POKER (YoonMin) [One Shot]

 POKER [One Shot]


Jimin POV:

 

Ajusto más cómodamente la corbata de seda sobre mi cuello. Su nudo es persistente pero no me ahoga. Después las mangas de mi camisa blanca que sobresalen por la chaqueta del traje. Respiro nuevamente a la espera de que el camarero me traiga mi Martini pero se ve que voy tiene algo más de alboroto en el casino. Cuando al fin regresa le pago y desaparece de nuevo entre las botellas sin ni siquiera decirme nada como hace otras veces. Suspiro con los ojos en blanco y cojo la copa para girarme a las salas de juego y observar a cada persona en sus diferentes juegos.

Mi nombre es Park Jimin, y soy un multimillonario que no sabe hacer nada más que venir aquí para seguir ganando más dinero a costa de la mala suerte del resto y las debilidades ludópatas del personal. Tengo veinticinco años y desde que tengo memoria juego a las cartas con amigos o a cualquier tipo de adicción que aquí está censurada para menores. Al principio, cuanto tuve edad, me la pasaba en casinos de mala muerte donde las personas pobres iban a gastar su poco dinero y se compraban una corbata tan solo para poder entrar en los locales. Me cansé de aquello y de que todo el mundo me mirara con miedo cada vez que subía mi apuesta a una cifra que el resto no era capaz de igualar. Cuántas veces me quedé solo en la mesa a la espera de algún jugador competente.

Tras años descubrí que había casinos de mucho más nivel preparados para mis atrevidas apuestas. ¿Y de dónde saco mi dinero? Del bolsillo de papá, desde luego.

Con la copa de cristal en mi mano y su olor ascendiendo desde ella me encamino entre las personas y el sonido de sus gritos acompañado del estridente ruido de las máquinas tragaperras para comenzar a pensar en qué invertir mi dinero esta noche. Me detengo en medio de la nada mientras bebo un poco de mi copa y giro mi rostro a la mesa de póker. Allí, unos ojos felinos me miran desde su posición en la mesa. Sus cartas ocultas por su mano no parecen tener importancia para él porque en vez de ser descubiertas al juicio del resto de jugadores, prefiere mirarme a mí y sonreírme de lado. Tiemblo ante su gesto y me mantengo estático mientras le veo en sus pocos gestos y entre la multitud que se ha formado alrededor de la mesa. Él descubre sus cartas, consiguiendo el asombro del resto y al parecer, gana la partida. Dos personas, humilladas y probablemente recién empobrecidas se levantan furiosas y se alejan de la mesa, momento en el que escojo para ocupar uno de esos asientos frente al hombre rubio que me mira hierático y con sus manos en una copa de whiskey con hielo.

–Un nuevo jugador entra en la partida. –Dice el crupier y me da unas cuantas fichas a cambio del dinero en metálico que le he proporcionado. Las fichas en mis manos son mucho más pesadas que el pequeño fajo de billetes y las coloco de manera muy ordenada y tremendamente maniática a mi lado mientras se reparten cartas de nuevo. A mi derecha tres hombres ocupan una silla como yo y a mi izquierda, otros dos. Delante de mí, el hombre rubio de ojos felinos me sonríe invitándome a formar parte de su partida. Su mujer, con su mano apoyada en el hombro de este señor sonríe cínica y ladina por la posición de su marido y la vanidad que este crea en ella. En su cuerpo, un vestido azul ajustado y oscuro brilla con repugnantes destellos y de su pelo, un moño en su coronilla. Sé que es su esposa, ambos portan el mismo anillo dorado sobre su dedo anular.

Por el contrario, el hombre delante de mí creo que no es verdaderamente consciente de la presencia de la mujer a su lado porque apenas la mira, no se dirige a ella y mucho menos parece notar el contacto de su mano en su hombro. Su cuerpo está enfundado en un traje completamente negro a excepción de la camisa que es blanca y con botones de oro. Igual que los gemelos en su muñeca, igual que el alfiler atravesando la corbata, igual que los dos pendientes en sus lóbulos. Hermosas orejas, perfectamente delineadas y delicadas seguramente al contacto. Las veo sobre su pelo rubio y cuánto desearía tocarlas, rozarlas con las yemas de mis dedos e incluso rozarlas con mi nariz para oler el perfume tras de ellas.

