INSTINTOS FETICHISTAS (YoonMin) [One Shot]

INSTINTOS FETICHISTAS [One Shot] 

💬 Originalmente este Fanfic estaba dividido en 9 capítulos, pero considerando que la mayor parte de ellos eran bastante cortos como para dejarlos por separado, he decidido aunarlos todos en un relato continúo. 


YoonGi POV:

 

Cubro mi cuerpo con una manta de lana que me hizo mi abuela. Es de color blanco y sin duda se agradece ahora en invierno. El tacto de esta sobre mi piel es muy agradable y siento que por primera vez en mucho tiempo alguien me abraza, aunque no sea así. El silencio en la casa es sepulcral y sin duda lo agradezco, mucho mejor que mis gritos. Un motivo más para cubrir mi cuerpo con la manta, mis brazos llenos de moratones. Pensé que jamás llegaríamos a tal extremo, que todo acabaría como empezó, un simple juego. Creo que hoy día, él es el único que se divierte con esto.

—Ya estoy en casa. –La voz de Jimin, encantadora y agradable entra en mis oídos después de haber recorrido toda la casa. Yo sigo mirando por la ventana en nuestro cuarto donde tantas cosas han sucedido. Niego con la cabeza porque ahora necesito una mente fría, necesito ser fuerte, por mí y por mi orgullo. Ya lo ha mancillado lo suficiente—. ¿Qué haces ahí? –Me pregunta sonriendo con una amplia sonrisa en la cara—. Te he traído algo.

Todo mi cuerpo sufre la ya conocida adrenalina por mi columna. Sin más miramientos me giro para verle extender hacia mí una bolsa de color gris con encaje rosa en los bordes. Las asas son de lazo rosa como el encaje y toda ella no es más grande que mi móvil. Es una bolsa pequeña.

—No lo quiero. –Digo ya harto de ver cada día un regalo nuevo.

—¿No? –Sonríe con las mejillas ocultando sus ojos—. Este te gustará, te lo prometo.

—¡NO! –Dejo caer la manta y le arrebato la bolsa de las manos. Con toda mi fuerza la tiro sobre la cama donde esta ha sido testigo de tantas barbaridades y con ello evito una más.

—¿Qué ocurre, amor? –Se acerca despacio con su mano en alto para rozar mi mejilla pero la golpeo alejándola de mí.

—No me toques, Park Jimin. No vuelvas a hacerlo jamás. –Su rostro me muestra la confusión que siente por mis palabras sin duda inesperadas. Yo no despego mi mirada de la suya y puedo ver como en ella la confusión pasa a un leve estado de ira. Tal vez incluso una rabieta infantil. No entiende que yo hablo en serio.

—¿Qué te pasa ahora? ¿Otra vez con estas tonterías? –Suspiro resignado y voy hacia la cama para sacar de debajo de ella una maleta de color negro. La pongo sobre el colchón y comienzo a llenarla con toda mi ropa que saco del armario. Algunas prendas caen al suelo sin que pueda evitarlo y Jimin, atónito, queda expectante a que le dé una explicación de mi comportamiento. Si se hubiera esforzado en escucharme desde el principio ahora no me vería obligado a tener que soltar las palabras que tanto se esfuerzan en agarrarse a mi garganta.

—Quiero dejarlo. –Digo con toda la fuerza y el valor que él me ha infundido con sus despreciables actos.

—¿Por qué? –Me pregunta serio mientras recojo ahora mi ropa interior de los cajones. Yo río por la nariz haciéndole sentir aún más confuso. Cojo de un cajón contiguo un sujetador de lencería rosa, con flores bordadas en color dorado y se lo lanzo al rostro para que lo estreche en sus manos.

—Por esto, idiota. –Él mira la prenda unos segundos atónito. Frunce el ceño y a los segundos una traviesa sonrisa sale de su comisura para aterrorizarme. Suspiro mientras me pongo un jersey y una chaqueta y cierro la maleta. Antes de salir miro su expresión, perdida en la delicadeza de sus dedos al tacto de la lencería. Si me fuera ahora mismo, no se daría ni cuenta.

 

 

Me gustaría explicar minuciosamente y con todo lujo de detalles lo acontecido estos últimos meses pero me temo que lo único que conservo son vagos recuerdos resentidos por mi torturada mente. De todas maneras haré mi mejor esfuerzo para recordar y hacer entender al lector hasta qué punto pude llegar solo por amor.

Primero presentarme, por supuesto. Mi nombre es Min YoonGi, y actualmente tengo treinta años pero lo que voy a relatar comenzó cuando yo tenía veintiocho años, y mi pareja, Park Jimin veintiséis. Ambos nos conocimos por casualidad dado que yo trabajaba como diseñador de interiores y me vi obligado a rediseñar la sala de reuniones tras la reforma de la empresa en la que Jimin trabajaba. Nos conocimos cuando yo tenía veinticinco y desde la primera vez que nos vimos sentí esas mariposas en el estómago que no son más que una descarga de adrenalina producida por las glándulas suprarrenales sobre los riñones. Estas se ven obligadas a descargar la adrenalina porque algo en su rostro, en su cuerpo, en la forma de hablar o de caminar me hizo recordar buenos tiempos. Mi infancia, en donde se encuentra el núcleo de lo que todos consideramos amor.

Él sintió lo mismo porque sus mejillas enrojecieron y comenzó a tartamudear al hablar. Yo soy algo más discreto y simplemente me limité a presentarme y preguntarle por su nombre. Se presentó como hice yo y me informó que era nuevo en la oficina pero que estaría conmigo hasta que terminara mi trabajo para supervisarme. Con sus veintitrés años se veía la persona más adorable e inocente que jamás se me pudo presentar. Recuerdo algunos momentos de esos vagos días. Recuerdo mirar los planos de la sala para saber bien como distribuir los muebles de la mejor manera cuando al levantar la vista, sus ojos me miraban fijos. Él se disculpaba tras enrojecer y apartaba la mirada pero cuando la mía regresaba a los planos en la mesa, tenía la certeza de que él me miraba de nuevo. De haber sido otra persona hubiera montado un escándalo pero he de reconocer que no me incomodaba. Es más, me gustaba que me mirara. Ser testigo mudo de sus ojos y de sus pensamientos. Siempre me ha gustado ser el centro de atención.

A las dos semanas, cuando terminé mi trabajo en la oficina me había acostumbrado a la presencia de Jimin de tal manera que incluso antes de cobrar por el trabajo ya le había invitado a una cerveza bien fría, como a mí me gusta. Él me dijo que no estaba acostumbrado a beber pero no me importó y le invité a una Paulaner* como la mía. Nos la sirvieron en una jarra alta y cuando yo me la terminé él tan solo iba por la mitad. Mientras tanto y para matar el tiempo hablamos de todo. Me dijo que trabajaba en la empresa como secretario del jefe del departamento de recursos humanos, que su sueldo era un poco mediocre pero que salía adelante. Acababa de mudarse a Seúl hacía unos meses mientras que yo he vivido aquí desde siempre.

—¿Has dejado alguna pareja por el camino? –Le pregunté haciendo referencia a alguna relación que hubiera tenido en Busán, de donde él venía, y tuviera que dejar por mudarse a Seúl.

—Me temo que no. –Me dijo—. Mis padres son… ¿cómo decirlo? Un poco tradicionales y no hubieran aceptado mis tendencias sexuales. –Se encogió de hombros y dio otro trago a la cerveza.— Nunca pude tener una relación con nadie que me gustase por miedo de la reacción de mis padres.

—¿Eres gay? –Pregunté sin más.

—Sí. –Me contestó con las mejillas teñidas—. Por eso me he mudado a Seúl, quiero empezar de cero. Una vida que sea realmente mía. –Recuerdo bien estas palabras, se quedaron grabadas en mi mente.

—Comprendo. Yo también soy homosexual. –Le dije con la misma expresión en el rostro que cuando él lo dijo.

—Oh… —Dijo sin más.

—¿Oh? –Pregunté sonriendo.

—¿Tienes pareja? –Me preguntó al fin.

—No. –Negué con el rostro mientras jugaba con una servilleta de papel en las manos.

—Oh… —De nuevo esa expresión—. ¿Y eso?

—¿Cómo “Y eso”? –Pregunté sonriendo.

—¿No tienes por algún motivo? ¿Ruptura reciente? ¿Cuernos? ¿Amor no correspondido?

—Simplemente no he encontrado a una persona con la que quiera una relación.

—Oh…

—¿Me veo como alguien a quien le cueste encontrar pareja? –Pregunte con una sonrisa en la comisura de mis labios. Él bebió cerveza de nuevo para refrescar sus ideas.

—No… es solo que…

—¿Hum?

—Yo sí saldría contigo. –Dijo y de nuevo ocultó su rostro con la copa. Sin duda la cerveza estaba empezando a hacer estragos en su cerebro. Sus mejillas ardían mientras que mis manos temblaban. Mordí mis labios buscando unas palabras adecuadas para responder pero antes de que me dejara expresarme terminó su copa a toda prisa, miró su reloj en la muñeca y se levantó algo nervioso—. Debo volver a la oficina o me reñirán. –Vino hasta mí y me quitó la servilleta de la mano para ponerla sobre la mesa y sacándose un bolígrafo de la chaqueta del traje apuntó su número de teléfono—. ¿Me llamarás? –Me preguntó inocente.

—Claro. –Dije sonriendo—. ¿Cuándo te viene bien?

—¿Para qué me llames? A cualquier hora pero preferiblemente a partir de las nueve de la tarde, cuando termina mi jornada. Para quedar a tomar algo, ya se verá, mi jefe es muy versátil con los horarios. –Se encogió de hombros y se marchó con una sonrisa que ocultaba sus ojos.

