polvo, tanto conocimiento perdido, tantos momentos a su lado aquí, perdidos de mí memoria, y de mi conocimientos. No consigo comprender qué mente perturbadora permite que algo así se lleve a la práctica.

Después de al menos cincuenta recuerdos me siento irascible, culpable, avergonzado, dolorido, abochornado, ofendido, pero, sobre todo, triste y decepcionado. Dolido hasta lo más profundo de mi alma por los actos de una persona que creí mi ídolo. Estoy completamente enloquecido por mi abuelo pero ahora, frente a esta realidad, no puedo sino odiarle con todo lo que mi ser puede permitir. Grandes lágrimas caen de mis ojos y desearía poder volver a recuperar todos estos recuerdos uno por uno pero no soy valiente como para enfrentarme a todos ellos de golpe, me podría bloquear, podría explorar, yo podría desmoronarme y cometer cualquier tipo de locura. No llevo ni una cuarta parte y me siento fatigado y abrumado. En shock, pero sorprendentemente iluminado por la luz del conocimiento. Recobrar recuerdos es algo que en realidad no es pesado, pues ya han estado una vez dentro de mí, pero asimilar que me han sido arrebatadas tantas experiencias, es algo que no consigo abarcar. Es muy grande, es terriblemente inmensa la cantidad de cosas que han sucedido y que me han arrebatado. ¿Por qué? No consigo darle una respuesta a esta perturbadora pregunta pero ya me imagino a Rick ahí sentado, recostado en esa silla regodeándose de mis errores, rememorando mis peores momentos, mis situaciones más vergonzosas. Él podrá ver mis recuerdos, claro que sí. Seguro que ama ver cómo me equivoco, como se ríe de mí y de paso, me borra los momentos en donde él se ve más comprometido solo para que mi imagen idílica de él no cambie. Cómo le odio. Le odio mucho más de lo que jamás podría haber imaginado que mi cuerpo pudiera sentir sobre nadie. Me siento perdido, engañado, fatigado, y terriblemente sediento de más recuerdos.

Ante la inmensidad de cápsulas no consigo comprender cómo él puede desenvolverse aquí dentro hasta que caigo en que en el carrito al lado de la silla hay unas cuantas más. Estas están sin una sola mota de polvo a pesar de que algunos de los botes que hay ahí, parecen bastante viejos. ¿Cuánto tiempo llevará arrebatándome recuerdos? ¿Cuánto tiempo habrá estado haciendo esto solo para reírse de mí? ¿Yo he sabido de este lugar antes y él me ha arrebatado este recuerdo? ¿Es la primera vez que estoy en este lugar? Mis preguntas no hallan respuesta alguna y no las hallaré jamás. Estoy seguro de ello, porque en cuanto me encuentre con Rick pienso matarle.

Me acerco al carrito y de las cápsulas que han sobrevivido a mi torpeza quedan dos violáceas, una azul y dos rojas. No consigo hacer que ninguna de ellas me llame la atención hasta que no veo en una de las dos rojas la palabra “Virginidad” escrita en una de sus etiquetas. Cojo la cápsula con la mano y me quedo mirando su contenido. Es un líquido rojo, espeso pero las burbujas de aire en su interior se mueven con rapidez a medida que yo zarandeo el líquido. Es de color rojo. Joder, es rojo y la palabra ante la que estoy temblando me hace sentir nervioso y atemorizado. No estoy seguro de si quiero enfrentarme a ello, pero una parte de mí ansía rememorar ese recuerdo. Necesita saber qué diablos significa todo esto y deseo que todo pase cuanto antes. Duele, pero el dolor es necesario. Me recuesto en la silla, sabiendo que sea lo que sea que contiene este frasco, no va a ser nada fácil de asumir, y me dejo caer sobre ella al tiempo que inserto de golpe la cápsula en mis manos. Antes de poder arrepentirme y pensarme mejor si no destruir ese bote, ya ha encajado la cápsula y la adrenalina regresa. Ahora es menos intensa, pero es algo más duradera. Es como si una espesa glucosa entrase en mi torrente sanguíneo y me provocase una sobredosis, una dulce sobredosis que me llevase a un tranquilo sueño del que despierto aturdido y mareado. Con nauseas, me encuentro aturdido mientras intento recomponerme en el recuerdo. Este soy yo. Soy yo mismo dentro de mi cuerpo, pero actuando según un recuerdo que no soy yo. No somos el mismo Morty, pero me reconozco en él lo suficiente como para dejarme hacer por este intenso deja vú.

Abro los ojos para encontrarme en mi cuarto. Estoy en mi habitación, a oscuras. No consigo hacer que mi yo se mueva, pues es autónomo por sí mismo y yo solo soy un invitado en su mente. Solo puedo ver a través de él, y analizar desde un presente lo que en ese momento hice, pensé, sentí. Siento frío. Mucho frío y me acurruco mejor entre las sábanas. Intento cerrar los ojos y descansar, pero el cuerpo aun me tiembla y no me responden las manos. Pido que dejen de temblar pero el miedo y la adrenalina aún me controlan. Ha sido un día difícil y más de una vez hemos estado a punto de morir. No consigo comprende qué ha pasado ni qué nos ha sucedido, solo sé que he estado a punto de perder a Rick y a mí mismo en una de sus locas aventuras y me muerdo el labio inferior para intentar no pensar en ello. El pecho me duele y no consigo comprender cómo he llegado a este estado de preocupación. Debería estar acostumbrado a ello, me digo, pero no es posible acostumbrarse a estar permanentemente al borde de la muerte.