Dos cartas se ponen sobre la mesa frente a mí y las arrastro lentamente hasta colocarlas a mi vera, lejos de miradas indiscretas o cotillas recelosos de su mala suerte. Sin mirarlas aun pongo en la mesa una cantidad de dinero estipulada por la partida y ahora sí, tras que se pongan tres en el centro de la mesa a la vista de todos, caballo, sota y diez de diferentes palos, miro mis cartas.

Rey de diamantes y nueve de picas. Mi corazón tiembla excitado, puedo hacer escalera si la suerte me es propicia. Tras conocer de mi poder pongo cincuenta dólares como apuesta y tan solo dos de los participantes en el juego suben mi apuesta. Entre ellos el hombre de cabellos rubios no ha seguido jugando. Se ha retirado. Le miro ahora libre de la presión por ser mi rival y él me devuelve la mirada lleno de interés por conocer mi jugada. Una carta más sobre la mesa y se me muestra un ocho de corazones. Muerdo mi labio y sonrío un poco, nada más, no queriendo despertar la sospecha de mi mano. Subo la apuesta, cien dólares que todos los participantes atrevidos ven. La última carta, un siete de corazones. Dentro de mí salto y grito de júbilo. Mostramos las cartas. Indudablemente gano yo.

–Escalera. –Dice el crupier–. Para el hombre de la derecha. –Con ayuda de un rastrillo de ruleta me acerca las fichas que mis contrincantes han perdido y las coloco una a una en su lugar a mi lado en la mesa. Me relamo los labios y bebo de la copa de Martini a mi lado. Esta sabe mucho mejor que antes de comenzar la partida. Corrijo al crupier.

–Señor Park, si no es molestia. –El crupier asiente y el hombre rubio al otro extremo de la mesa me habla con una sonrisa igual de felina que sus ojos.

–Señor Park, –saborea mi nombre en sus labios–, bienvenido a la partida, ha empezado usted con una muy buena mano. Le deseo la misma suerte en el resto de la partida.

–Gracias. –Digo sin importancia en lo que termino de colocar mis fichas, dándole más valor a esto que a prestarle atención. La verdad es que mis manos han comenzado a sudar, su voz se oye tremendamente excitante.

Las cartas se reparten de nuevo y frente a mí caen dos treses y en la mesa un ocho, un tres, y un rey. No me lo pienso demasiado y rápidamente apuesto convencido de ganar nuevamente. El hombre frente a mi hace lo mismo y me mira sonriendo, intenta parecer una sonrisa amigable, fraternal, pero su gesto de apostar no es más que un incidente de que somos rivales. El resto rápido se retira y cuando terminan de poner un cinco y un dos sobre la mesa, él y yo descubrimos nuestras cartas. Las apuestas no han excedido los doscientos dólares. Esto no es más que un calentamiento para él porque pierde gustoso de tener solo una pareja de doses. 

–Trío, para el señor Park. –Dice de nuevo el crupier y me acerca su dinero y el del resto de participantes. Demuestra mi teoría de que en realidad no es más que una pequeña diversión porque se atreve a mofarse de mi mano.

–Un trío siempre es mejor que una pareja. ¿No es cierto? –Le miro con las mejillas levemente enrojecidas por sus palabras y su mujer frunce el ceño un poco ofendida. Algunos hombres en la mesa ríen, otros se centran más en el dinero que han perdido. Yo me encojo de hombros.

–Quien necesita de dos para satisfacerse es porque no me ha conocido. –Algunos vitorean mis palabras. Su expresión es de lo más infantil haciendo un extraño puchero mientras se encoge de hombros. Las cartas se reparten de nuevo. Estas me son mucho más inútiles y a medida que salen el resto de cartas en la mesa, un dos, dos dieces y dos reinas, nada puedo hacer con mi mano así que desisto rápidamente antes de perder dinero. El resto sigue jugando y a lo tonto, se ha creado una suma importante de dinero en medio de la mesa. Es cierto que las cartas son muy jugosas porque ya solo en la mesa hay una doble pareja. El premio es para el hombre de ojos felinos que tiene otra reina entre sus cartas.