Yo me quedé mirando su caligrafía en los números y en su nombre. Guardé la servilleta en mis vaqueros y sonreí sacando a la par la cartera para pagar pero él se me había adelantado antes de darme cuenta. Sonreía ante ello y me marché aun sin saber hasta qué punto su mente estaba ocultándome la personalidad de un hombre fetichista hasta la médula.

 

 

Jimin y yo no empezamos a salir desde la primera cita. No al menos formalmente y mucho menos acostarnos. Él se solía definir como alguien liberal pero nunca ha sabido bien quién es realmente. En mi opinión es muy tradicional en pequeños detalles insignificantes como a la hora de pagar las cenas, en dejarme pasar primero por una puerta. En ser educado prestándome su chaqueta. Pequeños clichés románticos que debo admitir, me encantaban, pero a veces me hacían sentir bastante incómodo dado que no solo soy yo el mayor sino que además soy un hombre, como él.

Dos días después de aquella cerveza le llamé pasadas las nueve y media de la noche. Contestó enseguida y preguntó con una voz grave:

—¿Quién es?

—Soy Yoongi. –Nada más oír mi nombre su voz se tornó suave y aterciopelada.

—Oh, Yoongi. Ya pensé que no me llamarías.

—Te dije que lo haría.

—Ya pero ¿quién sabe? –Hablamos durante una hora y sentir su voz al otro lado del teléfono era una delicia y más aún la forma en la que hablaba, con cuidado de escoger sus palabras, con delicadeza. A veces parecía un cachorro, otras un león indomable. Su personalidad cambiante me encantó desde el primer momento y estoy seguro que debo ser masoquista porque es esa personalidad lo que hoy me lleva a la locura.

Cuando la llamada finalizó cené rápido aun con su voz presente y me acosté. Habíamos quedado para el día siguiente que era su día libre en el trabajo.

Soy de esas personas que no saben cómo formalizar una situación. Como definir que algo es o no una cita. Como saber si a partir de la primera relación sexual, estamos o no estamos en un compromiso serio. Me había acostumbrado por mucho tiempo a tener relaciones de una noche pero al contrario que a mí, Jimin jamás tuvo una relación o al menos eso me hizo entender. Por eso, su comportamiento conmigo era pudoroso y algo torpe. Pero era muy claro con sus intenciones. Él buscaba una relación seria y se aseguró de que todo fuera según sus planes. Una cita perfecta. Lo primero.

Nuestra primera cita fue algo… ¿Cómo describirlo? Clásica, tal vez esté bien.

Fuimos al cine para ver una película que ya ni me acuerdo de cual era. Pero si recuerdo bien su expresión cuando miraba la pantalla. A veces feliz y otras alicaído dependiendo del estado de ánimo en que la película le seducía. A veces incluso pareciera que estaba actuando como un buen espectador. Yo por el contrario no me mostré conforme ya que la película no era de mi agrado. Me decepcionó.

—¿Te ha gustado? –Me preguntó animado una vez estábamos en la calle.

—No ha estado mal. –Me encogí de hombros.

—No te ha gustado. –Afirmó. Me sorprendió la capacidad para conocerme tan solo por mi gesto.

—No demasiado, la verdad. –Su expresión se tornó alicaída.

—Perdóname, estaba tan emocionado con esto que no te pregunté a ti que veríamos.

—¿Emocionado? –Pregunto sintiendo una creciente presión en el pecho.

—Sí, me hacía mucha ilusión que quedáramos.

Seguimos caminando hasta que nos entró el hambre y nos detuvimos en un restaurante de pizzas italianas. No la típica pizzería de barrio sino un buen restaurante. La conversación cambió a ser algo más entretenida y culta. Había comenzado con películas que nos gustaban a ambos, y libros que los dos habíamos leído, siempre buscando algo en común para hacer evidente nuestra necesidad de una relación.

Recuerdo que su película favorita era, en resumen, toda aquella dirigida por Tim Burton. Estuve de acuerdo solo en la medida en que el protagonista debía ser Johnny Deep.

—Es un buen actor. –Dijo y siguió comiendo en silencio unos segundos.

—¿Puedo hacerte una pregunta? –Asintió—. ¿Eres virgen? –De repente sus ojos se abrieron como platos y me miró sin palabras.

—¿Cómo?

—Preguntaba si alguna vez lo has hecho con un hombre—. Yo comía tranquilo. Sin prisas.

—N-No. –Dijo tembloroso.

—Oh, ya veo.

—¿Ocurre algo?

—Es solo que… no sé.

—¿No estás seguro de que esto vaya a funcionar? –Me encogí de hombros y suspiré.

Acabamos de cenar y ambos peleamos durante unos minutos para saber quién pagaría la cena. Yo argumenté que su sueldo no era demasiado y debía ahorrar todo lo que pudiera. Él me convenció al decirme que la próxima vez pagara yo. Ayudándose así de su argumento para asegurar una segunda cita. Sonreí satisfecho y ambos nos fuimos a nuestras respectivas casas nada más salir. Él tenía que madrugar al día siguiente y yo debía preparar el diseño para una sala de estar en una casa rural. Era mejor no alargar la cita o nos resultaría muy pesado al final.

Estuvimos viéndonos por dos meses hasta que un día en vez de citarnos en parques o cafeterías prefirió invitarme a cenar en su casa. Me dijo que esa mañana se había encontrado mal y no quería salir de casa. Le insistí mucho tiempo en que si no se encontraba bien, lo mejor sería aplazar la cita. Pero algo me dijo por su manera de no dar su brazo a torcer, que lo que realmente quería era una cita en su casa. Cuando llegué a la conclusión no puse objeciones.

Cuando llegué, llevé una botella de vino y el portaba su radiante sonrisa de siempre. Descubrí que su casa era mucho más grande de lo que habría pensado para una persona que viene a vivir solo desde Busán pero me dijo que esto era algo provisional. Con los años vendió esa casa y acabamos ambos compartiendo el alquiler de la mía.

—Estás perfecto. –Me dijo cuando pasé a su sala de estar—. Hermoso.

—No digas tonterías. –Cuando quería, sabía cómo hacerme sonrojar.

Cocinó para mí un típico plato de Busán que, según él, estaba en la basura porque se le había quemado, por ello había llamado a un restaurante de comida china que no tardó en llegar. A mitad de la cena, estando el uno frente al otro dejó su copa de vino en la mesa con tan mala suerte que cayó sobre mi camisa. Me levanté del golpe del susto y él por educación también.

—¡Lo siento! –Salió corriendo a por un trapo pero negué con la cabeza todas las veces que se disculpaba.

—No importa. —Dije. Sus ojos titilaban y sus manos temblaban. Sin duda no había sido adrede.

—Cuando bebo soy muy torpe. –Dijo y era verdad.

—Es igual, no pasa nada. –Me senté de nuevo para seguir comiendo la comida, que por otra parte no estaba tan bien y él quedó unos segundos aun de pie vigilando la escena delante de él.

Cuando terminamos de comer ambos nos sentamos en su sofá después de recoger la mesa y nada más respiré me di cuenta que el fuerte olor a vino tinto impregnaba toda mi camisa. La mancha apenas se veía porque era de color negro. Permanecimos unos momentos así hasta que un fuerte suspiro me sacó de mis pensamientos para ver a Jimin con el rostro entre las manos a mi lado y apoyados los brazos en las rodillas.

—¿Ji-Jimin? –Pregunté. Apoyé mi mano en su espalda para reconfortarle—. ¿Qué ocurre?

—Nada me sale bien. –Dijo entre sollozos. Tal vez había bebido demasiado vino—. Se me ha quemado la cena, te he manchado con vino, y ahora seguro que lo único que quieres es marcharte porque todo ha sido un desastre.

—No me iré si no quieres…

—Yo tenía pensado esta cena para que fuera nuestra primera noche juntos. –Afirmó—. Quiero pasar la noche contigo. –Dentro de mí un choque de adrenalina inundó mis venas.

—Ni siquiera nos hemos dado el primer beso. –Dije sonriendo aún algo en shock por sus palabras.

Y de repente, levantó su rostro embadurnado de lágrimas y me miró fijamente. Sus ojos, rojos y algo hinchados me hicieron sentir tremendamente pequeño e inferior. Por una vez, él tomaría el control. Sus gruesos y suculentos labios cataron los míos con suavidad y delicadeza, disfrutando plenamente del momento. Yo solo pensaba en que esto ya era una cita en toda regla, y que este hombre delante de mí, sería mi pareja desde mañana. Estaba seguro de ello o al menos él sí lo pensaría así. No me molesté en pensarlo por más tiempo y llevé mis manos a su nuca para profundizar el beso y dejarle pasar a mi boca con su lengua.

Algo cambió en nosotros en ese momento porque nuestro lívido se disparó. Su mano fue a mi pierna para alzarla con algo de brusquedad sobre su cuerpo y dejarme sentado en su regazo.

Nuestra primera vez fue muy sencilla, como cualquier otro polvo, pero algo era diferente. Me llevó a su cama que era enorme y allí comenzamos a desnudarnos el uno al otro. Era la primera vez que él hacía semejante cosa pero se le veía desenvuelto y relajado, igual que estaba yo, porque aunque entre nosotros a la hora de hablar no congeniemos demasiado, nuestros cuerpos sabían hablar por ellos solos a la hora de tocarnos, de besarnos. Algo que jamás había sentido con nadie vino cuando sus manos comenzaron a recorrer todo mi cuerpo una vez estuve arrodillado de espaldas a él. No tenía prisa por llegar al orgasmo y se deleitaba observando y palpando mi cuerpo. Buscaba cada trozo de mi piel que no hubiera ya investigado y mientras lo hacía no salían palabras de sus labios, no nos hacía falta.