Cuando hemos regresado de nuestra aventura en la nave, Rick se ha bajado de esta en silencio, aturdido como yo, y se ha puesto a trabajar en algún invento por constituir sobre su mesa de trabajo. Yo, necesitado de al menos unas palabras de consolación me he topado de frente con su silencio y su hieratismo. No consigo hacerme cargo de mis sentimientos y he salido corriendo a esconderme en mi cuarto, hasta la hora de la cena. Él no ha reaparecido para cenar, y yo apenas he probado bocado. Se me cierra el estómago cada vez que salgo por ahí y me siento en peligro. Cuando he regresado a mi cuarto me he vuelto a sumergir en el silencio y la oscuridad. Las mantas cubren mi cuerpo, me siento aturdido aún y pensar que él debe estar allí en el garaje, despreocupado de mí y de él mismo me hace sentir impotente y enfadado. Él siempre me hace sentir así, enfadado. ¿Por qué me hace enfadar? Yo le quiero tanto, pero es tan irresponsable…

Un par de golpes de nudillos sobre mi puerta me sobresaltan y me incorporo apoyándome sobre mis codos en la cama para mirar directo a la puerta. Del otro lado no se ve una sola brizna de luz, por lo que entiendo que ya están todos dormidos y es demasiado tarde como para que nadie visite mi cuarto. Yo mismo estaba intentando dormir, pero me puede la curiosidad de saber quién hay al otro lado, por lo que murmuro un sutil “Adelante” que hace que alguien al otro lado de la puerta acceda dentro. De haber sido Rick no se habría molestado en llamar, habría tirado la puerta abajo solo con tal de despertarme y llevarme de nuevo junto a él en sus aventuras, pero me sorprendo al reconocer su rostro entre la tenue luz que entra desde mi ventana y cuando cierra detrás de él me siento acorralado por la imponente presencia de su persona. Me incorporo del todo, asustado, y doy la luz de la mesilla a mi lado, iluminando levemente la estancia con una luz anaranjada que destaca el blanco de su bata y su pelo azulado sobre el marco de la pared frente a mí.

—¿Rick? –Le pregunto y él asiente, cruzándose de brazos y apoyándose en la puerta con una expresión desinteresada. Verle con más claridad me hace sentir más sosegado y apoyo mi espalda en el cabecero de la cama mientras agarro las sábanas sobre mi cintura. Él me mira con desdén y yo le retiro la mirada—. Es tarde, de—deberías estar durmiendo. –Digo y me miro las manos sobre el regazo.

—Sí, pero, no podía dormir. –Me dice y yo me encojo de hombros deshaciéndome de la culpabilidad de su insomnio. Él no se ha mostrado interesado en mí desde que hemos regresado y eso aun me sigue doliendo, por lo que le ignoro hasta que decide abandonar la puerta y se acerca a mí, despacio, pensando en cada uno de sus pasos a medida que se acerca a la cama. Siento un repentino instinto de retroceder, pero me recuerdo que ya estoy contra el cabecero y no puedo huir de él. Me siento acobardado, terriblemente insultado por su presencia en mi cuarto, pero me obligo a relajarme y hacer como que su presencia no ejerce un brutal poder sobre mí—. ¿Estabas durmiendo? –Me pregunta sentándose en el borde de la cama a mi lado, sin mirarme, observando con curiosidad la lámpara sobre la mesilla.

—No. –Le digo, agarrando la sábanas, repentinamente consciente de que no llevo la parte superior del pijama—. Tampoco puedo dormir.

—Lo siento. –Dice, y yo doy un respingo al oír tal humanas palabras de sus labios—. Sé que ha sido un día muy duro, para los dos lo ha sido. –Sus palabras le tornan tan humano y vulnerable que no hallo en él nada de lo que jamás he sentido hacia su persona. Todo el odio y el rencor que me han provocado sus despectivos actos desaparecen con la misma rapidez con la que mi vello se eriza ante su mirada. Cuando me mira, me hace sentir terriblemente culpable de un dolor que se refleja en sus ojos. Un profundo dolor que no consigo comprender. Ni siquiera yo soy consciente de hasta qué punto su dolor puede ser también el mío hasta que no poso una de mis manos sobre su brazo cerca de mí y le regalo suaves caricias esperando consolar el sufrimiento que se trasluce de su mirada.

—Hemos pasado por cosas pe—peores, Rick. –Le digo acariciando la bata blanca sobre su brazo mientras que él mira mi mano sobre él, y se vuelve tan pequeño y vulnerable a mi tacto que yo mismo me siento intimidado por este despliegue de humanidad. Repentinamente lo comprendo—. ¿Has bebido? –Pregunto decepcionado y él se encoge de hombros.

—¿Cuándo no, Morty? –Pregunta con una sonrisa pero en su tono se puede ver la tristeza que esas palabras dejan al descubierto. Mi mano se aleja de él y su mirada sigue con desdén mi gesto hasta caer en mi cuerpo. Se me queda mirando de arriba abajo con esos ojos penetrante y esa expresión seria e inhumana que me está devorando por dentro. Me mira el torso, las clavículas, los hombros, el cuello hasta recaer en mi rostro. Pero no parece estar fuerte para afrontar mi mirada, pues cuando se cruza con ella rápido la retira de mí y suelta un gran resoplido mientras que se pasa las manos por la frente y el pelo, retirándoselo del rostro—. ¿Está todo bien?

—¿En respecto a qué, Ri-Rick?

—A todo, supongo. –Me dice y yo me muerdo el labio inferior.

—Supongo… —Digo no muy seguro y él asiente, como dando por finalizada la conversación, pero no se va, divertido al parecer con recorrer mi cuarto con su mirada.

—Sabes que nunca permitiría que te pasase nada, ¿verdad? –Me pregunta y estoy a punto de contestarle ciegamente que sí, pero todos los recuerdos de sus imprudencias para conmigo me saltan a  la mente y me quedo en silencio viendo como él espera una respuesta de mi parte. No obtiene más que un silencio lleno de inseguridades—. Nunca dejaría que te pasase nada.

—Te creo. –Le miento.

—¿De verdad lo dices? A veces pienso que me crees un completo desastre.

—Eres un completo desastre. –Le digo riendo pero él no se ríe, más bien esboza una triste sonrisa y vuelve a perder la mirada por mi cuarto.

—Lo soy, pero… —Suspira—. E-eso da… –Eructa—. Da igual…

—Además, Rick. –Le digo, llamándole la atención—. Si algo me pasase, no tienen de qué preocuparte. Tienes infinitos Mortys que puedan acompañarte a tus aventuras. –Le digo y mis palabras, aunque divertidas, causan un efecto de repulsión en él que le hacen mirarme como si hubiese dicho la atrocidad más cruel del universo. Me devuelve una mirada herida llena de odio y tristeza mientras que su cuerpo se tensa y yo me tenso con él.