–Full para el señor Min. –Dice el crupier mientras le pasa el dinero.

–Min… –Susurro para mí mientras le miro como coloca tan maniáticamente las fichas a su lado como hago yo. Su esposa me mira, me sonríe y regresa a la vera de su marido que se relame de ver el dinero acumulado. Las cartas se reparten.

En mi mano hay un cinco y un siete. Sobre la mesa, los mismos números acompañados de un diez. La doble pareja está asegurada y apuesto hasta que todo el mundo rápidamente se retira y el primero, el señor Min. Gano no mucho pero me siento satisfecho.

–Doble pareja. –Oigo. Suspiro mientras coloco mis fichas y el juego empieza de nuevo.

En mis manos caen dos sotas. Las miro sonriendo sin saber aún qué hay en la mesa y la suerte me sonríe mostrándome otra sota más. Es preciosa y me mira suplicando porque juegue con ella. Las apuestas comienzan fuertes, las cartas siguen saliendo en la mesa y aparecen un cinco, un tres, un dos, y una sota más. Muerdo mis labios y suspiro mirando los rostros a mi alrededor. Parece una partida jugosa, tremendamente buscada entre mis rivales y nadie suelta las cartas ensimismados en las cinco sobre la mesa.

Las apuestas las abre el señor Min con una grandiosa cantidad de mil quinientos dólares. Suspiro algo preocupado pero confiado en mis cartas la igualo y subo quinientos más. Algunos se retiran, otros se limitan a igualarlas. Llega un punto en que nadie cree que sus cartas valgan tanto y las descubrimos. Nadie tiene nada importante y el señor Min se enriquece de tener una doble pareja con un cinco y un tres. Sonríe pero su preciosa y hermosa sonrisa se desvanece al ver un póker de sotas en el poder de mi mano.

–Póker de sotas para el señor Park. –Ya no soy consciente de que estoy recibiendo el dinero porque solo tengo ojos para el señor Min delante de mí, con sus labios fruncidos y su ceño levemente forzado. Sus manos juegan con una ficha entre sus dedos y puedo ver más claramente la palidez de su piel a la luz de esta sala. No es problema de la sala, verdaderamente él es pálido, más incluso que el rostro de su mujer a su lado.

La siguiente partida ya está en la mesa. Sobre ella, dos ases y un rey la adornan. La gente exclama y suspira. Yo aun no he visto mis cartas, entretenido como estaba en la palidez de la tez del señor Min. Acerco mis dos cartas desanimado pero descubro en ellas dos ases de palos diferentes, tornando mi sangre en llamas. Torno las cartas boca debajo de nuevo y bebo lo que me queda de la copa de Martini. La aceituna que adornaba y tornaba de acidez la copa la dejo en el vaso vacío y hago que la alejen de mí ya como un objeto inservible.

Las apuestas comienzan por mí, dos mil dólares. Las personas se asustan y deben verme confiado por lo que algunos directamente se asienten de continuar. El señor Min me iguala y ponen otra carta más en la mesa. Otro rey. Las apuestas suben más y otro rey cae al lado del anterior. Subo la apuesta.

–Cinco mil. –Digo y Yoongi me mira con sus cartas boca abajo como las mías. Las personas nos han abandonado expectantes a lo que ocurra. Ahora esto es algo entre él y yo. El señor Min iguala mi apuesta y sube otros dos mil dólares más que igualo. Me habla frunciendo el ceño.

–Muy confiado le veo, señor Park.

–Yo siempre lo estoy. –Subo más mi apuesta. Él la iguala y sube otros mil.

–¿Tiene usted suerte?

–Claro, ¿usted?

–No la necesito. –Miro sus manos que están entrelazadas entre ellas. Sus ojos me miran.