Toda la timidez y la torpeza desaparecieron rápidamente en cuanto nos liberamos de nuestras ropas. Nuestros cuerpos encajaban a la perfección cuando nos abrazábamos, cuando nos consumíamos en el orgasmo. Era minucioso y cuidadoso, no hacía nada sin haberse asegurado que no dolería. He de decir que me enamoré de la delicadeza con la que me trataba pero cuando debía ser firme, rudo y autoritario, era el mejor.

Cuando nos chocamos con el clímax los gemidos se habían vuelto gritos. Mi cuerpo se veía sumido por olas de espasmos involuntarios que le animaban a él a continuar. Ambos vinimos al mismo tiempo y caímos en la cama exhaustos. Nos miramos una vez más, nos besamos y caímos rendidos por el cansancio.

Aun recuerdo muy nítidamente esa primera vez. Una de tantas que la siguieron pero jamás supe que no volvería a tener una igual jamás. Él se esforzó en que cada una fuera diferente a la anterior.

 

Pasó cosa de medio año desde aquella noche inolvidable. Lo habíamos hecho con frecuencia y todas aquellas veces fueron geniales pero algo que no sabía de la personalidad de Jimin era que no le gustaba la monotonía y mucho menos estancarse en la rutina. No creí que acostarnos juntos pudiera llegar a convertirse en rutina pero al parecer él necesitaba cosas nuevas, un punto de excitación, algo que le animara a seguir. Recuerdo aquel primer objeto. Uno de tantos.

—¿Vamos a hacerlo? –Le pregunto cuando me ha tirado en la cama y se ha sentado sobre mí.

—Tengo un regalo, hyung. –Me dijo. Aquellas palabras retumban cada día en mi mente. Cada vez es algo diferente, cada día es algo nuevo con lo que divertirse. Solo se divierte él.

De la mesilla de noche de su cuarto sacó unas esposas de cuero rosas forradas de pelo sintético rosa en la cara interna. Parecían tan adorables e inocentes que ni siquiera me preocupé, es más, me agradó la idea y estuve dispuesto a hacer lo que me dijera.

—¿Quieres que me las ponga? –Asintió con una sádica sonrisa en los labios y me dio la vuelta para esposarme las muñecas a la espalda. Sus movimientos eran bruscos acorde con el acto de esposarme pero me gustaba, sentir por una vez un poco de exceso de rudeza.

—Te ves perfecto. –Me dijo y me puso de cara a él para torturarme con sus labios recorriendo mi cuerpo. Sus dientes mordiendo la piel que alcanzaban. Gimo y suspiro por la impotencia de no poder corresponder sus actos pero ya se encargaría de él serle de ayuda. Antes siquiera de que a mí se me pusiera dura, agarró mis cabellos habiéndome puesto de rodillas en la cama y él se puso en pie sobre ella. Llevó mi boca a su polla me hizo hacerle una mamada. No puedo decir que no quisiera o que me obligara porque si hubiera dicho que parase, se habría detenido. Pero me atraganté varias veces y aunque no lo pasaba bien, me hacía continuar.

A los minutos me penetró y nos corrimos pasados los cinco minutos. Nada más terminar me quitó las esposas y me masajeé la zona donde estaba enrojecida. Me miró sin respiración por el fuerte orgasmo que le había golpeado y me sonrió completamente satisfecho. Su gesto me hizo sentir mejor pero jamás se me olvidará el tacto de las esposas en mis muñecas.

 

 

Aquel extraño juego de dominación estuvo siempre presente en las siguientes relaciones sexuales que tuvimos. De alguna manera no sentía ilusión si lo hacíamos como lo habíamos hecho siempre. Cuando le decía que no me apetecía ya me había esposado, cuando insistía en cambiar las tornas y ser él quien se esposara me saltaba con extrañas excusas infantiles y sin valor alguno como “con el color de tu piel se ven más hermosas” “¿Cómo vas a dominar tú?” O “si no lo hacemos así, como yo quiero, no lo hacemos”. En otras circunstancias no me habría costado coger la puerta y marcharme en busca de otra persona que saciara mis apetitos carnales. Cualquiera, el primero que pasara, pero esta vez era diferente. Ambos estábamos en una relación y nos debíamos respeto mutuo y paciencia. Mucha paciencia.

A veces hacía o decía cosas extrañas mientras follábamos. Me decía cosas como: “Esa es mi nena” “Bebé, ¿cuánto te gusta esto?” “Eres mi pequeña de azúcar” Sin duda palabras adorables pero que no solo denigraban mi hombría sino que me hacían sentir incómodo. Valorarme como a una mujer era extraño. Al principio, solo eso, extraño.

Pero la cosa no se detuvo con unas simples esposas. Ojalá y así, hubiéramos seguido juntos. O tal vez no y la monotonía le hubiera llevado a la locura, pero de cualquier modo eso ya no son más que conjeturas porque no se detuvo con unas esposas. Me compró todo lo que necesitaba para someterme.

—¿Jimin? –Pregunté a voces una vez llegué a casa y dejé el maletín con el portátil sobre la mesa. Ambos ya vivíamos juntos en mi casa y pagábamos el alquiler con el sueldo de los dos. Nos sobraba dinero pero no para malgastarlo, claro—. He llegado a casa.

Oía sus pasos acelerados acercarse a la sala de estar. Era pronto, tal vez las seis de la tarde pero había salido antes del trabajo y no me apetecía deambular sin rumbo teniendo una casa.

—¿Tan pronto? –Preguntó apareciendo de la nada y con una sonrisa extraña en su rostro. Le miré durante unos segundos intentando averiguar qué artimaña escondía detrás de esa radiante y maravillosa sonrisa.

—¿Ocurre algo? ¿No te habré interrumpido en pleno acto sexual con tu amante? –Le pregunté seguro de que no es cierto ya que la fidelidad es una virtud en su persona.

—Mmm… —Piensa unos segundos—. No hay amante pero si hay una sorpresa en la cama, esperándonos. –Mi cuerpo temblaba y no pude evitar sonreír algo sorprendido por sus palabras.

—¿Qué es? –Pregunté receloso. Sin darme una respuesta a mi pregunta zafó mi mano y me hizo caminar por la casa hasta nuestro dormitorio. Allí, nada más entrar pude ver en la cama todo tipo de juguetitos acorde con las esposas.

Me acerqué sin decir nada aun y miré bien todo lo que se exponía a mí. Un collar con correa, una venda para los ojos, unas esposas iguales para los tobillos, un látigo e incluso una de esas bolas que se meten en la boca para amordazar a los sumisos. Ahora si que temblaba pero de espanto.

—¿Qué es todo esto? –Pregunto intentando controlar mi enfado.

—¿No te gusta? –Preguntó Jimin decepcionado.

—Es solo que… bueno… ¿Es para mí?

—¡Claro que es para ti! –Se acercó a la cama y cogió de ella la correa con el collar. Desabotonando con mucho cuidado mi camisa dejó expuesto mi cuello y allí amarró el collar. La suave y rosada piel en contacto con mi cuello no era desagradable pero si lo fue cuando Jimin tiró de la correa y me acercó a su rostro para besar mis labios.

—Ah… —Me quejé en señal de desagrado pero eso no hizo sino excitarle aún más por lo que tiró más fuerte haciéndome interponer mis manos entre nosotros para apartarnos.

—Juguemos un rato… Yoongi… —Pidió, no, suplicó de manera inocente mientras veía mi rostro descontento.

—No sé si me gustará…

Dije pero en cierto modo me equivocaba porque al ver mi indecisión me cuidó y me mimó en todo momento evitando que me echara atrás con la idea. Muy delicadamente se deshizo de mi ropa hasta dejarme completamente  desnudo y me cogió en su regazo para tumbarnos ambos sobre la cama. Lo primero que hizo fue colocar sobre mis ojos la mascarilla rosa y me dejó tumbado boca arriba.

Jamás creí que volvería a sentir el mismo éxtasis de placer que me invadió la primera vez que lo hicimos pero me equivocaba. La incapacidad para verle me permitía concentrarme en el tacto de sus manos sobre mi piel y fue exactamente el mismo. Las yemas de sus dedos recorriendo todo mi cuerpo mientras lo esposaba o lo rodeaba de cuero. No me importó ya la impresión que pudiera darle, yo sabía que él solo tenía ojos para mí y eso me fascinaba, me llenaba de egocentrismo.

Ciego, con las manos atadas a la espalda y con la correa en el cuello me sentí completamente impotente pero gemía todo lo que me proporcionaban los dedos de Jimin dentro de mi entrada.

—Ponte a cuatro, Yoongi. –Me dijo y asentí sin titubeos—. Ahora te voy a poner la mordaza en la boca. ¿Alguna petición antes de que no puedas decir nada? –Sus palabras eran dulces rozando la locura de la sobreestimulación por el éxtasis.

—¿Puedes meter tu lengua primero? –Dije a la oscuridad—. Sabes que me encanta—. Tras mis palabras sentí un fuerte tirón en el cuello que me hizo curvar la espalda.

—Solo si me lo dices como es debido. –Él me enseñó a hacerlo—. “Jiminie Oppa, mete tu lengua dentro, oppa”.

—¿Oppa? –Pregunté confuso—. Yo soy mayor. –Y de repente utilizó por primera vez el látigo contra una de mis nalgas. En ese momento quise deshacerme del antifaz para asesinarle con mi mirada, lo cual, no se me estaba permitido por lo que opté por gemir en el dolor y hacer lo que me pedía. Así, no me castigaría de nuevo—. Oppa… Jiminie Oppa… Méteme la lengua como sabes que me gusta.

