ERES MI PEOR PESADILLA (Gorillaz) [One Shot]
ERES MI PEOR PESADILLA
Stuart Pot POV:
Habitación de
2D en Plastic Beach.
Mis manos tiemblan. Es lo único que llevan
haciendo durante horas y no puedo detener este movimiento involuntario. Uno mis
manos, entrelazo mis dedos, juego entre ellos y con ellos, pero lo único que
consigo es ponerme aun más nervioso y no alcanzas a comprender el motivo de
este sentimiento de inseguridad. Es el frío, tal vez porque hace un frío
tremendo, por no hablar de la humedad colándose a través de las paredes. Tal
vez sea que realmente estoy nervioso, o el miedo recorriéndome todo el cuerpo y
es justo en mis manos donde se exterioriza este sentimiento. Las miro y verlas
temblar me hacen sentir mucho más agobiado que antes, es algo progresivo, algo
que no puedo controlar.
Sin pensármelo más tiempo les doy una
función que es pasar por mi rostro para despejar mi expresión y después a
través de mi pelo. Me quedo con ellas sobre mi cabeza mientras me dejo caer de
espaldas a la pared y apoyado en esta hasta tocar el suelo. Me quedo ahí,
sentado en el frío suelo mientras escondo mi rostro sobre mis rodillas y me
cubro la cabeza con mis manos, en una postura fetal, en signo de querer
protegerme de algo invisible que en pocos minutos va a hacerse material. Quiero sentirlo. Estoy a punto de creer que
ya se ha materializado pero no, aún tengo tiempo para torturarme con mis
propios pensamientos. Esto es lo que él quiere, que piense en el dolor hasta
que me desespere y enloquezca. Pero no sabe que yo ya estaba desesperado antes
de venir aquí.
El sonido del mar a lo lejos me llega con
un suave murmullo que para mí es la más aterradora señal de que esta es la
realidad, y aquí me ha dejado varado el destino. Me cubro los oídos pero el sonido
de las profundidades sigue atormentando mis pensamientos, borra mis recuerdos,
mis expectativas de futuro. Ha borrado hace tiempo mis ganas de seguir viviendo
pero sigue sosteniéndome aquí, en esta fría y sucia isla de plástico. No es el
mar lo que me retiene, es él. Es él quien me ha secuestrado y es quien sigue
atormentándome con sus gritos y sus golpes. Cada día es más violento, cada día
me borra más el sentido del deber y del respeto. Ha borrado mi confianza para
con él y está a punto de arrebatarme lo más preciado que tengo, mi cobardía. En
cuanto encuentre una fina hebra de eso que llaman valentía pienso acabar con
todo esto. No es algo repentino, pero tampoco es algo decisivo, pues aun dudo
de encontrar en mí un motivo suficiente como para abandonarme hasta ese punto.
Sin darme cuenta debajo de uno de mis pies
encuentro una partitura escrita en un papel cualquiera, arrugada por el peso de
mi pie, sucia por el propio lugar y levemente emborronada. Puede que haya sido
la humedad, o tal vez mis lágrimas cuando la escribí. No consigo recordar
cuando ha sido ni tampoco en qué condiciones me encontraba. Hace semanas que no
tengo mis pastillas conmigo y los dolores de cabeza han comenzado a pasarme
factura. Ya no duermo, cuando él me lo permite. Ya no como, cuando él me da el
sustento. Ni siquiera me concentro pues cada pulsación de dolor que se crea en
mi cerebro es como un horrible disparo atravesando de parte en parte mi
cerebro. Pero no muero. El dolor reverbera unos segundos y después de varios
minutos me sobrecoge otro tremendo pinchazo. Caigo a la cama, me tambaleo
alrededor hasta que encuentro un lugar en el suelo en donde poder reptar y
caigo sin aspavientos hasta que él me encuentra al día siguiente y me despierta
con sus gritos. Puede que sean estos los causantes de mi dolor, pero no solo me
causan dolor cerebral. En mi corazón también hacen efecto.
