EL PRECIO DEL ARTE [PARTE II] (BTS) - Capítulo 47 [Final]

 Capítulo 47 - Final

 

Yoongi POV:

29/07/1995

 

Me paso la mano por el costado. Justo debajo de mi última costilla comienza una pequeña venda que cruza toda mi cintura hasta que termina al principio de mi cadera. Aun si me aprieto puedo sentir una ligera punzada de dolor y es justo ahora cuando me doy cuenta de que de haber presionado justo en el momento del disparo, no habría dolido tanto como duele ahora. El dolor me trae con él sus recuerdos más recónditos de mi mente y me separo la mano del costado para posarla sobre mis ojos y suspirar largamente. Es fascinante como vuelvo a estar de nuevo en esta asquerosa celda con este asqueroso mono gris y con el mismo ruido de respiraciones y murmullos en distintas celdas a lo largo de todo este pasillo.

El ambiente es el mismo que la última vez, pero mientras que en aquella yo estaba en una honda depresión, ahora mismo me encuentro como flotando entre la realidad y la fantasía de una idea preconcebida. Estoy flotando entre la vida y la muerte, porque ahora mismo, al contrario que la última vez, no tengo ganas de seguir viviendo y poco me importa si muero mañana o dentro de una semana. El tiempo no es problema, no es una tortura dolorosa, es tan solo una ardua espera, como quien aguardada a que el bus llegue. Es inevitable va a llegar de todas maneras, así que solo me queda esperar y aprovechar el tiempo hasta que sea el momento.

Me han informado de las últimas nuevas. Jimin ha sido trasladado a una prisión en Busán y Jungkook ha sido enterrado propiamente. Taehyung ha pasado a disposición de la morgue en el hospital de Daegú y yo estoy aquí, de nuevo en una celda de alta seguridad mientras me miro el número escrito sobre mi mono gris. De nuevo mi nombre sustituido por una lista de números. 10939. Siempre son los mismos números. Vuelvo a mirarlos con más detenimiento y me río de mí mismo al ser por primera vez, con la cabeza fría, consciente de que los números coinciden con la fecha del comienzo de la Segunda Guerra Mundial. 1 de septiembre de 1939.

Me creo delirando por la fatiga del pensamiento cuando comienzo a oír pasos resonando a lo largo del pasillo que se acercan poco a poco hasta mi celda. Me incorporo levemente para ver pasar a JoonLee justo delante de la puerta de mi celda y pasa de largo, haciendo su ruta diaria. Me dejo caer de nuevo sobre la cama pero rápido me incorporo con un pensamiento reconciliador y me acerco con pequeños pasos hasta la puerta enrejada y saco mis manos por ella para apoyar mis codos sobre uno de los listones horizontales. Uno con mis manos al otro lado de la puerta y aguardo impaciente hasta que regrese y cuando se queda justo delante de mí mira mis manos con curiosidad a su lado de la realidad. Este, este lado en donde estoy yo, no es una realidad igual. Aquí dentro la monotonía y el aburrimiento parecen doblegar cualquier alma de hierro.

—¿Qué quieres? –Me pregunta con la serenidad que le otorga su cargo como vigilante de la prisión pero yo levanto una ceja y sonrío de lado.

—Quiero ir a buscar algún libro… —Le digo aburrido y él me mira sonriendo pero negando con el rostro.

—Cuánto echaba de menos oírte decir eso, pero lo siento. Hasta que no sea la hora del descanso no puedo dejarte salir.

—Pero quedan dos horas, y realmente me aburro aquí dentro. –Le pido esta vez con un tono de voz más suave y amigable.

—Si me pilla el supervisor me va a caer un escarmiento. Las cosas han cambiado desde que te fugaste. –Me dice en un susurro—. Desde que vinieron aquellos hombres a buscarte la policía nos tiene pillados por los huevos. He estado a esto de estar en la calle. –Dice poniendo dos de sus dedos juntos, casi rozándose, mostrándome la corta distancia entre ellos, simbolizando lo cerca que ha estado del despido—. Por suerte soy un mero funcionario. Sin embargo los de arriba… —Se pasa un dedo por el cuello, en señal de que todos han sido despedidos y sustituidos.