—No vuelvas a decir eso, jamás. –Me reprende con voz grave y autoritaria mientras que yo doy un respingo y asiento, obedeciendo a sus palabras—. Nunca nadie podría sustituirte a ti. –Dice, esta vez con un tono más reconciliador y me mira directo a los ojos, como si realmente pudiese ver más dentro de mí de lo que yo jamás he llegado a investigar. Me mira con tanta profundidad que temo desmoronarme delante de él. Con una mano temblorosa me conduzco a la suya apoyada en el borde de la cama a mi lado y él da un respingo, consciente de lo que acabo de hacer. Aun espero a que la reitre de un manotazo y se burle de mí por tal gesto de condescendencia, por tan dulce caricia, pero no se aparata, y yo no puedo sino intensificar el contacto sobre su mano. Se ve tan grande en comparación con la mía, tan fuerte, tan severa.

—Para mí eres ú-único. Ri-Rick. –Le digo mientras él sigue mirando nuestras manos unidas—. ¿Me prometes no reírte de mí si te digo algo? –Le pregunto esperando por una respuesta afirmativa, pero él solo se limita a asentir, aunque es suficiente para mí—. Te parecerá una tontería, y una cu-cursilada pero… pero para mí eres mi mejor amigo. Jamás po-podría haber imaginado una vida como la que tengo, sin ti. A pesar de todo lo… lo malo, pasar ti-tiempo contigo es lo mejor del mundo. –Suelto una gran bocanada de aire cuando termino de hablar, carcomido por la emoción de soltar tan solo una décima parte de todo lo que siento por él y cuando termino aun aguardo a que se ría de mis palabras, pero él no hace nada, no se mueve un ápice. Sigue mirando nuestras manos sobre la sábana. Cuando habla, no me mira.

—Esta no es la vida que yo habría querido para ti. –Suspira—. Y yo sé que no es la vida que tú deseas. Yendo de un lado a otro, jodiendo tus estudios, tu futuro. Muchas veces te he dicho que la escuela no sirve para nada, pero ambos sabemos que la inteligencia no importa, solo tener un título universitario bajo el brazo. Vivimos en un mundo de borregos y hay que ser borrego para adecuarse a él.

—No… no digas eso. –Le reprendo apretando el agarre de mi mano sobre la suya, pero él no modifica su discurso.

—Sé que muchas veces desearías tener la vida de un a-adolescente, no-normal… Yendo a fiestas, ligando con tus compañeras de clase…

—Pero Ri-Rick, no se puede comparar…

—Estoy de acuerdo. –Suspira—. Ojalá algún día puedas tener una vida así…

—¿A qué viene esto ahora? –Le digo retirado mi mano de él, con lo que él se ve obligado a mirarme a los ojos, en busca de una respuesta a mi comportamiento—. ¿Estás demasiado ebrio? –Le pregunto pero no creo que esa sea la causa, muchas más veces le he visto mucho más ebrio que ahora mismo—. ¿Qué has fumado?

—Nada, Morty. –Dice, ofendido—. Para una vez que intento ser sincero contigo, pedazo de mierda, me acusas de borracho y drogadicto. –Dice, poniéndose en pie, mirándome con desprecio, terriblemente ofendido, y cierto es que jamás le he visto tan lúcido como en este instante y eso es terriblemente aterrador. Un Rick sobrio, es muy peligroso.

—Lo-Lo si-siento Ri-Rick…—Tartamudeo irguiéndome un poco sobre la cama para alcanzar de nuevo su mano pero él la retira de un tirón. Me quedo ahí, temblando sobre la cama con una de mis manos sujetas con firmeza a las sábanas mientras que con la otra he intentado alcanzar la manga de su bata de laboratorio. Me muerdo el labio inferior mientras veo en su mirada como poco a poco recapacita de su conducta agresiva y cuando retoma el control de su estado se desploma de nuevo sobre la cama y se pasa ambas manos por el rostro, por su cabello. Suelta un largo y profundo suspiro y yo me quedo paralizado ante esta imagen tan derrotada de él. No sé cómo actuar ni cuánto tiempo he de permanecer en silencio. No sé qué decir ni como consolar este estado tan demacrado en el que se encuentra. Vuelve a hablar, antes de que yo me proponga a hacer nada—. Lo siento, Mo-Morty. No quería gritarte. Es solo que… es difícil.

—¿Qué es difícil? –Le pregunto, miedoso del efecto que puedan tener en él mis palabras.

—He tenido una vida muy co-complicada, Morty. He hecho muchas tonterías, y he cometido muchos errores. Soy un hombre mu—muy peligroso, no tengo corazón, no tengo remedio. He matado a gente a sangre fría, bien lo sabes. Pero hay ciertas cosas que jamás me perdonaré. Hay ciertos actos de los que me arrepiento. –Dice y siento un vuelco en mi corazón al oírle sincerarse conmigo hasta estos niveles. Porque realmente no parece ebrio, sino, juraría que lo está y esta es tan solo una de sus depresiones después de cada una de sus borracheras. Apostaría lo que fuera  que de un momento a otro el alcohol le doblegará y caerá dormido en mi regazo, pero no hay signos de ello. No ha bebido, no más de lo habitual.

—Ri-Rick… —Suspiro mientras me deshago de las sábanas sobre mi cuerpo y me acerco a él, sentándome a su lado y posando una mano en su espalda, justo en medio de la columna. Puedo sentir algunos de sus huesos a través de la bata y el jersey. Acaricio allí su cuerpo moviendo mi mano en forma de círculos y esto parece aliviarle un poco, pero que se deje hacer, solo me pone más nervioso.

—Hay muchas cosas de las que me arrepiento. –Continúa—. Perder a Unidad, abandonar a tu madre, jugarme tu vida un sinfín de veces, pensarme nuevamente abandonaros unas cuantas veces, pensar en suicidarme… —Yo doy un respingo y detengo mi mano en su espalda. Jamás me habría imaginado que alguien que para mí era tan importante me diría unas palabras tan desgarradoras. Siento como algo se rompe dentro de mí al oírle hablar tan fríamente de abandonarse de esta forma—. Pero no hay nada lo que me arrepienta tanto como lo que voy a hacer ahora.

—¿Qué—qué vas a…? –Pregunto asustado, a punto de retroceder, pero él suelta un largo suspiro.