—Así mejor, mi pequeña. –Sus palabras producían escalofríos por todo mi cuerpo y estos se vieron intensificados cuando penetró mi entrada con su lengua desquiciada. Con una mano separaba mis nalgas y con la otra sujetaba firmemente la correa desde mi espalda para que no pudiera moverme demasiado. Mis gemidos se silenciaron cuando salió de mí para cubrirme la boca con la bola de plástico duro. No me impedía gemir pero si hablar o quejarme de cualquier otra forma. La saliva comenzaba a no retenerse en mi boca y salía por mis comisuras dado que estaba apoyado tan solo por mi cabeza en la almohada. Mis manos atadas a la espalda ya no me servían de ayuda.

Jimin se posicionó detrás de mí y penetró sin miramientos o de manera que me informara de ello. Rápido y profundo se había convertido en su manera favorita. Antes, se ayudaba de mis caderas para entrar y salir pero hoy no soltó la correa y tiraba de ella como si follara con un perro, usando tan solo ese trozo de cuero para acercarme a él y posteriormente alejarme.

Quise gemir que me tocara pero no salieron más que palabras inconexas. En otra situación me habría aliviado yo solo pero por hoy no se me estaba permitido usar las manos.

—¿Qué quieres? Te dije que no podrías hablar. Debías haber usado mejor tu última súplica. –Comencé a gemir más alto con lo que conseguí que tirara tan fuerte de mi cuello que me pusiera erguido, juntando mi espalda con su pecho. Por un momento sentí que perdía el aire—. ¿Quieres que te toque, pequeña? –Asentí gimiendo—. ¿Y qué harás después para compensarme? ¿Me la chuparás como yo te pida? –Asentí resignado porque mi polla ya dolía demasiado.

Y sin más continuó con las embestidas mientras su mano bombeaba rápido mi polla. Vine enseguida y nada más manché su mano salió de mí y tiró de la correa para desplazarme fuera de la cama. Fue complicado al principio caminar con las manos a la espalda y con los ojos cubiertos pero él me guiaba tirando de mi cuello hasta ordenar que me detuviera. Quitó la mordaza de mi boca.

—De rodillas, y abre tu boca. –Me dejó situado en el medio del cuarto y me obligó a arrodillarme tirando de la correa. Abrí la boca como me dijo e introdujo allí toda su longitud follando mi boca. Me atraganté varias veces pero no pareció importarle, solo quería sentir el calor de mi interior y como mis labios rodeaban su pene. Él gemía mucho más alto que cuando me lo hacía por detrás y ya no sujetaba mi pelo o mis hombros, como otras veces. Tiraba y aflojaba del collar para marcar el ritmo que le place.

Llegó tal punto de excitación en el que quitó la venda de mis ojos y sacó su polla de mi boca. Sujetó firmemente la correa enrollándola en su mano y me dijo con voz grave mientras se masturbaba delante de mi cara.

—Si cierras la boca te doy de latigazos hasta que llores. –Ante aquella amenzana no me vi con valor de desobedecer y abrí mi boca esperando que se corriera sobre ella y vino en toda mi cara. Jamás le oí gemir tan alto y tan fuerte. Jamás me había amenazado. Jamás me había hecho sentir tan indefenso o maltratado. Y no sería la última vez.

 

 El tiempo pasaba y la rutina en su depravada manera de hacer el amor se intensificaba. Cada día era más rudo, más violento y más machista a la hora de apodarme con apelativos femeninos. Su voz comenzó a retumbar en mis pesadillas de la forma más cruel posible. Sus manos recorriendo mi cuerpo ya no buscaban mi comodidad sino su placer. Sus palabras buscaban la excitación propia, sus gestos violentos mantener su pene erecto y palpitante. La sumisión llegó a tal punto que me golpeaba o me azotaba incluso cuando hacía las cosas como él pedía. A veces incluso me dejaba a medias teniendo por fin su propia eyaculación. No me importaba demasiado porque solo ver mi estado ya me deshacía del lívido.

Pasaron tres meses en los que por temor de llegar a casa no salía de la oficina y trabajaba hasta tarde diseñando mierdas inservibles de excusa para no llegar a casa, y los días que se me hacía imposible quedarme, me acercaba al bar más cercano y bebía hasta emborracharme, porque solo borracho aceptaba todas las cosas que Jimin me hacía. Comencé a plantearme el momento exacto en que las cosas habían cambiado en su mente, algún detonante del que yo fuera culpable por el que se veía obligado a hacer esto. Cuando hacíamos el amor, o lo que fuera que hiciéramos, la respuesta era clara. Odiaba hacer dos veces la misma cosa y cada día, tenía que probar algo nuevo. Algo que estimulara sus sentidos y le volviera loco.

Tratarme como un perro le vuelve loco, o al menos eso pensé pero estaba muy equivocado, no soy un perro. Sino un gato.

—Yoongi… —Su voz a mi espalda me pone los pelos de puta mientras estoy trabajando en mi portátil desde casa. Hoy es mi día libre y aun así, no quiero descansar. El trabajo me hace sentí útil—. Te he comprado algo.

Es gracioso cuando todas y cada una de las veces que me regalaba algo lo decía como si realmente yo fuera a disfrutar del obsequio cuando estaba excesivamente claro que solo buscaba su propio interés. Ni siquiera le presté atención y seguí trabajado pero algo puso sobre mi cabeza y en el reflejo de la pantalla del ordenador me vi con unas lindas orejas de gato peludas. Las saqué de mi cabeza para verlas mejor y ver como el interior de estas eran de color rosa y el pelo exterior blanco, grisáceo y negro.

—¿Esto te gusta? –Pregunté algo aturdido cuando lo que me esperaba era algo de dominación.

—Hace juego con esto. –Y de la bolsa donde guardaba las orejas de gato sacó una peluda cola de color negro donde en su extremo una pera metálica indicaba que debía introducirse en mí. Conozco este tipo de cosas porque los vi en videos porno hace mucho—. Y he comprado algunas más.

Rosas, blancas, negras, grises. Unas cuantas más todas para mí y su disfrute sexual.

—No voy a meterme eso en ningún lado. –Dije serio y convencido y me giré de nuevo para seguir con mi trabajo.

—Claro que lo harás. –Dijo mientras acariciaba delicadamente una de las colas como si de un animal real se tratara. Daba escalofríos solo de verle—. Lo harás mientras yo te miro.

La imagen vino a mi mente y sabe que mi debilidad es sentirme observado. Aun así, no accedí de ninguna manera. No esta vez.

 

 

—Ah… ah… —Gemí mientras estando a cuatro me introducía la pera de metal por mi entrada.

—Rápido Yoongi, no tengo todo el día. –Se quejó mientras paseaba alrededor de la cama donde yo estaba arrodillado, con el látigo en la mano amenazante. En mi cuello, la correa ya apretaba y tenía dificultades para respirar de tantos tirones. En mi nalga derecha, una buena marca roja con la forma de su mano hacía llamar la atención.

—Duele, Oppa… —Me quejé pero su mano fue rápida a la cola y la introdujo a la primera con mis quejidos de fondo de los cuales era sordo.

—Mira que bien. –Palmeó de nuevo mi nalga y tiró de la correa para me que sentase en la cama y le mirase. Sobre mi cabeza, unas peludas orejas de gato adornaban mi pelo y sus ojos brillaban expectantes a la escena delante de él. Acarició con su mano la cola peluda y tiró un poco de ella para asegurarse que estaba bien sujeta—. Maúlla para tu oppa.

—No voy a… Ah… —Un latigazo en mi pierna.

—Si no obedeces será peor. –Ante mi cara de enfado se inclinó hasta que llegó su rostro a besar el mío y en el beso su mano masturbaba mi polla para hacerme caer un poco en la locura y acatase sus órdenes no por miedo a los castigos sino por el placer vano que me puede proporcionar—. Maúlla mi lindo gatito.

—Miauu… —Murmuré sintiendo como poco a poco mi polla se endurecía. Abrí un poco más mis piernas y jugó con mis testículos a la par que sujetaba el látigo con la misma mano.

—Otra vez, mi pequeña. Me pone mucho cuando eres tan sumisa.

—Miauu… —Repetí sintiendo arder mis mejillas.

Desabrochó los botones de su vaquero y bajó la cremallera. Se hizo espacio entre la ropa interior y sacó su pene duro, grande y palpitante. Me tiró de nuevo para tumbarse sobre mí y agarró la cola de gato para hacerse espacio y penetrar con ella aun en mi interior. Jamás sentí tanto dolor. Le pedí que parara pero no se detuvo hasta que no se corrió dentro de mí dejándome completamente dolorido y sin poder moverme. Aquella noche lloré antes de que viniese a dormir. Me había perdido el respeto.

 

 

Comencé a evitar estar juntos en la misma habitación a toda costa, por no decir que no pasaba apenas por casa pero eso era incluso peor porque le daba la excusa para salir él también y comprar juguetitos a su antojo. E incluso sus ansias de sexo se veían insatisfechas por lo que cada vez que me veía era penetración asegurada.

Las excusas para no hacerlo dejaron de servir. Cosas como “Hoy he tenido un mal día” “No estoy de ánimo” o incluso “Ya me he masturbado en el trabajo” parecían no querer entrar en sus oídos de ninguna manera. Me cogía en sus brazos y en el momento en que me tiraba a la cama ya no había vuelta atrás. Me desnudaba rápido, y se jactaba de que no tenía prisas para correrse, para jugar conmigo y con sus fetiches extraños. A los dos meses dejó de comprar cosas relacionadas con los gatos y se presentó un día en casa con un paquete envuelto con un lazo blanco encima. Era un papel elegante a la par que muy infantil pero de todas maneras lo desenvolví encontrando dentro un dildo con forma de tentáculo.