–¿Espera que desista? –Le pregunto–. Está usted de farol.

–¿No me digas? –Se asombra–. ¿Qué le hace pensar eso? ¿Puede acaso leer mi mente? –Hace que un camarero se acerque y le pide algo en un susurro.

–Claro que puedo… –Digo de broma. Él sonríe sádico.

–Desde luego que no puede, señor Park. De saberlo, no seguiría jugando y se largaría ahora que todavía le queda la dignidad.

–¿Cree usted que puede superar mis cartas? –Un póker de ases no se supera.

–Claro. –Dice sincero y con todo su dinero lo arrastra al centro de la mesa. La gente exclama–. Ahora, señor Park, tiene dos opciones. O igualar la apuesta poniendo todo su dinero en la mesa, o largarse.

–Está usted de farol. –Repito y confiado pongo todo el dinero de la partida en el centro, mezclándolo con el suyo. El camarero regresa poniendo a mi vera una copa exactamente como de la que bebía antes. Confuso miro el rostro de Yoongi que me guiña un ojo.

–Descubra sus cartas, señor Park. –Me pide. Aguantando el aliento, igual que el resto de la mesa asiento. Tremendamente confiado poso sobre el tapete elegantemente mis dos cartas y junto con las que están en la mesa detengo la partida en un suspiro.

–Póker de ases. –Algunos tiran sus cartas. Otros bufan o se enfadan. Tres o cuatro se levantan pero tras comprobar que el hombre frente a mí, de cabellos rubios y ojos oscuros sigue con sus cartas de la mano, regresan a sus sitios. Yo levanto una ceja, él levanta las dos y su mujer a su espalda, sonríe cínica.

De entre dos de sus cartas escoge una, la que más le conviene y la posa sobre la mesa para que la vea. Un rey. Póker, como yo. Pero no es sino el comodín que saca después el que me hiela la sangre.

–Repóker de reyes. –Dice el crupier dándole todo el dinero en la mesa al señor Min. Mis manos comienzan a sudar y suelto el aire que he guardado para bufar y me levanto de la mesa bruscamente llevándome conmigo la maldita copa de Martini. Su voz retumba a lo lejos.

–Más suerte la próxima vez, señor Park.

Camino con la copa de la mano sintiendo arder mis entrañas porque aparte de un jugador empedernido también soy mal perdedor así que rápido me dirijo a otro juego y lo primero que veo es la ruleta. Allí cambio dinero en fichas y espero que termine la jugada que se estaba desarrollando para poder meter un par de fichas en los números 14 y 28. La bolita golpea en las ranuras de los números dentro de la ruleta y acaba siéndome esquiva.

–Ocho, negro, par y pasa. –Dice el crupier recogiendo las fichas repartidas en todo el tablero para quedárselas él, nadie había querido el ocho. Suspiro amargamente mientras coloco una ficha de cincuenta dólares en la casilla del número 30 y otra persona a mi lado lo hace simultáneamente en el número 31. Su traje se estira y veo su mano pálida seguida de un brazo pálido como esta. Miro a mi lado viendo su rostro tan de cerca que me lleva unos segundos distinguirlo.

–¿No se cansa de perder dinero, señor Park? –Me dice y suspiro frunciendo el ceño sin responder. Miro de reojo, su esposa no está por ninguna parte. La bolita comienza a girar y su sonido excita a todas las personas a la espera de que se detenga. Lo hace antes de estar yo preparado.

–Catorce, rojo, par y pasa.

–Joder. –Me quejo apretando la copa de Martini en la mano–. Es el número que escogí antes. –El señor Min ríe de mis palabras.

–¿Cuántos años tiene, señor Park? –Me pregunta mientras juguetea con unas cuantas fichas en su mano.

–Veinticinco. –Digo y le veo colocar un par de ficha en el 25 y otras en el 2 y el 7. Yo lo hago en el 6 y el 16. La ruleta gira y el señor Min me mira y me sonríe con una sonrisa totalmente inocente e infantil. Me quedo mirándola hasta que desaparece o bien hasta que se intensifica por la noticia del crupier.