—Confesarte, Morty, confesarte todo lo que siento. Me está matando. Yo sabía que estaba enfermo, pero no hasta este punto, no hasta tener que involucrarte. –Sus ojos se han vuelto vidriosos pero no me miran. Me duele que no me mire, pero sé que si lo hiciese, dolería mucho más—. Al principio pensé que no eran más que tonterías, culpé al alcohol, al cansancio, a la falta de sexo, incluso me dije a mi mismo que solo sería algo pasajero. Pero ya han pasado meses, y no consigo superarlo. Y saber que esto me acompañará haga lo que haga, me está destrozando. Ya no puedo estar más contigo, ya no puedo seguir saliendo por ahí como si nada contigo. –Sus palabras son lo más hiriente que jamás me haya dicho. Ni las entiendo ni consigo asimilarlas. El dolor es suficientemente acaparador como para no dejarme sentir nada más. Mi mano en su espalda se agarra con fuerza a su bata y mi rostro cae, impidiendo que pueda ver cómo comienzo a derramar lágrimas de confusión y nerviosismo. De dolor por la frialdad de sus palabras. Por la mera posibilidad de no poder seguir viéndole. El temblor de mi mano sobre él le hace percatarse de que estoy llorando y se gira a mí, disgustado con mi actitud—. Así solo haces que empeorar las cosa.

—¿Po—Por qué ya no quieres estar conmigo? –Le pregunto terriblemente angustiado con su carácter, con su forma de tratarme, con la situación y conmigo mismo—. ¿Por qué siempre jodo las cosas? ¿Siempre te meto en problemas? Es porque soy un idiota. –Le suelto, con voz angustiada pero él reacciona apartando mi mano de su espalda y cogiéndome de ambos brazos para zarandearme una vez. Solo una vez, suficiente como para que toda mi atención recaiga en él. Quisiera poder verle mejor pero las lágrimas acumuladas en mis ojos tan solo me permiten ver su contorno vidrioso por la luz de la lámpara.

—No entiendes nada, Morty. –Suelta, chasqueando la lengua, disgustado—. Estoy enfermo, y todo es culpa tuya. Me duele, me está matando… todo por tu culpa…

—No me di—digas eso… Rick… —Digo, temblando en sus brazos.

—Es la verdad, Joder. Mierda, Morty. No puedo dormir, no puedo comer, no puedo pensar. Y si estoy contigo, todo es mucho peor. Por tu olor, por tu forma de mirarme, tu forma de hablarme, solo lo empeoras todo y yo ya no puedo aguantarlo más tiempo. No quiero que sigas estando conmigo por ahí, no puedo permitir que tengas como modelo a alguien como yo.

—Eso debería decidirlo yo. –Le suelto, altivo.

—¿Pero no te das cuenta? –Pregunta y su voz me hace sentir débil y perdido—. Soy abominable, soy asqueroso.

—Nunca antes te has preocupado de su salud mental. –Le digo con una amarga sonrisa triste mientras que él me mira enfadado—. Yo puedo manejar el dolor que tú representas para mí, ¿por qué tú no puedes? –Le pregunto y en mis palabras puede ver una verdad recién descubierta. Acaba de verse en su propia confesión y yo suelto un largo suspiro arrepentido de mis palabras, pero aún expectante a una respuesta por su parte. No obtengo ninguna. Simplemente se limita a quedarse mirándome de arriba abajo con una expresión pérdida. Ojalá pudiera comprender que su confesión trasluce detrás de sus palabras apocalípticas y que sus sentimientos son correspondidos, pero que jamás antes se me habría ocurrido confesarme a él, pues para mí, él es alguien tan inalcanzable como el sol. De querer tocarlo, solo me causaría daño. Como él no se digna a decir nada yo me deshago del agarre de sus manos sobre mis brazos y me paso el dorso de mis manos por mis ojos y mis mejillas, deshaciéndome de cualquier resquicio de lágrimas. Quiero verle, quiero verle en su plenitud, en el cien por ciento de mi capacidad visual, y su rostro se torna en una expresión confusa y algo desamparada. Le ha pillado de sorpresa reconocerse en mis palabras y verse correspondido.

Cuando comprendo que ha entrado en un estado de shock le muestro mi más cálida sonrisa y me acerco a él para envolver mis brazos alrededor de su cuello y apretarle contra mí, como desearía que él hiciese conmigo. Mis manos se ciernen sobre su bata en su espalda y aspiro con fuerza su olor en su cuello. Su olor me produce una extraña sensación de sobredosis que no consigo saciar nunca y siempre busco por más. Acaricio sus cabellos desprendiendo aroma de ellos, me encaramo sobre una de sus piernas, la más cercana a mí y él actúa por acto reflejo, rodeándome la cintura con sus manos. Creo que acaba de darse cuenta de que solo estoy en ropa interior y eso le produce nerviosismo. Yo también me siento así, pero después de verle tan vulnerable frente a mí, no consigo habituarme a tratarle con respeto.

—Dilo. –Le pido susurrando en su oído.

—¿Qué te—tengo que de-decir? –Tartamudea mientras yo beso su mejilla. Jamás pensé que besarle podría ser algo tan caótico en mi interior. Me siento abrumado por su pasividad y su estado de total falta de iniciativa me provoca una adrenalina completamente desconocida. Se ha mostrado demasiado vulnerable, y ahora no puede volverse agresivo.

—Lo que has venido a decirme, desde un principio.

—Ya… ya lo he di—dicho todo. –Dice no muy seguro de sus palabras y yo chasqueo la lengua cerca de su oído mientras termino por subirme a su regazo.

—Dime que me quieres. Quiero oírtelo decir.

—No. –Dice la última brizna de su orgullo, agonizando en el interior de su alma.