Al principio un par de arcadas y escalofríos invadieron mi cuerpo pero al cogerlo en mis manos el látex era muy flexible, elástico y manejable. Parecía un tentáculo de verdad por el hecho de que era de un rosa transparente.

—Estas cosas tuyas me están empezando a asustar. –Reconocí mientras mi cuerpo temblaba.

—¿Por qué? Míralo, es adorable.

—Es un consolador. –Dije frunciendo el ceño—. ¿Qué se supone que debo hacer con esto?

—Yoongi, no te creía tan pánfilo. –Rió de mí.

—¿Acaso necesitas esto para darme placer? –Pregunté insinuando que no se le ponía dura como para penetrarme.

—Claro que no. Es para ti.

—¿Me lo llevo al trabajo y juego con él cuando te eche de menos? –Pregunté haciendo un puchero pero él se enfadó y negó con la cabeza.

—No lo usarás a menos que yo esté delante. –Dijo firme.

—Entonces, ¿qué gracia tiene?

—Para ti no sé, pero para mí, mucha. Ah. –Buscó algo más en la bolsa donde traía el paquete envuelto—. Te he comprado lubricante también. Para que no te quejes tanto.

—Gracias. –Digo sarcásticamente.

—Si no lo quieres, no lo usaremos. –Se encogió de hombros y guardó de nuevo el lubricante en la bolsa.

Fue en ese momento en que no contesté cuando me di cuenta de que esa había sido nuestra conversación más larga en tres semanas. Y siempre de sexo. No teníamos otra forma de comunicarnos si no era a través de las relaciones sexuales pero no había empezado a ser así desde hacía poco, sino que siempre había sido así. Las pocas palabras que nos decíamos al principio no eran más que conversaciones obligadas. Con el tiempo las evitamos e íbamos directos al dormitorio siempre que alguno de los dos necesitaba descargar energías. Jamás congeniamos en otro sentido que no fuera en la cama. E incluso ya empezaba a pensar que ni siquiera ahí podíamos ponernos de acuerdo.

—Vamos amor. Tengo muchas ganas de estrenarlo. –Se levantó y tiró de mí para dirigirnos al cuarto. Aquella vez recuerdo que me preparé mentalmente para todo lo que me fuera a suceder pero en realidad no fue para tanto. Fui sumiso haciendo todo lo que me pedía para agotar cuanto antes su apetito y terminar la situación sin salir dañado.

—¿Qué hago? –Le pregunté dándole las riendas de mis actos.

—Desnúdate, bebé. –Cogió una silla y la colocó frente a la cama donde pudiera verme bien. Era de día y las cortinas estaban echadas por lo que la luz del día entraba filtrada por la blanca tela.

—¿Así? –Pregunté siguiéndole el juego con verdadero miedo de que me golpeara. Él asintió rozando con la palma de su mano el bulto en sus piernas despertándolo poco a poco. Una vez estuve desnudo del todo me habló con voz grave.

—Coge el dilo y lubrícalo con la boca. –Me senté en la cama y miré ahí el dildo entre las sábanas donde me lo había lanzado. Hice lo que me pidió y me lo metí en la boca como si hiciera una felación con él. Sentía las ventosas de látex rozar mi lengua y las embadurné bien de saliva para que no doliera demasiado—. Quiero verte como juegas con él, preciosa.

Me tumbé en la cama boca arriba y miré al techo blanco. Suspiré y le pedí que me dejara meterme unos dedos antes pero negó con el rostro y desabrochaba su pantalón el cual seguro que le apretaba. Suspiré de nuevo y comencé a introducirlo muy lentamente gimiendo de dolor. Pero solo al principio porque en realidad no era tan grande y me acostumbré rápido a él. Lo sacaba y lo volvía a meter gimiendo muy alto solo para provocarle. Le miraba de vez en cuando y le veía masturbarse bombeando su polla rápidamente. Deseaba que el juego acabara aquí pero cuando creía que era suficiente saltaba a la cama junto conmigo, me sacaba el dildo y me penetraba con fuerza partiéndome en dos.

—Jimin… ah… —Para acallar mis súplicas cogió el dildo y lo introdujo de nuevo en mi boca simulando una mamada. Vino rápido y muy caliente. Se recompuso enseguida y salió del cuarto porque hoy tenía jornada de tarde. Suspiré mientras oía la puerta cerrase y miré el dildo en mis manos. Me pregunté cuánto más tiempo soportaría esto.

Mientras, mi polla dura aún reclamaba por atención.

 

 

Pasó año y medio desde que nos conocimos. Recordaba a ese Jimin con dulzura y me hubiera gustado conservarlo entre algodones para tenerlo siempre como era antes. Tímido y receloso. Educado y caballeroso. Pero yo sabía que ese Jimin no volvería porque de un momento a otro fue sustituido por un hombre incapaz de mantener una conversación si no es sobre sexo. Creí que esto no podría ir a peor pero me equivoqué.

Aquel día era invierno pero por suerte no nevaba o llovía por lo que se podía ver a la gente pasear por las calles. Los abrigos de cuero y lana adornaban los cuerpos de los transeúntes y el sonido de la puerta al cerrarse indicando que Jimin regresaba del trabajo llenaba mis oídos.

Días antes había dejado de sentir esa terrible angustia cuando llegaba porque se había acostumbrado a besarme en las despedidas y en los reencuentros. De vez en cuando hacía comida para mí y otras me alzaba en brazos y me estrechaba en ellos solo por placer, nada de intenciones sexuales. Ya no volví a sentir ese subidón de adrenalina cuando le oía a parecer ni tampoco huía de él por temor a un nuevo encuentro sexual denigrante.

Pero aquel día, cuando con una manta sobre mis hombros me giré descubrí, en sus manos un paquete de color rosa. Me miraba de manera diferente a otras veces. Podía ver en su mirada algo parecido al miedo o la vergüenza. Pudor, tal vez pero desapareció en cuanto le retiré la mirada para centrarme de nuevo en la acera bajo la ventana. Pensaba: “me volveré a girar y no portará nada en las manos”. Me equivoqué profundamente y el pinchazo en mi estómago se difundió al resto del cuerpo.

—He comprado algo que espero no te moleste. –Sus palabras eran cuidadosas y muy bien escogidas por miedo a que no le entendiese—. Me gustaría verte con ello puesto. Sé que es raro pero, no he podido resistirme.

—¿Qué has comprado? –Pregunté algo preocupado cuando vi la etiqueta de la tienda y descubrí que es de un lugar de lencería carísima. Abrí la caja descubriendo un sujetador de color rosa con flores bordadas y unas braguitas a juego. En los bordes superiores, un encaje blanco adornaba la tela y lo acaricié en mis manos dándome cuenta de la delicadeza del tacto. Sin duda esto debía haber costado muy caro. Dentro de la caja, unas flores puestas adrede y un collar de peras, seguramente de plástico—. ¿Para quién es esto? –Pregunté esperanzado pensando que tal vez fuera un regalo para su madre o algún familiar…

—Para ti, idiota. –Sonrió con las mejillas enrojecidas.

—Jimin, —dije serio—, si lo que quieres es acostarte con una mujer, no sé qué haces conmigo. –Él pareció ofenderse.

—Porque te amo a ti. Y me encantaría que…

—¿Qué me vistiera con ropa interior de mujer?

—Sí. –Asintió como si fuera la cosa más normal del mundo. Ante mi cara de desconcierto se aventuró a explicarme sus podridos sentimientos—. Me gustas tú, tu personalidad, tus ideas. Tu cuerpo es delgado, esbelto, blanco y hermoso y estoy seguro que esto te quedaría genial. A mí me pone mucho verte como a alguien pequeño e inocente a quien cuidar.

—A quien cuidar. –Repetí en alto asimilando sus palabras—. Eres un fetichista. –Dije.

—Puede. –Se encogió de hombros mientras sacaba el sujetador y lo ponía sobre mi cuerpo para comprobar que me quedara bien—. No entiendo muy bien de tallas de sujetador pero creo que te quedará perfecto. –Se relamió los labios unos segundos y regresó el sujetador a la caja con el resto de cosas—. Ve al cuarto y cámbiate. Quiero vértelo puesto.

—¿Ahora? –Pregunté—. Hace mucho frío para ir con esto por casa.

—Va… Yoongi… —Me suplicaba como un niño caprichoso.

—¿Qué me darás si lo hago? Como comprenderás esto es vergonzoso.

—Lo que quieras mi amor.

—Me cocinarás una semana. –Frunció el ceño.

—Pensé que me pedirías otro tipo de cosas. –Me encogí de hombros y antes de que acepte ya me metí en el cuarto y respiré profundamente recogiendo la ropa interior en mis manos. Arrancó la etiqueta del precio pero no me cabía la menor duda de que se había gastado el sueldo de una semana para esto. Si seguía con sus tonterías nos arruinaría a los dos porque con todos los extraños juguetitos que había comprado hasta el momento yo calculaba más de ciento veinte dólares. Esto ya es una locura.

Me miré en el espejo tras desnudarme y colocarme esas incómodas prendas y me puse las perlas alrededor del cuello y no pude evitar aplastar una entre mis dientes para asegurarme que no eran de verdad. Cedió un poco a estos y suspiré aliviado. No quería sumar más dinero a mi cuenta mental. Cogí una de las rosas y me encaminé fuera mirando y acariciando los pétalos solo como escape a este vergonzoso momento. Él se había mantenido de espaldas al dormitorio sentado frente a la tele en el sofá. Respiré profundo antes de hacer presencia delante de él y tosí indicándole que ya estaba visible. Se giró entusiasmado y sus mejillas ardieron los primeros diez segundos. Cuando el shock en su cabeza desaparecía, una sádica sonrisa ocupaba su lugar haciéndome temblar.