–Veinticinco, rojo, impar y pasa. –Todas las fichas del tablero recorren este hasta quedar en las manos del señor Min a mi lado. Miro mis fichas que distingo del resto y bufo angustiado.

–Me está usted dando mala suerte. –Le digo–. Aléjese. –Le empujo levemente y coloco un par de fichas en el 5 y el 20.

–Tengo veintisiete años. –Me dice y como un idiota maniático coloco una más en ese número.  Al rato me doy cuenta de mi estupidez.

–Nueve, rojo impar y pasa. –Suspiro dejando caer mi rostro.

–¡Qué casualidad! –Exclama–. El día en que nací.

–¿Me está usted tomando el pelo? –Niega con la cabeza mientras coloca de nuevo fichas. Esta vez, yo no pongo ninguna.

–¿Sabe usted que con todo el dinero que ha perdido hoy puede pagarse una noche entera de sexo con la mejor prostituta del mundo? –Me dice mientras espera por que la bola ceda al movimiento.

–Soy ludópata, no ninfómano, señor Min.

–Oh, ya veo. –Esta vez no gana y vuelve a colocar fichas por todo el tablero–. ¿Sabe? El sexo es como jugar al póker, si no tiene una buena pareja, mejor que tenga una buena mano. –Pienso unos segundos en sus palabras y tras sonrojarme violentamente doy un sorbo al Martini en mi mano. Suspiro y tras verle perder de nuevo le respondo al puchero en sus labios.

–¿Y usted tiene una buena pareja? –Me mira alzando una ceja y mira a su espalda buscando a su mujer con la vista. La encuentra sentada en unos sofás con otras mujeres como ella.

–Mi mano es mucho más habilidosa. –Se encoge de hombros–. Sea usted mi pareja y le mostraré cuán valiosa es mi mano. –Me mira de nuevo con esa ladina sonrisa y mi cuerpo vibra.

–¿Con su esposa delante? Que maleducado sería.

–¡Qué va! Ella no sabe satisfacerme ni aunque se divida en dos y hagamos un trío. Así, tal vez, usted pudiera enseñarle cómo se hace. –Me guiña un ojo y realmente me siento arder. –Gana de nuevo con el número 3 y me mira sonriendo–. Si usted no pierde mientras yo gano no es divertido. –Hace un puchero adorable y me termino la copa mientras él recoge todo el dinero y se lo guarda.

–¿Está usted hablando en serio? –Le pregunto ya algo enfadado por sus “sutiles” insinuaciones.

–Claro, verle perder es toda una delicia.

–No hablo de eso señor Min. –Él sonríe.

–Lo sé. Sí señor Park. Completamente en serio. –Nos alejamos de la mesa de juego y nos quedamos el uno de pie frente al otro. Yo con mi copa vacía en la mano y él cruzado de brazos a la espera de alguna reacción de mi parte. Como no sé qué decirle tampoco, él coge la aceituna en la copa desde el palillo y se la lleva a los labios para primero besarla y sentir su acidez avinagrada de ella misma y el amargor del Martini después. La muerde y la arrastra por la longitud del palillo para sacarla. Se la come sin apartarme la mirada y yo no puedo por más que relamer mis labios de manera inconsciente. Él sonríe por mi gesto y yo enrojezco.

–Pero su mujer… –La miro tan inocente y distraída.

–Por favor, señor Park. –Casi me suplica–. Será un momento. No la amo. –Reconoce casi por desesperación y tras suspirar mirando al suelo asiente resignado a mis prejuicios–. Está bien, lo siento. Si cambia de opinión yo estaré por aquí… –Parece marcharse pero le sujeto por la manga del traje.

–¿Dónde lo haríamos? –Le pregunto mirando a todos lados nervioso. Él sonríe infantil y sujeta mi mano para dirigirse conmigo por medio de la multitud.

–Usted elige, mi coche, incómodo y estrecho, o los baños, peligrosos y con el riesgo de que nos encuentren.

–No tenemos tiempo para ir a un hotel, supongo.

–No sé si tendremos tiempo para repetir. –Me dice con una sonrisa triste.