—Te quiero, Rick. –Le digo, animándole a corresponderme—. Te amo. Te deseo. No sabes cuánto te necesito… —Suspiro y él solo rodea con más fuerza sus brazos sobre mi cintura. Yo intensifico mis besos en su mejilla, descendiendo por su barbilla hasta su cuello—. Di—dímelo una vez. Solo u—una vez y me tendrás para siempre… —Suspiro y siento como traga en seco por la forma de su manzana de Adán moviéndose agitadamente y después de mis palabras él toma una iniciativa que creí extinta y sujetándome por las piernas se tumba despacio en la cama conmigo debajo de su cuerpo y tenerme así, tan a su poder, me hace sentir mucho más vertiginoso de lo que jamás habría pensado que me sentiría. Su mirada siempre me había parecido algo terrorífico, pero ahora, en este momento, solo deseo que me devore como tanto ansía hacer, como tanto deseo que haga. Realmente necesito que por una vez él se muestre complaciente con mis más impuros pensamientos, quiero que engorde mi ego mientras me mira y me piensa en uno de sus más pecaminosos caprichos.

—Eres un jodido niño caprichoso. –Me dice frunciendo el ceño y tras decir eso esconde su rostro en la línea de mi clavícula para morderme y besarme mientras su cuerpo se recoloca entre mis piernas abiertas. Yo me dejo hacer, temblando y con el aliento ya entrecortado. Sentir sus labios al fin besando mi piel, después de tantas veces que lo he deseado en silencio. Cada beso es una dulce descarga de electricidad que va directo a mi pene, palpitante bajo la presión de su vientre. Alzo mi cadera para intensificar el contacto, la presión, y él lo nota, riendo contra mi piel—. Y muy impaciente…

—Ri-Rick… —Gimo acariciando su cabello y él alza la mirada para toparse con mi suplicante expresión. Deseo que no se detenga, que después de que me haya excitado, no se marche, después de confesarme, no se ría de mí. Tiemblo de solo pensar que esto sea una de sus bromas o incluso de que sea tan cruel como para abandonarme en este instante. Cuando me devuelve la mirada, lo hace con la consciencia de que le necesito más que a nada en este instante, en toda mi vida. No necesito a nadie más y sin embargo es una tóxica reciprocidad la que nos envuelve.

—Dime… —Suspira y yo tiemblo.

—Dímelo… necesito oírlo…

—No, aun no. –Suspira y yo me dejo caer sobre el almohadón, regresando a la sensación de sus besos sobre mi piel, y descendiendo a través de mi pecho. Cuando llega a mi vientre, este se contrae de forma involuntaria por el contacto tan irreal de sus besos. La palabra irrealidad me golpea y me hace pensar que todo esto no es más que un sueño. Un cruel sueño del que no puedo despertar y que va a dejarme a mitad de la experiencia. Pero mis sentidos están tan obnubilados que no consigo comprender nada más allá de que mi entrepierna está ardiendo y mis dientes están torturando mi labio inferior para no gemir el nombre de mi abuelo y despertar a mi padres. Joder, suena demasiado sucio.

Los labios de Rick llegan a mis caderas y comienza a morderme con más fuerza y a dejarme marcas donde sabe que no van a verlas. Pero tan solo deja una o dos. No se excede lo suficiente como para que sean duraderas. Comienza a besarme el interior de los muslos, en mi ingle, y cuando su mano cae en el bulto de mis bóxers doy un evidente respingo por la sorpresa. Apenas ha presionado un poco ya se mira la mano, cubierta de viscosidad. Mi presemen delata mi entusiasmo y mientras yo le retiro la mirada, rojo, ardiendo, él se ríe de mi necesidad y vuelve a presionar allí, dejándome hecho un caos de gemidos y espasmos.

—Shhh… —Me chista—. ¿Quieres que nos oigan? –Me pregunta y yo niego rápido con el rostro, asustado de la idea de que puedan descubrirnos—. Me encantaría oírte gemir mi nombre, pero más quiero acabar con esto sin interrupciones, así que muérdete la mano. –Me sujeta una de mis muñecas y guía mi propia mano hasta mis labios. Yo asiento mordiendo el dorso de mi mano, intentando regular mis gemidos, pero en realidad, deseo gemir, deseo gritar su nombre y que él me oiga, inflamando su ego.

—Ri-Rick… —Suspiro—. ¿Vas… a…? –Pregunto mientras veo como sus manos se disponen a bajar mis bóxers y él me lanza una mirada ladina.

—¿Tú qué crees? –Me pregunta y deja mi erección al descubierto mientras que se deshace de la ropa interior y se coloca entre mis piernas. Las maneja a su completo antojo, colocándoselas sobre los hombros mientras comienza a besar mis testículos. Yo pierdo toda conciencia y autoridad. Pierdo nociones básicas de supervivencia y me quedo como un amasijo de nervios mientras me retuerzo debajo de su lengua. No conozco más que el placer que su boca me transmite y solo deseo que el placer se mantenga y vaya en aumento. Con mi mano libre de mis dientes acaricio su cabeza intensificando el contacto. Mis caderas se mueven solas, buscando fricción. Deseo que engulla toda mi longitud y lo deseo ahora. Ahora.

—¿Podrías…? –Le pregunto y no necesito más, pues él acata con suma diligencia mis órdenes aun no pronunciadas, acercándose mi pene a sus labios y le da una larga lamida. Yo solo sé jadear su nombre de forma inconexa. Su lengua es tan experta, sus labios son tan ardientes, y su mirada me quema. Siento que todo mi vientre arde, estoy a punto de correrme y ni siquiera ha empezado. Intento aguantar, cierro con fuerza los ojos y me concentro para no sentir que se traga mi longitud, pero apenas necesita un par de veces para que yo me venga en el interior de su boca y él lo trague todo en silencio, completamente sumiso a mí. Después de correrme me siento aturdido y avergonzado, incapaz de enfrentarle y cubro mi rostro con mi antebrazo, ocultándome de él, pero él me lo retira y hace que le mire, levemente divertido.

—Sí que tenías ganas… ¿Tan impaciente eres, pequeño pedazo de mierda?

—Lo… lo siento mucho, Ri-Rick.