—Eran unos corruptos… —Digo encogiéndome de hombros—. Y nada te garantiza que estos nuevos no lo sean también. –Él se encoge de hombros como yo y mira a todos lados.

—Aun así, esta ya no es tu casa. No puedes pretender vivir aquí como en un palacio. Ni tampoco tomarte la libertad de pasearte de un lado a otro como hacías antes. Ya no. –Sentencia y parece que tiene intención de marchase pero yo le agarro con la mano su muñeca y le miro entristecido.

—Al menos dame algo de conversación. –Le suplico—. Me aburro como una ostra. –Él me mira tiste y se acerca a de nuevo a mí, resignado—. ¿Has sabido algo más de Park Jimin?

—Lo último que me han contado es que en la declaración en comisaría te ha exculpado de todos los delitos por los que se te acusan. Dijo que tú no habías matado a nadie ni que fueses el ideólogo del plan. –Suspira, pensativo—. No le han hecho ni caso, como suponía. –Yo me encojo de hombros—. Está ahora en la prisión de Busán, como sabes, pero está en una celda de reclusos no peligrosos. Hoy ha sido el juicio. Le han condenado a solo cinco años. –Yo sonrío con sus palabras y él sonríe conmigo—. Después de ello tendrá que hacer servicios comunitarios y pagar dinero al museo y al estado, pero supongo que podría haber sido peor. –Me dice y me mira a mí como ejemplo de algo peor.

—Lo sé. –Digo suspirando, pero en realidad me hace feliz saber las buenas noticias.

—Conociste a tu ídolo. –Dice, divertido—. ¿Cómo es en realidad? Ya decía yo que aquél chico que vino a sacarte me recordaba a alguien… ¿Tiene el mismo mal carácter que se veía en televisión? –Yo sonrío con sus palabras, pues para él era bien conocido que Park Jimin, el conductor de F1 era mi ídolo. Asiento a su pregunta.

—La verdad es que no te haces una idea del mal genio que tiene. –Digo y ambos sonreímos, él con diversión y yo con nostalgia—. Pero era buena persona, en el fondo.

—La vida da muchas vueltas. ¿No es cierto? –Me pregunta y yo asiento.

—No puedes hacerte una maldita idea. De estar en la cárcel a estar en un museo junto a tu ídolo robando Goyas… —Digo pero él niega con el rostro.

—Hablaba de él. De famoso conductor de F1 a encarcelado por robo de obras de arte. –Chasquea la lengua—. Mañana cualquiera de nosotros puede estar navegando en una nave espaciar en dirección a Marte o muerto en el fondo del mar con los peces. –Dice pesimista y yo frunzo el ceño.

—¿Quieres deprimirme? –Le pregunto mirándole con recelo y él ríe mientras niega con el rostro. Tras su risa vuelve a mirar a todas partes y acaba frunciendo el ceño como si intentase controlar algo dentro de sí mismo. Acaba cediendo a ese impulso irracional y lleva una de sus llaves a la ranura de la cerradura de mi celda.

—Sin tonterías, ¿entendido? –Me pregunta fingiendo seriedad y yo asiento sorprendido mientras me aparto de la puerta para dejarle espacio y él abre la puerta, la descorre hacia la derecha y me esposa las manos delante de mi vientre—. Bien, vamos abajo. –Dice mientras nos conducimos hacia el pequeño almacén donde están todos los libros. Mientras bajamos las escaleras él se asegura de que ninguno de sus superiores pueda vernos y nos encaminamos en silencio hasta el pequeño almacén. Es tan solo un espacio dentro de unas salas de oficina vacías. Las paredes son de piedra y están húmedas, la mayor parte del tiempo. Cuando entras, el olor de la humedad te golpea, junto con el de los libros descomponiéndose. Muchas veces le he dicho que lo arreglen pero jamás me han hecho caso—. Ahí tienes. –Me dice mientras se queda en la puerta y yo entro dentro. Hay estanterías a ambos lados de la estancia y yo comienzo a recorrer la mirada por los lomos ya conocidos. Hay algunos que no conozco aún y otros que me son muy familiares.