Sin pensarlo demasiado, puesto que no
puedo pensar desde hace días, cojo con una de mis manos temblorosas la
partitura y la miro unos segundos. Mi vista está cansada, mi cerebro no rinde a
la velocidad a la que estoy acostumbrado, y antes de leer un pentagrama entero
la dejo caer a mi lado. Mi mano cae con ella al suelo como si no pudiese
sostenerla en el aire por más tiempo y hace un sonido seco al chocar contra la
superficie del suelo. Suelto un largo suspiro que intenta contener el llanto,
pero no lo logra. Dos grandes lágrimas comienzan a caer sobre mis mejillas en
tiempos diferentes, con la misma dirección, la nada más absoluta. Cuando quiero
ser consciente de ello y ponerle remedio, solo se me ocurre pasar el dorso de
una de mis manos a través de mi rostro como si eso fuese suficiente para borrar
toda la ansiedad de mi cuerpo, como si con mis lágrimas desapareciese el dolor
más enquistado de mi alma, pero no se va. Sigue en el mismo lugar, pero
aumentado de tamaño al verme tambalear entre la realidad y una dulce fantasía:
ser feliz.
Cuando dejo de oír el sonido de la ballena
me descubro el rostro para escrutar con una brillante y temblorosa mirada las
siluetas de los pocos muebles de estos vulgares aposentos. La línea de la cama,
todos los teclados tirados por el suelo, alguna melódica por ahí abandonada.
Pero sobre todo, la cantidad de papeles que hay por doquier. En algunos tan
solo hay garabatos al azar, en otros, proyectos inacabados, en otros, los
asquerosos y tristes pensamientos que se han desbordado, junto con mis
lágrimas, y han caído justo en esos papeles. La estancia está hecha un asco y
yo solo puedo arrinconarme en una esquina de la habitación mientras me paso las
manos por el rostro, intentando borrar expresiones desagradables y malos
pensamientos. Mi ojo derecho duele y el pómulo de este ha dejado de sangrar
hace unas horas. No me he mirado en ningún espejo, pues no tengo nada que se le
asemeje, pero he podido comprender que debe estar terriblemente amoratado.
Seguramente del mismo color que mis costillas en el costado izquierdo y varios
círculos a lo largo de mis brazos y piernas. Mi labio inferior también lo
siento dañado. Pero no ha sangrado tanto. En mis nudillos no presiento
hematomas, pues la pelea no ha estado igualada y no me habría gustado tener que
defenderme. De haberlo hecho, probablemente y con seguridad, me habría quedado sin
oportunidad de seguir viviendo. De haberle intentado detener, solo habría
aumentado sus ansias para golpear. Pero esto, es necesario. Él dice que es
necesario. Para que yo trabaje y para recordarme a mí mismo con la seña de sus
marcas que le pertenezco. En ningún momento le he concedido mi alma a cambio de
nada pero ese parece ser el trato que hemos pactado. Yo aun sigo esperando
resultados y soy bastante conformista. Un gesto suyo me salvaría de la
necesidad y la espera. Pero no obtengo nada más que dolor y vejaciones. No
sabía que mi alma no era pago suficiente por un poco de su atención y si
pudiera, le daría mi vida completa por una de sus sonrisas de agradecimiento.
Un mero gesto, una dulce caricia que me reconfortarse. Lo que más duele es que
él sabe que le adoro, que le idolatro y que necesito que me recompense el
esfuerzo invertido en su fama, pero no parece estar de acuerdo en querer
agradecerme todo el esfuerzo que hago.