—Ni siquiera me has avisado. –Me echa en cara y yo le retiro el rostro, avergonzado. Eso no hace sino alentarle a torturarme un poco más y posa su mano en su propia entrepierna, aun cubierta con su ropa—. Pues ahora el que tiene un problema soy yo. –Se lamenta y yo sonrío divertido con la idea de ser yo, únicamente yo, su nieto, quiero alivie ese problema y le atraigo a mí para besarle, tan torpe como únicamente sé. Me incorporo poco a poco hasta estar sentado delante de él y le quito la bata a ciegas y después le jersey. Separamos nuestros labios y el ardiente beso que se estaba desarrollando para buscar aire. Cuando vuelvo a toparme con sus labios soy repentinamente consciente de que este es nuestro primer beso. Ha sido demasiado natural, muy humano, necesitado. Ni siquiera ha sido algo destacable. Simplemente su lengua jugando con la mía como ambos dos tanto ansiábamos. Ha sido, sin embargo, perfecto. Él posa su espalda en el cabecero de la cama y yo me siento sobre él mientras una de mis manos se cuela en el interior de su pantalón. Buscando a ciegas mientras aun nos besamos, su pene erecto. Me topo con él y Rick sufre un disimulado espasmo.

—Wow… es tan grande, Rick. –Le digo sobre sus labios insuflando pasión en su ego. Acariciar sutilmente su ego es siempre una muy buena apuesta si quiero tenerle sumiso y sediento de más.

—¿Crees que podrás metértela en la boca? –Me pregunta altivo y yo hago un puchero.

—Haré mi mejor esfuerzo. –Él sonríe, pervertido y yo me salgo de su regazo para terminar por desabrochar sus pantalones y me ayuda a quitárselos. Se deshace también de los zapatos, los calcetines y la ropa interior. Mostrándome altivo yo también le miro de arriba abajo olvidando mi pudor y él enrojece levemente sus mejillas, impacientando e intimado por mí. Verle así me hace comprender el poder de mi mirada sobre él y lo que puedo causar sobre su persona. Sin pensarlo demasiado llevo mis manos a su pene y comienzo a moverlo, primero despacio, y después aumentando el ritmo de mis manos sobre él. Él no se mantiene quieto, aprovecha para acercarme más a él y besarme el rostro y el cuello. Sus manos vagan por todo mi cuerpo y me hace sentir emocionado de nuevo. 

—Hazlo ahora. –Me pide apoyando una de sus manos en mi hombro e inclinándome para que quede frente a su pene. Yo me tumbo a lo largo de la cama y comienzo a lamer desde su base ascendiendo poco a poco. Su mano sigue en mi hombro y siento como sus uñas se clavan en mi piel con cada una de mis lamidas. Siento su cuerpo temblar de placer y cuando alzo la mirada para verle, él me observa desde la distancia con ojos cegados de placer. Con mis dedos juego con su glande mientras beso sus testículos y su ingle, retardando el momento. Cuando presiono con mi pulgar en su glande, sufre un espasmo en donde se le escapa un dulce y melodioso gemido. Sus manos viajan de forma inconsciente hasta mis cabellos y me acarician, siendo dulce al principio, pero cuando comienzo a sumergir su pene en mi boca, no se contiene ya a empujar de mi cabello para acelerar el ritmo. Hago el mejor esfuerzo posible, tal como le he prometido, para no atragantarme o no toser, pero cuando su pene golpea mi garganta me hace sentir nauseas y retrocedo. Agradezco que él me permita hacerlo y le miro suplicando por su perdón pero él no solo sonríe, cariñoso, sino que lo toma como suficiente y me retira de su pene, colando sus manos por mis axilas y acercándome a él con cuidado y una mirada amable.

—Lo siento… —Me disculpo mientras que él niega con el rostro.

—No tienes de qué…

—No tengo tanta experiencia como tú y… —Me silencia con un beso y yo reacciono dando un respingo y sonriendo de forma atontada, disfrutando de cómo sus manos me rodean la cintura y sus ojos recorren mi cuerpo, toda mi anatomía, con una pasión insuflada por toda la situación.

—Cállate. –Susurra sobre mis labios mientras vuelve a besarme. Con sus brazos alrededor de mi cintura me aúpa hasta quedar sentado sobre su regazo y con hábiles cualidades conduce dos de sus dedos a mi entrada. Yo doy un respingo cuando siento que uno de sus dedos presiona mi entrada y él sonríe ladino, por mi reacción. Vuelve a presionarme para que repita la reacción pero solo consigue sacar gemidos de mis labios contra los suyos—. Chupa esto, Morty. –Me dice posando sus dedos frente a mi rostro y yo hago mi mejor esfuerzo por hacer que queden perfectamente lubricados. Paso mi lengua a lo largo de su longitud tal como he hecho con su pene y él se entusiasma solo de verme. Me divierte saber que debo verme apetecible, y me excita saber que él va a devorarme, de un momento a otro.

Cuando cree que es suficiente yo me yergo y me abrazo con fuerza a su cuello mientras él vuelve a tantear con las yemas de sus dedos mi entrada. Siento cosquillas y una adrenalina que ciega el resto de mis sentidos. Solo puedo sentir uno de sus dedos surcando mi interior mientras todo el resto de mi cuerpo tiembla en sus manos.

—Rick… —Murmuro mientras él silencia el susurro con sus labios. Cuando su dedo entra por completo en mí comienza a palpar con delicadeza mi interior, dejando que me acostumbre a la intermisión. Yo comienzo a saltar sobre su dedo y él sonríe en mis labios—. Otro…

—¿Ya lo has hecho antes?

—Siempre pensando en ti. –Suspiro y él mete un segundo dedo dentro de mí. Sus dedos tienen una gran diferencia a los míos, son grandes y largos, llegan muy dentro de mí y yo solo puedo retorcerme sobre ellos. La sensación es acaparadora, es tremendamente cegadora. Me muerdo el labio inferior conteniendo los gemidos que desean salir de mis labios sin permiso. A veces no puedo contenerme y gimo su nombre en protesta de más presión, más velocidad, más dedos. No me contengo, no puedo creerme que después de tanto tiempo él me tenga de esta forma y yo le tenga a él, en este instante. Por mi mente ya había surcado antes esta idea, esta situación, pero me había parecido tan fantasiosa, tan ilógica, tan utópica, que vivirla me hace pensar de nuevo que tal vez me encuentro en un sueño. En un maravilloso sueño donde todos mis mayores deseos se cumplen al fin, tenerle a él en mis brazos.

Cuando sus dedos llegan a tocar, ansiados y temblorosos, mi próstata, me vuelvo frágil y sumiso. Me trasformo en dulce miel para sus labios, caigo en un tétrico abismo de gemidos y temblores, espasmos, terribles murmullos de su nombre suplicando por más. Las piernas no me soportan, solo su brazo alrededor de mi cintura. Mi pecho contra el suyo, mis ojos cerrados con fuerza, mi rostro oculto en la línea de su cuello y mis manos agarrándome con fuerza a sus hombros para que me sirva de punto de apoyo en esta vorágine de espasmos y temblores.