—Podríais haber usado el dinero que os dieron por mí para arreglar esta pocilga. –Digo mirando algunos libros que hay por el suelo, apilados en pequeñas columnas de papel.

—Lo sé. Pero la verdad es que nos duró poco en las manos. –Dice, encogiéndose de hombros—. Por lo pronto yo no vi nada y quien no lo usó directamente para gastos personales se lo metió en los bolsillos. ¿Cómo crees que pagaron después los abogados por el juicio de corrupción? –Pregunta divertido pero en voz baja y yo suelto una risa que le hace mirarme con nostalgia. Comienzo a recorrer la vista por todas las estanterías hasta que mis ojos se detienen en tres cajas apiladas una encima de otra en una esquina del pequeño cubículo.

—¿Qué es eso? –Le pregunto señalando las cajas, en mucho mejor estado que el resto del almacenaje aquí guardado.

—¿Las cajas? –Pregunta mirando en la dirección en que uno de mis dedos señala, con la mano esposada a la otra—. ¡Ah! Las trajeron los hombres que vinieron a pedir tu indulto. –Dice casi como si lo acabase de sacar de algún rincón de su mente. Yo le fulmino con una mirada sorprendida y él se encoge de hombros—. Dijeron que era un regalo para la institución. La verdad es que no es nada. Solo son libros. –Dice desinteresado como si no fuera evidente dado el lugar en el que se encuentran, pero yo no consigo comprender hasta qué punto la realidad me golpea con una fría mano estampándose en mi mejilla, haciéndome sentir un doloroso picor sobre mi rostro. Me acerco con cuidado a una de las cajas y la bajo del resto. La dejo a mis pies y me siento de rodillas en suelo mientras maniobro para abrirla con cuidado. Cuando me topo con los lomos de los libros me siento como en otro lugar, en otro momento. Me falta Jimin a mi lado abriendo las cajas con una sonrisa desencajada por la venganza. Decepcionado al encontrarse solo con libros. Son solo libros.

—Son libros... –Digo sorprendido y JoonLee sonríe.

—Claro. Eso te he dicho. Los revisé el primer día un poco por encima. Algunos clásicos, la mayoría ya los tenemos. El resto son libros sobre arte, algunos de restauración, y algunos raros de anatomía, biología o química. Parecen los libros de un estudiante. –Dice, pensativo.

—Son, libros de un estudiante. –Recalco y él frunce el ceño mientras yo le retiro la mirada y busco con los ojos desorbitados uno en concreto—. Donó los libros a la cárcel. –Digo para mí en un susurro—. Me mintió diciendo que los había dejado en el piso.

Cuando encuentro Rojo y negro de Stendhal no me contengo a cogerlo entre mis manos y me embarga el mismo sentimiento neurótico y esquizofrénico que a Jungkook el día del mensaje oculto en los papeles. De algún modo, él esperaba que yo volviese aquí, o tal vez, alguno de nosotros. No estoy seguro en qué momento surge en mí ese pensamiento ni cómo controlarlo. Pero me reafirmo en él cuando en una de las primeras páginas, en una completamente en blanco que ayuda con el soporte del libro o bien por convencionalidad, hay escrito un mensaje a lápiz con su letra. Es una letra levemente inclinada pero bien redondeada. Es preciosa, y es ahora, una vez él muerto, cuando la aprecio. Leo en silencio.

“Si algo nos ha enseñado la vida es que todos los buenos libros tienen finales trágicos. Vivamos la vida como uno de esos libros. Apasionadamente mientras nuestro corazón lata, dulcemente mientras muramos, eternamente mientras tengamos un legado. JJK”.

 

FIN

 

 

 

 

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