–¿Me quedaré con ganas de repetir? ¿Tan bueno es usted?

–Le he dicho que esta noche tengo la mejor mano, y con usted en mi poder, ya he ganado. –Me sonrojo violentamente y se sugiero ir a los baños pero tras acercarnos y ver que las personas discurren dentro con frecuencia no nos queda otra opción que salir fuera y buscar su coche entre la multitud de coches en la explanada.

Me conduce entre ellos con total normalidad y tras sacar las llaves y pulsar el botón en ellas, las luces de un Jaguar negro brillan entre la oscuridad. Es de cinco plazas, bajo pero espacioso. Más incluso de lo que imaginaba. Sin pensarlo demasiado suelta mi mano y abre una de las puertas trasera dejándome entrar a mi primero. Lo hago sin titubeos y él entra después. Una vez dentro, nos sucumbe el rubor y la vergüenza. Nos miramos sonriendo y es él quien toma la iniciativa.

–Lo siento, –dice mientras se sube a horcajadas en mi regazo–, pero no hay tiempo, sería más delicado pero no quiero que nos pillen.

–¿Co–como se llama? –Le pregunto mientras nos desnudamos de cintura para arriba.

–Yoongi, Min Yoongi. ¿Usted?

–Park Jimin. –Asiente a mi nombre y una vez con el pecho al descubierto deja caer su rostro hacia mi cuello para lamer y morder mi piel allí. Yo hago lo mismo en su pálido hombro hasta que creo en él unas marcas rojas que él detiene antes de que sean demasiado evidentes como prueba de una infidelidad.

–¿Está casado el señor Park Jimin?

–No, soy todo suyo. –Asiente y comienza a gemir mientras aprieta su agarre contra mi pecho. Su piel es suave como la de una mujer y pálida como una luz de luna. Brillante, resplandeciente. Las ventanas se empañan, la temperatura por nuestras aceleradas respiraciones han caldeado el ambiente y la privacidad es ahora mucho más confortable y ya me siento duro con solo verle. Su pelo cae cubriendo sus ojos mientras se mueve en mi regazo. Sus manos recorren mi pecho, mis abdominales, mis brazos. No aguanta así por mucho tiempo e introduce su mano en mis pantalones.

Tenía razón, su mano es maravillosa y me hace temblar mientras recorre con sus dedos mi longitud en su mano. La bombea y le suplico porque me termine de desnudar. Lo hace encantado y después lo hace consigo mismo. Regresa a sentarse en mi regazo pero antes de poder disfrutar de nuevo de sus habilidades beso sus labios dejándole un poco perdido. Me separo de él nada más que noto su inseguridad.

–¿He hecho algo malo? –Pregunto.

–No, nada. –Se lanza a mis labios para devorarlos y rodea mi cuello con sus brazos. Se une a mí y yo cedo ante la locura dejándole caer en los asientos colocándome yo encima.

–Incorpórate un poco. –Le pido y apoya la espalda en la puerta y yo me coloco entre sus piernas abiertas para recorrer su longitud ya erecta y muy dura con mi lengua. La bombeo mientras lamo y chupo sus testículos. Él gime tan alto que se cubre la boca a sí mismo temiendo que alguien escuche sus lamentos. Es tan sensible a mi tacto, tan débil. Cede ante mi toque muy fácilmente. Ya gotea presemen de su polla y lo lamo todo entero.

–Pe–perdona. –Dice y yo frunzo el ceño sin entender–. Llevo duro desde que te vi. Te–te necesitaba urgentemente. –Desde donde estoy le veo con las piernas abiertas y se ven tremendamente blancas y delgadas. Una sola mano mía puede partirlas. La tentación es muy grande y con ellas abro sus piernas todo lo que pueden ceder estas. Aprieto mis dedos en sus muslos y los veo temblar por el dolor. Sus manos acarician mis cabellos y me incitan a continuar con las lamidas en su polla. Hago un puchero con mis labios y acaricio ahí su glande. Lo beso, lo acaricio con mi lengua. Lo meto por completo en mis labios y antes de sacarlo, se corre dentro de mi boca haciendo que su semen se escape por mi comisura. Saco mi lengua embadurnada de su líquido blanquecino y la restriego desde su ingle, ascendiendo, hasta su cuello.