—Mas… —Le exijo mientras él presiona allí pero ante mi súplica saca sus dedos de mí haciéndome soltar un gélido disgustado por el vacío que se ha generado en mi interior.

—Si qui-quieres más… —Suspira mientras se masturba—. Ya sabes do-donde en—encontrarlo… —Dice y yo estoy tan deseoso de volver a sentir que su cuerpo golpea lo más profundo de mí que me deshago de cualquier brizna de vergüenza y me yergo, a duras penas, apoyándome en mis rodillas y llevo una mano a su pene tras mi espalda. Lo reconduzco a mi entrada y cuando presiono un poco, su glande se introduce dentro de mí con facilidad pasmosa. Estoy muy excitado, lo suficiente como para no sentir dolor. Solo una ligera molestia que se siente incluso excitante. Él me ha causado mucho más dolor con sus palabras de lo que este gesto pueda suponer. Yo frunzo el ceño mientras suelto algún que otro insulto pero a él realmente le está resultado placentero. Sus manos temblando se dirigen directas a mi cadera para regular la velocidad a la que desciendo sobre su pene e intenta mantener la vista fija en mí, a duras penas, pues desea poner sus ojos en blanco. Yo también.

Este es el momento, me digo, este es el instante en que ya no hay vuelta atrás. Ni yo pienso retroceder ni pienso permitir que a él se le pase por la cabeza. Ninguno de los dos deseamos echarnos atrás, y menos en la situación en la que nos encontramos, pero es justo en este instante donde acabamos de trasgredir la última de las normas morales aceptadas por la sociedad de en donde vivo y desearía que lo que estamos haciendo no fuese algo de alto riesgo, pero esto lo hace incluso más excitante, me atrevería a decir. Él sabe mejor que yo que esto está mal, pero jamás he deseado nada como deseaba esto, y es, sin lugar a dudas, mil veces mejor de lo que yo me pensaba. El placer es supremo y la idea de que por una vez Rick esté condicionado por mis acciones y por mis deseos me insufla una bocanada de fuego a mi ardiente ego. Me siento renacer, me siento por primera vez, completo.

—¿Puedes moverte? –Me pregunta creyendo que el tiempo que nos hemos mantenido quietos es suficiente para acostumbrarme, pero yo no sé si lo es. Yo ya no sé nada. He perdido el contacto conmigo mismo y me he sumido en el contorno de una gota de sudor que cae a través de su sien hasta descender por su cuello, por sus pectorales. No alcanzo a encontrarme dentro de mi mente y desearía que el momento fuese más ordenado, desearía tener el control de algo, pero con este cuerpo tembloroso en el que me hallo, no creo que sea capaz de hacer nada por nadie.

—Sí, creo que sí. –Le digo mientras me sujeto de sus hombros y comienzo a mover las caderas de arriba abajo por su longitud. Al principio solo él recibe el placer que mis paredes le devuelven y yo me limito a hacer de mi cavidad un lugar donde su pene se encuentre bien. Me hago a él y a su forma, a su longitud. Comienzo a gemir, infundido por el dolor transformado en placer. Me veo masoquista e idiota, pero mis gemidos le hacen sentir a él mucho más débil de lo que el propio acto puede hacerle ver. Él comienza a gemir también. Y Dios, el sonido de sus gemidos es música, es una maravillosa ópera a todo volumen. Es la mejor de las experiencias vividas. Y el hecho de saber que es causa de mis actos, eso me vuelve la piel de gallina. Quiero gemir mucho más alto, quiero que me recompense con un beso. Quiero su atención de vuelta—. Dímelo, —le pido—, dímelo ahora.

—N—no… —Dice conteniendo un gemido mientras que me mira con un ojo entreabierto.

—S—si no me dices que me quieres, pararé. –Le advierto mientras aprieto mis manos sobre sus hombros y él sonríe, cínico.

—No lo harás. –Me advierte con una mirada siniestra, pero yo puedo ser mucho más cruel que eso y me levanto por completo sacándole de mí, dejándole con una mueca de confusión y al mismo tiempo de decepción. Se me queda mirando, dolido, pero yo solo me quedo en el mismo sitió esperando por él. No dice una sola palabra, no se atreve, y menos con su orgullo herido y una palpitante erección reclamando por atención.

—Pedazo de mierda. –Murmura con los dientes apretados, molesto por mi actuación—. Niñato gilipollas. –A sus palabras rápido se incorpora y yo retrocedo, asustado ante la idea de que se marche pero no lo hace, me sujeta por la muñeca empujándome sobre el colchón y yo me dejo hacer, excitado aunque no lo reconocería—. Vas a aprender a no jugar con tu abuelo, maldito… —Murmura mientras con una mano rodea uno de mis tobillos y me abre de piernas mientras puedo leer en su mirada sus intenciones. Hace mucho que tengo esa cualidad, y jamás se le ha pasado por la mente una sola idea agradable. Yo me agarro rápido al almohadón debajo de mi cabeza y con una mano cubro mis labios, conociendo que el dolor va a golpearme. Lo hace cuando se mete bruscamente en mi interior y me mueve junto con sus embestidas. Son rápidas, violentas, pero por el amor de Dios, son certeras y la oleada de placer inunda mis sentidos.

—¡Mierda, Rick! –Grito y él rápido acude a poner una mano en mi cuello, avisándome del volumen de mi voz. Ni siquiera puedo ser consciente de ello. Solo deseo gritar su nombre, ser el estimulante que le haga volverse un desenfreno. El sonido de nuestras pieles me eleva al cielo, el calor de su pene en mi interior, el dolor de no poderle tener más cerca. Todo me sienta terriblemente mal. Me siento febril, enfermo. Rick se inclina sobre mi cuerpo y pone ambas manos a cada lado de mi rostro, mientras continúa con las embestidas. Sentirme tan intimidado por su rostro sobre el mío, por sus gestos, sus facciones pervertidas, me hace sentir terriblemente acobardado. Me encanta.