—Yoongi… —Dijo señalándome con un dedo—. Ven aquí.

Me resigné a caminar hasta ponerme de frente a él y me hizo dar un par de vueltas para ver la imagen completa de la vergüenza en mi cuerpo. Sonreía triunfante y victorioso pero no hacía más. Solo mirarme.

—¿Y bien? ¿Ya puedo quitármelo?

—¿No te gusta? –Preguntó desanimado. Negué con la cabeza.

—Es incómodo.

—Pero mírate. Te ves muy adorable y sexy. –Alargó su brazo para estrechar mi mano y acarició mis dedos lentamente. Como si me reanimara con sus caricias. Me miraba a los ojos y no al cuerpo solo para hacerme ver que era sincero con sus palabras. Sonreía travieso pero nada más en él parecía querer asustarme. Por una vez, me trató con delicadeza cuando me acercó a él para darme un dulce beso. Este se malentonó y acabé sentado en el regazo de Jimin acariciando sus cabellos mientras él rozaba con sus dedos la poca tela de ropa que cubría mi cuerpo. Sus manos, ambas a la vez con las palmas abiertas se condujeron a los pechos que simulaban el sujetador y cerró con fuerza como si sobara los pechos de una mujer. Lamió y chupó mis pezones con ansias y desesperación. Cuando ya ninguno de los dos soportó más el calor, retiró levemente la tela de la braguita en mi entrada y me penetró de una obligándome a abrazarle mientras gimoteaba.

En ningún momento se le ocurrió quitarme ninguna de las dos prendas, lo mucho que hizo fue deshacerse del collar en mi cuello y lo lanzó lejos. La rosa ya había caído a un lado del sofá perdida de mi recuerdo. Yo solo me centraba en saltar en su regazo.

Cuando ambos nos corrimos me di cuenta de que su orgasmo había sido muy fuerte y más largo que otras veces. Se corrió dentro de mí de manera más abundante. Más semen que otras veces goteaba de mi entrada y manchaba la ropa interior en mi cuerpo. Estaba más cansado a pesar de que yo estaba encima. Esta vez había sido para él mucho más placentera que todas las demás.

 

 Hasta aquel día pensé que la situación la tenía controlada dentro de lo que cabe. Creía que su fetichismo por la ropa femenina y los juguetitos sexuales no eran más que algo pasajero pero como todas las obsesiones, acabó desparramándose de sus manos hasta el punto que ya no tenía las riendas de su autocontrol sexual.

Cada semana se presentaba con alguna prenda nueva. Siempre ropa interior y de alto coste pero cada vez era algo diferente. Lo siguiente a aquello fueron unas braguitas negras con un sujetador a juego. Todo de encaje negro con un lazo negro que cubría lo básico. Incómodo sin duda pero a él debió gustarle en demasía porque nada más me obligó a ponérmelo me fotografió varias veces con su móvil y me hizo posar con las orejas de gato y la cola en el ano.

También me compró varios tangas demasiado adorables como para ocultarlos en la intimidad de nuestras relaciones, según él, por lo que de nuevo me fotografiaba  hasta que su memoria del móvil se resentía y se veía obligado a parar. No se tocaba después de fotografiarme, ni siquiera me follaba. Nada. Parecía saciar su sed tan solo con eso. Con fotos.

Cuando se cansó de ese tipo de prendas las complementó con ligas o medias para que el look fuera completo, siempre conjuntadas con las prendas que ya tenía. Algunas negras, otras rosas con corazones de plástico.

Llegó tal punto que perdí la cuenta del dinero que llevaba gastado en su extraño fetiche pero prefería no pensarlo o acabaría por volverme loco. Cuando miraba mis cajones, la lencería que él me compraba ocupaba mucho más espacio que mi propia ropa interior. Cualquiera que hurgase en ellos pensaría que aquí vive una chica y yo incluso empezaba a pensarlo porque me trataba como tal.

La obsesión de Jimin comenzaba a preocuparme a tal punto que decidí hablar con él lo que me hizo ver que ya estaba demasiado ensimismado en la degradación de su fetiche como para escucharme.

—No creo que sea sano obsesionarse con estas cosas. –Le dije cuando habría una nueva caja de ropa interior.

—No digas eso. Déjame darme unos caprichos. –Y la verdad es que sus palabras me hicieron pensar mucho en ello. Jimin siempre ha sido un hombre sano, hace deporte, no fuma, no bebe. No tiene vicios como el juego o las apuestas. Todos tenemos que tener nuestra mancha negra.

¿Sabes cuando supe que su problema era ya irremediable? Cuando un día le descubrí masturbándose tan solo sujetando en su mano una de las prendas femeninas de ropa interior. Estaba tirado en la cama con la polla dura en sus manos menándola frenéticamente mientras en la otra palpaba delicadamente una braguita de color rosa con lazos blancos. Él no me vio entrar en el cuarto y salí de allí tras darme cuenta de lo que hacía. Salí de casa antes de que la locura sucumbiera a mi mente.

 

 

—¿Qué haces con las fotos que me haces? –Le pregunté un día mientras cenábamos. Sus mejillas enrojecieron.

—Me masturbo en el trabajo mientras las miro. –No le contesté.

Mentira.

 

 

Regresemos al presente. Bueno, no tan presente. Ayer.

Ha pasado tiempo desde aquel día en que me compró la primera prenda de lencería pero aun cuando hoy la miro siento un profundo rencor a ella porque a pesar de que no tiene culpa de nada, no me importa. Sé que es una cómplice de todas las barbaries que me ha hecho. Es un día de invierno pero hace más frío de lo común por lo que estoy arropado en el sofá mientras veo una película. Ya es de noche y he terminado mi cena hace ya tiempo. Miro el reloj de nuevo frunciendo el ceño porque Jimin llega tarde de su trabajo.

—Adelante. –Dice Jimin cuando al fin aparece por casa pero no viene solo sino que otro hombre de su edad o tal vez más joven le acompaña. Este mira la casa asintiendo, reconociendo que no le desagradan las vistas—. Cariño. –Me dice ahora a mí—. Vengo con Jungkook, un compañero de trabajo.

Me levanto del sofá y me inclino como saludo y él corresponde el gesto. Sonríe y me mira de arriba abajo con las mejillas ardiendo. Las de Jimin le siguen. Ambos están borrachos.

—¿Es él? –Pregunta JungKook y Jimin asiente con un gesto orgulloso.

—Es él. –Afirma.

—Encantado de conocerte al fin. –Dice Jungkook—. Soy un gran admirador. –Ambos se destornillan por las palabras de este.

—¿Me he perdido algo? –Pregunto a Jimin que se encoge de hombros—. ¿Has bebido?

—Sí. Este muchacho lleva tiempo insistiéndome en invitarme a unas cervezas después del trabajo y no he podido negarme.

—Jimin… —Suspiro—. Tú nunca bebes…

—Solo es un día. No te angusties. –Sonríe mientras va a la cocina a buscar algo de comer. Mientras, nos deja a JungKook y a mí a solas en el salón. Este no puede contener su ebria lengua.

—Jimin tiene mucha suerte. –Sonríe mirándome de nuevo de arriba abajo como antes.

—¿Y eso?

—No sabía que a un hombre le quedara tan bien la lencería como a ti. –Todo mi cuerpo arde.

—¿Cómo? ¿Has visto…? –De repente aparece Jimin por la puerta y mi mirada asesina va a él—. ¿Le has enseñado las fotos? –Digo indignado.

—¿Cómo no hacerlo? Te ves hermoso.

—¿Cómo te atreves? –Mi voz comienza a elevarse.

—Jimin… —Susurra JungKook—. ¿Crees que podría verlo en directo? –Pide y yo me quedo boquiabierto con su petición. Jimin me mira convencido de su autoridad sobre mí.

—Claro. Yoongi, ¿nos harías el favor de ponerte la lencería que te compré la última vez? No la hemos estrenado aún. –JungKook aplaude emocionado y Jimin sonríe muy feliz. Yo sin embargo niego con la cabeza completamente en desacuerdo.

—Ni en broma. –Me cruzo de brazos pero rápido Jimin viene a mí y me sujeta por uno de ellos zarandeándome. A su espalda, Jungkook se acomoda en el sofá.

—No seas maleducado y no me hagas quedar mal. Ponte la maldita ropa de una vez. –Me empuja en dirección al cuarto y me encamino dentro mientras todo mi cuerpo tiembla. Cierro detrás de mí y suspiro sintiendo un fuerte nudo en la garganta oprimiendo mi respiración.

Escojo una de tantas cajas de lencería del armario y la abro viendo varias prendas dentro. Pongo primero un collar con un corazón en el centro. Luego el sujetador y las braguitas a juego. Engancho en estas varias ligas con medias y antes de enganchar la última la puerta del dormitorio se abre y aparecen ambos rostros vislumbrando el interior.

—Tardabas tanto… —Se justifica Jimin riendo. Ambos pasan y con mis manos intento cubrir todo lo que puedo mis zonas íntimas por pura vergüenza.

—Jimin, es mucho mejor que en las fotos.

—¡Te lo dije! –Ambos me comen con los ojos y hoy me arrepiento de haber dicho durante toda la vida que me gusta ser el centro de atención. Jimin muerde sus labios y JungKook se retira el pelo de la frente.

—Tiene la piel tan blanca que parece una mujer. –Se acercan poco a poco.