¡Otro pinchazo! Parece que la cabeza se me
va por momentos. No me extrañaría ver que me sangran los oídos. A él le encanta
golpearme en la cabeza y eso podría haber provocado una hemorragia interna o
simplemente algo que se haya quebrado. No me extrañaría morirme en sus manos,
por sus manos, por su culpa. No me resultaría desagradable, tampoco, pues ya me
he hecho a la idea de que así sucederá. Él un día perderá el control y ambos
nos arrepentiremos de muchas cosas. Yo de haberle perdido y él de haberse
perdido en sí mismo. Al menos, eso espero. Rezo por ello, porque un día recobre
la decencia y la cordura. Al menos que lo haga antes de que yo fallezca a causa
de su locura. ¡Un pinchazo más! me agarro con fuerza la cabeza y estiro un poco
de mis cabellos. Con esta luz marina se sienten terriblemente azules en
comparación con el resto de la realidad. Por primera vez no me siento tan
extraño conmigo mismo, pero después miro los moratones en mi cuerpo y me
retracto de mis pensamientos. Apoyo mi cabeza en la pared, exhalo un largo
suspiro. Él está a punto de bajar, lo presiento.
Como si mis pensamientos se materializasen
comienzo a oír el sonido de sus pisadas a través de la planta superior para
bajar a verme. Sus pasos son muy llamativos. Las botas cubanas hacen un ruido
peculiar que siempre consiguen sacarme de todos mis pensamientos para tensar mi
cuerpo y ponerme alerta de un posible arranque de extrema violencia. El sonido
de sus pisadas es, para mí, como el gruñido del depredador a la hora de caza,
como el grito del ave rapaz que se abalanza contra su presa sin que esta se
percate de que está a punto de convertirse en un festín que sacie la brutalidad
animal más inhumana. Y yo, como presa, me escondo de nuevo en mí mismo
haciéndome bola en el suelo. Mis piernas están delante de mí, para protegerme,
y mis manos cubren mi cabeza, donde más le gusta golpearme. Me gustaría poder
protegerme mejor, o incluso, defenderme, pero ni tengo las herramientas, ni
tengo el valor. Por lo que me temo que mi última y única escapatoria es desear
porque esté lo suficientemente ebrio como para que se caiga por las escaleras a
la entrada de mi habitación y muera, en un terrible accidente que yo lamentaría
mucho.
Cuando los pasos se detienen justo al otro
lado de la puerta, puerta que está frente a mí pero que no me atrevo a
enfrentar, sé que su presencia aquí dentro ya es algo inminente. No consigo
comprender el dolor que me atenaza desde dentro. Estas duras pulsaciones de mi
corazón al saber que tras casi doce horas, vuelvo a saber de él. Miles de
sentimientos contradictorios me traen su presencia mientras siento el candado
abrirse. Nostalgia, miedo, pánico, terror, tristeza, preocupación, aprensión,
asco, ternura, comprensión, condescendencia, adoración, necesidad, amor. Sí,
amor. Aunque ni yo mismo me lo reconocería. Y jamás osaría reconocérselo a él.
Me mataría, si no me muero yo del propio sentimiento por su causa.
—Stuart… —Oigo su voz cuando la puerta se
abre. Entra poco a poco bajando uno a uno los escalones con ese sonido de sus
botas a lo largo de la estancia. Es un sonido que vuelve a ponerme en alerta,
pero en vez de tensarme, tiemblo. El temblor se ha extendido desde mis manos a
todo mi cuerpo mientras intento por todos los medios que no sea algo evidente.
En vano, por supuesto—. Stuart Pot. –Me llama, y mi verdadero nombre desde sus
labios me hace sentir mil veces más temeroso. Acaba de convertirse en un padre
que está a punto de darle a su hijo una lección que no va a olvidar jamás. Una
lección basada en violencia carente de argumentación y de insultos del todo
estrambóticos. De solo pensarlo se me saltan las lágrimas de los ojos, pero él
no puede verlas, y por suerte, yo no puedo verle a él.