—¿Qué te parece esto, pequeña mierda? ¿Hum? ¿Te gusta?

—Me en—encanta… —Suspiro mientras interno mis manos en sus cabellos y atraigo su rostro hacia mí para besar sus labios. Él corresponde gustoso a mi petición y su lengua se cuela en mi boca, le recorre toda la cavidad y después lame divertido mis labios y mi propia lengua, mientras yo gimo su nombre en susurros inconexos. Desearía gritar de nuevo, pero sus labios me lo prohibirían—. M-más rá-rápido. –Le pido, no muy seguro de que sea posible ni de que él desee, pero acata con diligencia mi petición y sus embestidas golpean desenfrenadamente mi próstata hasta hacerme delirar. Puedo notar como salgo de mi propio cuerpo, como me elevo sobre el conocimiento, el placer y el deseo. Me siento eufórico, y al mismo tiempo con la paz instaurada dentro de mi cuerpo. Desearía que el instante no terminase nunca, pero una presión en mi bajo vientre me obliga a correrme, no puedo aguantarlo más, es inminente—. Voy… voy a ve—venirme… —Le advierto y él asiente intensificando la fuerza de sus embestidas hasta que yo me corro sobre nuestros vientres y él se viene segundos después, por la presión de mi cavidad alrededor de él. Se viene con gemidos inconexos y con gotas de sudor cayendo por su nariz.

Su líquido en mi interior se siente caliente, pastoso, pero sobre todo, excitante. Cuando sale de mí lo hace con un gemido de ambos y sin pensarlo demasiado me limpia los mulos y los glúteos con su propia bata de laboratorio. Lo hace despacio, con cuidado. Mirándome con preocupación y rubor. Yo evito su mirada, pues poco a poco recobro en mí la conciencia y soy plenamente consciente del desorden que he sido hace apenas unos segundos. Cuando termino de limpiarme tiro de él, de su brazo, para acercarle a mí y besas sus labios, gesto que no corresponde.

—¿Pasa algo? –Le pregunto cuando se aleja y yo me incorporo, posándome contra el cabecero, sintiendo repentina vergüenza de lo acontecido.

—No, no pasa nada. –Dice mientras busca con la mirada su ropa interior, con la misma sensación de vulnerabilidad que yo, y se la pone con extrema rapidez. Después le sigue sus pantalones pero yo me quedo mirándole con una mueca entre enfadada y ofendida.

—¿Ya te vas? –Le pregunto.

—¿Qué pensarían tus padres si nos viesen? ¿Quieres que nos pillen?

—Estás siendo un maldito gi-gilipollas. –Le digo frunciendo el ceño, herido. Cuando él recae en mi mirada suelta un largo suspiro y camina hasta mí para besar mis labios. Es un beso lento, mucho más de lo que habría deseado. Un beso que rompe con un suspiro y yo cojo su rostro en mis manos para evitar que se vaya—. Quédate. –Murmuro.

—Te quiero. –Pronuncia de sus labios, volcando mi corazón en un desesperado arrebato de amor. Pienso en volver a besarle, pero sus palabras se interponen entre ambos—. Demasiado, me temo. Tanto que no pienso volver a poner tu vida en riesgo. Tanto que no puedo permitir que este recuerdo siga por más tiempo en tu mente. –Me dice y yo suelto su rostro para verle alejarse de mí, con una mueca extraña. Yo no sé qué decir a sus palabras.

—¿Qué significa eso?

—Significa que de ahora en adelante, los próximos días te preguntarás porqué ya no te llevo conmigo a ningún lado y porque apenas te hablo. No volveremos a hacer nada juntos, Morty. Ya no puedo seguir haciéndome esto, y tú estás demasiado involucrado. –De uno de los bolsillos de su bata saca una extraña pistola que dirige sin pensar a mi rostro y yo doy un respingo, retrocediendo todo lo que puedo hasta chocar mi cabeza con el cabecero.

—¿¡Qué diablos, Rick?! –Pregunto, terriblemente asustado, temeroso de mi mismo, pero la decaída expresión de su rostro no me da un solo voto de confianza.

—Te amo. –Suspira—. Y lo siento…

Un terrible flash de luz me ciega momentáneamente y siento un terrible pinchazo en el cráneo. Un mareo atroz, una terrible sensación de vértigo que me hace regresar poco a poco a mi ser, a mi yo, al yo del presente que jamás ha salido de esta extraña habitación llena de mis recuerdos. Cuando abro los ojos, cegado momentáneamente, descubro ante mí la misma escena que recuerdo al cerrar los ojos pero esta vez, la realidad se me vislumbra con matices hasta ahora desconocidos. Siento reincorporada a mí una parte primordial de mi vida, de mi existencia. Con el recuerdo de nuevo en mi memoria puedo ser plenamente consciente de lo acontecido y miles de diferentes sentimientos me sobrecogen hasta el punto de sentirme impotente por todos ellos y sin pensarlo demasiado me quito el casco sobre mi cabeza y desengancho la cápsula del propio aparato y me la quedo mirando con la extraña sensación de que es algo que jamás debí haber recordado, algo demasiado privado, pero forma parte de mí mucho más que de cualquiera. De nuevo en mi memoria, nadie más osará disfrutar con ella, por lo que la estampo contra el suelo en un terrible arrebato de ira incontrolada. Se me desborda. Es demasiado fuerte y sin poder hacer nada con ella me levanto del asiento dirigiéndome a las cápsulas para derribarlas todas y que se pierdan en el olvido esos recuerdos. Los que he visto, los que aun no recuerdo, los olvidados y los que jamás debieron suceder. Todos, vertiéndose contra el suelo, pudriéndose como cristales rotos bajo el peso de mis zapatos. Mis gritos se convierten en llanto y mis ojos irascibles derraman gruesas lágrimas mientras los botes estallan contra el suelo. A mis pies se crea una fina capa de líquido multicolor que no hace sino hacerme sentir terriblemente desgraciado. Caigo al suelo, exhausto, y rompo en llanto cubriendo mi rostro con mis manos manchadas de mis recuerdos. Con la horrible sensación de que he sido utilizado, con el temor de que no haya sido real, con la certeza de que le amo y que nada de lo que haya podido olvidar, me borrará ese sentimiento.

 

FIN

 

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