—Lo sé. Es perfecto, ¿no crees? –La mano de Jimin recorre el tirante del sujetador y lo estira para soltarlo y que me produzca un pequeño latigazo. Ambos ríen. JungKook se limita a observar desde la distancia como el cuerpo de Jimin tantea lentamente el mío.

—¿Puedo quitármelo ya? Creo que es suficiente.

—No amor. Un poco más. –Su cálida mano acaricia mi vientre desnudo y termina en el borde de las braguitas donde acaricia por fuera mi polla dormida. Hace todo esto, dejándole ver a JungKook como juega conmigo.

—¿Cómo se siente? –Le pregunta a Jimin.

—Caliente. –Contesta con una voz profunda. Su mano rodea mi cintura y besa mis labios en un beso ardiente que me quita el aliento. El suyo por el contrario, sabe a alcohol en cantidad. Tras terminar me empuja sobre la cama y caigo en ella pero al intentar incorporarme me encuentro con su cuerpo sobre el mío impidiéndome cualquier movimiento en contra de su voluntad.

—Déjame ir. –Le grito pero nada parece oír—. Quítate de encima, maldita sea. Te estás pasando de la raya Jimin. –Le digo pero no obedece. JungKook se acerca hasta nosotros y se queda de pie al lado de Jimin mientras lo graba todo con su móvil.

—Cállate de una vez. –Susurra Jimin mientras interna su mano bajo mi ropa interior y aprieta mi polla haciéndome retorcerme—. Saca unas esposa rosas de ese cajón. –Le dice a JungKook y cuando este las tiene sigue hablando—. Ayúdame a esposarle a la espalda. –Sin preámbulos ambos me sujetan mientras me revuelvo y esposan mis muñecas a la espalda. Cuando estoy sin voluntad vuelven a tirarme sobre la cama y Jimin se incorpora sentado entre mis piernas. Apenas hubiera podido con Jimin, ahora con ayuda de Jungkook me será imposible escapar de aquí.

—Jimin, no me hagas daño, por favor. –Suplico pero la respuesta que recibo no es de su parte. Él se limita a desabrochar su pantalón.

—Esto es tan caliente. –Dice JungKook apuntándome directamente con la cámara.

Al intentar zafarme de Jimin, este tira de las medias hasta desgarrarlas. Sus uñas se clavan en mis muslos y rodea con ellos su cintura. Como no accedo a ello se limita simplemente a abrir las piernas para entrar en mí. Retira la tela de la ropa interior y me penetra rápido y fuerte. Ambos ríen y entre mis gritos y gemidos puedo oírles a ellos disfrutar de la escena. Jimin gime rudo con cada embestida y todo mi cuerpo se mueve con él.

—Me estoy poniendo muy duro. –Anuncia el chico a Jimin y este parece no oírle, concentrado en someter mi cuerpo—. ¿Puedo? –Pregunta y no se a que se refiere hasta que Jimin asiente y JungKook se sienta a mi lado en la cama para introducir su mano en las braguitas y dejar libre mi polla. La masturba mientras me mira a los ojos intentando empaparse de mis sensaciones para excitarse. Me gustaría pedirle ayuda para salir de esta pero me temo que este muchacho está mucho más enfermo que mi Jimin.

A los minutos cuando mi polla comienza a dar señales de vida Jimin se corre dentro con unos gemidos exagerando y sale de mí para introducir sus dedos donde antes estaba su polla.

—¿Puedo joderlo yo ahora? –Pregunta JungKook entusiasmado.

—Vete a joder a tu puta madre. Este es mío. –El chico hace un puchero mientras yo me sigo retorciendo en los dedos de Jimin que se deleitan rascando mi interior. Él habla de nuevo—. Puedes correrte en su cara si quieres.

Asintiendo a su propuesta, JungKook suelta mi polla la cual se ve rodeada de nuevo por la mano de Jimin y el chico se dirige a arrodillarse al lado de mi cabeza para desabotonar sus pantalones y sacar su falo grande y ya goteante de semen. Su mano va a mis cabellos nacientes en mi nuca y me incorpora para que mi rostro llegue a la altura de su polla.

—Espero que sepas chuparla bien. –Roza unos segundos su glande en mis labios y me veo en la obligación de abrir mi boca para ser embestido por su polla desenfrenada—. Uf… Ah… —Gime JungKook profundizando aún más.

Jimin escupe sobre mi polla y la masturba mucho más rápido para hacerme venir cuanto antes pero no soy el primero. JungKook se corre en mi boca mientras ambas manos agarraban mis cabellos y se deshace en mi garganta. Escupo todo lo que puedo en las sábanas y ante eso Jimin se levanta dejando de masturbarme y saca del cajón el látigo y el dildo con apariencia de tentáculo. Esto último lo tira en la cama a mi lado y acto seguido azota mi muslo obligándome a girarme boca abajo.

—No pienso ayudarte más. Restriégate con el dildo y como castigo vas a ver algo. –Miro a mi derecha donde JungKook se ha sentado en una silla y Jimin le sigue sentándose en su regazo de espaldas a él.

—Oh hyung. –Dice Kook—. Estás duro de nuevo. —¿Necesitas ayuda? –Este asiente y las manos de JungKook vagan por sus caderas sobre él hasta acabar en la entrepierna de donde de nuevo saca la polla dura de Jimin y la rodea en sus manos proporcionándole un masaje delicioso.

Yo, aun con las manos atadas a la espalda, froto mi polla con el dildo mientras las lágrimas caen de mis ojos en un intento por correrme lo antes posible. El cuerpo de Jimin se ha abandonado a la masturbación de JungKook y gime sintiendo un segundo orgasmo venir en él. Yo gimo aún más alto porque me corro con dificultad sobre las sábanas.

Cierro los ojos dejándome caer en el colchón y a los segundos las manos de Jimin quitan las esposas a mi espalda. Suspiro aliviado y antes de verle marchar me habla.

—Nos volvemos a ir. No me esperes.

Rezo porque nunca vuelva.

 

 

Cubro mi cuerpo con una manta de lana que me hizo mi abuela. Es de color blanco y sin duda se agradece ahora en invierno. El tacto de esta sobre mi piel es muy agradable y siento que por primera vez en mucho tiempo alguien me abraza, aunque no sea así. El silencio en la casa es sepulcral y sin duda lo agradezco, mucho mejor que mis gritos. Un motivo más para cubrir mi cuerpo con la manta, mis brazos llenos de moratones. Pensé que jamás llegaríamos a tal extremo, que todo acabaría como empezó, un simple juego. Creo que hoy día, él es el único que se divierte con esto.

—Ya estoy en casa. –La voz de Jimin, encantadora y agradable entra en mis oídos después de haber recorrido toda la casa. Yo sigo mirando por la ventana en nuestro cuarto donde tantas cosas han sucedido. Niego con la cabeza porque ahora necesito una mente fría, necesito ser fuerte, por mí y por mi orgullo. Ya lo ha mancillado lo suficiente—. ¿Qué haces ahí? –Me pregunta sonriendo con una amplia sonrisa en la cara—. Te he traído algo.

Todo mi cuerpo sufre la ya conocida adrenalina por mi columna. Sin más miramientos me giro para verle extender hacia mí una bolsa de color gris con encaje rosa en los bordes. Las asas son de lazo rosa como el encaje y toda ella no es más grande que mi móvil. Es una bolsa pequeña.

—No lo quiero. –Digo ya harto de ver cada día un regalo nuevo.

—¿No? –Sonríe con las mejillas ocultando sus ojos—. Este te gustará, te lo prometo.

—¡NO! –Dejo caer la manta y le arrebato la bolsa de las manos. Con toda mi fuerza la tiro sobre la cama la cual ha sido testigo de tantas barbaridades y con ello evito una más.

—¿Qué ocurre, amor? –Se acerca despacio con su mano en alto para rozar mi mejilla pero la golpeo alejándola de mí.

—No me toques, Park Jimin. No vuelvas a hacerlo jamás. –Su rostro me muestra la confusión que siente por mis palabras sin duda inesperadas. Yo no despego mi mirada de la suya y puedo ver cómo en ella la confusión pasa a un leve estado de ira. Tal vez incluso una rabieta infantil. No entiende que yo hablo en serio.

—¿Qué te pasa ahora? ¿Otra vez con estas tonterías? –Suspiro resignado y voy hacia la cama para sacar de debajo de ella una maleta de color negro. La pongo sobre el colchón y comienzo a llenarla con toda mi ropa que saco del armario. Algunas prendas caen al suelo sin que pueda evitarlo y Jimin, atónito, queda expectante a que le dé una explicación de mi comportamiento. Si se hubiera esforzado en escucharme desde el principio ahora no me vería obligado a tener que soltar las palabras que tanto se esfuerzan en agarrarse a mi garganta.

—Quiero dejarlo. –Digo con toda la fuerza y el valor que él me ha infundido con sus despreciables actos.

—¿Por qué? –Me pregunta serio mientras recojo ahora mi ropa interior de los cajones. Yo río por la nariz haciéndole sentir aún más confuso. Cojo de un cajón contiguo un sujetador de lencería rosa, con flores bordadas en color dorado y se lo lanzo al rostro para que lo estreche en sus manos.

—Por esto, idiota. –Él mira la prenda unos segundos atónito. Frunce el ceño y a los segundos una traviesa sonrisa sale de su comisura para aterrorizarme. Suspiro mientras me pongo un jersey y una chaqueta y cierro la maleta. Antes de salir miro su expresión, perdida en la delicadeza de sus dedos al tacto de la lencería. Si me fuera ahora mismo, no se daría ni cuenta.