Sus pasos han terminado de bajar las
escaleras y se aproximan al lugar en donde estoy acurrucado. No creo necesario
descubrirme a él, tampoco él necesita ver mi expresión para saber que estoy
aterrorizado. Por él, por el mar, por la ballena, por la presencia de piratas
cerca de la isla y sobre todo, aterrorizado con la idea de que esta será una
situación permanente. Haber perdido la esperanza es lo que más duele, pero yo
la perdí hace ya mucho tiempo. La esperanza de perderle.
—¿Qué tenemos aquí? –Pregunta con una voz
enfadada mientras se acerca a mí y se detiene justo frente a mis pies en
calcetines de diferentes colores. Yo encojo mis pies aun más cerca de mi cuerpo
y él no parece necesitar una respuesta de mi parte—. ¡Tienes todo esto hecho un
desastre! –Dice asqueado con sus propias palabras. Yo suelto un largo suspiro
mientras me muerdo el labio inferior—. Todo por el suelo, papeles arrugados,
hechos un asco. Das asco 2D. –Yo asiento a sus palabras mientras aun sigo
oculto por mis manos. La idea de desprenderme de ellas me resulta demasiado
temeraria y suicida. Enfrentar su rostro es algo que nunca ha de hacerse—. ¿No
vas a contestarme? –Pregunta pero ante mi nula respuesta su mano se cierne
sobre mis cabellos, los pocos que dejan entrever mis manos, y me hace dar un
respingo mientras me yergue, solo con la fuerza de sus manos tirando de mi
cabello. Consigue ponerme a su altura mientras que una de mis manos sujeta la
suya en mi cabello y la otra se apoya en la pared a mi espalda, para no perder
el equilibrio.
—Dudu-du-ele… —Digo tartamudeando por el
dolor, la incomodidad y el miedo. El dolor en mi cabeza se acentúa por su tirón
y cuando me tiene de pie no tiene porqué seguir sujetándome, pero no me suelta,
al contrario. Me dirige la cabeza a su antojo en la dirección de los papeles
tirados por el suelo y los teclados esparcidos por doquier.
—¿Eso es lo que haces en tu tiempo de
trabajo? –Me pregunta, girándome al rostro—. ¿Hum? ¿Eso es lo que haces con mis
instrumentos?
—Lo… lo siento… —Digo, y bajaría la cabeza
con el rostro en un puchero y los ojos cerrados, pero él no me deja.
—Un lo siento no es suficiente. Ya puedes
haber hecho algo de provecho. –Dice mientras tira de mi pelo hasta hacerme caer
al suelo con un sonoro golpe. Caigo sobre todo el papeleo alrededor y uno de
mis brazos se da con uno de los teclados. Romperme el brazo no sería el
problema. Tendría un serio problema de haber dañado el instrumento. Una vez
libre de su mano en mi pelo comienzo a recoger todos los papeles mientras busco
entre ellos algo que le sirva como excusa
para no golpearme por hoy. Al no encontrar nada decente comienzo a
sentir un sudor frío recorrerme la espina dorsal y llegar hasta mi nuca.
Comienzo a sudar. No consigo encontrar nada válido entre tantas notas
desencajadas y tantas frases de cursi amor que él despreciará enseguida. Los
papeles en mis manos se arrugan, se estropean. A cuatro en el suelo revuelvo
todo alrededor para buscar cualquier indicio de que he estado siendo
productivo, pero no consigo hallar nada. Cuando me vuelvo a él con una súplica
a punto de salir de mis labios, él está inclinado, con la mano extendida hasta
el suelo, para recoger un papel del lugar en el que yo estaba sentado. Puedo
ver mejor su silueta desde la distancia que me proporciona estar en el suelo.
Su jersey negro de cuello alto le dota de un porte mucho más distinguido de lo
que jamás le había visto y su expresión seria pero pensativa me da a entender
que no ha bebido hoy, aun. Eso me tranquiliza, pues de sobrio se reducen las
posibilidades de que me pegue por diversión, pero no bajan tanto.