–Es usted tan dulce, señor Min…

–Cállate, idiota. –Hago un puchero.

–La habilidad de mi lengua no la superan sus manos. –Está a punto de rebatirme cuando estiro de sus piernas para que quede tumbado y le giro para que quede a cuatro, de espaldas a mí. Llevo mis manos a sus glúteos y los estrujo y los separo un par de veces sintiendo el instinto irrefrenable de violar su entrada aun sin preparar. Cediendo a mi razón introduzco mi lengua haciendo que grite de nuevo. La giro,  la muevo, penetro un par de veces y cansado del dolor en mi polla le doy la vuelta y le abrazo. Le beso intensamente y cojo una de sus piernas para rodearme con ella. Le penetro y en vez de lloriquear o gemir se esconde en mi hombro y besa mi cuello. De vez en cuando y a medida que comienzan las estocadas sus besos se vuelven más intensos. Acaricio su cabello, su espalda en mis manos.

–¡Ah! ¡Ahí! ¡Más Jiminie! –Gime y yo deliro de solo escuchar mi nombre en sus labios–. Estoy a punto, a… a… yo…

–¡No! –Grito y me aparto de él–. Aún no. Me toca.

–¿Cómo que te toca? –Pregunta indignado pero su enfado se disipa a medida que me siento en su vientre y reconduzco su polla a mi entrada. Me penetro con ella mientras nuestras manos están unidas. Dentro de mí, él se corre solo con estar en mi interior–. ¡Jimin! ¡Joder! –Grita mientras su semen gotea de mi entrada.

–Dos. –Digo con sorna y comienzo a moverme con ganas de correrme yo también.

–Estás tan apretado… –Gime mientras me muevo y sus manos sueltan las mías para abrazar mi cintura y moverme a su gusto. Las embestidas se vuelven frenéticas y las aumento aún más cuando presiona mi próstata. Me tortura ahí y acaba incorporándose para abrazar mi torso y besar mis labios. Grito en ellos, en medio del beso. Nos corremos a la vez y tan solo con eso quedo exhausto. Caigo sobre él y él sobre la tapicería conmigo sobre su pecho. Respiramos profundamente ambos hasta que nos vemos obligados a separarnos. Nada más hacerlo nos vestimos rápidamente buscando las fuerzas para hacerlo y la ropa entre los asientos del coche. Cuando me siento listo le miro y le veo también arreglado pero él no parece estar conforme con mi aspecto porque lleva sus manos a mi corbata y la ajusta más firmemente sobre su nudo. Engancha allí su alfiler y sale del coche buscando algo que no encuentra con la vista. Me hace salir a mí también mirando el alfiler algo confundido.

–¿Qué haces? –Le pregunto sujetando mí corbata.

–Un regalo. –Se encoge de hombros y me mira aún con las mejillas encendidas. Sus labios rojos y sus ojos brillantes me indican que no hace mucho ha estado al borde del orgasmo varias veces. Su pelo está hecho un desastre, seguramente igual que el mío–. ¿No lo quieres? ¿Sabes que con lo que cuesta este alfiler puedo pagarme una noche entera de sexo con la mejor prostituta del mundo?

–¿Entonces? ¿Por qué me lo das?

–Nunca había tenido tres seguidos. –Dice avergonzado pero yo me ofendo.

–No soy una prostituta.

–La verdad es que no quiero que te empobrezcas tan rápido. –Se encoge de hombros y regresa hacia la puerta mientras yo me quedo ahí parado, mirando cómo se marcha–. Quiero verte más a menudo por aquí. ¡Ha sido un placer señor Park Póker–De–Ases!  –Sonríe mientras se gira a la puerta y le veo desaparecer. Sonrío, suspiro lentamente y miro el alfiler de oro en mis manos. Tal vez sustituya la ludopatía por un vicio más entretenido.


FIN


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