 

 

Jimin POV:

 

Mis ojos delinean la delicada seda con la que la prenda femenina está hecha en mis manos. La volteo un par de veces y su solo tacto me hace revivir todos los excitantes momentos que pasé con Yoongi.

Yoongi.

—¿Yoongi? –Giro un par de veces sobre mí mismo sin ver ya su cuerpo moviéndose por aquí—. ¿Yoongi? –Pregunto de nuevo un poco más alto y nadie me responde. La prenda cae de mi mano y no puedo evitar llevar esta a mi garganta para impedir un nuevo ataque de ansiedad. Cada día son más frecuentes y doy gracias que solo me ocurre en el trabajo porque no soportaría que Yoongi se preocupara por mí—. No.

Corro a la ventana del cuarto para abrirla y ver bajo la lluvia el cuerpo de Yoongi alejarse con la maleta en una de sus manos.

—¡Yoongi! –Grito pero al intentar hacer el amago de girarse para mirarme se detiene y continúa andando como si nada. Suspiro alicaído y cierro la ventana ya con el frío instalado en mis huesos. No puedo evitar llevar mi cuerpo hasta la cama y coger en mis manos la bolsa que ha despreciado y tirado aquí. Me siento en el borde del colchón y saco de la bolsa un pequeño estuche.

—¿Y qué hago ahora yo con esto? –Digo sintiendo ya las lágrimas salir de mis ojos y entre el agua que se acumula en mi lagrimal puedo vislumbrar un anillo de intenciones muy claras.

Era el hombre de mi vida.

Me arrepiento tanto de lo que le he hecho…

 

 

YoonGi POV:

A veces, la vida te sorprende con una clara visión de un desastroso futuro pero las esperanzas y la inocencia te engañan haciéndote creer que sin necesidad de tomar una decisión todo se solucionará. Mentira. Esta es la única solución y me arrepiento de no haberla tomado antes pero ha sido necesario pasar por toda la humillación para conseguir el valor necesario.

¿Valor? –Pregunto en mi mente—. ¿De qué?

Seguramente a él no le importe. Seguramente ni siquiera se haya dado cuenta de que me he llevado todas mis pertenencias y de que no volveré jamás. Seguro que se cree que todo es un juego. Juego como el que traía en la bolsa. Otro dildo, seguro, esta vez incluso más extravagante. Niego con la cabeza mientras la lluvia torrencial cae sobre mi cabeza. Abrazo mi cuerpo empapado y congelado mientras estoy sentado en un banco en medio de un parque desierto. La maleta, a mi lado expectante de mi siguiente decisión.

Pues me temo que deberá esperar bastante tiempo porque no tengo nada pensado. No me hablo con mi familia ni tengo amigos. Jimin lo era todo para mí y por su culpa me veo ahora sin nada.

Miro de frente mientras el agua cae por mi rostro.

Nada. No tengo nada.

 

 

Pasé tres días yendo de un lado a otro buscando en algún refugio para mi alma. Dormir en bancos húmedos y comer porquerías baratas con las que no malgastara el dinero se me hacía muy cuesta arriba pero pensar que mi alternativa era volver a casa junto con Jimin me animaba a seguir adelante.

Pensé en algún conocido o familiar que me quisiera aceptar en sus casa pero solo tener que explicarle mi situación me hacía retroceder y pensármelo dos veces. Cuando el sueño comenzó a esquivarme y el frío se había instalado ya abrigando el tuétano de mis huesos los ojos de Jimin parecían mirarme en la oscuridad. La noche en Seúl es muy ajetreada pero dentro de mi mente una abrumadora soledad me aguardaba. Oigo a lo lejos su risa. Y su mano extendida hacia mí para que caminemos juntos. Su sonrisa, contagiosa, me hace sonreír a mí también.

Las cosas malas ya no parecen tan malas, las buenas, quieres ser recompensadas. Mi móvil se ha quedado ya sin batería y mi ropa, por muy limpia que este, ha sido impregnada por mi espantoso olor de cuatro días sin ducharme. Mi pelo siempre está húmedo y mis ropas caladas hasta los huesos. Mi cuerpo, está débil por la mala alimentación y bajo mis ojos, se dibujan dos grandes ojeras.

Un arrebato de poder material me golpea dándome cuenta de que no tengo que vivir en esta precaria situación estando como estoy, pagando un piso, con una cama, un cuarto de baño, y unas posibilidades de mejor alimentación. Miro uno de los relojes instalados en las calles de Seúl y me descubro regresando a casa a las cuatro de la mañana.

Meto la llave que me llevé conmigo en la ranura y entro en la oscura boca del lobo. No hay una sola luz encendida y por otra parte es normal dadas las horas que son.

—¿Jimin? –llamo su nombre pero nadie me contesta. Lo repito cinco veces pero sigo sin una respuesta. Dejo la maleta en el primer sitio que encuentro y me dirijo al cuarto de baño dentro de mi habitación para darme una ducha de agua caliente pero un extraño sentimiento de vacío me recorre la espina dorsal a medida que recorro la casa. Lo corroboro al entrar en el cuarto y no ver nada que pertenezca a Jimin. No hay fotos, ni prendas de ropa tirada. Él, tampoco está. Pero si algo llamativo sobre la cama: una nota junto a la bolsita gris que me ha hecho huir de esta casa.

<Yoongi, amor.

Sabes que no soy bueno con las palabras y ahora, mientras lloro, intento aclarar mis pensamientos para que tú puedas entenderme mejor.

Lo primero es pedirte disculpas por mi comportamiento estos años. Aún recuerdo cómo éramos al principio cuando nos conocimos y yo se que aun tú también lo recuerdas y esos pensamientos son los que te han ayudado a soportarme porque si no hubieras tenido la esperanza de que estos regresaran, jamás habrías tolerado nada de lo que te he hecho.

No sé si leerlas esto pero si te conozco, sé que volverás al menos para quedarte con el piso. No te lo reprocho, adelante. Es todo tuyo. Yo me he vuelto a Busán a pasar una temporada con mis padres. He dejado la empresa y me he despedido pensando en lo mejor para ti que es no volverme a ver. Solo te deseo una vida feliz al lado de alguien que te cuide y te mime. No he sabido estar a la altura de las circunstancias y lo asumo, pero hay algo que no sabes y es que llevo tres años sufriendo de graves ataques de ansiedad. A veces, en medio de mi jornada laboral me ingresaban durante horas en el hospital por problemas respiratorios y es que el estrés provocado por mi rendimiento laboral me hacía sentir oprimido e inútil, de la misma manera en que mis padres me hacían sentir cuando era pequeño. Por eso, me desquitaba contigo y liberaba todos mis demonios. Cuanto más daño te hacía, más fuertes eran los ataques de ansiedad y se volvió un círculo vicioso que alimentaba con baratijas sexuales.

No intento excusarme porque todo el dolor que te he causado no tiene perdón, solo quiero explicarte mis más sinceros pensamientos. Estoy  seguro de que te habrás preguntado muchas veces si te he querido. Yo también me lo he preguntado porque jamás amé a nadie, pero antes de que te marcharas había tomado una decisión. Dejaría el trabajo y me dedicaría a cualquier otra cosa que aliviara mi alma. Estaba dispuesto a dejarlo todo por ti. Y aun lo estoy. Por eso he vuelto con mis padres a pesar de que sé, volveré a recaer en un estúpido modelo de vida que no quiero. No me importa si con ello evito dañarte y rezo a Dios para que la locura termine de hacer mella en mi cordura y si puedo, y tengo el valor, quitarme del medio de una manera rápida y simple.

Sé que esto no te interesará lo más mínimo y no quiero remover en tus recuerdos pero ayer hablé por teléfono con Jungkook y, llorando, me pidió que te dijera lo mucho que lamentaba lo sucedido. Tiene problemas con la bebida y su novia le había sido infiel. No fue un buen día para ninguno.

Creo que ya he dado bastantes explicaciones de mi conducta y no creas que busco tu perdón, con tu humilde comprensión me doy por satisfecho. He quemado todas las prendas de lencería y he tirado todas las cosas que usé contigo. He borrado todas las fotos excepto una. La que nos hicimos aquella tarde en que fuimos al parque de atracciones. Fue uno de los mejores días de mi vida y no quiero deshacerme de ese recuerdo.

Te amaré siempre y por eso te digo adiós.

No te olvidaré.

Gracias por soportarme.

Pd: Acepta este último presente y haz con él lo que creas conveniente. Si me lo quedase yo, tal vez no hubiera tenido el valor de marcharme.

Te quiero.>

 

Arrodillado como estoy al pie de la cama dejo caer infinidad de lágrimas una tras otra hasta perder la cuenta. Las posibles circunstancias ya imposibles del “¿qué habría pasado si…?” suceden una a una en mi mente torturándome, haciéndome ver futuros ya en otras dimensiones que se tornan muy pesados en mis hombros. Suspiro tragando el nudo en mi garganta y dejando la hoja de papel en el colchón, extiendo la mano para alcanzar la pequeña bolsa que parecía olvidada. La vuelco haciendo que de ella caiga un pequeño estuche negro de terciopelo y antes de si quiera abrirlo ya lloro con mucha más fuerza. El dolor en mi pecho se me antoja demasiado intenso y la capacidad respiratoria se me hace esquiva. Debo esperar al menos cinco minutos hasta tener el valor de aferrarlo con fuerza en mis temblorosas manos y abrirlo encontrando allí un anillo de oro con pequeños diamantes incrustados en su longitud.

Muerdo fuertemente mis labios mientras coloco en mi dedo la joya. Me quedo mirando mi mano extendida en las sábanas durante horas, haciéndome a la idea de una nueva vida sin Park Jimin.

 

FIN

 




Comentarios

Entradas populares