—¿Qué es esto? –Pregunta mientras recoge
el papel que antes yo pisé con mi pie, el papel arrugado y levemente manchado
de mis lágrimas y puede que de algo de la comida que me haya traído hace horas.
Ya ni siquiera oigo mi estómago sonar. El miedo de su presencia anula todo
instinto de seguir con vida—. ¿Broken?
–Pregunta a la nada, pero la nada soy yo y espera una respuesta señalándome el
papel en mi dirección—. ¿Qué mierda es esto? –Me pregunta pero yo no recuerdo
haberlo escrito, ni siquiera recuerdo haber escrito nada de lo que hay alrededor.
No recuerdo cómo he acabado en este estado de baja lucidez y desorientación. Me
limito a encogerme de hombros mientras él alisa un poco el papel en sus manos
con un gesto demasiado burdo y aburrido, como si no esperase encontrarse nada
ahí dentro. Lee para él, en silencio, pero mi voz le interrumpe.
—¿Tienes mis pastillas? –Le pregunto y él
me ignora, como siempre hace—. No consigo dormir… y tengo mareos y…
—¡Shuuus! –Grita mientras yo doy un
respingo por la sorpresa de su voz. Él comienza a hablar en bajo, cantando la
canción que he compuesto. A medida que él la va vocalizando, vagos recuerdos de
su nacimiento me van llegado. Recuerdo haberla escrito sobre el suelo, pero
también recuerdo haber llorado mientras pensaba que era basura, y que después
de que él la leyese, me llevaría una tremenda paliza. El recuerdo me vuelve a
impulsar sobre un abismo de sudores fríos y náuseas.
—There's
nothing you can do for them
They
are the force between
When
the sunlight is arising
There's
nothing you can say to him
He is
an outer heart
And
the space has been broken.
Su voz no es nada agradable, y él lo sabe.
Pero se imagina mi voz en sus labios y mis palabras en su mente. Para él
siempre es correcto todo lo que al fin haya él tocado pero siempre soy yo el
que compone, el que escribe, el que canta. Y me siento, sin embargo, el más
terrible parásito de su existencia. Así es como me hace sentir él, así es como
él me ha hecho ver mi propia vida. Como la de un don nadie que sin él, no
habría llegado a ser nada. Y joder, que tiene razón. Él sigue cantando.
— It's
broken
Our
love
Broken
It's
broken
Our
love.
El resto de la canción la canta para él,
en silencio, repitiendo uno tras otros los párrafos en su mente mientras yo
espero un veredicto aquí, tirado en el suelo entre todo el papeleo de los
desperdicios que mi mente no ha querido y ha expulsado como vómito, como la más
amarga bilis envenenada. Cuando Murdoc alza la mirada y me la regala, yo siento
un subidón de adrenalina que me tensa el cuerpo, preparado para un golpe. Él da
un paso hacia mí y yo retrocedo otro tanto. Sus pasos logran alcanzarme a los
segundos y se acuclilla a mi vera. Ya no logro tener el valor de huir mientras
que él me mira con esos ojos. Esa mirada. ¡Esa es la mirada por la que aún sigo
cuerdo!
—Vaya… sí que eres todo un genio. –Dice y
su mano se dirige a mi rostro mientras yo me escondo en mí mismo, volviendo el
rostro a un lado, pero él se limita a acariciar mi pelo como acto de recompensa
por mi esfuerzo. Realmente le ha gustado la canción o está haciendo un
humillante teatro para intensificar después su violencia. Tal como a un perro,
él me sonríe con condescendencia y me revuelve el pelo, esperando porque yo
saque una sonrisa agradecida por su gesto y le colme de halagos, pero hoy eso
no va a pasar. Me limito a regalarle una sonrisa tímida y él se da por
satisfecho. Sin más miramientos se pone en pie y ya añoro su contacto. Su mano
se sentía tan bien sobre mí. A veces incluso se siente bien cuando me hace
daño.
—¿Te ha gus-gus-gustado la canción? –Le
pregunto aun no muy seguro de sus intenciones y él exhala un largo suspiro.
—Al fin logras hacer algo medianamente
decente. –Dice, animado—. Encerrarte aquí ha sido una buena idea… —Habla para
sí, creyendo que esclavizarme es algo necesario para mi rendimiento.
—¿Puedo tomar mis pastillas para las
migrañas ya? –Pregunto pero él niega en rotundo, deshaciendo de un plumazo la
sonrisa esperanzadora que había nacido en mis labios.
—Esta es la muestra de que el dolor puede
acentuar tu creatividad. –Dice golpeando el papel de la canción. –Yo siento una
tremenda decepción, pues mi esfuerzo no ha sido recompensado y me yergo hasta
ponerme de rodillas delante de él.
—Déjame sa-salir al menos… —Le suplico,
pero verme suplicar solo engorda su ego y comienza a reír con esa sonrisa
diabólica que siempre consigue ponerme los pelos de punta. En esa desgarradora
risa puedo oler todos los cigarrillos que se ha fumado alguna vez y todos los
tragos de whiskey que le han quemado en la garganta. Comienza a darse media
vuelta para marcharse pero yo me agarro a sus botas y le hago girarse a mí de
nuevo—. No me dejes aquí. –Le pido, llorando. Siempre estoy llorando frente a
él y odio esa imagen que tiene de mí, pero ya no puedo cambiarla—. ¡Te lo
suplico! No me dejes más aquí dentro. La ballena va a venir a por mí. ¡He hecho
un buen trabajo! ¡Déjame salir!
—¡Ni lo sueñes! –Grita, dándome una patada
con la bota que tenía yo sujeta y caigo de espaldas al suelo, sintiendo que me
falta el aire en el pecho. Culpa de su golpe, culpa de la ansiedad, y culpa del
sonido de su risa aún sonando en los rincones más recónditos de esta estancia—.
¡Sigue trabajando! Quiero ver más resultados. –Dice mientras se aleja de mí y
yo me quedo mirándole como se aleja a pasos agigantados. Tengo que detenerle,
tengo que seguir suplicando por mi vida, por mi cordura, pero se la lleva antes
de que yo pueda hacer nada y cuando ya estoy subiendo los escalones con la nula
fuerza que me queda, él cierra de golpe la puerta y corre todos los cerrojos
que esta tiene, para no dejarme salir. No consigo comprender cómo he llegado a
esta situación desesperante, como el dolor ha conseguido nublar todos mi
sentidos y me siento en las escaleras, sollozando, mientras le oigo alejarse
desde el otro lado de la puerta. No puedo entender nada de lo que sucede y esa
sensación de desorientación me consume. Me anula. Me quiebra hasta romperme.
FIN
Broken — Gorillaz
Distant
stars
Come
in black or red
I've
seen their worlds
Inside
my head.
They
connect
With
the fall of man
They
breathe you in
And
dive as deep as they can.
There's
nothing you can do for them
They
are the force between
When
the sunlight is arising.
There's
nothing you can say to him
He is
an outer heart
And
the space has been broken.
It's
broken.
Our
love
Broken
It's
broken
Our
love.
Is it
far away in the
Glitter
freeze
Or in
our eyes
Every
time they meet.
It's
by the light
Of the
plasma screens
We
keep switched on
All
through the night while we sleep.
There's
nothing you can do for them
They
are the force between
When
the sunlight is arising.
There's
nothing you can say to her
I am
without a heart
And
the space has been broken.
It's
broken
Our
love
Broken.
It's
broken
Our
love
Broken.
It's
broken
Our
love
Broken.
It's
broken
Our
love
Broken.
Comentarios
Publicar un comentario